Dominada por mi alumno

Buuuf, que pasada, había estado unos días sin poder pasar por aquí y esto cada vez estña mejor. Me encanta el relato, como avanza poco a poco.

¡Gracias!
 
Capítulo 19: La historia de Rocío (Parte 2):




- ¿Qué buscabas? – pregunté intrigada.

- La pistola de mi padre.

- ¡Dios mío! – exclamé al comprender las implicaciones de lo que Rocío me decía.

- Me vestí como el Amo me había indicado, sin usar ropa interior, pero mi intención era únicamente lograr que me dejara entrar en su casa.

- ¿Ibas a matarle? – exclamé horrorizada.

- Estaba completamente decidida. O eso creía yo.

Estaba flipando con lo que escuchaba. Aunque, en realidad, tampoco era nada tan extraño. ¿Acaso no había deseado yo misma que Jesús se muriera la noche después de nuestro primer encuentro?

- Me dirigí a la dirección que figuraba en la tarjeta y subí al piso. Jesús me abrió la puerta y, al verle, me quedé paralizada.

- ¿Por qué? – pregunté.

- ¡Porque estaba en pelotas y empalmado, tonta – exclamó Gloria riendo, incapaz de permanecer callada ni un segundo más.

- Exactamente. Cuando le vi, con el pene erecto apuntando hacia mí, con la piel brillante por el sudor… sentí cómo mi vagina se estremecía, mientras un escalofrío me recorría de la cabeza a los pies.

- Ya me imagino – asentí.

- Durante un instante, me olvidé por completo de mis intenciones y me quedé mirando embobada su erección. Entonces escuché la risilla del Amo, lo que me devolvió a la realidad.

  • Vaya, vaya, has tardado un poco más de lo que pensaba. Pensé que vendrías ayer mismo.
  • No… no… - acerté a responder
  • Y bien, ¿has traído tu entrada?
- Comprendí perfectamente a qué se refería, así que lentamente, me subí la falda para que pudiera verificar que iba sin bragas. Lo hice con cuidado, pues llevaba la pistola a mi espalda, metida en la cinturilla de la falda, no fuera a ser que se cayese.

- Jesús, al comprobar que llevaba el coño al aire, sonrió y la hizo pasar – continuó Gloria, necesitada de hablar – Yo, que no quería que me pillaran espiando, corrí a la cama y me eché encima de un salto. Pocos segundos después, entró en el cuarto Jesús, aún con su empalmada en ristre, seguido por esta guarrilla, con una cara de acojone que daba risa.

- Era normal – intervine –teniendo en cuenta lo que pensaba hacer…

- Sí, supongo – coincidió mi alumna – Pues bien, Jesús se tumbó a mi lado y empezó a acariciarme las tetas. Me empujó un poco para que quedara de espaldas a él, estando los dos de costado y empezó a frotarme la polla por mi rajita desde atrás, lo que me hizo abrir las piernas, loca porque continuase con la faena, pero entonces…

- Jesús me indicó que me desnudara – siguió Rocío – Durante un segundo estuve tentada de obedecerle, pero logré reunir valor suficiente y saqué la pistola apuntándoles a ambos.

- Lo de valor suficiente es un decir - interrumpió Gloria - Porque las manos le temblaban tanto que, aunque estaba a menos de un metro de nosotros, no creo que nos hubiera acertado a ninguno.

- ¿No te dio miedo? – pregunté dirigiéndome a Gloria.

- ¿Estás de coña? – exclamó ésta - ¡Casi me cago encima del colchón! De no ser porque Jesús me agarró con fuerza, impidiéndome levantarme, hubiera quedado una silueta de mí atravesando la puerta de la casa…

- Yo también estaba asustadísima… No comprendo cómo se me ocurrió hacer aquello – susurró Rocío.

Estuve a punto de decirle que la comprendía, pero me lo pensé mejor y callé, no fuera a ser que alguna le contara a Jesús que yo también había pensado en cargármelo.

- Pues ni te cuento yo. En mi vida me habían apuntado con un arma. Y espero que esa fuese la última vez…

- Ya me imagino – coincidí.

- Estaba aterrorizada – siguió Rocío – A esas alturas no sé si pretendía hacerle daño de verdad, creo que realmente no me hubiese atrevido a apretar el gatillo, pero al menos quería darle un susto de muerte al Amo, vengarme y humillarle… hacerle suplicar por su vida, porque sentía que eso me ayudaría a recuperar el control de la mía pero…

- Pero, ¿qué? – pregunté al ver que Rocío detenía la narración.

- No conseguí nada – concluyó.

- ¿Por qué no?

- Porque el Amo no se amilanó lo más mínimo.

  • Vaya, así que has decidido acabar conmigo para vengarte – me dijo tranquilamente.
  • ¡Sí, cabrón, voy a volarte las pelotas! – respondí, enfadada sobre todo porque él no se mostrara asustado.
  • Pues vale, si es lo que quieres hacer…
  • ¿Q… qué?- balbuceé sin podérmelo creer.
- Yo tampoco podía creérmelo – interrumpió Gloria.

  • Que si es lo que quieres hacer… no puedo hacer nada para impedírtelo. Estoy tumbado en la cama y tú estás de pié con un arma. Si intento quitártela me volarás la cabeza, así que no puedo hacer nada. Si estás decidida a ir a la cárcel, adelante, dispara.
  • ¡Voy a hacerlo! – grité reuniendo los pocos arrestos que me quedaban.
  • Pues hazlo. Pero antes quiero pedirte dos pequeños favores.
  • ¿Có… cómo? – murmuré.
  • Que me concedas dos favores antes de matarme. Ya sabes, la última voluntad del condenado.
  • Ha… habla – tartamudeé.
  • Primero, que no le hagas daño Gloria. Ella no tuvo la culpa de lo que pasó y no podría haber hecho nada para impedirlo. Además, si yo se lo ordeno no testificará en tu contra en el juicio así que no tendrás que preocuparte.
- ¡Cuánto quise a Jesús en ese momento! Casi me echo a llorar – exclamó Gloria, incapaz de contenerse.

  • Y… ¿y el otro...? – susurré.
  • Que me dejes terminar el polvo que estaba echando. No quisiera morirme empalmado sin haberme corrido.
- No podía creérmelo. La desfachatez del Amo me dejaba anonadada. Nada estaba saliendo como yo había planeado.

  • Quien calla otorga – dijo el Amo al ver que yo me había quedado con la boca abierta.
- Y ni corto ni perezoso me endiñó un cipotazo desde atrás. Yo no me lo esperaba para nada, pues no podía creerme que se dedicara a follarme tranquilamente mientras una loca nos apuntaba con una pistola, pero, cuando quise darme cuenta, ya la tenía enterrada hasta el fondo y me estaba propinando sus formidables culetazos en el coño.

- Me quedé atónita al ver cómo empezaba a tener sexo con el Ama Gloria ignorándome por completo. Yo miraba estúpidamente la pistola, como queriendo asegurarme de que realmente estaba allí…

- Y Jesús, importándole todo un bledo, siguió folla que te folla, sujetándome bien fuerte, no fuera a ser que me diera por salir cagando leches de allí.

- ¿Y te hubieras escapado dejándole allí? – pregunté.

- ¡Ay, cariño! ¡En cuanto me la metió se me fueron de la cabeza todas las ideas de fuga! ¡No sé si fue porque aquel podía ser su último polvo, pero lo cierto es que me aplicó un tratamiento de primera categoría.

- Madre mía – dije sin saber si reír o llorar.

- Jesús siguió martilleándome el coño a lo bestia. Cuando se hartó de la posición me cogió por la cintura y, sin sacármela, me puso a cuatro patas y siguió follándome de rodillas desde atrás. Me penetraba con violencia, con empellones secos y certeros, que me hacían ver las estrellas. Me corrí a lo bestia, escuchando cómo su polla chapoteaba en mi inundado coño.

- ¡Es verdad! – exclamó Rocío - ¡Aquel sonido! El ruido que hacía su pene al clavarse me estaba volviendo loca. Me sentía caliente, no podía pensar con claridad. Mis ojos estaban fijos en el pene del Amo, viendo cómo se hundía una y otra vez en Ama Gloria… y yo solamente deseaba ocupar su lugar….

  • Déjate ya de tonterías y únete a nosotros. Desnúdate de una puta vez – me ordenó el Amo de repente.
- Y obedecí. Como un autómata dejé caer la pistola sobre la alfombra. Con rapidez, me despojé del jersey, la minifalda y los zapatos y me subí a la cama donde el Amo seguía hundiéndose una y otra vez en ella – dijo Rocío apretando levemente sobre los hombros de Gloria – Me acerqué al rostro del Amo e intenté besarle, pero él apartó la cara, poco dispuesto a perdonarme.

  • ¿Quieres besarme? – siseó - ¿Crees que voy a besar a una furcia que ha intentado matarme? ¡Aún te queda mucho antes de que te permita algo semejante!
  • Jesús, yo… - balbuceé confundida.
  • ¡Nada de Jesús, zorra! ¡Para ti soy, ahora y para siempre tu AMO!
  • Sí, Amo, lo que usted diga – asentí.
  • Y si quieres besar algo de mí, puedes empezar por ¡MI CULO!
- Entendí perfectamente lo que el Amo me pedía. Ya lo había hecho antes con otros chicos. Me arrodillé detrás de él y le separé las nalgas con mis temblorosas manos, hundiendo mi cara en medio. Enseguida, empecé a estimular su ano con mi lengua, chupándolo con ardor y tratando de llegar cada vez más adentro.

- Aquello le gustó mucho a Jesús, pues empezó a jadear y a gemir de placer y redobló sus esfuerzos en mi coño. Yo se lo agradecí con un nuevo orgasmo, que me dejó ya medio desmayada y sin fuerzas, aunque a él le dio igual pues siguió follándome con las mismas ganas.

  • ¡Límpiamelo bien, puerca! – gritó Jesús - ¡Que esta mañana he cagado un montón y no me he limpiado!
- ¿En serio? – exclamé incrédula.

- ¡Bah! – dijo Gloria – era una mentira para humillar a Rocío. ¿No te has dado cuenta de que Jesús es muy limpio?

- Sí, era mentira – dijo Rocío – Y yo lo sabía, pero me encendió el que me insultara. Tenía la vagina empapada….

- Jesús te calibró bien, ¿eh guarrilla? – rió Gloria.

- Sí. El leyó a través de mí y comprendió mis auténticos deseos…

Las miré un par de segundos, atónita y alucinada por lo que me estaban contando. Aunque, en el fondo, lo que pensaba es que me hubiera gustado estar en su lugar.

- Cuando Jesús notó que iba a correrse me la sacó del coño y apartó a Rocío de un empujón, dejándola tumbada sobre el colchón. De rodillas acercó su polla hasta la cara de esta guarra y se la metió en la boca hasta la garganta.

- Casi me ahogo de la impresión, su pene se abrió paso sin compasión entre mis labios y se deslizó por mi garganta. No pude soportar las arcadas y traté de apartarme, pero el me sujetó con fuerza, manteniendo mi cara apretada contra su ingle.

- Y se corrió, claro – aseveré de forma totalmente innecesaria.

- ¡Y tanto que lo hizo! – rió Gloria - ¡Esta golfa no podía con tanta leche y gemía y lloraba tratando de escapar de Jesús, pero él se mantenía firme vaciando las pelotas en su garganta!

- Comprendí que lo único que podía hacer era tragármelo todo – siguió Rocío con entusiasmo – aunque no podía con tanto semen y parte se escapaba por la comisura de mis labios, pues tenía toda la boca llena. Cuando el Amo estuvo satisfecho, me empujó a un lado y yo caí sobre el colchón, escupiendo sobre la alfombra gruesos pegotes de semen.

- Me dio hasta pena verla así, pero ni se me pasó por la cabeza protestar, no fuera a ser que me hicieran a mí lo mismo – dijo Gloria.

  • Vamos, venid conmigo, que estoy todo sudado y quiero ducharme – ordenó Jesús.
- En cuanto salió del dormitorio ayudé a Rocío a levantarse. Tenía miedo de que se cabreara otra vez y cogiera de nuevo el arma, pues Jesús había pasado olímpicamente de ella y la había dejado allí tirada.

- Pero a mí ni se me pasó por la imaginación hacer algo semejante. Sólo quería ir detrás del Amo y hacer lo que me ordenara, para ver si así recibía un premio como el Ama Gloria.

- Le seguimos al baño y nos metimos todos en la bañera, donde las dos nos dedicamos a lavar el cuerpo de Jesús.

- Sí, ya sé cómo va eso – dije.

- Lo que le hacíamos debía de gustarle, pues poco a poco la polla fue poniéndosele morcillona. Entonces nos ordenó que se la chupáramos. Ni cortas ni perezosas nos arrodillamos frente a él y procedimos a asearle el falo con nuestras lenguas, mientras éste crecía cada vez más.

- Cuando estuvo bien duro – siguió Rocío – el Amo me obligó a darme la vuelta y a ofrecerle mi culo.

- Con la habilidad que le caracteriza en estos menesteres, Jesús se la colocó en el culo y se la clavó hasta el fondo, mientras Rocío gritaba como si le rompieran el alma.

- Es que me dolió mucho, Ama Gloria, yo no esperaba que me sodomizaran con tanta fuerza, sino que pensaba que el Amo iba a usar mi vagina.

- Sea como fuere, los gritos de esta golfa molestaron a Jesús.

  • Tápale la boca a esta puta, Gloria – me ordenó.
- Y claro, yo se la tapé con lo que más tenía a mano.

- Déjame que lo adivine – la interrumpí riendo – Le pusiste el coño en la boca.

- ¡Toma, claro! ¡Y la verdad es que me lo comió bien comido! ¡Desde luego no era su primera vez.

- No, no lo era. Como mi Amo me ordenaba que le diera placer al Ama Gloria, yo me dediqué a ello con ahínco, mientras sentía cómo el pene del Amo se hundía una y otra vez en mi trasero. Poco a poco el dolor fue menguando y enseguida me encontré disfrutando al máximo.

- ¡Digo! ¡No veas cómo gemía y aullaba contra mi coño! ¡Había hasta eco! – exclamó Gloria.

- Eso es mérito suyo - retrucó Rocío haciéndonos reír a la tres.

- Jesús siguió dale que te pego en el culo de ésta hasta que se hartó y se la clavó en el coño.

- ¡Oh, fue maravilloso cuando la verga del Amo se deslizó en mi vagina! ¡Me sentí tan feliz que llegué al orgasmo!

- Y yo también. Cuando esta guarra se corrió me chupó el coño con tantas ganas que yo también me corrí.

- Por desgracia el Amo también estaba a punto y llegó al clímax enseguida, pues por mí hubiéramos seguido así para siempre. Su semen inundó mi vientre como antes había hecho en mi boca y me sentí feliz y satisfecha.

  • Será mejor que empieces a tomar la píldora si es que no lo haces ya – me dijo el Amo mientras se retiraba de mi interior – Aunque la verdad es que me importa una mierda si lo haces o no.
  • Sí, que lo hago… Amo – respondí.
  • Pues vale.
- Dicho esto terminó de enjuagarse y salió de la bañera con una toalla.

  • ¡Recoged esta pocilga! – nos gritó.
- Obviamente, ambas obedecimos rápidamente – dijo Rocío.

- Y tanto. El resto del fin de semana fue más o menos igual. Jesús nos hizo estar desnudas a todas horas y nos usaba cómo y cuando quería – dijo Gloria.

- Sí. Yo estaba deseando en todo momento que el Amo viniera y se encargara de mí.

- Supongo que por la novedad, Jesús se folló a esta guarra más veces que a mí ese fin de semana.

- Lo siento mucho, Ama – dijo Rocío, de nuevo compungida.

- ¡Bah! No fue culpa tuya. Además, yo también tuve mi ración, pues Jesús me dijo que podía ordenarle a Rocío lo que me diera la gana.

- Y tú le pediste el tratamiento completo, claro – dije sonriendo.

- El completo… varias veces. Y el completísimo… Unas cuantas también – respondió Gloria sonriendo a su vez.

- El Amo me usó como quiso, lo que me llenó de felicidad. Por ejemplo, esa noche televisaron el partido de su equipo y el Amo me hizo chupársela mientras veía el partido.

- ¡Seguro que se corrió cuando marcaron un gol! – reí.

- Bueno, la verdad es que primero marcaron los del otro equipo. El Amo se enfadó y dijo que era culpa mía, por no chupársela bien, por lo que me dio unos azotes.

- ¿Que era culpa tuya? – exclamé sorprendida.

- Era solamente una forma de marcar territorio – intervino Gloria – Aunque el culo se lo dejó como un tomate.

- No me importó. Me había portado muy mal con el Amo… le había amenazado con un arma… me merecía el castigo – dijo Rocío con la mirada baja.

- Esa noche yo dormí con Jesús en la cama – dijo Gloria – Y ésta tuvo que dormir en la alfombra… con el consolador negro otra vez metido en el coño…

- ¿En serio? – exclamé atónita - ¿Te ató otra vez?

- No, no – dijo Rocío meneando la cabeza – Sólo me hizo dormir con el dildo alojado en mi interior. Y ni siquiera fue entero…

- ¿Y por qué hizo eso?

- Para que aprendiera cual era mi lugar.

Las tres nos quedamos calladas. Rocío se mostraba ahora un tanto cohibida, como si se avergonzara ahora de todo lo que me había contado.

- El domingo por la noche regresó Esther a la casa. Jesús sabía que su padre no vendría, así que nos quedamos con él las tres – dijo Gloria – Entonces nos indicó a su madrastra y a mí que, a partir de entonces, Rocío sería una más del grupo y que cualquiera de nosotras podría ordenarle lo que le viniera en gana, pues tendría que obedecernos como si se tratara de él.

- A mí no me importó en absoluto – siguió Rocío – Pues lo único en que podía pensar era en que Jesús volviera a usarme como le complaciera.

- Y entonces instauró lo de los rangos – intervine.

- ¡No, no! Eso fue mucho después. En ese momento éramos sólo tres y, aunque Esther y yo no nos llevábamos muy bien, todavía no era necesario nada semejante, pues Jesús se las apañaba para tenernos controladas. Esther me veía como algo parecido a la novia de Jesús, por lo que se sentía celosa y me incordiaba todo lo que podía, pero Rocío… no era una amenaza para nadie, pues lo único que quería era que le mandáramos cosas.

- Sí, así descubrí mi verdadera naturaleza – dijo la chica.

- ¡Joder! – exclamé - ¡Menuda historia! ¡Y yo que pensaba que lo mío había sido fuerte! ¡No sé si habría podido soportar lo que te pasó a ti!

- Oh, sí que lo hubieras hecho… - dijo Rocío mirándome enigmáticamente.

Un nuevo silencio sepulcral se apoderó de la sala del jacuzzi.

- Pero no te creas que todo fueron cosas malas para nuestra Rocío, ¿verdad, nena? – dijo Gloria.

- No, por supuesto que no – respondió la aludida.

- Sí, ya lo pillo – intervine yo – Lo que a ella le gusta es ser humillada y maltratada por todos, así que se lo pasa muy bien con todo esto.

- ¡No sólo me refiero a eso! – exclamó Gloria - ¡Hablo de cambios en su vida!

- ¿En su vida? – pregunté extrañada.

- ¡Claro! – exclamó Gloria – A partir de ese instante, Jesús la apartó de esa pandilla de macarras que abusaban de ella.

- Para abusar de ella él mismo – pensé en silencio.

- Se acabaron los trapicheos de drogas, las peleas y los follones. Como se veía que Rocío no valía para estudiar bachillerato, le consiguió plaza en una academia de estética. ¡Y lo pagó todo de su bolsillo!

- ¿En serio? – exclamé sorprendida.

- ¡Y tanto! Entre los tres buscamos cual podría ser la vocación de Rocío y descubrimos que era muy buena con los masajes, así que la metimos en el cursillo y ya lleva casi un año trabajando aquí. Le va muy bien, folla cuanto quiere y gana un buen dinero ¿verdad, golfilla?

- Es cierto. Además, desde mi posición puedo colaborar para que las el Amo y las otras siervas puedan disfrutar de estas instalaciones – dijo la chica.

- ¿Y no pueden pillarte? – pregunté.

- No lo creo. Tengo mucho cuidado. Pero, si pasara algo… mantengo una relación con el encargado del centro y estoy segura de que podría evitar el castigo.

- Eso es por todo lo que le haces, guarrilla… - bromeó Gloria salpicando con agua a Rocío.

- Y eso… ¿te lo ordenó Jesús? – indagué.

- ¡Oh, no! El Amo nos permite a todas mantener relaciones con quien queramos, siempre que estemos listas en cualquier momento para que él pueda usarnos. Martín es simplemente… algo así como un novio.

- ¿Y disfrutas con él? – pregunté mirando fijamente a Rocío.

- Ni la milésima parte que con el Amo – respondió ella sin dudar un segundo – Aunque me temo que eso mismo me pasaría con cualquier hombre que no fuera él.

Eso mismo me temía yo.

Rocío tuvo que marcharse a seguir con sus quehaceres, pues se había hecho tarde y ya no íbamos a tener tiempo de aplicarnos los tratamientos de belleza, así que ella se reincorporó al trabajo.

Gloria y yo seguimos charlando un rato más, especialmente sobre Rocío y su particular relación con el grupo, hasta que el pellejo empezó a ponérsenos como los garbanzos en remojo.

Así me enteré de que Jesús se enfrentó con un par de macarras de la pandilla de Rocío, que no se resignaban a quedarse sin su juguete favorito, pero por lo visto eran unos mierdas y no se atrevieron con él.

Rocío, además, descubrió así quienes eran sus auténticos amigos dentro de su grupo y quienes se juntaban con ella para aprovecharse, con lo que consolidó una fuerte amistad con un par de chicas, a las que ella misma ayudó a salir de esos ambientes tan feos.

Aquello me dejó mucho más tranquila, pues el relato de la historia de Rocío había hecho que me formara una imagen de un Jesús despótico y sin sentimientos y eso era algo que no acababa de gustarme.

Pero al final comprendí que no era así, sino que Jesús, simplemente, nos daba a cada una lo que necesitábamos.

Hartas de estar en remojo salimos del jacuzzi y nos pusimos los albornoces. No hizo falta llamar a nadie para salir de allí, pues Gloria se conocía las instalaciones como la palma de la mano y me llevó sin problemas al cuarto donde estaba mi ropa.

Tras vestirnos, nos reunimos de nuevo en el hall y allí rellené el formulario para darme de alta como socia, que entregamos a la recepcionista. Justo cuando nos marchábamos, Rocío apareció para despedirse y Gloria, sorprendiéndome, le dio dos cariñosos besos en las mejillas. Yo la imité.

- De vez en cuando agradece una pequeña muestra de cariño – me susurró mientras nos marchábamos.

Gloria me cayó todavía mejor después de eso.

……………………………………

Cuando llegamos al bloque era bastante tarde, casi la hora de cenar. Nos montamos juntas en el ascensor y Gloria se despidió de mí en el cuarto, quedando en venir a recogerme por la mañana para ir juntas al colegio. Aunque no tan temprano como ese día.

- Y tranquila, que mañana no hay que masturbar a ningún conserje – me dijo sonriendo mientras se cerraba la puerta del ascensor.

Mi encantador novio me esperaba con la cena preparada, cosa que le agradecí enormemente. Como estaba hambrienta, prácticamente devoré la comida. Como estaba cachonda, prácticamente devoré su polla cuando nos fuimos al dormitorio.

Fue una noche de sexo genial. Pero me dormí algo insatisfecha, pues ese día no había estado con mi Amo Jesús.

A veces parece mentira cómo los problemas se solucionan por si solos. Estaba preocupada por cómo justificar ante Mario mi ausencia la semana siguiente para el cumpleaños de Jesús (porque estaba segura de que esa noche volvería tarde a casa) cuando él, mientras desayunábamos el martes por la mañana, me anunció que le habían cambiado los destinos y que al final tendría que marcharse el sábado, teniendo que pegarse por lo menos una semana en ruta.

En ese preciso instante afloró mi lado más hipócrita, pues mientras me lamentaba en voz alta por tenerle otra vez lejos tanto tiempo, por dentro me sentía contenta y aliviada. Un problema menos.

Tras acabar de desayunar me vestí a toda prisa, pues Gloria debía estar a punto de llegar. Precisa como un reloj, en cuanto estuve lista pegaron al timbre, con lo que sólo tuve que detenerme un segundo para despedirme de Mario antes de reunirme con mi alumna.

Supongo que Mario estaba un poco extrañado porque me dedicara ahora a llevar a mi vecina al instituto, pero si era así no comentó nada.

Gloria me saludó con su sonrisilla maliciosa mientras trataba de echar un vistazo dentro de mi piso, intentando atisbar a Mario. Me daba igual.

Interiormente, esa mañana me sentía muy inquieta y nerviosa. Mientras me vestía, le había estado dando vueltas al coco para determinar la causa de mi nerviosismo, hasta que llegué a la simple conclusión de que todo se debía a que, el día anterior, no había recibido las atenciones de mi Amo.

Sentí incluso un ramalazo de celos al recordar que Jesús había pasado la noche con Kimiko, la dulce japonesa que había conocido por la tarde.

Y lo que era peor, como los martes no tenía clase con el grupo de Novoa, era muy probable que ese día también trascurriera sin que mi Amo viniera a ocuparse de mí. Menuda mierda.

Pero, como he dicho al principio, a veces los problemas se solucionan solos.
 
Capítulo 20: Vuelta a clase:




Gloria y yo llamamos al ascensor y entramos en cuanto las puertas se abrieron. Usé la llave para dirigirnos al sótano a por mi coche, pero, tras ponerse en marcha, el ascensor se detuvo en la planta sexta, pues algún vecino lo había llamado también.

Las puertas se abrieron y una sonrisa maquiavélica se dibujó en mi rostro cuando comprobé que el vecino que subía al ascensor era el quinceañero al que Jesús le regaló el espectáculo de mis tetas y mi coño unos días atrás.

Inmediatamente, mi cerebro recordó las instrucciones de mi Amo para cuando volviera a encontrarme con el chico. Sabía que no era preciso actuar en ese momento, pues Jesús me había ordenado hacerle un regalito cuando estuviésemos a solas y no era el caso, pero mi calenturienta mente imaginó que, si montaba un pequeño numerito, Gloria se lo contaría sin falta a Jesús durante sus clases, con lo que era posible que el Amo se animara a hacerme una visita.

- ¡Hola, Héctor! – saludó Gloria a nuestro vecino, sin imaginarse los pensamientos que poblaban mi mente.

Héctor (que así se llamaba el chico, aunque yo lo ignoraba hasta hacía 5 segundos) se había quedado petrificado al verme, con un pie dentro del ascensor y el otro fuera.

Gloria, extrañada por su actitud, me miró tratando de averiguar qué pasaba, encontrándose con la sonrisa lobuna de mi rostro.

- Vamos, Hector, pasa – dije suavemente mientras agarraba al chico de la pechera y le atraía lentamente al interior del ascensor – Que no tenemos todo el día.

Gloria me miraba con expresión divertida, mientras las piezas comenzaban a encajar en su cabeza. Imaginando por dónde iban los tiros, la chica no dijo nada y me dejó a mi aire.

- Eres un poquito maleducado, Héctor – continué con el mismo tono suave – Ni siquiera nos has dado los buenos días.

- Bu… buenos días – balbuceó el joven, reaccionando por fin.

- Así me gusta, que seas amable – continué, mientras mi dedo jugueteaba en su camiseta – Porque, si eres amable, la gente tiende a comportarse de igual modo contigo…

El pobre chico no sabía qué decir, mientras Gloria nos observaba sonriente a ambos.

- Por cierto, ¿te gustó el regalito del otro día? – pregunté.

Héctor asintió tan vigorosamente con la cabeza que me hizo reír.

- ¿Y no te gustaría que te hiciera otro?

- Cla… claro – respondió el chico con un brillo de ilusión en los ojos.

- Pues sólo tienes que pedirlo con amabilidad – respondí.

- ¿Có… cómo?

- Que me lo pidas y a lo mejor te llevas una sorpresa…

Héctor me contempló en silencio un par de segundos, sopesando si lo que le había dicho era verdad. El chico, alucinado, no podía creerse lo que le estaba pasando y no atinaba a decir ni pío.

En ese instante, el ascensor llegó hasta el parking, adonde se había dirigido directamente, pues Héctor se había olvidado de pulsar el botón de la planta baja cuando se encontró con nosotras en el ascensor.

Las puertas empezaron a abrirse y yo, encogiéndome de hombros, tensé un poquito más la cuerda.

- Bueno, pues si no quieres nada… - dije haciendo ademán de salir.

- ¡No! – exclamó el chico reaccionando por fin.

- ¿Qué pasa? ¿Quieres algo? – pregunté juguetona.

- ¡SI!

- ¿El qué, si puede saberse?

- Tus tetas… - susurró en voz muy baja.

- ¿Cómo? – dije haciéndome la sorda – No te entiendo…

- ¡TUS TETAS! ¡ENSÉÑAMELAS, POR FAVOR! – aulló el muchacho, reuniendo por fin el valor suficiente.

- ¿Y no prefieres tocarlas? – concluí yo.

Mientras decía esto último, así a Héctor de una de sus muñecas y arrastré su mano hasta mis senos. Inmediatamente, el chico se apoderó de mi teta izquierda y empezó a estrujarla por encima de la ropa.

Aunque yo no le había dicho nada, Héctor se apoderó de mi otra teta con su mano libre y enseguida me encontré con la cara del mocoso frotándose contra mis pechos mientras éstos eran pellizcados y acariciados con fuerza y muy poca habilidad.

El chico, con el ardor de la juventud, me había empujado hacia atrás hasta que quedé atrapada entre él y la pared del ascensor. Un poco preocupada, pues sabía que me iba a costar librarme de aquel cachorro en celo, le hice un gesto a Gloria para que cerrara las puertas del ascensor, no fuera a ser que algún vecino viniera por el sótano.

Gloria, entendiéndome perfectamente, pulsó el botón y mantuvo el de detención apretado, para que nadie pudiera llamar el ascensor, mientras a duras penas aguantaba la risa por lo que estaba sucediendo.

Yo, como podía, defendía mis prietas carnes de las insidiosas manos del macaco, que había empezado a sobar ciertas partes para las que no tenía permiso.

- Héctor, ya basta – siseé, tratando de librarme sin éxito de su acoso.

Cuando me quise dar cuenta, noté cómo el chico apretaba su durísima entrepierna contra mi muslo, lo que me proporcionó una escapatoria.

Sabedora, a juzgar por la torpeza de sus caricias, que la experiencia del muchacho con mujeres debía de ser nula hasta la fecha, me aproveché de ello para incrementar su excitación, simplemente frotando enérgicamente mi muslo contra su erección.

Logré mi objetivo en menos de cinco segundos.

- ¡AAAAAAHHHHH! – gimió el chaval mientras aflojaba su presa.

Aprovechando que las juveniles fuerzas estaban concentradas en un punto muy concreto de su anatomía, conseguí librarme por fin del lujurioso abrazo.

Héctor, supongo que un poco mareado, cayó sentado de culo en el suelo del ascensor, con una reveladora mancha extendiéndose por la entrepierna de sus pantalones, lo que mostraba muy a las claras lo que había sucedido en el interior de sus calzoncillos.

- Héctor – le reconvine con tono severo – Que sepas que siendo tan violento no vas a conseguir nada de las mujeres.

Aunque interiormente pensaba que, a lo mejor no le iba tan mal, a tenor de mis más recientes experiencias.

- Lo… lo siento – balbuceó él.

- Por esta vez te perdono – dije deseando largarme de allí de una vez – Pero, si quieres que sigamos con estos jueguecitos tendrás que cumplir dos condiciones:

- ¿Cuáles? – exclamó el chico, ilusionado por la perspectiva de que aquel no hubiera sido nuestro último encuentro.

- La primera… no debes hablarle a nadie de esto, ¿está claro?

- Clarísimo.

- Y la segunda, es que debes obedecerme en todo lo que te diga. Yo no te he dado permiso para que me metieras mano, ni para frotarme la polla contra la pierna. Parecías un puto perro en celo – dije un tanto enfadada.

- Lo siento – respondió él bajando la mirada, avergonzado.

Lo encontré monísimo.

- Y ahora vete a tu casa y cámbiate de pantalones – le dije sonriendo.

Gloria y yo abandonamos el ascensor, conmigo componiendo mi ropa lo mejor posible mientras la joven se carcajeaba a mi costa durante todo el trayecto hasta el coche. No paró hasta varios minutos después, cuando, ya montadas en el auto, nos dirigíamos hacia el instituto.

- ¿Y cómo se te ha ocurrido semejante cosa? – dijo limpiándose los llorosos ojos con un pañuelo.

- ¿Tú qué crees? – repliqué un poco mosqueada – Órdenes de Jesús.

- Comprendo.

Durante el resto del trayecto le conté nuestro encuentro con el vecino días atrás, cuando Jesús vino a mi piso.

- A Jesús va a encantarle todo esto cuando se lo cuente – me dijo Gloria cuando acabé de narrarle la anécdota – Seguro que se ríe un montón.

Ahí estaba. Sonreí mentalmente al ver que Gloria iba a hacer precisamente lo que yo quería: contárselo a Jesús en clase. Aunque eso sí, yo esperaba que no se riera precisamente…

Cuando llegamos al insti (con la hora justa, pues el incidente con Héctor nos había retrasado) nos despedimos y nos dirigimos cada una a su clase. Al haber actualizado las actas el lunes por la mañana, ya podía dar las notas de los exámenes de recuperación, así que las clases matutinas las dediqué a repasar los ejercicios del examen y a dar las calificaciones.

Como sólo hubo unos pocos alumnos disconformes con su nota, no fue preciso organizar una hora de revisión de examen, sino que pudimos hacerlo directamente en horario lectivo: mejor para mí, menos horas extra.

La mañana fue agotadora, pero eso sí, pasó volando. Fue tan intensa, que apenas tuve tiempo de pensar en si mi plan para atraer a Jesús habría tenido éxito o no. Aunque, interiormente, mi cuerpo estaba en llamas.

Cuando sonó el timbre que marcaba el final de la jornada escolar mi corazón se puso a latir descontrolado. ¿Habría funcionado? ¿Lograrían las palabras de Gloria despertar el deseo en mi Amo? ¿Vendría a saciarlo con mi cuerpo?

Haciéndome la remolona, tardé una eternidad en recoger mis papeles, tratando de retrasar el momento de abandonar el centro, rezando para que mi Amo se dignara en venir a buscarme. La tentación de ir yo en su busca era irresistible y sólo me detenía el saber que a él no le gustaría que fuera a suplicarle que me follara: lo que le gustaba era disponer de mí cuando a ÉL le apetecía.

Y por fortuna le apeteció.

Noté su presencia antes incluso de verle. El corazón se me iba a salir por la boca. Temblorosa, alcé la mirada y tropecé con su sonrisa socarrona que me contemplaba desde la puerta del aula, ignorando por completo al resto de alumnos que pasaban a su lado para irse a sus casas.

Ruborizada, aparté la vista y seguí recogiendo los papeles, mientras interiormente daba gritos de júbilo al saber que pronto estaría llena con la polla de mi Amo. El coño me ardía intensamente y pude percibir cómo mis jugos hervían en su interior.

Con una fuerza de voluntad inmensa, conseguí mantener la mirada fija en el pupitre, intentando en vano que Jesús no percibiera lo intensamente que le deseaba.

Por fin, cuando los últimos alumnos abandonaban la clase, Jesús se puso en marcha y caminó hacia mí. Yo seguía con la vista clavada en el pupitre, pero pude sentir perfectamente sus firmes pasos acercándose, inconfundibles a pesar de que el instituto literalmente bullía de actividad.

- Me han contado que hoy te has portado muy bien, putilla – me dijo estremeciendo hasta la última fibra de mi ser.

- Gra… gracias Amo – balbuceé como si la quinceañera en celo fuese esta vez yo.

- Y eso merece una recompensa…

¡Olé mi coño! ¡Lo había conseguido! ¡Menuda manipuladora estaba hecha!

El corazón me latía desaforado, expectante por ver lo que mi Amo iba a hacer conmigo.

- Cierra la puerta – siseó.

Como una centella, corrí hacia la puerta del aula y la cerré de un portazo, importándome un comino si alguien se daba cuenta de que me había encerrado en el aula con un alumno.

Loca de deseo, me abalancé hacia Jesús y traté de besarle, pero él, con rudeza, me apartó de un empellón, provocando que mi espalda chocara con la pizarra.

Sin decir palabra, se acercó a mí y, de un tirón, me subió el jersey hasta el cuello dejando mis domingas al aire. Con fuerza y lujuria, hundió el rostro entre ellas y comenzó a amasarlas y estrujarlas en un remedo del comportamiento de Héctor en el ascensor, sólo que, sus caricias sí que me enardecían y excitaban.

Cuando quise darme cuenta, las copas de mi sujetador habían sido bajadas, con lo que mis senos desnudos eran chupados y manoseados a placer.

- ¿Era así cómo te sobaba las tetas, puta? – siseaba Jesús - ¿Era así?

- No, Amo… no hay comparación….

Loca de deseo, mis manos se hundieron en los cabellos de Jesús y se deslizaron entre su pelo, acariciándole y estrechándole contra mí para sentirle con mayor intensidad. Excitada a más no poder, deslicé una mano hacia abajo y agarré firmemente su durísima erección por encima del pantalón, sintiendo una inmensa felicidad al saber que aquello estaba así de duro por mí.

Con un gruñido, Jesús apretó su pelvis todavía más contra mí, permitiendo que mi inquieta mano abriera su cremallera y sacara al aire al espléndido prisionero. Sintiendo su intenso calor en mi palma, lo pajeé con fuerza, provocando que el amoratado glande surgiera orgulloso.

Pero ambos queríamos otra cosa, por lo que, cuando Jesús apartó mi mano de su polla, no me resistí.

Con cierta violencia, Jesús me subió la falda hasta la cintura, donde la dejó enrollada. Durante unos instantes, apretó su dureza contra mi entrepierna, provocando que mi vagina chorreara de deseo.

Sin perder tiempo en más preliminares y sin molestarse siquiera en bajarme las bragas, Jesús apartó el tanguita a un lado, lo suficiente para dejar expuesta mi empapada intimidad.

Con un gesto seco y hábil, Jesús me la clavó de un tirón llegándome hasta las entrañas. Obnubilada por el placer que me inundó, a duras penas acerté a morderme el puño apretado, en un intento de ahogar los gritos que pugnaban por escapar de mi garganta.

Agarrándome por los muslos, Jesús levantó mi cuerpo en vilo y comenzó a follarme contra la pizarra. Al no tener los pies apoyados contra el suelo, estos colgaban inertes a los lados de Jesús, agitándose violentamente al ritmo que marcaba su follada.

El éxtasis inundó mi cuerpo, obligándome a enterrar el rostro contra el cuello de mi Amo, para evitar que mis aullidos de placer atrajeran a toda la gente del colegio.

Convertido de nuevo en una máquina de percutir, Jesús siguió dándome pollazos en el coño, estrellándome una y otra vez contra la pizarra, amenazando con derribar toda la pared e invadir el aula vecina.

Jesús siguió martilleándome varios minutos, sin desfallecer ni flaquear a pesar de mantener mi cuerpo levantado a pulso. Yo lloraba de placer contra su cuello, feliz porque mi Amo estuviera allí conmigo. Feliz porque hiciera con mi cuerpo lo que le apetecía.

Cuando Jesús se corrió, estrujó mi cuerpo con tanta fuerza contra la pizarra que pensé que iba a aplastarme. Su semen inundó mi interior con fuerza, llenando mi vagina por completo, deslizándose por mi interior hasta mis entrañas.

Una vez satisfecho, Jesús dejó mis pies de nuevo en el suelo y se retiró de mi interior. Al hacerlo, un grueso pegote de semen brotó de mi coño y se estrelló en el suelo, entre mis pies.

- Límpiamela – me ordenó.

Obediente, me arrodillé ante él y procedí a chupar su falo con deleite, eliminando todo rastro de semen y de mis propios flujos. Cuando estuvo satisfecho, el mismo Jesús apartó su verga de mis hambrientos labios y se la guardó en el pantalón, aunque yo con gusto hubiera seguido chupando para devolverle su vigor y obtener así una nueva racioncita de nabo.

- Deberías ir a lavarte – me dijo con voz suave – Te has puesto perdida de tiza.

Al mirar la pizarra, comprendí a qué se refería. Como el encerado estaba lleno de tiza por estar todavía escrita la resolución de los problemas del examen de recuperación, me había manchado la espalda (es lo que tiene que te follen contra una pizarra) y como mi jersey era oscuro, la verdad es que cantaba un montón.

- Iré al servicio – dije poniéndome las bragas bien y desenrollándome la falda.

- Yo me marcho ya – dijo Jesús.

- ¿Te vas? ¿Quieres que te lleve a algún sitio? – le dije casi suplicándole.

- No, no te preocupes – dijo él para mi desilusión – Tengo cosas que hacer.

Jesús debió leer la pena en mi rostro, pues añadió:

- Te has portado muy bien, perrita. Estoy muy satisfecho contigo.

Feliz y sonriente, salí del aula tras mi Amo y nos separamos, dirigiendo mis pasos al aseo más próximo.

Mientras me adecentaba, pude percibir que el nerviosismo matutino había desaparecido por completo, pero aquello, lejos de tranquilizarme, se convirtió en una nueva fuente de inquietud, pues si bastaba un solo día sin la polla de Jesús para ponerme en ese estado, Dios sabía lo que sería capaz de hacer cuando pasaran varios días si estar sin él.

Y es que no podía hacerme ilusiones al respecto. Jesús tenía nada menos que siete coños a su entera disposición y por mucho que quisiera, lo normal era que pasaran varios días entre cada visita del Amo.

En ese momento, Jesús pasaba mucho tiempo conmigo pues yo era la nueva del grupo, pero, en cuanto pasara la novedad…

Con tan inquietantes pensamientos en mente terminé de asearme y de arreglar mi jersey. Por desgracia, no había podido eliminar todos los restos de tiza, pero poco más podía hacer sin una lavadora.

Resignada, salí del baño y fui a tropezarme casi de bruces con quien menos me esperaba: Mario.

- ¿Qué haces aquí? – exclamé asustada.

- He venido a recogerte – respondió él dándome un casto besito - ¿Acaso no puede un hombre venir a recoger a su novia al trabajo?

Una vez repuesta de la sorpresa (y comprendiendo que él no me había visto con Jesús) fui capaz de esbozar una genuina sonrisa y le devolví el beso con bastante entusiasmo. La verdad era que, ya que no iba a poder estar con el Amo, la compañía de Mario podía distraerme y hacerme pensar en otra cosa.

Cogidos del brazo, salimos del centro y subimos a mi coche, pues Mario había venido en taxi. Me explicó que me había localizado gracias a que había tropezado con Jesús y su novia Gloria (pude notar cómo se le iluminaba la cara al hablar de la chica al muy cabroncete) y que le habían dicho que me había despistado en clase y había apoyado la espalda en la pizarra, con lo que probablemente podría encontrarme en los servicios.

- Si me llego a dar un poco más de prisa, te hubiera pillado en el baño y te habrías enterado – me dijo Mario juguetón, besándome en la mejilla mientras conducía.

- Si te llegas a dar un poco más de prisa, me hubieras pillado en el aula y te habrías enterado tú – pensé sonriéndole.

Fuimos a comer a un restaurante cercano que a ambos nos gustaba bastante. Charlamos y charlamos durante horas, y la verdad es que, aunque lo pasé muy bien con él, me sentí un poco triste, pues pude constatar que ya no sentía por él lo mismo que antes. Qué se le iba a hacer.

Pasamos la tarde juntos, como una parejita de enamorados, paseando por el parque y haciendo planes. Me sentí una completa hipócrita, pues sabía que, si Jesús me lo pedía, abandonaría a aquel hombre encantador sin dudarlo un segundo, por muchos planes de futuro que hiciéramos juntos.

- Me ha encantado que vengas a recogerme al trabajo – dije dándole un tierno besito.

- Me alegro. Creo que te lo debía, pues esta mañana pusiste muy mala cara cuando te dije que me marcho el sábado.

Si tú supieras….
 
Capítulo 21: Historia de Kimiko (Parte 1):




El miércoles, las clases transcurrieron muy aburridas. Como el martes no había tenido clase con el grupo de Novoa, me tocó ese día dar las notas y corregir el examen en su clase, por lo que la mañana también fue agotadora.

Ese miércoles, Jesús tenía otros planes que no me incluían, por lo que no me hizo el menor caso. Sin embargo, tras acabar las clases, Gloria, que también se había quedado compuesta y sin novio, me pidió que la alargara a su casa, a lo que accedí con gusto.

Una vez en el coche, mientras nos dirigíamos a nuestro bloque, Gloria me dio nuevas instrucciones de parte el Amo.

- Edurne – me dijo atrayendo mi atención por el tono serio que empleó – Mañana, a las seis de la tarde, debes recoger a Jesús en su casa.

Mi cuerpo se puso automáticamente en tensión.

- De acuerdo – asentí deseando que ya fuera jueves.

- Tengo que felicitarte – dijo la chica.

- ¿Por qué? – respondí extrañada.

- Mañana vas a ser marcada como miembro del grupo del Amo.

- ¡Oh! – exclamé con el corazón a punto de salírseme por la boca.

- Y eso quiere decir que conocerás a Yoshi…

- Madre…

Un par de horas después, tras haber almorzado en casa con Mario, le daba vueltas sin parar a la cabeza en la soledad de mi despacho.

Por fin había llegado el día. Por fin sería un miembro de pleno derecho del harén de Jesús. Por fin podría demostrar que… era suya.

Sin embargo, lo poco que había oído del hermano de Kimiko me inquietaba. Estaba segura de Jesús no se lo pensaría ni un segundo en obligarme a hacer cualquier cosa con el tal Yoshi, en especial si eran tan buenos amigos como parecía.

Y si una guarra como Gloria no había sido capaz de manejar el instrumento de Yoshi… ¿qué podría hacer yo?

Aunque, en el fondo, sentía una inmensa curiosidad por averiguar qué era lo que el tatuador japonés escondía entre las piernas. Y yo decía que la guarra era Gloria…

Entonces se me ocurrió una idea.

Acelerada, rebusqué entre mis cosas la tarjeta que Kimiko me había dado días atrás. La encontré en mi maletín, revuelta con otros papeles.

Un poco nerviosa, aunque no había motivo para ello, llamé a la linda japonesita, que se mostró educadamente encantada de quedar conmigo esa misma tarde para tomar un café.

La conversación con Kimiko me recordó que aún no había contribuido al regalo del Amo, por lo que, tras colgarle el teléfono, encendí el ordenador e hice la transferencia de 2000€ al número de cuenta que me habían dado. Poco me habían durado los 1000€ que saqué de la sesión con el director.

No me importaba.

Tras arreglarme un poco, me despedí de Mario, que estaba medio adormilado en el sofá y salí de casa, cogiendo el coche para ir al restaurante de Kimiko.

No tuve ni que aparcar, pues ella me había dicho de ir a una cafetería que conocía, así que sólo paré el coche unos segundos junto a la acera e hice sonar el claxon.

La esclava número 5, vestida con camisa y falda larga, me saludó sonriente desde la puerta de su restaurante y se reunió conmigo en el interior de mi coche.

Siguiendo sus instrucciones, conduje unos cinco minutos por las calles de la ciudad, y, en cuanto ella me lo dijo, busqué aparcamiento (nueva contribución a la asociación de parquímetros anónimos… bueno, no tan anónimos, que estos cabrones están bien identificados).

En el coche sólo habíamos charlado de trivialidades, pero, una vez sentadas en un reservado de la elegante cafetería, con sendas tazas de humeante café delante, no tardamos mucho en meternos en materia.

- ¿Y bien? – me dijo la chica mirándome por encima de su taza - ¿Qué es lo que quieres preguntarme?

- ¡Vaya! – exclamé un poco sorprendida – Eres muy directa.

- Influencia del tiempo que llevo conviviendo con españoles – respondió ella sonriendo.

Dudé unos segundos antes de continuar.

- Primero de todo – dije – Quería disculparme por lo del otro día.

- ¿Por qué? ¿Por la charlita con Gloria-san?

- Sí. Estuvo muy grosera. Me sentí muy incómoda con aquello.

- Pero no fue culpa tuya. No tienes por qué pedir disculpas.

- Lo sé, pero aún así… quiero hacerlo.

Kimiko se quedó callada unos instantes, mirándome fijamente, como decidiendo la opinión que iba a formarse sobre mí.

- De acuerdo – dijo – Acepto tus disculpas, aunque insisto en que no son necesarias.

- Bueno, pero así me siento mejor.

- Está bien entonces – concluyó ella sonriéndome.

Amabas aprovechamos el momentáneo silencio para dar un sorbo al delicioso café.

- Y, si no es muy indiscreto preguntar – dije - ¿Por qué os lleváis tan mal las dos?

- ¿Gloria-san no te dijo nada? – repuso ella extrañada.

- Bueno… me contó algo relacionado con tu hermano… - contesté evasiva.

Kimiko, un poco cohibida, tardó unos segundos en responder.

- ¿Qué te dijo?

- Que te aprovechaste de tener más rango que ella y le ordenaste acostarse con tu hermano.

Como ella no decía nada, continué yo.

- Y… por lo visto, tu hermano tiene un gran… - dije titubeante – Bueno ya sabes…

Kimiko asintió en silencio.

- Y que, al obligarla a hacerlo con él, se había hecho daño y lo había pasado muy mal.

Nuevo silencio.

- ¿Y bien? – dije sin poder esperar más - ¿Es verdad?

La japonesa volvió a sorber lentamente su café antes de continuar.

- Es verdad – asintió.

- ¡Vaya! – dije si saber muy bien cómo tomármelo.

- Lo único erróneo fue que, cuando pasó, el Amo no había instaurado aún los rangos. Fue a raíz de aquello que se le ocurrió asignarnos un número, para evitar nuevos problemas entre nosotras.

- Comprendo.

Kimiko me contempló en silencio unos segundos.

- ¿Te gustaría conocer mi historia? – me dijo.

- Claro. Y si quieres, yo puedo contarte la mía.

- ¡Oh! Eso no es necesario – dijo ella.

- Ya te la han contado, ¿no? – dije sonriendo.

- Por supuesto. En este grupo la información es importante. Es necesario calibrar a las demás mujeres, para conocerlas y saber si una va a poder congeniar o no con las otras.

