El mirón

MaryJavi

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17 Jun 2023
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El corazón de Luis latía con fuerza mientras se escondía en el armario del dormitorio, la puerta entreabierta apenas le permitía ver la escena. Su esposa, Carla, estaba de pie frente al espejo, ajustando el escote de su vestido negro, ese que sabía que la hacía irresistible. No era para él esta noche.

Los pasos del vecino resonaron en el pasillo, fuertes, seguros. Juan entró sin tocar, como si ya le perteneciera el lugar. Sus manos grandes se cerraron sobre la cintura de Carla desde atrás, hundiendo los dedos en su piel mientras su boca mordisqueaba su cuello. Ella arqueó la espalda, una sonrisa juguetona en sus labios, y Javier contuvo el aire al ver cómo su vestido caía al suelo, revelando el cuerpo que conocía tan bien, ahora expuesto para otro.

Juan no perdió tiempo. Empujó a Carla contra la cama, sus labios descendiendo por su torso con una urgencia animal. Luis podía ver cómo su lengua trazaba círculos alrededor de sus pezones, cómo los mordía hasta hacerla gemir. Sus manos, más grandes y rudas que las suyas, exploraban cada curva con una posesividad que le quemaba las entrañas.

Carla se retorció cuando Juan le arrancó las bragas, dejando al descubierto su sexo ya húmedo. Sin ceremonias, él enterró su cara entre sus muslos, devorándola como si fuera su última comida. Los gemidos de Carla llenaron la habitación, cada uno más agudo que el anterior, mientras sus dedos se enredaban en el pelo oscuro de Juan.

Luis se ajustó el pantalón, sintiendo cómo su propia excitación crecía ante el espectáculo. No podía apartar la vista cuando Juan se levantó, desabrochando su cinturón para liberar una erección gruesa y palpitante. Carla lo miró con ojos llenos de deseo antes de inclinarse y tomarlo en su boca, chupando con una habilidad que Luis no recordaba haberle enseñado.

La escena se volvió más cruda, más intensa. Juan empujó a Carla de bruces contra la cama, levantándole las caderas antes de penetrarla de un solo empujón. Ella gritó, sus uñas clavándose en las sábanas mientras él la follaba con una fuerza bruta, cada embestida haciendo que su cuerpo se estrellara contra el colchón su coño aunque muy mojado era como si explotará con cada empujón, la polla de Juan era brutal. El sonido de sus pieles chocando, los jadeos entrecortados, los gemidos ahogados, todo se mezclaba en una sinfonía de lujuria que enloquecía a Luis

Juan no era delicado. Agarró a Carla por el pelo, tirando de su cabeza hacia atrás mientras su ritmo se volvía más violento, más posesivo. Luis podía ver cómo su esposa se derretía bajo ese dominio, cómo su cuerpo respondía a cada movimiento rudo, cada cachetada en sus nalgas que dejaba marcas rojas en su piel pálida.

Cuando Juan finalmente le dió la vuelta para mirarla a los ojos mientras se corría dentro de ella, Luis supo que nada volvería a ser igual. Y en la oscuridad del armario, con el pantalón empapado de su llegada , no pudo evitar sonreír.
 
Ay que rico, ojalá poder leer mas

Carla siempre había admirado la elegancia de Marta, su jefa en la oficina de patentes. A sus cincuenta y tantos, Marta llevaba faldas ceñidas y escotes profundos que dejaban poco a la imaginación, sus pechos generosos siempre al borde de escapar de la seda que los cubría.

Ese día, mientras Carla revisaba unos documentos, Marta la llamó a su despacho. Al entrar, la puerta se cerró con un clic suave.

—Luis no te merece —susurró Marta, acercándose con lentitud, sus uñas rojas deslizándose por el brazo de Carla—. Yo puedo darte lo que él nunca podría.

Carla sintió el calor subirle por el cuello. Marta la empujó contra la mesa, sus labios encontrando los de Carla con hambre. Una mano se deslizó bajo su blusa, mientras la otra levantaba su falda.

—Quiero sentirte —gruñó Marta, mordiendo su cuello.

Marta empujó a Carla sobre la mesa, subiendole la falda "Calladita y obedéceme," susurró mientras desabotonaba su blusa con dedos casi arrancando los.

Los labios de Marta descendieron por su cuello, mordisqueando piel mientras una mano se cerraba sobre su pecho. Carla jadeó, arqueándose contra los papeles esparcidos.

