Dominada por mi alumno

Buuuf, que pasada, había estado unos días sin poder pasar por aquí y esto cada vez estña mejor. Me encanta el relato, como avanza poco a poco.

¡Gracias!
 
Capítulo 19: La historia de Rocío (Parte 2):




- ¿Qué buscabas? – pregunté intrigada.

- La pistola de mi padre.

- ¡Dios mío! – exclamé al comprender las implicaciones de lo que Rocío me decía.

- Me vestí como el Amo me había indicado, sin usar ropa interior, pero mi intención era únicamente lograr que me dejara entrar en su casa.

- ¿Ibas a matarle? – exclamé horrorizada.

- Estaba completamente decidida. O eso creía yo.

Estaba flipando con lo que escuchaba. Aunque, en realidad, tampoco era nada tan extraño. ¿Acaso no había deseado yo misma que Jesús se muriera la noche después de nuestro primer encuentro?

- Me dirigí a la dirección que figuraba en la tarjeta y subí al piso. Jesús me abrió la puerta y, al verle, me quedé paralizada.

- ¿Por qué? – pregunté.

- ¡Porque estaba en pelotas y empalmado, tonta – exclamó Gloria riendo, incapaz de permanecer callada ni un segundo más.

- Exactamente. Cuando le vi, con el pene erecto apuntando hacia mí, con la piel brillante por el sudor… sentí cómo mi vagina se estremecía, mientras un escalofrío me recorría de la cabeza a los pies.

- Ya me imagino – asentí.

- Durante un instante, me olvidé por completo de mis intenciones y me quedé mirando embobada su erección. Entonces escuché la risilla del Amo, lo que me devolvió a la realidad.

  • Vaya, vaya, has tardado un poco más de lo que pensaba. Pensé que vendrías ayer mismo.
  • No… no… - acerté a responder
  • Y bien, ¿has traído tu entrada?
- Comprendí perfectamente a qué se refería, así que lentamente, me subí la falda para que pudiera verificar que iba sin bragas. Lo hice con cuidado, pues llevaba la pistola a mi espalda, metida en la cinturilla de la falda, no fuera a ser que se cayese.

- Jesús, al comprobar que llevaba el coño al aire, sonrió y la hizo pasar – continuó Gloria, necesitada de hablar – Yo, que no quería que me pillaran espiando, corrí a la cama y me eché encima de un salto. Pocos segundos después, entró en el cuarto Jesús, aún con su empalmada en ristre, seguido por esta guarrilla, con una cara de acojone que daba risa.

- Era normal – intervine –teniendo en cuenta lo que pensaba hacer…

- Sí, supongo – coincidió mi alumna – Pues bien, Jesús se tumbó a mi lado y empezó a acariciarme las tetas. Me empujó un poco para que quedara de espaldas a él, estando los dos de costado y empezó a frotarme la polla por mi rajita desde atrás, lo que me hizo abrir las piernas, loca porque continuase con la faena, pero entonces…

- Jesús me indicó que me desnudara – siguió Rocío – Durante un segundo estuve tentada de obedecerle, pero logré reunir valor suficiente y saqué la pistola apuntándoles a ambos.

- Lo de valor suficiente es un decir - interrumpió Gloria - Porque las manos le temblaban tanto que, aunque estaba a menos de un metro de nosotros, no creo que nos hubiera acertado a ninguno.

- ¿No te dio miedo? – pregunté dirigiéndome a Gloria.

- ¿Estás de coña? – exclamó ésta - ¡Casi me cago encima del colchón! De no ser porque Jesús me agarró con fuerza, impidiéndome levantarme, hubiera quedado una silueta de mí atravesando la puerta de la casa…

- Yo también estaba asustadísima… No comprendo cómo se me ocurrió hacer aquello – susurró Rocío.

Estuve a punto de decirle que la comprendía, pero me lo pensé mejor y callé, no fuera a ser que alguna le contara a Jesús que yo también había pensado en cargármelo.

- Pues ni te cuento yo. En mi vida me habían apuntado con un arma. Y espero que esa fuese la última vez…

- Ya me imagino – coincidí.

- Estaba aterrorizada – siguió Rocío – A esas alturas no sé si pretendía hacerle daño de verdad, creo que realmente no me hubiese atrevido a apretar el gatillo, pero al menos quería darle un susto de muerte al Amo, vengarme y humillarle… hacerle suplicar por su vida, porque sentía que eso me ayudaría a recuperar el control de la mía pero…

- Pero, ¿qué? – pregunté al ver que Rocío detenía la narración.

- No conseguí nada – concluyó.

- ¿Por qué no?

- Porque el Amo no se amilanó lo más mínimo.

  • Vaya, así que has decidido acabar conmigo para vengarte – me dijo tranquilamente.
  • ¡Sí, cabrón, voy a volarte las pelotas! – respondí, enfadada sobre todo porque él no se mostrara asustado.
  • Pues vale, si es lo que quieres hacer…
  • ¿Q… qué?- balbuceé sin podérmelo creer.
- Yo tampoco podía creérmelo – interrumpió Gloria.

  • Que si es lo que quieres hacer… no puedo hacer nada para impedírtelo. Estoy tumbado en la cama y tú estás de pié con un arma. Si intento quitártela me volarás la cabeza, así que no puedo hacer nada. Si estás decidida a ir a la cárcel, adelante, dispara.
  • ¡Voy a hacerlo! – grité reuniendo los pocos arrestos que me quedaban.
  • Pues hazlo. Pero antes quiero pedirte dos pequeños favores.
  • ¿Có… cómo? – murmuré.
  • Que me concedas dos favores antes de matarme. Ya sabes, la última voluntad del condenado.
  • Ha… habla – tartamudeé.
  • Primero, que no le hagas daño Gloria. Ella no tuvo la culpa de lo que pasó y no podría haber hecho nada para impedirlo. Además, si yo se lo ordeno no testificará en tu contra en el juicio así que no tendrás que preocuparte.
- ¡Cuánto quise a Jesús en ese momento! Casi me echo a llorar – exclamó Gloria, incapaz de contenerse.

  • Y… ¿y el otro...? – susurré.
  • Que me dejes terminar el polvo que estaba echando. No quisiera morirme empalmado sin haberme corrido.
- No podía creérmelo. La desfachatez del Amo me dejaba anonadada. Nada estaba saliendo como yo había planeado.

  • Quien calla otorga – dijo el Amo al ver que yo me había quedado con la boca abierta.
- Y ni corto ni perezoso me endiñó un cipotazo desde atrás. Yo no me lo esperaba para nada, pues no podía creerme que se dedicara a follarme tranquilamente mientras una loca nos apuntaba con una pistola, pero, cuando quise darme cuenta, ya la tenía enterrada hasta el fondo y me estaba propinando sus formidables culetazos en el coño.

- Me quedé atónita al ver cómo empezaba a tener sexo con el Ama Gloria ignorándome por completo. Yo miraba estúpidamente la pistola, como queriendo asegurarme de que realmente estaba allí…

- Y Jesús, importándole todo un bledo, siguió folla que te folla, sujetándome bien fuerte, no fuera a ser que me diera por salir cagando leches de allí.

- ¿Y te hubieras escapado dejándole allí? – pregunté.

- ¡Ay, cariño! ¡En cuanto me la metió se me fueron de la cabeza todas las ideas de fuga! ¡No sé si fue porque aquel podía ser su último polvo, pero lo cierto es que me aplicó un tratamiento de primera categoría.

- Madre mía – dije sin saber si reír o llorar.

- Jesús siguió martilleándome el coño a lo bestia. Cuando se hartó de la posición me cogió por la cintura y, sin sacármela, me puso a cuatro patas y siguió follándome de rodillas desde atrás. Me penetraba con violencia, con empellones secos y certeros, que me hacían ver las estrellas. Me corrí a lo bestia, escuchando cómo su polla chapoteaba en mi inundado coño.

- ¡Es verdad! – exclamó Rocío - ¡Aquel sonido! El ruido que hacía su pene al clavarse me estaba volviendo loca. Me sentía caliente, no podía pensar con claridad. Mis ojos estaban fijos en el pene del Amo, viendo cómo se hundía una y otra vez en Ama Gloria… y yo solamente deseaba ocupar su lugar….

  • Déjate ya de tonterías y únete a nosotros. Desnúdate de una puta vez – me ordenó el Amo de repente.
- Y obedecí. Como un autómata dejé caer la pistola sobre la alfombra. Con rapidez, me despojé del jersey, la minifalda y los zapatos y me subí a la cama donde el Amo seguía hundiéndose una y otra vez en ella – dijo Rocío apretando levemente sobre los hombros de Gloria – Me acerqué al rostro del Amo e intenté besarle, pero él apartó la cara, poco dispuesto a perdonarme.

  • ¿Quieres besarme? – siseó - ¿Crees que voy a besar a una furcia que ha intentado matarme? ¡Aún te queda mucho antes de que te permita algo semejante!
  • Jesús, yo… - balbuceé confundida.
  • ¡Nada de Jesús, zorra! ¡Para ti soy, ahora y para siempre tu AMO!
  • Sí, Amo, lo que usted diga – asentí.
  • Y si quieres besar algo de mí, puedes empezar por ¡MI CULO!
- Entendí perfectamente lo que el Amo me pedía. Ya lo había hecho antes con otros chicos. Me arrodillé detrás de él y le separé las nalgas con mis temblorosas manos, hundiendo mi cara en medio. Enseguida, empecé a estimular su ano con mi lengua, chupándolo con ardor y tratando de llegar cada vez más adentro.

- Aquello le gustó mucho a Jesús, pues empezó a jadear y a gemir de placer y redobló sus esfuerzos en mi coño. Yo se lo agradecí con un nuevo orgasmo, que me dejó ya medio desmayada y sin fuerzas, aunque a él le dio igual pues siguió follándome con las mismas ganas.

  • ¡Límpiamelo bien, puerca! – gritó Jesús - ¡Que esta mañana he cagado un montón y no me he limpiado!
- ¿En serio? – exclamé incrédula.

- ¡Bah! – dijo Gloria – era una mentira para humillar a Rocío. ¿No te has dado cuenta de que Jesús es muy limpio?

- Sí, era mentira – dijo Rocío – Y yo lo sabía, pero me encendió el que me insultara. Tenía la vagina empapada….

- Jesús te calibró bien, ¿eh guarrilla? – rió Gloria.

- Sí. El leyó a través de mí y comprendió mis auténticos deseos…

Las miré un par de segundos, atónita y alucinada por lo que me estaban contando. Aunque, en el fondo, lo que pensaba es que me hubiera gustado estar en su lugar.

- Cuando Jesús notó que iba a correrse me la sacó del coño y apartó a Rocío de un empujón, dejándola tumbada sobre el colchón. De rodillas acercó su polla hasta la cara de esta guarra y se la metió en la boca hasta la garganta.

- Casi me ahogo de la impresión, su pene se abrió paso sin compasión entre mis labios y se deslizó por mi garganta. No pude soportar las arcadas y traté de apartarme, pero el me sujetó con fuerza, manteniendo mi cara apretada contra su ingle.

- Y se corrió, claro – aseveré de forma totalmente innecesaria.