- ¿Y qué opinas de mí? – pregunté - ¿Crees que podremos ser amigas?

- Si te juzgara tan sólo por lo que he escuchado de ti… sería complicado. Eres demasiado… valiente.

- ¿Valiente? – exclamé extrañada - ¿Yo?

- Quiero decir que eres muy… cómo decís en España… - dijo Kimiko buscando la expresión deseada - Echada para delante. Has cumplido con todo lo que te ha pedido el Amo sin dudar ni una vez. Las demás, sobre todo al principio, nos hemos negado a hacer ciertas cosas. Pero tú…

- Vamos, que en definitiva pensáis que soy una guarra – dije un tanto picada.

- ¡Oh, no! – exclamó ella poniéndose muy colorada - ¡Cómo vamos a pensar eso de ti! Olvidas que todas estamos en el mismo barco. ¡Todas hemos hecho cosas semejantes! Sólo que a algunas… les ha costado un poco más.

- Comprendo – asentí, aunque seguía un poco molesta.

- Sin embargo – continuó ella – Por lo poco que te conozco y lo que hemos hablado la una con la otra… creo que podemos ser muy buenas amigas.

- Vaya – sonreí – Te lo agradezco.

- Y quiero que sepas que en nuestra relación no influirá para nada el que tú sí te lleves bien con Gloria-san. Nuestros problemas son cosa nuestra.

- Ah, vale. Me alegro, porque he de reconocer que, quitando el rato que pasamos contigo, me he sentido bastante cómoda en compañía de Gloria.

- Sí, es que cuando quiere puede ser encantadora.

Nos quedamos calladas de nuevo un segundo, decidiendo si aquella incipiente amistad iba a ir a más o no.

- ¿Y bien? – dije por fin - ¿Me cuentas tu historia?

- Encantada. Pero no es un relato para contar bebiendo café. Necesito algo más fuerte.

Con discreción, Kimiko atrajo la atención del camarero y le pidió un whisky con hielo. Yo, no tan lanzada en cuestiones espirituosas, pedí un cocktail de los que venían en la carta.

LA HISTORIA DE KIMIKO:

- Todo empezó cuando yo tenía quince años y era una simple alumna de instituto en Osaka. Vivíamos los dos con nuestros padres, que regentaban un restaurante tradicional, donde aprendimos el oficio.

- ¡Si eras sólo una niña! – exclamé.

- Tranquila, te cuento mi historia desde el principio. Quiero que me conozcas un poco mejor.

- Ah, perdona.

- Pues bien, en esos tiempos yo estaba enamorada de Makoto, el mejor amigo de Yoshi-chan.

- Tu hermano.

- Exacto. Aunque me daba muchísima vergüenza, mi hermano, sabedor de lo que sentía por Makoto, nos organizó una cita a los dos.

- Mira qué bien – asentí.

- No he pasado más vergüenza en mi vida, te lo juro, y es que, en esos tiempos, apenas había tenido contacto con chicos, pues mi colegio era femenino y sólo había hablado con Makoto unas cuantas veces en mi casa.

- Y claro, con semejante preciosidad queriendo salir con él, el tal Makoto estaría más feliz que una perdiz – dije sin pensar.

- ¡Oh, no! Yo también fui su primera cita, así que él estaba tan nervioso como yo.

- Ah, vale.

- Bien, la relación fructificó y pronto nos hicimos novios. Tras un par de meses saliendo, perdimos la virginidad juntos y fuimos pareja estable.

- ¿Y a tu hermano le parecía bien?

- Estaba contentísimo. Yoshi siempre ha cuidado de mí y sólo quería (y quiere) que yo sea feliz.

- Me alegro – dije sin mucho sentido, un poco achispada por el cocktail.

- Pero, poco a poco, Makoto fue descubriendo una hasta entonces desconocida afición por… el bondage.

- Entonces fue él y no Jesús quien te introdujo en ese tipo de prácticas.

- Exacto. Comenzó poco a poco… Vendándome los ojos mientras hacíamos el amor… atándome a la cabecera de la cama….

- Bueno, ese tipo de cosas también las he hecho yo con algún chico – dije tratando de empatizar con ella.

- Sí, bueno – siguió ella ruborizada – Pero la cosa fue poco a poco pasando a mayores… Makoto empezó a alquilar vídeos y revistas sobre el tema, e insistía en que probáramos aquellas cosas que le atraían.

- ¿Y tú no decías nada?

- ¿Yo?... – dijo ella haciendo una pausa dramática – Cuando me quise dar cuenta disfrutaba con aquello tanto o más que él.

- ¡Oh!

- En aquel entonces, no lo hubiera admitido ni en el potro de tortura, pero empecé a desear cada vez con más ganas los encuentros con Makoto. Me excitaba pensando en qué sería lo que me haría a continuación.

- Comprendo – dije bebiendo de mi copa.

- Me hacía ir al instituto sin ropa interior, o con un consolador metido en… ya sabes. Aprendió a realizar todo tipo de nudos (en estas prácticas hay infinidad de ellos) y nuestras sesiones de sexo se convirtieron en algo cada vez más degradante… y cada vez más placentero.

- Madre mía – asentí apurando mi copa.

Kimiko hizo un gesto al camarero y pidió otra ronda.

- Pero entonces, todo mi mundo se vino abajo.

- ¿Por? – indagué atrapada por el relato.

- Yoshi y Makoto, que ya habían dejado el instituto, empezaron a frecuentar compañías… peligrosas.

- ¡No fastidies!

- ¿Has oído hablar de la yakuza?

- Claro.

- Pues los muy idiotas empezaron a hacer recados para una banda de poca monta en Osaka. Pensaron que podrían convertirse en gangsters o yo qué sé.

- Madre mía.

- Pero, como la banda con la que se juntaban era de poca importancia… Ya sabes. El pez grande se come al pequeño.

- ¿Tuvieron problemas con otra banda?

- Exacto – corroboró ella, deteniendo su relato un instante para que nos sirvieran las copas.

Tras dar las gracias al camarero, Kimiko siguió con su historia.

- Makoto apareció muerto en un descampado. Yoshi estaba desesperado. Pensaba que también iban a ir a por él, así que se mantenía oculto en casa.

- ¿Y tú?

- ¿Yo? Imagínate. Estaba destrozada. Había perdido al hombre que amaba. Lloré tanto que no sé ni cuantos días estuve encerrada en mi cuarto. Me quería morir.

- Por Dios – asentí comprendiendo por qué Kimiko había dicho que su historia precisaba de alcohol para ser contada.

- Si salí adelante fue gracias a Yoshi, que estuvo a mi lado. Se sentía responsable por la muerte de Makoto, pues había sido él el primero en juntarse con los yakuza.

- Comprendo.

- Pero yo no podía permitir que a él le pasara nada. Había perdido a mi novio. Perder también a mi hermano hubiera sido el final.

- No digas eso.

- Es la verdad. Por fortuna, mis padres nos apoyaron mucho. Aunque no aprobaban las actividades de Yoshi, vieron la oportunidad de alejarle de ese mundillo, así que nos enviaron a ambos a Kobe, a casa de unos familiares.

- ¿A los dos?

- Sí. Yo no quería separarme de Yoshi y, sin Makoto, era mejor no permanecer en Osaka, pues todo me recordaba a él.

- Claro, es verdad – asentí.

- En Kobe nos fue muy bien durante varios años. Yoshi entró como ayudante en el taller de mi tío, que era dibujante. Pero pronto se instaló por su cuenta, montando un taller de tatuaje.

Un escalofrío recorrió mi espalda al acordarme de la cita del día siguiente.

- Yo, por mi parte, acabé el instituto y entré en la facultad de empresariales, donde me gradué. En ese periodo, una vez superado lo de Makoto, tuve varios novios, pero ninguno me hizo sentir lo que él.

- ¿No les gustaba el bondage?

- Probé con todos ellos, pero era yo la que les iniciaba en esas cosas y no todos respondían bien. Ninguno logró hacerme sentir ni la décima parte que Makoto.

- Tal y como dices “todos” da la sensación de que fueron unos cuantos.

- Y es verdad. Durante la carrera debí de salir con 20 0 30 tíos. Con todos probé a que me ataran y todos fueron una decepción.

- ¿30? – exclamé incrédula.

- Imagínate la fama que me gané. ¿Cómo has dicho antes? ¡Ah, sí, fama de guarra! – dijo ella riendo un poco, creo que por influencia del alcohol.

- No te ofendas – dije riendo – Pero la fama no era del todo inmerecida.

- ¡Sí que es verdad! – rió ella alzando su copa - ¡Campai!

Yo respondí alzando la mía.

- Pero entonces todo volvió a complicarse. Un día entró en el taller de mi hermano un viejo conocido suyo de Osaka. Un yakuza de la banda que había asesinado a Makoto.

- ¿Y qué pasó?

- Yoshi no estaba seguro de si el tipo había venido en su busca o no, pues solamente le había estado preguntando sobre los tatuajes y eso, pero preferimos no correr riesgos.

- Lógico.

- Yo tenía muchas ganas de viajar y como teníamos familia en España, nos decidimos a emigrar para montar un negocio. Y juntando nuestros ahorros con el dinero de mis primos de aquí, abrimos el restaurante. Y nos va muy bien.

- Ya lo creo. Servís el mejor sushi que he probado nunca. Y la fama del local…

- Gracias, me halaga que te gustara nuestra comida.

- No es un halago. Es la verdad.

Kimiko me sonrió.

- Bien, Al poco tiempo, Yoshi abrió su propio negocio, y se labró una buena reputación como tatuador.

- Y haciendo piercings….

- Correcto. Yo, por mi parte, tuve algunas relaciones con españoles, pero me pasó lo mismo que con los japoneses… tus compatriotas pueden ser amantes muy ardientes, pero no era eso lo que yo necesitaba.

- Entiendo.

- Así que me sentía infeliz y frustrada. Y aunque nunca le dije nada a Yoshi…. Él lo sabía.

La japonesa dio un trago largo a su bebida, como armándose de valor para lo que me iba a contar.

- Te suplico que no me juzgues con demasiada dureza por lo que te voy a contar.

- Tranquila. De todas formas, ya sabes las cosas que he hecho yo, así que ¿cómo iba a juzgarte por nada?

- Te lo agradezco.

Nuevo trago al whisky.

- Un día al regresar a casa, Yoshi me estaba esperando en mi cuarto.

Me puse tensa. Intuía lo que podía venir a continuación.

- Yo entré al dormitorio, sin esperar que él estuviera allí dentro.

- No me jodas – pensé para mí.

- Cuando entré, se abalanzó sobre mí y, de un empujón me derribó sobre la cama.

Yo la escuchaba con los ojos como platos.

- Cuando me di cuenta de que era Yoshi, pensé que se trataba de una broma, así que le di un coscorrón… pero él no bromeaba.

  • Onee-chan – me dijo – Sé que desde la muerte de Makoto te has sentido desgraciada. Como aquello pasó por culpa mía, haré lo que sea necesario para que seas feliz.
- Cuando me quise dar cuenta, Yoshi-chan había sacado una cuerda y se acercaba a mí.

- Madre mía.

- Haciéndome volver de espaldas, me ató con la cuerda por encima de la ropa, usando una técnica sencilla, pero que yo no sabía que él conociera. Cuando acabó, me dejó allí atada sobre el colchón.

- ¿Y tú que hiciste?

- Una vez repuesta de la sorpresa y tras forcejear un buen rato, me di cuenta de que me sentía excitada, así que me relajé y me estuve quieta, esperando a que Yoshi volviera para soltarme.

- ¿Te gustó?

- Un poco sí – admitió ella – Cuando por fin volvió, me confesó que Makoto le había contado el tipo de relaciones que manteníamos y que sabía que, si había salido con tantos hombres, era para intentar encontrar a alguien que pudiera darme lo mismo que su amigo.

- ¿Y tú que dijiste?

- Nada. Seguía atada y sin acabar de creerme lo que pasaba.

- Lógico.

- Se ofreció a atarme siempre que lo necesitara, pero que, obviamente, no podíamos tener sexo, pues éramos hermanos.

- Menos mal, qué considerado – pensé irónicamente.

- Yo le dije que estaba loco y que me soltara de una vez, cosa que él hizo.

- ¿Y qué pasó?

- Durante días, no era capaz ni de mirarle a la cara. Pero, poco a poco…

- Aceptaste que querías que se repitiera.

- Exacto – asintió la bella japonesa – Me resistí cuanto pude, pero no tenía más remedio que admitir que aquella torpe sesión con Yoshi me había dado más placer que todo el sexo que había mantenido en los últimos años.
 
Capítulo 22: La historia de Kimiko (Parte 2):





- Y aceptaste lo que te proponía.

- No sólo acepté. Lo busqué.

- ¿A qué te refieres?

- Hice lo mismo que él me había hecho. Le esperé en su dormitorio, pero esta vez…

- ¿El qué?

- Iba desnuda, con una sencilla bata sobre mi piel.

- ¿Y decías que yo era la echada para delante? – exclamé.

- Yoshi ni siquiera se sorprendió cuando me encontró en su cuarto. Ni tampoco de que estuviera desnuda, pues sabía que, como más se disfruta, es sintiendo las ligaduras sobre la piel.

- Vaya, vaya – dije mirando sonriente a la chica.

- Sin decir palabra, me ató con otro tipo de nudos sacados de un libro y me dejó allí, encima de su cama.

- ¿Y disfrutaste?

- Como hacía mucho tiempo. Cuando Yoshi volvió a soltarme mis jugos habían empapado sus sábanas. Pero él no dijo nada y simplemente me desató.

- Sigue, sigue – la apremié.

- Durante un tiempo seguimos así, pero, poco a poco, nuestra relación fue haciéndose más… íntima.

- Es normal.

- Empecé a percibir que Yoshi se excitaba cada vez más mientras me ataba, cosa bastante fácil de percibir, debido al enorme bulto que se formaba en su pantalón.

Bulto que yo iba a conocer el día siguiente, sin duda.

- Y claro, cada vez más presa de la lujuria, empecé a desear ver el secreto que ocultaba la bragueta de onii-chan.

- ¿Y lo descubriste?

- No me hizo falta insistir mucho. Una tarde, una vez estuve atada sobre su cama, le pedí que se masturbara delante de mí.

- ¡Joder!

- No se lo pensó ni un segundo. Acercó una silla al colchón donde yo reposaba y sacó el miembro más formidable que había visto en mi vida. Y había visto unos cuantos…

- ¿Có… cómo es de grande? – balbuceé.

- Más de30 centímetros.

- ¡Jesús, María y José! – exclamé.

- Yoshi-chan se masturbó delante de mí hasta que alcanzó un formidable orgasmo. Yo por mi parte, también me corrí, tanto por sentir el tacto de la cuerda sobre mi piel como por el espectáculo que me ofrecía mi hermano.

Kimiko volvió a darse un lingotazo, animándose a seguir.

- Seguimos así un tiempo más. Llegué incluso a masturbarle yo misma en un par de ocasiones y él también me lo hizo a mí mientras estaba atada. Nuestra relación era cada vez más perversa.

- Me tienes sin palabras.

- Pero entonces, por fortuna, apareció Jesús-sama.

- ¿Y cómo fue?

- Había coincidido con Yoshi unas cuantas veces en bares de por ahí. Ambos eran bastante populares entra las chicas, uno por ser guapo y el otro… ya sabes.

No me extrañaba nada que el tal Yoshi ligara todo lo que quisiera una vez el rumor del tamaño de su atributo hubiera empezado a circular. Seguro que tenía a decenas de chicas deseosas de verificar si las informaciones eran ciertas o no.

- Pues eso. Se hicieron amigos. Creo que incluso tuvieron un par de fiestecitas juntos y el Amo le habló a mi hermano de las tres chicas que ya tenía a su disposición.

- Esther, Gloria y Rocío – asentí.

- Precisamente. Entonces Yoshi, que se sentía muy culpable por la relación que mantenía conmigo, pues sabía cómo iba a acabar, pensó que quizás Jesús sería capaz de darme lo que yo necesitaba, así que le habló de mí.

- ¿Le ofreció a Jesús a su propia hermana?

- Onii-chan sabía que Jesús-san iba a tratarme bien. Además, ¿no era mejor que aquellas cosas las hiciera con otro chico? Porque, si seguíamos por el camino que íbamos, terminaríamos acostándonos con total seguridad.

- Bueno, eso tiene lógica – concedí - Un poco retorcida, pero lógica al fin y al cabo.

- Jesús se mostró interesadísimo en los temas del bondage. Por lo visto, aunque había atado algunas veces a sus chicas, no había practicado en serio el tema, así que la posibilidad de iniciarse le atrajo mucho.

- No me extraña – dije irónica.

- Yoshi le dio todos sus libros, revistas y algunas explicaciones; por lo visto, el Amo puso mucho interés en aprender. Finalmente, Yoshi se armó de valor y me habló de Jesús.

- ¿Y cómo te lo tomaste?

- Me enojé muchísimo. Le grité que estaba loco, que cómo se le ocurría contarle mi secreto a un desconocido. Que cómo era capaz de entregar a su hermana a un tipo que podía ser un psicópata o algo peor.

- ¿Y cómo te convenció?

- Se puso muy serio y me dijo que me quería muchísimo y que si seguíamos en el plan que estábamos acabaríamos por acostarnos y eso era algo que él quería evitar. No supe qué contestarle, pues sabía que tenía razón.

- Entiendo – asentí.

- Aún pasaron varios días hasta que di mi brazo a torcer. Supongo que en mi decisión influyó que desde la discusión, Yoshi me había estado evitando y no habíamos tenido ninguna de nuestras “sesiones”, con lo que mi cuerpo empezaba a pedirme un poco de marcha.

- ¿Y aceptaste?

- Primero tuve una larga charla con mi hermano. Me aseguró que Jesús-sama era un buen chico, que le conocía desde hacía tiempo y que intuía que él sí sería capaz de darme lo que necesitaba.

- Vaya si era verdad – afirmé.

- Y tanto. Además, me dijo que si me iba a quedar más tranquila, él estaría cerca cuando me reuniera con Jesús-sama y si en algún momento yo quería dejarlo, no tenía más que llamarle.

- Y fijasteis una cita para hacértelo con Jesús.

- Yoshi se ofreció a presentármelo primero, tomando un café o algo así – dijo Kimiko alzando su copa – Pero yo no quería conocerle. Internamente había decidido aceptar, pero no quería conocer al chico ni entablar ningún tipo de relación con él. Para mí se trataría simplemente de atender una necesidad de mi cuerpo. Quería que fuera sólo sexo y nada más.

- Menuda pifia, ¿no? – dije sonriente.

- Digo. Acabamos concertando una cita con Jesús-sama para la tarde siguiente, en casa de mi hermano. Yo estaba nerviosísima y… cómo se dice…

- Acojonada – concluí yo.

- ¡Eso! Tenía mucho miedo por lo que iba a pasar pero, cuando llegué a casa de Yoshi y me presentó a Jesús-sama… me quedé alucinada.

- ¿Por qué?

- ¿Tú qué crees? Me había armado de valor para tener una sesión bondage con un desconocido y cuando le conocía ¡resultó ser un crío!

- ¡Ah, claro! – asentí.

- Entonces el Amo tenía 17 recién cumplidos y, aunque parecía mayor de lo que era en realidad, no me esperaba para nada a alguien tan joven.

- O sea, que hace un año que estás con Jesús.

- Falta poco, sí – asintió ella.

- ¿Y qué pasó?

- No sé muy bien por qué, pero, al verle, sentí algo que me hizo estremecer. No sé cómo definirlo, magnetismo, sensualidad, fuego en la mirada…. no sé, pero decidí no protestar y ver qué pasaba.

- Te entiendo – asentí, sabiendo exactamente a qué se refería.

- Y cuando habló… su voz, su tono firme y seguro… me hicieron estremecer. Y ya no tuve dudas.

  • Encantado de conocerte Kimiko – me dijo estrechando mi mano – Tu hermano me había dicho que eras muy hermosa. Pero sus palabras no hacen en absoluto justicia a tu belleza.
  • Gracias – contesté enrojeciendo como una colegiala.
- Seguimos charlando un rato, avergonzada y profundamente halagada por los continuos piropos que Jesús-sama me dirigía. Mi hermano apenas participó en la conversación, supongo que percibiendo que la cosa iba por buen camino y no deseando inmiscuirse. Cuando me quise dar cuenta, Yoshi se fue al cuarto de al lado, dejándonos solos, aunque sin marcharse del piso, cumpliendo su promesa de no dejarme indefensa.

- Y a esas alturas estarías deseando pasar al dormitorio.

- He de reconocer que sí. Me alegraba de haber aceptado la idea de Yoshi, pues intuía que detrás de aquel jovencito había mucho más de lo que parecía. Y, con suerte, quizás pudiera encontrar lo que estaba buscando.

- Y así fue – dije echando un trago de mi cocktail.

- En efecto. Al rato, pasamos al dormitorio y una vez dentro… todo cambió.

- ¿Cómo?

- Hasta ese instante, mi idea había sido que aquello fuera parecido a una transacción comercial. Yo necesitaba algo y aquel chico podía dármelo. A cambio yo le daría experiencia y conocimiento en esos temas. Limpio y fácil. Pero en cuanto se cerró la puerta del dormitorio…

- Cuenta, cuenta – dije acercando mi silla a la de Kimiko.

- Jesús-sama se hizo cargo de la situación. En un instante, dejó de ser el chico amable y educado que alababa mi belleza y se convirtió… en el Amo.

Entendía perfectamente a qué se refería la japonesa con esas palabras. Yo había experimentado lo mismo.

  • Quiero que entiendas cómo es la situación – me dijo con tono severo – Una vez estás conmigo exijo que obedezcas en todo lo que te diga. Estoy aquí para aprender todo lo que pueda de una materia sexual que no conozco y que me interesa y pienso que eres la adecuada para enseñarme, por lo que toleraré que me corrijas en aquello que haga mal. Pero, aparte de eso, espero que hagas todo lo que yo te mande… y que lo hagas de manera satisfactoria.
  • Pe… pero – balbuceé atónita.
  • No te he dado permiso para hablar – sentenció haciéndome callar de golpe – Ahora mismo eres mi sumisa y has de hacer lo que te diga. Si no te parece bien, dímelo ahora y me marcho.
- Estuve a punto de mandarle al cuerno en ese momento. Por fortuna no lo hice – dijo Kimiko.

  • Bien – dijo él tras esperar mi respuesta unos segundos – De todas formas, no pienses que estás aquí atrapada sin escapatoria, puedes largarte cuando quieras. A mí me excita dominar a una mujer, pero eso no quiere decir que vaya a maltratarla. Si en algún momento quieres que paremos, sólo tendrás que decir la palabra clave, por ejemplo “miércoles” y lo dejamos y punto.
- ¿Palabra clave? – pregunté a Kimiko interrumpiéndola.

- Sí – dijo ella – Es algo común en las prácticas BDSM. Verás, hay ocasiones en las que los practicantes de este tipo de actividades se “sumergen” mucho en sus papeles de dominante o dominado. Es muy posible que la “víctima” grite o suplique al otro que se detenga, pero eso puede ser debido simplemente a que está interpretando su papel, para que el otro se excite.

- ¡Ah, claro! – asentí – Por eso se pone una palabra clave que esté totalmente fuera de contexto, para que se sepa cuando quiere acabar de verdad con lo que se esté haciendo.

- Lo has pillado – dijo la japonesa – Como me pareció bien y un poco más tranquila por ello, acepté las condiciones que Jesús-sama me imponía.

  • Bien, entonces desnúdate. Quiero ver tu cuerpo – me ordenó en tono perentorio - ¡Ah! y durante esta sesión quiero que me llames sensei, significa maestro ¿verdad?
  • Sí, así es… sensei – asentí mientras empezaba desvestirme.
  • Buena chica – dijo él esbozando una sonrisa lobuna.
- Mientras me desnudaba, muerta de vergüenza, miles de pensamientos cruzaban por mi mente como un torbellino. ¿En qué me había metido? ¿Quién era aquel chico? Y sobre todo, ¿por qué me excitaba tanto?

  • ¿Quién te ha dicho que te tapes con las manos? – exclamó con severidad el Amo al ver que me tapaba el pubis y los senos con los brazos - ¡Apártalos!
- Como te dije antes, había estado con muchísimos hombres desde la muerte de Makoto. Pero aquel chico conseguía hacerme sentir nerviosa y excitada como ningún otro antes usando tan sólo su voz. Sin poder evitarlo, obedecí su orden y dejé caer mis brazos a los lados, quedando totalmente desnuda frente a él.

  • Eres muy hermosa – volvió a decir, estremeciéndome – Bellísima.
- Mientras decía esto, comenzó a acariciar mi cuerpo con una mano, deslizándola delicadamente por mi piel; deteniéndose en mis pechos, pellizcó levemente mis pezones, verificando su dureza. Sin decir nada, siguió hacia abajo hasta que sus dedos se introdujeron entre mis labios vaginales, acariciándolos un instante. Cuando me quise dar cuenta, sus dedos se habían introducido suavemente en mi interior, masturbándome con dulzura.

  • Vaya, vaya – dijo con voz suave – Veo que estás hecha toda una putilla. Mira cómo te abres de piernas para que te toque el coño.
- Era verdad, Edurne. No me había dado ni cuenta. Inconscientemente, había separado mis muslos para permitirle llegar a mi interior. Mi cabeza aún estaba sopesando si decir la palabra clave, pero mi cuerpo respondía a sus caricias sin que yo pudiera evitarlo. Cuando retiró sus dedos de mi vagina, estuve a punto de suplicarle que siguiera acariciándome.

  • Quítame la camisa – me ordenó.
  • Sí, sensei – asentí.
- Temblorosa, hice lo que me pedía, mientras sentía el calor abrasador de su mirada deslizándose por mi piel. Sentía arder todo mi cuerpo, la cabeza me daba vueltas, cada vez más entregada a lo que aquel chico pudiera darme. La visión de su torso desnudo me enardeció más todavía. Sin poder evitarlo, deslicé las yemas de mis dedos por su pecho, regalándome con la dureza de sus músculos. Él simplemente sonreía.

- Sí – afirmé – A mí también me sorprendió lo musculado que está la primera vez que le vi desnudo. La verdad es que no lo aparenta.

- Al Amo le gusta disimular. Goza con la reacción de las mujeres cuando descubren lo bien cuidado que está su cuerpo.

- Es cierto.

  • Arrodíllate frente a mí – me ordenó.
- Y yo lo hice inmediatamente, pensando que iba a pedirme que le practicara una felación, pero no era así.

  • Tócate – me dijo sentándose en la cama de mi hermano – Quiero ver cómo te acaricias.
- Muerta de vergüenza, pero con fuego en las entrañas, comencé a deslizar mis manos sobre mi cuerpo. Empecé a masturbarme lentamente, recorriendo mi vagina con los dedos como me gusta hacerlo, pero el placer que sentía con mis caricias no se acercaba ni de lejos al que experimentaba por tener sus ojos clavados en mí. Estaba hechizada.

- Yo también he sentido eso – la animé – No sé cómo lo hace.

- Es innato. No podemos evitarlo – dijo Kimiko – Tras mirar cómo me masturbaba un par de minutos, el Amo se levantó del colchón y se quitó los zapatos. Con paso firme, se dirigió hacia una bolsa de deporte que había en un rincón y sacó unas cuerdas… Empezaba el show.

  • En los libros que he leído decía que este tipo de cuerdas es el apropiado para estos juegos, ¿es así? – me dijo enseñándome una de las sogas.
  • Sí, son muy adecuadas – asentí examinado la fibra.
  • No te he dicho que dejes de masturbarte.
- No sabes el tremendo escalofrío que me recorrió, Edurne. Su tono era tranquilo y pausado, sin alterarse, pero lo cierto es que se me pusieron los vellos de punta y continué acariciándome. Deseando complacerle.

  • Lo siento, sensei – dije compungida.
  • Por esta vez te perdono – respondió para mi alivio.
- Por fin, se cansó de mirar cómo me acariciaba y me ayudó a levantarme, agarrándome suavemente por las axilas. Yo no peso mucho, pero aún así me sorprendió la facilidad con que me levantaba del suelo y me depositaba sobre el colchón.

  • Mira, quiero atarte de esta forma - me dijo enseñándome una fotografía de una revista.
  • Es un poco complicada – respondí yo – Pero creo que podemos hacerlo.
- Me situé boca abajo sobre el colchón y el empezó a atarme siguiendo mis instrucciones. Yo era bastante ducha en ese tipo de explicaciones, no olvides que había iniciado en esos temas a varios de mis amantes, en un intento de encontrar un sustituto a Makoto.

- Vaya, que sabías explicarte – dije.

- Eso es. Enseguida me encontré con los antebrazos atados uno encima del otro a mi espalda, de forma que mi torso quedaba erguido. Después, procedió a describir complicados nudos sobre mi cuerpo, formando una malla de cuerda sobre mi piel. Se le daba muy bien y apenas necesitaba que yo le guiara. Para finalizar, deslizó la cuerda en sentido vertical, desde los hombros hacia abajo y la introdujo sin muchos miramientos entre mis labios vaginales y mis nalgas.

- Parecerías un regalo de navidad – bromeé.

- Y tanto. Estaba excitadísima. Sentir las firmes ligaduras sobre mi piel me enervaba, notar cómo la cuerda se clavaba en mi vagina, entre mis nalgas, me provocaba un placer indescriptible, pero sobre todo, el estar sometida a un hombre seguro de sí mismo, que sabía lo que quería de mí y no se detendría para conseguirlo… me volvía loca de lujuria.

- Jo, chica – dije – Me están entrando ganas de probar esos jueguecitos a mí también.

- Tranquila, querida; antes o después los probarás.

Ese comentario me inquietó un poco.

- Jesús-sama me hizo incorporarme, quedando de pie frente a él. Mi cuerpo estaba recorrido por una red de cuerdas, que se clavaban en mi piel de forma muy placentera, mientras mi vagina se empapaba cada vez más, con la cuerda bien enterrada entre los labios.

  • Estás muy sexy – dijo el Amo caminando a mi alrededor y acariciando suavemente las ligaduras. Eres muy bella…
- Entonces, inesperadamente, aprovechó que estaba detrás de mí para darme un empujón que me hizo caer de bruces sobre la cama. Como tenía los brazos atados a la espalda, no pude hacer nada para amortiguar la caída, por lo que caí sobre el colchón rebotando encima. No me hice daño, pero el corazón me latía tan fuerte por el susto que parecía ir a salírseme por la boca.

  • De todas formas, creo que a esta postura le falta algo… - dijo el Amo.
- Entonces me agarró por los tobillos y dobló mis rodillas hacia atrás, forzándolas, de forma que mis pies quedaron apoyados contra mis brazos atados. Usando otra cuerda, ató mis tobillos a mis brazos, procurando mantener mis muslos bien abiertos, de forma que quedé totalmente atada e indefensa.

- Veamos si lo entiendo – dije – Estabas boca abajo en el colchón con las manos y los pies atados a la espalda... Parecerías una gamba.

Kimiko, sorprendida por el comentario (y un poco achispada por el alcohol), empezó a reírse de forma descontrolada, espurreando el trago de whisky que acababa de tomar.

Avergonzada, se tapó la boca con la mano, sin parar de reírse, mientras yo me unía inevitablemente a sus carcajadas.

- Muy… muy bueno – dijo ella con los ojos llorosos por la risa – Nunca se me hubiera ocurrido algo así.

- Perdona – dije riendo a mi vez – No pretendía burlarme. Es que me pareció gracioso y no pude evitar el chiste.

- Nada, nada, no te preocupes. Ha sido muy bueno. Aunque ya me contarás cuando seas tú la que esté en esa postura – dijo ella mirándome con un brillo divertido en los ojos.

- Sí, veremos si sigo riéndome entonces – asentí.

Tras secarnos un poco las lágrimas y una vez calmadas, Kimiko siguió con su historia.

- Como decía, estaba totalmente indefensa, sujeta de manera que no podía mover ni un músculo.

- ¿No tenías miedo?

- Sí, claro. Pero también estaba caliente a más no poder. Y justo entonces…

- ¿Qué pasó?

- Jesús-sama hizo algo que me sorprendió bastante. Nunca lo había hecho antes.

- ¿El qué?

- Se puso de pie y agarró las cuerdas por el punto donde estaban atadas las piernas y los brazos. Agarró el nudo, como si fuera un asa, y me levantó del colchón con un solo brazo, como si mi cuerpo fuera una maleta.

- ¿En serio? – dije bastante sorprendida.

- Te lo juro. Me alzó en volandas con una facilidad increíble y comenzó a pasearse por el cuarto llevándome suspendida, como si de verdad fuera su equipaje.

- ¡Joder!

- Al hacer eso, las cuerdas se me clavaron muchísimo en la piel, pero no me importaba, pues el placer que empecé a sentir al ser utilizada de esa forma hizo que casi me desmayara.

- Madre mía – dije admirada.

- De vez en cuando, Jesús-sama daba un brusco tirón, agitando mi cuerpo, incrustando las cuerdas en mi piel, en mi vagina, en mi pecho… Cuando me quise dar cuenta, un incontrolable orgasmo azotó todo mi ser, haciéndome temblar y estremecerme. Experimenté incluso pequeños espasmos en la vagina, que provocaban que mis labios se frotaran aún más contra la cuerda, incrementando el placer… Fue la primera vez que me pasó algo semejante.

- Tienes unos gustos muy particulares – le dije un poco alucinada.

- Ya me contarás cuando lo pruebes.

Quizás tenía razón. Un par de semanas atrás yo ni siquiera habría soñado con hacer algunas de las cosas que había acabado practicando con Jesús. Y sospechaba que, si había acabado disfrutando de ellas, era por el hecho de hacerlas con Jesús, así que el bondage podía ser simplemente una más.

- Jesús-sama, al notar que había llegado al clímax, volvió a depositarme sobre el colchón, dejándome allí medio desmayada. Al poco, percibí cómo se movía por la habitación, preparando algo más.

- ¿Qué estaba haciendo?

- Como pude, me las apañé para alzar la cabeza y mirar en busca del Amo. Éste estaba subido a una silla y estaba colgando del techo una especie de trapecio.

- ¿De dónde lo colgó?

- Mi hermano practicaba (y practica) artes marciales, así que suele colgar en su cuarto un saco de arena para entrenar. Por eso tiene soportes instalados en el techo de su dormitorio.

- ¿Y para qué era el trapecio?

- ¡Ah! Ese invento sí lo había usado yo antes. Sirve para suspender a una persona… ya sabes, para colgarla del techo.

- ¡Ah, comprendo! –asentí, imaginándome más o menos cómo sería aquello.

- Cuando estuvo bien firme, el Amo se bajó de la silla y vino a por mí. Alzándome con la misma facilidad de antes, me llevó hasta las cuerdas que colgaban de la polea del trapecio y las enganchó a mis ligaduras.

- ¿Y te colgó de una cuerda?

- No de una. De tres.

- ¿Tres? – pregunté extrañada.

- Claro. Una la enganchó en las ligaduras que pasaban por debajo de mis axilas, más o menos en medio de los hombros. Y las otras dos, una en cada muslo.

- ¿Para qué tantas? – dije sin comprender.

- Porque así se estabiliza el cuerpo, y quedas colgada horizontalmente, con el torso paralelo al suelo. De esta forma, el Amo podía disponer de mi cuerpo a su antojo, sin que éste bamboleara ni cabeceara arriba y abajo.

- Entiendo – dije haciéndome una imagen mental del cuadro.

- Cuando estuve suspendida, el Amo empujó mi cuerpo haciéndome girar en el aire. Me mareé un poco.

- No me extraña.

- De pronto, noté cómo su mano me agarraba por un hombro y detenía el giro. Miré hacia delante y me encontré de bruces con la poderosa erección del Amo, pues se había desnudado mientras yo daba vueltas.

- Ahora viene lo bueno – pensé.

- Sin mediar palabra, el Amo apretó su duro pene contra mis labios y yo, sin dudar, los separé recibiéndolo en mi interior. Su dureza inundó mi boca por completo, la metió hasta el fondo, hasta que mi rostro quedó apretado contra su ingle. El embriagador aroma del Amo inundó mis fosas nasales, enardeciendo mis sentidos. Podía sentir cómo el extremo de su miembro se apretaba contra mi campanilla, provocándome arcadas, que yo me esforzaba por sofocar para no importunar al Amo. Jesús-sama no se movió, no deslizó si miembro entre mis labios, limitándose a mantenerlo enterrado en mi garganta unos instantes.

- Joder – siseé.

- Una vez satisfecho, se retiró de mi boca lentamente, provocando que la saliva escapara de mis labios y cayera al suelo.

  • Buena putita – me dijo acariciándome el rostro.
- Te lo juro, Edurne, a esas alturas, mi único deseo era complacerle en todo lo que quisiera. El simple hecho de que me alabara bastaba para enardecerme aún más.

- Te entiendo.

- El Amo volvió a la bolsa de deporte y extrajo un objeto de ella. Lo acercó a mis ojos para que verificara de qué se trataba.
 
Capítulo 23: La historia de Kimiko (Parte 3):




- El Amo volvió a la bolsa de deporte y extrajo un objeto de ella. Lo acercó a mis ojos para que verificara de qué se trataba.

- ¿Qué era?

- Un consolador eléctrico. Era muy finito, compuesto de pequeñas bolitas de un par de centímetros de diámetro y, al pulsar el interruptor, éstas se movían en todas direcciones, de forma que se agitaba como una serpiente.

- Y claro – dije yo imaginándome el resto – Un consolador tan fino no está pensado para la vagina precisamente.

- No – Asintió Kimiko enrojeciendo de nuevo.

- A buenas horas te pones colorada, cariño – pensé sin decir palabra.

- El Amo se situó tras de mí y yo traté de relajar el cuerpo sabiendo lo que venía a continuación. Con delicadeza, untó el aparatejo con un bote de vaselina que había sacado también de la bolsa y, cuando estuvo bien lubricado, apartó un poco la cuerda que había entre mis nalgas, colocó la punta en la entrada de mi ano y lo deslizó suavemente en el interior de mi culo.

- Hasta el fondo – dije yo alzando mi copa a modo de saludo.

- Hasta el fondo – corroboró la japonesa con una sonrisa – Sin perder un instante, el Amo encendió el aparato que empezó a agitarse y a vibrar en el interior de mi recto. Aunque lo esperaba, no pude evitar que mi cuerpo se contorsionara por culpa del intruso, haciendo que forcejeara con mis ligaduras que se incrustaban todavía más en mi piel.

- ¿Y no te la metió? – pregunté indiscreta.

- Por supuesto que sí. Tras dejar que aquella cosa me estimulara el ano un par de minutos, el Amo se situó entre mis piernas y entonces escuché el clic característico de una navaja.

- Conozco ese sonido – dije rememorando mi primer encuentro con Jesús.

- Como la cuerda en mi vagina estaba tan clavada entre mis labios, si el Amo se hubiera limitado a apartarla a un lado para poder penetrarme se habría hecho daño en el pene por el rozamiento, así que simplemente cortó con mucho cuidado esa cuerda, dejando mi entrepierna a su merced.

- ¿No pasaste miedo cuando te acercó una navaja a tus partes?

- Ni me di cuenta de que lo hacía. Olvidas que tenía un inquieto visitante dándome placer en el recto. Yo sólo oí el clic y después noté cómo la cuerda se aflojaba – dijo ella. Nada más.

- ¡Ah, claro! – asentí.

- Agarrándome por los muslos, el Amo se situó entre mis piernas y, con habilidad, deslizó su enhiesto falo en mi interior, provocando que mi cuerpo se estremeciera en un nuevo orgasmo.

- No me extraña.

- Sentir mis dos orificios invadidos simultáneamente era más de lo que podía soportar. El deleite que sentía era tal, que me puse a aullar de puro placer. Después supe que Yoshi, alarmado por mis gritos, se asomó subrepticiamente a la habitación, encontrándose con que Jesús me follaba el coño como loco, separando y atrayendo mi cuerpo hacia así, sin moverse en absoluto.

- No te entiendo – dije extrañada.

- Quiero decir que él no bombeaba en mi interior, no movía su pelvis contra mí, sino que, aprovechando que yo estaba suspendida de la cuerda, empujaba mi cuerpo adelante y atrás, empalándome una y otra vez en su erección.

- Increíble – susurré.

Cada vez me apetecía más una pequeña sesión de aquellas prácticas.

- Entonces, el Amo comenzó a hablarme, a preguntarme cosas extrañas, con lo que conseguía que la cabeza me diera más vueltas. Me sentía como transportada a otro planeta, como si mi mente no estuviera allí, sólo mi cuerpo y… el placer.

- ¿Qué te preguntaba?

- ¡Oh! Muchas cosas. Que cómo me llamaba, que cuantos años tenía, que a qué me dedicaba…

- ¿Y a qué venía eso?

- Era un truco. Un truco para reafirmar su dominio sobre mí. Para obligarme a aceptar que ya era completamente suya.

- No te entiendo.

- Verás, en medio de la batería de preguntas aparentemente inocuas, deslizó la única que en verdad tenía importancia.

- ¿Cuál era? – pregunté interesadísima.

  • ¿Qué día es hoy? – me preguntó el Amo sin dejar de follarme.
  • ¿Hoy? Creo que mi… miércoles, sensei – respondí sin pensar.
  • ¿Miércoles? – dijo él deteniéndose inmediatamente – De acuerdo. Si quieres paramos.
- Y me dejó, Edurne. Me la sacó de dentro y se apartó de mi cuerpo. Me quedé balanceándome en el aire, oscilando colgada de las cuerdas con un sentimiento de incredulidad infinita. Mi cuerpo, mi alma protestaron por el súbito abandono. No podía pensar en nada más, sólo quería que siguiera follándome, no me importaba nada…

  • No, sensei, por favor – le supliqué casi llorando – No se detenga. Por favor.
  • ¿Cómo que no? – me dijo él mirándome sonriente – Has dicho la palabra clave. Y yo me he detenido. Por nada del mundo querría hacer nada que tú no desees.
  • Por favor… por favor sensei – era lo único que era capaz de decir.
- Entonces, él se acercó y se agachó frente a mi rostro, mirándome fijamente a los ojos.

  • A ver, acláramelo – me dijo - ¿Qué es lo que quieres?
  • Siga follándome – respondí sin dudar – Por favor, no se detenga…
  • ¿Quieres esto? – me dijo agarrándome por el pelo y haciendo que mirara su enhiesto pene.
  • Hai… - asentí suplicante.
  • Pues pídemela, querida… Y será tuya…
  • Su polla, sensei… - siseé con la mirada perdida – Quiero que siga follándome con su polla… No puedo más….
- Sonriendo en su triunfo, el Amo volvió a situarse detrás de mí y volvió a empalarme en su hombría. Si antes me había follado con dureza, ahora fue simplemente demencial. Comenzó a penetrarme una y otra vez a tal velocidad y con tanta fuerza, que el placer provocó que pusiera los ojos en blanco y la saliva comenzara a chorrear de mis labios nuevamente, formando un charquito en el suelo.

- Esta historia es alucinante – susurré sintiendo el intenso calor entre mis muslos.

- No pude más, me corrí no sé cuantas veces. Estaba mareada, mi mente divagaba, no me había sentido jamás así. En cierto momento me desmayé, pero eso al Amo le daba igual, pues siguió martilleándome una y otra vez sin importarle nada.

- Sí, a mí me ha pasado eso un par de veces. Cuando usa mi cuerpo, no se preocupa de nada más. Me siento como si fuera un simple objeto que él usa para su propio placer.

- Eso es. Y eso me excita todavía más – dijo Kimiko.

- A mí me pasa igual.

Ambas sonreímos.

- Cuando me desperté – continuó la chica – Estaba en la cama de mi hermano, desnuda entre las sábanas, descansando tranquilamente.

- ¿Cuánto tiempo había pasado?

- Aunque no te lo creas, era ya de noche, así que debí de dormir algunas horas.

- No me extraña. Estarías agotada.

- Y tanto. Tambaleándome, abrí el armario de mi hermano para mirarme en el espejo. Todo mi cuerpo estaba marcado por la silueta de las ataduras, que parecían grabadas a fuego sobre mi piel. Sonreí al verme, completamente satisfecha por primera vez en muchos años.

- Tía, eres increíble – sentencié.

- Noté entonces que el culo me dolía un poco, así que creo (pues nunca me he atrevido a preguntárselo) que Jesús-sama usó mi trasero a placer mientras estaba desmayada.

- Sí, tengo entendido que el sexo anal le atrae mucho – dije un poco mosqueada.

- ¡Ah, es cierto! – dijo ella sonriendo – Tú aún no has sido iniciada en esas prácticas por el Amo. Tranquila, pronto lo serás.

- Lo sé – dije estremeciéndome.

- Agotada, me puse una camiseta de mi hermano y salí del cuarto. Para mi sorpresa, Jesús-sama seguía allí, tomando una copa en el salón mientras charlaba amigablemente con Yoshi-chan.

  • ¡Ah, la Bella Durmiente ha despertado! – me saludó al verme entrar.
  • ¿Cómo estás? – me preguntó Yoshi con gesto preocupado.
  • Bien – respondí mirando al Amo – Todavía cansada pero bien.
  • ¿Lo ves? Te lo dije. Jesús era lo que necesitabas – dijo mi hermano mirándome sonriente.
- No me preguntes por qué – dijo Kimiko – Pero aquellas palabras de mi hermano me irritaron profundamente. Era como si me dijera: “¿Lo ves putilla? Lo único que te hacía falta era un buen pollazo”. Me enfurruñé un poco.

- No era para tanto – intervine.

- Es cierto. Pero aún así me sentó mal.

- ¿Y qué pasó?

- Nada más. Seguimos charlando un rato, pero, como era obvio que yo estaba un poco molesta, Jesús-sama no prolongó mucho más su estancia y, aunque yo deseaba que se quedara, no dije nada.

  • Bien, Kimiko, me marcho ya – dijo el Amo – Gracias por todo lo que me has enseñado. Me será muy útil. Lo he pasado maravillosamente bien.
  • Gra… gracias – balbuceé avergonzadísima – Yo también he disfrutado mucho.
  • Bueno, Yoshi, nos vemos otro día. Kimiko… ha sido un placer conocerte – me dijo despidiéndose con un beso en mi mejilla.
- Me quedé hecha polvo cuando se marchó. Deseaba que se quedara, no para tener más sexo (estaba completamente agotada) sino para averiguar más de él, conocerle mejor… por primera vez en mi vida, deseé que mi hermano no estuviera allí conmigo.

- Es normal – asentí.

- Mi hermano trató de sonsacarme un poco, pero yo me mostré extrañamente reticente a contarle nada. Me confesó entonces que había estado espiando un rato cuando escuchó mis gritos y aquello me cabreó todavía más. Le grité que cómo se atrevía a espiarme, que era un voyeur asqueroso.

- Tía, te pasaste un montón. Si él estaba allí era porque tú se lo habías pedido – la amonesté.

- Por supuesto, ya lo sé. Pero no era por eso por lo que estaba enfadada. Era plenamente consciente de que mi plan, de que aquella cita fuera simplemente sexo y nada más, se había ido al garete. Me sentía esclava de aquel muchacho y sabía que no podría escapar de él… y le echaba la culpa a Yoshi.

- Menuda locura.

- Es que fue una tarde de locos. No me pidas que aquello tuviera sentido, pero me sentía así.

- Supongo que hay que vivirlo para entenderlo – asentí filosóficamente.

- Precisamente. Bueno, aunque enfadada, estaba demasiado agotada para irme a casa, así que me quedé a dormir en el cuarto que tengo en el piso de Yoshi. Al día siguiente me desperté casi a la hora de comer, cuando mi hermano volvió del trabajo. Estaba mucho más calmada, así que le pedí disculpas a Yoshi-chan, pero aún así, me resistí a admitir delante de él que estaba deseando encontrarme de nuevo con Jesús-sama.

- Sí, te entiendo. Yo también soy muy testaruda – dije sonriendo.

- ¿Ves? Otra cosa que tenemos en común – dijo la japonesa sonriéndome - Pues bien, durante días no di mi brazo a torcer, negándome a pedirle a Yoshi que me concertara otra cita. Ni siquiera aludí en ningún momento a Jesús-sama, aunque, cuando mi hermano mencionaba su nombre, escuchaba atentísima y con el corazón desbocado cualquier retazo de información sobre él.

- Dura de mollera, ¿eh?

- El orgullo es uno de los principales rasgos de mi familia – sentenció Kimiko – Sin embargo, Yoshi no se dejaba engañar, así que aprovechaba cualquier excusa para hablarme de su amigo.

- Te conoce bien.

- Imagínate. Y fue entonces cuando me contó algo que me hizo cambiar de opinión.

- ¿El qué?

- Me habló de las otras esclavas de Jesús-sama. Onii-chan ya me había hablado un poco de ellas, pero yo ignoraba hasta qué punto era profunda su relación con ellas. Pensaba que eran un poco como las chicas que perseguían a mi hermano, “amigas con derecho a roce” como decís aquí, pero no imaginaba hasta qué punto estaban sometidas a los deseos del Amo.

- Es normal.

- Lo que pasó es que Yoshi-chan me contó que le había sugerido a su amigo la posibilidad de marcar a sus esclavas con un piercing, para que quedara demostrada su total dependencia y sumisión hacia él y que a Jesús-sama le había encantado la idea.

- ¿Fue cosa de tu hermano lo de los piercing? – pregunté sorprendida.

- A medias. Jesús le había consultado acerca de unos colgantes (por si no lo sabías, el colgante que llevas al cuello es obra de un artesano taiwanés) y Yoshi le había dicho que sería mejor un piercing. Entre los dos, diseñaron el sistema del colgante para las aprendices y el piercing para las esclavas, que Jesús-sama empezaría a usar a partir de entonces, pues a esas alturas el Amo ya tenía en mente ampliar un tanto su rebaño.

- Vaya con tu hermanito – dije riendo.

- Y para empezar, sus tres primeras mujeres iban a ser marcadas por mi hermano. Yoshi-chan se mostraba muy ilusionado por conocer a las mujeres de su amigo, puede que sintiera incluso un poco de envidia.

- ¿Y tú?

- ¿Yo?... – dijo Kimiko haciendo una breve pausa – Decidí inmediatamente que lo que deseaba era unirme a ese grupo. Durante días, no pude pensar en nada más.

- ¿Y qué hiciste?

- El día que me enteré que Yoshi iba a marcar a una de las mujeres… Me presenté en su estudio.