—¿Así le gusta a la niña buena? —Marta deslizó su pierna entre las suyas, frotándose con deliberación. Sorprendiéndose porque el minúsculo tanga de Carla ya estába completamente mojado. Carla gimió cuando los hábiles dedos apartaron su tanga y entraron de un solo golpe en el caliente y húmedo coño de carla. Marta sonrió, imponiendo un ritmo frenético a sus dedos. Esto es lo que buscabas, ¿verdad?
Gemidos ahogados llenaron la oficina. Marta la giro bruscamente, clavándole otro dedo dentro del culo de Carla.
—Ahora repite: "Soy tuya".
Y Carla, al borde del éxtasis, obedeció.
 
Puedes ser ella ......


El aroma a Juan aún impregnaba su dormitorio, pero el recuerdo de Marta esa mañana le hizo mojarse de nuevo. *Dios, ¿en qué me he convertido?*
Luis siempre le decía que su deseo no tenía límites, y ahora, por fin, lo entendía. Juan la había follado contra la cama anoche, gruñéndole al oído cosas que Luis jamás se atrevería a decir. Y Marta… *Marta le había despertado lo que ella siempre había querido descubrir con una mujer.
¿Se lo contaría a Luis? La idea de su cara, entre el shock y la excitación, le provocó un escalofrío. *¿Se enfadaría? ¿O se correría en silencio al saber que su esposa era tan insaciable como él sospechaba?*
Tal vez no debía decir nada. Guardar ese secreto como un tesoro, dejar que la culpa y el morbo se mezclaran cada vez que Luis la besara sin saber que su boca había gemido el nombre de Marta
O quizás… *quizás sí.* Porque al final, ¿no era eso lo que los dos querían? Romper las reglas, probar el fuego.
Y ella, definitivamente, ya estaba ardiendo.
 
El corazón de Luis latía con fuerza mientras se escondía en el armario del dormitorio, la puerta entreabierta apenas le permitía ver la escena. Su esposa, Carla, estaba de pie frente al espejo, ajustando el escote de su vestido negro, ese que sabía que la hacía irresistible. No era para él esta noche.

Los pasos del vecino resonaron en el pasillo, fuertes, seguros. Juan entró sin tocar, como si ya le perteneciera el lugar. Sus manos grandes se cerraron sobre la cintura de Carla desde atrás, hundiendo los dedos en su piel mientras su boca mordisqueaba su cuello. Ella arqueó la espalda, una sonrisa juguetona en sus labios, y luis


contuvo el aire al ver cómo su vestido caía al suelo, revelando el cuerpo que conocía tan bien, ahora expuesto para otro.

Juan no perdió tiempo. Empujó a Carla contra la cama, sus labios descendiendo por su torso con una urgencia animal. Luis podía ver cómo su lengua trazaba círculos alrededor de sus pezones, cómo los mordía hasta hacerla gemir. Sus manos, más grandes y rudas que las suyas, exploraban cada curva con una posesividad que le quemaba las entrañas.

Carla se retorció cuando Juan le arrancó las bragas, dejando al descubierto su sexo ya húmedo. Sin ceremonias, él enterró su cara entre sus muslos, devorándola como si fuera su última comida. Los gemidos de Carla llenaron la habitación, cada uno más agudo que el anterior, mientras sus dedos se enredaban en el pelo oscuro de Juan.

Luis se ajustó el pantalón, sintiendo cómo su propia excitación crecía ante el espectáculo. No podía apartar la vista cuando Juan se levantó, desabrochando su cinturón para liberar una erección gruesa y palpitante. Carla lo miró con ojos llenos de deseo antes de inclinarse y tomarlo en su boca, chupando con una habilidad que Luis no recordaba haberle enseñado.

La escena se volvió más cruda, más intensa. Juan empujó a Carla de bruces contra la cama, levantándole las caderas antes de penetrarla de un solo empujón. Ella gritó, sus uñas clavándose en las sábanas mientras él la follaba con una fuerza bruta, cada embestida haciendo que su cuerpo se estrellara contra el colchón su coño aunque muy mojado era como si explotará con cada empujón, la polla de Juan era brutal. El sonido de sus pieles chocando, los jadeos entrecortados, los gemidos ahogados, todo se mezclaba en una sinfonía de lujuria que enloquecía a Luis

Juan no era delicado. Agarró a Carla por el pelo, tirando de su cabeza hacia atrás mientras su ritmo se volvía más violento, más posesivo. Luis podía ver cómo su esposa se derretía bajo ese dominio, cómo su cuerpo respondía a cada movimiento rudo, cada cachetada en sus nalgas que dejaba marcas rojas en su piel pálida.

Cuando Juan finalmente le dió la vuelta para mirarla a los ojos mientras se corría dentro de ella, Luis supo que nada volvería a ser igual. Y en la oscuridad del armario, con el pantalón empapado de su llegada , no pudo evitar sonreír.
 

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