- ¡Y tanto que lo hizo! – rió Gloria - ¡Esta golfa no podía con tanta leche y gemía y lloraba tratando de escapar de Jesús, pero él se mantenía firme vaciando las pelotas en su garganta!

- Comprendí que lo único que podía hacer era tragármelo todo – siguió Rocío con entusiasmo – aunque no podía con tanto semen y parte se escapaba por la comisura de mis labios, pues tenía toda la boca llena. Cuando el Amo estuvo satisfecho, me empujó a un lado y yo caí sobre el colchón, escupiendo sobre la alfombra gruesos pegotes de semen.

- Me dio hasta pena verla así, pero ni se me pasó por la cabeza protestar, no fuera a ser que me hicieran a mí lo mismo – dijo Gloria.

  • Vamos, venid conmigo, que estoy todo sudado y quiero ducharme – ordenó Jesús.
- En cuanto salió del dormitorio ayudé a Rocío a levantarse. Tenía miedo de que se cabreara otra vez y cogiera de nuevo el arma, pues Jesús había pasado olímpicamente de ella y la había dejado allí tirada.

- Pero a mí ni se me pasó por la imaginación hacer algo semejante. Sólo quería ir detrás del Amo y hacer lo que me ordenara, para ver si así recibía un premio como el Ama Gloria.

- Le seguimos al baño y nos metimos todos en la bañera, donde las dos nos dedicamos a lavar el cuerpo de Jesús.

- Sí, ya sé cómo va eso – dije.

- Lo que le hacíamos debía de gustarle, pues poco a poco la polla fue poniéndosele morcillona. Entonces nos ordenó que se la chupáramos. Ni cortas ni perezosas nos arrodillamos frente a él y procedimos a asearle el falo con nuestras lenguas, mientras éste crecía cada vez más.

- Cuando estuvo bien duro – siguió Rocío – el Amo me obligó a darme la vuelta y a ofrecerle mi culo.

- Con la habilidad que le caracteriza en estos menesteres, Jesús se la colocó en el culo y se la clavó hasta el fondo, mientras Rocío gritaba como si le rompieran el alma.

- Es que me dolió mucho, Ama Gloria, yo no esperaba que me sodomizaran con tanta fuerza, sino que pensaba que el Amo iba a usar mi vagina.

- Sea como fuere, los gritos de esta golfa molestaron a Jesús.

  • Tápale la boca a esta puta, Gloria – me ordenó.
- Y claro, yo se la tapé con lo que más tenía a mano.

- Déjame que lo adivine – la interrumpí riendo – Le pusiste el coño en la boca.

- ¡Toma, claro! ¡Y la verdad es que me lo comió bien comido! ¡Desde luego no era su primera vez.

- No, no lo era. Como mi Amo me ordenaba que le diera placer al Ama Gloria, yo me dediqué a ello con ahínco, mientras sentía cómo el pene del Amo se hundía una y otra vez en mi trasero. Poco a poco el dolor fue menguando y enseguida me encontré disfrutando al máximo.

- ¡Digo! ¡No veas cómo gemía y aullaba contra mi coño! ¡Había hasta eco! – exclamó Gloria.

- Eso es mérito suyo - retrucó Rocío haciéndonos reír a la tres.

- Jesús siguió dale que te pego en el culo de ésta hasta que se hartó y se la clavó en el coño.

- ¡Oh, fue maravilloso cuando la verga del Amo se deslizó en mi vagina! ¡Me sentí tan feliz que llegué al orgasmo!

- Y yo también. Cuando esta guarra se corrió me chupó el coño con tantas ganas que yo también me corrí.

- Por desgracia el Amo también estaba a punto y llegó al clímax enseguida, pues por mí hubiéramos seguido así para siempre. Su semen inundó mi vientre como antes había hecho en mi boca y me sentí feliz y satisfecha.

  • Será mejor que empieces a tomar la píldora si es que no lo haces ya – me dijo el Amo mientras se retiraba de mi interior – Aunque la verdad es que me importa una mierda si lo haces o no.
  • Sí, que lo hago… Amo – respondí.
  • Pues vale.
- Dicho esto terminó de enjuagarse y salió de la bañera con una toalla.

  • ¡Recoged esta pocilga! – nos gritó.
- Obviamente, ambas obedecimos rápidamente – dijo Rocío.

- Y tanto. El resto del fin de semana fue más o menos igual. Jesús nos hizo estar desnudas a todas horas y nos usaba cómo y cuando quería – dijo Gloria.

- Sí. Yo estaba deseando en todo momento que el Amo viniera y se encargara de mí.

- Supongo que por la novedad, Jesús se folló a esta guarra más veces que a mí ese fin de semana.

- Lo siento mucho, Ama – dijo Rocío, de nuevo compungida.

- ¡Bah! No fue culpa tuya. Además, yo también tuve mi ración, pues Jesús me dijo que podía ordenarle a Rocío lo que me diera la gana.

- Y tú le pediste el tratamiento completo, claro – dije sonriendo.

- El completo… varias veces. Y el completísimo… Unas cuantas también – respondió Gloria sonriendo a su vez.

- El Amo me usó como quiso, lo que me llenó de felicidad. Por ejemplo, esa noche televisaron el partido de su equipo y el Amo me hizo chupársela mientras veía el partido.

- ¡Seguro que se corrió cuando marcaron un gol! – reí.

- Bueno, la verdad es que primero marcaron los del otro equipo. El Amo se enfadó y dijo que era culpa mía, por no chupársela bien, por lo que me dio unos azotes.

- ¿Que era culpa tuya? – exclamé sorprendida.

- Era solamente una forma de marcar territorio – intervino Gloria – Aunque el culo se lo dejó como un tomate.

- No me importó. Me había portado muy mal con el Amo… le había amenazado con un arma… me merecía el castigo – dijo Rocío con la mirada baja.

- Esa noche yo dormí con Jesús en la cama – dijo Gloria – Y ésta tuvo que dormir en la alfombra… con el consolador negro otra vez metido en el coño…

- ¿En serio? – exclamé atónita - ¿Te ató otra vez?

- No, no – dijo Rocío meneando la cabeza – Sólo me hizo dormir con el dildo alojado en mi interior. Y ni siquiera fue entero…

- ¿Y por qué hizo eso?

- Para que aprendiera cual era mi lugar.

Las tres nos quedamos calladas. Rocío se mostraba ahora un tanto cohibida, como si se avergonzara ahora de todo lo que me había contado.

- El domingo por la noche regresó Esther a la casa. Jesús sabía que su padre no vendría, así que nos quedamos con él las tres – dijo Gloria – Entonces nos indicó a su madrastra y a mí que, a partir de entonces, Rocío sería una más del grupo y que cualquiera de nosotras podría ordenarle lo que le viniera en gana, pues tendría que obedecernos como si se tratara de él.

- A mí no me importó en absoluto – siguió Rocío – Pues lo único en que podía pensar era en que Jesús volviera a usarme como le complaciera.

- Y entonces instauró lo de los rangos – intervine.

- ¡No, no! Eso fue mucho después. En ese momento éramos sólo tres y, aunque Esther y yo no nos llevábamos muy bien, todavía no era necesario nada semejante, pues Jesús se las apañaba para tenernos controladas. Esther me veía como algo parecido a la novia de Jesús, por lo que se sentía celosa y me incordiaba todo lo que podía, pero Rocío… no era una amenaza para nadie, pues lo único que quería era que le mandáramos cosas.

- Sí, así descubrí mi verdadera naturaleza – dijo la chica.

- ¡Joder! – exclamé - ¡Menuda historia! ¡Y yo que pensaba que lo mío había sido fuerte! ¡No sé si habría podido soportar lo que te pasó a ti!

- Oh, sí que lo hubieras hecho… - dijo Rocío mirándome enigmáticamente.

Un nuevo silencio sepulcral se apoderó de la sala del jacuzzi.

- Pero no te creas que todo fueron cosas malas para nuestra Rocío, ¿verdad, nena? – dijo Gloria.

- No, por supuesto que no – respondió la aludida.

- Sí, ya lo pillo – intervine yo – Lo que a ella le gusta es ser humillada y maltratada por todos, así que se lo pasa muy bien con todo esto.

- ¡No sólo me refiero a eso! – exclamó Gloria - ¡Hablo de cambios en su vida!

- ¿En su vida? – pregunté extrañada.

- ¡Claro! – exclamó Gloria – A partir de ese instante, Jesús la apartó de esa pandilla de macarras que abusaban de ella.

- Para abusar de ella él mismo – pensé en silencio.

- Se acabaron los trapicheos de drogas, las peleas y los follones. Como se veía que Rocío no valía para estudiar bachillerato, le consiguió plaza en una academia de estética. ¡Y lo pagó todo de su bolsillo!

- ¿En serio? – exclamé sorprendida.

- ¡Y tanto! Entre los tres buscamos cual podría ser la vocación de Rocío y descubrimos que era muy buena con los masajes, así que la metimos en el cursillo y ya lleva casi un año trabajando aquí. Le va muy bien, folla cuanto quiere y gana un buen dinero ¿verdad, golfilla?

- Es cierto. Además, desde mi posición puedo colaborar para que las el Amo y las otras siervas puedan disfrutar de estas instalaciones – dijo la chica.

- ¿Y no pueden pillarte? – pregunté.

- No lo creo. Tengo mucho cuidado. Pero, si pasara algo… mantengo una relación con el encargado del centro y estoy segura de que podría evitar el castigo.

- Eso es por todo lo que le haces, guarrilla… - bromeó Gloria salpicando con agua a Rocío.

- Y eso… ¿te lo ordenó Jesús? – indagué.

- ¡Oh, no! El Amo nos permite a todas mantener relaciones con quien queramos, siempre que estemos listas en cualquier momento para que él pueda usarnos. Martín es simplemente… algo así como un novio.

- ¿Y disfrutas con él? – pregunté mirando fijamente a Rocío.

- Ni la milésima parte que con el Amo – respondió ella sin dudar un segundo – Aunque me temo que eso mismo me pasaría con cualquier hombre que no fuera él.

Eso mismo me temía yo.

Rocío tuvo que marcharse a seguir con sus quehaceres, pues se había hecho tarde y ya no íbamos a tener tiempo de aplicarnos los tratamientos de belleza, así que ella se reincorporó al trabajo.

Gloria y yo seguimos charlando un rato más, especialmente sobre Rocío y su particular relación con el grupo, hasta que el pellejo empezó a ponérsenos como los garbanzos en remojo.

Así me enteré de que Jesús se enfrentó con un par de macarras de la pandilla de Rocío, que no se resignaban a quedarse sin su juguete favorito, pero por lo visto eran unos mierdas y no se atrevieron con él.

Rocío, además, descubrió así quienes eran sus auténticos amigos dentro de su grupo y quienes se juntaban con ella para aprovecharse, con lo que consolidó una fuerte amistad con un par de chicas, a las que ella misma ayudó a salir de esos ambientes tan feos.

Aquello me dejó mucho más tranquila, pues el relato de la historia de Rocío había hecho que me formara una imagen de un Jesús despótico y sin sentimientos y eso era algo que no acababa de gustarme.