- ¡Al ataque! – exclamé riendo.

- ¡Banzai! – rió Kimiko también – Pues bien, la tarde que aparecí por allí fue precisamente el día en que le tocaba a Gloria.

- ¡Oh! – exclamé barruntándome lo que venía a continuación.

- No me corté un pelo. Me armé de valor y entré a la trastienda, donde mi hermano hace los tatuajes y los piercings. Allí estaban los tres, onii-chan preparando los instrumentos para la perforación, Gloria, echada en la camilla y por supuesto… el Amo, que me miraba como si mi presencia allí fuera lo más normal del mundo.

  • ¿Quién es esta? – exclamó Gloria sorprendida por mi intrusión.
- Su intuición la servía bien, pues inmediatamente había detectado a una rival.

  • ¡Ah, perdona, Gloria! – respondió mi hermano bastante azorado – Es mi hermana. Voy a ver qué quiere.
  • Quiero hablar con Jesús – dije con serenidad.
- Él esbozó su característica sonrisa y me miró.

  • Déjala, Yoshi – intervino el Amo – No molesta en absoluto.
  • Pero… pero ¿vas a dejar que mire mientras me hacen el piercing? – exclamó Gloria con tono irritado.
  • ¡Tú te callas! – sentenció el Amo en tono enfadado - ¡O haces lo que te digo o ya puedes largarte a tu casa! ¿Está claro?
- Gloria se quedó paralizada y atónita, callándose de inmediato. Eso sí, me echó una mirada que si se pudiese asesinar con los ojos…

- Y ese fue el comienzo de vuestra hermosa amistad – sentencié.

- Exacto. Ya empezamos atravesadas. Y además, durante el tiempo que estuvimos en aquel cuarto, la atención de Jesús-sama era toda para mí, sin interesarse lo más mínimo por Gloria, lo que la mortificó todavía más.

- Ya veo.

- Y no sólo eso, yo lo notaba y me sentí… triunfante. Era feliz de que Jesús-sama me prestara atención a mí en vez de a aquella zorrita.

- Vamos, que era mutuo – dije.

- Nunca dije que no lo fuera – dijo Kimiko con filosofía - Bueno, Yoshi hizo que Gloria se desnudara de cintura para arriba y pude notar que, desde luego, a mi onii-chan sí que le interesaba mucho aquella chica. Los ojos se le salían de las órbitas mientras miraba sus senos desnudos. Ella se dio cuenta y coqueta como es, comenzó a flirtear descaradamente con mi hermano, allí, alegremente, con las tetas al aire. Lo que no percibió la muy idiota fue que Jesús-sama también se daba cuenta… y no le gustaba.

- Uf. Ya veo por donde vas – dije.

- Yo, por mi parte, la odié un poco, pues sus pechos eran mucho mayores que los míos. Ya habrás notado que casi no tengo… - dijo la japonesa con cierto tono de amargura.

  • ¿Y bien, Kimiko? – me preguntó por fin el Amo – Aunque me alegra muchísimo volver a verte, no me creo que hayas pasado por aquí por casualidad, así que dime… ¿Para qué has venido?
- Tardé sólo un segundo en responder.

  • Quiero uno de esos – dije señalando al corazoncito que Yoshi sostenía entre sus dedos.
- La sonrisa del Amo se ensanchó mucho más.

  • ¡Eso hay que ganárselo, furcia! – exclamó Gloria sin poderlo evitar.
  • ¡TE HE DICHO QUE TE CALLES! – gritó el Amo volviéndose bruscamente hacia Gloria.
- Ella reaccionó como si la hubiera abofeteado. Se quedó mirando a Jesús con lágrimas en los ojos. Entonces vio la sonrisa de suficiencia que había en mi rostro (lo siento, no la pude evitar) y sus lágrimas fueron sustituidas por llamas de genuino odio.

- A eso le llamo yo empezar con mal pie.

- Desde luego que sí. Bueno, yo, muy feliz por mi triunfo, seguí charlando con el Amo, que me regaló mi precioso colgante y me expuso las líneas generales de cómo sería nuestra relación.

- Sí, ya conozco ese discurso – aseveré.

- Mientras, onii-chan, que no había dicho ni mu durante toda la escena, estaba practicándole el piercing a Gloria en el pezón. Cuando estuvo listo, ella me miró con insolencia, como diciéndome: “yo tengo esto y tú no”, pero mis ojos le respondieron: “pero pronto tendré uno igual”.

- Vaya par – dije sacudiendo la cabeza.

- Amor a primera vista. Y entonces la cosa empeoró.

- ¿Cómo?

  • Muy bien, zorrita – dijo el Amo examinando el trabajo de onii-chan – Te queda muy bien.
  • Gracias Amo – respondió Gloria sonriéndole.
  • Aunque te has portado francamente mal. Estoy muy decepcionado – dijo él, borrando su sonrisa de un plumazo – Te has ganado un buen castigo.
  • ¡Por favor, Amo, no! – dijo ella a punto de llorar - ¡Perdóneme! Es que esta…
  • ¡ES QUE ÉSTA QUÉ! – aulló el Amo - ¿VAS A SEGUIR REPLICÁNDOME?
  • No, Amo, perdón – dijo Gloria ya llorando.
  • Bien. Pues vamos a castigarte. Ya no eres una aprendiz, ya eres mi esclava. Y eso supone unas obligaciones…
  • Lo sé Amo – dijo la chica sin atreverse a mirarle a la cara.
  • Además, es una buena oportunidad para que Kimiko vea donde se mete y decida si será capaz de hacerlo o no.
- A mí me daba igual, pues yo no pensaba desobedecer al Amo jamás. Sólo quería estar con él y pasar tardes tan alucinantes como la que ya habíamos pasado. Estaba segura de que jamás me ganaría un castigo.

  • Vamos, ponte en posición encima del sillón – ordenó el Amo.
- Toda llorosa, Gloria se colocó a cuatro patas sobre el sillón, subiéndose la falda y bajándose el tanga. A Yoshi-chan, los ojos se le salían de las órbitas por ver el firme trasero de la zorrilla y su delicado coñito. Sin poder evitarlo, eché una disimulada mirada a la entrepierna de mi hermano, comprobando que el monstruo estaba bien despierto.

  • Bien. Empieza a contar – dijo Jesús mientras le propinaba un sonoro azote a las nalgas de la jovencita.
  • U… no – lloró ella.
- La cuenta llegó hasta diez. Me dolía de ver lo colorado que se le había puesto el culo a la pobre, pero en el fondo… estaba muy excitada.

  • Bien – dijo Jesús sama tras el décimo golpe – Esto ha sido por faltarme al respeto a mí. Ahora recibirás el castigo por insultar a mi amigo y a su hermana.
  • Perdona, Jesús – intervino mi hermano – Yo no me he sentido insultado. No ha dicho nada que…
  • Yoshi, su actitud es suficiente insulto. Merece ser castigada. Y como vosotros habéis sido los ofendidos, seréis los encargados de aplicar el castigo.
- La perspectiva de poder poner sus manos en aquel culito (aunque fuera a palos) hizo que mi hermano dejara de protestar. Gloria, derrotada, lloraba en silencio, con el culo rojo como un tomate.

  • Adelante, Kimiko, tú has sido la más ofendida, así que te corresponde darle 20 azotes.
  • Sí, sensei – asentí.
- Y se los di, Edurne, no dudé ni un segundo. Tras darle cuatro o cinco, El Amo me detuvo y me ordenó dárselos más fuerte, que lo que estaba haciendo Gloria ni lo notaba. Su tono me hizo comprender que, si no le obedecía, pronto me encontraría yo encima de ese sillón con el culo en pompa y las bragas bajadas, así que hice caso.

- Pobre Gloria – dije sin poderlo evitar.

- Sí, pobrecilla – dijo Kimiko sorprendiéndome – Cuando terminé, tenía el culo rojo a más no poder. Dolía de mirarlo.

- ¿Y luego la azotó tu hermano? – pregunté.

- No. Se me ocurrió una idea. Cuando Yoshi se disponía a golpearla, me dirigí al Amo.

  • Sensei, perdone – dije tímidamente.
  • Dime, Kimiko.
  • A estas alturas, la chica tiene el trasero tan enrojecido que ni se va a enterar de los azotes.
  • No voy a perdonarla – dijo él malinterpretando mi intención.
  • No, si no digo que la perdone, pero… podría castigarla de otra forma.
  • Habla – dijo él interesado.
  • No he podido evitar darme cuenta de que onii-chan está muy excitado por la situación y seguro que preferiría otro tipo de… castigo.
- La sonrisa que se dibujó en el rostro de Jesús-sama me hizo estremecer. Noté perfectamente que estaba muy mojada. Todo aquello me tenía caliente a más no poder.

- Y entonces tu hermano se la folló con su enorme verga – sentencié.

- ¡Oh, no! Eso fue más tarde… - dijo ella.

- ¿Entonces qué pasó?

  • Gloria, tienes la oportunidad de librarte de los últimos 20 azotes. ¿Quieres hacerlo?
  • ¡Sí, Amo, por favor! – exclamó ella con el rostro empapado de lágrimas.
  • Bien, arrodíllate frente a mi amigo y pídele que te castigue de otra forma.
- Y ella lo hizo. Renqueante y con muestras de dolor en su rostro a cada paso que daba, Gloria se las apañó para bajarse del sillón y ponerse de rodillas frente a mi hermano, que la miraba alucinado.

  • Por favor, señor Yoshi – susurró ella – Le suplico que me perdone los 20 azotes que me merezco y sustituya el castigo por otra cosa…
  • ¿Y qué vas a hacer cambio? – preguntó el Amo sonriente.
  • Lo que el señor Yoshi me pida – dijo ella llorando.
  • ¿Y bien? Yoshi, amigo, decide tú lo que quieras que haga; aunque, si lo prefieres, estás en tu derecho de azotarla.
  • No, no… no es necesario – dijo él, cohibido – Pensaré en otra cosa…
- Aunque estaba bien clarito lo que le apetecía – dijo Kimiko sonriendo levemente.

  • ¿Po… podría practicarme una felación? – preguntó onii-chan dubitativo.
  • ¿Y bien, putilla? ¿Se la chuparás a mi amigo Yoshi?
  • Por supuesto Amo – dijo ella sumisa – Será un honor chupar el miembro del amigo de mi Amo para pedirle perdón por mi comportamiento.
  • Bien, pues hazlo. Y como castigo tendrás que tragártelo todo sin desperdiciar una gota. Es lo menos que puedes hacer por Yoshi después de cómo te has portado.
  • Claro, Amo – dijo ella más tranquila ahora que se encontraba en el terreno que mejor dominaba.
- Pero ahí Gloria cometió un error de cálculo. No esperaba para nada el tamaño de la serpiente que había entre las piernas de mi hermano. Aunque el bulto era considerable, como Yoshi-chan llevaba vaqueros estos disimulaban bastante. Con dificultad, Gloria consiguió desabrochar los pantalones de Yoshi y bajárselos hasta los tobillos. Cuando levantó la cabeza y se encontró frente a frente con la cabeza de la anaconda, se quedó con la boca abierta y los ojos como platos. Es una de las pocas veces que la he visto callada desde entonces. Creo que estaba tan alucinada, que hasta se le olvidó el dolor que sentía en el trasero, pues se echó hacia atrás estando de rodillas, quedando sentada sobre sus pies.

- ¿Tan grande es? – pregunté inquieta por si al día siguiente era yo la que se enfrentaba al monstruo.

- Cualquier cosa que te diga se queda corta. Tendrás que verla para creerme.

No me apetecía demasiado, la verdad.

- Como Gloria no reaccionaba, Jesús-sama la apremió.

  • ¿Y bien? ¿A qué esperas? ¿Es que quieres más azotes?
- Poniéndose en marcha por fin, Gloria acercó sus manos a la monumental erección y la agarró con fuerza. Sus dos manos se aferraron a la barra de carne, pero aún así, quedaba un buen trozo libre por cada extremo. Lentamente, como si estuviese limpiando el cañón de un lanzamisiles, Gloria empezó a pajear a dos manos el pistolón de onii-chan, arrancándole los primeros gruñidos de placer.

  • ¿Qué coño haces? – exclamó el Amo - ¡Tienes que chupársela!
- Sacando fuerzas de flaqueza, la pequeña Gloria acercó su boquita a la punta del espolón y empezó a lamerlo con la lengua. Poco a poco, la muy guarrilla fue animándose, incrementando el ritmo de sus manos sobre el falo y el de su lengua sobre el glande. Cuando lo tuvo bien ensalivado, se atrevió por fin a introducirse la punta en la boca, comenzando a mover la cabeza adelante y atrás, chupando alegremente un buen trozo de rabo.

- Madre del amor hermoso – pensé alucinada.

- Pero, para el Amo, aquello no era suficiente.

  • ¡Vamos, puta, tú puedes hacerlo mejor! ¡Demuéstrale a mi amigo la suerte que tengo por disponer de una chupa pollas como tú!
- Mientras decía esto, el Amo puso su mano en la cabeza de Gloria y empujó con fuerza, obligándola a meterse hasta la garganta un buen pedazo de rabo. Gloria aguantaba como podía, dando arcadas, con las lágrimas resbalándole por las mejillas, medio asfixiada por el volumen del chorizo que acababa de tragar.

  • Y tú – dijo el Amo volviéndose hacia mí - ¡Mastúrbame!
- Yo reaccioné con rapidez, con el corazón latiéndome ante mi primera orden como aprendiz de esclava. Ni corta ni perezosa me aproximé al lujurioso trío y extraje el enhiesto pene del Amo de su encierro, comenzando a menearlo lo mejor que supe. Yoshi, tenía los ojos en blanco, disfrutando a tope de la mamada, mucho más intensa y profunda que las que estaba acostumbrado a recibir y el Amo también disfrutaba con mi tratamiento, lo que me llenaba de felicidad.

Me sentí increíblemente excitada. Sin casi darme cuenta, apreté mis muslos bajo la mesa del café y los froté uno contra el otro, tratando de calmar mi ardor.

- El Amo empujaba y tiraba del pelo de Gloria, obligándola a hundir en su garganta la polla de mi hermano una y otra vez. El pobre Yoshi-chan, bajo aquel tratamiento, no pudo aguantar más y se corrió como una bestia. La infeliz Gloria recibió aquel tremendo lechazo directamente en lo más profundo de su boca y, sin poder evitarlo, forcejeó tratando de escapar de la presa del Amo, simplemente afanándose por respirar. El Amo, a punto de correrse también, la dejó libre, con lo que la chica logró sacarse el enorme trozo de entre los labios y, boqueando, llevó de nuevo el aire a sus pulmones. Jadeando, la desgraciada muchacha expulsó gruesos pegotes de semen directamente al suelo, mientras daba arcadas de forma incontrolada.

- Seguro que eso no le gustó a Jesús – dije.

- Desde luego que no. El Amo con un simple gesto me indicó que apuntara su polla contra la medio asfixiada chica y se corrió abundantemente. Yo, comprendiendo sus deseos, apunté para que los lechazos impregnaran bien su piel, concentrándome sobre todo en su rostro y sus tetas, donde se agitaba orgulloso el brillante piercing.

- Menudo bukkake – dije.

- Mi hermano, resoplando, se había dejado caer en el sillón, contemplando excitado a la hermosa chica embadurnada de semen. Su mirada me hizo comprender que daría cualquier cosa por poseerla, cuestión de la que tomé debida nota.

- Ay, ay, ay… - dije imaginándome lo que pasaría después.

- Pero, como has dicho, Jesús estaba enfadado.

  • ¿Pero qué has hecho, puta’ ¡TE DIJE QUE TE LO TRAGARAS TODO! Si no me obedeces, me dejas en mal lugar delante de mi amigo. Y lo que es peor, la nueva aprendiz pensará que no es necesario obedecerme en todo, pues saltarse alguna orden no trae consecuencias. ¡Y ESO NO LO VOY A PERMITIR!
  • Perdón, Amo – sollozó Gloria – No he podido con tanta…
  • ¡QUE TE CALLES! – aulló Jesús-sama asustándome un poco.
  • Jesús, tío – intervino mi hermano – No pasa nada. He comprobado que tus chicas obedecen hasta la más pequeña de tus órdenes. No pasa nada si la pobre no ha podido con todo mi semen. Te juro que ha sido la mejor mamada de mi vida. Es la primera vez que una mujer logra meterse un trozo tan grande en la boca. Normalmente se limitan a pajearme y a chuparme la punta, pero ella ha estado magnífica.
  • ¿Has oído, putilla? ¡Da gracias a que mi amigo ha intercedido en tu favor! ¡Porque estaba dispuesto a arrancarte ese maldito corazón y a mandarte a tu puta casa!
  • Gra… gracias, señor Yoshi – acertó a balbucear la joven.
  • ¡Bien! Me gusta que seas agradecida. Pero no te creas que te vas a librar de un castigo.
- El alma se le calló a los pies a la pobre niña. Hiciera lo que hiciera, sólo conseguía empeorarlo todo.

  • Por favor, Amo, no me castigue más… le prometo que no le enfadaré nunca más, haré todo lo que me pida…
  • No sigas, Gloria, que me enfadaré más. Me has dejado en ridículo delante de mi amigo y de Kimiko y eso no lo voy a consentir. Es necesario que comprendan que eres mía y que cumplirás con todo lo que yo te ordene. Por eso quiero que hagas una demostración de obediencia.
  • ¡Claro, Amo! ¡Lo que digas! – exclamó ella viendo la luz al final del túnel.
  • La pequeña Kimiko tiene un restaurante de sushi – continuó Jesús-sama – Pues bien, durante las dos próximas semanas, todos los días, al salir de clase, te presentarás en ese restaurante y trabajarás para Kimiko. La obedecerás absolutamente en todo, sea lo que sea lo que te pida. Y si ella me cuenta de que la has desobedecido en algo, no te molestes en volver a buscarme.
  • ¡Sí, Amo, lo que tú digas! – dijo ella, aunque pude captar cómo me dirigía una disimulada mirada de odio.
  • Durante esas dos semanas estarás a prueba y no te acercarás a mí para nada. No follarás con nadie ni te masturbarás, a no ser que Kimiko te ordene otra cosa. Si cumples el castigo, te perdonaré y todo estará bien entre nosotros, pero si no… ya puedes olvidarte de mí.
  • Amo, por favor… no me aleje de usted.
  • No lo hago yo… - respondió Jesús-sama impertérrito – Lo has hecho tú misma…
- Tras decir esto. Me agarró de la mano y me sacó del local de mi hermano. Me llevó a su piso, donde me presentó a Esther. Después nos metimos en el cuarto, sacó unas cuerdas del armario y me pasé el resto de la tarde aullando de placer.

- Lo conseguiste – concluí.

- Sí. Lo conseguí.

- ¿Y Gloria?

- Mi hermano me contó que la ayudó a lavarse y a vestirse. Después la llevó a su casa, entregándole una de las tarjetas del restaurante, para que supiera donde presentarse al día siguiente. Me dijo que se la veía muy triste y abatida.

- No me extraña.

- Es cierto. Pero, si he de ser sincera, a mí no me importó mucho, pues mi vida estaba demasiado llena del Amo en ese momento. No podía pensar en otra cosa.

- Pero hay algo que me extraña – intervine – Cada una de vosotras me habla de un Jesús distinto. No sé, no imaginaba que pudiera ser tan… despiadado.

- Y es que hoy por hoy no es así – dijo Kimiko – Verás, después averigüé que por esas fechas había tenido un montón de problemas con sus tres esclavas. Esther, al parecer, no encajaba bien con Gloria y habían tenido más de una pelea. Además, tampoco congeniaba mucho con Rocío, creo que a causa de su pasado, por lo que la martirizaba y le hacía la vida imposible. Gloria, creo que compadeciéndose un poco de Rocío, la defendía, enfrentándose abiertamente con Esther, por lo que las peleas entre ellas eran habituales y Jesús-sama se pasaba el día castigándolas, empezando a estar un poco harto de ellas.

- No me extraña que Gloria se compadeciera de Rocío. Participó en su iniciación y fue bastante dura.

- Sí que lo fue, conozco la historia. El Amo llegó incluso a decirme que había considerado la posibilidad de expulsar a Gloria del grupo y a no hacerla esclava, porque claro, Esther es su madrastra y no podía echarla a ella, así que Gloria era el eslabón más débil. Estaba cansado de problemas.

- ¿Y qué esperaba? Si mantener una relación convencional ya es un cúmulo de problemas. Imagínate cómo será mantener una relación como la nuestra con tres mujeres a la vez.

- Imagínate como será tenerla con siete – dijo Kimiko mirándome por encima del borde de su vaso.

- Y entonces instauró lo de los rangos… - concluí.

- Casi. Aún faltaba un incidente más – dijo ella.

- Lo de Gloria con Yoshi.
 
Capítulo 24: Lo de Gloria con Yoshi:
- Casi. Aún faltaba un incidente más – dijo ella.

- Lo de Gloria con Yoshi.

- Precisamente.

Aunque ya me sentía suficientemente achispada, tenía la boca seca así que pedí otra ronda más.

- Las dos semanas de Gloria en mi restaurante fueron larguísimas. Al principio me mostré un poco dubitativa, pidiéndole cosa sencillas, que ayudara con las mesas, que recibiera a los clientes… cosas así. Pero el Amo no se mostraba satisfecho con eso y me empujaba a exigirle más, para comprobar los límites de su sumisión.

- ¿Y cómo se enteraba?

- Nos veíamos casi todos los días, para “practicar” ya sabes y me pedía informes. Y si no nos veíamos, me llamaba por teléfono.

- Así que empezaste a pedirle más a Gloria.

- Exacto. Todas las tareas desagradables iban para ella, limpiar los retretes (qué guarros sois los españoles por cierto), sacar la basura, fregar las ollas… Y ella lo hacía todo sin rechistar, aunque nunca logré borrar de su cara el desafío y el desprecio, lo que me irritaba profundamente.

- ¿Y tu hermano? – pregunté sabiendo por donde iban los tiros de la historia.

- Estaba todo el tiempo en el restaurante. Ni siquiera en los periodos en que estuvo echándome una mano con el local pasó allí tanto rato. Estaba fascinado con Gloria y deseando sin duda llevársela a la cama, lo que me ponía todavía más celosa y enfadada con ella.

- Ya veo.

- Cuando llegó el último día de obediencia de Gloria, ella llegó al local con una sonrisa de oreja a oreja, pavoneándose orgullosa por haber logrado quedar encima de mí. Y yo decidí borrar esa sonrisa.

- Ya sé cómo lo hiciste.

- Precisamente. En los dos o tres últimos días había estado sugestionando a mi hermano, incitándole a que se lo montara con ella, hablándole de lo buena que estaba y de lo mucho que había disfrutado cuando se lo chupó. Fue muy sencillo entonarle. Como acercar una cerilla a un bidón de gasolina.

- Ya lo supongo.

- Esa tarde, después del servicio de medio día, envié a mis empleados a casa con la tarde libre, cerrando el local al público. Cuando Gloria se dio cuenta, intuyó que algo iba a pasar y por primera vez vi miedo en su mirada. Me gustó mucho.

- Eres diabólica - siseé fascinada.

- Es verdad. Cuando todos se hubieron marchado, la llamé a mi despacho. Cuando entró, se encontró conmigo sentada a mi mesa, sonriendo. Mi hermano, por su parte, la esperaba sentado en el sofá, completamente desnudo y con el mástil apuntando al techo. Gloria inmediatamente supo lo que iba a pasarle y se asustó mucho.

  • No – dijo con voz temblorosa – Cualquier cosa menos eso.
  • No hay problema – dije con firmeza – Márchate.
- Mientras le decía eso cogí mi móvil, que estaba sobre la mesa y me puse a buscar el número del Amo.

  • ¡No lo hagas! Por favor – me suplicó una vez más.
  • Gloria, esta es la última orden que te doy. Cúmplela y tu castigo habrá terminado. O no lo hagas y tendrás que despedirte del Amo para siempre. Tú eliges.
  • Por favor, no lo digas – imploró.
  • Fóllate a mi hermano – sentencié.
- Resignada, Gloria aún tardó unos instantes en claudicar. Finalmente, su orgullo venció y no queriendo ser vencida por mí, decidió obedecer hasta el final. Lentamente, se desnudó por completo, sin vergüenza, como demostrándome que nada de lo que yo hiciera podría apartarla del Amo. He de reconocer que admiré su valor, porque el simple hecho de mirar la formidable barra de carne que la esperaba bastaba para estremecerse.

- Y se acostó con él.

- Digo que sí. Yoshi se tumbó boca arriba en el sofá y ella se arrodilló junto a él. Supongo que con la intención de lubricar aquello un poco, Gloria la chupó y lamió por todas partes, ensalivándola a conciencia. Mi hermano gemía y jadeaba, disfrutando como un loco, cada vez más cachondo y deseoso de follarla.

- No me extraña.

- Por fin, Gloria dejo de lamer y se incorporó, decidida a acabar con aquello cuanto antes mejor. Como pudo, se situó a horcajadas sobre mi hermano y, lentamente, fue empalándose en su verga. A medida que aquella cosa la penetraba, la expresión de la muchacha iba cambiando, poniendo una cara de asombro que resultaba casi cómica.

- Sí, un hartón de reír sin duda – dije para mí.

- Con un buen trozo incrustado en la vagina, pero aún con un gran pedazo fuera, Gloria comenzó a cabalgar sobre mi hermano, apoyando sus manos en el pecho de él para impedir quedar ensartada por completo. Obviamente, intentaba deslizar la verga en su interior con mucho cuidado, moviéndose muy despacio.

- Normal.

- Yoshi-chan, muy excitado, llevó sus manos a los pechos de la chica y empezó a acariciarlos dulcemente. Ella agradeció el gesto con una sonrisa, pero siguió muy concentrada en moverse despacito sobre la verga. Cada vez que bajaba sobre ella, un rictus de dolor se dibujaba en su cara, pero hay que reconocer que, hasta ese momento, la chica se defendía bastante bien.

- ¿Y qué pasó?

- El problema fue que mi hermano, excitado hasta el límite, quería más, así que empezó a subir a su vez su pelvis, de forma que, cuando ella bajaba, se metía una porción cada vez mayor de rabo. Y claro, aquello le hacía daño.

  • No, no, por favor – suplicaba la chica – Déjame a mí.
- Pero Yoshi estaba empezando a perder el control y no aguantó mucho rato.

- ¿Qué hizo?

- De repente, Yoshi se incorporó y abrazó a Gloria, pegando la cara a sus pechos, chupándolos y lamiéndolos. Ella intentaba no romper el ritmo, seguir metiéndose aquella cosota lentamente, manteniendo el control. Pero onii-chan quería otra cosa.

- ¿Y?

- Cuando quise darme cuenta, onii-chan se puso en pie, llevando a Gloria empalada en su hombría. Era incluso gracioso ver cómo se mantenía en pie con una chica empotrada en su entrepierna, mientras ella se aferraba como podía a su cuello para evitar clavarse hasta el fondo.

- Madre mía.

- Con un gesto brusco, Yoshi-chan la tumbó en el sofá boca arriba, con él encima y esta vez fue él quien se encargó de marcar el ritmo de la follada.

- Pobrecilla. Cómo la dejaría.

- Ni te lo imaginas. Ya completamente fuera de control, Yoshi-chan empezó a bombearla con fuerza. Tras cada empellón, podía ver cómo su polla penetraba cada vez más profundamente, Gloria, con la boca desencajada, aullaba de dolor y placer. Parecía decir algo, pero no se le entendía absolutamente nada.

  • ¡¡UUUAAAAAAHAHHAAAAA! ¡MI COLMPO!¡DIOOOSSSSS! ¡NOOOOO!
  • ¡Sí, guarra, sí! ¡Tómala toda! – aullaba mi hermano mientras seguía insultándola, alternando el castellano con el japonés.
- Ahora sí que estaba preocupada. Yo sabía (porque él me lo había dicho) que eran muy pocas las mujeres que eran capaces de recibir todo su trozo en su interior y que, además, tenía que follarse a esas pocas elegidas muy lentamente. Sin embargo, con Gloria mi hermano perdió completamente el control y se la folló a lo bestia. Por fortuna, no tardó mucho en correrse, con lo que pronto se la sacó y se pajeó la monstruosa verga hasta dejar el desmadejado cuerpo de Gloria pringado de semen.

- ¿Y Gloria?

- Inconsciente. Se desmayó al poco de ser penetrada. No se movía en absoluto, parecía muerta.

- ¡No me jodas!

- Yoshi, que parecía haber recuperado la razón, se preocupó por ella y trató de despertarla, pero no consiguió nada. Bastante asustados, intentamos reanimarla, pero Gloria seguía desmayada en el sofá.

- Por Dios.

- Como no despertaba, nos asustamos y llamamos a nuestro primo Eichi, que es médico y acupuntor. Mientras éste venía al restaurante, aprovechamos para asear un poco el cuerpo de Gloria. Vi entonces que sangraba un poco por la vagina, lo que me asustó muchísimo.

- ¡Por Dios! – repetí.

- Mi primo la reconoció y logró que recuperara el sentido. La llevamos a su clínica y la ingresamos allí. Mi primo y un compañero la reconocieron, diagnosticando un agotamiento extremo y desgarros vaginales de diversa consideración. Por fortuna, no era nada tan grave como parecía, pero aún así, Gloria se pasó un par de días ingresada.

- ¿Y qué dijo Jesús? – pregunté.

- No sabes el miedo que pasé cuando se lo dije. En mi mente sólo estaba la imagen del culo de Gloria enrojecido por los azotes. Sin embargo, el Amo no me hizo nada.

- ¿Nada?

  • Si es eso lo que le has ordenado, ha hecho lo correcto obedeciéndote – me dijo – Yo no te marqué límites a lo que podías pedirle. Eso sí, mañana es posible que seas tú la que tenga que obedecer a Gloria, así que atente a las consecuencias.
- Esa noche me hinché de llorar en mi cama. La que había perdido el control había sido yo y no Yoshi. Me sentí muy mal. Quería visitar a Gloria en el hospital, pero no me atrevía, pues sabía que ella no querría verme.

- No es de extrañar – dije.

- Pero al día siguiente recibí una llamada de Jesús, ordenándome acudir a la habitación de Gloria en la clínica. Muy asustada, obedecí, encontrándome con que nos había reunido allí a todas.

- ¿Para qué?

- Ese día instauró el sistema de rangos. Nos dijo que había estado meditándolo y que le parecía la solución para los problemas entre nosotras. Estaba harto de discusiones, peleas y puñaladas traperas. A partir de ese momento, todas tendríamos que pensarnos mucho qué le hacíamos a las otras, pues era muy posible que, al cambiar los rangos, las víctimas se convirtieran en agresoras, así que, lo que más nos convenía, era llevarnos bien. Y esa es mi historia.

Me quedé callada unos minutos, jugando con la sombrillita de mi cocktail, tratando de digerir la increíble crónica que acababa de escuchar. Por fin, me armé de valor y le hablé a Kimiko.

- No te ofendas, Kimiko. Pero, tras escucharte, he de concluir que la culpa de la enemistad con Gloria es completamente tuya.

- Nunca dije lo contrario – dijo ella sencillamente – Me descontrolé por completo y me pasé muchísimo de la raya.

- ¿Y ella no se vengó?

- Claro que lo hizo. Aunque he de reconocer que nunca me ha hecho nada tan grave como lo de Yoshi. Y no por falta de ganas…

- ¿Cómo es eso? – pregunté.

- Verás, Gloria tiene el defecto de que no sabe mantener la boca cerrada y eso molesta mucho al Amo. Por eso su rango es el que fluctúa más a menudo. Es capaz de obedecer las órdenes más peregrinas de Jesús-sama sin vacilar, con lo que sube muchos puestos, pero luego lo estropea hablando en el momento menos apropiado. Por eso no me hace putadas muy gordas, porque yo podría vengarme.

- Extraño status quo – dije.

- Sí, así es. Pero funciona. Los enfrentamientos entre nosotras acabaron aquella tarde en la clínica. Ha habido tiranteces, claro, pero ahora todo va mucho mejor. Y por supuesto, también ayudó la llegada de Natalia y Yolanda, que son un encanto. Y tú también caes simpática a todas…

Seguimos charlando un buen rato, siendo incapaz de decidir si aquella japonesita me caía bien o mal. Me parecía increíble que hubiera tratado así a Gloria sin conocerla apenas, pero no tenía más remedio que preguntarme si yo habría hecho algo distinto de haber estado en su lugar. Si hubiera disputado con otra chica por la atención de Jesús… quizás no.

- Bueno – dijo entonces Kimiko – Ahora que ya nos conocemos un poco mejor voy a ser directa. ¿Para qué me has citado esta tarde?

- Quería hacerte algunas preguntas, aunque ya me has contestado a algunas de ellas.

- Ah, ¿si? ¿A cuales?

- Quería que me hablaras de Yoshi. Mañana voy a acudir con el Amo a que me haga el tatuaje.

- Y estás inquieta por si Jesús-sama decide pagar los servicios de Yoshi-chan en especie ¿verdad? – dijo ella adivinando con exactitud mis inquietudes.

- Exacto. Y la verdad es que tu relato no ha contribuido a tranquilizarme precisamente.

- No tienes por qué preocuparte – me dijo – Simplemente obedece al Amo en todo lo que te diga, no le enfades y no pasará absolutamente nada. Además, aunque le enfades, te aseguro que no te ordenará que te acuestes con mi hermano. Ese castigo fue idea mía.

- ¡Ah, vale! – respondí un poco más serena.

- ¿Y nada más?

- Bueno… también quería preguntarte sobre la fiesta de cumpleaños.

- Si es por el regalo… No te sientas obligada a contribuir. Puedes comprarle cualquier cosa. Lo que el Amo quiere de nosotras no son regalos precisamente.

- No, no es eso. Esta tarde he ingresado 2000€ para contribuir. Es sólo que me siento… como si no fuera bastante. Me parece un poco impersonal. Y me preguntaba si alguna de vosotras pensaba en hacer algo más por él. Siento que soy la última en llegar y que tengo que hacer más que las otras para estar a vuestra altura…

Kimiko me contempló en silencio unos instantes, calibrando mis palabras.

- Me dices que quieres hacerle un regalo especial al Amo…

- Exacto. Vosotras le conocéis mejor. ¿Qué le gustaría?

- Mira, hay algo que me encantaría ofrecerle al Amo, pero no puedo, pues en la fiesta sólo podemos estar nosotras y el Amo y yo he de encargarme de preparar la cena y servirla, pero, si tú estás dispuesta…

- Dime, dime – dije muy interesada.

- ¿Has escuchado el término nyotaimori?

- En mi vida.

- Pues escucha esto, que podría interesarte.

Y me interesó…
........................................................................................................................................................

El Jueves por fin había llegado.

Por la mañana desperté alerta, despejada, con los sentidos en tensión. Por fin había llegado el día. Esa misma tarde pertenecería por completo a mi señor. Para siempre.

Mario, el dulce Mario, había percibido que esos días estaba un poco rara. Equivocadamente, pensó que era por culpa suya, que me sentía molesta por sus continuas ausencias por su trabajo. En otro tiempo fue así. Ahora ya no.

El pobre se había levantado antes que yo, para prepararme un delicioso desayuno que me diera fuerzas para el duro día de clases que me aguardaba. Desayunamos juntos, conversando, aunque no como siempre. Me estaba convirtiendo en una maestra del disimulo. Ya era capaz de charlar tranquilamente con él mientras mi mente volaba a otra parte. Hacia Jesús.

No podía esperar más. Anhelaba que la tarde llegara ya, para ser marcada como una pertenencia de mi Amo. Para ser totalmente suya.

Ya no me acordaba de Yoshi ni de su enorme polla, me daba igual, si mi Amo me lo ordenaba, dejaría que el japonés me la metiera entera. Me daba lo mismo. Sólo quería estar junto a él.

A pesar de mis esfuerzos, Mario percibía que mi atención estaba en otra parte, por lo que redoblaba los suyos para distraerme. Yo se lo agradecí con una hipócrita sonrisa, pues la verdad es que estaba empezando a cansarme. Pensé en pegarle un corte y mandarlo al carajo.

Pero no, él no se merecía eso, Mario era muy bueno conmigo. Si no le tuviera a mi lado, le echaría de menos. Quizás…

Logrando por fin poner un poco más de atención, conseguí mantener una charla en apariencia normal con él. Inesperadamente, Mario me preguntó por las bolsas con frutas y verduras que había encontrado delante de la puerta los últimos días.

Me había olvidado por completo. El vecino voyeur cumplía su parte del acuerdo.

No pasaba nada. No me alteré en absoluto mientras inventaba una patraña para Mario. Cada vez me costaba menos mentirle. Mejor.

Le dije que un vecino de enfrente, con esto de la crisis, había empezado a vender frutas entre la gente del barrio. Que se traía lo que podía del camión con el que trabajaba y lo repartía. Luego, a final de mes, ya haría yo cuentas con él. No había problema. Mario se lo tragó. Como todo lo que yo le contaba.

Seguimos charlando. Me acordé entonces de avisarle de que ese día llegaría tarde. Vendría a casa a almorzar, pero por la tarde volvería a marcharme. Él sugirió volver a recogerme al instituto, para ir a comer juntos por ahí, pero yo me negué, pues era posible que luego insistiera en acompañarme por la tarde. Y eso no podía ser.

Un poco mosqueado por mi negativa, Mario siguió desayunando en silencio. No me importó. Incluso lo agradecí. Me sorprendía cada vez más de lo poco que me afectaban sus estados de ánimo. Y pensar que dos semanas atrás él era lo más importante de mi vida…

Jesús tenía razón… Soy una zorra.

Me despedí de Mario con un beso en los labios, que él devolvió sin mucho entusiasmo, un tanto pensativo. Tomé nota mental de resarcirle un poquito cuando volviera, no porque me preocupara por él, sino para ahorrarme complicaciones. Mejor tenerle satisfecho.

Conduje hacia el instituto como un autómata. Por fortuna, la ruta me la conocía como la palma de la mano, pues mi atención estaba en la conducción sólo a medias. A medida que me acercaba al curro, me sentía cada vez más exultante. Y eso que aún faltaban horas para mi ingreso en el grupo.

Hablando de mañanas eternas. No voy a aburrirles contándoles lo largas que se me hicieron las horas de clase. Me mostraba distraída hasta tal punto que los alumnos lo notaron y, como hacen siempre en esas situaciones, aprovecharon para hacer el gamberro un poco más de lo habitual.

Normalmente, hubiera cortado ese comportamiento de raíz, expulsando de clase a alguno si hacía falta. Pero ese día me daba todo igual, menos el reloj que había en la pared, que marcaba cansinamente las horas.

Y fue peor cuando me tocó la clase del Amo, pues esa mañana, él no había asistido a clase. Al parecer, los jueves eran su día libre, pues la semana anterior (la víspera de la venta de mi culo) tampoco había venido.

Sin su presencia, la clase se me antojó triste y apagada. Me costó Dios y ayuda motivarme lo suficiente para impartir algo de materia. Y, para más inri, Gloria tampoco estaba. Seguro que esa pelandusca estaba en ese momento gozando de la verga del Amo.

Maldita zorra… Es broma. Bueno, no del todo.

Pero todo tiene su final y por fin, las clases matutinas terminaron. Me sentía mentalmente agotada, pero en mi interior ardía la llama de la emoción por lo que tenía que venir. Por desgracia, entonces tuvo lugar un pequeño incidente que me ensombreció un poco el estado de ánimo.

Como todos los jueves, tras acabar con la última clase pasé por la sala de profesores, para dejar algunos papeles. Tenía la intención de quedarme un rato, para retrasar así la hora del regreso a casa, pues no tenía muchas ganas de volver a enfrentarme a Mario y su mudo reproche.

Me senté en una mesa y me puse a ordenar las cosas de mi maletín, aprovechando de camino para preparar las clases del día siguiente. La sala de profesores era un trajín de compañeros entrando y saliendo, recogiendo sus cosas para salir pitando hacia sus casas. Algunos me saludaron y otros simplemente pasaron corriendo. Ni caso les hice.

Poco a poco, la sala fue quedando desierta. No era extraño que algún profesor se quedara más rato allí, pero, ese día, estaba yo solita. O eso creía.

Concentrada en lo que estaba haciendo, no percibí los pasos que se me acercaban por detrás, por lo que di un gran respingo cuando, inesperadamente, dos manos me rodearon y se apoderaron de mis senos, estrujándolos con fuerza.

Durante un segundo, mi corazón se disparó desbocado, soñando con que quizás se trataba de mi Amo, que había venido a buscarme…

Mi gozo en un pozo.
 
Capítulo 24: Lo de Gloria con Yoshi:
...

Concentrada en lo que estaba haciendo, no percibí los pasos que se me acercaban por detrás, por lo que di un gran respingo cuando, inesperadamente, dos manos me rodearon y se apoderaron de mis senos, estrujándolos con fuerza.

Durante un segundo, mi corazón se disparó desbocado, soñando con que quizás se trataba de mi Amo, que había venido a buscarme…

Mi gozo en un pozo.

Mario decidió sorprenderla yendo a buscarla, o la más factible que sea Armando el director.
 
Capítulo 24: Lo de Gloria con Yoshi:
- Casi. Aún faltaba un incidente más – dijo ella.

- Lo de Gloria con Yoshi.

- Precisamente.

Aunque ya me sentía suficientemente achispada, tenía la boca seca así que pedí otra ronda más.

- Las dos semanas de Gloria en mi restaurante fueron larguísimas. Al principio me mostré un poco dubitativa, pidiéndole cosa sencillas, que ayudara con las mesas, que recibiera a los clientes… cosas así. Pero el Amo no se mostraba satisfecho con eso y me empujaba a exigirle más, para comprobar los límites de su sumisión.

- ¿Y cómo se enteraba?

- Nos veíamos casi todos los días, para “practicar” ya sabes y me pedía informes. Y si no nos veíamos, me llamaba por teléfono.

- Así que empezaste a pedirle más a Gloria.

- Exacto. Todas las tareas desagradables iban para ella, limpiar los retretes (qué guarros sois los españoles por cierto), sacar la basura, fregar las ollas… Y ella lo hacía todo sin rechistar, aunque nunca logré borrar de su cara el desafío y el desprecio, lo que me irritaba profundamente.

- ¿Y tu hermano? – pregunté sabiendo por donde iban los tiros de la historia.

- Estaba todo el tiempo en el restaurante. Ni siquiera en los periodos en que estuvo echándome una mano con el local pasó allí tanto rato. Estaba fascinado con Gloria y deseando sin duda llevársela a la cama, lo que me ponía todavía más celosa y enfadada con ella.

- Ya veo.

- Cuando llegó el último día de obediencia de Gloria, ella llegó al local con una sonrisa de oreja a oreja, pavoneándose orgullosa por haber logrado quedar encima de mí. Y yo decidí borrar esa sonrisa.

- Ya sé cómo lo hiciste.

- Precisamente. En los dos o tres últimos días había estado sugestionando a mi hermano, incitándole a que se lo montara con ella, hablándole de lo buena que estaba y de lo mucho que había disfrutado cuando se lo chupó. Fue muy sencillo entonarle. Como acercar una cerilla a un bidón de gasolina.

- Ya lo supongo.

- Esa tarde, después del servicio de medio día, envié a mis empleados a casa con la tarde libre, cerrando el local al público. Cuando Gloria se dio cuenta, intuyó que algo iba a pasar y por primera vez vi miedo en su mirada. Me gustó mucho.

- Eres diabólica - siseé fascinada.

- Es verdad. Cuando todos se hubieron marchado, la llamé a mi despacho. Cuando entró, se encontró conmigo sentada a mi mesa, sonriendo. Mi hermano, por su parte, la esperaba sentado en el sofá, completamente desnudo y con el mástil apuntando al techo. Gloria inmediatamente supo lo que iba a pasarle y se asustó mucho.

  • No – dijo con voz temblorosa – Cualquier cosa menos eso.
  • No hay problema – dije con firmeza – Márchate.
- Mientras le decía eso cogí mi móvil, que estaba sobre la mesa y me puse a buscar el número del Amo.

  • ¡No lo hagas! Por favor – me suplicó una vez más.
  • Gloria, esta es la última orden que te doy. Cúmplela y tu castigo habrá terminado. O no lo hagas y tendrás que despedirte del Amo para siempre. Tú eliges.
  • Por favor, no lo digas – imploró.
  • Fóllate a mi hermano – sentencié.
- Resignada, Gloria aún tardó unos instantes en claudicar. Finalmente, su orgullo venció y no queriendo ser vencida por mí, decidió obedecer hasta el final. Lentamente, se desnudó por completo, sin vergüenza, como demostrándome que nada de lo que yo hiciera podría apartarla del Amo. He de reconocer que admiré su valor, porque el simple hecho de mirar la formidable barra de carne que la esperaba bastaba para estremecerse.

- Y se acostó con él.

- Digo que sí. Yoshi se tumbó boca arriba en el sofá y ella se arrodilló junto a él. Supongo que con la intención de lubricar aquello un poco, Gloria la chupó y lamió por todas partes, ensalivándola a conciencia. Mi hermano gemía y jadeaba, disfrutando como un loco, cada vez más cachondo y deseoso de follarla.

- No me extraña.

- Por fin, Gloria dejo de lamer y se incorporó, decidida a acabar con aquello cuanto antes mejor. Como pudo, se situó a horcajadas sobre mi hermano y, lentamente, fue empalándose en su verga. A medida que aquella cosa la penetraba, la expresión de la muchacha iba cambiando, poniendo una cara de asombro que resultaba casi cómica.

- Sí, un hartón de reír sin duda – dije para mí.

- Con un buen trozo incrustado en la vagina, pero aún con un gran pedazo fuera, Gloria comenzó a cabalgar sobre mi hermano, apoyando sus manos en el pecho de él para impedir quedar ensartada por completo. Obviamente, intentaba deslizar la verga en su interior con mucho cuidado, moviéndose muy despacio.

- Normal.

- Yoshi-chan, muy excitado, llevó sus manos a los pechos de la chica y empezó a acariciarlos dulcemente. Ella agradeció el gesto con una sonrisa, pero siguió muy concentrada en moverse despacito sobre la verga. Cada vez que bajaba sobre ella, un rictus de dolor se dibujaba en su cara, pero hay que reconocer que, hasta ese momento, la chica se defendía bastante bien.

- ¿Y qué pasó?

- El problema fue que mi hermano, excitado hasta el límite, quería más, así que empezó a subir a su vez su pelvis, de forma que, cuando ella bajaba, se metía una porción cada vez mayor de rabo. Y claro, aquello le hacía daño.

  • No, no, por favor – suplicaba la chica – Déjame a mí.
- Pero Yoshi estaba empezando a perder el control y no aguantó mucho rato.

- ¿Qué hizo?

- De repente, Yoshi se incorporó y abrazó a Gloria, pegando la cara a sus pechos, chupándolos y lamiéndolos. Ella intentaba no romper el ritmo, seguir metiéndose aquella cosota lentamente, manteniendo el control. Pero onii-chan quería otra cosa.

- ¿Y?

- Cuando quise darme cuenta, onii-chan se puso en pie, llevando a Gloria empalada en su hombría. Era incluso gracioso ver cómo se mantenía en pie con una chica empotrada en su entrepierna, mientras ella se aferraba como podía a su cuello para evitar clavarse hasta el fondo.

- Madre mía.

- Con un gesto brusco, Yoshi-chan la tumbó en el sofá boca arriba, con él encima y esta vez fue él quien se encargó de marcar el ritmo de la follada.

- Pobrecilla. Cómo la dejaría.

- Ni te lo imaginas. Ya completamente fuera de control, Yoshi-chan empezó a bombearla con fuerza. Tras cada empellón, podía ver cómo su polla penetraba cada vez más profundamente, Gloria, con la boca desencajada, aullaba de dolor y placer. Parecía decir algo, pero no se le entendía absolutamente nada.

  • ¡¡UUUAAAAAAHAHHAAAAA! ¡MI COLMPO!¡DIOOOSSSSS! ¡NOOOOO!
  • ¡Sí, guarra, sí! ¡Tómala toda! – aullaba mi hermano mientras seguía insultándola, alternando el castellano con el japonés.
- Ahora sí que estaba preocupada. Yo sabía (porque él me lo había dicho) que eran muy pocas las mujeres que eran capaces de recibir todo su trozo en su interior y que, además, tenía que follarse a esas pocas elegidas muy lentamente. Sin embargo, con Gloria mi hermano perdió completamente el control y se la folló a lo bestia. Por fortuna, no tardó mucho en correrse, con lo que pronto se la sacó y se pajeó la monstruosa verga hasta dejar el desmadejado cuerpo de Gloria pringado de semen.

- ¿Y Gloria?

- Inconsciente. Se desmayó al poco de ser penetrada. No se movía en absoluto, parecía muerta.

- ¡No me jodas!

- Yoshi, que parecía haber recuperado la razón, se preocupó por ella y trató de despertarla, pero no consiguió nada. Bastante asustados, intentamos reanimarla, pero Gloria seguía desmayada en el sofá.

- Por Dios.

- Como no despertaba, nos asustamos y llamamos a nuestro primo Eichi, que es médico y acupuntor. Mientras éste venía al restaurante, aprovechamos para asear un poco el cuerpo de Gloria. Vi entonces que sangraba un poco por la vagina, lo que me asustó muchísimo.

- ¡Por Dios! – repetí.

- Mi primo la reconoció y logró que recuperara el sentido. La llevamos a su clínica y la ingresamos allí. Mi primo y un compañero la reconocieron, diagnosticando un agotamiento extremo y desgarros vaginales de diversa consideración. Por fortuna, no era nada tan grave como parecía, pero aún así, Gloria se pasó un par de días ingresada.

- ¿Y qué dijo Jesús? – pregunté.

- No sabes el miedo que pasé cuando se lo dije. En mi mente sólo estaba la imagen del culo de Gloria enrojecido por los azotes. Sin embargo, el Amo no me hizo nada.

- ¿Nada?

  • Si es eso lo que le has ordenado, ha hecho lo correcto obedeciéndote – me dijo – Yo no te marqué límites a lo que podías pedirle. Eso sí, mañana es posible que seas tú la que tenga que obedecer a Gloria, así que atente a las consecuencias.
- Esa noche me hinché de llorar en mi cama. La que había perdido el control había sido yo y no Yoshi. Me sentí muy mal. Quería visitar a Gloria en el hospital, pero no me atrevía, pues sabía que ella no querría verme.

- No es de extrañar – dije.

