BuBu77
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Otro relato recuperado del antiguo hogar, dedicado a una de las leyendas de aquellos lares, Selene
- Adelante, puede recostarse en el diván si lo desea - indicó el psiquiatra cuando Fernando entró en la consulta - Mucha gente no se encuentra cómoda la primera vez, así que si lo prefiere puede sentarse en aquel sillón, lo importante es que se encuentre relajado.
Entró titubeante por la puerta y cruzó el despacho hasta sentarse en el borde del diván de piel negra. Desde esta posición pudo adivinar la silueta del psiquiátra acercándose al sofá con una libretita y un lápiz. La estancia estaba ténuemente iluminada por una ventana situada detrás de la mesa desde la que minutos antes le había invitado a sentarse. Tenía las persianas entreabiertas y la poca luz que entraba le daba un aspecto cálido y acogedor, en parte por el tono pastel de las paredes y las pocas, aunque bien situadas, plantas que adornaban la habitación. De una de ellas colgaba una reproducción de El Grito de Edward Münch, ese en el que se un hombre grita en un puente sobre un rio, En en la pared opuesta una inmensa estantería repleta de archivadores y libros. En algún lugar había un reloj, su monótono tictac lo delataba pero no era capaz de localizarlo. Se recostó en el diván y la piel crujió al acomodarse. Cerró los ojos y respiró profundamente mientras el doctor se situaba a su lado,
- Cuénteme qué le ha traido a mi consulta - murmuró con un tono de voz neutro mientras abría la hoja del cuadernillo.
Comenzó a acariciar nerviosamente el borde del diván, no sabía de qué modo empezar a contarle todo aquello que le ocupaba el pensamiento desde hacía unas semanas y le corroía por dentro.
- Verá, es esa mujer.... - titubeó - ... me tiene obsesionado y no soy... no soy capaz de pensar en otra cosa que no sea ella... es.. es.. es algo que no me habia ocurrido nunca y me siento tan extraño, tan tan.....
Dos semanas antes había tenido una cena de empresa, de esas que normalmente no puedes rechazar y en las que lo importante es reirle los chistes al jefe y sonreírle al compañero al que odias a muerte, pero que esa noche es tu mejor amigo para que la dirección pueda presumir del buen ambiente que hay en su empresa. Esta vez, como pagaba el gerente decidieron reservar en un restaurante bastante famoso de la ciudad, en el que al tiempo que disfrutabas de la comida tenías un espectáculo en un pequeño escenario.
El menú era bastante bueno aunque las raciones escasas, restaurante sofisticado y platos generosos no son dos características que casen bien hoy en día. Mientras, sus compañeros destacaban los grandes beneficios que reportaría a la empresa la gestión que estaban realizando, y de la que era parte esencial. Se encontraba distraido, jugueteando con la copa de vino blanco viendo como giraba en su interior mientras sus compañeros, los mismos capaces de arrancarle la piel a tiras si pudieran, lo cubrían de falsos halagos. De vez en cuando miraba para ellos, sonreía, asentía con modestia y volvía a sus pensamientos mientras estudiaba el local.
Esa noche no había demasiada gente, un par de parejas a varias mesas de distancia y un hombre en un esquina eran toda la compañía que tenían. En la barra un camarero sacaba brillo por enésima vez en la noche al cromado de una vieja cafetera italiana, de vez en cuando lanzaba una mirada hacia las mesas por si los clientes necesitaban algo y volvía a la cafetera o a ordenar la impresionante colección de botellas de colores que presidían la barra, enmarcando un enorme espejo en el que se reflejaba todo el comedor. De una de las paredes colgaba el cartel del espectáculo previsto para la noche. "Selene, baile y pasión" estaba rotulado sobre la fotografía de una mujer sentada en una silla ajustándose unos zapatos. Bajo el vestido se intuían unas piernas perfectamente torneadas, el fotógrafo había procurado que los juegos de luces y sombras dejaran a la fantasía del espectador el lugar en el que se unían con su cuerpo. Faltaban diez minutos para el comienzo del show, seguramente lo más interesante, además del vino y la comida, de toda la noche.