Pero al final comprendí que no era así, sino que Jesús, simplemente, nos daba a cada una lo que necesitábamos.

Hartas de estar en remojo salimos del jacuzzi y nos pusimos los albornoces. No hizo falta llamar a nadie para salir de allí, pues Gloria se conocía las instalaciones como la palma de la mano y me llevó sin problemas al cuarto donde estaba mi ropa.

Tras vestirnos, nos reunimos de nuevo en el hall y allí rellené el formulario para darme de alta como socia, que entregamos a la recepcionista. Justo cuando nos marchábamos, Rocío apareció para despedirse y Gloria, sorprendiéndome, le dio dos cariñosos besos en las mejillas. Yo la imité.

- De vez en cuando agradece una pequeña muestra de cariño – me susurró mientras nos marchábamos.

Gloria me cayó todavía mejor después de eso.

……………………………………

Cuando llegamos al bloque era bastante tarde, casi la hora de cenar. Nos montamos juntas en el ascensor y Gloria se despidió de mí en el cuarto, quedando en venir a recogerme por la mañana para ir juntas al colegio. Aunque no tan temprano como ese día.

- Y tranquila, que mañana no hay que masturbar a ningún conserje – me dijo sonriendo mientras se cerraba la puerta del ascensor.

Mi encantador novio me esperaba con la cena preparada, cosa que le agradecí enormemente. Como estaba hambrienta, prácticamente devoré la comida. Como estaba cachonda, prácticamente devoré su polla cuando nos fuimos al dormitorio.

Fue una noche de sexo genial. Pero me dormí algo insatisfecha, pues ese día no había estado con mi Amo Jesús.

A veces parece mentira cómo los problemas se solucionan por si solos. Estaba preocupada por cómo justificar ante Mario mi ausencia la semana siguiente para el cumpleaños de Jesús (porque estaba segura de que esa noche volvería tarde a casa) cuando él, mientras desayunábamos el martes por la mañana, me anunció que le habían cambiado los destinos y que al final tendría que marcharse el sábado, teniendo que pegarse por lo menos una semana en ruta.

En ese preciso instante afloró mi lado más hipócrita, pues mientras me lamentaba en voz alta por tenerle otra vez lejos tanto tiempo, por dentro me sentía contenta y aliviada. Un problema menos.

Tras acabar de desayunar me vestí a toda prisa, pues Gloria debía estar a punto de llegar. Precisa como un reloj, en cuanto estuve lista pegaron al timbre, con lo que sólo tuve que detenerme un segundo para despedirme de Mario antes de reunirme con mi alumna.

Supongo que Mario estaba un poco extrañado porque me dedicara ahora a llevar a mi vecina al instituto, pero si era así no comentó nada.

Gloria me saludó con su sonrisilla maliciosa mientras trataba de echar un vistazo dentro de mi piso, intentando atisbar a Mario. Me daba igual.

Interiormente, esa mañana me sentía muy inquieta y nerviosa. Mientras me vestía, le había estado dando vueltas al coco para determinar la causa de mi nerviosismo, hasta que llegué a la simple conclusión de que todo se debía a que, el día anterior, no había recibido las atenciones de mi Amo.

Sentí incluso un ramalazo de celos al recordar que Jesús había pasado la noche con Kimiko, la dulce japonesa que había conocido por la tarde.

Y lo que era peor, como los martes no tenía clase con el grupo de Novoa, era muy probable que ese día también trascurriera sin que mi Amo viniera a ocuparse de mí. Menuda mierda.

Pero, como he dicho al principio, a veces los problemas se solucionan solos.
 
Capítulo 20: Vuelta a clase:




Gloria y yo llamamos al ascensor y entramos en cuanto las puertas se abrieron. Usé la llave para dirigirnos al sótano a por mi coche, pero, tras ponerse en marcha, el ascensor se detuvo en la planta sexta, pues algún vecino lo había llamado también.

Las puertas se abrieron y una sonrisa maquiavélica se dibujó en mi rostro cuando comprobé que el vecino que subía al ascensor era el quinceañero al que Jesús le regaló el espectáculo de mis tetas y mi coño unos días atrás.

Inmediatamente, mi cerebro recordó las instrucciones de mi Amo para cuando volviera a encontrarme con el chico. Sabía que no era preciso actuar en ese momento, pues Jesús me había ordenado hacerle un regalito cuando estuviésemos a solas y no era el caso, pero mi calenturienta mente imaginó que, si montaba un pequeño numerito, Gloria se lo contaría sin falta a Jesús durante sus clases, con lo que era posible que el Amo se animara a hacerme una visita.

- ¡Hola, Héctor! – saludó Gloria a nuestro vecino, sin imaginarse los pensamientos que poblaban mi mente.

Héctor (que así se llamaba el chico, aunque yo lo ignoraba hasta hacía 5 segundos) se había quedado petrificado al verme, con un pie dentro del ascensor y el otro fuera.

Gloria, extrañada por su actitud, me miró tratando de averiguar qué pasaba, encontrándose con la sonrisa lobuna de mi rostro.

- Vamos, Hector, pasa – dije suavemente mientras agarraba al chico de la pechera y le atraía lentamente al interior del ascensor – Que no tenemos todo el día.

Gloria me miraba con expresión divertida, mientras las piezas comenzaban a encajar en su cabeza. Imaginando por dónde iban los tiros, la chica no dijo nada y me dejó a mi aire.

- Eres un poquito maleducado, Héctor – continué con el mismo tono suave – Ni siquiera nos has dado los buenos días.

- Bu… buenos días – balbuceó el joven, reaccionando por fin.

- Así me gusta, que seas amable – continué, mientras mi dedo jugueteaba en su camiseta – Porque, si eres amable, la gente tiende a comportarse de igual modo contigo…

El pobre chico no sabía qué decir, mientras Gloria nos observaba sonriente a ambos.

- Por cierto, ¿te gustó el regalito del otro día? – pregunté.

Héctor asintió tan vigorosamente con la cabeza que me hizo reír.

- ¿Y no te gustaría que te hiciera otro?

- Cla… claro – respondió el chico con un brillo de ilusión en los ojos.

- Pues sólo tienes que pedirlo con amabilidad – respondí.

- ¿Có… cómo?

- Que me lo pidas y a lo mejor te llevas una sorpresa…

Héctor me contempló en silencio un par de segundos, sopesando si lo que le había dicho era verdad. El chico, alucinado, no podía creerse lo que le estaba pasando y no atinaba a decir ni pío.

En ese instante, el ascensor llegó hasta el parking, adonde se había dirigido directamente, pues Héctor se había olvidado de pulsar el botón de la planta baja cuando se encontró con nosotras en el ascensor.

Las puertas empezaron a abrirse y yo, encogiéndome de hombros, tensé un poquito más la cuerda.

- Bueno, pues si no quieres nada… - dije haciendo ademán de salir.

- ¡No! – exclamó el chico reaccionando por fin.

- ¿Qué pasa? ¿Quieres algo? – pregunté juguetona.

- ¡SI!

- ¿El qué, si puede saberse?

- Tus tetas… - susurró en voz muy baja.

- ¿Cómo? – dije haciéndome la sorda – No te entiendo…

- ¡TUS TETAS! ¡ENSÉÑAMELAS, POR FAVOR! – aulló el muchacho, reuniendo por fin el valor suficiente.

- ¿Y no prefieres tocarlas? – concluí yo.

Mientras decía esto último, así a Héctor de una de sus muñecas y arrastré su mano hasta mis senos. Inmediatamente, el chico se apoderó de mi teta izquierda y empezó a estrujarla por encima de la ropa.

Aunque yo no le había dicho nada, Héctor se apoderó de mi otra teta con su mano libre y enseguida me encontré con la cara del mocoso frotándose contra mis pechos mientras éstos eran pellizcados y acariciados con fuerza y muy poca habilidad.

El chico, con el ardor de la juventud, me había empujado hacia atrás hasta que quedé atrapada entre él y la pared del ascensor. Un poco preocupada, pues sabía que me iba a costar librarme de aquel cachorro en celo, le hice un gesto a Gloria para que cerrara las puertas del ascensor, no fuera a ser que algún vecino viniera por el sótano.

Gloria, entendiéndome perfectamente, pulsó el botón y mantuvo el de detención apretado, para que nadie pudiera llamar el ascensor, mientras a duras penas aguantaba la risa por lo que estaba sucediendo.

Yo, como podía, defendía mis prietas carnes de las insidiosas manos del macaco, que había empezado a sobar ciertas partes para las que no tenía permiso.

- Héctor, ya basta – siseé, tratando de librarme sin éxito de su acoso.

Cuando me quise dar cuenta, noté cómo el chico apretaba su durísima entrepierna contra mi muslo, lo que me proporcionó una escapatoria.

Sabedora, a juzgar por la torpeza de sus caricias, que la experiencia del muchacho con mujeres debía de ser nula hasta la fecha, me aproveché de ello para incrementar su excitación, simplemente frotando enérgicamente mi muslo contra su erección.

Logré mi objetivo en menos de cinco segundos.

- ¡AAAAAAHHHHH! – gimió el chaval mientras aflojaba su presa.

Aprovechando que las juveniles fuerzas estaban concentradas en un punto muy concreto de su anatomía, conseguí librarme por fin del lujurioso abrazo.

Héctor, supongo que un poco mareado, cayó sentado de culo en el suelo del ascensor, con una reveladora mancha extendiéndose por la entrepierna de sus pantalones, lo que mostraba muy a las claras lo que había sucedido en el interior de sus calzoncillos.

- Héctor – le reconvine con tono severo – Que sepas que siendo tan violento no vas a conseguir nada de las mujeres.

Aunque interiormente pensaba que, a lo mejor no le iba tan mal, a tenor de mis más recientes experiencias.

- Lo… lo siento – balbuceó él.

- Por esta vez te perdono – dije deseando largarme de allí de una vez – Pero, si quieres que sigamos con estos jueguecitos tendrás que cumplir dos condiciones:

- ¿Cuáles? – exclamó el chico, ilusionado por la perspectiva de que aquel no hubiera sido nuestro último encuentro.

- La primera… no debes hablarle a nadie de esto, ¿está claro?

- Clarísimo.

- Y la segunda, es que debes obedecerme en todo lo que te diga. Yo no te he dado permiso para que me metieras mano, ni para frotarme la polla contra la pierna. Parecías un puto perro en celo – dije un tanto enfadada.

- Lo siento – respondió él bajando la mirada, avergonzado.

Lo encontré monísimo.

- Y ahora vete a tu casa y cámbiate de pantalones – le dije sonriendo.

Gloria y yo abandonamos el ascensor, conmigo componiendo mi ropa lo mejor posible mientras la joven se carcajeaba a mi costa durante todo el trayecto hasta el coche. No paró hasta varios minutos después, cuando, ya montadas en el auto, nos dirigíamos hacia el instituto.

- ¿Y cómo se te ha ocurrido semejante cosa? – dijo limpiándose los llorosos ojos con un pañuelo.

- ¿Tú qué crees? – repliqué un poco mosqueada – Órdenes de Jesús.

- Comprendo.