- Pero al día siguiente recibí una llamada de Jesús, ordenándome acudir a la habitación de Gloria en la clínica. Muy asustada, obedecí, encontrándome con que nos había reunido allí a todas.

- ¿Para qué?

- Ese día instauró el sistema de rangos. Nos dijo que había estado meditándolo y que le parecía la solución para los problemas entre nosotras. Estaba harto de discusiones, peleas y puñaladas traperas. A partir de ese momento, todas tendríamos que pensarnos mucho qué le hacíamos a las otras, pues era muy posible que, al cambiar los rangos, las víctimas se convirtieran en agresoras, así que, lo que más nos convenía, era llevarnos bien. Y esa es mi historia.

Me quedé callada unos minutos, jugando con la sombrillita de mi cocktail, tratando de digerir la increíble crónica que acababa de escuchar. Por fin, me armé de valor y le hablé a Kimiko.

- No te ofendas, Kimiko. Pero, tras escucharte, he de concluir que la culpa de la enemistad con Gloria es completamente tuya.

- Nunca dije lo contrario – dijo ella sencillamente – Me descontrolé por completo y me pasé muchísimo de la raya.

- ¿Y ella no se vengó?

- Claro que lo hizo. Aunque he de reconocer que nunca me ha hecho nada tan grave como lo de Yoshi. Y no por falta de ganas…

- ¿Cómo es eso? – pregunté.

- Verás, Gloria tiene el defecto de que no sabe mantener la boca cerrada y eso molesta mucho al Amo. Por eso su rango es el que fluctúa más a menudo. Es capaz de obedecer las órdenes más peregrinas de Jesús-sama sin vacilar, con lo que sube muchos puestos, pero luego lo estropea hablando en el momento menos apropiado. Por eso no me hace putadas muy gordas, porque yo podría vengarme.

- Extraño status quo – dije.

- Sí, así es. Pero funciona. Los enfrentamientos entre nosotras acabaron aquella tarde en la clínica. Ha habido tiranteces, claro, pero ahora todo va mucho mejor. Y por supuesto, también ayudó la llegada de Natalia y Yolanda, que son un encanto. Y tú también caes simpática a todas…

Seguimos charlando un buen rato, siendo incapaz de decidir si aquella japonesita me caía bien o mal. Me parecía increíble que hubiera tratado así a Gloria sin conocerla apenas, pero no tenía más remedio que preguntarme si yo habría hecho algo distinto de haber estado en su lugar. Si hubiera disputado con otra chica por la atención de Jesús… quizás no.

- Bueno – dijo entonces Kimiko – Ahora que ya nos conocemos un poco mejor voy a ser directa. ¿Para qué me has citado esta tarde?

- Quería hacerte algunas preguntas, aunque ya me has contestado a algunas de ellas.

- Ah, ¿si? ¿A cuales?

- Quería que me hablaras de Yoshi. Mañana voy a acudir con el Amo a que me haga el tatuaje.

- Y estás inquieta por si Jesús-sama decide pagar los servicios de Yoshi-chan en especie ¿verdad? – dijo ella adivinando con exactitud mis inquietudes.

- Exacto. Y la verdad es que tu relato no ha contribuido a tranquilizarme precisamente.

- No tienes por qué preocuparte – me dijo – Simplemente obedece al Amo en todo lo que te diga, no le enfades y no pasará absolutamente nada. Además, aunque le enfades, te aseguro que no te ordenará que te acuestes con mi hermano. Ese castigo fue idea mía.

- ¡Ah, vale! – respondí un poco más serena.

- ¿Y nada más?

- Bueno… también quería preguntarte sobre la fiesta de cumpleaños.

- Si es por el regalo… No te sientas obligada a contribuir. Puedes comprarle cualquier cosa. Lo que el Amo quiere de nosotras no son regalos precisamente.

- No, no es eso. Esta tarde he ingresado 2000€ para contribuir. Es sólo que me siento… como si no fuera bastante. Me parece un poco impersonal. Y me preguntaba si alguna de vosotras pensaba en hacer algo más por él. Siento que soy la última en llegar y que tengo que hacer más que las otras para estar a vuestra altura…

Kimiko me contempló en silencio unos instantes, calibrando mis palabras.

- Me dices que quieres hacerle un regalo especial al Amo…

- Exacto. Vosotras le conocéis mejor. ¿Qué le gustaría?

- Mira, hay algo que me encantaría ofrecerle al Amo, pero no puedo, pues en la fiesta sólo podemos estar nosotras y el Amo y yo he de encargarme de preparar la cena y servirla, pero, si tú estás dispuesta…

- Dime, dime – dije muy interesada.

- ¿Has escuchado el término nyotaimori?

- En mi vida.

- Pues escucha esto, que podría interesarte.

Y me interesó…
........................................................................................................................................................

El Jueves por fin había llegado.

Por la mañana desperté alerta, despejada, con los sentidos en tensión. Por fin había llegado el día. Esa misma tarde pertenecería por completo a mi señor. Para siempre.

Mario, el dulce Mario, había percibido que esos días estaba un poco rara. Equivocadamente, pensó que era por culpa suya, que me sentía molesta por sus continuas ausencias por su trabajo. En otro tiempo fue así. Ahora ya no.

El pobre se había levantado antes que yo, para prepararme un delicioso desayuno que me diera fuerzas para el duro día de clases que me aguardaba. Desayunamos juntos, conversando, aunque no como siempre. Me estaba convirtiendo en una maestra del disimulo. Ya era capaz de charlar tranquilamente con él mientras mi mente volaba a otra parte. Hacia Jesús.

No podía esperar más. Anhelaba que la tarde llegara ya, para ser marcada como una pertenencia de mi Amo. Para ser totalmente suya.

Ya no me acordaba de Yoshi ni de su enorme polla, me daba igual, si mi Amo me lo ordenaba, dejaría que el japonés me la metiera entera. Me daba lo mismo. Sólo quería estar junto a él.

A pesar de mis esfuerzos, Mario percibía que mi atención estaba en otra parte, por lo que redoblaba los suyos para distraerme. Yo se lo agradecí con una hipócrita sonrisa, pues la verdad es que estaba empezando a cansarme. Pensé en pegarle un corte y mandarlo al carajo.

Pero no, él no se merecía eso, Mario era muy bueno conmigo. Si no le tuviera a mi lado, le echaría de menos. Quizás…

Logrando por fin poner un poco más de atención, conseguí mantener una charla en apariencia normal con él. Inesperadamente, Mario me preguntó por las bolsas con frutas y verduras que había encontrado delante de la puerta los últimos días.

Me había olvidado por completo. El vecino voyeur cumplía su parte del acuerdo.

No pasaba nada. No me alteré en absoluto mientras inventaba una patraña para Mario. Cada vez me costaba menos mentirle. Mejor.

Le dije que un vecino de enfrente, con esto de la crisis, había empezado a vender frutas entre la gente del barrio. Que se traía lo que podía del camión con el que trabajaba y lo repartía. Luego, a final de mes, ya haría yo cuentas con él. No había problema. Mario se lo tragó. Como todo lo que yo le contaba.

Seguimos charlando. Me acordé entonces de avisarle de que ese día llegaría tarde. Vendría a casa a almorzar, pero por la tarde volvería a marcharme. Él sugirió volver a recogerme al instituto, para ir a comer juntos por ahí, pero yo me negué, pues era posible que luego insistiera en acompañarme por la tarde. Y eso no podía ser.

Un poco mosqueado por mi negativa, Mario siguió desayunando en silencio. No me importó. Incluso lo agradecí. Me sorprendía cada vez más de lo poco que me afectaban sus estados de ánimo. Y pensar que dos semanas atrás él era lo más importante de mi vida…

Jesús tenía razón… Soy una zorra.

Me despedí de Mario con un beso en los labios, que él devolvió sin mucho entusiasmo, un tanto pensativo. Tomé nota mental de resarcirle un poquito cuando volviera, no porque me preocupara por él, sino para ahorrarme complicaciones. Mejor tenerle satisfecho.

Conduje hacia el instituto como un autómata. Por fortuna, la ruta me la conocía como la palma de la mano, pues mi atención estaba en la conducción sólo a medias. A medida que me acercaba al curro, me sentía cada vez más exultante. Y eso que aún faltaban horas para mi ingreso en el grupo.

Hablando de mañanas eternas. No voy a aburrirles contándoles lo largas que se me hicieron las horas de clase. Me mostraba distraída hasta tal punto que los alumnos lo notaron y, como hacen siempre en esas situaciones, aprovecharon para hacer el gamberro un poco más de lo habitual.

Normalmente, hubiera cortado ese comportamiento de raíz, expulsando de clase a alguno si hacía falta. Pero ese día me daba todo igual, menos el reloj que había en la pared, que marcaba cansinamente las horas.

Y fue peor cuando me tocó la clase del Amo, pues esa mañana, él no había asistido a clase. Al parecer, los jueves eran su día libre, pues la semana anterior (la víspera de la venta de mi culo) tampoco había venido.

Sin su presencia, la clase se me antojó triste y apagada. Me costó Dios y ayuda motivarme lo suficiente para impartir algo de materia. Y, para más inri, Gloria tampoco estaba. Seguro que esa pelandusca estaba en ese momento gozando de la verga del Amo.

Maldita zorra… Es broma. Bueno, no del todo.

Pero todo tiene su final y por fin, las clases matutinas terminaron. Me sentía mentalmente agotada, pero en mi interior ardía la llama de la emoción por lo que tenía que venir. Por desgracia, entonces tuvo lugar un pequeño incidente que me ensombreció un poco el estado de ánimo.

Como todos los jueves, tras acabar con la última clase pasé por la sala de profesores, para dejar algunos papeles. Tenía la intención de quedarme un rato, para retrasar así la hora del regreso a casa, pues no tenía muchas ganas de volver a enfrentarme a Mario y su mudo reproche.

Me senté en una mesa y me puse a ordenar las cosas de mi maletín, aprovechando de camino para preparar las clases del día siguiente. La sala de profesores era un trajín de compañeros entrando y saliendo, recogiendo sus cosas para salir pitando hacia sus casas. Algunos me saludaron y otros simplemente pasaron corriendo. Ni caso les hice.

Poco a poco, la sala fue quedando desierta. No era extraño que algún profesor se quedara más rato allí, pero, ese día, estaba yo solita. O eso creía.

Concentrada en lo que estaba haciendo, no percibí los pasos que se me acercaban por detrás, por lo que di un gran respingo cuando, inesperadamente, dos manos me rodearon y se apoderaron de mis senos, estrujándolos con fuerza.

Durante un segundo, mi corazón se disparó desbocado, soñando con que quizás se trataba de mi Amo, que había venido a buscarme…

Mi gozo en un pozo.
Me lo estoy pasando de miedo. A ver esas manos ... yo apuesto por el director.
 
Capítulo 25: El ingreso:




Enseguida percibí que aquellas manos no pertenecían a mi dueño, pues sus caricias no eran ni mucho menos las suyas, ya que no me enardecían ni me producían placer, sino solamente dolor por los apretones que le daban a mis pechos.

Con brusquedad, me levanté de la silla y di un fuerte empujón, librándome de mi molesto asaltante, cuya identidad ya sospechaba. Efectivamente, al darme la vuelta me encontré con la lujuriosa mirada de Armando, el director, que me sonreía con cara de loco.

- No he podido dejar de pensar en ti desde la semana pasada guarrilla – siseó mientras se acariciaba la apreciable erección por encima del pantalón.

- Pues peor para ti – respondí muy segura de mí misma, ahora que sabía con quien estaba lidiando.

- Vamos, no me digas que no has pensado en mí… - dijo sonriéndome – Estoy seguro de que no te has olvidado de esto…

Mientras decía esas palabras, el muy cabrón se abrió la bragueta y se sacó la chorra, empalmada al máximo y se abalanzó sobre mí.

Atrapada entre la mesa y la polla, no pude escapar, siendo aferrada por el viejo verde, que empezó a sobarme por todas partes mientras frotaba su asquerosa verga contra mi muslo. Pero yo ya no era la chica apocada y desamparada de un par de semanas atrás.

Sin alterarme lo más mínimo, deslicé mi mano hacia abajo y agarré la dura estaca, haciendo que el cerdo resoplara de placer contra mi hombro. Sobreponiéndome al asco que me producía, deslicé mi mano por todo el tronco hasta llegar a mi objetivo, los colgantes huevos del director.

- Sí, así, puta, sóbame la poll…. ¡AAGGHH!

El pobre imbécil ni se esperaba el tremendo apretón que le pegué en las pelotas. Agarré su escroto y giré la muñeca con fuerza, intercambiando de posición sus cataplines, el de la izquierda a la derecha y viceversa y luego… les di una vuelta más.

Armando cayó como un saco de patatas, agarrándose la entrepierna con las manos, los ojos desorbitados por el dolor y la sorpresa. Sin apiadarme lo más mínimo, me acuclillé junto a él y, agarrándole del pelo, le obligué a mirarme a los ojos.

- Escúchame bien, saco de mierda – le espeté con frialdad – Como se te ocurra volver a ponerme la mano encima, te la corto. Si te permití que me follaras en tu despacho fue sólo porque Jesús me lo ordenó. Y entérate bien de que, si en estos días he pensado en algún momento en ti, ha sido sólo para acordarme de lo mucho que me costó sobreponerme al asco que me dio que me tocaras.

Diciendo esto, di un brusco empujón a su cabeza, que a punto estuvo de estamparse contra el suelo. El viejo me miraba con ojos llorosos, pero podía ver el brillo del odio en el fondo de su mirada.

- Por favor – suplicó una vez más – Te pagaré lo que sea…

- Vete a la mierda – respondí acabando de recoger mis cosas.

Sin dignarme a echarle ni un último vistazo, cogí mi maletín y me dirigí a la puerta.

- Te acordarás de ésta – me amenazó el director.

- Atrévete y verás – respondí sin volverme siquiera.

El molesto incidente tuvo al menos la virtud de hacerme olvidar por un rato mi cita con Jesús. Aunque aquello no duró mucho, pues tras cinco minutos conduciendo tranquilamente hacia mi casa, el Amo volvió a apoderarse de mi mente. Y la emoción volvió con fuerza.

Llegué a mi casa bastante alegre, olvidado ya el encuentro con el director. Mario, fiel como un cachorrillo, me esperaba con un fantástico almuerzo preparado, tratando de obtener mi aprobación, como si el pobre hubiera hecho algo malo. Me dio pena, así que decidí hacerle un regalito.

Procuré que la comida fuera apacible, concentrando toda mi atención en la charla, lo que agradó visiblemente a mi novio. Me mostré encantadora, ponderando sus habilidades culinarias, comiendo todo lo que me servía, aunque no tenía mucho apetito.

Mario se relajó mucho, más tranquilo al ver que mi actitud volvía a ser la de siempre y disfrutó de la comida con evidente placer. Tras acabar, me ofrecí solícita a recoger la mesa y meter los platos en el lavavajillas, mientras le obligaba a sentarse en el sillón a ver la tele.

Con la idea en mente de relajarle un poquito y agradecerle sus atenciones, puse la cafetera en marcha mientras cargaba el lavavajillas. Con una humeante taza de café en la mano, me dirigí al salón, donde Mario hacía zapping con aire distraído.

- Toma, cariño – le dije sonriente – Te he preparado un café.

- Gracias – respondió él con una sonrisa iluminándole el rostro – Pero, ¿tú no vas a tomar?

- No, a mí me apetece otra cosa.

Con mi mejor cara de guarra, me arrodillé entre las piernas del atónito Mario. Con sensualidad, acaricié sus muslos mientras él me miraba estúpidamente sin decir nada, con la taza de café en precario equilibrio en la mano.

Con lujuria, comencé a lamer y chupar su entrepierna por encima del pantalón, que enseguida comenzó a crecer bajo mis caricias. Como una loba en celo, mordisqueé la incipiente erección, sintiendo cómo ganaba volumen a través de la ropa.

Cuando estuvo lista, agarré hábilmente la cremallera con los dientes y la bajé, tratando de llevar el erotismo de la situación a las más altas cotas, cosa que lograba a juzgar por la expresión de Mario.

Su nabo surgió de la bragueta casi sin ayuda, escapando del encierro del slip por mero empuje. Sonriendo, comencé a lamer el falo de mi novio y en menos que canta un gallo, lo tenía hundido hasta lo más profundo de mi garganta.

Me dediqué a chupársela con todo mi arte, agradeciéndole así lo bien que se portaba conmigo y disculpándome por no haberle tratado como se merecía en los últimos días. Era todo lo que podía hacer por él, pues aún no sabía qué me ordenaría Jesús en relación a Mario. Era posible que esa tarde me ordenara que cortara con él. Y lo haría sin pensármelo dos veces.

Con estos pensamientos en mente, me dediqué a darle placer a mi piloto, chupándosela lo mejor que supe. Su polla, excitada como nunca, crecía por momentos dentro de mi boca. La percibía más grande de lo habitual, estaba caliente al máximo… pero yo no sentía ni la décima parte de excitación que con mi Amo.

Ya lo tenía claro. Follar con Mario estaba bien, era agradable y no me suponía ningún esfuerzo. Pero, comparado con Jesús…

Cuando se iba a correr, Mario, atento como siempre, trató de avisarme, pero yo le ignoré y me tragué su polla hasta el fondo, deseosa de complacerle. El pobrecillo se agarró a mis hombros mientras su polla vomitaba su carga dentro de mi boca, gimiendo y jadeando como un desesperado, mientras yo tragaba todo lo que de su verga surgía.

Cuando la descarga de semen comenzó a menguar, la deslicé lentamente entre mis labios, recorriéndola con la lengua para limpiar todos los restos que pudieran quedar. Una vez limpia, volví a guardarla en el pantalón, cerrando bien la bragueta.

Mario, jadeante, me contemplaba atónito, como si no supiera bien quien era la chica que estaba con él. Sonriente, le besé suavemente en los labios y me dirigí al cuarto de baño, para asearme un poco.

Me lavé bien los dientes, usando enjuague bucal abundantemente, pues no quería que el Amo notase que la boca me olía a polla.

También me maquillé ligeramente, sin abusar y me cambié de ropa interior. Me puse un suéter negro y un pantalón gris, pues pensé que era más apropiado para que me tatuaran en la base de la espalda que la falda que me puse por la mañana.

Una vez lista, regresé al salón, donde Mario se afanaba en limpiar una enorme mancha de café que había sobre el sofá. Ni me di cuenta de cuando se le había derramado.

- Lo… lo siento – balbuceó mirándome – Se me cayó antes cuando…

- No te preocupes, cariño - le dije – Ha sido culpa mía. Si quieres más café, queda todavía en la cafetera.

Un par de semanas atrás, le hubiera matado si llega a mancharme de aquella forma uno de mis muebles. Bueno, no tanto pero casi.

- ¿Ya te vas? – me dijo al verme ya arreglada.

- Sí. Ya te dije antes que volveré tarde. Pero si quieres… espérame despierto – le dije dándole un tenue beso de despedida.

Mejor tenerle contento.

Todavía era muy temprano para mi cita con Jesús, pero me sentía nerviosa y deseaba salir ya de casa. Además, después de la mamada que acababa de hacerle a Mario, era muy posible que él quisiera algo más, y no quería herirle negándome a acostarme con él. Porque eso sí, no tenía ninguna intención de presentarme recién follada ante mi Amo.

Dediqué la siguiente hora a conducir por la ciudad, dejando mi mente vagar por los últimos acontecimientos de mi vida e imaginando qué era lo que me esperaba esa tarde. La inquietud por si a Jesús se le ocurría encamarme con Yoshi regresó, pensando en si sería capaz de apañármelas con una polla como aquella. Aunque, ¿sería tan grande en realidad? He de reconocer que, en el fondo, sentía un poco de curiosidad.

Un rato después, comprobé por mi reloj que ya era hora de reunirme con el Amo. Un escalofrío de emoción me recorrió cuando mi coche enfiló la calle donde Jesús vivía con su padre y su esclava número uno.

Estacioné el coche en doble fila, delante de su portal, preguntándome si debía llamar por el portero electrónico o darle un toque al móvil. No hizo falta, pues a las seis de la tarde en punto, el portal se abrió y apareció Jesús, dirigiéndose tranquilamente a mi coche.

Fue verle, y el corazón se me disparó, con el cuerpo en tensión ante la expectativa de lo que me esperaba esa tarde.

Jesús abrió la puerta del pasajero y se sentó a mi lado, abrochándose el cinturón.

- Buenas tardes, Amo – le saludé cuando nuestros ojos se encontraron.

- Buenas tardes, perrita. Me gusta que seas puntual.

- Gracias, Amo – respondí satisfecha.

- Arranca y dirígete al restaurante de Kimiko. El local de tatuajes al que vamos no queda lejos.

- Claro Amo.

Y arranqué.

Tras unos minutos de silencio, en los que el nerviosismo me corroía por dentro, Jesús se decidió a iniciar la conversación.

- ¿Estás segura de esto? – me preguntó de repente.

- Segurísima – respondí sin asomo de duda.

- Piénsatelo bien, a partir de ahora te exigiré obediencia absoluta. No consiento que mis zorritas no hagan lo que les mando cuando se lo mando.

- ¿Acaso te he desobedecido alguna vez desde que empezamos? – le respondí apartando un instante los ojos de la carretera.

- No, en general estoy más que satisfecho contigo hasta ahora. Pero quiero que tengas claro que, una vez marcada, no consiento ni la más mínima vacilación para obedecerme.

- Lo tengo clarísimo Amo.

- Me alegro. Verás, no te insisto en este punto porque dude de ti, es sólo que…

- ¿Qué pasa, Amo? – dije un poco inquieta.

- No es nada. Pero tienes que entender que, para mí, tú eres un caso… “especial”.

- ¿Especial en qué sentido?

- Verás. De todas mis esclavas, eres la que ha logrado serlo en menos tiempo.

- ¿En serio? – dije sintiendo un inexplicable orgullo.

- En serio. Mira, las primeras estuvieron conmigo bastante tiempo hasta que se me ocurrió lo de marcarlas. Después, una vez que empecé a hacerlo, las que vinieron después tuvieron un tiempo de aprendizaje antes de ser marcadas, pero tú… En sólo dos semanas estás lista y decidida a pertenecerme. Y eso me hace dudar un poco…

- ¡Por favor, Amo! – respondí angustiada - ¡Sabes que te obedeceré en todo! ¡No tienes por qué dudar de mí!

Jesús me miró fijamente unos segundos antes de continuar.

- No es que dude de ti. Es sólo que, como no has experimentado todo lo que supone ser mía, pienso que quizás no estés lista aún.

- ¡Sí que estoy lista! – exclamé asustada - ¡No entiendo a qué te refieres!

- Al castigo… - dijo él simplemente.

- ¿Cómo? – respondí sin entender.

- Mira, desde que estás conmigo, has obedecido a todo lo que te he pedido casi sin dudar. Has sido una perrita muy buena.

- ¿Y entonces? ¿Dónde está el problema?

- En que, precisamente por eso, no me he visto obligado a castigarte. Y tengo dudas de que, cuando finalmente tenga que castigarte, quizás descubras que no estás preparada para aceptarlo y te rebeles.

Tardé unos segundos en comprender adónde quería ir a parar.

- A ver si te entiendo – dije mirándole – Con las otras, durante el periodo de aprendizaje, te viste obligado a castigarlas porque te desobedecieron, por lo que, cuando llegó el momento de aceptarlas como esclavas, ya sabías que estaban preparadas para someterse al castigo.

- Exacto.

- Y dudas de mí porque no me has castigado nunca. Y piensas que, cuando lo hagas, quizás no aguantaré y querré abandonarte.

- Más o menos – afirmó él.

Con el corazón en un puño, acongojada por lo que acababa de oír, frené bruscamente el coche y lo orillé junto a una acera. Por fortuna, en ese momento circulábamos solos por el asfalto, pues si no, habría organizado un buen accidente.

- Eso tiene fácil solución – dije – Castígame ahora. Déjame demostrarte que mi único deseo es estar a tu lado y obedecer todos tus deseos. Comprueba que soy capaz de soportar el castigo que quieras infligirme.

Estábamos aparcados en plena vía pública, pero a mí me daba igual que cualquiera pudiera vernos, pues un único pensamiento llenaba mi cabeza: el Amo tenía dudas de mí y era posible que no me hiciera suya esa tarde… Y de eso nada.

Jesús me miró fijamente, calibrando la veracidad de lo que le decía. Sus ojos brillaban y no pude leer el menor atisbo de duda o vacilación en ellos.

- Arrodíllate en tu asiento mirando hacia la puerta.

Como un resorte, salté en mi asiento para adoptar la posición requerida. Tuve primero que librarme del cinturón de seguridad, que en mi ansia por obedecer a Jesús, se había quedado enganchado. Aún así, logré colocarme en posición en pocos segundos, esperando un castigo que no me había ganado.

Cuando el primer azote llegó, un intenso ramalazo de dolor recorrió mi cuerpo. Fue un golpe seco, fuerte, que a buen seguro dejó una buena marca en mi nalga.

El segundo fue todavía más duro y provocó que incluso se me saltaran las lágrimas, aunque logré ahogar los gemidos de dolor que intentaban escapar de mi garganta.

Y entonces todo acabó.

- Ya es suficiente, perrita – dijo mi Amo – Siéntate bien.

Sorprendida por la brevedad del castigo, me volví dubitativa hacia Jesús, que me miraba satisfecho. Ignorante de si lo había hecho bien o no, interrogué a mi Amo con la mirada, recibiendo un inesperado y tierno beso en la mejilla. Estaba completamente desconcertada.

- Por cosas como esta es que he accedido a convertirte tan pronto en mi esclava – dijo Jesús mientras me limpiaba dulcemente las lágrimas de las mejillas.

- No… no entiendo, Amo – dije aún muy confusa.

- Has conseguido eliminar todas mis dudas de un plumazo. No te miento si te digo que no esperaba esta reacción por tu parte. Me ha complacido mucho esta demostración de obediencia.

- Gra… gracias, Amo – balbuceé con el corazón latiendo con fuerza.

Me sentí al borde de las lágrimas, esta vez por el infinito alivio que experimentaba.

- ¿Lo ves? – dijo Jesús – Ninguna de las otras chicas habría hecho algo como esto sin ordenárselo yo. Eres especial.

- Gracias – repetí al borde del éxtasis.

- Vamos, perrita, arranca. Ya hemos dado suficiente espectáculo.

Miré a mi alrededor y me di cuenta de que varios transeúntes nos miraban sorprendidos. Sin duda, habían presenciado la escena de los azotes, pero lo cierto es que no me importó lo más mínimo.

Arranqué el coche y nos saqué de allí, feliz por sentir la mirada aprobatoria de mi Amo. No sabía si aquello había sido fruto de la casualidad o se trataba de una última prueba de Jesús, pero, fuera lo que fuese, al parecer había aprobado con nota. Me sentía exultante.

- Tienes que entender una cosa sobre mí – me dijo de pronto Jesús.

- ¿El qué, Amo?

- Hoy te has ganado llamarme como quieras, ya te dije el otro día que no es preciso que me llames Amo continuamente, pero especialmente hoy, puedes llamarme Jesús. Te lo mereces.

- Gracias… Jesús. Pero permíteme que siga llamándote Amo. Me hace feliz.

- Como quieras – respondió él sonriéndome.

- ¿Y bien? – dije retomando el hilo de la conversación - ¿Qué es lo que necesito saber sobre ti?

- Tienes que entender que yo no soy como otros hombres que hay por ahí.

- Eso ya lo sé.

- Me refiero a otros hombres que comparten mis mismas… aficiones.

- No acabo de entenderte.

- Hombres dominantes, que disponen de esclavas a su disposición.

- Tú eres diferente de cualquier otro hombre. Compartan contigo aficiones o no – dije muy seria.

- Te agradezco el cumplido. Pero yo me refiero a otra cosa.

- ¿A qué?

- Verás. Cuando empecé a iniciarme en estos temas.

- Con Esther – intervine.

- Sí, con ella y con Gloria poco después – continuó – Busqué consejo en ciertos… círculos de gente con gustos similares. Y descubrí que había una diferencia fundamental entre ellos (al menos los que yo conocí) y yo.

- ¿Y cual era?

- Que disfrutábamos con cosas distintas.

- No te entiendo.

- Mira, el objeto de su excitación era el castigo en sí y la dominación sobre sus esclavas (o esclavos). Les ponía castigarles, supongo que por una vena un tanto sádica.

- Ya veo.

- Y los sumisos, también disfrutaban el castigo físico.

- Masoquistas – afirmé comprendiendo a dónde quería ir a parar.

- Precisamente. A esas personas lo que les excitaba era, en gran parte, el acto mismo de castigar. Pero yo no soy así.

- No, a ti lo que te excita es la obediencia extrema. El saber que la chica en cuestión obedecerá sin la menor sombra de duda hasta el más ínfimo de tus caprichos.

- ¡Qué lista eres, perrita! Ya te he dicho que eres especial.

- Gracias, Amo – agradecí con una sonrisa radiante.

- Para mí, el castigo, sea físico o del tipo que sea, es sólo un medio para obtener esa obediencia. Nunca es la finalidad en sí mismo.

- Te entiendo perfectamente.

- Aunque… ¡eso no quita para que me guste darle unos azotes a una de vosotras de vez en cuando! – exclamó Jesús riéndose.

- Como desees – respondí sonriéndole a mi vez.

- ¡Mira! – dijo Jesús de repente - ¡Un aparcamiento libre!

Efectivamente, junto a la acera había un hueco suficiente entre dos automóviles y, para mayor fortuna, era zona libre de aparcamiento, sin parquímetros. Me tomé ese auténtico milagro moderno como un buen presagio para lo que se avecinaba y, encendiendo las luces de emergencia, aparqué el coche.

- Hemos tenido mucha suerte – dijo mi Amo – El local de Yoshi está muy cerca de aquí.

De nuevo un tanto nerviosa, me apresuré a seguir a Jesús por la acera. Nos introdujimos por una calleja lateral y, en menos de dos minutos, llegábamos al local de tatuajes.

Penetramos a través de una puerta de cristal que estaba literalmente cubierta de fotografías de tatuajes, supongo que de trabajos realizados por el artista. El interior era todavía más impresionante, pues ni un centímetro de pared estaba libre de fotos o dibujos de tatoos y piercings.

La recepción se usaba como sala de espera y, sentados en las sillas que había dispuestas a los lados, varios jóvenes aguardaban su turno para tatuarse o perforarse la piel. Un grupo de quinceañeras estaban sentadas juntas hojeando catálogos de tatoos, mientras reían y daban grititos. A duras penas recordaba haber tenido su edad.

Sentada detrás de una especie de mostrador, estaba una chica que debía de ser la recepcionista del local. Iba muy maquillada, con el pelo tintado de varios colores y un montón de piercings adornando su rostro. Además, llevaba los brazos profusamente tatuados y no pude evitar preguntarme si llevaría el resto del cuerpo igual bajo la ropa.

- Hola Mandie – dijo Jesús saludando a la chica – Yoshi nos está esperando, ¿verdad?

- Hola, Jesús – respondió ella saludándole con dos besos – Sí, ha venido hace un rato. Está en su sala, la del fondo.

- Sí, ya sé.

Haciéndome un gesto, Jesús me hizo pasar detrás de una cortina que tapaba la entrada a un pasillo. Ignorando las miradas enfadadas del resto de clientes, que pensaban (con algo de razón) que nos estábamos colando, le seguí por un pasillo iluminado lúgubremente. A los lados, aisladas por simples cortinillas entreabiertas, estaban las salas de tatuaje, a las que eché una mirada curiosa.

Me sorprendió ver que estaban todas ocupadas, con empleados trabajando sobre las pieles de la más variopinta selección de personas. Al parecer, la crisis económica no había afectado en demasía a aquel negocio.

En una sala, una colegiala vestida con el uniforme de un colegio privado estaba siendo tatuada en un tobillo, mientras una amiga, vestida exactamente igual, la miraba con cara de espanto. En otra, una chica se miraba el hombro en un espejo, revisando el resultado del trabajo del artista. En otra, un joven era tatuado en la nuca…

Un poco anonadada, me detuve junto a la cortina de una habitación en la que iban a hacerle un piercing a una chica. La muchacha, completamente desnuda de cintura para abajo, estaba despatarrada en un sillón similar al de la consulta del ginecólogo, con estribos en los que había colocado los pies. El empleado estaba disponiendo los instrumentos que iba a necesitar, por lo que no me vio, pero la chica sí que se dio cuenta de que la observaba desde la entrada.

Lejos de enfadarse o avergonzarse, me dirigió una sonrisilla libidinosa que me estremeció, lo que me hizo despertar de mi ensimismamiento y salir disparada tras Jesús, un poquito avergonzada de que me hubieran pillado espiando.

Jesús ya me esperaba junto a la puerta del fondo del pasillo, que mantenía abierta esperando a que yo entrase. Apretando el paso, franqueé la entrada y penetré en el estudio de Yoshi.

Me encontré en un cuarto bastante amplio, muy luminoso, decorado al estilo oriental (de hecho, me recordó mucho al restaurante de Kimiko). Yoshi nos esperaba sentado en una silla alta, pero, en cuanto entramos, se adelantó hacia nosotros para saludarnos.

Jesús hizo las presentaciones de rigor, en las que me mostré un poquito aturrullada, pues, aunque Yoshi tenía pinta de ser un tipo bastante agradable, no podía borrar de mi mente el secreto que se ocultaba en su bragueta.

El chico resultó ser bastante atractivo, más o menos de la estatura de Jesús, bien musculado (luego me enteraría de que ambos compartían gimnasio), de facciones un tanto angulosas, que le daban un aspecto de cierta seriedad a pesar de tener siempre una sonrisa en los labios.

Contrariamente a lo que esperaba, no iba tatuado en exceso. Al llevar una camiseta de tirantes, podía apreciarse que sólo llevaba tatuajes en el brazo izquierdo y en el hombro, así como un pequeño tribal en la nuca.

Tras presentarnos Jesús, Yoshi me saludó cortésmente, aunque pude notar el brillo divertido de su mirada. Sin duda sabía quien era yo y las cositas que su amigo me obligaba a hacer. Me sentí un poco avergonzada, pero lo superé pronto.

Yoshi, al igual que su hermana, hablaba un castellano bastante fluido, pero, a diferencia de ésta, tenía un marcado acento extranjero. No me había percatado hasta ese momento, pero Kimiko hablaba español casi sin acento y fue precisamente el contraste con su hermano lo que me hizo notarlo.

Mientras charlábamos unos instantes, de vanalidades sobre todo, para conocernos un poco, miré con curiosidad a mi alrededor, observando cómo era el estudio del tatuador.

Lo que vi me agradó bastante, pues era un sitio impresionantemente limpio, muy lejos de la imagen mental que tenía formada de este tipo de negocios.

A uno de los lados, había una mesa alargada, sobre la que reposaba todo tipo de instrumental; había incluso un enorme esterilizador, así como varias bolsas precintadas conteniendo agujas, lo que me confirmó que allí se respetaban las normas de higiene y salubridad. Al otro lado del cuarto, había una puerta cerrada que, por su aspecto, supuse conducía a un aseo.

Yoshi y Jesús siguieron hablando unos minutos, mientras yo miraba interesada unas fotos de tatuajes que había en una pared. Eran hermosos.

En cierto momento, Jesús me indicó que me acercara, alargándome un folio con el diseño del tatuaje que iba a hacerme. Me encantó.

Yoshi había dibujado una réplica de mi colgante, algo más grande que el original. Además, había diseñado una especie de pergamino que cruzaba por detrás del corazón, asomando por los lados y en él aparecían representados unos caracteres japoneses. Todo rodeado por unas ramas espinosas que daban fuerza al conjunto.

- ¿Te gusta? – me preguntó Jesús.

- Me encanta – respondí con rotundidad – Pero, ¿qué significan estos caracteres?

- “Siempre tuya” – intervino Yoshi – Fue idea de Jesús.

- Me parece perfecto – dije dedicándole a mi Amo la más cálida de las sonrisas.

- Me alegro – respondió él sonriéndome a su vez.

Nos quedamos callados unos instantes, mirándonos, hasta que Yoshi rompió el silencio.

- ¿Tienes alguna pregunta? Si no, nos ponemos manos a la obra.

- No, no tengo ninguna pregunta. Ya investigué en Internet un poco sobre los tatoos y creo que lo tengo claro.

- Estoy obligado a asegurarme de que te lo has pensado bien. Y de que comprendes que, al fin y al cabo, un tatuaje es un tipo de herida en la piel. Hay ciertos riesgos.

- Tranquilo. Ya te he dicho que estoy bien informada. No te preocupes.

- Y eres consciente de que esto no es un dibujo. Si te arrepientes, no se borra así como así.

- Que siiiii… tranquilo. Que lo tengo muy claro – dije mirando al sonriente Jesús.

- Bueno. Pues nada. Me dijo Jesús que lo quieres en la base de la espalda ¿no?

- Exacto.

- Vale, pues desabróchate el pantalón y túmbate boca abajo en la camilla – me indicó el japonés mientras mi Amo se sentaba en una silla.

- ¿Me lo quito? – pregunté.

- No, no – exclamó el chico rápidamente – No es necesario. Con que lo bajes un poco es suficiente.

Me di cuenta de que Yoshi se había cortado un poco cuando hice ademán de quitarme los pantalones. Lo encontré muy mono, pues me di cuenta de que no era completamente indiferente a mis encantos. Me sentí halagada.

Y el diablillo de la vanidad me poseyó.
 
Capítulo 26: Conociendo a Yoshi:




Obedeciendo sus instrucciones, me bajé un poco los pantalones, dejando al aire la parte superior de mis nalgas y me tumbé boca abajo en la camilla que había en la sala. Mientras, Yoshi se ponía los guantes y preparaba el instrumental que iba a necesitar para la operación en una mesita con ruedas que tenía para esos menesteres. Mientras lo hacía, no paraba de hablarme, tratando de que me sintiera cómoda y tranquila. No sé por qué, pero aquello hizo que me cayera todavía mejor.

- No me habías dicho que tu amigo fuera tan amable – dije dirigiéndome a Jesús.

- Tienes razón. Yoshi es uno de los mejores tíos que conozco. Confío en él más que en ningún otro – respondió mi Amo.

- Vete al “calajo” – exclamó Yoshi bromeando – “Chinito no fialse pala nada del malvado homble blanco”

- Pero, ¿tú no eras japonés? – dije riendo – Creía que eran los chinos los que no pronunciaban la “R”.

- ¡Sí, coño! ¡Como que los españoles distinguís a un chino de un japonés! – retrucó él haciéndonos reír a los tres.

En un ambiente mucho más distendido, Yoshi terminó los preparativos del instrumental. Vi que había cogido una hoja con el dibujo del colgante, que supuse (acertadamente) sería el transfer que iba a usar para hacer el tatoo.

Lo primero que hizo fue revisar la zona de la base de la espalda para ver si había vello. Aunque no encontró nada, usó una crema depilatoria para dejar el área bien despejada, pues según me dijo, el pelo puede arruinar un buen tatuaje.

Tras acabar, limpió mi piel a conciencia con un desinfectante, para posteriormente aplicar el transfer directamente sobre la piel, procurando que quedara correctamente ubicado en la base de mi espalda.

Una vez tuvo el dibujo guía sobre mi piel, Yoshi abrió una bolsa de agujas delante de mí, para que yo comprobara que usaba un juego completamente nuevo y empezó a tatuar.

Cuando escuché el zumbido de la máquina de tatuajes, me puse un poquito nerviosa, lo que hizo que me pusiera en tensión. Yoshi, curtido en este tipo de situaciones, me indicó que me relajara, diciéndome que no tenía por qué preocuparme pues había hecho aquello mil veces.

Cuando aplicó la aguja sobre mi piel me dolió un poco, aunque no tanto como me esperaba, por lo que poco a poco fui tranquilizándome. Sentía cómo la aguja se deslizaba por mi dermis, penetrándola e inyectando la tinta por debajo, marcando en mi piel el símbolo de mi pertenencia a Jesús.

Yoshi, experto en su trabajo y dado que no se trataba de un diseño particularmente difícil, siguió charlando amigablemente con Jesús, aunque, de vez en cuando, se dirigía a mí para preguntarme si me dolía.

Como yo me encontraba cada vez más tranquila, Yoshi siguió hablando con mi Amo, lo que me dio la oportunidad de concentrarme en mis pensamientos, y claro, mi mente empezó a divagar.

Rememoré entonces la angustia que había sentido esa misma tarde, cuando Jesús insinuó que quizás no estaba lista todavía para ser su esclava. Por un segundo, había estado a punto de echarme a llorar en el coche, desesperada por no poder convertirme en aquello que más deseaba.

Comparado con aquello, el dolor que me producía la aguja tatuadora era una grano de arena en el desierto, no tenía la menor importancia. Poco a poco, mi mente fue centrándose en Yoshi, echándole disimuladas miradas mientras continuaba con su trabajo sobre mi piel y, sin poder evitarlo, comencé a recordar las intensas historias que su hermana me había contado días atrás.

Y por supuesto… me puse a pensar en su polla. El diablillo que me había poseído entraba en acción…

Joder, tantos nervios, tanta intranquilidad que había sentido días atrás, pensando en si mi Amo me obligaría a enfrentarme con el monstruo que el japonés escondía entre las piernas y al final… tenía ganas de verlo.

Y decidí que así iba a ser.

Me sentía muy juguetona y confiada en mi físico, pues sabía por las miraditas que el chico me había dirigido cuando entré en su estudio, que me encontraba atractiva. Pensé que sería divertido calentar un poco al japonés y descubrir por mí misma si las historias que se contaban tenían fundamento o no. Por un instante, el recordar que Jesús se había enfadado con Gloria en una situación similar me frenó un poco, pero, sin saber por qué, mi instinto me decía que a Jesús no le importaría mucho si yo jugueteaba un poco con su amigo.

Aprovechando que Yoshi se apartó de mí unos segundos para buscar algo que necesitaba, me bajé unos centímetros más el pantalón, dejando ya una buena porción de culo al aire y el tanga bien a la vista, enterradito entre las dos medias lunas de mis nalgas.

Cuando Yoshi se dio la vuelta, se encontró de bruces con que mi culito era más visible pero, aunque dudó un segundo, decidió hacer como si nada y continuar con su trabajo, como todo un profesional.

Divertida, pensé en agitar un poco el trasero, para darle un mejor espectáculo al chico, pero decidí que no, pues si me movía iba a estropear el tatuaje. Así que empleé otra táctica: me puse a gemir muy tenuemente, emitiendo unos sensuales sonidos que podían interpretarse como de dolor… o de placer.

Estoy segura de que logré que los vellos se le pusieran de punta al japonés, pero, para mi desencanto, fue lo único que logré estimular en él. Girando disimuladamente el cuello, miré de reojo hacia la entrepierna del tatuador, pero no vi señales de Godzilla por ningún sitio. Me molestó un poco y mi ego se sintió ligeramente insultado. ¿Acaso mi lindo trasero no bastaba para sacar a la bestia de su escondite?

- No te muevas, Edurne – me dijo Yoshi – Es importante que permanezcas quieta.

- Perdona – respondí avergonzada, quedándome muy quieta.

Y más que me avergoncé cuando vi que Jesús me miraba divertido.

Ruborizada por haber sido pillada en falta, me estuve tranquila unos minutos, dejando a Yoshi trabajar en paz. De vez en cuando, sentía cómo sus manos enguantadas rozaban mi piel o deslizaban un trapito que usaba para limpiar la zona del tatuaje. Como me parecía que aquellos roces se estaban produciendo más al sur de lo necesario, sonreí para mí y, sin poder contenerme, volví a echarle un disimulado vistazo al área de conflicto.

¡Joder! Sin novedad en el frente.

- No te muevas. Por favor. Ya no queda mucho – me reconvino Yoshi.

- Es que me duele un poco – mentí con voz suave y aterciopelada.

No pude evitar mirar a Jesús tras el nuevo toque de atención, para volver a encontrarme con su sonrisa felina, quizás un poco más amplia que la vez anterior.

Un poco herida en mi orgullo, no tuve más remedio que estarme quietecita, tratando de pensar en otra cosa, reprendiéndome a mi misma por ser tan estúpida.

- Oye, Edurne – me dijo Jesús de pronto - ¿Y a tu novio qué le parece lo del tatuaje?

- ¿A Mario? Pues si te soy sincera ni se me había ocurrido. No le he dicho nada.

¡Coño! ¡Mario! Era verdad. No se me había pasado por la cabeza lo que Mario podría decir cuando me viera el tatoo.

- Aunque me da igual lo que diga – continué – Le diré que mi cuerpo es mío y que hago con él lo que yo quiera, aunque sea mentira.

- ¿Mentira? – dijo Yoshi extrañado sin dejar de trabajar sobre mi piel.

- Claro. Mi cuerpo es de Jesús y él es quien puede hacer lo que quiera con él.

La sonrisa de Jesús se ensanchó todavía más.

Como pude, logré aguantar calmada un rato más hasta que por fin Yoshi anunció que había terminado.

Jesús se incorporó y miró con aire satisfecho el resultado del trabajo de su amigo. Yo giraba la cabeza tratando de ver cómo había quedado y Yoshi, antes de que me rompiera el cuello, acercó un espejo redondo permitiéndome admirar el resultado.

Me encantaba.

- ¡Está genial! – exclamé auténticamente entusiasmada.

Sin pensarlo, me incorporé sobre la camilla y le di un beso a Yoshi en la mejilla. Él, lejos de sorprenderse, aprovechó para regañarme un poco.

- Pues a punto hemos estado de fastidiarlo bien. No parabas de moverte. ¿Tanto te dolía?

- ¡Oh! No… perdona – dije sin saber qué decir.

- Pero, ¿no te das cuenta de lo que pasa? – dijo Jesús riendo.

Me quedé paralizada. No me pregunten cómo, pero en ese momento supe sin lugar a dudas que Jesús había vuelto a leer en mí como en un libro abierto.

- ¿A qué te refieres? – dijo Yoshi extrañado.

- A que Edurne ha oído hablar del tamaño de tu herramienta y pretendía verificar si los rumores eran ciertos. De ahí los gemiditos y los jadeos. Quería despertar al monstruo.

Yoshi se quedó callado, un tanto avergonzado por lo que su sonriente amigo acababa de decirme. Aunque su vergüenza no era nada comparada con la mía. Deseé que el suelo se abriera a mis pies y me tragara. Y me lo había buscado yo solita.

Colorada como un tomate, me coloqué bien el pantalón, sin reunir arrestos suficientes para mirar a Yoshi a la cara. Éste, también un poco cortado (o eso creía yo), me daba las instrucciones que debía seguir para el cuidado del tatuaje durante los primeros días. Que me aplicara una crema antibiótica, que no lo mojara, que no le diera la luz directa del sol…

Por fortuna, yo había leído ya todas esas instrucciones en Internet, pues apenas me enteré de nada de lo que me decía, avergonzadísima por haber sido pillada en falta. Jesús, en cambio, se lo pasaba de fábula.

- ¿Y qué esperabas, cariño? – me dijo riendo, hurgando aún más en la herida – Yoshi es un profesional y todos los días pasan por esta sala montones de chicas guapas que quieren tatuajes o piercings en los sitios más recónditos. Obviamente, Yoshi tiene un férreo autocontrol. ¿Te imaginas qué pasaría si se empalmara mientras le está haciendo un piercing en el clítoris a una chica? Porque, te aseguro que el chico no podría disimular… ¡Ja, ja, ja! ¡Las denuncias por acoso sexual le lloverían literalmente!

Jesús encontraba divertidísimo todo aquello, pero yo me encontraba cada vez más avergonzada. ¿Cómo se me había ocurrido? Y total, ¿para qué? Si en el fondo me asustaba la posibilidad de tener que enfrentarme a la verga que había mandado a Gloria al hospital... ¿O no era así?

Confundida, me aventuré a mirar a Yoshi a los ojos con disimulo, notando que él también estaba avergonzado, pero no demasiado. De hecho, mantenía su mirada clavada en mí, lo que me inquietó un poco.

Con sumo cuidado, Yoshi me aplicó un vendaje sobre el tatuaje, indicándome que debía cambiarlo a menudo. Jesús nos miraba a ambos, con esa sonrisilla que exhibía cuando estaba maquinando algo. Inquieta, tragué saliva y esperé.

- Oye, Yoshi – dijo Jesús de pronto, haciéndome estremecer - ¿Qué te parecería hacer feliz a Edurne?

Ya estaba. La habíamos liado.

- Pues no sé – dijo Yoshi mirándome – No sé si estará preparada.

- No, no creo que lo esté, amigo. Y no quiero que me la desgracies – dijo Jesús – Pero podrías dejarle echar un vistazo ¿no?

- ¿Y qué saco yo? – dijo Yoshi mirándome sonriente.

Se veía que aquellos dos habían practicado aquel jueguecito en más de una ocasión, mientras yo sentía que la camisa no me llegaba al cuerpo.

- No sé. ¿Qué te apetece?

- Que decida ella – dijo Yoshi señalándome.

Me acojoné. Me había pasado días temiendo aquel momento y al final había sido yo solita la que se había metido en la boca del lobo. Y todo por zorra.

- No, Amo – dije tratando de aparentar tranquilidad – Sólo estaba jugando, era una broma. Sabes que yo sólo quiero estar contigo.

- Ya lo sé, Edurne – dijo él – Y como has sido una perrita muy buena, te mereces un premio, así que voy a dejar que eches un vistazo a lo que esconde mi amigo. No te preocupes, no me voy a enfadar.

- Pero, Amo… - insistí.

- ¿Qué pasa? – dijo él en tono más seco - ¿Te parece bien intentar calentar a mi amigo y luego dejarle tirado?

- No, Amo – respondí poniéndome rígida.

- Pues entonces, sé una perrita buena y pídele a mi amigo que te deje jugar con su cosita.

Resignada, pues todo aquel follón me lo había buscado yo sola, me volví hacia Yoshi y le dije:

- Yoshi, quiero agradecerte el estupendo trabajo que has realizado marcándome como propiedad de mi Amo. Y, como eres tan amable, me gustaría pedirte otro favor.

- ¡Muy bien dicho, Edurne! – exclamó Jesús - ¡A cada momento que pasa ganas más puntos!

Me sentí feliz por el halago de mi Amo.

- Si eres tan amable – continué – Me gustaría ver tu pene y comprobar si lo que me han contado es cierto. Para agradecértelo, será un placer chupártelo y beberme tu leche, si eso te complace.