- Adelante, puede recostarse en el diván si lo desea - indicó el psiquiatra cuando Fernando entró en la consulta - Mucha gente no se encuentra cómoda la primera vez, así que si lo prefiere puede sentarse en aquel sillón, lo importante es que se encuentre relajado.
Entró titubeante por la puerta y cruzó el despacho hasta sentarse en el borde del diván de piel negra. Desde esta posición pudo adivinar la silueta del psiquiátra acercándose al sofá con una libretita y un lápiz. La estancia estaba ténuemente iluminada por una ventana situada detrás de la mesa desde la que minutos antes le había invitado a sentarse. Tenía las persianas entreabiertas y la poca luz que entraba le daba un aspecto cálido y acogedor, en parte por el tono pastel de las paredes y las pocas, aunque bien situadas, plantas que adornaban la habitación. De una de ellas colgaba una reproducción de El Grito de Edward Münch, ese en el que se un hombre grita en un puente sobre un rio, En en la pared opuesta una inmensa estantería repleta de archivadores y libros. En algún lugar había un reloj, su monótono tictac lo delataba pero no era capaz de localizarlo. Se recostó en el diván y la piel crujió al acomodarse. Cerró los ojos y respiró profundamente mientras el doctor se situaba a su lado,
- Cuénteme qué le ha traido a mi consulta - murmuró con un tono de voz neutro mientras abría la hoja del cuadernillo.
Comenzó a acariciar nerviosamente el borde del diván, no sabía de qué modo empezar a contarle todo aquello que le ocupaba el pensamiento desde hacía unas semanas y le corroía por dentro.
- Verá, es esa mujer.... - titubeó - ... me tiene obsesionado y no soy... no soy capaz de pensar en otra cosa que no sea ella... es.. es.. es algo que no me habia ocurrido nunca y me siento tan extraño, tan tan.....
Dos semanas antes había tenido una cena de empresa, de esas que normalmente no puedes rechazar y en las que lo importante es reirle los chistes al jefe y sonreírle al compañero al que odias a muerte, pero que esa noche es tu mejor amigo para que la dirección pueda presumir del buen ambiente que hay en su empresa. Esta vez, como pagaba el gerente decidieron reservar en un restaurante bastante famoso de la ciudad, en el que al tiempo que disfrutabas de la comida tenías un espectáculo en un pequeño escenario.
El menú era bastante bueno aunque las raciones escasas, restaurante sofisticado y platos generosos no son dos características que casen bien hoy en día. Mientras, sus compañeros destacaban los grandes beneficios que reportaría a la empresa la gestión que estaban realizando, y de la que era parte esencial. Se encontraba distraido, jugueteando con la copa de vino blanco viendo como giraba en su interior mientras sus compañeros, los mismos capaces de arrancarle la piel a tiras si pudieran, lo cubrían de falsos halagos. De vez en cuando miraba para ellos, sonreía, asentía con modestia y volvía a sus pensamientos mientras estudiaba el local.
Esa noche no había demasiada gente, un par de parejas a varias mesas de distancia y un hombre en un esquina eran toda la compañía que tenían. En la barra un camarero sacaba brillo por enésima vez en la noche al cromado de una vieja cafetera italiana, de vez en cuando lanzaba una mirada hacia las mesas por si los clientes necesitaban algo y volvía a la cafetera o a ordenar la impresionante colección de botellas de colores que presidían la barra, enmarcando un enorme espejo en el que se reflejaba todo el comedor. De una de las paredes colgaba el cartel del espectáculo previsto para la noche. "Selene, baile y pasión" estaba rotulado sobre la fotografía de una mujer sentada en una silla ajustándose unos zapatos. Bajo el vestido se intuían unas piernas perfectamente torneadas, el fotógrafo había procurado que los juegos de luces y sombras dejaran a la fantasía del espectador el lugar en el que se unían con su cuerpo. Faltaban diez minutos para el comienzo del show, seguramente lo más interesante, además del vino y la comida, de toda la noche.