Durante el resto del trayecto le conté nuestro encuentro con el vecino días atrás, cuando Jesús vino a mi piso.

- A Jesús va a encantarle todo esto cuando se lo cuente – me dijo Gloria cuando acabé de narrarle la anécdota – Seguro que se ríe un montón.

Ahí estaba. Sonreí mentalmente al ver que Gloria iba a hacer precisamente lo que yo quería: contárselo a Jesús en clase. Aunque eso sí, yo esperaba que no se riera precisamente…

Cuando llegamos al insti (con la hora justa, pues el incidente con Héctor nos había retrasado) nos despedimos y nos dirigimos cada una a su clase. Al haber actualizado las actas el lunes por la mañana, ya podía dar las notas de los exámenes de recuperación, así que las clases matutinas las dediqué a repasar los ejercicios del examen y a dar las calificaciones.

Como sólo hubo unos pocos alumnos disconformes con su nota, no fue preciso organizar una hora de revisión de examen, sino que pudimos hacerlo directamente en horario lectivo: mejor para mí, menos horas extra.

La mañana fue agotadora, pero eso sí, pasó volando. Fue tan intensa, que apenas tuve tiempo de pensar en si mi plan para atraer a Jesús habría tenido éxito o no. Aunque, interiormente, mi cuerpo estaba en llamas.

Cuando sonó el timbre que marcaba el final de la jornada escolar mi corazón se puso a latir descontrolado. ¿Habría funcionado? ¿Lograrían las palabras de Gloria despertar el deseo en mi Amo? ¿Vendría a saciarlo con mi cuerpo?

Haciéndome la remolona, tardé una eternidad en recoger mis papeles, tratando de retrasar el momento de abandonar el centro, rezando para que mi Amo se dignara en venir a buscarme. La tentación de ir yo en su busca era irresistible y sólo me detenía el saber que a él no le gustaría que fuera a suplicarle que me follara: lo que le gustaba era disponer de mí cuando a ÉL le apetecía.

Y por fortuna le apeteció.

Noté su presencia antes incluso de verle. El corazón se me iba a salir por la boca. Temblorosa, alcé la mirada y tropecé con su sonrisa socarrona que me contemplaba desde la puerta del aula, ignorando por completo al resto de alumnos que pasaban a su lado para irse a sus casas.

Ruborizada, aparté la vista y seguí recogiendo los papeles, mientras interiormente daba gritos de júbilo al saber que pronto estaría llena con la polla de mi Amo. El coño me ardía intensamente y pude percibir cómo mis jugos hervían en su interior.

Con una fuerza de voluntad inmensa, conseguí mantener la mirada fija en el pupitre, intentando en vano que Jesús no percibiera lo intensamente que le deseaba.

Por fin, cuando los últimos alumnos abandonaban la clase, Jesús se puso en marcha y caminó hacia mí. Yo seguía con la vista clavada en el pupitre, pero pude sentir perfectamente sus firmes pasos acercándose, inconfundibles a pesar de que el instituto literalmente bullía de actividad.

- Me han contado que hoy te has portado muy bien, putilla – me dijo estremeciendo hasta la última fibra de mi ser.

- Gra… gracias Amo – balbuceé como si la quinceañera en celo fuese esta vez yo.

- Y eso merece una recompensa…

¡Olé mi coño! ¡Lo había conseguido! ¡Menuda manipuladora estaba hecha!

El corazón me latía desaforado, expectante por ver lo que mi Amo iba a hacer conmigo.

- Cierra la puerta – siseó.

Como una centella, corrí hacia la puerta del aula y la cerré de un portazo, importándome un comino si alguien se daba cuenta de que me había encerrado en el aula con un alumno.

Loca de deseo, me abalancé hacia Jesús y traté de besarle, pero él, con rudeza, me apartó de un empellón, provocando que mi espalda chocara con la pizarra.

Sin decir palabra, se acercó a mí y, de un tirón, me subió el jersey hasta el cuello dejando mis domingas al aire. Con fuerza y lujuria, hundió el rostro entre ellas y comenzó a amasarlas y estrujarlas en un remedo del comportamiento de Héctor en el ascensor, sólo que, sus caricias sí que me enardecían y excitaban.

Cuando quise darme cuenta, las copas de mi sujetador habían sido bajadas, con lo que mis senos desnudos eran chupados y manoseados a placer.

- ¿Era así cómo te sobaba las tetas, puta? – siseaba Jesús - ¿Era así?

- No, Amo… no hay comparación….

Loca de deseo, mis manos se hundieron en los cabellos de Jesús y se deslizaron entre su pelo, acariciándole y estrechándole contra mí para sentirle con mayor intensidad. Excitada a más no poder, deslicé una mano hacia abajo y agarré firmemente su durísima erección por encima del pantalón, sintiendo una inmensa felicidad al saber que aquello estaba así de duro por mí.

Con un gruñido, Jesús apretó su pelvis todavía más contra mí, permitiendo que mi inquieta mano abriera su cremallera y sacara al aire al espléndido prisionero. Sintiendo su intenso calor en mi palma, lo pajeé con fuerza, provocando que el amoratado glande surgiera orgulloso.

Pero ambos queríamos otra cosa, por lo que, cuando Jesús apartó mi mano de su polla, no me resistí.

Con cierta violencia, Jesús me subió la falda hasta la cintura, donde la dejó enrollada. Durante unos instantes, apretó su dureza contra mi entrepierna, provocando que mi vagina chorreara de deseo.

Sin perder tiempo en más preliminares y sin molestarse siquiera en bajarme las bragas, Jesús apartó el tanguita a un lado, lo suficiente para dejar expuesta mi empapada intimidad.

Con un gesto seco y hábil, Jesús me la clavó de un tirón llegándome hasta las entrañas. Obnubilada por el placer que me inundó, a duras penas acerté a morderme el puño apretado, en un intento de ahogar los gritos que pugnaban por escapar de mi garganta.

Agarrándome por los muslos, Jesús levantó mi cuerpo en vilo y comenzó a follarme contra la pizarra. Al no tener los pies apoyados contra el suelo, estos colgaban inertes a los lados de Jesús, agitándose violentamente al ritmo que marcaba su follada.

El éxtasis inundó mi cuerpo, obligándome a enterrar el rostro contra el cuello de mi Amo, para evitar que mis aullidos de placer atrajeran a toda la gente del colegio.

Convertido de nuevo en una máquina de percutir, Jesús siguió dándome pollazos en el coño, estrellándome una y otra vez contra la pizarra, amenazando con derribar toda la pared e invadir el aula vecina.

Jesús siguió martilleándome varios minutos, sin desfallecer ni flaquear a pesar de mantener mi cuerpo levantado a pulso. Yo lloraba de placer contra su cuello, feliz porque mi Amo estuviera allí conmigo. Feliz porque hiciera con mi cuerpo lo que le apetecía.

Cuando Jesús se corrió, estrujó mi cuerpo con tanta fuerza contra la pizarra que pensé que iba a aplastarme. Su semen inundó mi interior con fuerza, llenando mi vagina por completo, deslizándose por mi interior hasta mis entrañas.

Una vez satisfecho, Jesús dejó mis pies de nuevo en el suelo y se retiró de mi interior. Al hacerlo, un grueso pegote de semen brotó de mi coño y se estrelló en el suelo, entre mis pies.

- Límpiamela – me ordenó.

Obediente, me arrodillé ante él y procedí a chupar su falo con deleite, eliminando todo rastro de semen y de mis propios flujos. Cuando estuvo satisfecho, el mismo Jesús apartó su verga de mis hambrientos labios y se la guardó en el pantalón, aunque yo con gusto hubiera seguido chupando para devolverle su vigor y obtener así una nueva racioncita de nabo.

- Deberías ir a lavarte – me dijo con voz suave – Te has puesto perdida de tiza.

Al mirar la pizarra, comprendí a qué se refería. Como el encerado estaba lleno de tiza por estar todavía escrita la resolución de los problemas del examen de recuperación, me había manchado la espalda (es lo que tiene que te follen contra una pizarra) y como mi jersey era oscuro, la verdad es que cantaba un montón.

- Iré al servicio – dije poniéndome las bragas bien y desenrollándome la falda.

- Yo me marcho ya – dijo Jesús.

- ¿Te vas? ¿Quieres que te lleve a algún sitio? – le dije casi suplicándole.

- No, no te preocupes – dijo él para mi desilusión – Tengo cosas que hacer.

Jesús debió leer la pena en mi rostro, pues añadió:

- Te has portado muy bien, perrita. Estoy muy satisfecho contigo.

Feliz y sonriente, salí del aula tras mi Amo y nos separamos, dirigiendo mis pasos al aseo más próximo.

Mientras me adecentaba, pude percibir que el nerviosismo matutino había desaparecido por completo, pero aquello, lejos de tranquilizarme, se convirtió en una nueva fuente de inquietud, pues si bastaba un solo día sin la polla de Jesús para ponerme en ese estado, Dios sabía lo que sería capaz de hacer cuando pasaran varios días si estar sin él.

Y es que no podía hacerme ilusiones al respecto. Jesús tenía nada menos que siete coños a su entera disposición y por mucho que quisiera, lo normal era que pasaran varios días entre cada visita del Amo.

En ese momento, Jesús pasaba mucho tiempo conmigo pues yo era la nueva del grupo, pero, en cuanto pasara la novedad…

Con tan inquietantes pensamientos en mente terminé de asearme y de arreglar mi jersey. Por desgracia, no había podido eliminar todos los restos de tiza, pero poco más podía hacer sin una lavadora.

Resignada, salí del baño y fui a tropezarme casi de bruces con quien menos me esperaba: Mario.

- ¿Qué haces aquí? – exclamé asustada.

- He venido a recogerte – respondió él dándome un casto besito - ¿Acaso no puede un hombre venir a recoger a su novia al trabajo?

Una vez repuesta de la sorpresa (y comprendiendo que él no me había visto con Jesús) fui capaz de esbozar una genuina sonrisa y le devolví el beso con bastante entusiasmo. La verdad era que, ya que no iba a poder estar con el Amo, la compañía de Mario podía distraerme y hacerme pensar en otra cosa.

Cogidos del brazo, salimos del centro y subimos a mi coche, pues Mario había venido en taxi. Me explicó que me había localizado gracias a que había tropezado con Jesús y su novia Gloria (pude notar cómo se le iluminaba la cara al hablar de la chica al muy cabroncete) y que le habían dicho que me había despistado en clase y había apoyado la espalda en la pizarra, con lo que probablemente podría encontrarme en los servicios.

- Si me llego a dar un poco más de prisa, te hubiera pillado en el baño y te habrías enterado – me dijo Mario juguetón, besándome en la mejilla mientras conducía.

- Si te llegas a dar un poco más de prisa, me hubieras pillado en el aula y te habrías enterado tú – pensé sonriéndole.

Fuimos a comer a un restaurante cercano que a ambos nos gustaba bastante. Charlamos y charlamos durante horas, y la verdad es que, aunque lo pasé muy bien con él, me sentí un poco triste, pues pude constatar que ya no sentía por él lo mismo que antes. Qué se le iba a hacer.