Me escuchaba a mí misma y no me reconocía. No me creía en absoluto capaz de pronunciar esas palabras. Me di cuenta entonces de que… ¡en realidad estaba deseando hacerlo! Y por encima de todo, ¡quería que mi Amo disfrutara del espectáculo de ver a su zorrita haciendo guarradas!

- Vaya – dijo Yoshi mirándome con aprobación – Si me lo pides de esa manera, no puedo negarme. Joder, tío, es impresionante lo bien educada que está.

- Ya te dije que era un talento natural – dijo mi Amo – Es mi profesora…

Me ruboricé de puro placer.

- Como te gustan estos líos – dijo Yoshi dirigiéndose a Jesús, aunque la sonrisilla que había en sus labios demostraba que aquello no le incomodaba en absoluto.

Decidida a pasar el mal trago cuanto antes (y nunca mejor dicho) di unas palmaditas sobre la camilla, indicándole a Yoshi que se tumbara sobre la misma. Éste, sin dudarlo un segundo, me obedeció, subiéndose donde minutos antes estaba yo tumbada. Mientras, mi Amo tomó asiento en una silla, decidido a no perderse detalle del espectáculo.

Yo, todavía un poco cortada pero metida ya en situación, me acerqué a donde me esperaba el japonés expectante y cuidadosamente, fui deslizando mi mano por su pierna, empezando por la rodilla y subiendo hacia su cintura, procurando acentuar al máximo el morbo de la situación.

Clavé mis ojos en los de Yoshi, pudiendo leer la admiración y el deseo en su mirada. Esta vez si comenzó a notarse cierta actividad en la bragueta del pantalón del chico, lo que me hizo sonreír satisfecha.

Sin hacerme de rogar, posé mi mano sobre el área de conflicto, que acaricié dulcemente por encima del pantalón, sintiendo cómo la dureza comenzaba a incrementarse y la tela de la prenda a tensarse bajo la presión.

- Será mejor que me quites los pantalones ya – dijo Yoshi en ese momento – Luego te costará más.

Nerviosa por lo que podía encontrarme, forcejeé con el botón y la cremallera de los pantalones, cosa que me costó un poco por el volumen que estaba empezando a adquirir la encerrada verga. Un poco inquieta, tragué saliva y empecé a bajarle los pantalones, mientras miraba atónita el enorme bulto que había en los calzoncillos del japonés. No me habían mentido pero, lo cierto es que la había imaginado más grande.

Como una autómata y sin apartar la mirada ni un segundo de la increíble tienda de campaña, despojé a Yoshi por completo de los pantalones, arrojándolos a un lado sobre una silla.

- Parece que le gustas – dijo Yoshi guiñándome un ojo.

Con el fondo musical de la risita divertida de mi Amo, reuní valor suficiente para agarrar la cinturilla de los slips y tirar hacia abajo, deslizándolos por los musculados muslos, liberando a la bestia de su encierro.

Me quedé sin habla. Los rumores se quedaban cortos. Tonta de mí, había pensado durante un segundo que tampoco era para tanto justo antes de bajarle los calzoncillos, pero, tras hacerlo, tuve que reconocer que aquella polla era lo más impresionante que había visto en mi vida.

Lo que había pasado era que, mientras le quitaba los pantalones, la punta del miembro había escapado por la cinturilla del slip, quedando oculta bajo la camiseta que llevaba Yoshi, lo que me había hecho pensar erróneamente que no era tan grande después de todo.

Despertando de mi error, contemplé con los ojos como platos el inmenso tronco que el chico escondía entre las piernas. Ahora me creía las historias que me habían contado. No me costó nada imaginarme que aquella cosa hubiera sido capaz de mandar a Gloria al hospital. Si le llega a dar en la cabeza, la mata.

- ¿Y bien? – resonó la voz divertida de mi Amo - ¿A qué esperas?

Asustada, reuní el valor suficiente para aferrar con mi temblorosa manita el poderoso instrumento. Cuando lo hice, apreté con fuerza el tronco, notando que mi mano no era suficiente para rodearla por completo. En cuanto sentí su dureza y calor sentí un súbito cosquilleo en mi entrepierna, que me vi obligada a sofocar frotando disimuladamente los muslos. Me daba pánico pensar que Jesús notara lo cachonda que me encontraba y se decidiera a entregarme al monstruo.

- Será mejor que la cojas con las dos manos – me susurró Yoshi – Si no, se te va a escapar.

Medio hipnotizada, hice caso de lo que me decía, aferrando la gargantuesca polla con ambas manos. Yoshi soltó un gruñido de placer al sentir mis manitas sobre su nabo, pero no me dijo nada para apremiarme, dejándome a mi aire manipulando el instrumento.

Lentamente, comencé a deslizar mis manos por el tronco, pajeándolo muy lentamente, mientras sentía cómo la sangre bombeaba a lo largo del grueso palo, manteniéndolo enhiesto. Poco a poco, fui incrementando el ritmo de la paja, me sentía como si estuviera fabricando mantequilla o manipulando una enorme manga pastelera.

Un poco más entonada, sintiendo el intenso calor entre mis muslos y la dureza de mis senos, me animé a chupar levemente la punta del cipotón, usando la lengua para estimular el gigantesco glande. Aquello debió de gustarle a Yoshi, pues soltó un gruñido de aprobación y se tumbó por completo en la camilla, colocando las manos detrás de la cabeza y dedicándose a disfrutar del tratamiento.

Un poco enfebrecida ya, redoblé mis esfuerzos masturbatorios sobre el mástil, poniendo en ello todo mi arte y experiencia, por más que fuera la primera vez que me enfrentaba a una serpiente de tal calibre.

- ¿Qué tal lo hace? – resonó la voz de mi Amo en la habitación.

- Es estupenda – respondió Yoshi con voz entrecortada, llenándome de alegría – Aunque me las han hecho mejores.

Sorprendida, levanté la cabeza encontrándome con la mirada divertida del japonés. Me había herido en mi orgullo.

Decidida a no quedar mal delante de mi Amo, liberé el descomunal miembro de mis manos y empecé a desnudarme.

- Edurne – me dijo mi Amo - ¿Sabes lo que haces?

- Tranquilo Amo, sólo voy a darle el “tratamiento completo”. Pero no me veo capaz de meterme semejante cosa.

- Pues es una pena, guapa – dijo el sonriente Yoshi – Te iba a encantar.

- Otro día quizás – respondió preocupantemente mi Amo.

Me despojé de los pantalones y el tanga, pero el jersey simplemente lo subí hasta el cuello, librándome del sujetador, quedando así mis tetas al aire.

Con cuidado de no caerme, me subí a la camilla junto a Yoshi, sentándome a horcajadas en su regazo. Mis pies colgaban por los lados de la camilla, mientras mi culito quedaba apoyado sobre sus muslos. Deslizando un poco el cuerpo hacia arriba, hice que mi coñito quedara apoyado directamente sobre el grueso tronco, permitiéndole sentir mi calor y humedad directamente sobre el pene. Volviendo a agarrarlo con las manos, lo levanté hasta dejarlo atrapado entre mis senos, decidida a administrarle una lujuriosa cubana. Al hacerlo, descubrí que la punta quedaba al alcance de mis labios, con lo que el tratamiento que empecé a administrarle fue triple.

- ¡Joder, qué pasada! – farfulló Yoshi cuando reanudé mis esfuerzos sobre su enorme verga - ¡Ostias, que bueno!

- ¿Y bien? – dije sin dejar de lamerle la punta - ¿Te las han hecho mejores que ésta?

- Te… te lo diré cuando acabes – farfulló el japo – Pero de momento… vas muy bien.

Mi sonrisa engulló por completo la punta del gigantesco cipote, concentrándome en chuparlo y mamarlo con habilidad. Sólo la punta bastaba para llenar mi boca por completo, aunque no permití que llegara muy a fondo, pues tenía miedo de ahogarme. Mis manos se aferraron a mis pechos, comenzando a moverlos arriba y abajo sobre el grueso tronco, mientras mi encharcado chochito derramaba sus jugos sobre el regazo del chico.

- ¿A que es buena mi chica? – intervino Jesús – Creo que la has herido en su orgullo con lo que has dicho antes y se ha propuesto demostrarte que es la mejor.

- Pues me alegro de haberla ofendido… - gimió el japonés ya rendido a mi excitante tratamiento.

Inesperadamente, aquella cosa entró en erupción. Estaba tan concentrada en aplicarle un masaje cinco estrellas que ni me di cuenta de que el chico estaba a punto. De repente, noté como el majestuoso nabo vibraba entre mis senos y juro que noté cómo sus huevos vertían su carga en el interior del conducto y cómo ésta subía disparada por toda la longitud del pene del chico.

Sin poder reprimir el impulso, aparté la boca del extremo de la polla, de forma que el primer disparo impactó directamente en mi cara, concretamente en un ojo que quedó cerrado por el enorme pegote de semen. Sorprendida, no atiné a cumplir mi promesa de tragarme la leche del japonés y puede que fuera mejor que no lo hiciera, pues podría haber muerto asfixiada.

El chaval, gimiendo y jadeando, descargó sus pelotas a conciencia sobre mi cuerpo, empapando por completo mi jersey y dejando mis pechos completamente pringosos de semen.

La monumental corrida duró casi un minuto y yo, sin saber muy bien qué hacer, me limitaba a sostener la polla bien agarrada con las manos sintiendo cómo lo espesos pegotes impactaban en mi cuerpo y se deslizaban por mi piel.

- ¡Joder, qué maravilla! – jadeó el satisfecho japonés - ¡Ha sido la leche! ¡Tío, te daré lo que quieras, pero tienes que dejarme que le dé un revolcón a esta zorra!

- Ja, ja… Te lo advertí Yoshi. Edurne es muy aplicada. Te dije que te iba a gustar.

- Entonces, ¿puedo?

- No, no, amigo. Ya te he dicho que no quiero que me la desgracies. Quizás más adelante, cuando esté acostumbrada.

Me serenó bastante la negativa de mi Amo, pues por un segundo temí que fuera a ceder a los deseos de su amigo y obligarme a lidiar con aquel gigantesco falo. No me malinterpreten, estaba caliente al máximo, pero aún así no me atrevía a intentar meterme un estoque de semejante tamaño.

- Edurne, nena – me dijo Jesús – Puedes asearte en el baño, esa puerta de ahí.

Obediente y aliviada, me dirigí al baño para limpiarme los restos de la monumental oleada de soldaditos japoneses, pero Jesús tenía otra idea en mente.

- Pero no te laves la cara – me ordenó.
 
Buuuf, creia que iba a acabar empalada. Me gusta como juegas con los tiempos no todas las partes son sexo a saco y eso me gusta mucho.

Gracias por el relato tan caliente e interesante, estoy deseando saber como sigue
 
esperando tu nueva entrega impresionante
 
Capítulo 27: Obediencia:





Yo me volví hacia él, mirándole extrañada con el único ojo que podía mantener abierto (el otro seguía cerrado debido al espeso pegote de semen).

- ¿Cómo? – dije sin comprender.

- No has cumplido tu promesa de tragarte la leche de mi amigo, pero como has sido muy buena te mereces un castigo leve. Así que vas a salir de aquí con todo eso en la cara – dijo señalándome.

- Sí, Amo – asentí sumisa.

- Buena chica.

Mientras me aseaba el cuerpo, dejé la puerta del aseo entreabierta, con lo que pude escuchar la conversación entre los dos chicos. Yoshi le insistía un poco a Jesús con lo de echarme un polvo, pero, por fortuna, él se negó, lo que me hizo amarle todavía más.

- Pues vaya mierda – dijo Yoshi - ¡Aj! Odio quedarme a medias.

- Ya te lo advertí antes – respondió mi Amo – Tú has querido jugar a este jueguecito.

- Ya, ya… Pero comprende que, después de lo que me habías contado sobre ella, tenía ganas de probarla un poco. Aunque, al final, no ha hecho falta pedírselo ni nada. Ella solita se ha apañado…

- Ya te dije que esta putita era especial – respondió Jesús haciéndome sonreír frente al espejo del baño.

- Bueno, pues tendré que aliviarme de otra forma. ¡Gabriela! – gritó el japonés.

Mientras gritaba, yo acabé de componerme la ropa y regresé a la sala de tatuajes, medianamente limpia y aseada, exceptuando el enorme pegotón de semen que relucía en mi cara obligándome a mantener un ojo cerrado.

Jesús me contemplaba con aprobación mientras su amigo, desnudo de cintura para abajo, llamaba a grito pelado a la tal Gabriela, con su enorme polla, con cierto grado de dureza perdido pero aún impresionantemente grande, bamboleando entre sus muslos rogando que alguien se encargara de ella.

De pronto, la puerta de la habitación se abrió y entró una chica (la tal Gabriela supuse). Llevaba el pelo muy corto, rapado en una de las sienes y con varios piercings en la nariz y en la oreja izquierda.

- Dime Yoshi, ¿qué quieres? – preguntó sin molestarse en saludar siquiera.

- Dile a Mandie que venga. Y quédate un rato tú en la recepción.

- ¿Y no te sirvo yo? – dijo ella con una extraña sonrisa mientras miraba el cimbreante falo de su jefe.

- No, hoy tú no. Llama a Mandie. ¡Y date prisa!

- ¡Ya va, ya va! – exclamó la chica abandonando la sala con reticencia.

- ¿Lo ves? – dijo Jesús – Yoshi tiene su propio grupo de esclavas. Aunque buscan una cosa muy distinta a lo que yo os brindo a vosotras.

Le entendí perfectamente.

Tras dedicar un par de minutos a despedirnos de Yoshi (que no se animó a besarme en la mejilla, no sé por qué) abandonamos la habitación, cruzándonos en el pasillo con la tal Mandie, que acudía visiblemente emocionada. Aún así, la chica se quedó mirando sorprendida la blancuzca sustancia que manchaba mi rostro, aunque enseguida se recuperó y siguió su camino, tras balbucear unas palabras de despedida.

En ese momento me di cuenta de que, aunque me sentía avergonzada por andar por ahí con una corrida en la jeta, la calentura que llevaba encima provocaba que me diera igual. Mentalmente, recé para que Jesús no tuviera en mente dejarme en ese estado y se animara a darme una buena ración de lo que yo estaba deseando.

Con aire orgulloso, atravesamos la recepción del local de masajes, donde Gabriela había ocupado su puesto, mientras los clientes contemplaban atónitos cómo me dirigía a la calle con un enorme lechazo en toda la cara. Jesús sonreía.

En la calle fue un poco mejor, pues ya había empezado a oscurecer y además, la gente no suele prestar mucha atención a lo que le rodea. Aún así, en nuestro camino al coche un par de transeúntes se dieron cuenta de la mancha en mi rostro, pero lo cierto es que no me importó en absoluto.

Por fin, montamos en mi coche y Jesús me dio permiso para limpiarme. Agradecida, le sonreí cálidamente mientras sacaba un pañuelo de la guantera y eliminaba los restos de semen de mi cara, logrando por fin abrir de nuevo el ojo.

- ¿Adónde vamos? – pregunté esperanzada.

- Tira para mi casa – respondió él llenándome de desazón.

Decidida a ser una buena chica, no protesté en absoluto y arranqué el coche, conduciendo de vuelta a Jesús hacia su casa, para lo que primero debíamos atravesar la avenida que cruzaba el parque que había en el centro de la ciudad. Interiormente, mi cuerpo pedía a gritos que me tomara, pero ahora yo era su esclava, por lo que mis deseos no contaban para nada, así que me callé.

Pero, por fortuna, Jesús no pensaba dejarme a medias aquella tarde.

- ¿Sabes, perrita? – Me dijo de repente – Me ha excitado mucho tu numerito con Yoshi. Eres una guarra redomada.

Me sentí feliz.

- Gracias, Amo – le dije – Me alegro de que lo hayas pasado bien. Es lo que pretendía.

Jesús me miró un instante antes de responder.

- Mentirosilla… – dijo acariciándome el muslo cariñosamente.

Reí un poco, ruborizada por haber sido pillada en falta.

- Métete por ahí – me indicó Jesús de repente, apuntando hacia una calle lateral que discurría por un lado del parque.

- ¿Por ahí? – pregunté mientras miraba por el retrovisor y señalizaba la maniobra – Ese camino es más largo.

- No importa. Párate donde puedas.

El corazón saltó en mi pecho al escuchar esas palabras. Apartando un instante la mirada del asfalto, la dirigí hacia el asiento del copiloto, donde me encontré con la conocidísima sonrisa lobuna que me hacía estremecer de la cabeza a los pies. Esa vez no fue ninguna excepción.

Con el corazón amenazando salírseme por la boca, enfilé el auto por el a esas horas desierto paseo. Por desgracia, se veía una interminable fila de coches aparcados, no quedando el menor espacio entre ellos.

- No hay aparcamiento, Jesús – le dije con voz lastimera.

- No te preocupes. Párate en doble fila. Ya no puedo más.

Temblorosa por la excitación que sentía y con la sangre revolucionada latiéndome en los oídos, estacioné el coche en doble fila. No creía que fuera a haber mucho problema, pues esa calle no era muy transitada y ya era de noche. Además, al estar fuera del parque, no estaba muy bien iluminada, por lo que era ideal para hacer lo que tenía en mente.

Con un brusco tirón (casi me lo cargo), aseguré el freno de mano y solté el cinturón de seguridad. Para mi sorpresa (debía de estar muy cachondo), Jesús ya se había sacado el nabo del pantalón y ambos me miraban desafiantes desde el asiento del pasajero.

- Cómemela, nena – me susurró Jesús.

Como si yo necesitara instrucciones…

Como una fiera, me abalancé sobre la enhiesta verga y la engullí con ansia entre mis labios. En cuanto sentí cómo la poderosa carne llenaba mi boca, un escalofrío de placer y excitación recorrió mi cuerpo, haciéndome gemir contra la entrepierna de Jesús.

Enseguida noté cómo Jesús colocaba sus manos sobre mi cabeza, acariciando mi cabello, tironeando de él con lujuria, mientras me obligaba a adoptar el ritmo que más le satisfacía.

Ronroneando como una gatita, me arrodillé en el asiento del conductor y seguí devorando aquella polla que se había convertido en el centro de mi existencia. Sólo cuando estaba disfrutando de ella me sentía feliz y completa.

Percibía que Jesús estaba deseando correrse en mi boca, así que redoblé mis esfuerzos en la mamada, pues sabía que, hasta que él no estuviera satisfecho, no empezaría a ocuparse de mí. Y yo a esas alturas estaba sencillamente empapada, sintiendo un dolor sordo en la entrepierna, que suplicaba que se la follaran ya de una vez.

La polla de mi Amo se sentía cada vez más grande en mi boca, sus huevos, acariciados por mis manos, estaban a punto de entrar en erupción, sus manos apretaban mi rostro cada vez con más fuerza contra su ingle… Y entonces nos interrumpieron.

- Clic, clic, clic – resonaron unos golpecitos en la ventanilla del conductor.

- Mierda – oí que susurraba Jesús, mientras empujaba suavemente mi cabeza apartándome de él.

Enfadada por la intrusión y decidida a mandar a tomar por saco al desgraciado que había tenido la osadía de interrumpirnos, me di la vuelta como una leona en mi asiento, quedándome paralizada de golpe.

Junto a nuestro coche se había detenido una patrulla de la policía local y el agente que viajaba en el asiento del pasajero había bajado su ventanilla y estaba dando golpecitos en la mía con una linterna.

Avergonzadísima, comprendí que, dado que su vehículo era más alto que el nuestro, el policía había podido ver perfectamente lo que estábamos haciendo segundos antes. Lo extraño era que yo no me había dado cuenta para nada de que la patrulla se paraba al lado nuestro. Aunque teniendo en cuenta lo entusiasmada que estaba chupándosela a Jesús, tampoco era tan raro.

El poli, que me miraba con expresión divertida, me hizo un gesto con los dedos indicándome que abriera la ventanilla. Nerviosísima, pues ya me veía en la portada de los periódicos como corruptora de menores, pulsé con mano temblorosa el botón del elevalunas, bajando el cristal.

El poli ni siquiera nos dio las buenas noches.

- Coño – me espetó sin más preámbulos - ¿Por qué cojones no os buscáis un hotel?

- Pe… perdone agente – balbuceé.

- ¿Os parece normal ponerse a hacer esas cosas en mitad de la calle? Por aquí pasan niños.

- No creo que a estas horas pase por aquí ningún crío – resonó la voz de Jesús acojonándome – Y a los adultos no los vamos a asustar.

- Mira niñato – respondió el madero sin alterar el tono – Encima no te me pongas chulo. Que si quiero os empaqueto a los dos por escándalo público.

Madre mía. Ya la habíamos liado. Estaba asustadísima por lo que Jesús podía hacer a continuación. Si se ponía farruco con los policías eran capaces de detenernos, pues, como todo el mundo sabe, no hay nadie más chulo en el mundo que un policía local.

- No me pongo de ninguna forma, agente - dijo Jesús agachándose un poco para poder mirar al policía a través de mi ventanilla – Usted está cumpliendo con su deber y si piensa que tiene que multarnos, hágalo. Aunque claro, también podríamos llegar a un acuerdo… - susurró mientras me acariciaba un pecho por encima del jersey con descaro.

El corazón se me paró. La expresión de Jesús era la que yo conocía tan bien, la que me aterrorizaba y excitaba hasta límites insospechados. Jesús miraba al policía, con la oferta implícita en el aire. Temblorosa, alcé la mirada hacia el agente y percibí que había comprendido perfectamente a qué se refería Jesús. Podía sentir su mirada devorando mi cuerpo, mientras simultáneamente miraba de reojo a su compañero, al que yo no podía ver desde mi posición.

Tragó saliva y, por un instante, pareció que iba a atreverse a algo más, pero, al final, no dio el paso y se vino abajo.

- Anda, largaos de una vez y dejad de dar el espectáculo. Iros a casa y allí hacéis lo que os dé la gana – dijo el poli haciendo un ademán con la mano.

- Si eso es lo que usted quiere – concluyó Jesús volviendo a sentarse erguido en su asiento.

Todavía temblando, agarré la llave del contacto y la hice girar. Estaba tan nerviosa que me costó varios intentos arrancar el coche. Mientras el motor gemía y se afanaba por ponerse en marcha, pude escuchar perfectamente la voz del otro policía que exclamaba:

- ¡Manolo, dile a esa golfa que se limpie bien la boca, que desde aquí le veo el sabo!

Las palabras de aquel imbécil me sentaron como una patada en el estómago. Estuve a punto de gritarle alguna respuesta adecuada, pero la patrulla se puso en marcha y siguió calle abajo, despacito, para asegurarse de que nosotros nos íbamos también.

Finalmente, conseguí arrancar el coche y seguir camino, mientras me sentía cabreada y profundamente insatisfecha.

- Malditos gilipollas – siseé – Ojalá se estrellen en el próximo semáforo.

- Desde luego que son gilipollas – sentenció Jesús – Han estado a punto de disfrutar la noche de sus vidas y la han dejado pasar de largo.

Un nuevo estremecimiento me sacudió.

- ¿En serio les habrías dejado follarme? – pregunté sin dejar de mirar al frente.

- ¿Tú que crees? – respondió Jesús.

Tardé unos segundos en responder.

- En el fondo me da igual. Habría hecho lo que me ordenaras – concluí.

- Eres fabulosa perrita – dijo mi Amo acariciándome con ternura la mejilla.

- Gracias.

- No. Gracias a ti.

Me sentía exultante por los halagos del Amo. Pero mi coño no dejaba de latir y gritar pidiendo una polla con urgencia. Por fortuna, el Amo estaba todavía más desesperado que yo.

- Conduce hacia el mirador – me dijo – Unos doscientos metros antes de llegar hay un sendero. Ya te avisaré cuando lleguemos.

El mirador es una zona bastante conocida en la ciudad, donde por las noches las parejitas van a hacer cosas malas. Y yo estaba deseando hacer de las peores.

Disimuladamente, apreté el acelerador para llegar más deprisa. Jesús no dijo nada, aunque podía sentir perfectamente cómo sonreía sentado junto a mí.

Cuando llegamos a la entrada del sendero, Jesús me indicó que girara, cosa que hice. Conduciendo ahora con bastante precaución, llevé el coche por el camino internándonos entre los árboles, aunque fue más sencillo de lo esperado, pues se notaba que el sendero era bastante transitado por vehículos.

- ¿Adónde vamos? – pregunté pues no conocía esa parte del parque, pues el mirador quedaba hacia otro lado.

- A un sitio tranquilo donde no nos molestarán más.

- ¡Estupendo! – exclamé sin poderme contener – Estoy deseando que lleguemos a un sitio donde podamos estar solitos y a gusto. No he olvidado que el Amo se quedó a puntito hace un rato y debe estar a punto de estallar.

- En eso tienes razón – dijo Jesús volviendo a acariciarme el pecho – Aunque solos no creo que estemos.

- ¿Cómo? – pregunté mirándole extrañada.

- Es un sitio bastante conocido por los practicantes de dogging. Aunque tranquila, que nadie nos molestará.

- ¿Dogging? – pregunté.

- ¿No sabes lo que es?

Sacudí la cabeza en gesto de negación.

- ¡Ay, perrita! – dijo Jesús riendo - ¡Te queda tanto que aprender!

Iba a seguir interrogándole, pero en ese momento, llegamos a un claro en el que había varios coches aparcados. En el interior de los mismos se apreciaba que había gente, pero, como todos tenían las luces apagadas y estaban bastante retirados unos de otros, pensé que no nos molestarían si no los molestábamos a ellos.

Busqué un sitio apartado donde estacionar y, como un rato antes, tiré con violencia del freno de mano para dejar el coche bien sujeto.

Como un rayo, volví a arrodillarme en mi asiento y mis manos salieron disparadas hacia la bragueta de Jesús, encontrándome con que su erección, que no había bajado ni un ápice, apretaba contra el pantalón formando una notoria tienda de campaña.

- ¡Pobrecito! – dije compungida - ¡Qué mal rato habrás pasado!

- Ten cuidado – me advirtió Jesús – Esa arma está cargada y a punto de dispararse en cualquier momento.

- Extremaré las precauciones – siseé sonriendo mientras volvía a engullir la hombría de mi Amo.

- ¡Oh, perrita! – gimió Jesús – Eres la mejor.

Mientras decía esto, sus manos acariciaron de nuevo mi cabeza y mi espalda. Esta vez no marcó ritmo alguno, pues estaba a punto de caramelo y lo único que deseaba era vaciar sus pelotas en mi garganta. Yo, sabedora de ello, me preparé para recibir el cálido néctar en mi boca, relajándome y preparándome para la avenida.

Aún así, cuando Jesús se derramó entre mis labios, provocó que se me saltaran las lágrimas al recibir varios disparos bastante intensos directamente en el esófago, pero, como cada vez estaba más curtida en aquellas lides, aguanté como una campeona con la verga de mi Amo absorbida hasta el fondo, mientras él vaciaba alegremente sus pelotas directamente en mi estómago.

Cuando noté que terminaba, empecé a retirarme lentamente, deslizando su verga entre mis labios, pero Jesús tenía otros planes en mente y sujetó mi cabeza, obligándome con dulzura, pero con firmeza, a continuar con su polla enterrada en la garganta.

Jesús encendió entonces la luz interior del auto y, con delicadeza, me subió la espalda del jersey dejando al descubierto la venda que cubría el tatuaje.

Con sumo cuidado, levantó el esparadrapo que cubría la pequeña obra de arte, pudiendo así examinarla a placer bajo la tenue luz del habitáculo.

Yo, un poco agobiada por tener todo ese trozo de carne enfundado en la garganta, procuré relajarme al máximo, para no sentir arcadas ni tener problemas para respirar, porque sabía que eso molestaría a mi Amo.

Permanecimos así un par de minutos, mientras él examinaba cuidadosamente la obra de Yoshi, conmigo empalada por la boca como una trucha en un anzuelo.

Cuando estuvo satisfecho, él mismo empujó suavemente mi cabeza, extrayendo su todavía durísima verga de mi boca.

Con los ojos llorosos, acerté a sonreírle, mientras paladeaba el sabor de su hombría. Devolviéndome la sonrisa, me besó suavemente en la frente mientras me susurraba al oído:

- Ahora vamos a ocuparnos de ti perrita.

Ni que decir tiene que aquellas palabras me llenaron de ilusión.

Con torpeza por lo estrecho del habitáculo, me las apañé como pude para desnudarme en el interior del coche. Siguiendo las instrucciones de Jesús, me quedé en pelota picada, quitándome hasta la ropa interior, dejando únicamente sobre mi cuerpo el colgante de plata y su réplica tapada de nuevo por el vendaje.

Mientras me desvestía, Jesús manipuló el asiento del copiloto, deslizándolo por completo hacia atrás y reclinando un poco el respaldo. Sin duda, todos los que hayáis echado un polvo en el coche sabéis exactamente lo que estaba haciendo.

Sin embargo, para mi desdicha, Jesús no se quitó nada de ropa, limitándose a mantener su enhiesto falo libre de su encierro, con el capullo brillante de jugos preseminales y saliva bajo la tenue luz del habitáculo.

- Súbete aquí perrita – me dijo Jesús palmeándose en el regazo.

Sin pensármelo dos veces, me deslicé lo mejor que pude entre los asientos, quedando sentada sobre la dura polla de mi Amo. Excitada, deslicé mis caderas sobre la barra de carne, provocándole gruñidos de placer que me hicieron sonreír.

Deseando sentirle con más intensidad, intenté besarle, pero él apartó la cara bruscamente.

- Nada de besos zorra – me espetó estremeciéndome – La boca te sabrá a polla y a leche y eso no me gusta.

- Lo siento Amo – repliqué compungida.

- Empálate ya, puta, quiero meterla en caliente.

Caliente me ponía yo cada vez que me insultaba. Me mojaba toda simplemente con que él me tratara como a su guarra, me volvía loca de excitación.

Obediente y con las entrañas ardiendo, agarré con firmeza el mástil de mi Amo y levanté el culo como pude para situarlo en posición. En cuanto estuvo bien apuntado, me dejé caer suavemente en su regazo, notando cómo su poderoso émbolo se abría paso centímetro a centímetro en mis entrañas.

Bastó con eso. Sentir cómo la anhelada verga de mi Amo se enterraba en mi interior fue suficiente para llevarme al orgasmo. El placer fue tal que lágrimas de alegría se deslizaron por mis mejillas mientras, avergonzada, enterraba el rostro en el cuello de Jesús, mojando su piel con mis lágrimas. Mis caderas sufrían pequeños espasmos que provocaban leves movimientos incontrolados sobre el regazo de mi Amo, haciendo que mis músculos vaginales apretaran con firmeza su miembro.

Suavemente pero con firmeza, Jesús aferró mis cabellos y tiró de ellos hacia atrás, separándome de él, permitiendo que nuestras miradas se encontraran bajo la luz del habitáculo.

- Muévete, furcia – me ordenó mi Amo sin dejar de tirarme del cabello.

Sumisamente, apoyé una mano en la puerta del coche y la otra en el salpicadero para afirmarme un poco y comencé a cabalgar suavemente sobre la dura polla. Sentirle en mi interior, su dureza, su calor, bastaban para enviar devastadoras olas de placer a mis sentidos, pero yo quería más, quería que él experimentara lo mismo, que mi coño fuera para él la fuente de los placeres más extraordinarios que hubiera experimentado en su vida. Quería hacerle feliz.

Pronto estuve botando como loca sobre su polla, sintiendo cómo ésta se hundía en mi interior una y otra vez. Puedo jurar que notaba cómo la punta se estrellaba continuamente contra la entrada de mi útero, como si intentara colarse en mi interior y llegar más adentro y más profundo que nadie antes.

Las manos de Jesús se habían apoderado de mis senos y estos eran estrujados y manoseados a su antojo, entreteniéndose especialmente en pellizcar los sensibles pezones, que estaban más duros que nunca antes en mi vida.

Al principio no me di cuenta, pero pronto percibí que de mis labios escapaba un gemido continuo e ininterrumpido que iba in crescendo a medida que me iba dejando arrastrar por la excitación y la pasión. Varias veces estampé mi cabeza contra el techo del automóvil, pero ni lo noté ni me importó.

Y un segundo orgasmo me devastó.

Azotada por los espasmos del violento clímax, no acerté a seguir sujetándome con las manos, por lo que estuve a punto de caerme de lado. Sin embargo, las manos de Jesús me sujetaron y lo hicieron demostrando que era mi Amo y Señor: agarrándome con fuerza por las tetas y tirando hacia si.

El súbito dolor y la sorpresa alteraron por un instante el placer que estaba experimentando, pero, al sentirme usada como un objeto, me excité todavía más.

Jesús me atrajo hacia él, quedando mi torso aprisionado contra el suyo. Sentí cómo sus manos acariciaban con delicadeza mi espalda, confundiéndome una vez más. Tan pronto se mostraba dulce y considerado como duro e inflexible. Me desconcertaba. Y me excitaba.

- Date la vuelta perrita – me susurró – Quiero ver el corazón mientras te meto la polla.

Sonriendo, me incorporé y deslicé la enhiesta verga de Jesús fuera de mi cuerpo. Su regazo estaba mojado y pegajoso por mis flujos, lo que no era de extrañar, pues estaba empapada.

Con torpeza debido a lo angosto del habitáculo, me di la vuelta sobre el asiento, de forma que quedé mirando al frente, sentada en el regazo de Jesús de espaldas a él. Deseosa de volver a sentirme llena levanté el culo para permitirle ubicar de nuevo su verga a la entrada de mi cueva. Y me quedé petrificada.

Con los ojos como platos, observé atónita que varios hombres habían rodeado el coche y nos miraban a través de las ventanillas con los rostros congestionados por la excitación y la lujuria.

Sin poder evitarlo, mi cuerpo reaccionó y me tapé como buenamente pude con las manos. Dando un gritito, traté de regresar a mi asiento, con intención de poner en marcha el coche y largarnos zumbando de allí. Pero Jesús me retuvo con firmeza, agarrándome por las caderas y manteniéndome bien sentadita sobre su erección.

- ¿Adónde coño vas, perrita? – me preguntó con voz divertida.

- Pe... pero – acerté a balbucear.

- Pero, ¿qué? No me digas que no te habías dado cuenta de que nuestros amigos se habían acercado a ver el espectáculo.

- Yo… yo… - dije temblorosa recuperando la elocuencia.

- Tú… tú – se burló Jesús imitando mi tono tembloroso – No vamos a dejar a estos señores con el espectáculo a medias, ¿verdad? Han venido atraídos por la luz encendida… Este tipo de cosas tiene sus reglas ¿sabes?

- Pero Amo… Yo…

Jesús tardó un segundo en contestar. Aunque estaba de espaldas a él y no podía ver su rostro, sentí perfectamente cómo la atmósfera cambiaba en el interior del coche.

- ¡Plas!

El azote resonó con fuerza en el habitáculo y el dolor recorrió mi cuerpo como un ramalazo desde la nalga donde había recibido el golpe hasta la última fibra de mi ser.

- No me jodas que has esperado a convertirte en mi esclava para empezar a desobedecerme perrita – dijo Jesús con voz fría como el hielo.

Las lágrimas acudieron de nuevo a mis ojos, haciéndome ver todo borroso. No podía creerlo. Le había fallado a mi Amo a las primeras de cambio. Y yo que me proponía no ser castigada jamás simplemente obedeciéndole en todo.

- Lo… lo siento Amo – sollocé – Ha sido la sorpresa. No había visto a estos señores y me he asustado.

- Está bien perrita, por esta vez te perdono – dijo Jesús en tono suave – Pero quiero tenerte cabalgando en mi polla en menos de un segundo y espero que les ofrezcas un buen espectáculo a estos caballeros.

Como amé a Jesús en ese momento. Que me perdonara mi falta tan fácilmente me hacía comprender lo mucho que yo le importaba. Y ya no tuve dudas.

Con cuidado, me incorporé en el asiento y deslicé una mano entre mis piernas, aferrando con suavidad pero con firmeza el miembro de mi Amo. Sin perder un instante, lo coloqué en posición y volví a enterrarlo en mis entrañas, sin importarme que aquellos pervertidos nos miraran.

En cuanto sentí cómo se abría paso en mi interior, mis preocupaciones desaparecieron como por ensalmo y me dediqué a disfrutar y a darle placer a mi Amo con todo mi ardor.

Me agarré con fuerza al salpicadero con ambas manos y empecé a botar una y otra vez sobre la hombría de mi alumno, o más bien debería de decir de mi maestro.

El placer volvió a inundar todo mi ser, incluso notaba que la verga de mi Amo estaba más gorda que antes, percibía cómo mi coño se abría a él cada vez más.

De reojo y con disimulo, comencé a echar miraditas por las ventanillas, viendo cómo los pervertidos se machacaban las pollas frenéticamente, mientras disfrutaban del espectáculo que les estábamos ofreciendo.

Me di cuenta de que aquello me excitaba. Ver cómo completos desconocidos se masturbaban a escasos centímetros de mi piel desnuda me ponía a mil y se lo demostré a mi Amo dándole todo el placer de que fui capaz.

Mis caderas no sólo botaban sobre el cipote del chico, sino que literalmente bailaban sobre él, acariciándolo y apretándolo al máximo, aplicando todo lo que había aprendido en los últimos días para darle placer.

Jesús gemía a mi espalda, disfrutando de lo que le estaba haciendo. Sus manos acariciaban mi espalda, recorriendo delicadamente la piel alrededor del tatuaje, pero sin llegar a tocarlo para no hacerme daño. Dios, cuanto lo amaba.

De repente, uno de los hombres se corrió, disparando gruesos lechazos en el cristal del automóvil. Sin poder evitarlo, le miré sonriente y le guiñé un ojo, mientras el pobre tipo caía derrengado de rodillas. Me sentí poderosa, había derribado a un tipo mucho más grande que yo sin tocarle siquiera.

Entonces Jesús hizo algo inesperado. Deslizó una mano junto a mi costado y pulsó el botón del elevalunas, bajando el cristal manchado de semen, eliminando la barrera que nos separaba de los pajilleros.

Durante un instante, estuve a punto de protestar, pero el dolor sordo del azote en mi nalga me recordó que era mejor no decir nada. No quería volver a contradecir a Jesús.

Los pervertidos aún dudaron un segundo ante el mudo ofrecimiento. Yo me sentía tensa y me repetía mentalmente una y otra vez que Jesús no dejaría que me pasara nada malo.

Aún así, cuando el primero de ellos reunió valor suficiente y deslizó una mano por la ventanilla abierta hasta apoderarse de mis senos, no pude evitar que mi cuerpo se encogiera de miedo.

Sin embargo, para mi sorpresa, el tipo fue bastante hábil y delicado y empezó a acariciarme las tetas con bastante dulzura, lo que me excitó todavía más.

Nerviosa, miré al hombre a los ojos, encontrándome con una sonrisilla nerviosa y tímida, lo que me alucinó un poco. Sin embargo, esa timidez no le impedía al bastardo seguir pelándose la polla con la otra mano mientras me sobaba.

Jesús, divertido, había empezado a mover sus caderas lentamente, deslizando su pene en mi interior, como recordándome que no fuera a olvidarme de él por tener varias vergas revoloteando a mi alrededor.

Sonriéndole quedamente al osado pervertido, reanudé mis movimientos sobre Jesús, volviendo a follármelo con habilidad mientras mis tetas eran magreadas.

Envalentonado por nuestra tácita aceptación, el segundo de los pajilleros se las apañó como pudo para deslizar su mano por la ventanilla por el escaso hueco que dejaba su compañero y posó su zarpa también sobre mis tetas. El tipo estaba excitadísimo y se la machacaba con furia mientras me estrujaba las domingas, con más fuerza y menor delicadeza que el otro.

Entonces vi como el tercero de los tipos, el que ya se había corrido y había caído al suelo, rodeaba a la carrera el coche por delante, dirigiéndose a la puerta del conductor. Iluminado por la escasa luz del interior del coche, pude ver perfectamente cómo su verga seguía fuera del pantalón y bamboleaba arriba y abajo mientras su dueño correteaba. Os juro que esa imagen se me ha quedado grabada en la mente.

Le seguí con los ojos hasta que se colocó junto a la ventanilla del conductor. Como Jesús no le abría la ventanilla, el tipo reunió valor suficiente para posar la mano en la manija y abrir la puerta muy despacio.
 
Capítulo 28: Lo que pasó en ese coche:




De nuevo sentí miedo, pero no me atreví a protestar pues Jesús no dijo nada.

El tipo mirándome como pidiendo permiso, se deslizó lentamente en el asiento libre. Me miraba muy nervioso, como temiendo que me fuera poner a pegar gritos por su presencia allí.

Sí, para protestar estaba yo, con una verga enterrada hasta las entrañas y cuatro manos masculinas recorriendo mi anatomía.

El tipo debió de pensar que quien calla otorga, así que, con más confianza, se sentó cómodamente y empezó a cascársela, no tardando ni cinco segundos en reunir su mano libre con las de sus compañeros.

A esas alturas, las tetas me dolían por ser estrujadas por tanta gente, pero no dije ni pío para no molestar a Jesús. Pero él tenía ganas de más marcha.

- Edurne, nena, no me parece bien que desatiendas a nuestros invitados. Debes ser más cortés.

Al principio, no supe a qué se refería Jesús, pero bastó con que el tipo que estaba en la ventanilla, tras escuchar a Jesús, abandonara mis tetas como un rayo y sacara la cabeza del automóvil, sustituyéndola inmediatamente por su enrojecida y rezumante polla.

Nerviosa por si no había entendido bien a mi Amo, acerqué una temblorosa mano a la dura tranca del desconocido. Un ramalazo de placer recorrió el cuerpo del pobre desgraciado cuando se la agarré con firmeza y comprendí que no iba a tardar ni un segundo en correrse.

- Como te corras dentro del coche te mato – siseó Jesús con voz fuerte y clara.

Sin duda fueron las palabras mágicas, pues, en cuanto las dijo, la polla desapareció de entre mis dedos y pude escuchar perfectamente como el tipo gemía y rebuznaba mientras vaciaba sus pelotas fuera del habitáculo.

Sin embargo, mi tarea no había acabado, pues, en cuanto el pervertido se apartó de la ventanilla, el hueco fue ocupado por la verga de su amigo, que enarbolé con mayor confianza.

Justo entonces sentí unos golpecitos en el hombro izquierdo. Giré la cabeza y me encontré con la mirada suplicante del que estaba sentado en el asiento del conductor. No dijo nada, pero… sobraban las palabras.

Con una sonrisa de conmiseración, me agarré también a su polla y una vez que tuve una verga en cada mano… me puse a remar como loca.

Usando ambas pollas como asidero, volví a cabalgar con ganas la pija de mi Amo. Con habilidosos giros de muñeca, me las apañaba bastante bien para pajear ambos penes, provocando que mis inesperados acompañantes gimieran y babearan de placer.

- Tú, capullo, acércate un momento – ordenó Jesús.

El tipo que ya se había corrido, se acercó a la ventanilla y Jesús le deslizó algo por el hueco de la ventanilla.

- Haznos unas fotos – le dijo.

Comprendí que le había pasado el móvil. Por un segundo, pensé que el fulano podría largarse por pies, robándole el caro teléfono a mi Amo. Pero en el fondo sabía que eso no iba a pasar. A Jesús no.

No sé por qué, pero el flash de la cámara del móvil hizo que me excitara todavía más, así que intensifiqué el ritmo de las pajas y de mis caderas. El tipo de fuera del coche fue el primero en sucumbir. Por fortuna para él, no había olvidado la advertencia de Jesús, así que hizo como su amiguito de antes y liberó su verga de mi mano para correrse en el exterior del coche.

El otro fulano aguantó como un campeón lo menos 15 segundos más, antes de derrumbarse como un saco de patatas fuera del coche, del que se tiró como si estuviera en llamas.

Una vez libre de ambas vergas, Jesús se dedicó a darme con todo.

- Muy bien putilla – me susurró acercando sus labios a mi oído – Lo has hecho muy bien.

Y de pronto me empujó con violencia hacia delante, estrujándome contra el salpicadero. No sé muy bien cómo, pero se las apañó para bombearme con fuerza en el coño, dándome certeros empellones que hacían que su vientre aplaudiera contra mi trasero.

Me corrí como una perra una vez más, gimiendo y gorgoteando como ida contra el parabrisas delantero, del que no podía apartarme por estar sujeta por la mano de hierro de mi Amo.

Éste continuó bombeándome con fuerza unos segundos más, hasta que sus pelotas entraron en erupción y derramaron toda su carga en mi vientre. Aún así, él siguió martilleándome inmisericorde, dilatando por completo mi coño, chapoteando en la mezcla de nuestras esencias, que se escapaban de mi interior manchando la alfombrilla del automóvil.

Cuando estuvo satisfecho, me desclavó y me apartó a un lado. Como pude, me dejé caer jadeante en el asiento del conductor, esquivando por poco la palanca de cambios. Mi mente enloquecida pensó que, si hubiera caído unos centímetros más a la derecha, me la habría metido entera por el culo y mi Amo se habría quedado con las ganas de disfrutar de él unas semanas más. Aquello me hizo reír.

- Vaya. Perrita, te veo de muy buen humor. Eso me complace.

- Gracias Amo – le dije sonriente.

- ¿Te lo has pasado bien?

- Genial – respondí sin dudar – Como siempre que estoy contigo.

- Buena chica. Te has ganado un premio. Puedes limpiármela.

Sin dudar un segundo me incliné hacia él y dediqué un par de minutos a limpiarle la verga con la lengua. Cuando estuvo satisfecho, me apartó a un lado, aunque yo aún quería seguir. Para mi desilusión, volvió a guardársela en el pantalón.

- Madre mía, perrita. Veo que tienes ganas de más – me dijo sonriente.

- Yo siempre tengo ganas de más de ti.

- Pues por hoy ya no puede ser. Le prometí a mamá que me la follaría esta noche y ya voy un poco tarde.

La puta de Esther. Los celos me azotaron durante un segundo. Por fortuna, respiré hondo y recuperé la calma.

- Vístete, anda. Y llévame a casa.

Mientras me vestía con torpeza, vi cómo Jesús guardaba su teléfono móvil en el bolsillo. No me había dado cuenta de cuando se lo habían devuelto. De hecho, no me había dado cuenta de cuando se había largado el trío de pervertidos. Confusa, miré a mi alrededor.

- ¿Qué te pasa perrita? ¿Los echas de menos? Si quieres, los llamo de nuevo y te vas con ellos de marcha después de dejarme en casa.

- No, Amo – dije nerviosa – Es sólo que no me había dado cuenta de que ya no estaban.

- Sí, ya he observado que tiendes a perder la noción de las cosas cuando tienes una verga en el coño.

- No, Amo – respondí pícara – Me pasa cuando tengo TU VERGA en el coño.

Aquello le hizo sonreír.

Un rato después estacionaba mi coche delante del bloque de Jesús. Me sentía apenada por separarme de mi Amo, pero también muy feliz por pertenecerle por fin en cuerpo y alma.

- Bueno, perrita – me dijo antes de bajarse – Te aseguro que has sobrepasado mis expectativas. Tú sigue así y lo pasaremos muy bien los dos.

- Gracias Amo – respondí con el corazón a punto de estallarme.

- ¡Ah! Otra cosa.

- Dime.

- Mañana voy a darme una vuelta por casa de Natalia. Últimamente las tengo un poco abandonadas a ella y a su hija.

- ¡Oh! – dije yo sin poder evitar que la decepción trasluciera en mi voz.

- Pero el sábado…

- ¿Si? – dije súbitamente ilusionada.

- Tengo entendido que tu novio se marcha de viaje y te quedas unos días sola.

Ni por un instante me extrañó que Jesús supiera que Mario se marchaba.

- Sí, sí – asentí vigorosamente, sin importarme que percibiera lo ansiosa que me sentía – Se va por la mañana temprano.

- Vale, aunque yo los sábados no madrugo. A eso de las doce me pasaré con Gloria por tu casa. Y si os portáis bien, nos pasaremos allí los tres solos todo el fin de semana.

- ¡Estupendo! – casi grité.

No me hacía gracia compartirle con Gloria, pero, con tal de que Jesús estuviera conmigo, no me importaba que viniera.

- Bueno perrita. Te veo mañana en clase.

Y me dio un tenue besito en la frente. En los labios no, que la boca me sabía a polla y a él no le gustaba.

Rememorando los acontecimientos de la tarde, conduje pensativa hasta mi casa. Cuando ya estaba cerca, me acordé de Mario.

¡Mario! ¡Joder! ¿Qué iba a hacer con él? Siguiendo el consejo de Kimiko, había decidido hacer lo que mi Amo me ordenara. Pero él no me había dicho nada, así que ¿qué podía hacer?

Dándole vueltas a la cabeza, llegué a casa y metí el coche en el garaje. Ya me dirigía al ascensor cuando me acordé de los tres tenores y regresé para echarle un vistazo a la carrocería.

Efectivamente, la puerta del pasajero estaba toda pegoteada de una sustancia blancuzca de naturaleza perfectamente determinada. Y lo mejor era que, al desplazarse el coche, el viento había empujado los pegotes hacia atrás , de forma que se habían formado regueros de semen desde delante hacia la parte trasera. ¿Habéis visto los coches tuneados con llamas pintadas en el costado? Pues ese era el efecto, sólo que, en vez de fuego…

Tomando nota mental de levantarme temprano y pasar por un lavado automático antes de ir al instituto, regresé al ascensor y, utilizando el espejo que había dentro, me acicalé un poco, echándome perfume del que llevaba en el bolso para eliminar el olor… a otras cosas. Minutos después llegué a casa.

Y claro, tras la mamada de la tarde y habiéndole dicho que me esperara despierto… Allí estaba mi novio, en el salón esperándome como un clavo.

- Hola cariño – le saludé con mi mejor sonrisa hipócrita – Estoy molida.

- Hola guapa – respondió él dándome un piquito.

A él no me importaba besarle con sabor a polla en los labios.

- ¿Dónde has estado? – me preguntó mientras yo me sentaba en el sofá a su lado y apoyaba mis piernas en su regazo.

- Por ahí – respondí con vaguedad – Con una amiga. Anda masajéame los pies – dije tratando de cambiar de tema.

- ¿Con esa tal Esther? – dijo él mientras me descalzaba.

- Sí, con ella – respondí un poco molesta - ¿Y a ti que más te da?

Noté que mi fría respuesta molestaba a Mario. Pude notar en su mirada cómo se retraía sintiéndose herido. Me dio pena.

- Vale, vale, cariño – dijo un tanto cohibido – No pretendo controlarte ni nada. Sólo quería saber cómo te había ido el día.

