MaryJavi
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El corazón de Luis latía con fuerza mientras se escondía en el armario del dormitorio, la puerta entreabierta apenas le permitía ver la escena. Su esposa, Carla, estaba de pie frente al espejo, ajustando el escote de su vestido negro, ese que sabía que la hacía irresistible. No era para él esta noche.  
Los pasos del vecino resonaron en el pasillo, fuertes, seguros. Juan entró sin tocar, como si ya le perteneciera el lugar. Sus manos grandes se cerraron sobre la cintura de Carla desde atrás, hundiendo los dedos en su piel mientras su boca mordisqueaba su cuello. Ella arqueó la espalda, una sonrisa juguetona en sus labios, y Javier contuvo el aire al ver cómo su vestido caía al suelo, revelando el cuerpo que conocía tan bien, ahora expuesto para otro.
Juan no perdió tiempo. Empujó a Carla contra la cama, sus labios descendiendo por su torso con una urgencia animal. Luis podía ver cómo su lengua trazaba círculos alrededor de sus pezones, cómo los mordía hasta hacerla gemir. Sus manos, más grandes y rudas que las suyas, exploraban cada curva con una posesividad que le quemaba las entrañas.
Carla se retorció cuando Juan le arrancó las bragas, dejando al descubierto su sexo ya húmedo. Sin ceremonias, él enterró su cara entre sus muslos, devorándola como si fuera su última comida. Los gemidos de Carla llenaron la habitación, cada uno más agudo que el anterior, mientras sus dedos se enredaban en el pelo oscuro de Juan.
Luis se ajustó el pantalón, sintiendo cómo su propia excitación crecía ante el espectáculo. No podía apartar la vista cuando Juan se levantó, desabrochando su cinturón para liberar una erección gruesa y palpitante. Carla lo miró con ojos llenos de deseo antes de inclinarse y tomarlo en su boca, chupando con una habilidad que Luis no recordaba haberle enseñado.
La escena se volvió más cruda, más intensa. Juan empujó a Carla de bruces contra la cama, levantándole las caderas antes de penetrarla de un solo empujón. Ella gritó, sus uñas clavándose en las sábanas mientras él la follaba con una fuerza bruta, cada embestida haciendo que su cuerpo se estrellara contra el colchón su coño aunque muy mojado era como si explotará con cada empujón, la polla de Juan era brutal. El sonido de sus pieles chocando, los jadeos entrecortados, los gemidos ahogados, todo se mezclaba en una sinfonía de lujuria que enloquecía a Luis
Juan no era delicado. Agarró a Carla por el pelo, tirando de su cabeza hacia atrás mientras su ritmo se volvía más violento, más posesivo. Luis podía ver cómo su esposa se derretía bajo ese dominio, cómo su cuerpo respondía a cada movimiento rudo, cada cachetada en sus nalgas que dejaba marcas rojas en su piel pálida.
Cuando Juan finalmente le dió la vuelta para mirarla a los ojos mientras se corría dentro de ella, Luis supo que nada volvería a ser igual. Y en la oscuridad del armario, con el pantalón empapado de su llegada , no pudo evitar sonreír.
				
			Los pasos del vecino resonaron en el pasillo, fuertes, seguros. Juan entró sin tocar, como si ya le perteneciera el lugar. Sus manos grandes se cerraron sobre la cintura de Carla desde atrás, hundiendo los dedos en su piel mientras su boca mordisqueaba su cuello. Ella arqueó la espalda, una sonrisa juguetona en sus labios, y Javier contuvo el aire al ver cómo su vestido caía al suelo, revelando el cuerpo que conocía tan bien, ahora expuesto para otro.
Juan no perdió tiempo. Empujó a Carla contra la cama, sus labios descendiendo por su torso con una urgencia animal. Luis podía ver cómo su lengua trazaba círculos alrededor de sus pezones, cómo los mordía hasta hacerla gemir. Sus manos, más grandes y rudas que las suyas, exploraban cada curva con una posesividad que le quemaba las entrañas.
Carla se retorció cuando Juan le arrancó las bragas, dejando al descubierto su sexo ya húmedo. Sin ceremonias, él enterró su cara entre sus muslos, devorándola como si fuera su última comida. Los gemidos de Carla llenaron la habitación, cada uno más agudo que el anterior, mientras sus dedos se enredaban en el pelo oscuro de Juan.
Luis se ajustó el pantalón, sintiendo cómo su propia excitación crecía ante el espectáculo. No podía apartar la vista cuando Juan se levantó, desabrochando su cinturón para liberar una erección gruesa y palpitante. Carla lo miró con ojos llenos de deseo antes de inclinarse y tomarlo en su boca, chupando con una habilidad que Luis no recordaba haberle enseñado.
La escena se volvió más cruda, más intensa. Juan empujó a Carla de bruces contra la cama, levantándole las caderas antes de penetrarla de un solo empujón. Ella gritó, sus uñas clavándose en las sábanas mientras él la follaba con una fuerza bruta, cada embestida haciendo que su cuerpo se estrellara contra el colchón su coño aunque muy mojado era como si explotará con cada empujón, la polla de Juan era brutal. El sonido de sus pieles chocando, los jadeos entrecortados, los gemidos ahogados, todo se mezclaba en una sinfonía de lujuria que enloquecía a Luis
Juan no era delicado. Agarró a Carla por el pelo, tirando de su cabeza hacia atrás mientras su ritmo se volvía más violento, más posesivo. Luis podía ver cómo su esposa se derretía bajo ese dominio, cómo su cuerpo respondía a cada movimiento rudo, cada cachetada en sus nalgas que dejaba marcas rojas en su piel pálida.
Cuando Juan finalmente le dió la vuelta para mirarla a los ojos mientras se corría dentro de ella, Luis supo que nada volvería a ser igual. Y en la oscuridad del armario, con el pantalón empapado de su llegada , no pudo evitar sonreír.