Pasamos la tarde juntos, como una parejita de enamorados, paseando por el parque y haciendo planes. Me sentí una completa hipócrita, pues sabía que, si Jesús me lo pedía, abandonaría a aquel hombre encantador sin dudarlo un segundo, por muchos planes de futuro que hiciéramos juntos.

- Me ha encantado que vengas a recogerme al trabajo – dije dándole un tierno besito.

- Me alegro. Creo que te lo debía, pues esta mañana pusiste muy mala cara cuando te dije que me marcho el sábado.

Si tú supieras….
 
Capítulo 21: Historia de Kimiko (Parte 1):




El miércoles, las clases transcurrieron muy aburridas. Como el martes no había tenido clase con el grupo de Novoa, me tocó ese día dar las notas y corregir el examen en su clase, por lo que la mañana también fue agotadora.

Ese miércoles, Jesús tenía otros planes que no me incluían, por lo que no me hizo el menor caso. Sin embargo, tras acabar las clases, Gloria, que también se había quedado compuesta y sin novio, me pidió que la alargara a su casa, a lo que accedí con gusto.

Una vez en el coche, mientras nos dirigíamos a nuestro bloque, Gloria me dio nuevas instrucciones de parte el Amo.

- Edurne – me dijo atrayendo mi atención por el tono serio que empleó – Mañana, a las seis de la tarde, debes recoger a Jesús en su casa.

Mi cuerpo se puso automáticamente en tensión.

- De acuerdo – asentí deseando que ya fuera jueves.

- Tengo que felicitarte – dijo la chica.

- ¿Por qué? – respondí extrañada.

- Mañana vas a ser marcada como miembro del grupo del Amo.

- ¡Oh! – exclamé con el corazón a punto de salírseme por la boca.

- Y eso quiere decir que conocerás a Yoshi…

- Madre…

Un par de horas después, tras haber almorzado en casa con Mario, le daba vueltas sin parar a la cabeza en la soledad de mi despacho.

Por fin había llegado el día. Por fin sería un miembro de pleno derecho del harén de Jesús. Por fin podría demostrar que… era suya.

Sin embargo, lo poco que había oído del hermano de Kimiko me inquietaba. Estaba segura de Jesús no se lo pensaría ni un segundo en obligarme a hacer cualquier cosa con el tal Yoshi, en especial si eran tan buenos amigos como parecía.

Y si una guarra como Gloria no había sido capaz de manejar el instrumento de Yoshi… ¿qué podría hacer yo?

Aunque, en el fondo, sentía una inmensa curiosidad por averiguar qué era lo que el tatuador japonés escondía entre las piernas. Y yo decía que la guarra era Gloria…

Entonces se me ocurrió una idea.

Acelerada, rebusqué entre mis cosas la tarjeta que Kimiko me había dado días atrás. La encontré en mi maletín, revuelta con otros papeles.

Un poco nerviosa, aunque no había motivo para ello, llamé a la linda japonesita, que se mostró educadamente encantada de quedar conmigo esa misma tarde para tomar un café.

La conversación con Kimiko me recordó que aún no había contribuido al regalo del Amo, por lo que, tras colgarle el teléfono, encendí el ordenador e hice la transferencia de 2000€ al número de cuenta que me habían dado. Poco me habían durado los 1000€ que saqué de la sesión con el director.

No me importaba.

Tras arreglarme un poco, me despedí de Mario, que estaba medio adormilado en el sofá y salí de casa, cogiendo el coche para ir al restaurante de Kimiko.

No tuve ni que aparcar, pues ella me había dicho de ir a una cafetería que conocía, así que sólo paré el coche unos segundos junto a la acera e hice sonar el claxon.

La esclava número 5, vestida con camisa y falda larga, me saludó sonriente desde la puerta de su restaurante y se reunió conmigo en el interior de mi coche.

Siguiendo sus instrucciones, conduje unos cinco minutos por las calles de la ciudad, y, en cuanto ella me lo dijo, busqué aparcamiento (nueva contribución a la asociación de parquímetros anónimos… bueno, no tan anónimos, que estos cabrones están bien identificados).

En el coche sólo habíamos charlado de trivialidades, pero, una vez sentadas en un reservado de la elegante cafetería, con sendas tazas de humeante café delante, no tardamos mucho en meternos en materia.

- ¿Y bien? – me dijo la chica mirándome por encima de su taza - ¿Qué es lo que quieres preguntarme?

- ¡Vaya! – exclamé un poco sorprendida – Eres muy directa.

- Influencia del tiempo que llevo conviviendo con españoles – respondió ella sonriendo.

Dudé unos segundos antes de continuar.

- Primero de todo – dije – Quería disculparme por lo del otro día.

- ¿Por qué? ¿Por la charlita con Gloria-san?

- Sí. Estuvo muy grosera. Me sentí muy incómoda con aquello.

- Pero no fue culpa tuya. No tienes por qué pedir disculpas.

- Lo sé, pero aún así… quiero hacerlo.

Kimiko se quedó callada unos instantes, mirándome fijamente, como decidiendo la opinión que iba a formarse sobre mí.

- De acuerdo – dijo – Acepto tus disculpas, aunque insisto en que no son necesarias.

- Bueno, pero así me siento mejor.

- Está bien entonces – concluyó ella sonriéndome.

Amabas aprovechamos el momentáneo silencio para dar un sorbo al delicioso café.

- Y, si no es muy indiscreto preguntar – dije - ¿Por qué os lleváis tan mal las dos?

- ¿Gloria-san no te dijo nada? – repuso ella extrañada.

- Bueno… me contó algo relacionado con tu hermano… - contesté evasiva.

Kimiko, un poco cohibida, tardó unos segundos en responder.

- ¿Qué te dijo?

- Que te aprovechaste de tener más rango que ella y le ordenaste acostarse con tu hermano.

Como ella no decía nada, continué yo.

- Y… por lo visto, tu hermano tiene un gran… - dije titubeante – Bueno ya sabes…

Kimiko asintió en silencio.

- Y que, al obligarla a hacerlo con él, se había hecho daño y lo había pasado muy mal.

Nuevo silencio.

- ¿Y bien? – dije sin poder esperar más - ¿Es verdad?

La japonesa volvió a sorber lentamente su café antes de continuar.

- Es verdad – asintió.

- ¡Vaya! – dije si saber muy bien cómo tomármelo.

- Lo único erróneo fue que, cuando pasó, el Amo no había instaurado aún los rangos. Fue a raíz de aquello que se le ocurrió asignarnos un número, para evitar nuevos problemas entre nosotras.

- Comprendo.

Kimiko me contempló en silencio unos segundos.

- ¿Te gustaría conocer mi historia? – me dijo.

- Claro. Y si quieres, yo puedo contarte la mía.

- ¡Oh! Eso no es necesario – dijo ella.

- Ya te la han contado, ¿no? – dije sonriendo.

- Por supuesto. En este grupo la información es importante. Es necesario calibrar a las demás mujeres, para conocerlas y saber si una va a poder congeniar o no con las otras.

- ¿Y qué opinas de mí? – pregunté - ¿Crees que podremos ser amigas?

- Si te juzgara tan sólo por lo que he escuchado de ti… sería complicado. Eres demasiado… valiente.

- ¿Valiente? – exclamé extrañada - ¿Yo?

- Quiero decir que eres muy… cómo decís en España… - dijo Kimiko buscando la expresión deseada - Echada para delante. Has cumplido con todo lo que te ha pedido el Amo sin dudar ni una vez. Las demás, sobre todo al principio, nos hemos negado a hacer ciertas cosas. Pero tú…

- Vamos, que en definitiva pensáis que soy una guarra – dije un tanto picada.

- ¡Oh, no! – exclamó ella poniéndose muy colorada - ¡Cómo vamos a pensar eso de ti! Olvidas que todas estamos en el mismo barco. ¡Todas hemos hecho cosas semejantes! Sólo que a algunas… les ha costado un poco más.

- Comprendo – asentí, aunque seguía un poco molesta.

- Sin embargo – continuó ella – Por lo poco que te conozco y lo que hemos hablado la una con la otra… creo que podemos ser muy buenas amigas.

- Vaya – sonreí – Te lo agradezco.

- Y quiero que sepas que en nuestra relación no influirá para nada el que tú sí te lleves bien con Gloria-san. Nuestros problemas son cosa nuestra.

- Ah, vale. Me alegro, porque he de reconocer que, quitando el rato que pasamos contigo, me he sentido bastante cómoda en compañía de Gloria.

- Sí, es que cuando quiere puede ser encantadora.

Nos quedamos calladas de nuevo un segundo, decidiendo si aquella incipiente amistad iba a ir a más o no.

- ¿Y bien? – dije por fin - ¿Me cuentas tu historia?

- Encantada. Pero no es un relato para contar bebiendo café. Necesito algo más fuerte.

Con discreción, Kimiko atrajo la atención del camarero y le pidió un whisky con hielo. Yo, no tan lanzada en cuestiones espirituosas, pedí un cocktail de los que venían en la carta.

LA HISTORIA DE KIMIKO:

- Todo empezó cuando yo tenía quince años y era una simple alumna de instituto en Osaka. Vivíamos los dos con nuestros padres, que regentaban un restaurante tradicional, donde aprendimos el oficio.

- ¡Si eras sólo una niña! – exclamé.

- Tranquila, te cuento mi historia desde el principio. Quiero que me conozcas un poco mejor.

- Ah, perdona.

- Pues bien, en esos tiempos yo estaba enamorada de Makoto, el mejor amigo de Yoshi-chan.

- Tu hermano.

- Exacto. Aunque me daba muchísima vergüenza, mi hermano, sabedor de lo que sentía por Makoto, nos organizó una cita a los dos.

- Mira qué bien – asentí.

- No he pasado más vergüenza en mi vida, te lo juro, y es que, en esos tiempos, apenas había tenido contacto con chicos, pues mi colegio era femenino y sólo había hablado con Makoto unas cuantas veces en mi casa.

- Y claro, con semejante preciosidad queriendo salir con él, el tal Makoto estaría más feliz que una perdiz – dije sin pensar.

- ¡Oh, no! Yo también fui su primera cita, así que él estaba tan nervioso como yo.

- Ah, vale.

- Bien, la relación fructificó y pronto nos hicimos novios. Tras un par de meses saliendo, perdimos la virginidad juntos y fuimos pareja estable.

- ¿Y a tu hermano le parecía bien?

- Estaba contentísimo. Yoshi siempre ha cuidado de mí y sólo quería (y quiere) que yo sea feliz.

- Me alegro – dije sin mucho sentido, un poco achispada por el cocktail.

- Pero, poco a poco, Makoto fue descubriendo una hasta entonces desconocida afición por… el bondage.

- Entonces fue él y no Jesús quien te introdujo en ese tipo de prácticas.

- Exacto. Comenzó poco a poco… Vendándome los ojos mientras hacíamos el amor… atándome a la cabecera de la cama….

- Bueno, ese tipo de cosas también las he hecho yo con algún chico – dije tratando de empatizar con ella.

- Sí, bueno – siguió ella ruborizada – Pero la cosa fue poco a poco pasando a mayores… Makoto empezó a alquilar vídeos y revistas sobre el tema, e insistía en que probáramos aquellas cosas que le atraían.