- ¿Controlarme? ¿Él? ¿Con ese carácter? – pensé para mí - ¡Ni de coña! Hacía falta alguien con la firmeza de Jesús para controlar a alguien como yo. ¿Cómo podía siquiera pensar en que yo…?

Entonces se me ocurrió. Fue una súbita inspiración.

- Mira, Mario – le dije poniéndome seria.

- ¿Sí cariño? – respondió un poco asustado por mi tono de voz.

- En el fondo es una tontería – afirmé, tratando de tranquilizarlo.

- ¿Qué pasa? – preguntó él más nervioso, quizás pensando en que quería cortar con él.

- Verás. He ido con mi amiga Esther… A que me hagan un tatuaje.

- ¿Cómo? - exclamó Mario.

La expresión de su rostro era de total estupefacción. Tanto que me hizo sonreír.

- Pues eso. Me apetecía hacerme un tatuaje. Y temía que la idea no te fuera a gustar. No sabía si decírtelo, pues temía que me dijeras que no te parecía bien y acabáramos teniendo una pelea. Y Esther, que es una feminista convencida – improvisé – Me dijo que mi cuerpo es mío y que puedo hacer lo que me parezca con él y que tú no tienes derecho a…

Seguí durante un par de minutos con mi filípica sobre el feminismo y mi derecho a hacer lo que me diera la gana. Mientras hablaba, podía notar cómo Mario iba tragándose el anzuelo, pues se mostraba cada vez más relajado y sonriente… y haciéndome un magnífico masaje de pies además.

- ¿Y por eso estabas tan rara estos días? ¿Por qué pensabas que yo iba a prohibirte que te hicieras un tatuaje?

Qué inocente era el pobre.

Ahora fue Mario el que, mucho más relajado, se dedicó a darme un largo discurso sobre lo liberal que era y lo que opinaba sobre la libertad personal de cada uno. Me dijo que se sentía ofendido porque yo hubiera podido pensar que él iba a inmiscuirse en lo que yo decidiera hacer con mi cuerpo y que si patatín y que si patatán.

A los 10 segundos desconecté de lo que estaba diciendo y volví a rememorar la tarde que había pasado con Jesús. Simulando que me rascaba la nariz, acerqué una mano a la cara, pudiendo constatar que, efectivamente, me olía a polla que tiraba de espaldas. Sólo de pensar que esa tarde había sobado un montón de vergas duras (incluida una enorme) y que otra me había follado sin compasión… Me mojaba toda.

Juguetona y deseando interrumpir el discurso feminista de mi novio, aproveché que me estaba masajeando con ambas manos el pie izquierdo para empezar a juguetear con el derecho en su entrepierna.

Fue mano de santo. Mario se quedó callado al instante.

Enseguida noté cómo su polla crecía dentro de su pijama bajo la planta de mi pié y una sonrisilla maliciosa se dibujó en mi cara. Bueno, si no podía disponer de Jesús hasta el sábado… habría que conformarse. A falta de pan… buenas son tortas.

- E… espera cariño – susurró sin tratar de detener en absoluto mis maniobras – vamos a la cama.

- Vale – asentí – Aunque esta tarde ha hecho calor y Esther me ha hecho andar un montón. Voy a darme una ducha rápida. Espérame en el cuarto.

Sin darle ocasión a que protestara, salí disparada hacia el baño. Con rapidez, me despojé de la ropa y la metí en el cesto.

Me contemplé un instante en el espejo. Tenía las tetas bastante coloradas por el masaje que habían recibido antes. Y también tenía una buena marca en las nalgas donde Jesús me había azotado. Recé para que Mario no notara nada.

Con cuidado, puse esparadrapo impermeable sobre el vendaje para que no se mojara y me metí en la ducha. Di un gritito cuando el agua helada me golpeó, obligándome a apartarme unos segundos hasta que se puso caliente y empecé a frotarme.

Justo entonces la cortina se abrió y Mario, desnudo y empalmado, apareció ante mí y se coló en la bañera haciéndome sonreír. Era un encanto.

- No podía esperar para ver tu tatuaje – me susurró abrazándome.

- Pues vas a tener que aguantarte. No puede mojarse, así que tendrás que esperar a que estemos en el cuarto.

- Bueno… pues habrá que hacer otra cosa.

Su dura polla se apretaba contra mi cadera mientras Mario me besaba. Mi mano se apoderó de ella y la pajeé con fuerza, deslizando la piel hacia abajo al máximo, descubriendo por completo la cabeza, provocando que Mario gruñera de placer contra mis labios.

Sonriendo, le hundí la lengua hasta el fondo y levanté un pie de la bañera, apoyándolo en el borde para ofrecerme al máximo a mi hombre.

Sí, Mario era MI HOMBRE, de igual manera que yo era LA MUJER de Jesús. Sonreí pensando en hacerle a Mario las mismas cosas que Jesús me hacía a mí.

Nah, imposible. Porque como Jesús me había dicho, yo era una GUARRA… pero Mario no lo era.

Tras follarme en la bañera me llevó, envuelta en mi albornoz, hasta nuestra cama. Una vez allí, secó mi cuerpo con delicadeza y yo me puse a cuatro patas sobre el colchón para que pudiera admirar mi tatuaje.

Con delicadeza, retiró el esparadrapo y el vendaje y examinó el corazón con cuidado.

- Es precioso – susurró – Es como tu colgante.

- Me lo hecho por eso – respondí – me encanta.

- ¿Y qué significan esas letras japonesas?

Para cuando acabé de mentirle explicándole que me había escrito “Siempre tuya” sobre la piel en honor a él, la verga de mi novio había recuperado todo su esplendor.

Sonriente, noté cómo Mario se colocaba a popa y, de un empellón, me alojaba la polla hasta el fondo del coño. Fue bastante más intenso de lo habitual, bombeándome con ganas mientras sus manos estrujaban con fuerza mis nalgas. Me alegré, pues así se disimularía la marca que me había dejado el Amo.

Fue un polvo genial, intenso, más placentero de lo habitual con mi dulce y apocado novio. Quedé muy satisfecha. Aunque quizás fuera porque ya estaba bastante cansada tras la intensa tarde que había pasado.

Tras correrse en mi interior, Mario se derrumbó a mi lado y se abrazó con fuerza a mi cuerpo. Ambos nos disponíamos a dormir, satisfechos y relajados cuando una estúpida cuestión se abrió paso en mi mente.

- Oye Mario

- Dime cariño – dijo él con voz adormilada.

- ¿Sabes qué es el sabo?

- ¿Cómo? – respondió él con tono divertido - ¿No te conoces el chiste? Si es el más viejo del mundo.

- No, no me lo sé. Si no, no te lo preguntaría – respondí un poco molesta.

- Pues… el sabo es… ¡Leche de mi nabo! – exclamó Mario riendo.

Maldito policía hijo de la gran puta.
El viernes desperté dolorida y agotada. Me dolía hasta el último centímetro de piel, que había sido sobada y manoseada a placer por un buen puñado de hombres. Con ese recuerdo revoloteando en mi cabeza, miré en la penumbra del dormitorio al bulto durmiente bajo las sábanas que era mi novio.

No pude evitar sonreír al mirarle, recordando que la noche anterior se había portado como un campeón. Por una vez, la perrita se había acostado bien satisfecha.

- Pues nada – dije para mí – lo único que necesito para dormir como un bebé es que me follen dos tíos y sobar unas cuantas vergas. Mano de santo.

Todavía sonriente, me desperecé voluptuosamente, desentumeciendo los músculos. Con cuidado para no despertar a Mario, me deslicé fuera de la cama y caminé en silencio hasta el baño.

Como siempre hacía, examiné mi cuerpo en el espejo, comprobando que, como me temía, tenía varios moratones en la piel. Especialmente enrojecidas estaban las tetas (por razones obvias), aunque el culito también estaba colorado. Es lo que tiene que tu Amo te dé unos azotes por ser una niña mala.

Pero, a pesar de todo, me sentía estupendamente. El día anterior había sido glorioso, me sentía feliz y completa y, debía reconocerlo, el colofón nocturno con Mario había estado genial. No tanto como con Jesús, no… pero mucho mejor de lo habitual.

Tarareando una cancioncilla, me metí bajo la ducha y eliminé los últimos rastros del día anterior, tanto en forma de cansancio muscular como… los de otro tipo.

Procurando no hacer ni un ruido (pues era más temprano de lo habitual), me vestí y tomé algo en la cocina para desayunar. Cuando estuve lista, cogí mis cosas y me dispuse a salir, pero entonces me acordé de Mario y de lo mal que lo había tratado su novia últimamente, así que decidí darle un besito de despedida.

Me alegré de hacerlo, pues, aunque tenía una alucinante cara de sueño por haberle despertado, la sonrisa con que me despidió era contagiosa. Mejor portarse como una buena novia… por si algún día tenía que darle la patada. Qué menos que dejarle buenos recuerdos.

Canturreando otra vez, conduje hasta un lavado automático que me pillaba más o menos de camino, de esos de autoservicio con mangueras a presión. Aparqué en el último cubículo, me cambié de zapatos por unos que siempre llevo en el maletero para estos menesteres y procedí a eliminar el tuneado que me habían dejado en la puerta los tres mecánicos del parque. ¡Bah!, no pasaba nada, había salido barato.

Las clases fueron bien. Como me sentía bastante animada, logré que trascurrieran de forma amena, en un ambiente bastante distendido. Se veía en la cara de los alumnos que me agradecían que no los machacara con una clase plomo el último día de la semana, así que las primeras horas pasaron volando.

Me daban ganas de decirles: “Ya sabéis, chicos. Si queréis que vuestra maestra esté contenta en clase, lo que hace falta es que se la follen bien follada”.

Aquello me hizo reír. Seguro que pensaron que estaba loca.

Llegó la hora del recreo y noté que tenía hambre (lógico, con todas las calorías que había quemado el día anterior), así que me fui al bar.

Pedí un bocata y un café y con ellos en la mano, intenté encontrar donde sentarme. Fue entonces cuando vi a Gloria, solita en una mesa, tratando de llamar mi atención agitando un brazo de forma ostensible. Sonriendo, me acerqué a su mesa y me senté a su lado.

- ¡Felicidades, número 6! – me espetó jovialmente mientras me sentaba.

- ¡Shissst! – siseé mirando nerviosamente a los lados - ¿Estás loca? ¡No hables tan alto!

Me podía haber ahorrado el comentario, pues nadie nos hacía el menor caso.

- ¡Venga, no seas mojigata! – dijo ella acercando su cabeza a la mía en plan confidencial - ¡Tienes que contármelo todo!

Joder. Debería habérmelo imaginado. Pero bueno, qué se le iba a hacer. Total, en nuestro grupito no había secretos.

Resignada, empecé a narrarle todo lo acontecido la tarde anterior, mientras ella, entusiasmada y charlatana como siempre, no paraba de interrumpirme, por lo que, cuando sonó el timbre que indicaba el final del correo, Jesús estaba todavía presentándome a Yoshi en su estudio.

- ¡Mierda de timbre! – exclamó Gloria que ya estaba enganchada a mi relato – ¡Pero si aún no habías llegado a lo bueno!

- Y qué quieres hija, si no te callas ni debajo de agua. Parecía que lo estabas contando tú.

Gloria hizo un gracioso mohín ante mis palabras y me sacó la lengua, divertida. La verdad es que era un encanto cuando quería.

- Mira – le dije – Luego te llevo a casa en coche y te cuento el resto.

- ¡Cojonudo! – exclamó ella en voz bastante alta.

Esta vez sí que nos miraron varios alumnos, pero me dio exactamente lo mismo. Salimos juntas del bar y fuimos hasta su clase, pues a esa hora me tocaba con ellos.

Junto cuando íbamos a entrar, me sonó el móvil. Extrañada, lo saqué del maletín y vi que tenía un mensaje de texto. El remitente era Jesús.

Un escalofrío me recorrió la espalda y me quedé quieta como un pasmarote en la entrada del aula. Nerviosa, accedí al contenido del mensaje, pero éste resultó ser bastante inocente.

- Conecta el Blue Tooth – decía simplemente.

Alcé la vista y busqué a mi Amo en el aula. Allí estaba, mirándome sonriente desde su asiento, con su móvil colocado encima de su pupitre. Mi corazón palpitaba furiosamente y notaba ya el característico calorcillo en mi entrepierna.

Con torpeza, pues no se me dan muy bien esos aparatejos, manipulé el móvil hasta encontrar el encendido del Blue Tooth. Tras activarlo, continué hasta mi mesa, mientras los alumnos no me hacían mucho caso.

A los pocos segundos, el teléfono me avisó de que Jesús_Novoa quería compartir un archivo conmigo. Pulsé “Aceptar”.

Mi corazón latía en mis oídos mientras la barra de progreso subía. Ni siquiera percibía el jaleo que montaban los alumnos al ocupar sus asientos y eso que debía ser considerable.

Cuando la barra se llenó, pulsé “Abrir Archivo” sin pensármelo dos veces.

Allí estaba. Un vídeo de baja calidad, grabado por una mano temblorosa, pero que se veía bastante bien debido a que el interior del habitáculo estaba iluminado. Era mi coche.

En la pantallita del teléfono aparecía yo, cabalgando sobre la polla de mi Amo, con sendas vergas en las manos. El vídeo no era muy largo, pero el cabrito del pajillero aprovechó el tiempo para hacer un buen zoom a mi rostro, con lo que pude contemplar mi propia cara desencajada por el placer mientras daba botes medio enloquecida dentro del auto.

Sin embargo, la cara de Jesús no se veía ni por un instante, pues mi cuerpo le ocultaba al objetivo de la cámara.

Noté las mejillas calientes y alcé el rostro con timidez hacia mi Amo, que me miraba con una sonrisa de oreja a oreja. Avergonzada (pero excitada), guardé con torpeza el móvil de nuevo en el maletín. Me di cuenta entonces de que Gloria me observaba extrañada, lo que me hizo ruborizar más aún. Sin duda luego tendría que contárselo también.
 
Capítulo 29: En mi casa:




Como buenamente pude, calmé los ánimos de los alumnos y empecé con la materia. Esta hora fue un poco más jodida que las anteriores, pues cada vez que miraba a Jesús, me ponía nerviosa. Aún así, me las arreglé para sacar la lección adelante y, cuando sonó el timbre, sentí un infinito alivio.

A los chicos les quedaba otra hora antes de salir, aunque yo había acabado ya, pero, como le había dicho a Gloria que la llevaría, tenía que esperarla. Tras decirle adiós con la mirada a Jesús (y de que él me ignorara por completo, lo que me agobió un poco) le dije a Gloria que la esperaba de nuevo en el bar.

No quería ir a la sala de profesores, pues aún recordaba el desagradable incidente con el director, así que me llevé mis cosas a la cantina del instituto (mucho más vacía a esas horas), pedí un refresco y me dediqué a ordenar papeles.

Pero no podía concentrarme. Mi mente viajaba continuamente hacia Jesús y me di cuenta de que la completa satisfacción sexual que sentí por la mañana había desaparecido y nuevamente me encontraba contando los minutos que faltaban para mi siguiente encuentro con el Amo. Puto vídeo porno amateur de los cojones.

Como no iba a sacar nada en claro con las cosas del trabajo, me puse a redactar la lista de la compra, incluyendo todas aquellas cosas que podían gustarle a Jesús, pues si iba a pasar todo el fin de semana en mi casa, quería prepararle una buena comida.

Mientras estaba en ello, mi móvil sonó de nuevo. Nerviosa, volví a sacarlo, pero esta vez se trataba de un mensaje de Mario. Me decía que llegaría tarde para almorzar, pues había tenido que ir a llevar unos papeles a no sé dónde. Como siempre, mi responsable novio me avisaba si algo iba a sacarlo de su rutina, para que no me preocupara.

Trascurrida la hora y en medio de la barahúnda de alumnos abandonando el centro, Gloria pasó a recogerme. Tras pagar la consumición nos fuimos juntas al coche y, en cuanto estuvimos las dos dentro, la joven volvió al ataque.

- ¿Qué coño te ha mandado Jesús por el móvil? – me espetó sin perder un segundo.

- ¿Tú qué crees? – le respondí divertida.

- ¡Alguna guarrada de las tuyas! – exclamó la joven.

- Muy aguda – reí mientras arrancaba el vehículo.

- ¡Quiero verlo!

- Luego lo verás – le dije concentrada en no atropellar a ningún alumno – Es un vídeo del fin de fiesta y es mejor que te lo cuente todo por orden.

Conduje hacia nuestro edificio contándole con todo lujo de detalles mis aventurillas del día anterior. Gloria, sin poder evitarlo, no callaba ni para respirar, por lo que la narración se alargó de nuevo.

Mientras aparcaba mi coche en el garaje, la joven se reía a carcajadas.

- ¿Y no sabías lo que era el sabo? – se descojonaba - ¡Pues estás bien harta de probarlo!

Me sentía tan de buen humor que ni siquiera me molestaron sus palabras.

- ¡Y tú lo mismo, guapa! – retruqué riendo a mi vez.

Juntas, caminamos hacia el ascensor. Me sentía bien y estaba disfrutando con la narración. Me gustaba compartir mis depravadas experiencias con alguien que no iba a juzgarme, pues sus experiencias eran al menos tan depravadas como las mías.

- ¡Vaya mierda! – dijo Gloria tal y como yo esperaba – Ahora tendré que esperar a mañana para saber cómo sigue.

- Pues vente un rato a mi casa. Mario aún tardará en llegar y puedo seguir contándotelo todo. Te invito a un refresco.

- ¡Estupendo! – exclamó Gloria con los ojos brillantes – Aunque prefiero que me invites a una cerveza.

- ¿Cerveza? – dije en tono muy serio – Aún eres una menor. Menuda profesora sería yo si le diera alcohol a uno de mis alumnos.

En cuanto pronuncié esas palabras, me di cuenta de lo cataclísmicamente estúpidas que eran. Gloria me miraba atónita, sin saber qué decir quizás por primera vez en su vida. Al verla así, no pude evitar echarme a reír.

Casi llorando de risa, llegamos las dos a mi piso. Gloria, con toda la confianza del mundo, se lanzó sobre el sofá, arrojando su carpeta con descuido sobre una silla. Yo, todavía riendo, fui a la cocina a por las cervezas y algo de picar.

En pocos minutos estábamos las dos sentadas, contándole a mi alumna cómo Jesús se había follado a su profesora en el parque, mientras tres desconocidos repintaban el coche con su semen. Toma ya.

- Increíble. Menuda guarra estás hecha – me dijo Gloria admirada.

- ¿Y tú no habrías hecho lo mismo si Jesús te lo ordenara? – dije sonriendo.

- ¿Y quién dice que no lo haya hecho? – respondió ella juguetona.

- Entonces también eres una guarra – sentencié.

- Yo no he dicho lo contrario – retrucó ella haciéndonos reír de nuevo.

Minutos más tarde, con una nueva cerveza en la mano, Gloria miraba con los ojos como platos el vídeo que me había mandado Jesús.

- Vaya cara de zorra – siseó – Parece que se te haya ido la cabeza. Es increíble cómo te gustan las pollas… menuda golfa.

- ¡Oye! – la regañé medio en broma – Que soy tu profesora. No me hables así.

Bromeando, le di un suave golpecito en la rodilla, pero Gloria no se reía. Súbitamente seria, me miró fijamente.

- Te hablo como me da la gana. No te olvides de quien soy – me dijo en tono frío como el hielo.

Me estremecí.

- Lo… lo siento – acerté a decir sin saber muy bien qué hacer.

Aquellos súbitos cambios de actitud me descolocaban. Debería estar ya acostumbrada debido a Jesús, pero lo cierto es que siempre me pillaban por sorpresa.

- Buena chica – dijo Gloria sin apartar sus ojos de mi rostro – Haces bien en disculparte.

- Gracias – asentí sumisa.

- Además, he de reconocer que tu historia me ha puesto muy cachonda, así que he pensado que me apetece que me comas el coño.

Un calambrazo recorrió mi columna vertebral. Miré a Gloria a los ojos, tratando de averiguar si estaba hablando en serio. Pero sus ojos no bromeaban.

- Enseguida – respondí obediente.

Sin perder un instante, dejé mi cerveza sobre la mesa y me acerqué a Gloria. Ella me miraba con una excitante sonrisa de lascivia dibujada en los labios, observando cómo su profesora se disponía a practicarle sexo oral en el sofá de su propia casa.

Me arrodillé en el suelo frente a ella mientras se repantingaba a gusto sobre el cojín. Llevé mis manos a la cinturilla del pantalón, abriendo el botón fácilmente, pues la putilla no llevaba correa. Gloria, colaboradora, levantó el culo del sofá para que pudiera bajarle los pantalones. Me costó un poco, pues la zorrilla gustaba de ir marcando curvas, así que los pantalones eran muy ajustados.

Mientras yo dejaba los pantalones sobre una silla ella misma se bajó el tanga. Sacó una sola pierna, por lo que la prenda quedó colgando de un tobillo, mientras su dueña se abría de patas al máximo sobre el sofá.

Con una sonrisa increíblemente libidinosa, Gloria observó cómo volvía a arrodillarme entre sus muslos abiertos y, sin más dilación, posaba mis labios en la palpitante vulva de mi alumna.

Un estremecimiento de placer azotó el cuerpo de la chica cuando mi lengua se hundió entre sus labios vaginales y comenzó a juguetear en medio. Llevada por la excitación, literalmente hundí la cara entre sus muslos, de forma que incluso mi nariz quedó enterrada en el coño de la joven, mientras mi lengua serpenteaba y chapoteaba en las humedades que allí había. Para ser tan sólo el segundo coño que me comía, lo estaba haciendo bastante bien, a juzgar por los gemidos y suspiros de la pequeña Gloria.

Sin embargo, cuando me animé a meterle un par de dedos en el coño, Gloria se retorció como una culebra.

- Te… te he dicho que… que me lo comas – jadeó – Na… nada de dedos.

Sorprendida, no tuve más remedio que obedecer, sacando los dedos del interior de la jovencita y redoblando mis esfuerzos con la lengua y los labios. Sabiendo lo que me gustaba a mí, absorbí su clítoris entre mis labios y empecé a juguetear con él con la lengua, lo que le gustó bastante a la zorrilla.

- SÍ… ASÍ PUTA… CÓMEMELO… - aullaba mientras apretaba mi rostro contra su entrepierna.

Por fin, Gloria se corrió, con fuerza y voluptuosidad. Sus caderas bailaron en mi cara y sus muslos aplaudieron contra mis oídos. Finalmente, se relajó por fin, apartando su mano de mi cabeza, permitiéndome salir de entre sus piernas.

Me relamí de gusto, bastante cachonda a mi vez, pensando que, al fin y al cabo, el sexo lésbico no estaba nada mal.

Dispuesta a seguir con la juerguecita, me quedé esperando nuevas instrucciones de la chica, pero, por desgracia, ella no pensaba quedarse.

- Ha estado genial, Edurne – me dijo dándome un besito en la mejilla – Me has puesto super caliente con tu historia. Y ese vídeo… Me muero por ver la copia completa.

¡Coño! Gloría tenía razón. El vídeo sólo duraba unos segundos y el tipo había estado grabando un buen rato. Lógico, seguro que Jesús lo había editado.

- Y te ha mandado un fragmento donde no se le ve la cara – pensé sin saber por qué.

Gloria seguía charla que te charla mientras se ponía la ropa. Cuando estuvo decente, volvió a besarme en la mejilla, desconcertándome de nuevo con sus cambios de humor y se despidió de mí hasta la mañana siguiente, dejándome con un calentón de aquí te espero.

Mario sacó provecho de ello, pues cuando volvió, bastaron con un par de insinuaciones bastante descaradas para que el muy ladino se animara a echarme un polvo sobre la mesa de la cocina.

Y por la noche, para despedirse antes del viaje, unos cuantos más. Y estuvieron muy bien.

Agotada, me levanté a las seis de la mañana para despedir a mi novio. La despedida fue sincera, pues sentí que le iba a echar de menos, aunque en cuanto llegara Jesús… le olvidaría por completo.

Cuando se marchó, volví a dormirme un rato, con idea de levantarme a las ocho, arreglar un poco la casa e ir a hacer la compra al supermercado, pero con el cansancio acumulado, me olvidé de conectar el despertador, así que me levanté cerca de las diez, sin tiempo para hacer todo lo que tenía pensado.

Por fortuna, la solución se me ocurrió con rapidez.

Busqué mi móvil y escribí un SMS: “Asómate a la ventana” decía simplemente.

Tras enviarlo, me dirigí al ventanal del salón y, ni corta ni perezosa, me desnudé por completo asomándome al cristal, de forma que mi vecino el voyeur, que ya había obedecido mis instrucciones, pudiera hacerse una buena paja en mi honor mientras yo me acariciaba las tetas. Muy poético todo.

Cuando el buen hombre hubo acabado (y después de que limpiara frenéticamente las huellas de su aventurilla del cristal, para que su mujer no se diera cuenta) le hice un gesto inequívoco de que quería que viniera a mi piso.

Menos de cinco minutos después, llamaban a la puerta. Completamente desnuda, le abrí y dejé que se recreara unos instantes más con mi anatomía. Cuando el pobre recobró la respiración, le di nuevas instrucciones.

- Necesito que vayas al supermercado por mí – le dije sin más preámbulos – Y tienes que estar de vuelta antes de las once y media.

- No… no hay problema – balbuceó el pobre con los ojos amenazando salirse de las órbitas.

- Toma. Aquí tienes la lista de lo que necesito y el dinero.

El tipo cogió ambas cosas sin mirarlas, pues estaba ocupado mirando otra cosa.

- Venga, date prisa – le dije empujándole suavemente.

- Sí… sí… vale…

Si me hubieran dicho semanas atrás que iba a hacer algo como eso me habría apostado sin dudar la nómina de 5 años. Las vueltas que da la vida.

Me puse una camiseta y un pantalón corto y como un huracán, me dediqué a arreglar el piso y a quitar el polvo. No había mucho que limpiar, pues Mario es muy apañado y cuando está en casa solo se entretiene limpiando, pero aún así se me fue un buen rato cambiando sábanas, limpiando el baño y pasando el plumero por los muebles.

Cuando volvieron a llamar, fui a abrir como un rayo. Esta vez no me molesté en desnudarme, pues ya le había pagado de sobra el servicio al buen hombre. El pobre no pudo evitar dirigirme una mirada tan desconsolada que me hizo sonreír.

Muy eficiente, me ayudó a llevar las bolsas a la cocina y me entregó el cambio y el ticket de compra.

- Gracias Roberto – le dije mirando nerviosa el reloj – Si no te importa, voy con la hora justa y…

- Claro, claro… me marcho… no dude usted en pedirme cualquier cosa que necesite. Aquí estamos para servir.

Le miré sonriente. Qué majo el tipo. Qué educadito. Para ser un voyeur pajillero digo. Me dio hasta cosa hacerle marchar sin más. Si no llego a ir tan justa de tiempo, le hubiera hecho una pajita y todo. Por apañado.

Fue por esto por lo que, una vez que hubo salido del piso y se dirigía al ascensor, no pude evitar llamarle.

- Shiist… ¡Eh, Roberto! – le llamé.

El tipo se dio la vuelta y una enorme sonrisa se dibujó en su rostro cuando vio que me había subido la camiseta hasta el cuello y que estaba moviendo los hombros hacia los lados, para que mis tetas bailotearan como dos campanas.

Tras unos segundos de espectáculo le tiré un beso y regresé a mi piso sonriendo. Era simpático el pajillero.

Viendo que ya eran menos cuarto, arrojé la ropa que llevaba a la lavadora y me metí en la ducha. Me froté a conciencia, pues quería estar bien limpita para mi Amo. Me sequé a toda velocidad y me puse la ropa que había preparado: un tanguita, sin sujetador y un vestidito veraniego bastante corto que, aunque estaba un poco fuera de época, sabía que me quedaba muy bien, y como a Jesús le gustaba poner la calefacción en el piso… Y qué coño, seguro que frío no iba a pasar.

No llevaba ni dos minutos sentada en el salón agitando una pierna nerviosamente, cuando volvieron a llamar a la puerta. Mi cuerpo se tensó tanto que creo que se me borró el agujero del culo.

Temblorosa, tragué saliva y sacudiéndome un poco el vestido, fui a abrir la puerta, encontrándome de nuevo con la sonrisa lobuna que me quitaba el sueño.

- Hola perrita – me dijo Jesús desnudándome con la mirada.

- Ho… hola Amo – balbuceé.

Me mojé toda.

Aturrullada, acerté solamente a apartarme de la puerta para que Jesús pudiera entrar, cosa que hizo sin perder un instante. Penetró en mi casa con su conocido aire de suficiencia, mirando alrededor como si todo aquello le perteneciese, cosa que no distaba demasiado de la verdad.

Detrás venía Gloria, un poco sofocada, cargando una voluminosa bolsa de deporte, en la que supuse traían ropa para pasar el fin de semana. La saludé con una sonrisa, que ella correspondió con un guiño cómplice.

Cerré la puerta tras de ella y la acompañé al salón, donde Jesús ya nos esperaba sentado en el sofá, tomando posesión de toda la habitación.

- ¿Dó… dónde puedo dejar esto? – dijo Gloria hablando la primera, como siempre.

- ¡Ay!, perdona cariño, no me he dado cuenta de que pesaba. Déjame a mí.

Como buena anfitriona, me adelanté y cogí la bolsa de deporte, constatando que pesaba bastante. Sin duda, allí dentro había algo más que ropa.

Bastante nerviosa, llevé el bulto a mi dormitorio y lo dejé en la cama, regresando después al salón. Estaba deseando que mi Amo me metiera mano de una vez, pero, la fuerza de la costumbre y la buena educación hicieron que les preguntara si les apetecía tomar algo.

- Yo me tomaría un café – dijo Jesús para mi sorpresa – Me he levantado tarde y no me ha dado tiempo a desayunar.

- Si quieres te preparo algo – dije dubitativa.

- Unas tostadas estarían bien. Gracias.

Me quedé parada un momento. ¿Por qué me lo pedía? Si lo que querían eran tostadas le bastaba una simple orden para que yo le preparara 100. Jesús seguía desconcertándome. Apuesto a que eso era lo que quería.

Una vez en la cocina empecé a prepararlo todo. Al poco escuché pasos a mi espalda, pero cuando me volví esperanzada, resultó ser Gloria que venía a ayudarme. Le sonreí encogiéndome indecisa de hombros y ella me entendió perfectamente.

- Jo, tía, se te ve en la cara que no te apetece mucho estar aquí preparando café.

- No, no es eso – le dije mientras enchufaba la cafetera – Es sólo que no esperaba que el fin de semana empezara así… Yo haré todo lo que me diga, claro, pero…

- Pero tú preferirías estar ya con la polla de Jesús metida hasta el fondo – dijo Gloria con su sonrisilla pícara en el rostro.

- Bueno… pues sí – asentí riendo.

- ¿Y qué esperabas hija? ¿Que nos íbamos a tirar 48 horas follando sin parar? ¡Nos daría un síncope!

- Pues tienes razón – concedí sonriendo.

La verdad era que no había pensado en ello.

Poco después regresamos las dos al salón. Acerqué una mesita al sofá y le serví café a Jesús. Gloria se sentó a su lado y también le serví una taza, aunque no quiso comer nada.

En honor a Gloria hay que reconocer que aguantó casi un minuto antes de empezar a cotorrear. Sin pudor alguno, empezó a contarle a Jesús nuestra aventurilla del día anterior, narrándole con pelos y señales lo bien que le había comido el coño. A esas alturas, ya no me daba la más mínima vergüenza hablar de ese tipo de cosas, así que no la interrumpí y la dejé explayarse a gusto.

En silencio, los miré a ambos y, para mi desazón, no pude menos que reconocer que hacían buena pareja. Jóvenes, guapos y depravados. Incluso parecían haberse vestido conjuntados, pues Jesús iba de sport, con unos pantalones chinos y una camisa a rayas, mientras que ella llevaba un vestidito blanco de tenis, con una camisa también de sport por encima. La minifalda del vestido dejaba bien al descubierto sus apetecibles y juveniles muslos, mientras su dueña narraba cómo menos de 24 horas antes había tenido mi cara bien hundida en medio.

Jesús sonreía en silencio, paladeando su café con tostadas.

- ¿Y tú no tienes nada nuevo que contarme? – me preguntó Jesús repentinamente.

- ¿Yo? – exclamé sorprendida.

Estuve a punto de describirle los polvos que había echado con Mario el día anterior, pero intuía que eso no agradaría a mi Amo precisamente. Así que le conté la aventurilla con el vecino de enfrente. Le gustó mucho.

- ¿Lo ves? – dijo satisfecho – Te dije que te resultaría útil.

- Tenías razón – asentí.

Entonces, inesperadamente, como todo lo que Jesús hacía, movió su mano hasta posarla en el muslo desnudo de Gloria. Ella, sin perder un segundo se despatarró encima del sofá, abriéndose de piernas al máximo, con lo que pude comprobar que la muy guarrilla iba sin bragas. Jesús, ni corto ni perezoso, posó su mano en el chochito de la chica y empezó a frotarlo vigorosamente, mientras sus ojos no se apartaban de los míos.

- Ya he notado que vas sin sujetador – me dijo mientras arrancaba suspiros y gemidos de la pequeña Gloria - ¿Llevas bragas?

Por toda respuesta, con el corazón latiéndome con fuerza en el pecho, me puse en pié y me subí el vestido, mostrándole a mi Amo el delicado tanguita que había escogido esa mañana.

- Muy bonito – dijo sin dejar de frotar chocho – Pero este fin de semana no lo necesitarás. Te quiero accesible en todo momento. Cuando me apetezca poseerte no quiero encontrar obstáculos.

Me sentía eufórica mientras me bajaba rápidamente el tanga y me lo quitaba por completo. Pensé en arrojarlo a un lado, pero me acordé justo a tiempo de lo pulcro que era Jesús, así que fui al cuarto de baño y lo deposité en el cesto de la ropa sucia.

Cuando regresé al salón, contemplé con envidia que Jesús había sentado a Gloria en su regazo y que sus manos se perdían en su ropa, una en su escote y la otra bajo su falda. Y a tenor de los gemidos de la chica, le estaba gustando mucho que estuvieran por allí perdidas.

- Mastúrbate - me ordenó simplemente.

Excitada, caminé por el salón hasta donde reposaba el sillón monoplaza, el mismo que había usado días atrás para darle el primer espectáculo al vecino de enfrente. Con esfuerzo, lo arrastré hasta situarlo justo frente al sofá y me senté, quedando cara a cara con mis joviales alumnos.

Sin perder un segundo, me abrí de piernas y empecé a obedecer las instrucciones de mi Amo. El fuego ardía en mis entrañas mientras mis propios dedos se abrían camino en mi intimidad, aunque sabía perfectamente que tan sólo Jesús sería capaz de sofocar esas llamas.

Me excité mucho masturbándome, pues mientras lo hacía, los ojos de mi Amo permanecieron clavados en los míos, y en ellos pude leer lo mucho que me deseaba. Por un instante, me olvidé de que Gloria estaba allí y estuvimos solos los dos, yo dándome placer para el disfrute de mi Amo y él… devorándome con la mirada.

Pero Gloria no podía permanecer callada por mucho rato y claro, cuando se corrió sobre el regazo de Jesús, montó un escándalo de aquí te espero.

- ¡OH, DIOS CARIÑO! SÍIII… ME CORROO….

Jesús, tal vez un poco molesto por los gritos de la chica, actuó con la rapidez acostumbrada. Sin dudarlo un instante, empujó a Gloria hacia delante, de forma que, para no caerse, se vio obligada a apoyar las manos en el sillón en que yo estaba. Como las intenciones de Jesús eran obvias, me abrí aún más de piernas ofreciéndole mi palpitante vagina a la charlatana jovencita. Y allí, medio en volandas entre el sofá y el sillón, conseguimos que Gloria permaneciera callada un ratito simplemente llenándole la boca de coño.

Y qué bien lo comía la puñetera.

Cuando me corrí, volví a clavar los ojos en los de mi Amo, que me miraba sonriente. El culo de Gloria quedaba justo frente a su cara, pero él no hacía nada, limitándose a disfrutar del espectáculo que le ofrecíamos. Me excité todavía más.

Bastante sofocada, Gloria se bajó del sofá con cuidado de no caerse. Sudorosa, se quitó la camisa, quedando tan sólo con el vestidito blanco. Con cuidado, depositó la prenda en el respaldo de una silla, evitando todo desorden.

- Muy bien zorras, no ha estado nada mal. Me habéis excitado.

Gloria y yo nos miramos sonrientes.

- Luego os daré vuestra recompensa.

- ¡Estupendo! – pensé.

- Pero ahora, Edurne, dame el mando de la tele, que echan la ronda de calificación dela Fórmula1 y quiero verla.

Me quedé estupefacta pero, por fortuna, reaccioné rápido y cogí el mando de encima de la mesa, alargándoselo a Jesús.

- Podéis ir a preparar el almuerzo – nos dijo – Por cierto, ¿qué hay para comer?

- Yo… - dije insegura – Había pensado en preparar paella… Pero si prefieres otra cosa…

- No, no, la paella me encanta. Perfecto.

Obedientes, las dos nos fuimos a la cocina y empezamos (con mucha calma, pues todavía era temprano) a preparar el arroz. Gloria no sabía mucho de cocina (ni yo tampoco, aunque por suerte Mario me había enseñado a preparar la paella), así que ella hacía de pinche, troceando lo que yo le indicaba.

- Vaya mierda – me dijo sin poder aguantar más rato callada – Se ve que esas dos furcias tetonas le dejaron cansado anoche. ¡Joder, yo estaba deseando que me follara!

- Y yo – asentí – Aunque, como me dijiste antes, no vamos a estar todo el día dale que te pego.

- Ya, pero un poco de dale que dale no habría estado mal para empezar.

Ambas reímos.

Seguimos charlando un buen rato, mientras escuchábamos los ruidos de la retransmisión deportiva provenientes del salón. Un poco más calmadas, concluimos que, al fin y al cabo, estábamos allí para hacer lo que Jesús quisiera, no lo que quisiéramos nosotras.

- Pues espero que “quiera” follarnos un ratito – dijo Gloria riendo.

- Eso espero.

Poco después, la voz de Jesús resonó llamando a Gloria para que le llevara una cerveza. Yo seguí a lo mío, trajinando entre fogones, pero, cuando hubieron pasado 5 minutos y Gloria no regresó, me asomé al salón sintiendo una vaga inquietud.

Efectivamente, me encontré con una escenita que, aunque bastante esperada, hizo que un pequeño ramalazo de celos recorriera mi cuerpo.

Jesús seguía sentado en el sofá con los brazos abiertos, apoyados sobre el respaldo, con un botellín de cerveza en una mano. Gloria, de rodillas a su lado, le practicaba una soberana felación, que el joven disfrutaba a la par que las carreras.

Sin apartar la vista de la pantalla, como si hubiera sabido en todo momento que estaba allí, Jesús me habló con voz firme.

- ¿No se te quemará el arroz?

- No, no Amo – respondí dando un respingo de sorpresa – Ya está listo. Lo he dejado apartado del fuego para que repose. Podremos almorzar en 10 minutos.

- Estupendo. Entonces ven aquí.

Un poco inquieta, caminé hasta quedar al lado del sofá, pudiendo ver un perfecto primer plano de la mamada que Gloria estaba practicando. Sentí envidia.

- Pues, si no tienes nada que hacer, ensalívale un poco el culo a esta zorra.

Mientras decía esto, agarró con la mano el borde de la faldita de Gloria y la alzó, dejando al aire sus tersas nalgas. Pude notar que Gloria se encogía súbitamente, nerviosa, pero ni por un momento dejó de comerle la polla al Amo.

Sin perder un instante, me arrodillé tras la grupa de la joven y agarrando una nalga con cada mano, las separé para poder acceder al prieto agujerito de su culo. Con más entusiasmo que experiencia, procedí a ensalivarle a conciencia la zona a la chica, pues tenía una idea bastante aproximada de lo que iba a pasar. Las caricias de mi lengua pronto lograron relajar un poco el esfínter de la joven, con lo que pude introducir la lengua en su interior. Aunque no me habían dicho que lo hiciera, le metí el dedo corazón por el culo, para dilatárselo un poco, haciendo que el cuerpo de Gloria se tensara al percibir al intruso.

- Ensalívalo bien, puta – dijo Jesús en una frase que podía aplicarse a las dos – Que te la voy a meter por el culo.

Pensándolo bien, era a Gloria a quien se dirigía.

Tras un par de minutos de lametones y chupetones, Jesús estuvo dispuesto. No sé si fue casualidad, pero en ese preciso instante la retransmisión de la tele se interrumpió por publicidad.

Jesús se puso de pie y con cierta brusquedad, obligó a Gloria a ponerse en pompa sobre el sofá, subiéndole la faldita con violencia, pues se le había bajado al moverla. Sin perder un segundo, ubicó la punta de su ensalivada verga en la entrada del culito de la chica y, sin más miramientos, la enculó de un soberano cipotazo que hizo que se le saltaran las lágrimas.

- ¡AAAGGAGGAAAAAAHHHHAAAHHH! – aullaba la pobre Gloria mientras su esfínter era penetrado a las bravas.

Yo, que aún seguía arrodillada en el suelo, asistí atónita desde primera fila a la impresionante sodomización. Me sentí asustada al pensar que pronto me tocaría a mí, quizás ese mismo fin de semana. Tragué saliva con nerviosismo.

- ¡AMOOOOOO, NOOOO! ¡JESÚS, POR FAVOR, MÁS DESPACIO! ¡ME VAS A PARTIR EN DOS! – gritaba Gloria con las lágrimas saltadas.

- ¡Cállate ya, guarra! – exclamó Jesús mientras apretaba la cara de la chica contra el brazo del sofá, ahogando sus gritos – Así que me dejaron cansado anoche, ¿eh? ¿Pensabas que no tendría fuerzas para romperte el culo? ¡Dime, maldita puta!

Me quedé petrificada. Jesús había oído nuestra charla. Asustadísima, traté de recordar si yo había pronunciado alguna palabra inapropiada, porque, si era así, pronto ocuparía el lugar de la pobre chica.
 
Capítulo 29: En mi casa:




Como buenamente pude, calmé los ánimos de los alumnos y empecé con la materia. Esta hora fue un poco más jodida que las anteriores, pues cada vez que miraba a Jesús, me ponía nerviosa. Aún así, me las arreglé para sacar la lección adelante y, cuando sonó el timbre, sentí un infinito alivio.

A los chicos les quedaba otra hora antes de salir, aunque yo había acabado ya, pero, como le había dicho a Gloria que la llevaría, tenía que esperarla. Tras decirle adiós con la mirada a Jesús (y de que él me ignorara por completo, lo que me agobió un poco) le dije a Gloria que la esperaba de nuevo en el bar.

No quería ir a la sala de profesores, pues aún recordaba el desagradable incidente con el director, así que me llevé mis cosas a la cantina del instituto (mucho más vacía a esas horas), pedí un refresco y me dediqué a ordenar papeles.

Pero no podía concentrarme. Mi mente viajaba continuamente hacia Jesús y me di cuenta de que la completa satisfacción sexual que sentí por la mañana había desaparecido y nuevamente me encontraba contando los minutos que faltaban para mi siguiente encuentro con el Amo. Puto vídeo porno amateur de los cojones.

Como no iba a sacar nada en claro con las cosas del trabajo, me puse a redactar la lista de la compra, incluyendo todas aquellas cosas que podían gustarle a Jesús, pues si iba a pasar todo el fin de semana en mi casa, quería prepararle una buena comida.

Mientras estaba en ello, mi móvil sonó de nuevo. Nerviosa, volví a sacarlo, pero esta vez se trataba de un mensaje de Mario. Me decía que llegaría tarde para almorzar, pues había tenido que ir a llevar unos papeles a no sé dónde. Como siempre, mi responsable novio me avisaba si algo iba a sacarlo de su rutina, para que no me preocupara.

Trascurrida la hora y en medio de la barahúnda de alumnos abandonando el centro, Gloria pasó a recogerme. Tras pagar la consumición nos fuimos juntas al coche y, en cuanto estuvimos las dos dentro, la joven volvió al ataque.

- ¿Qué coño te ha mandado Jesús por el móvil? – me espetó sin perder un segundo.

- ¿Tú qué crees? – le respondí divertida.

- ¡Alguna guarrada de las tuyas! – exclamó la joven.

- Muy aguda – reí mientras arrancaba el vehículo.

- ¡Quiero verlo!

- Luego lo verás – le dije concentrada en no atropellar a ningún alumno – Es un vídeo del fin de fiesta y es mejor que te lo cuente todo por orden.

Conduje hacia nuestro edificio contándole con todo lujo de detalles mis aventurillas del día anterior. Gloria, sin poder evitarlo, no callaba ni para respirar, por lo que la narración se alargó de nuevo.

Mientras aparcaba mi coche en el garaje, la joven se reía a carcajadas.

- ¿Y no sabías lo que era el sabo? – se descojonaba - ¡Pues estás bien harta de probarlo!

Me sentía tan de buen humor que ni siquiera me molestaron sus palabras.

- ¡Y tú lo mismo, guapa! – retruqué riendo a mi vez.

Juntas, caminamos hacia el ascensor. Me sentía bien y estaba disfrutando con la narración. Me gustaba compartir mis depravadas experiencias con alguien que no iba a juzgarme, pues sus experiencias eran al menos tan depravadas como las mías.

- ¡Vaya mierda! – dijo Gloria tal y como yo esperaba – Ahora tendré que esperar a mañana para saber cómo sigue.

- Pues vente un rato a mi casa. Mario aún tardará en llegar y puedo seguir contándotelo todo. Te invito a un refresco.

- ¡Estupendo! – exclamó Gloria con los ojos brillantes – Aunque prefiero que me invites a una cerveza.

- ¿Cerveza? – dije en tono muy serio – Aún eres una menor. Menuda profesora sería yo si le diera alcohol a uno de mis alumnos.

En cuanto pronuncié esas palabras, me di cuenta de lo cataclísmicamente estúpidas que eran. Gloria me miraba atónita, sin saber qué decir quizás por primera vez en su vida. Al verla así, no pude evitar echarme a reír.

Casi llorando de risa, llegamos las dos a mi piso. Gloria, con toda la confianza del mundo, se lanzó sobre el sofá, arrojando su carpeta con descuido sobre una silla. Yo, todavía riendo, fui a la cocina a por las cervezas y algo de picar.

En pocos minutos estábamos las dos sentadas, contándole a mi alumna cómo Jesús se había follado a su profesora en el parque, mientras tres desconocidos repintaban el coche con su semen. Toma ya.

- Increíble. Menuda guarra estás hecha – me dijo Gloria admirada.

- ¿Y tú no habrías hecho lo mismo si Jesús te lo ordenara? – dije sonriendo.

- ¿Y quién dice que no lo haya hecho? – respondió ella juguetona.

- Entonces también eres una guarra – sentencié.

- Yo no he dicho lo contrario – retrucó ella haciéndonos reír de nuevo.

Minutos más tarde, con una nueva cerveza en la mano, Gloria miraba con los ojos como platos el vídeo que me había mandado Jesús.

- Vaya cara de zorra – siseó – Parece que se te haya ido la cabeza. Es increíble cómo te gustan las pollas… menuda golfa.

- ¡Oye! – la regañé medio en broma – Que soy tu profesora. No me hables así.

Bromeando, le di un suave golpecito en la rodilla, pero Gloria no se reía. Súbitamente seria, me miró fijamente.

- Te hablo como me da la gana. No te olvides de quien soy – me dijo en tono frío como el hielo.

Me estremecí.

- Lo… lo siento – acerté a decir sin saber muy bien qué hacer.

Aquellos súbitos cambios de actitud me descolocaban. Debería estar ya acostumbrada debido a Jesús, pero lo cierto es que siempre me pillaban por sorpresa.

- Buena chica – dijo Gloria sin apartar sus ojos de mi rostro – Haces bien en disculparte.

- Gracias – asentí sumisa.

- Además, he de reconocer que tu historia me ha puesto muy cachonda, así que he pensado que me apetece que me comas el coño.

Un calambrazo recorrió mi columna vertebral. Miré a Gloria a los ojos, tratando de averiguar si estaba hablando en serio. Pero sus ojos no bromeaban.

- Enseguida – respondí obediente.

Sin perder un instante, dejé mi cerveza sobre la mesa y me acerqué a Gloria. Ella me miraba con una excitante sonrisa de lascivia dibujada en los labios, observando cómo su profesora se disponía a practicarle sexo oral en el sofá de su propia casa.

Me arrodillé en el suelo frente a ella mientras se repantingaba a gusto sobre el cojín. Llevé mis manos a la cinturilla del pantalón, abriendo el botón fácilmente, pues la putilla no llevaba correa. Gloria, colaboradora, levantó el culo del sofá para que pudiera bajarle los pantalones. Me costó un poco, pues la zorrilla gustaba de ir marcando curvas, así que los pantalones eran muy ajustados.

Mientras yo dejaba los pantalones sobre una silla ella misma se bajó el tanga. Sacó una sola pierna, por lo que la prenda quedó colgando de un tobillo, mientras su dueña se abría de patas al máximo sobre el sofá.

Con una sonrisa increíblemente libidinosa, Gloria observó cómo volvía a arrodillarme entre sus muslos abiertos y, sin más dilación, posaba mis labios en la palpitante vulva de mi alumna.

Un estremecimiento de placer azotó el cuerpo de la chica cuando mi lengua se hundió entre sus labios vaginales y comenzó a juguetear en medio. Llevada por la excitación, literalmente hundí la cara entre sus muslos, de forma que incluso mi nariz quedó enterrada en el coño de la joven, mientras mi lengua serpenteaba y chapoteaba en las humedades que allí había. Para ser tan sólo el segundo coño que me comía, lo estaba haciendo bastante bien, a juzgar por los gemidos y suspiros de la pequeña Gloria.

Sin embargo, cuando me animé a meterle un par de dedos en el coño, Gloria se retorció como una culebra.

- Te… te he dicho que… que me lo comas – jadeó – Na… nada de dedos.

Sorprendida, no tuve más remedio que obedecer, sacando los dedos del interior de la jovencita y redoblando mis esfuerzos con la lengua y los labios. Sabiendo lo que me gustaba a mí, absorbí su clítoris entre mis labios y empecé a juguetear con él con la lengua, lo que le gustó bastante a la zorrilla.

- SÍ… ASÍ PUTA… CÓMEMELO… - aullaba mientras apretaba mi rostro contra su entrepierna.

Por fin, Gloria se corrió, con fuerza y voluptuosidad. Sus caderas bailaron en mi cara y sus muslos aplaudieron contra mis oídos. Finalmente, se relajó por fin, apartando su mano de mi cabeza, permitiéndome salir de entre sus piernas.

Me relamí de gusto, bastante cachonda a mi vez, pensando que, al fin y al cabo, el sexo lésbico no estaba nada mal.

Dispuesta a seguir con la juerguecita, me quedé esperando nuevas instrucciones de la chica, pero, por desgracia, ella no pensaba quedarse.

- Ha estado genial, Edurne – me dijo dándome un besito en la mejilla – Me has puesto super caliente con tu historia. Y ese vídeo… Me muero por ver la copia completa.

¡Coño! Gloría tenía razón. El vídeo sólo duraba unos segundos y el tipo había estado grabando un buen rato. Lógico, seguro que Jesús lo había editado.

- Y te ha mandado un fragmento donde no se le ve la cara – pensé sin saber por qué.

Gloria seguía charla que te charla mientras se ponía la ropa. Cuando estuvo decente, volvió a besarme en la mejilla, desconcertándome de nuevo con sus cambios de humor y se despidió de mí hasta la mañana siguiente, dejándome con un calentón de aquí te espero.

Mario sacó provecho de ello, pues cuando volvió, bastaron con un par de insinuaciones bastante descaradas para que el muy ladino se animara a echarme un polvo sobre la mesa de la cocina.

Y por la noche, para despedirse antes del viaje, unos cuantos más. Y estuvieron muy bien.

Agotada, me levanté a las seis de la mañana para despedir a mi novio. La despedida fue sincera, pues sentí que le iba a echar de menos, aunque en cuanto llegara Jesús… le olvidaría por completo.

Cuando se marchó, volví a dormirme un rato, con idea de levantarme a las ocho, arreglar un poco la casa e ir a hacer la compra al supermercado, pero con el cansancio acumulado, me olvidé de conectar el despertador, así que me levanté cerca de las diez, sin tiempo para hacer todo lo que tenía pensado.

Por fortuna, la solución se me ocurrió con rapidez.

Busqué mi móvil y escribí un SMS: “Asómate a la ventana” decía simplemente.

Tras enviarlo, me dirigí al ventanal del salón y, ni corta ni perezosa, me desnudé por completo asomándome al cristal, de forma que mi vecino el voyeur, que ya había obedecido mis instrucciones, pudiera hacerse una buena paja en mi honor mientras yo me acariciaba las tetas. Muy poético todo.

Cuando el buen hombre hubo acabado (y después de que limpiara frenéticamente las huellas de su aventurilla del cristal, para que su mujer no se diera cuenta) le hice un gesto inequívoco de que quería que viniera a mi piso.

Menos de cinco minutos después, llamaban a la puerta. Completamente desnuda, le abrí y dejé que se recreara unos instantes más con mi anatomía. Cuando el pobre recobró la respiración, le di nuevas instrucciones.

- Necesito que vayas al supermercado por mí – le dije sin más preámbulos – Y tienes que estar de vuelta antes de las once y media.

- No… no hay problema – balbuceó el pobre con los ojos amenazando salirse de las órbitas.

- Toma. Aquí tienes la lista de lo que necesito y el dinero.

El tipo cogió ambas cosas sin mirarlas, pues estaba ocupado mirando otra cosa.

- Venga, date prisa – le dije empujándole suavemente.

- Sí… sí… vale…

Si me hubieran dicho semanas atrás que iba a hacer algo como eso me habría apostado sin dudar la nómina de 5 años. Las vueltas que da la vida.

Me puse una camiseta y un pantalón corto y como un huracán, me dediqué a arreglar el piso y a quitar el polvo. No había mucho que limpiar, pues Mario es muy apañado y cuando está en casa solo se entretiene limpiando, pero aún así se me fue un buen rato cambiando sábanas, limpiando el baño y pasando el plumero por los muebles.

Cuando volvieron a llamar, fui a abrir como un rayo. Esta vez no me molesté en desnudarme, pues ya le había pagado de sobra el servicio al buen hombre. El pobre no pudo evitar dirigirme una mirada tan desconsolada que me hizo sonreír.

Muy eficiente, me ayudó a llevar las bolsas a la cocina y me entregó el cambio y el ticket de compra.

- Gracias Roberto – le dije mirando nerviosa el reloj – Si no te importa, voy con la hora justa y…

- Claro, claro… me marcho… no dude usted en pedirme cualquier cosa que necesite. Aquí estamos para servir.

Le miré sonriente. Qué majo el tipo. Qué educadito. Para ser un voyeur pajillero digo. Me dio hasta cosa hacerle marchar sin más. Si no llego a ir tan justa de tiempo, le hubiera hecho una pajita y todo. Por apañado.

Fue por esto por lo que, una vez que hubo salido del piso y se dirigía al ascensor, no pude evitar llamarle.

- Shiist… ¡Eh, Roberto! – le llamé.

El tipo se dio la vuelta y una enorme sonrisa se dibujó en su rostro cuando vio que me había subido la camiseta hasta el cuello y que estaba moviendo los hombros hacia los lados, para que mis tetas bailotearan como dos campanas.

Tras unos segundos de espectáculo le tiré un beso y regresé a mi piso sonriendo. Era simpático el pajillero.

Viendo que ya eran menos cuarto, arrojé la ropa que llevaba a la lavadora y me metí en la ducha. Me froté a conciencia, pues quería estar bien limpita para mi Amo. Me sequé a toda velocidad y me puse la ropa que había preparado: un tanguita, sin sujetador y un vestidito veraniego bastante corto que, aunque estaba un poco fuera de época, sabía que me quedaba muy bien, y como a Jesús le gustaba poner la calefacción en el piso… Y qué coño, seguro que frío no iba a pasar.

No llevaba ni dos minutos sentada en el salón agitando una pierna nerviosamente, cuando volvieron a llamar a la puerta. Mi cuerpo se tensó tanto que creo que se me borró el agujero del culo.

Temblorosa, tragué saliva y sacudiéndome un poco el vestido, fui a abrir la puerta, encontrándome de nuevo con la sonrisa lobuna que me quitaba el sueño.

- Hola perrita – me dijo Jesús desnudándome con la mirada.

- Ho… hola Amo – balbuceé.

Me mojé toda.

Aturrullada, acerté solamente a apartarme de la puerta para que Jesús pudiera entrar, cosa que hizo sin perder un instante. Penetró en mi casa con su conocido aire de suficiencia, mirando alrededor como si todo aquello le perteneciese, cosa que no distaba demasiado de la verdad.

Detrás venía Gloria, un poco sofocada, cargando una voluminosa bolsa de deporte, en la que supuse traían ropa para pasar el fin de semana. La saludé con una sonrisa, que ella correspondió con un guiño cómplice.

Cerré la puerta tras de ella y la acompañé al salón, donde Jesús ya nos esperaba sentado en el sofá, tomando posesión de toda la habitación.

- ¿Dó… dónde puedo dejar esto? – dijo Gloria hablando la primera, como siempre.

- ¡Ay!, perdona cariño, no me he dado cuenta de que pesaba. Déjame a mí.

Como buena anfitriona, me adelanté y cogí la bolsa de deporte, constatando que pesaba bastante. Sin duda, allí dentro había algo más que ropa.

Bastante nerviosa, llevé el bulto a mi dormitorio y lo dejé en la cama, regresando después al salón. Estaba deseando que mi Amo me metiera mano de una vez, pero, la fuerza de la costumbre y la buena educación hicieron que les preguntara si les apetecía tomar algo.

- Yo me tomaría un café – dijo Jesús para mi sorpresa – Me he levantado tarde y no me ha dado tiempo a desayunar.

- Si quieres te preparo algo – dije dubitativa.

- Unas tostadas estarían bien. Gracias.

Me quedé parada un momento. ¿Por qué me lo pedía? Si lo que querían eran tostadas le bastaba una simple orden para que yo le preparara 100. Jesús seguía desconcertándome. Apuesto a que eso era lo que quería.

Una vez en la cocina empecé a prepararlo todo. Al poco escuché pasos a mi espalda, pero cuando me volví esperanzada, resultó ser Gloria que venía a ayudarme. Le sonreí encogiéndome indecisa de hombros y ella me entendió perfectamente.

- Jo, tía, se te ve en la cara que no te apetece mucho estar aquí preparando café.

- No, no es eso – le dije mientras enchufaba la cafetera – Es sólo que no esperaba que el fin de semana empezara así… Yo haré todo lo que me diga, claro, pero…

- Pero tú preferirías estar ya con la polla de Jesús metida hasta el fondo – dijo Gloria con su sonrisilla pícara en el rostro.

- Bueno… pues sí – asentí riendo.

- ¿Y qué esperabas hija? ¿Que nos íbamos a tirar 48 horas follando sin parar? ¡Nos daría un síncope!

- Pues tienes razón – concedí sonriendo.

La verdad era que no había pensado en ello.

Poco después regresamos las dos al salón. Acerqué una mesita al sofá y le serví café a Jesús. Gloria se sentó a su lado y también le serví una taza, aunque no quiso comer nada.

En honor a Gloria hay que reconocer que aguantó casi un minuto antes de empezar a cotorrear. Sin pudor alguno, empezó a contarle a Jesús nuestra aventurilla del día anterior, narrándole con pelos y señales lo bien que le había comido el coño. A esas alturas, ya no me daba la más mínima vergüenza hablar de ese tipo de cosas, así que no la interrumpí y la dejé explayarse a gusto.

En silencio, los miré a ambos y, para mi desazón, no pude menos que reconocer que hacían buena pareja. Jóvenes, guapos y depravados. Incluso parecían haberse vestido conjuntados, pues Jesús iba de sport, con unos pantalones chinos y una camisa a rayas, mientras que ella llevaba un vestidito blanco de tenis, con una camisa también de sport por encima. La minifalda del vestido dejaba bien al descubierto sus apetecibles y juveniles muslos, mientras su dueña narraba cómo menos de 24 horas antes había tenido mi cara bien hundida en medio.

Jesús sonreía en silencio, paladeando su café con tostadas.

- ¿Y tú no tienes nada nuevo que contarme? – me preguntó Jesús repentinamente.

- ¿Yo? – exclamé sorprendida.

Estuve a punto de describirle los polvos que había echado con Mario el día anterior, pero intuía que eso no agradaría a mi Amo precisamente. Así que le conté la aventurilla con el vecino de enfrente. Le gustó mucho.

- ¿Lo ves? – dijo satisfecho – Te dije que te resultaría útil.

- Tenías razón – asentí.

Entonces, inesperadamente, como todo lo que Jesús hacía, movió su mano hasta posarla en el muslo desnudo de Gloria. Ella, sin perder un segundo se despatarró encima del sofá, abriéndose de piernas al máximo, con lo que pude comprobar que la muy guarrilla iba sin bragas. Jesús, ni corto ni perezoso, posó su mano en el chochito de la chica y empezó a frotarlo vigorosamente, mientras sus ojos no se apartaban de los míos.

- Ya he notado que vas sin sujetador – me dijo mientras arrancaba suspiros y gemidos de la pequeña Gloria - ¿Llevas bragas?

Por toda respuesta, con el corazón latiéndome con fuerza en el pecho, me puse en pié y me subí el vestido, mostrándole a mi Amo el delicado tanguita que había escogido esa mañana.

- Muy bonito – dijo sin dejar de frotar chocho – Pero este fin de semana no lo necesitarás. Te quiero accesible en todo momento. Cuando me apetezca poseerte no quiero encontrar obstáculos.

Me sentía eufórica mientras me bajaba rápidamente el tanga y me lo quitaba por completo. Pensé en arrojarlo a un lado, pero me acordé justo a tiempo de lo pulcro que era Jesús, así que fui al cuarto de baño y lo deposité en el cesto de la ropa sucia.

Cuando regresé al salón, contemplé con envidia que Jesús había sentado a Gloria en su regazo y que sus manos se perdían en su ropa, una en su escote y la otra bajo su falda. Y a tenor de los gemidos de la chica, le estaba gustando mucho que estuvieran por allí perdidas.

- Mastúrbate - me ordenó simplemente.

Excitada, caminé por el salón hasta donde reposaba el sillón monoplaza, el mismo que había usado días atrás para darle el primer espectáculo al vecino de enfrente. Con esfuerzo, lo arrastré hasta situarlo justo frente al sofá y me senté, quedando cara a cara con mis joviales alumnos.

Sin perder un segundo, me abrí de piernas y empecé a obedecer las instrucciones de mi Amo. El fuego ardía en mis entrañas mientras mis propios dedos se abrían camino en mi intimidad, aunque sabía perfectamente que tan sólo Jesús sería capaz de sofocar esas llamas.

Me excité mucho masturbándome, pues mientras lo hacía, los ojos de mi Amo permanecieron clavados en los míos, y en ellos pude leer lo mucho que me deseaba. Por un instante, me olvidé de que Gloria estaba allí y estuvimos solos los dos, yo dándome placer para el disfrute de mi Amo y él… devorándome con la mirada.

Pero Gloria no podía permanecer callada por mucho rato y claro, cuando se corrió sobre el regazo de Jesús, montó un escándalo de aquí te espero.

- ¡OH, DIOS CARIÑO! SÍIII… ME CORROO….

Jesús, tal vez un poco molesto por los gritos de la chica, actuó con la rapidez acostumbrada. Sin dudarlo un instante, empujó a Gloria hacia delante, de forma que, para no caerse, se vio obligada a apoyar las manos en el sillón en que yo estaba. Como las intenciones de Jesús eran obvias, me abrí aún más de piernas ofreciéndole mi palpitante vagina a la charlatana jovencita. Y allí, medio en volandas entre el sofá y el sillón, conseguimos que Gloria permaneciera callada un ratito simplemente llenándole la boca de coño.

Y qué bien lo comía la puñetera.

Cuando me corrí, volví a clavar los ojos en los de mi Amo, que me miraba sonriente. El culo de Gloria quedaba justo frente a su cara, pero él no hacía nada, limitándose a disfrutar del espectáculo que le ofrecíamos. Me excité todavía más.

Bastante sofocada, Gloria se bajó del sofá con cuidado de no caerse. Sudorosa, se quitó la camisa, quedando tan sólo con el vestidito blanco. Con cuidado, depositó la prenda en el respaldo de una silla, evitando todo desorden.

- Muy bien zorras, no ha estado nada mal. Me habéis excitado.

Gloria y yo nos miramos sonrientes.

- Luego os daré vuestra recompensa.

- ¡Estupendo! – pensé.

- Pero ahora, Edurne, dame el mando de la tele, que echan la ronda de calificación dela Fórmula1 y quiero verla.

Me quedé estupefacta pero, por fortuna, reaccioné rápido y cogí el mando de encima de la mesa, alargándoselo a Jesús.

- Podéis ir a preparar el almuerzo – nos dijo – Por cierto, ¿qué hay para comer?

- Yo… - dije insegura – Había pensado en preparar paella… Pero si prefieres otra cosa…

- No, no, la paella me encanta. Perfecto.

Obedientes, las dos nos fuimos a la cocina y empezamos (con mucha calma, pues todavía era temprano) a preparar el arroz. Gloria no sabía mucho de cocina (ni yo tampoco, aunque por suerte Mario me había enseñado a preparar la paella), así que ella hacía de pinche, troceando lo que yo le indicaba.

- Vaya mierda – me dijo sin poder aguantar más rato callada – Se ve que esas dos furcias tetonas le dejaron cansado anoche. ¡Joder, yo estaba deseando que me follara!

- Y yo – asentí – Aunque, como me dijiste antes, no vamos a estar todo el día dale que te pego.

- Ya, pero un poco de dale que dale no habría estado mal para empezar.

Ambas reímos.

Seguimos charlando un buen rato, mientras escuchábamos los ruidos de la retransmisión deportiva provenientes del salón. Un poco más calmadas, concluimos que, al fin y al cabo, estábamos allí para hacer lo que Jesús quisiera, no lo que quisiéramos nosotras.

- Pues espero que “quiera” follarnos un ratito – dijo Gloria riendo.

- Eso espero.

Poco después, la voz de Jesús resonó llamando a Gloria para que le llevara una cerveza. Yo seguí a lo mío, trajinando entre fogones, pero, cuando hubieron pasado 5 minutos y Gloria no regresó, me asomé al salón sintiendo una vaga inquietud.

Efectivamente, me encontré con una escenita que, aunque bastante esperada, hizo que un pequeño ramalazo de celos recorriera mi cuerpo.

Jesús seguía sentado en el sofá con los brazos abiertos, apoyados sobre el respaldo, con un botellín de cerveza en una mano. Gloria, de rodillas a su lado, le practicaba una soberana felación, que el joven disfrutaba a la par que las carreras.

Sin apartar la vista de la pantalla, como si hubiera sabido en todo momento que estaba allí, Jesús me habló con voz firme.

- ¿No se te quemará el arroz?

- No, no Amo – respondí dando un respingo de sorpresa – Ya está listo. Lo he dejado apartado del fuego para que repose. Podremos almorzar en 10 minutos.

- Estupendo. Entonces ven aquí.

Un poco inquieta, caminé hasta quedar al lado del sofá, pudiendo ver un perfecto primer plano de la mamada que Gloria estaba practicando. Sentí envidia.

- Pues, si no tienes nada que hacer, ensalívale un poco el culo a esta zorra.

Mientras decía esto, agarró con la mano el borde de la faldita de Gloria y la alzó, dejando al aire sus tersas nalgas. Pude notar que Gloria se encogía súbitamente, nerviosa, pero ni por un momento dejó de comerle la polla al Amo.

Sin perder un instante, me arrodillé tras la grupa de la joven y agarrando una nalga con cada mano, las separé para poder acceder al prieto agujerito de su culo. Con más entusiasmo que experiencia, procedí a ensalivarle a conciencia la zona a la chica, pues tenía una idea bastante aproximada de lo que iba a pasar. Las caricias de mi lengua pronto lograron relajar un poco el esfínter de la joven, con lo que pude introducir la lengua en su interior. Aunque no me habían dicho que lo hiciera, le metí el dedo corazón por el culo, para dilatárselo un poco, haciendo que el cuerpo de Gloria se tensara al percibir al intruso.

- Ensalívalo bien, puta – dijo Jesús en una frase que podía aplicarse a las dos – Que te la voy a meter por el culo.

Pensándolo bien, era a Gloria a quien se dirigía.

Tras un par de minutos de lametones y chupetones, Jesús estuvo dispuesto. No sé si fue casualidad, pero en ese preciso instante la retransmisión de la tele se interrumpió por publicidad.

Jesús se puso de pie y con cierta brusquedad, obligó a Gloria a ponerse en pompa sobre el sofá, subiéndole la faldita con violencia, pues se le había bajado al moverla. Sin perder un segundo, ubicó la punta de su ensalivada verga en la entrada del culito de la chica y, sin más miramientos, la enculó de un soberano cipotazo que hizo que se le saltaran las lágrimas.

- ¡AAAGGAGGAAAAAAHHHHAAAHHH! – aullaba la pobre Gloria mientras su esfínter era penetrado a las bravas.

Yo, que aún seguía arrodillada en el suelo, asistí atónita desde primera fila a la impresionante sodomización. Me sentí asustada al pensar que pronto me tocaría a mí, quizás ese mismo fin de semana. Tragué saliva con nerviosismo.

- ¡AMOOOOOO, NOOOO! ¡JESÚS, POR FAVOR, MÁS DESPACIO! ¡ME VAS A PARTIR EN DOS! – gritaba Gloria con las lágrimas saltadas.

- ¡Cállate ya, guarra! – exclamó Jesús mientras apretaba la cara de la chica contra el brazo del sofá, ahogando sus gritos – Así que me dejaron cansado anoche, ¿eh? ¿Pensabas que no tendría fuerzas para romperte el culo? ¡Dime, maldita puta!

Me quedé petrificada. Jesús había oído nuestra charla. Asustadísima, traté de recordar si yo había pronunciado alguna palabra inapropiada, porque, si era así, pronto ocuparía el lugar de la pobre chica.
Cada episodio me dejas con ganas de seguir leyendo.

Esperando la nueva entrega
 
Capítulo 29: En mi casa:




Como buenamente pude, calmé los ánimos de los alumnos y empecé con la materia. Esta hora fue un poco más jodida que las anteriores, pues cada vez que miraba a Jesús, me ponía nerviosa. Aún así, me las arreglé para sacar la lección adelante y, cuando sonó el timbre, sentí un infinito alivio.

A los chicos les quedaba otra hora antes de salir, aunque yo había acabado ya, pero, como le había dicho a Gloria que la llevaría, tenía que esperarla. Tras decirle adiós con la mirada a Jesús (y de que él me ignorara por completo, lo que me agobió un poco) le dije a Gloria que la esperaba de nuevo en el bar.

No quería ir a la sala de profesores, pues aún recordaba el desagradable incidente con el director, así que me llevé mis cosas a la cantina del instituto (mucho más vacía a esas horas), pedí un refresco y me dediqué a ordenar papeles.

Pero no podía concentrarme. Mi mente viajaba continuamente hacia Jesús y me di cuenta de que la completa satisfacción sexual que sentí por la mañana había desaparecido y nuevamente me encontraba contando los minutos que faltaban para mi siguiente encuentro con el Amo. Puto vídeo porno amateur de los cojones.

Como no iba a sacar nada en claro con las cosas del trabajo, me puse a redactar la lista de la compra, incluyendo todas aquellas cosas que podían gustarle a Jesús, pues si iba a pasar todo el fin de semana en mi casa, quería prepararle una buena comida.

Mientras estaba en ello, mi móvil sonó de nuevo. Nerviosa, volví a sacarlo, pero esta vez se trataba de un mensaje de Mario. Me decía que llegaría tarde para almorzar, pues había tenido que ir a llevar unos papeles a no sé dónde. Como siempre, mi responsable novio me avisaba si algo iba a sacarlo de su rutina, para que no me preocupara.

Trascurrida la hora y en medio de la barahúnda de alumnos abandonando el centro, Gloria pasó a recogerme. Tras pagar la consumición nos fuimos juntas al coche y, en cuanto estuvimos las dos dentro, la joven volvió al ataque.

- ¿Qué coño te ha mandado Jesús por el móvil? – me espetó sin perder un segundo.

- ¿Tú qué crees? – le respondí divertida.

- ¡Alguna guarrada de las tuyas! – exclamó la joven.

- Muy aguda – reí mientras arrancaba el vehículo.

- ¡Quiero verlo!

- Luego lo verás – le dije concentrada en no atropellar a ningún alumno – Es un vídeo del fin de fiesta y es mejor que te lo cuente todo por orden.

Conduje hacia nuestro edificio contándole con todo lujo de detalles mis aventurillas del día anterior. Gloria, sin poder evitarlo, no callaba ni para respirar, por lo que la narración se alargó de nuevo.

Mientras aparcaba mi coche en el garaje, la joven se reía a carcajadas.

- ¿Y no sabías lo que era el sabo? – se descojonaba - ¡Pues estás bien harta de probarlo!

Me sentía tan de buen humor que ni siquiera me molestaron sus palabras.

- ¡Y tú lo mismo, guapa! – retruqué riendo a mi vez.

Juntas, caminamos hacia el ascensor. Me sentía bien y estaba disfrutando con la narración. Me gustaba compartir mis depravadas experiencias con alguien que no iba a juzgarme, pues sus experiencias eran al menos tan depravadas como las mías.

- ¡Vaya mierda! – dijo Gloria tal y como yo esperaba – Ahora tendré que esperar a mañana para saber cómo sigue.

- Pues vente un rato a mi casa. Mario aún tardará en llegar y puedo seguir contándotelo todo. Te invito a un refresco.

- ¡Estupendo! – exclamó Gloria con los ojos brillantes – Aunque prefiero que me invites a una cerveza.

- ¿Cerveza? – dije en tono muy serio – Aún eres una menor. Menuda profesora sería yo si le diera alcohol a uno de mis alumnos.

En cuanto pronuncié esas palabras, me di cuenta de lo cataclísmicamente estúpidas que eran. Gloria me miraba atónita, sin saber qué decir quizás por primera vez en su vida. Al verla así, no pude evitar echarme a reír.

Casi llorando de risa, llegamos las dos a mi piso. Gloria, con toda la confianza del mundo, se lanzó sobre el sofá, arrojando su carpeta con descuido sobre una silla. Yo, todavía riendo, fui a la cocina a por las cervezas y algo de picar.

En pocos minutos estábamos las dos sentadas, contándole a mi alumna cómo Jesús se había follado a su profesora en el parque, mientras tres desconocidos repintaban el coche con su semen. Toma ya.

- Increíble. Menuda guarra estás hecha – me dijo Gloria admirada.

- ¿Y tú no habrías hecho lo mismo si Jesús te lo ordenara? – dije sonriendo.

- ¿Y quién dice que no lo haya hecho? – respondió ella juguetona.

- Entonces también eres una guarra – sentencié.

- Yo no he dicho lo contrario – retrucó ella haciéndonos reír de nuevo.

Minutos más tarde, con una nueva cerveza en la mano, Gloria miraba con los ojos como platos el vídeo que me había mandado Jesús.

- Vaya cara de zorra – siseó – Parece que se te haya ido la cabeza. Es increíble cómo te gustan las pollas… menuda golfa.

- ¡Oye! – la regañé medio en broma – Que soy tu profesora. No me hables así.

Bromeando, le di un suave golpecito en la rodilla, pero Gloria no se reía. Súbitamente seria, me miró fijamente.

- Te hablo como me da la gana. No te olvides de quien soy – me dijo en tono frío como el hielo.

Me estremecí.

- Lo… lo siento – acerté a decir sin saber muy bien qué hacer.

Aquellos súbitos cambios de actitud me descolocaban. Debería estar ya acostumbrada debido a Jesús, pero lo cierto es que siempre me pillaban por sorpresa.

- Buena chica – dijo Gloria sin apartar sus ojos de mi rostro – Haces bien en disculparte.

- Gracias – asentí sumisa.

- Además, he de reconocer que tu historia me ha puesto muy cachonda, así que he pensado que me apetece que me comas el coño.

Un calambrazo recorrió mi columna vertebral. Miré a Gloria a los ojos, tratando de averiguar si estaba hablando en serio. Pero sus ojos no bromeaban.

- Enseguida – respondí obediente.

Sin perder un instante, dejé mi cerveza sobre la mesa y me acerqué a Gloria. Ella me miraba con una excitante sonrisa de lascivia dibujada en los labios, observando cómo su profesora se disponía a practicarle sexo oral en el sofá de su propia casa.

Me arrodillé en el suelo frente a ella mientras se repantingaba a gusto sobre el cojín. Llevé mis manos a la cinturilla del pantalón, abriendo el botón fácilmente, pues la putilla no llevaba correa. Gloria, colaboradora, levantó el culo del sofá para que pudiera bajarle los pantalones. Me costó un poco, pues la zorrilla gustaba de ir marcando curvas, así que los pantalones eran muy ajustados.

Mientras yo dejaba los pantalones sobre una silla ella misma se bajó el tanga. Sacó una sola pierna, por lo que la prenda quedó colgando de un tobillo, mientras su dueña se abría de patas al máximo sobre el sofá.

Con una sonrisa increíblemente libidinosa, Gloria observó cómo volvía a arrodillarme entre sus muslos abiertos y, sin más dilación, posaba mis labios en la palpitante vulva de mi alumna.

Un estremecimiento de placer azotó el cuerpo de la chica cuando mi lengua se hundió entre sus labios vaginales y comenzó a juguetear en medio. Llevada por la excitación, literalmente hundí la cara entre sus muslos, de forma que incluso mi nariz quedó enterrada en el coño de la joven, mientras mi lengua serpenteaba y chapoteaba en las humedades que allí había. Para ser tan sólo el segundo coño que me comía, lo estaba haciendo bastante bien, a juzgar por los gemidos y suspiros de la pequeña Gloria.

Sin embargo, cuando me animé a meterle un par de dedos en el coño, Gloria se retorció como una culebra.

- Te… te he dicho que… que me lo comas – jadeó – Na… nada de dedos.

Sorprendida, no tuve más remedio que obedecer, sacando los dedos del interior de la jovencita y redoblando mis esfuerzos con la lengua y los labios. Sabiendo lo que me gustaba a mí, absorbí su clítoris entre mis labios y empecé a juguetear con él con la lengua, lo que le gustó bastante a la zorrilla.

- SÍ… ASÍ PUTA… CÓMEMELO… - aullaba mientras apretaba mi rostro contra su entrepierna.

Por fin, Gloria se corrió, con fuerza y voluptuosidad. Sus caderas bailaron en mi cara y sus muslos aplaudieron contra mis oídos. Finalmente, se relajó por fin, apartando su mano de mi cabeza, permitiéndome salir de entre sus piernas.

Me relamí de gusto, bastante cachonda a mi vez, pensando que, al fin y al cabo, el sexo lésbico no estaba nada mal.

Dispuesta a seguir con la juerguecita, me quedé esperando nuevas instrucciones de la chica, pero, por desgracia, ella no pensaba quedarse.

- Ha estado genial, Edurne – me dijo dándome un besito en la mejilla – Me has puesto super caliente con tu historia. Y ese vídeo… Me muero por ver la copia completa.

¡Coño! Gloría tenía razón. El vídeo sólo duraba unos segundos y el tipo había estado grabando un buen rato. Lógico, seguro que Jesús lo había editado.

- Y te ha mandado un fragmento donde no se le ve la cara – pensé sin saber por qué.

Gloria seguía charla que te charla mientras se ponía la ropa. Cuando estuvo decente, volvió a besarme en la mejilla, desconcertándome de nuevo con sus cambios de humor y se despidió de mí hasta la mañana siguiente, dejándome con un calentón de aquí te espero.

Mario sacó provecho de ello, pues cuando volvió, bastaron con un par de insinuaciones bastante descaradas para que el muy ladino se animara a echarme un polvo sobre la mesa de la cocina.

Y por la noche, para despedirse antes del viaje, unos cuantos más. Y estuvieron muy bien.

Agotada, me levanté a las seis de la mañana para despedir a mi novio. La despedida fue sincera, pues sentí que le iba a echar de menos, aunque en cuanto llegara Jesús… le olvidaría por completo.

Cuando se marchó, volví a dormirme un rato, con idea de levantarme a las ocho, arreglar un poco la casa e ir a hacer la compra al supermercado, pero con el cansancio acumulado, me olvidé de conectar el despertador, así que me levanté cerca de las diez, sin tiempo para hacer todo lo que tenía pensado.

Por fortuna, la solución se me ocurrió con rapidez.

Busqué mi móvil y escribí un SMS: “Asómate a la ventana” decía simplemente.

Tras enviarlo, me dirigí al ventanal del salón y, ni corta ni perezosa, me desnudé por completo asomándome al cristal, de forma que mi vecino el voyeur, que ya había obedecido mis instrucciones, pudiera hacerse una buena paja en mi honor mientras yo me acariciaba las tetas. Muy poético todo.

Cuando el buen hombre hubo acabado (y después de que limpiara frenéticamente las huellas de su aventurilla del cristal, para que su mujer no se diera cuenta) le hice un gesto inequívoco de que quería que viniera a mi piso.

Menos de cinco minutos después, llamaban a la puerta. Completamente desnuda, le abrí y dejé que se recreara unos instantes más con mi anatomía. Cuando el pobre recobró la respiración, le di nuevas instrucciones.

- Necesito que vayas al supermercado por mí – le dije sin más preámbulos – Y tienes que estar de vuelta antes de las once y media.

- No… no hay problema – balbuceó el pobre con los ojos amenazando salirse de las órbitas.

- Toma. Aquí tienes la lista de lo que necesito y el dinero.

El tipo cogió ambas cosas sin mirarlas, pues estaba ocupado mirando otra cosa.

- Venga, date prisa – le dije empujándole suavemente.

- Sí… sí… vale…

Si me hubieran dicho semanas atrás que iba a hacer algo como eso me habría apostado sin dudar la nómina de 5 años. Las vueltas que da la vida.

Me puse una camiseta y un pantalón corto y como un huracán, me dediqué a arreglar el piso y a quitar el polvo. No había mucho que limpiar, pues Mario es muy apañado y cuando está en casa solo se entretiene limpiando, pero aún así se me fue un buen rato cambiando sábanas, limpiando el baño y pasando el plumero por los muebles.

Cuando volvieron a llamar, fui a abrir como un rayo. Esta vez no me molesté en desnudarme, pues ya le había pagado de sobra el servicio al buen hombre. El pobre no pudo evitar dirigirme una mirada tan desconsolada que me hizo sonreír.

Muy eficiente, me ayudó a llevar las bolsas a la cocina y me entregó el cambio y el ticket de compra.

- Gracias Roberto – le dije mirando nerviosa el reloj – Si no te importa, voy con la hora justa y…

- Claro, claro… me marcho… no dude usted en pedirme cualquier cosa que necesite. Aquí estamos para servir.

Le miré sonriente. Qué majo el tipo. Qué educadito. Para ser un voyeur pajillero digo. Me dio hasta cosa hacerle marchar sin más. Si no llego a ir tan justa de tiempo, le hubiera hecho una pajita y todo. Por apañado.

Fue por esto por lo que, una vez que hubo salido del piso y se dirigía al ascensor, no pude evitar llamarle.

- Shiist… ¡Eh, Roberto! – le llamé.

El tipo se dio la vuelta y una enorme sonrisa se dibujó en su rostro cuando vio que me había subido la camiseta hasta el cuello y que estaba moviendo los hombros hacia los lados, para que mis tetas bailotearan como dos campanas.

Tras unos segundos de espectáculo le tiré un beso y regresé a mi piso sonriendo. Era simpático el pajillero.

Viendo que ya eran menos cuarto, arrojé la ropa que llevaba a la lavadora y me metí en la ducha. Me froté a conciencia, pues quería estar bien limpita para mi Amo. Me sequé a toda velocidad y me puse la ropa que había preparado: un tanguita, sin sujetador y un vestidito veraniego bastante corto que, aunque estaba un poco fuera de época, sabía que me quedaba muy bien, y como a Jesús le gustaba poner la calefacción en el piso… Y qué coño, seguro que frío no iba a pasar.

No llevaba ni dos minutos sentada en el salón agitando una pierna nerviosamente, cuando volvieron a llamar a la puerta. Mi cuerpo se tensó tanto que creo que se me borró el agujero del culo.

Temblorosa, tragué saliva y sacudiéndome un poco el vestido, fui a abrir la puerta, encontrándome de nuevo con la sonrisa lobuna que me quitaba el sueño.

- Hola perrita – me dijo Jesús desnudándome con la mirada.

- Ho… hola Amo – balbuceé.

Me mojé toda.

Aturrullada, acerté solamente a apartarme de la puerta para que Jesús pudiera entrar, cosa que hizo sin perder un instante. Penetró en mi casa con su conocido aire de suficiencia, mirando alrededor como si todo aquello le perteneciese, cosa que no distaba demasiado de la verdad.

Detrás venía Gloria, un poco sofocada, cargando una voluminosa bolsa de deporte, en la que supuse traían ropa para pasar el fin de semana. La saludé con una sonrisa, que ella correspondió con un guiño cómplice.

Cerré la puerta tras de ella y la acompañé al salón, donde Jesús ya nos esperaba sentado en el sofá, tomando posesión de toda la habitación.

- ¿Dó… dónde puedo dejar esto? – dijo Gloria hablando la primera, como siempre.

- ¡Ay!, perdona cariño, no me he dado cuenta de que pesaba. Déjame a mí.

Como buena anfitriona, me adelanté y cogí la bolsa de deporte, constatando que pesaba bastante. Sin duda, allí dentro había algo más que ropa.

Bastante nerviosa, llevé el bulto a mi dormitorio y lo dejé en la cama, regresando después al salón. Estaba deseando que mi Amo me metiera mano de una vez, pero, la fuerza de la costumbre y la buena educación hicieron que les preguntara si les apetecía tomar algo.

- Yo me tomaría un café – dijo Jesús para mi sorpresa – Me he levantado tarde y no me ha dado tiempo a desayunar.

- Si quieres te preparo algo – dije dubitativa.

- Unas tostadas estarían bien. Gracias.

Me quedé parada un momento. ¿Por qué me lo pedía? Si lo que querían eran tostadas le bastaba una simple orden para que yo le preparara 100. Jesús seguía desconcertándome. Apuesto a que eso era lo que quería.

Una vez en la cocina empecé a prepararlo todo. Al poco escuché pasos a mi espalda, pero cuando me volví esperanzada, resultó ser Gloria que venía a ayudarme. Le sonreí encogiéndome indecisa de hombros y ella me entendió perfectamente.

- Jo, tía, se te ve en la cara que no te apetece mucho estar aquí preparando café.

- No, no es eso – le dije mientras enchufaba la cafetera – Es sólo que no esperaba que el fin de semana empezara así… Yo haré todo lo que me diga, claro, pero…

- Pero tú preferirías estar ya con la polla de Jesús metida hasta el fondo – dijo Gloria con su sonrisilla pícara en el rostro.

- Bueno… pues sí – asentí riendo.

- ¿Y qué esperabas hija? ¿Que nos íbamos a tirar 48 horas follando sin parar? ¡Nos daría un síncope!

- Pues tienes razón – concedí sonriendo.

La verdad era que no había pensado en ello.

Poco después regresamos las dos al salón. Acerqué una mesita al sofá y le serví café a Jesús. Gloria se sentó a su lado y también le serví una taza, aunque no quiso comer nada.

En honor a Gloria hay que reconocer que aguantó casi un minuto antes de empezar a cotorrear. Sin pudor alguno, empezó a contarle a Jesús nuestra aventurilla del día anterior, narrándole con pelos y señales lo bien que le había comido el coño. A esas alturas, ya no me daba la más mínima vergüenza hablar de ese tipo de cosas, así que no la interrumpí y la dejé explayarse a gusto.

En silencio, los miré a ambos y, para mi desazón, no pude menos que reconocer que hacían buena pareja. Jóvenes, guapos y depravados. Incluso parecían haberse vestido conjuntados, pues Jesús iba de sport, con unos pantalones chinos y una camisa a rayas, mientras que ella llevaba un vestidito blanco de tenis, con una camisa también de sport por encima. La minifalda del vestido dejaba bien al descubierto sus apetecibles y juveniles muslos, mientras su dueña narraba cómo menos de 24 horas antes había tenido mi cara bien hundida en medio.

Jesús sonreía en silencio, paladeando su café con tostadas.

- ¿Y tú no tienes nada nuevo que contarme? – me preguntó Jesús repentinamente.

- ¿Yo? – exclamé sorprendida.

Estuve a punto de describirle los polvos que había echado con Mario el día anterior, pero intuía que eso no agradaría a mi Amo precisamente. Así que le conté la aventurilla con el vecino de enfrente. Le gustó mucho.

- ¿Lo ves? – dijo satisfecho – Te dije que te resultaría útil.

- Tenías razón – asentí.

Entonces, inesperadamente, como todo lo que Jesús hacía, movió su mano hasta posarla en el muslo desnudo de Gloria. Ella, sin perder un segundo se despatarró encima del sofá, abriéndose de piernas al máximo, con lo que pude comprobar que la muy guarrilla iba sin bragas. Jesús, ni corto ni perezoso, posó su mano en el chochito de la chica y empezó a frotarlo vigorosamente, mientras sus ojos no se apartaban de los míos.

- Ya he notado que vas sin sujetador – me dijo mientras arrancaba suspiros y gemidos de la pequeña Gloria - ¿Llevas bragas?

Por toda respuesta, con el corazón latiéndome con fuerza en el pecho, me puse en pié y me subí el vestido, mostrándole a mi Amo el delicado tanguita que había escogido esa mañana.

- Muy bonito – dijo sin dejar de frotar chocho – Pero este fin de semana no lo necesitarás. Te quiero accesible en todo momento. Cuando me apetezca poseerte no quiero encontrar obstáculos.

Me sentía eufórica mientras me bajaba rápidamente el tanga y me lo quitaba por completo. Pensé en arrojarlo a un lado, pero me acordé justo a tiempo de lo pulcro que era Jesús, así que fui al cuarto de baño y lo deposité en el cesto de la ropa sucia.

Cuando regresé al salón, contemplé con envidia que Jesús había sentado a Gloria en su regazo y que sus manos se perdían en su ropa, una en su escote y la otra bajo su falda. Y a tenor de los gemidos de la chica, le estaba gustando mucho que estuvieran por allí perdidas.

- Mastúrbate - me ordenó simplemente.

Excitada, caminé por el salón hasta donde reposaba el sillón monoplaza, el mismo que había usado días atrás para darle el primer espectáculo al vecino de enfrente. Con esfuerzo, lo arrastré hasta situarlo justo frente al sofá y me senté, quedando cara a cara con mis joviales alumnos.

Sin perder un segundo, me abrí de piernas y empecé a obedecer las instrucciones de mi Amo. El fuego ardía en mis entrañas mientras mis propios dedos se abrían camino en mi intimidad, aunque sabía perfectamente que tan sólo Jesús sería capaz de sofocar esas llamas.

Me excité mucho masturbándome, pues mientras lo hacía, los ojos de mi Amo permanecieron clavados en los míos, y en ellos pude leer lo mucho que me deseaba. Por un instante, me olvidé de que Gloria estaba allí y estuvimos solos los dos, yo dándome placer para el disfrute de mi Amo y él… devorándome con la mirada.

Pero Gloria no podía permanecer callada por mucho rato y claro, cuando se corrió sobre el regazo de Jesús, montó un escándalo de aquí te espero.

- ¡OH, DIOS CARIÑO! SÍIII… ME CORROO….

Jesús, tal vez un poco molesto por los gritos de la chica, actuó con la rapidez acostumbrada. Sin dudarlo un instante, empujó a Gloria hacia delante, de forma que, para no caerse, se vio obligada a apoyar las manos en el sillón en que yo estaba. Como las intenciones de Jesús eran obvias, me abrí aún más de piernas ofreciéndole mi palpitante vagina a la charlatana jovencita. Y allí, medio en volandas entre el sofá y el sillón, conseguimos que Gloria permaneciera callada un ratito simplemente llenándole la boca de coño.

Y qué bien lo comía la puñetera.

Cuando me corrí, volví a clavar los ojos en los de mi Amo, que me miraba sonriente. El culo de Gloria quedaba justo frente a su cara, pero él no hacía nada, limitándose a disfrutar del espectáculo que le ofrecíamos. Me excité todavía más.

Bastante sofocada, Gloria se bajó del sofá con cuidado de no caerse. Sudorosa, se quitó la camisa, quedando tan sólo con el vestidito blanco. Con cuidado, depositó la prenda en el respaldo de una silla, evitando todo desorden.

- Muy bien zorras, no ha estado nada mal. Me habéis excitado.

Gloria y yo nos miramos sonrientes.

- Luego os daré vuestra recompensa.

- ¡Estupendo! – pensé.

- Pero ahora, Edurne, dame el mando de la tele, que echan la ronda de calificación dela Fórmula1 y quiero verla.

Me quedé estupefacta pero, por fortuna, reaccioné rápido y cogí el mando de encima de la mesa, alargándoselo a Jesús.

- Podéis ir a preparar el almuerzo – nos dijo – Por cierto, ¿qué hay para comer?

- Yo… - dije insegura – Había pensado en preparar paella… Pero si prefieres otra cosa…

- No, no, la paella me encanta. Perfecto.

Obedientes, las dos nos fuimos a la cocina y empezamos (con mucha calma, pues todavía era temprano) a preparar el arroz. Gloria no sabía mucho de cocina (ni yo tampoco, aunque por suerte Mario me había enseñado a preparar la paella), así que ella hacía de pinche, troceando lo que yo le indicaba.

- Vaya mierda – me dijo sin poder aguantar más rato callada – Se ve que esas dos furcias tetonas le dejaron cansado anoche. ¡Joder, yo estaba deseando que me follara!

- Y yo – asentí – Aunque, como me dijiste antes, no vamos a estar todo el día dale que te pego.

- Ya, pero un poco de dale que dale no habría estado mal para empezar.

Ambas reímos.

Seguimos charlando un buen rato, mientras escuchábamos los ruidos de la retransmisión deportiva provenientes del salón. Un poco más calmadas, concluimos que, al fin y al cabo, estábamos allí para hacer lo que Jesús quisiera, no lo que quisiéramos nosotras.

- Pues espero que “quiera” follarnos un ratito – dijo Gloria riendo.

- Eso espero.

Poco después, la voz de Jesús resonó llamando a Gloria para que le llevara una cerveza. Yo seguí a lo mío, trajinando entre fogones, pero, cuando hubieron pasado 5 minutos y Gloria no regresó, me asomé al salón sintiendo una vaga inquietud.

Efectivamente, me encontré con una escenita que, aunque bastante esperada, hizo que un pequeño ramalazo de celos recorriera mi cuerpo.

Jesús seguía sentado en el sofá con los brazos abiertos, apoyados sobre el respaldo, con un botellín de cerveza en una mano. Gloria, de rodillas a su lado, le practicaba una soberana felación, que el joven disfrutaba a la par que las carreras.

Sin apartar la vista de la pantalla, como si hubiera sabido en todo momento que estaba allí, Jesús me habló con voz firme.

- ¿No se te quemará el arroz?

- No, no Amo – respondí dando un respingo de sorpresa – Ya está listo. Lo he dejado apartado del fuego para que repose. Podremos almorzar en 10 minutos.

- Estupendo. Entonces ven aquí.

Un poco inquieta, caminé hasta quedar al lado del sofá, pudiendo ver un perfecto primer plano de la mamada que Gloria estaba practicando. Sentí envidia.

- Pues, si no tienes nada que hacer, ensalívale un poco el culo a esta zorra.

Mientras decía esto, agarró con la mano el borde de la faldita de Gloria y la alzó, dejando al aire sus tersas nalgas. Pude notar que Gloria se encogía súbitamente, nerviosa, pero ni por un momento dejó de comerle la polla al Amo.

Sin perder un instante, me arrodillé tras la grupa de la joven y agarrando una nalga con cada mano, las separé para poder acceder al prieto agujerito de su culo. Con más entusiasmo que experiencia, procedí a ensalivarle a conciencia la zona a la chica, pues tenía una idea bastante aproximada de lo que iba a pasar. Las caricias de mi lengua pronto lograron relajar un poco el esfínter de la joven, con lo que pude introducir la lengua en su interior. Aunque no me habían dicho que lo hiciera, le metí el dedo corazón por el culo, para dilatárselo un poco, haciendo que el cuerpo de Gloria se tensara al percibir al intruso.

- Ensalívalo bien, puta – dijo Jesús en una frase que podía aplicarse a las dos – Que te la voy a meter por el culo.

Pensándolo bien, era a Gloria a quien se dirigía.

Tras un par de minutos de lametones y chupetones, Jesús estuvo dispuesto. No sé si fue casualidad, pero en ese preciso instante la retransmisión de la tele se interrumpió por publicidad.

Jesús se puso de pie y con cierta brusquedad, obligó a Gloria a ponerse en pompa sobre el sofá, subiéndole la faldita con violencia, pues se le había bajado al moverla. Sin perder un segundo, ubicó la punta de su ensalivada verga en la entrada del culito de la chica y, sin más miramientos, la enculó de un soberano cipotazo que hizo que se le saltaran las lágrimas.

- ¡AAAGGAGGAAAAAAHHHHAAAHHH! – aullaba la pobre Gloria mientras su esfínter era penetrado a las bravas.

Yo, que aún seguía arrodillada en el suelo, asistí atónita desde primera fila a la impresionante sodomización. Me sentí asustada al pensar que pronto me tocaría a mí, quizás ese mismo fin de semana. Tragué saliva con nerviosismo.

- ¡AMOOOOOO, NOOOO! ¡JESÚS, POR FAVOR, MÁS DESPACIO! ¡ME VAS A PARTIR EN DOS! – gritaba Gloria con las lágrimas saltadas.

- ¡Cállate ya, guarra! – exclamó Jesús mientras apretaba la cara de la chica contra el brazo del sofá, ahogando sus gritos – Así que me dejaron cansado anoche, ¿eh? ¿Pensabas que no tendría fuerzas para romperte el culo? ¡Dime, maldita puta!

Me quedé petrificada. Jesús había oído nuestra charla. Asustadísima, traté de recordar si yo había pronunciado alguna palabra inapropiada, porque, si era así, pronto ocuparía el lugar de la pobre chica.
Cada vez mas enganchado. Deseando que continue.

Gracias
 
Capítulo 30: Duelo contra Gloria:




Me sentía un poco mal por Gloria, que estaba siendo castigada a placer por nuestro Amo por haber sido impertinente. Por un segundo, pensé en interceder por ella, rogándole al Amo que no fuera tan duro, pero entonces Gloria levantó la cabeza del sillón, con la mirada perdida y los ojos en blanco, con un hilillo de saliva cayéndole de la boca, gimiendo y jadeando sin control. La muy zorra lo estaba gozando.

Miré a Jesús y vi que sonreía divertido mientras enculaba a su compañera, con lo que comprendí que había sido objeto de una broma cruel por parte de los dos. Allí no había ningún castigo, sino una pantomima para burlarse de mí. Aunque me molestó un poco, la verdad es que me quedé más tranquila.

- ¿Te gusta puta, te gusta? – gruñía Jesús mientras tiraba con fuerza del pelo de la chica, obligándola a echar la cabeza hacia atrás.

- Sí, Amo, dame más – gemía ella tratando de besarle sin conseguirlo.

Y yo allí, caliente como una perra, de rodillas frotándome el coñito, mirando cómo la verga de mi Amo se hundía una y otra vez en el culo de la joven.

Jesús no se molestó en sacarla cuando por fin se corrió; simplemente empujó con fuerza, estampando a Gloria contra el brazo del sofá, mientras vertía todo su semen en su ano.

Cuando estuvo satisfecho, se la sacó de un tirón, con lo que pude contemplar durante unos instantes el esfínter completamente dilatado de mi alumna, lleno hasta arriba de leche que resbalaba de su interior y goteaba directamente sobre la tapicería de mi sofá. Menudo desperdicio.

- Ha estado bien – dijo Jesús incorporándose y estirando los músculos – Perrita límpiamela.

Obediente como siempre, caminé de rodillas hasta tener la morcillona polla de mi Amo a mi alcance y me dediqué a asearla convenientemente con la boca, eliminando hasta el menor rastro de corrida y del culo de Gloria.