- ¿Y tú no decías nada?

- ¿Yo?... – dijo ella haciendo una pausa dramática – Cuando me quise dar cuenta disfrutaba con aquello tanto o más que él.

- ¡Oh!

- En aquel entonces, no lo hubiera admitido ni en el potro de tortura, pero empecé a desear cada vez con más ganas los encuentros con Makoto. Me excitaba pensando en qué sería lo que me haría a continuación.

- Comprendo – dije bebiendo de mi copa.

- Me hacía ir al instituto sin ropa interior, o con un consolador metido en… ya sabes. Aprendió a realizar todo tipo de nudos (en estas prácticas hay infinidad de ellos) y nuestras sesiones de sexo se convirtieron en algo cada vez más degradante… y cada vez más placentero.

- Madre mía – asentí apurando mi copa.

Kimiko hizo un gesto al camarero y pidió otra ronda.

- Pero entonces, todo mi mundo se vino abajo.

- ¿Por? – indagué atrapada por el relato.

- Yoshi y Makoto, que ya habían dejado el instituto, empezaron a frecuentar compañías… peligrosas.

- ¡No fastidies!

- ¿Has oído hablar de la yakuza?

- Claro.

- Pues los muy idiotas empezaron a hacer recados para una banda de poca monta en Osaka. Pensaron que podrían convertirse en gangsters o yo qué sé.

- Madre mía.

- Pero, como la banda con la que se juntaban era de poca importancia… Ya sabes. El pez grande se come al pequeño.

- ¿Tuvieron problemas con otra banda?

- Exacto – corroboró ella, deteniendo su relato un instante para que nos sirvieran las copas.

Tras dar las gracias al camarero, Kimiko siguió con su historia.

- Makoto apareció muerto en un descampado. Yoshi estaba desesperado. Pensaba que también iban a ir a por él, así que se mantenía oculto en casa.

- ¿Y tú?

- ¿Yo? Imagínate. Estaba destrozada. Había perdido al hombre que amaba. Lloré tanto que no sé ni cuantos días estuve encerrada en mi cuarto. Me quería morir.

- Por Dios – asentí comprendiendo por qué Kimiko había dicho que su historia precisaba de alcohol para ser contada.

- Si salí adelante fue gracias a Yoshi, que estuvo a mi lado. Se sentía responsable por la muerte de Makoto, pues había sido él el primero en juntarse con los yakuza.

- Comprendo.

- Pero yo no podía permitir que a él le pasara nada. Había perdido a mi novio. Perder también a mi hermano hubiera sido el final.

- No digas eso.

- Es la verdad. Por fortuna, mis padres nos apoyaron mucho. Aunque no aprobaban las actividades de Yoshi, vieron la oportunidad de alejarle de ese mundillo, así que nos enviaron a ambos a Kobe, a casa de unos familiares.

- ¿A los dos?

- Sí. Yo no quería separarme de Yoshi y, sin Makoto, era mejor no permanecer en Osaka, pues todo me recordaba a él.

- Claro, es verdad – asentí.

- En Kobe nos fue muy bien durante varios años. Yoshi entró como ayudante en el taller de mi tío, que era dibujante. Pero pronto se instaló por su cuenta, montando un taller de tatuaje.

Un escalofrío recorrió mi espalda al acordarme de la cita del día siguiente.

- Yo, por mi parte, acabé el instituto y entré en la facultad de empresariales, donde me gradué. En ese periodo, una vez superado lo de Makoto, tuve varios novios, pero ninguno me hizo sentir lo que él.

- ¿No les gustaba el bondage?

- Probé con todos ellos, pero era yo la que les iniciaba en esas cosas y no todos respondían bien. Ninguno logró hacerme sentir ni la décima parte que Makoto.

- Tal y como dices “todos” da la sensación de que fueron unos cuantos.

- Y es verdad. Durante la carrera debí de salir con 20 0 30 tíos. Con todos probé a que me ataran y todos fueron una decepción.

- ¿30? – exclamé incrédula.

- Imagínate la fama que me gané. ¿Cómo has dicho antes? ¡Ah, sí, fama de guarra! – dijo ella riendo un poco, creo que por influencia del alcohol.

- No te ofendas – dije riendo – Pero la fama no era del todo inmerecida.

- ¡Sí que es verdad! – rió ella alzando su copa - ¡Campai!

Yo respondí alzando la mía.

- Pero entonces todo volvió a complicarse. Un día entró en el taller de mi hermano un viejo conocido suyo de Osaka. Un yakuza de la banda que había asesinado a Makoto.

- ¿Y qué pasó?

- Yoshi no estaba seguro de si el tipo había venido en su busca o no, pues solamente le había estado preguntando sobre los tatuajes y eso, pero preferimos no correr riesgos.

- Lógico.

- Yo tenía muchas ganas de viajar y como teníamos familia en España, nos decidimos a emigrar para montar un negocio. Y juntando nuestros ahorros con el dinero de mis primos de aquí, abrimos el restaurante. Y nos va muy bien.

- Ya lo creo. Servís el mejor sushi que he probado nunca. Y la fama del local…

- Gracias, me halaga que te gustara nuestra comida.

- No es un halago. Es la verdad.

Kimiko me sonrió.

- Bien, Al poco tiempo, Yoshi abrió su propio negocio, y se labró una buena reputación como tatuador.

- Y haciendo piercings….

- Correcto. Yo, por mi parte, tuve algunas relaciones con españoles, pero me pasó lo mismo que con los japoneses… tus compatriotas pueden ser amantes muy ardientes, pero no era eso lo que yo necesitaba.

- Entiendo.

- Así que me sentía infeliz y frustrada. Y aunque nunca le dije nada a Yoshi…. Él lo sabía.

La japonesa dio un trago largo a su bebida, como armándose de valor para lo que me iba a contar.

- Te suplico que no me juzgues con demasiada dureza por lo que te voy a contar.

- Tranquila. De todas formas, ya sabes las cosas que he hecho yo, así que ¿cómo iba a juzgarte por nada?

- Te lo agradezco.

Nuevo trago al whisky.

- Un día al regresar a casa, Yoshi me estaba esperando en mi cuarto.

Me puse tensa. Intuía lo que podía venir a continuación.

- Yo entré al dormitorio, sin esperar que él estuviera allí dentro.

- No me jodas – pensé para mí.

- Cuando entré, se abalanzó sobre mí y, de un empujón me derribó sobre la cama.

Yo la escuchaba con los ojos como platos.

- Cuando me di cuenta de que era Yoshi, pensé que se trataba de una broma, así que le di un coscorrón… pero él no bromeaba.

  • Onee-chan – me dijo – Sé que desde la muerte de Makoto te has sentido desgraciada. Como aquello pasó por culpa mía, haré lo que sea necesario para que seas feliz.
- Cuando me quise dar cuenta, Yoshi-chan había sacado una cuerda y se acercaba a mí.

- Madre mía.

- Haciéndome volver de espaldas, me ató con la cuerda por encima de la ropa, usando una técnica sencilla, pero que yo no sabía que él conociera. Cuando acabó, me dejó allí atada sobre el colchón.

- ¿Y tú que hiciste?

- Una vez repuesta de la sorpresa y tras forcejear un buen rato, me di cuenta de que me sentía excitada, así que me relajé y me estuve quieta, esperando a que Yoshi volviera para soltarme.

- ¿Te gustó?

- Un poco sí – admitió ella – Cuando por fin volvió, me confesó que Makoto le había contado el tipo de relaciones que manteníamos y que sabía que, si había salido con tantos hombres, era para intentar encontrar a alguien que pudiera darme lo mismo que su amigo.

- ¿Y tú que dijiste?

- Nada. Seguía atada y sin acabar de creerme lo que pasaba.

- Lógico.

- Se ofreció a atarme siempre que lo necesitara, pero que, obviamente, no podíamos tener sexo, pues éramos hermanos.

- Menos mal, qué considerado – pensé irónicamente.

- Yo le dije que estaba loco y que me soltara de una vez, cosa que él hizo.

- ¿Y qué pasó?

- Durante días, no era capaz ni de mirarle a la cara. Pero, poco a poco…

- Aceptaste que querías que se repitiera.

- Exacto – asintió la bella japonesa – Me resistí cuanto pude, pero no tenía más remedio que admitir que aquella torpe sesión con Yoshi me había dado más placer que todo el sexo que había mantenido en los últimos años.
 
Capítulo 22: La historia de Kimiko (Parte 2):





- Y aceptaste lo que te proponía.

- No sólo acepté. Lo busqué.

- ¿A qué te refieres?

- Hice lo mismo que él me había hecho. Le esperé en su dormitorio, pero esta vez…

- ¿El qué?

- Iba desnuda, con una sencilla bata sobre mi piel.

- ¿Y decías que yo era la echada para delante? – exclamé.

- Yoshi ni siquiera se sorprendió cuando me encontró en su cuarto. Ni tampoco de que estuviera desnuda, pues sabía que, como más se disfruta, es sintiendo las ligaduras sobre la piel.

- Vaya, vaya – dije mirando sonriente a la chica.

- Sin decir palabra, me ató con otro tipo de nudos sacados de un libro y me dejó allí, encima de su cama.

- ¿Y disfrutaste?

- Como hacía mucho tiempo. Cuando Yoshi volvió a soltarme mis jugos habían empapado sus sábanas. Pero él no dijo nada y simplemente me desató.

- Sigue, sigue – la apremié.

- Durante un tiempo seguimos así, pero, poco a poco, nuestra relación fue haciéndose más… íntima.

- Es normal.

- Empecé a percibir que Yoshi se excitaba cada vez más mientras me ataba, cosa bastante fácil de percibir, debido al enorme bulto que se formaba en su pantalón.

Bulto que yo iba a conocer el día siguiente, sin duda.

- Y claro, cada vez más presa de la lujuria, empecé a desear ver el secreto que ocultaba la bragueta de onii-chan.

- ¿Y lo descubriste?

- No me hizo falta insistir mucho. Una tarde, una vez estuve atada sobre su cama, le pedí que se masturbara delante de mí.

- ¡Joder!

- No se lo pensó ni un segundo. Acercó una silla al colchón donde yo reposaba y sacó el miembro más formidable que había visto en mi vida. Y había visto unos cuantos…

- ¿Có… cómo es de grande? – balbuceé.

- Más de30 centímetros.

- ¡Jesús, María y José! – exclamé.

- Yoshi-chan se masturbó delante de mí hasta que alcanzó un formidable orgasmo. Yo por mi parte, también me corrí, tanto por sentir el tacto de la cuerda sobre mi piel como por el espectáculo que me ofrecía mi hermano.

Kimiko volvió a darse un lingotazo, animándose a seguir.

- Seguimos así un tiempo más. Llegué incluso a masturbarle yo misma en un par de ocasiones y él también me lo hizo a mí mientras estaba atada. Nuestra relación era cada vez más perversa.

- Me tienes sin palabras.

- Pero entonces, por fortuna, apareció Jesús-sama.

- ¿Y cómo fue?

- Había coincidido con Yoshi unas cuantas veces en bares de por ahí. Ambos eran bastante populares entra las chicas, uno por ser guapo y el otro… ya sabes.