- ¿Y bien? ¿está lista la comida? – dijo el chico cuando estuvo satisfecho con la limpieza.

Sumisa y caliente a más no poder, fui a la cocina a por los platos. Una renqueante pero bastante saciada Gloria, me ayudó a poner la mesa, mientras Jesús veía el final de la clasificación dela Fórmula1.

- Menudo carricoche lleva Alonso – se quejó Jesús apagando la tele – Corriendo adelantaría más.

Nos sentamos a comer y nos pusimos a charlar amigablemente. Teniendo en cuenta quienes eran los comensales, la conversación fue bastante normal y rutinaria. Yo estaba un tanto distraída, pues no dejaba de frotar los muslos una contra el otro por debajo de la mesa, tratando de calmar las llamas que amenazaban con consumirme, pero aún así me las arreglé para participar y disfrutar de la charla.

Tras comer, Gloria y yo recogimos la mesa y servimos café, que tomamos los tres esta vez. Tras acabar, Jesús dijo que iba a ducharse, pues quería echarse una siesta ya que, según dijo, la noche anterior había dormido poco. Pero esta vez no me engañó; comprendí que estaba calibrando mi nivel de sumisión, así que no protesté ni dije nada, aunque en el fondo me moría porque me follara de una vez.

Mientras se duchaba, Gloria y yo le atendimos en el baño, como había hecho con Esther el día en que me llevó a su casa. Las dos, completamente desnudas, nos metimos con él en la bañera y frotamos su piel, usando nuestros senos para enjabonarle el pecho y la espalda.

Yo fui la afortunada encargada de asear su miembro, que fue limpiado y acariciado a conciencia, hasta que empezó a ganar vigor. Por desgracia, Jesús me impidió continuar.

- Tranquila perrita, que si sigues voy a tener que metértela por el culo.

A esas alturas, empezaba a no importarme.

- Eso me recuerda algo, ¿qué tal lo tienes? ¿Está mejor? – me preguntó.

- Sí – asentí un poco inquieta – Ya casi no me duele.

- A ver, a ver – dijo él.

Jesús me hizo apoyarme en la pared y poner el culo en pompa. Él se agachó tras de mí y sus firmes manos separaron mis nalgas, dejando mi anito al descubierto. Me encogí cuando uno de sus dedos penetró hasta el fondo, haciendo que mi cuerpo se tensara como un cable, pero mi dulce Amo no pensaba estrenarme esa tarde.

- Es cierto – dijo incorporándose y sacando el dedo – Está mucho mejor. Que Gloria te ponga luego la crema.

- De acuerdo.

- Y… perrita.

- ¿Sí?

- El día de mi cumpleaños, quiero que me regales tu culo.

Me estremecí.

- No puedo regalarte lo que ya es tuyo – le respondí.

Él simplemente sonrió, satisfecho con mi respuesta.

- ¿Y el tatuaje? ¿Qué tal?

- ¡Oh! Muy bien. He seguido los consejos de Yoshi y no he tenido ningún problema.

Mientras nos secábamos, los dos chicos examinaron el dibujo de mi espalda. Me sentí bastante orgullosa, sobre todo cuando Gloria admitió que me quedaba muy bien.

Minutos después, una vez bien secos nuestros cuerpos, los tres penetramos en mi dormitorio. Yo me sentía nerviosa de nuevo, deseando que lo de la siesta fuera otra broma de Jesús. Necesitaba follar ya.

Jesús se dejó caer sobre el colchón, colocando las almohadas a su gusto y se reclinó mientras nos miraba a las dos, que aguardábamos instrucciones de pié, desnudas junto a la cama.

- Pensándolo bien – dijo Jesús entonces – Creo que voy a follarme a una ahora mismo.

El corazón me latía desbocado.

- Pero no sé a cual de las dos – dijo sonriendo.

¡Joder! ¡No era justo! ¡A Gloria se la había tirado ya! ¡Me tocaba a mí!

A pesar de que me apetecía gritar esas cosas, me las apañé para permanecer impasible, aguardando órdenes. Por una vez, Gloria, que ya debía estar acostumbrada a esas situaciones, permaneció también en silencio, aguardando sumisa.

- Se me ocurre una idea – dijo Jesús – Gloria, vamos a hacer lo de los perros enganchados.

No tenía ni puta idea de qué cojones hablaba. Me quedé indecisa, sin saber qué hacer, mientras Gloria, que había entendido perfectamente qué pretendía Jesús, se había puesto en marcha y rebuscaba en el interior de su bolsa de deporte.

Finalmente, la chica extrajo un enorme consolador de cerca de un metro de longitud que me acojonó enormemente y un pequeño botecito de lubricante. Con el impresionante instrumento, Gloria se acercó a mí y, poniéndome una mano en el hombro, me empujó suavemente hacia el suelo.

- Ponte a cuatro patas – me dijo.

Bastante asustada por si pensaban meterme aquel enorme juguete enterito, obedecí sintiendo cómo mis rodillas temblaban, acordándome del episodio de Rocío en todo momento. Al agacharme, pude ver más de cerca el dildo, que estaba siendo untado de lubricante por la manita de Gloria, dándome cuenta de que tenía forma de polla por ambos extremos, con lo que empecé a imaginar por dónde iban los tiros.

Una vez estuve a cuatro patas, Gloria se situó detrás de mí y con habilidad, procedió a separarme al máximo los labios vaginales para, poco a poco, ir metiendo uno de los extremos del consolador en mi coño. Para facilitar el acceso, Gloria usó más lubricante, con lo que el cacharro se deslizó con facilidad en mi sobrecalentado interior.

Al sentir la intrusión no pude evitar el tensar el cuerpo, pero pronto comprendí que lo mejor era relajarme y dejarme hacer. Cuando tuve un buen pedazo de látex clavado en mi gruta, Gloria se dedicó a lubricar el otro extremo del consolador y su propio coño. Una vez estuvo a su gusto, se colocó también a cuatro patas de espaldas a mí, ubicó la punta del juguete en la entrada de su rajita y, retrocediendo lentamente, fue empalándose en el dildo hasta que sus prietas nalgas quedaron pegadas a las mías, ambas con un buen pedazo de goma hundido en las entrañas.

Aquello era muy diferente a MC. Respirando profundamente, tratando de acostumbrarme al intruso, alcé la vista y nos contemplé a ambas en el reflejo de un espejo: era verdad, parecíamos dos perros que se habían quedado enganchados tras echar un polvo.

- Muy bien zorras – resonó la voz de Jesús haciendo que volviera la vista hacia él – El juego es muy sencillo. La primera que se corra… pierde. Y la que gane, podrá probar esto.

Mientras decía estas palabras, se agarró el falo, que volvía a estar erguido y lo movió ligeramente, haciéndolo apuntar hacia nosotras. De pronto me apetecía mucho ganar aquella competición.

Pero, por desgracia, Gloria tenía muchísima más experiencia que yo en aquellas lides.

La muy puta. Cómo se movía. Enseguida empezó a hacer bailar sus caderas de forma que el consolador se retorcía en mi coño sin parar, horadándome sin piedad y dándome un placer inmenso. Como pude, traté de imitarla, moviendo mi culo a la vez, intentando que el juguetito se agitara en su interior igual que lo hacía en el mío, pero mis esfuerzos eran en vano.

Estaba tan mojada (y la zorra de Gloria había puesto tanto lubricante en mi lado del chisme) que el consolador se deslizaba en mi coño, martilleándome continuamente. En cambio, los músculos de la vagina de Gloria parecían sujetar el dildo con firmeza, pudiendo así hundírmelo una y otra vez.

En pocos minutos, yo ya estaba jadeando y resoplando descontrolada. Los brazos me temblaban y parecía estar a punto de caerme de morros contra el suelo de mi dormitorio. Desesperada, pues veía que Gloria iba a ganar sin remedio, alcé la vista hacia mi Amo, contemplando cómo el joven se masturbaba lánguidamente sobre mi cama, mientras disfrutaba del espectáculo que le ofrecíamos sus putas.

Y me corrí.

Efectivamente, al alcanzar el clímax, mis brazos fueron incapaces de sostenerme, con lo que tuve que apoyar la cara directamente en el suelo, mientras Gloria, sin clemencia alguna, seguía moviendo las caderas hundiendo el consolador una y otra vez en mi coñito.

Sin levantar la vista del suelo, pude escuchar perfectamente cómo Jesús se levantaba de la cama y caminaba hacia nosotras.

- Vale, Gloria – dijo – Has ganado tú.

- Estupendo, Amo – respondió la chica alegremente.

Cómo la odié en ese momento. No era justo. Me tocaba a mí.

- Agacha la cabeza y levanta el culo.

Girando el cuello hacia atrás, pude ver cómo Gloria pegaba la cabeza al suelo, imitando mi postura, aún unidas ambas por el juguete de goma. Jesús se acercó y, muy lentamente, pasó una pierna por encima de nuestros cuerpos, quedando de pié sobre nosotras. Agachándose un poco, acercó su formidable erección a la retaguardia de la joven, con lo que comprendí que su intención era porculizarla de nuevo, esta vez con un buen trozo de látex llenándole el coño.

Ya no la envidiaba tanto.

Cuando Jesús se inclinó sobre Gloria y colocó su enhiesto falo en la entrada de su culo, la pobre chica entendió lo que pretendía.

- Espera, Jesús – dijo temblorosa – Déjame que saque el…. ¡Noooooo…!

Jesús la enculó sin piedad. No con violencia como antes (por más que fuera fingida) pero sí con firmeza y seguridad. Sin dudar un instante.

No podía ni imaginarme lo que sería que te sodomizaran mientras tenías el enorme consolador en la vagina. El juguetito bastaba para llenarme por completo, así que, tener además la polla de Jesús en el culo…

La pobre Gloria gimoteaba soportando como podía los empellones que Jesús le propinaba. Noté que su coño no sujetaba ya con tanta firmeza el dildo, así que empecé a mover lentamente las caderas para que el consolador se moviera en su interior. De perdidos al río.

Gloria farfullaba y balbuceaba medio enloquecida, diciendo incoherencias, mientras era doblemente penetrada por Jesús y por mí. Bajo ese tratamiento, no fue de extrañar que la chica no aguantara ni dos minutos.

Cuando se corrió, simplemente se derrumbó desmadejada en el suelo. Eso hizo que el consolador se retorciera en mi interior, haciéndome daño. Y además, la polla de Jesús se salió de golpe de su culo, provocando que el Amo soltara un gruñido de frustración.

- Menuda furcia de pacotilla estás hecha. Me has dejado a medias. Edurne, ve a la cama.

¡Olé! ¡Me tocaba a mí!

Con cuidado, moviéndome lentamente, me desenfundé el juguete del coño. Durante un instante pensé en extraer el otro extremo del interior de Gloria, pero no quería hacer esperar al Amo, así que dejé allí tirada a mi alumna, casi desmayada, con medio metro de goma incrustado entre las piernas.

Jesús me aguardaba ya sobre el colchón y no estaba para juegos. En cuanto me senté sobre la cama, me empujó sin muchos miramientos, obligándome a tumbarme. Agarrándome por los tobillos, atrajo mi cuerpo hacia sí y, tras apoyar mis pantorillas contra su pecho, me la metió de un tirón y empezó a follarme con ganas.

Allí en la cama que compartía con mi novio, con las patas para arriba, mi alumno me folló por fin. Mi cuerpo se estremecía bajo su peso, disfrutando como siempre lo hacía con mi Amo. Nuevamente me sentí dichosa, feliz, en el lugar que me correspondía en el mundo.

Jesús me folló como quiso. Cuando se hartó de darme por delante, me la sacó del coño y me hizo ponerme a cuatro patas, metiéndomela desde atrás. Así estuvo bombeándome un rato, apretando mi cara contra las sábanas, impidiéndome levantar, mientras la saliva resbalaba de mis labios y empapaba el colchón.

Perdí la cuenta de las veces que me corrí, encadenando orgasmos que estallaban como relámpagos en mi cabeza y en mi vientre. Jesús me usó como se le antojó, como si mi cuerpo fuese un simple juguete en sus manos. Y yo disfruté cada segundo.

Cuando sentí que por fin la hirviente semilla de mi Amo inundaba mi interior, no pude evitar que una estúpida sonrisa se dibujara en mi rostro. No sé si eso molestó a Jesús, pero lo cierto fue que, antes de terminar de correrse, me la sacó del coño y disparó los últimos lechazos directamente en mi cara, vaciando sus pelotas sobre mi piel.

Cuando por fin terminó todo, nos quedamos mirándonos el uno a otro, jadeantes y sudorosos. Tímidamente, esbocé una sonrisa y, para mi infinita dicha, fue correspondida por una de mi Amo. Me sentí feliz.

- Tu coño es genial, perrita – me dijo – Estoy deseando comprobar si tu culo es igual de bueno. Armando dice que es el mejor que ha probado.

Ni siquiera la mención del bastardo del director empeoró mi humor.

- Gracias Amo.

- Bueno, voy a darme otra ducha. Aprovecha y limpia un poco esta pocilga.

- Sí Amo – respondí levantándome trabajosamente.

Mientras yo abría la ventana para airear el cuarto, Jesús le dio una leve patada en el culo a Gloria, para espabilarla. Renqueante, la jovencita salió del dormitorio detrás de nuestro Amo, sin duda para atenderle en el baño. Mientras caminaba, el dildo se deslizó de entre sus piernas y cayó al suelo con un sonoro “plof” que me hizo sonreír.

Justo cuando terminaba de cambiar las sábanas, mis alumnos regresaron al dormitorio. Mi increíblemente pulcro Amo parecía estar en plena forma e incluso Gloria, con el pelo mojado de nuevo, parecía más recuperada.

- Ahora lávate tú – me dijo Jesús – Estás toda pringosa.

- ¿Y de quién es la culpa? – pensé mientras sonreía para mí.

Cinco minutos después, desnuda y completamente aseada, regresé al cuarto. Allí me aguardaban los chicos, tumbados sobre el colchón. Jesús estaba levemente incorporado, con la espalda apoyada en el cabecero de la cama mientras Gloria, abrazada a él, dejaba reposar su cabecita en el pecho del joven, que le acariciaba distraídamente el pelo mojado.

De nuevo me asaltaron los celos.

Jesús, al verme entrar, me hizo un gesto con la mano para que me acercara, cosa que hice inmediatamente. Me tumbé junto a ellos en la cama, copiando la postura de Gloria, de forma que las dos quedamos tumbadas junto a Jesús, una a cada lado, con nuestras cabezas muy próximas la una a la otra reposando sobre el fuerte torso de nuestro Amo.

Cuando su mano libre empezó a acariciar también mi cabello, mi corazón estuvo a punto de estallar de gozo. Me sentí querida, feliz. Supe que haría cualquier cosa por estar al lado de aquel hombre. Cualquier cosa.

- Ha estado bastante bien, queridas – dijo Jesús sin dejar de acariciarnos.

- Gracias, Amo – respondimos las dos casi al unísono.

- Ahora vamos a descansar un rato. Luego, si me apetece, os follaré otra vez.

- Como quieras – dije sin pensar.

- Sí, como tú digas – corroboró Gloria.

Estuvimos así unos minutos hasta que Gloria, incapaz de seguir callada, interrumpió el silencio.

- Oye Amo, ¿por qué no nos cuentas alguna historia?

- ¿Una historia? Si ya te las sabes todas – respondió él.

- Sí, pero me encanta cómo las cuentas. Y me he acordado de que Edurne aún no sabe cómo entraron Natalia y Yoli en el grupo.

- ¿Es cierto eso?

- Sí – asentí – Más o menos conozco cómo fue la cosa con Gloria, con Kimiko y con Rocío. Con Esther, por lo visto, no hay mucho que contar, pero de Natalia y su hija apenas sé nada. De hecho, todavía no conozco siquiera a Yolanda en persona.

- Es verdad, no había caído. Bueno, pues si os apetece os cuento cómo empecé a follarme a las tetonas, ¿no es así cómo las llamas, guarrilla? – dijo Jesús dándole un cariñoso capirotazo a Gloria.

- Es que… son tetonas de verdad – dijo la chica alzando un poco la cara para mirar a Jesús.

- ¡Sí, es verdad! – rió el Amo - ¡Esas dos tienen las mejores tetas que he visto en mi vida!

Aquello me molestó un poco en mi orgullo, pero enseguida me olvidé, quedando atrapada en el relato que Jesús empezó a contarnos.
 
Capítulo 31: La historia de Natalia y su hija Yolanda:




- Hace mucho, mucho tiempo… en una galaxia muy lejana – empezó Jesús.

- Muy gracioso – dije sonriendo, contenta porque el chico estuviera de tan buen humor.

- Bueno, vale, hace unos pocos meses, en Junio del año pasado, pocos días después de terminar el curso, mi padre me vino con un encargo “coñazo” de los suyos.

- ¿Tu padre? – inquirí.

- Sí, fue por su padre que Jesús empezó a ir a casa de las tetonas – intervino Gloria.

- Mi padre – continuó Jesús ignorando la interrupción – me dijo que la hija de su jefe…

- Yolanda – dijo Gloria.

- Sí, sí, Yolanda – siguió mi Amo – había suspendido un par de asignaturas y necesitaba clases de refuerzo ese verano. Como yo sacaba buenas notas, mi padre se había ofrecido a que se las diera yo y, de esa forma, podría ganarme un “dinerillo” para mis cosas.

- Como si a ti te hiciera falta – intervino Gloria una vez más.

- Bueno, pues eso, inicialmente me negué, teniendo una buena bronca con mi padre. Le dije que su jefe tenía mucha pasta y que se buscara un profesor de verdad, que yo no tenía tiempo para perderlo dándole clase a niñatas pijas, que por fin estaba de vacaciones y no pensaba desperdiciarlas.

- Ya – asentí – Debió de ser un palo.

- Sí, me cabreé bastante con él. Discutimos un buen rato y al final le mandé a tomar por saco como siempre que nos peleamos. Pero el tío no se rindió y, al día siguiente, volvió a la carga.

- Insistente el tipo, ¿eh? – dije para animarle a que continuara.

- No lo sabes tú bien. Sin embargo, los argumentos que esgrimió el día siguiente fueron distintos.

- ¿Distintos?

- Sí. Me dijo que Yolanda había pedido expresamente que fuera yo quien le diera las clases, que había quedado muy impresionada conmigo cuando me conoció en la boda de Arturo…

- ¿Arturo? – pregunté.

- Es un compañero del padre de Jesús. Todos estuvieron en su boda una año antes y, por lo visto, allí conoció a Yoli – interrumpió de nuevo Gloria.

Jesús la miró un par de segundos antes de continuar.

- Gloria, guapa, ve a por unos refrescos a la cocina – le dijo Jesús – Tengo sed.

- Claro – respondió la chica levantándose de la cama.

En cuanto salió por la puerta, miré a Jesús a los ojos y pude detectar un ligero brillo en el fondo de los mismos.

- Está muy buena y folla muy bien, pero no calla ni debajo de agua – me susurró Jesús.

- Sí – respondí sonriendo – Es parte de su encanto. Callada no sería la misma, ¿verdad?

- Supongo. Bueno… Por dónde iba.

- Por la boda de Arturo.

- ¡Eso! Como ha dicho “Lengua inquieta” me habían presentado a Yoli en la boda de ese tipo, aunque yo no me acordaba para nada de ella. Pero entonces mi padre dijo algo que me interesó vivamente.

  • ¿Cómo que no te acuerdas? ¡Si estuviste bailando con ella! ¡Y con su madre! ¡Coño, cómo vas a olvidarte de Natalia! ¡La morenaza de las tetas enormes!
- ¿Tetas enormes? Aquello despertó mi interés.

- Ya me imagino – dije sonriendo.

- Poco después busqué en mi PC las fotos que tenía del día de la boda y enseguida localicé a la buena de Natalia. Mi padre tenía razón, yo había bailado con ella en la boda, cómo iba a olvidar aquel par de melones. Si no me había acordado en un primer momento fue porque, durante el convite, estuve más pendiente de llevarme a Esther al baño para ponerle una vez más los cuernos a mi padre que de otra cosa. Aunque aquellas tetas no se me habían olvidado.

- Obviamente – asentí un poco picada.

- Y era cierto que, instigado por la madre de la chica, había estado bailando con Yolanda. Busqué su foto para refrescar la memoria y lo que vi me agradó mucho. Morena, pelo corto a lo paje, muy guapa y con una muy buena delantera. Recordé que, mientras bailábamos, se había ruborizado muchísimo, contestando con monosílabos a todos mis intentos por entablar conversación. No le presté mucha atención, pues poco después logré desmarcarme con mi madrastra, pero, si era verdad que ella se acordaba todavía de mí… la cosa prometía.

- Aunque podía ser una mentira de tu padre.

- Cierto. Pero me interesó lo suficiente como para querer indagar más.

- No me extraña – pensé.

En ese momento, regresó Gloria con 3 latas de refresco.

- ¿Por dónde vas? – dijo mientras se subía de un salto a la cama y repartía las latas.

- Cállate y escucha – le respondió Jesús abriendo el refresco y dándole un trago.

Gloria volvió a tumbarse y Jesús reanudó la historia.

- Pues bien. Un par de días después me presenté con mi moto en el chalet del jefe de mi padre, una casa bastante lujosa en las afueras. Cuando me abrieron la puerta… decidí que quizás no fuera tan malo hacer de maestro después de todo…

- ¡Qué cabrito! – pensé sin atreverme a decir ni mu.

- Natalia me abrió la puerta en persona. Iba en bikini, con lo que lo primero que vi cuando abrió fueron sus formidables aldabas. Pude observar que tenía un cuerpazo, aunque sus piernas estaban parcialmente ocultas por un pareo de playa. En las manos sostenía un vaso con una sombrillita y una revista. Estaba buenísima.

  • ¡Hola, Jesús cuanto tiempo! – exclamó abalanzándose sobre mí para darme dos besos en las mejillas - ¡No nos veíamos desde el año pasado! Pero, pasa, pasa, no te quedes ahí. Estaba a punto de irme a la piscina, ¿te apetece darte un bañito? Puedo prestarte un bañador de mi marido…
- Yo apenas atiné a saludarla. Me sentía un poco intimidado, cosa extraña en mí – admitió Jesús.

  • ¡Yolanda! – aulló Natalia sin cortarse - ¡Baja, que tu nuevo profesor ha llegado!
- Tras hacerme pasar a un saloncito, Natalia llamó a una criada y le pidió un refresco para mí, sin aceptar un no por respuesta. Enseguida se puso a parlotear como loca, aunque apenas me enteré de lo que decía, concentrado en el cuerpazo de mi anfitriona y en calibrar si de allí podía sacar algo en claro.

- Y entonces llegó Yolanda – intervino Gloria demostrando que se sabía la historia de memoria.

- Exacto. Y así pude constatar que la preciosa jovencita que había conocido el año anterior… estaba todavía más buena.

- Pues qué bien – dije, bebiendo de mi refresco.

- Y tan bien. Ni te imaginas. Menudo bomboncito. Seguía igual de guapa que en las fotos, con su media melena a lo paje de pelo negrísimo como su madre. Sus ojos, de color marrón verdoso, eran mucho más grandes de cómo los recordaba. Y su cuerpo… Impresionante. La naturaleza había aprovechado muy bien el año que llevaba sin verla. Tenía unas tetas enormes, que aunque no alcanzaban el volumen materno, desafiaban la gravedad con descaro.Además, justo sobre el labio tenía un pequeño lunar que… uf, tenía un morbazo que te cagas.

- Vale, vale, ya lo pillo – dije sin poder evitarlo – Es muy guapa, puedes seguir.

Jesús me sonrió muy ladino, sabiendo perfectamente qué era lo que pasaba en el interior de mi cabecita. Y siguió hurgando en la herida.

- Y cómo iba vestida… ¡Ufffff! Me la hubiera follado allí mismo. Llevaba un vestidito de verano, parecido al que llevabas esta mañana, Edurne, pero lleno de unas prietas y juveniles carnes que me ponían malísimo… Y unas curvas…

- Tengo ganas de conocerla – dije en tono un tanto seco.

Jesús se echó a reír.

- ¡Ja, ja! ¡Cómo eres, perrita! – dijo dándome un beso en el pelo.

Me sentí mejor.

- Pues bien, como comprenderás, lo demás es historia, no tardamos mucho en ponernos de acuerdo en los detalles, coste de las clases, duración (2 horas, tres veces por semana, lunes, miércoles y viernes), materias…

- Y claro – dije – Yolanda no paró de insinuarse para asegurarse de que aceptabas el trabajo.

- ¿Quién? ¿Yolanda? – exclamó Gloria sin poder contenerse - ¡Ni de coña! ¡Si es super tímida!

- Gloria, ¿lo cuentas tú o lo hago yo? – dijo Jesús mirándola fijamente.

- ¡Ay, perdona!

- Cállate un poquito, anda. Bébete el refresco.

Haciendo un gracioso mohín, Gloria le obedeció, aunque estaba segura de que no podría permanecer en silencio mucho rato.

- Como decía Gloria, Yolanda estuvo muy cortada durante la conversación, bastante ruborizada, limitándose a responder las preguntas que le hice sobre sus notas y las asignaturas, pero no importaba mucho, pues su madre hablaba por los tres.

- Y Nati sí que se insinuó – dijo Gloria.

Ni un minuto callada, la tía.

- Es verdad. Me ponía la mano en el muslo, se cruzaba de piernas para que el pareo me dejara ver bien sus muslos, se inclinaba para que sus tetones colgaran como campanas… Empecé a preguntarme si no habría sido ella la que había insistido en que fuera yo el profe de su hija…

Bueno, aquello no difería mucho de la imagen que me había formado de Natalia por el poco rato que había pasado con ella.

- Yolanda, por su parte, parecía un poco molesta por las atenciones que me brindaba su madre y fue precisamente eso lo que me decidió a aceptar el trabajo. Ya habían empezado a formarse en mi mente ciertas ideas.

- Adivino cuales – dije sonriendo.

- Bueno, pues eso – dijo Jesús devolviéndome la sonrisa - como era lunes quedamos en empezar el miércoles. Me volví a mi casa tras jurarle a Natalia que llegaría a las cuatro y media, para que nos diera tiempo a tomar un refresco antes de empezar con las clases y me fui.

- Y cómo vino. Se presentó esa misma tarde en casa de mi padre y me folló a lo bestia. Menos mal que mi viejo había salido, porque creo que, aunque hubiera estado allí, me habría follado igual.

- Bébete el refresco, anda – dijo Jesús empujando la lata hacia la dicharachera jovencita.

Yo me reí.

- El miércoles me presenté a la hora convenida y la escena se repitió casi calcada. Natalia, exuberante, no paraba de flirtear conmigo, mientras su hija apenas hablaba, aparentando estar bastante molesta por la actitud materna. Pero, poco a poco, me fue dando la impresión de que Natalia estaba actuando de cara a la galería, su intención no era seducirme sino más bien mortificar a su hija, pienso que para hacerla reaccionar y que dejara de ser tan tímida.

- Eso ¿lo sabes o lo imaginas? – pregunté.

- Por cómo se desarrolló la cosa… estoy bastante seguro. Durante las dos primeras semanas de clase no pasó nada en absoluto. Siempre era igual, tomábamos algo, un rato de charla y luego dos horas en el dormitorio de Yolanda dándole clase.

- ¿En su cuarto? ¿Natalia os dejaba a solas en su cuarto? ¡Qué peligro! – bromeé.

- Al principio pasaba de vez en cuando para controlar, pero pronto dejó de hacerlo. Qué quieres, yo era el hijo de un buen amigo de su marido, un chico responsable y buen estudiante…

- Que estaba deseando follarse a su hija… - intervino Gloria.

Esta vez bastó con una mirada de Jesús para que Gloria cerrara la boca.

- Yo andaba un poco desencantado, pues no pasaba absolutamente nada con Yolanda, aparte de que paulatinamente fue cogiendo más confianza conmigo y se mostraba más abierta. Y con la madre tampoco, sólo algunas bromitas y flirteos pero nada más.

- Y empezaste a aburrirte – afirmé.

- ¡Qué bien me conoces, perrita! – dijo Jesús sonriéndome – Pero no me atrevía a intentar nada. Ya te dije hace algún tiempo que soy capaz de “oler” a las golfas como vosotras, pero con aquellas dos mujeres… aunque el “olor” estaba allí… no era muy intenso.

- Y claro, no querías montar un follón que pudiera complicarle la vida a tu padre. Al fin y al cabo eran la familia de su jefe.

- Exacto – corroboró Jesús sonriéndome de nuevo.

- ¿Y qué pasó? – inquirí, animándole a continuar.

- Lo bueno empezó el miércoles de la tercera semana y fue… bastante inesperado.

- Cuenta, cuenta – dije apretándome todavía más contra su cuerpo.

- Las clases se me hacían eternas, especialmente cuando le ponía alguna tarea a Yoli, pues tenía que pasarme un buen rato sin hacer nada, así que me entretenía desnudando a mi alumna con la mirada. Me la comía literalmente con los ojos.

- ¿Y ella no se daba cuenta?

- ¡Claro que se daba cuenta! Se ponía colorada, pero no hacía ni decía nada. Como te dije antes, “olía” a zorra, pero no lo suficiente.

- Comprendo.

- Pues bien. Como la niña no se cortaba a la hora de vestir, con vestiditos ligeros, pantaloncitos cortos y tops bien escotados y fresquitos….

- ¿La niña? – le interrumpí – Perdona, acabo de caer en que no sé la edad de Yolanda.

- Es de mi quinta. Unos meses menor que nosotros – dijo Jesús apuntando ligeramente hacia Gloria.

- Sí – dijo ésta – Le decimos la niña porque es un poco infantil. Tiene el cuarto lleno de peluches y figuritas de unicornios.

- Bueno, continúo – dijo Jesús – Como te decía, me gustaba observar su cuerpo e imaginarme todas las cosas que podría hacer con él. A veces, cuando estaba inclinada sobre su mesa resolviendo un ejercicio, yo me acercaba por detrás y me asomaba por encima de su hombro, como si estuviera mirando lo que escribía, pero en realidad lo que hacía era asomarme a su escote desde arriba. Le veía hasta el ombligo.

- Me imagino la escena – dije.

- Y claro, pasó lo que tenía que pasar. Ese miércoles que te digo, yo andaba bastante acalorado y Yoli iba especialmente sexy. Me incliné sobre su hombro y, sin darme cuenta, me acerqué demasiado, de forma que mi entrepierna se apoyó levemente en su hombro.

- ¿Y qué pasó? – pregunté hechizada por el relato.

- Mi polla, que estaba morcillona por el vistazo que había echado a su escote, se puso como un leño en un instante, apretándose contra su piel. Durante un segundo, pensé en apartarme, no fuera a ser que la niña montara un escándalo porque su profesor anduviera refregándole el nabo por la espalda, pero entonces, inesperadamente, ella enderezó el torso un poco, apretando su hombro con más fuerza contra mi erección.

- Apuesto a que ya “olía” a zorra con más intensidad – dije.

- Y tanto. Me quedé en esa postura unos segundos, asegurándome de que no había sido accidental. Pero cuando vi el rostro coloradísimo de Yolanda con los ojos clavados en el papel de los ejercicios, supe que iba a poder hacer realidad mis fantasías.

- Puedo imaginarte perfectamente – dije alzando los ojos hasta que encontraron a los de Jesús – Sonriendo de oreja a oreja sin decir nada, sabiendo que una vez más todo había salido como tú querías.

- Exacto – dijo él acariciándome suavemente – Ya te he dicho que me conoces bien.

Durante unos instantes, permanecimos en silencio, mirándonos. Gloria, quizás porque se sintió un poco excluida, utilizó una táctica para romper el hechizo distinta de la habitual. En vez de abrir la bocaza, como hacía siempre, posó descuidadamente la mano en el fláccido pene de Jesús y empezó a acariciarlo muy livianamente. Él no protestó y la dejó hacer, retomando el hilo de su historia.

- Como no quería precipitar las cosas (pues Yoli olía a virgen que tiraba de espaldas), me controlé y decidí ir poco a poco. Esa tarde no pasó nada más pero, en la siguiente clase, en cuanto tuve oportunidad me coloqué detrás de ella y volví a apoyarle el nabo en el hombro.

- ¿Y qué hizo ella?

- Lo mismo. Ponerse coloradísima y dejarse hacer sin decir ni pío.

- ¿Y tú te conformaste con eso?

- Bueno, di un pasito más. Cuando la tuve bien dura contra su hombro, comencé a mover las caderas suavemente, frotando mi erección contra su espalda.

- Y ella callada como una muerta – dije.

- Precisamente. Pero claro, aquellos jueguecitos no podían durar mucho.

- Obviamente.

- Tras un par de clases arrimando la cebolleta, me presenté en casa de Yoli decidido a ir un poquito más allá – dijo Jesús.

- ¿Y qué hiciste?

- Cuando llegué, el aspecto de Yoli me decidió por completo. Se había puesto un top con unos tirante super finos, que dejaban sus hombros al descubierto. La niña quería sensaciones más intensas… Y yo se las di.

Me imaginaba qué venía a continuación.

- En cuanto estuvimos en su cuarto, le mandé unos cuantos ejercicios que ella se apresuró a resolver, sentándose erguida en su silla como hacía últimamente. Yo, por mi parte, me dediqué a sobarme el falo por encima del pantalón hasta que estuvo bien enhiesto, pero no me acerqué a ella en ningún momento.

- ¿Por qué?

- Me divertía observar cómo se iba poniendo cada vez más nerviosa. Disimuladamente, intentaba mirar de reojo para poder ver qué estaba haciendo yo y por qué demonios no me acercaba a ella de una vez. A medida que pasaban los minutos y yo no hacía nada, ya no se preocupaba de mirar con disimulo, sino que volvía la cabeza hacia mí y me interrogaba con la mirada.

- Y tú sonreías – dije, imaginándome el cuadro.

- Exacto – corroboró Jesús, dedicándome una de aquellas sonrisas.

- Pero finalmente fuiste a por ella – dijo Gloria hablando de nuevo.

Jesús hizo una pequeña pausa antes de continuar.

  • Sigue con tus ejercicios, Yolanda – le dije – No te distraigas.
- La pobre pegó un respingo y volvió a inclinarse sobre su hoja de papel. Yo, sin pensármelo más, me abrí la bragueta y me saqué la polla, que estaba dura y rezumante como nunca.

Sentía la boca seca. El refresco se había terminado y el relato me tenía completamente cautivada.

- Enarbolando mi pene como una lanza, me aproximé muy despacio a Yolanda. Pude ver perfectamente cómo su cuerpo se tensaba, nerviosa al percibir que íbamos a reanudar nuestros jueguecitos. Pero no se había dado cuenta de que esta vez mi polla estaba desnuda.

- Menuda situación.

- Morbosísima – asintió Jesús – Por fin, agarrándome la verga por la base, la apoyé suavemente en la piel desnuda del hombro de Yolanda y empecé a frotarla muy despacio. Los fluidos preseminales dibujaban regueros brillantes sobre ella y mi mente, un poco enturbiada, pensó en dibujarle mi firma en la espalda.

- Muy bueno – reí.

- Por fin, ella notó que aquello era distinto de lo habitual y, muy despacio, giró la cabeza hasta encontrarse frente a frente con mi polla. Sus ojos se abrieron como platos y su boca pareció estar a punto de soltar un grito… pero no lo hizo.

- Sigue, sigue – le apremié mientras él echaba un trago a su refresco.

  • ¿Te gusta, preciosa? – le pregunté agitando lentamente mi polla frente a su cara.
- Mientras le decía esto, levanté con los dedos el tirante de su top y deslicé mi verga entre éste y su piel. Moviendo ligeramente las caderas, mi erección parecía tirar hacia arriba del tirante, cómo si intentara desnudar a mi alumna él solito.

  • Yo… yo… - balbuceó ella, con la piel tan roja que parecía imposible.
  • Pues… si te gusta… dale un besito.
- ¿Y lo hizo? – pregunté sin poder contenerme.

- Al principio no. Se quedó contemplándome con los ojos muy abiertos, parecía ir a echarse a llorar.

  • Bueno, si no quieres… – le dije – No pasa nada. Mira, siento lo que ha pasado, había malinterpretado lo que estaba pasando entre nosotros. Eres muy bonita y no he sabido controlarme. Bueno, ahora será mejor que me marche. Le diré a tu madre que no soy el adecuado para darte las clases, pero te pido por favor que no le cuentes esto a nadie, podría perjudicar mucho a mi padre y él no tiene la culpa de nada.
- ¿Dijiste eso en serio? – pregunté extrañada.

- ¡Qué va! Era una sarta de mentiras, pero ya había calado por completo a Yoli y sabía cómo iba a reaccionar. La tenía en el bote.

Yo estaba bastante de acuerdo.

- Fingiendo estar cohibido, me guardé la verga en el pantalón y caminé hacia la puerta. No me dejó ni llegar. De repente, Yoli se abalanzó sobre mí y me abrazó con fuerza desde atrás, apretando sus tetazas contra mi espalda. Yo sonreía, pues sabía que había ganado.

- Para que luego diga la niña, que ella no es puta – dijo Gloria sin poder seguir callada.

La verga de Jesús, bajo las delicadas caricias de Gloria, había empezado a ganar volumen, así que su dueño decidió pasar por alto la nueva interrupción.

  • Entonces, ¿me la besarás? – le pregunté a Yolanda sin darme la vuelta.
- Pude percibir cómo ella asentía con la cabeza a mi espalda.

- ¡Qué cabrito! – pensé de nuevo para mí.

- Me di la vuelta y la atraje hacia mí, dándole un morreo de campeonato. Le metí la lengua hasta la tráquea y ella me devolvió el beso con entusiasmo pero con nula experiencia.

- Entonces sí que era virgen – dije.

- Virgen e inexperta – confirmó Jesús – La tomé de la mano y caminé hacia su cama, donde me tumbé. Como la cama estaba junto a una pared del cuarto, apoyé la espalda en la misma y dejé los pies en el suelo. En un segundo, me había sacado otra vez la chorra del pantalón y la exhibía ante Yolanda, que no se perdía detalle.

  • Pues ya puedes empezar – le dije.
- Me sentía loco de excitación cuando la chica se arrodilló entre mis piernas abiertas y posó sus manitas en mis muslos. Estaba tan excitado que la polla me daba saltitos, como si diminutos calambres recorrieran mi miembro. Cuando su tímida manita se aferró a mi instrumento, creí que iba a enloquecer. Me faltó poco para arrancarle la ropa y violarla en ese mismo momento.

- ¿Y te la chupó?

- Pues claro que se la chupó. Qué coño te crees – dijo Gloria.

Y Jesús ya no aguantó más.

- ¡Me tienes hasta los huevos, zorra! – le gritó haciendo que la chica se encogiera sobre el colchón – Como te habías portado muy bien, te he hecho caso y he empezado a contarte la historia, pero tú no callas ni un momento.

- ¡Perdón, Amo! – gimoteó Gloria, por fin consciente de que había estado cabreando a Jesús - ¡Me quedaré callada! ¡No diré nada más!

- ¡Y tanto que no lo harás, puta! ¡Yo me encargaré de que no puedas decir ni pío!

Agarrándola bruscamente por el pelo, Jesús le dio un fuerte tirón, arrastrando la cabeza de la joven hacia su entrepierna. Ésta, con las lágrimas saltadas, comprendió lo que pretendía su Amo y no se resistió, abriendo enseguida los labios y recibiendo en ellos la erección que su propia mano había originado. Jesús empujó con fuerza, hasta que su polla se hundió por completo en la garganta de la joven, que boqueaba y daba arcadas medio asfixiada, con las lágrimas resbalando por sus mejillas.

Cuando Jesús apartó la mano de su cabeza, la pobrecilla sacó un trozo de verga de su boca, logrando recuperar el aliento y, sin dejar de llorar, empezó a mamársela a su Amo.

- ¿Quién cojones te ha dicho que me la chupes, puta? – gritó Jesús obligándola a tragar su nabo de nuevo por completo - ¡Te vas a quedar ahí quietecita, con mi polla metida hasta el fondo! ¡Y como se te ocurra potar en la cama te voy a dejar el culo en carne viva! ¡Y desde ahora mismo vuelves a ser el número seis!

Yo estaba alucinada por lo rápido y violento del episodio, aunque, en el fondo, no estaba nada sorprendida, pues llevaba rato viéndolo venir. Incluso a mí me habían molestado las continuas interrupciones de Gloria, así que a Jesús…

Y de repente, todo se calmó; Jesús volvió a reclinarse contra el cabecero y, dándose unas palmaditas en el pecho, me hizo volver a apoyar la cabeza en su torso. Desde esa posición, tenía un primer plano del lloroso rostro de Gloria, y pude observar cómo se esforzaba en relajar los músculos de la boca y la garganta para que el intruso de dura carne no le provocara demasiadas arcadas y la hicieran vomitar.

Me acordé de cómo un par de días atrás, Jesús me había obligado a permanecer en mi coche en la misma postura que estaba Gloria ahora y de cuánto me había costado soportarlo, y eso que fue poco tiempo. Me compadecí de la chica, por más que estuviera de acuerdo en que se merecía un castigo por importunar a nuestro Amo.

- Bueno, como ya no nos interrumpirán más, sigo con la historia perrita – dijo Jesús acariciándome el cabello.

- Estupendo Amo – dije con voz queda.

- Pues bien, cuando por fin Yoli se animó y posó sus tiernos labios en mi verga, estuve a punto de acabar. El morbo que tenía aquella chica era demasiado. Ver cómo su delicioso lunarcillo se movía mientras deslizaba sus carnosos labios por mi rabo… Ufff. Increíble. Aunque, la verdad, no tenía ni puta idea de cómo chuparla, su misma inexperiencia lo hacía todavía más excitante.

  • Así no, cariño – le dije – Empieza chupando la punta, sigue por el tronco, ensalivándola un poco y, mientras, me acaricias los huevos con la otra mano. Cuando esté bien mojada, puedes meterte la punta en la boca y luego… tanta como puedas.
- El morbazo que tenía por saber que sin duda la mía era la primera polla que sobaba aquella putilla me hizo estremecer. Era un diamante en bruto, sin pulir y sólo de pensar en todo lo que podía enseñarle y hacerle… Uffffff… Era la ostia.

Hasta yo estaba excitada.

- La nena seguía mis instrucciones como podía, lameteándomela y chupándomela de arriba a abajo, mientras sus ojos se clavaban fijamente en los míos. Y, cuando por fin se metió un pedazo en la boca… no pude más.

- Te corriste – asentí.

- No. Le compuse un soneto, no te jode.

Me eché a reír, haciéndole sonreír también a él.

- Cuando noté que mis huevos entraban en erupción, no pude contenerme y le sujeté firmemente la cabeza, para que se tragara toda mi corrida.

- Menuda iniciación – pensé.

- Ella forcejeó un poco, pero yo no cedí un ápice, así que me vacié por completo en su garganta. Mi leche desbordó su boca y un hilillo se escapó por la comisura de sus labios, manchándole el top.

  • Te queda mucho por aprender, cariño – le dije – Pronto aprenderás a no desperdiciar ni una gota.
- Cuando la liberé, la pobre se levantó y, dando arcadas, salió corriendo hacia la puerta del baño que había en su habitación. Enseguida escuché el agua del grifo correr y a la dulce jovencita escupiendo. Tras guardarme la verga y arreglarme la ropa, la seguí al aseo. Estaba frente al lavabo, inclinada enjuagándose la boca. Me aproximé por detrás y pegué mi entrepierna a su trasero, agarrando y amasando sus enormes tetas con las manos.

  • No ha estado mal para ser la primera vez – le dije mientras nos mirábamos el uno al otro en el espejo – El próximo día lo harás mejor.
- ¿No te la follaste? – inquirí un tanto incrédula.

- Ese día no. Pero no adelantemos acontecimientos. Para ser una pija reprimida y mojigata, aquello había sido un salto de gigante. Era mejor ir poco a poco, tirando del sedal paulatinamente, que querer una captura rápida y que el pez acabara escapándose.

- Entiendo.

- Además, para sacarme las ganas tenía a mis otras golfas. Esa tarde me fui otra vez a casa de Gloria y la enculé a gusto, ¿verdad, putilla?

Gloria, con lágrimas en los ojos, se las apañó para asentir manteniendo la verga hundida hasta el fondo de la garganta. Tenía mérito.

- ¿Lo ves, zorra? Ya he conseguido que te calles. Soy listo ¿eh?

Ella volvió a asentir.

- Bueno, pues el día siguiente regresé super contento a las clases. La media horita que pasamos de charla con Natalia estuvo muy bien, pues mientras ella hablaba por los codos, yo observaba a Yolanda que, coloradísima, no se atrevía ni a mirarme.

- ¿Te la tiraste ese día?

- Paciencia, perrita, paciencia. Ese día me hizo otra mamada. Al principio no quería, pero no me costó nada convencerla. Pero esta vez hice que se arrodillara en el colchón a mi lado, para poder sobar su cuerpazo mientras me la comía.

- Ibas poco a poco.

- Exacto. Cada día un pasito más. El siguiente día, le subí la falda por detrás y la masturbé mientras me la chupaba, acariciando su culazo. Pero no la dejé correrse, sino que paré cuando estuvo a punto y me largué, dejándola cachonda perdida.

- Pero tú si te corriste – dije.

- Of course, darling. Y ella se lo tragó todito. Aprendía deprisa.

- Como todas – pensé.

- Y a la semana siguiente… la gran función.

- Te la follaste – dije innecesariamente.

- Me la follé. Y cómo me la follé.

- Cuenta, cuenta.

- Esta vez pasamos por completo de dar clase y fuimos directamente al asunto. Hice que me la chupara en cuanto entramos al cuarto, pajeándola de nuevo para ponerla a tono.

Yo ya estaba deseando que Jesús me hiciera lo mismo a mí.

- Cuando lo tuvo bien empapado, la tumbé en la cama y me puse encima. Ella, ya con más experiencia, comprendió mis intenciones y se resistió un poco, pero sin auténticos deseos de que parara. Me agarré la polla, la froté en su coño y se la metí de un tirón.

- ¿De un tirón? – exclamé - ¡Jesús, que era virgen! ¡Le harías daño!

- ¡Y a mí qué! – respondió Jesús encogiéndose de hombros – Aquella furcia estaba deseando que le pegara un pollazo y yo se lo di. A esas alturas ya había caído la imagen de niña de papá buenecita y obediente. Era una puta como todas y yo le di lo que estaba deseando.

- No, si lo entiendo, pero…

- Ni peros, ni leches. Ella se lo había buscado. Ya me conoces, perrita, yo os doy ni más ni menos que lo que queréis… pero también tomo lo que quiero.

- Sí, es verdad – asentí abrazándome con más fuerza a él.

- Pues eso. Me la follé como quise. La niñata gemía y sollozaba, pidiéndome que fuera más despacio, pero a mí me daba lo mismo. Tenía un coñito tierno, húmedo y caliente enterito para mí y quería disfrutarlo. Como no paraba de gimotear, hice que se diera la vuelta y me la follé a cuatro patas, apretándole la cara contra la almohada, no fuera a ser que su madre la escuchara y viniera a interrumpirnos.

Me acordé de las veces que me había hecho a mí lo mismo y me excité más todavía, pues podía ponerme perfectamente en el pellejo de la pobre Yolanda e imaginar lo que había experimentado.

- Pronto empecé a notar que la niña estaba gozando un poco, pues ya no lloraba ni se resistía tanto, gimiendo contra la almohada de forma muy erótica. Cuando me corrí, le eché toda la leche en el coño, vaciándome a gusto. Se la saqué y me quedé observándola, allí tirada y sudorosa sobre la cama, con la ropa revuelta y sus enormes tetones al descubierto. Me dieron ganas de follármela otra vez.

- ¿Y no lo hiciste?

- No. Había sangrado y eso me cortó un poco el rollo. Fui al baño y me limpié la polla, que estaba un poco manchada y regresé al cuarto. Estaba sobre su cama, con las rodillas abrazadas, sollozando un poco. Me senté a su lado y le acaricié el pelo. Ella se encogió.

  • Eres un cabrón – me espetó sorprendiéndome un poco, pues no cuadraba con ella lo de decir tacos – No tenías por qué ser tan brusco. Me has hecho daño.
  • ¿Y qué? – le contesté – La primera vez siempre les duele a las tías.
  • Podrías haber sido más delicado – me dijo con sus ojos llorosos mirándome fijamente.
  • ¿Para qué? Tú querías que te follara y yo lo he hecho. Y no me digas que al final no has empezado a disfrutar.
  • ¡Yo no quería que me follaras! – exclamó con tono enfadado.
  • ¿Ah, no? ¿Y por eso llevas dos semanas chupándomela? ¿Qué creías que iba a pasar?
- No supo qué responderme.

  • Mira niña. Haz lo que te dé la gana. Si quieres cuéntaselo a tu madre, que yo le contaré nuestros jueguecitos y cómo me la has chupado.
  • ¿Y piensas que te iba a creer? – me dijo con los ojos echando chispas - ¡Se lo diré a mi padre y verás cómo despide al tuyo!
  • Me importa una polla – respondí encogiéndome de hombros – Lo que le pase a mi viejo me la trae al pairo. Pero tú… seguro que a tu papi le encanta el escándalo cuando se sepa que su nena es una comepollas.
  • ¡Cabrón!
  • Aunque… por otra parte – le dije en tono zalamero – Podríamos seguir como hasta ahora y cuando vuelva el lunes… te doy lo tuyo otra vez. Una vez pasada la primera vez te aseguro que vas a pasarlo muy bien…
  • Y una mierda.
  • O también podrías callarte y seguir dando clases como si nada. Tus padres no se enterarían de que su hija ya no es virgen y aquí paz y después gloria. Seré tan sólo tu profesor. Como tú quieras.
- Siguió mirándome fijamente.

  • Esto es lo que haremos. Hoy es viernes. Si el fin de semana pasa sin que tu padre venga a buscar mis pelotas, entenderé que quieres seguir con las clases, así que volveré el lunes como si nada hubiera pasado.
- Ella seguía sin decir nada.

  • Y si el lunes regreso y… - le dije acercándome a ella hasta que nuestros rostros quedaron casi pegados - …compruebo que bajo tu ropa no llevas bragas ni sujetador… entenderé que quieres que sigamos jugando.
- Y me largué – concluyó Jesús.

- ¿Y qué pasó?

- El lunes recibí una llamada de Natalia. Me dijo que Gloria no se encontraba bien, así que era mejor suspender la clase.
 
Atrás
Top Abajo