No me extrañaba nada que el tal Yoshi ligara todo lo que quisiera una vez el rumor del tamaño de su atributo hubiera empezado a circular. Seguro que tenía a decenas de chicas deseosas de verificar si las informaciones eran ciertas o no.

- Pues eso. Se hicieron amigos. Creo que incluso tuvieron un par de fiestecitas juntos y el Amo le habló a mi hermano de las tres chicas que ya tenía a su disposición.

- Esther, Gloria y Rocío – asentí.

- Precisamente. Entonces Yoshi, que se sentía muy culpable por la relación que mantenía conmigo, pues sabía cómo iba a acabar, pensó que quizás Jesús sería capaz de darme lo que yo necesitaba, así que le habló de mí.

- ¿Le ofreció a Jesús a su propia hermana?

- Onii-chan sabía que Jesús-san iba a tratarme bien. Además, ¿no era mejor que aquellas cosas las hiciera con otro chico? Porque, si seguíamos por el camino que íbamos, terminaríamos acostándonos con total seguridad.

- Bueno, eso tiene lógica – concedí - Un poco retorcida, pero lógica al fin y al cabo.

- Jesús se mostró interesadísimo en los temas del bondage. Por lo visto, aunque había atado algunas veces a sus chicas, no había practicado en serio el tema, así que la posibilidad de iniciarse le atrajo mucho.

- No me extraña – dije irónica.

- Yoshi le dio todos sus libros, revistas y algunas explicaciones; por lo visto, el Amo puso mucho interés en aprender. Finalmente, Yoshi se armó de valor y me habló de Jesús.

- ¿Y cómo te lo tomaste?

- Me enojé muchísimo. Le grité que estaba loco, que cómo se le ocurría contarle mi secreto a un desconocido. Que cómo era capaz de entregar a su hermana a un tipo que podía ser un psicópata o algo peor.

- ¿Y cómo te convenció?

- Se puso muy serio y me dijo que me quería muchísimo y que si seguíamos en el plan que estábamos acabaríamos por acostarnos y eso era algo que él quería evitar. No supe qué contestarle, pues sabía que tenía razón.

- Entiendo – asentí.

- Aún pasaron varios días hasta que di mi brazo a torcer. Supongo que en mi decisión influyó que desde la discusión, Yoshi me había estado evitando y no habíamos tenido ninguna de nuestras “sesiones”, con lo que mi cuerpo empezaba a pedirme un poco de marcha.

- ¿Y aceptaste?

- Primero tuve una larga charla con mi hermano. Me aseguró que Jesús-sama era un buen chico, que le conocía desde hacía tiempo y que intuía que él sí sería capaz de darme lo que necesitaba.

- Vaya si era verdad – afirmé.

- Y tanto. Además, me dijo que si me iba a quedar más tranquila, él estaría cerca cuando me reuniera con Jesús-sama y si en algún momento yo quería dejarlo, no tenía más que llamarle.

- Y fijasteis una cita para hacértelo con Jesús.

- Yoshi se ofreció a presentármelo primero, tomando un café o algo así – dijo Kimiko alzando su copa – Pero yo no quería conocerle. Internamente había decidido aceptar, pero no quería conocer al chico ni entablar ningún tipo de relación con él. Para mí se trataría simplemente de atender una necesidad de mi cuerpo. Quería que fuera sólo sexo y nada más.

- Menuda pifia, ¿no? – dije sonriente.

- Digo. Acabamos concertando una cita con Jesús-sama para la tarde siguiente, en casa de mi hermano. Yo estaba nerviosísima y… cómo se dice…

- Acojonada – concluí yo.

- ¡Eso! Tenía mucho miedo por lo que iba a pasar pero, cuando llegué a casa de Yoshi y me presentó a Jesús-sama… me quedé alucinada.

- ¿Por qué?

- ¿Tú qué crees? Me había armado de valor para tener una sesión bondage con un desconocido y cuando le conocía ¡resultó ser un crío!

- ¡Ah, claro! – asentí.

- Entonces el Amo tenía 17 recién cumplidos y, aunque parecía mayor de lo que era en realidad, no me esperaba para nada a alguien tan joven.

- O sea, que hace un año que estás con Jesús.

- Falta poco, sí – asintió ella.

- ¿Y qué pasó?

- No sé muy bien por qué, pero, al verle, sentí algo que me hizo estremecer. No sé cómo definirlo, magnetismo, sensualidad, fuego en la mirada…. no sé, pero decidí no protestar y ver qué pasaba.

- Te entiendo – asentí, sabiendo exactamente a qué se refería.

- Y cuando habló… su voz, su tono firme y seguro… me hicieron estremecer. Y ya no tuve dudas.

  • Encantado de conocerte Kimiko – me dijo estrechando mi mano – Tu hermano me había dicho que eras muy hermosa. Pero sus palabras no hacen en absoluto justicia a tu belleza.
  • Gracias – contesté enrojeciendo como una colegiala.
- Seguimos charlando un rato, avergonzada y profundamente halagada por los continuos piropos que Jesús-sama me dirigía. Mi hermano apenas participó en la conversación, supongo que percibiendo que la cosa iba por buen camino y no deseando inmiscuirse. Cuando me quise dar cuenta, Yoshi se fue al cuarto de al lado, dejándonos solos, aunque sin marcharse del piso, cumpliendo su promesa de no dejarme indefensa.

- Y a esas alturas estarías deseando pasar al dormitorio.

- He de reconocer que sí. Me alegraba de haber aceptado la idea de Yoshi, pues intuía que detrás de aquel jovencito había mucho más de lo que parecía. Y, con suerte, quizás pudiera encontrar lo que estaba buscando.

- Y así fue – dije echando un trago de mi cocktail.

- En efecto. Al rato, pasamos al dormitorio y una vez dentro… todo cambió.

- ¿Cómo?

- Hasta ese instante, mi idea había sido que aquello fuera parecido a una transacción comercial. Yo necesitaba algo y aquel chico podía dármelo. A cambio yo le daría experiencia y conocimiento en esos temas. Limpio y fácil. Pero en cuanto se cerró la puerta del dormitorio…

- Cuenta, cuenta – dije acercando mi silla a la de Kimiko.

- Jesús-sama se hizo cargo de la situación. En un instante, dejó de ser el chico amable y educado que alababa mi belleza y se convirtió… en el Amo.

Entendía perfectamente a qué se refería la japonesa con esas palabras. Yo había experimentado lo mismo.

  • Quiero que entiendas cómo es la situación – me dijo con tono severo – Una vez estás conmigo exijo que obedezcas en todo lo que te diga. Estoy aquí para aprender todo lo que pueda de una materia sexual que no conozco y que me interesa y pienso que eres la adecuada para enseñarme, por lo que toleraré que me corrijas en aquello que haga mal. Pero, aparte de eso, espero que hagas todo lo que yo te mande… y que lo hagas de manera satisfactoria.
  • Pe… pero – balbuceé atónita.
  • No te he dado permiso para hablar – sentenció haciéndome callar de golpe – Ahora mismo eres mi sumisa y has de hacer lo que te diga. Si no te parece bien, dímelo ahora y me marcho.
- Estuve a punto de mandarle al cuerno en ese momento. Por fortuna no lo hice – dijo Kimiko.

  • Bien – dijo él tras esperar mi respuesta unos segundos – De todas formas, no pienses que estás aquí atrapada sin escapatoria, puedes largarte cuando quieras. A mí me excita dominar a una mujer, pero eso no quiere decir que vaya a maltratarla. Si en algún momento quieres que paremos, sólo tendrás que decir la palabra clave, por ejemplo “miércoles” y lo dejamos y punto.
- ¿Palabra clave? – pregunté a Kimiko interrumpiéndola.

- Sí – dijo ella – Es algo común en las prácticas BDSM. Verás, hay ocasiones en las que los practicantes de este tipo de actividades se “sumergen” mucho en sus papeles de dominante o dominado. Es muy posible que la “víctima” grite o suplique al otro que se detenga, pero eso puede ser debido simplemente a que está interpretando su papel, para que el otro se excite.

- ¡Ah, claro! – asentí – Por eso se pone una palabra clave que esté totalmente fuera de contexto, para que se sepa cuando quiere acabar de verdad con lo que se esté haciendo.

- Lo has pillado – dijo la japonesa – Como me pareció bien y un poco más tranquila por ello, acepté las condiciones que Jesús-sama me imponía.

  • Bien, entonces desnúdate. Quiero ver tu cuerpo – me ordenó en tono perentorio - ¡Ah! y durante esta sesión quiero que me llames sensei, significa maestro ¿verdad?
  • Sí, así es… sensei – asentí mientras empezaba desvestirme.
  • Buena chica – dijo él esbozando una sonrisa lobuna.
- Mientras me desnudaba, muerta de vergüenza, miles de pensamientos cruzaban por mi mente como un torbellino. ¿En qué me había metido? ¿Quién era aquel chico? Y sobre todo, ¿por qué me excitaba tanto?

  • ¿Quién te ha dicho que te tapes con las manos? – exclamó con severidad el Amo al ver que me tapaba el pubis y los senos con los brazos - ¡Apártalos!
- Como te dije antes, había estado con muchísimos hombres desde la muerte de Makoto. Pero aquel chico conseguía hacerme sentir nerviosa y excitada como ningún otro antes usando tan sólo su voz. Sin poder evitarlo, obedecí su orden y dejé caer mis brazos a los lados, quedando totalmente desnuda frente a él.

  • Eres muy hermosa – volvió a decir, estremeciéndome – Bellísima.
- Mientras decía esto, comenzó a acariciar mi cuerpo con una mano, deslizándola delicadamente por mi piel; deteniéndose en mis pechos, pellizcó levemente mis pezones, verificando su dureza. Sin decir nada, siguió hacia abajo hasta que sus dedos se introdujeron entre mis labios vaginales, acariciándolos un instante. Cuando me quise dar cuenta, sus dedos se habían introducido suavemente en mi interior, masturbándome con dulzura.

  • Vaya, vaya – dijo con voz suave – Veo que estás hecha toda una putilla. Mira cómo te abres de piernas para que te toque el coño.
- Era verdad, Edurne. No me había dado ni cuenta. Inconscientemente, había separado mis muslos para permitirle llegar a mi interior. Mi cabeza aún estaba sopesando si decir la palabra clave, pero mi cuerpo respondía a sus caricias sin que yo pudiera evitarlo. Cuando retiró sus dedos de mi vagina, estuve a punto de suplicarle que siguiera acariciándome.

  • Quítame la camisa – me ordenó.
  • Sí, sensei – asentí.
- Temblorosa, hice lo que me pedía, mientras sentía el calor abrasador de su mirada deslizándose por mi piel. Sentía arder todo mi cuerpo, la cabeza me daba vueltas, cada vez más entregada a lo que aquel chico pudiera darme. La visión de su torso desnudo me enardeció más todavía. Sin poder evitarlo, deslicé las yemas de mis dedos por su pecho, regalándome con la dureza de sus músculos. Él simplemente sonreía.

- Sí – afirmé – A mí también me sorprendió lo musculado que está la primera vez que le vi desnudo. La verdad es que no lo aparenta.

- Al Amo le gusta disimular. Goza con la reacción de las mujeres cuando descubren lo bien cuidado que está su cuerpo.

- Es cierto.

  • Arrodíllate frente a mí – me ordenó.
- Y yo lo hice inmediatamente, pensando que iba a pedirme que le practicara una felación, pero no era así.

  • Tócate – me dijo sentándose en la cama de mi hermano – Quiero ver cómo te acaricias.
- Muerta de vergüenza, pero con fuego en las entrañas, comencé a deslizar mis manos sobre mi cuerpo. Empecé a masturbarme lentamente, recorriendo mi vagina con los dedos como me gusta hacerlo, pero el placer que sentía con mis caricias no se acercaba ni de lejos al que experimentaba por tener sus ojos clavados en mí. Estaba hechizada.

- Yo también he sentido eso – la animé – No sé cómo lo hace.

- Es innato. No podemos evitarlo – dijo Kimiko – Tras mirar cómo me masturbaba un par de minutos, el Amo se levantó del colchón y se quitó los zapatos. Con paso firme, se dirigió hacia una bolsa de deporte que había en un rincón y sacó unas cuerdas… Empezaba el show.

  • En los libros que he leído decía que este tipo de cuerdas es el apropiado para estos juegos, ¿es así? – me dijo enseñándome una de las sogas.
  • Sí, son muy adecuadas – asentí examinado la fibra.
  • No te he dicho que dejes de masturbarte.
- No sabes el tremendo escalofrío que me recorrió, Edurne. Su tono era tranquilo y pausado, sin alterarse, pero lo cierto es que se me pusieron los vellos de punta y continué acariciándome. Deseando complacerle.

  • Lo siento, sensei – dije compungida.
  • Por esta vez te perdono – respondió para mi alivio.
- Por fin, se cansó de mirar cómo me acariciaba y me ayudó a levantarme, agarrándome suavemente por las axilas. Yo no peso mucho, pero aún así me sorprendió la facilidad con que me levantaba del suelo y me depositaba sobre el colchón.

  • Mira, quiero atarte de esta forma - me dijo enseñándome una fotografía de una revista.
  • Es un poco complicada – respondí yo – Pero creo que podemos hacerlo.
- Me situé boca abajo sobre el colchón y el empezó a atarme siguiendo mis instrucciones. Yo era bastante ducha en ese tipo de explicaciones, no olvides que había iniciado en esos temas a varios de mis amantes, en un intento de encontrar un sustituto a Makoto.

- Vaya, que sabías explicarte – dije.

- Eso es. Enseguida me encontré con los antebrazos atados uno encima del otro a mi espalda, de forma que mi torso quedaba erguido. Después, procedió a describir complicados nudos sobre mi cuerpo, formando una malla de cuerda sobre mi piel. Se le daba muy bien y apenas necesitaba que yo le guiara. Para finalizar, deslizó la cuerda en sentido vertical, desde los hombros hacia abajo y la introdujo sin muchos miramientos entre mis labios vaginales y mis nalgas.

- Parecerías un regalo de navidad – bromeé.

- Y tanto. Estaba excitadísima. Sentir las firmes ligaduras sobre mi piel me enervaba, notar cómo la cuerda se clavaba en mi vagina, entre mis nalgas, me provocaba un placer indescriptible, pero sobre todo, el estar sometida a un hombre seguro de sí mismo, que sabía lo que quería de mí y no se detendría para conseguirlo… me volvía loca de lujuria.

- Jo, chica – dije – Me están entrando ganas de probar esos jueguecitos a mí también.

- Tranquila, querida; antes o después los probarás.

Ese comentario me inquietó un poco.

- Jesús-sama me hizo incorporarme, quedando de pie frente a él. Mi cuerpo estaba recorrido por una red de cuerdas, que se clavaban en mi piel de forma muy placentera, mientras mi vagina se empapaba cada vez más, con la cuerda bien enterrada entre los labios.

  • Estás muy sexy – dijo el Amo caminando a mi alrededor y acariciando suavemente las ligaduras. Eres muy bella…
- Entonces, inesperadamente, aprovechó que estaba detrás de mí para darme un empujón que me hizo caer de bruces sobre la cama. Como tenía los brazos atados a la espalda, no pude hacer nada para amortiguar la caída, por lo que caí sobre el colchón rebotando encima. No me hice daño, pero el corazón me latía tan fuerte por el susto que parecía ir a salírseme por la boca.

  • De todas formas, creo que a esta postura le falta algo… - dijo el Amo.
- Entonces me agarró por los tobillos y dobló mis rodillas hacia atrás, forzándolas, de forma que mis pies quedaron apoyados contra mis brazos atados. Usando otra cuerda, ató mis tobillos a mis brazos, procurando mantener mis muslos bien abiertos, de forma que quedé totalmente atada e indefensa.

- Veamos si lo entiendo – dije – Estabas boca abajo en el colchón con las manos y los pies atados a la espalda... Parecerías una gamba.

Kimiko, sorprendida por el comentario (y un poco achispada por el alcohol), empezó a reírse de forma descontrolada, espurreando el trago de whisky que acababa de tomar.

Avergonzada, se tapó la boca con la mano, sin parar de reírse, mientras yo me unía inevitablemente a sus carcajadas.

- Muy… muy bueno – dijo ella con los ojos llorosos por la risa – Nunca se me hubiera ocurrido algo así.

- Perdona – dije riendo a mi vez – No pretendía burlarme. Es que me pareció gracioso y no pude evitar el chiste.

- Nada, nada, no te preocupes. Ha sido muy bueno. Aunque ya me contarás cuando seas tú la que esté en esa postura – dijo ella mirándome con un brillo divertido en los ojos.

- Sí, veremos si sigo riéndome entonces – asentí.

Tras secarnos un poco las lágrimas y una vez calmadas, Kimiko siguió con su historia.

- Como decía, estaba totalmente indefensa, sujeta de manera que no podía mover ni un músculo.

- ¿No tenías miedo?

- Sí, claro. Pero también estaba caliente a más no poder. Y justo entonces…

- ¿Qué pasó?

- Jesús-sama hizo algo que me sorprendió bastante. Nunca lo había hecho antes.

- ¿El qué?

- Se puso de pie y agarró las cuerdas por el punto donde estaban atadas las piernas y los brazos. Agarró el nudo, como si fuera un asa, y me levantó del colchón con un solo brazo, como si mi cuerpo fuera una maleta.

- ¿En serio? – dije bastante sorprendida.

- Te lo juro. Me alzó en volandas con una facilidad increíble y comenzó a pasearse por el cuarto llevándome suspendida, como si de verdad fuera su equipaje.

- ¡Joder!

- Al hacer eso, las cuerdas se me clavaron muchísimo en la piel, pero no me importaba, pues el placer que empecé a sentir al ser utilizada de esa forma hizo que casi me desmayara.

- Madre mía – dije admirada.

- De vez en cuando, Jesús-sama daba un brusco tirón, agitando mi cuerpo, incrustando las cuerdas en mi piel, en mi vagina, en mi pecho… Cuando me quise dar cuenta, un incontrolable orgasmo azotó todo mi ser, haciéndome temblar y estremecerme. Experimenté incluso pequeños espasmos en la vagina, que provocaban que mis labios se frotaran aún más contra la cuerda, incrementando el placer… Fue la primera vez que me pasó algo semejante.

- Tienes unos gustos muy particulares – le dije un poco alucinada.

- Ya me contarás cuando lo pruebes.

Quizás tenía razón. Un par de semanas atrás yo ni siquiera habría soñado con hacer algunas de las cosas que había acabado practicando con Jesús. Y sospechaba que, si había acabado disfrutando de ellas, era por el hecho de hacerlas con Jesús, así que el bondage podía ser simplemente una más.

- Jesús-sama, al notar que había llegado al clímax, volvió a depositarme sobre el colchón, dejándome allí medio desmayada. Al poco, percibí cómo se movía por la habitación, preparando algo más.

- ¿Qué estaba haciendo?

- Como pude, me las apañé para alzar la cabeza y mirar en busca del Amo. Éste estaba subido a una silla y estaba colgando del techo una especie de trapecio.

- ¿De dónde lo colgó?

- Mi hermano practicaba (y practica) artes marciales, así que suele colgar en su cuarto un saco de arena para entrenar. Por eso tiene soportes instalados en el techo de su dormitorio.

- ¿Y para qué era el trapecio?

- ¡Ah! Ese invento sí lo había usado yo antes. Sirve para suspender a una persona… ya sabes, para colgarla del techo.

- ¡Ah, comprendo! –asentí, imaginándome más o menos cómo sería aquello.

- Cuando estuvo bien firme, el Amo se bajó de la silla y vino a por mí. Alzándome con la misma facilidad de antes, me llevó hasta las cuerdas que colgaban de la polea del trapecio y las enganchó a mis ligaduras.

- ¿Y te colgó de una cuerda?

- No de una. De tres.

- ¿Tres? – pregunté extrañada.

- Claro. Una la enganchó en las ligaduras que pasaban por debajo de mis axilas, más o menos en medio de los hombros. Y las otras dos, una en cada muslo.

- ¿Para qué tantas? – dije sin comprender.

- Porque así se estabiliza el cuerpo, y quedas colgada horizontalmente, con el torso paralelo al suelo. De esta forma, el Amo podía disponer de mi cuerpo a su antojo, sin que éste bamboleara ni cabeceara arriba y abajo.

- Entiendo – dije haciéndome una imagen mental del cuadro.

- Cuando estuve suspendida, el Amo empujó mi cuerpo haciéndome girar en el aire. Me mareé un poco.

- No me extraña.

- De pronto, noté cómo su mano me agarraba por un hombro y detenía el giro. Miré hacia delante y me encontré de bruces con la poderosa erección del Amo, pues se había desnudado mientras yo daba vueltas.

- Ahora viene lo bueno – pensé.

- Sin mediar palabra, el Amo apretó su duro pene contra mis labios y yo, sin dudar, los separé recibiéndolo en mi interior. Su dureza inundó mi boca por completo, la metió hasta el fondo, hasta que mi rostro quedó apretado contra su ingle. El embriagador aroma del Amo inundó mis fosas nasales, enardeciendo mis sentidos. Podía sentir cómo el extremo de su miembro se apretaba contra mi campanilla, provocándome arcadas, que yo me esforzaba por sofocar para no importunar al Amo. Jesús-sama no se movió, no deslizó si miembro entre mis labios, limitándose a mantenerlo enterrado en mi garganta unos instantes.

- Joder – siseé.

- Una vez satisfecho, se retiró de mi boca lentamente, provocando que la saliva escapara de mis labios y cayera al suelo.

  • Buena putita – me dijo acariciándome el rostro.
- Te lo juro, Edurne, a esas alturas, mi único deseo era complacerle en todo lo que quisiera. El simple hecho de que me alabara bastaba para enardecerme aún más.

- Te entiendo.

- El Amo volvió a la bolsa de deporte y extrajo un objeto de ella. Lo acercó a mis ojos para que verificara de qué se trataba.
 
Atrás
Top