Capítulo 6
La atmósfera en el salón estaba cargada de una tensión palpable desde el momento en que Manu cruzó el umbral de la puerta. Alicia, elegante en su vestido negro que abrazaba sus curvas de manera discreta pero sugerente, lo recibió con dos besos y con una sonrisa contenida. Alberto, por su parte, no podía ocultar las emociones que lo embargaban: excitación, nerviosismo, y una pizca de miedo por lo que estaban a punto de emprender.
La mesa estaba cuidadosamente preparada: una luz cálida reflejada en la cristalería impecable, y el aroma suave de la comida que habían preparado juntos llenaba el salón. Todo estaba diseñado para crear un ambiente íntimo y relajado, aunque la tensión que flotaba en el aire hacía que todo pareciera cargado de un significado más profundo. Al principio, la conversación durante la cena fue tranquila, casi superficial. Hablaron de temas cotidianos, evitando cuidadosamente cualquier mención directa a lo que todos sabían que estaba por venir. Pero a medida que las copas de vino se vaciaban y los platos se retiraban, el silencio comenzó a ganar terreno. Cada pausa en la conversación se llenaba de miradas furtivas, de gestos nerviosos, de respiraciones que se volvían más pesadas a medida que pasaban los minutos.
Manu no podía apartar los ojos de Alicia. Aunque intentaba mantener la compostura, la expectación de lo que podría suceder lo tenía en un estado de constante ansiedad. El hecho de verla tan cerca, de saber que debajo de ese vestido elegante estaban las tetas que estaban destinadas a él, lo mantenía en vilo. Cada movimiento de Alicia, cada vez que ajustaba la posición de su cuerpo o apartaba un mechón de cabello de su rostro, era una provocación sutil que lo volvía loco. Que guapa que estaba, pensaba.
Alberto, aunque intentaba participar en la conversación, estaba igualmente atrapado en la tensión que flotaba entre los tres. Había una parte de él que no podía creer lo que estaba a punto de suceder, pero otra parte, más profunda y visceral, estaba completamente absorbida por la fantasía que había estado alimentando durante estos días. Sabía que la decisión de seguir adelante era arriesgada, pero la idea de ver a Alicia cumplir sus deseos compartidos era demasiado poderosa como para ignorarla. Alicia, consciente de las miradas de ambos hombres sobre ella, se sentía al mismo tiempo poderosa y vulnerable. Había accedido a esta cena sabiendo lo que implicaba, pero ahora, mientras veía cómo la expectación crecía en los ojos de Alberto y Manu, no podía evitar sentirse nerviosa. Aun así, debajo de esos nervios, había una corriente subterránea de excitación que no podía negar. La idea de mostrarse ante Manu, de dejar que él viera lo que tanto había deseado, la hacía sentir viva, en control de su propio deseo. Finalmente, después de lo que pareció una eternidad, Alicia decidió que era hora de dar el siguiente paso. La cena había llegado a su fin, y con ella, las formalidades. Ahora, solo quedaba lo que todos habían estado esperando.
—Voy a cambiarme —anunció Alicia, levantándose de la mesa con una calma que ocultaba el torbellino de emociones que sentía en su interior.
Alberto y Manu la observaron mientras se alejaba, su figura elegante fue deslizándose por el pasillo hasta desaparecer en el dormitorio. Ambos sabían lo que estaba a punto de suceder, pero ninguno estaba realmente preparado para la avalancha de emociones que se desataría una vez que Alicia volviera. Ambos se miraron en silencio pero ese silencio decía muchas cosas.
Una vez en el dormitorio, Alicia cerró la puerta detrás de ella y se apoyó contra la pared, cerrando los ojos por un momento para respirar profundamente. Su corazón latía con fuerza, y sus manos temblaban ligeramente mientras se dirigía hacia el armario donde había guardado el conjunto de lencería. Sabía que este era el momento decisivo, el punto en el que todo lo que habían planeado se haría realidad. Mientras se desnudaba, dejando caer el vestido al suelo, Alicia se observó en el espejo de cuerpo entero que estaba frente a la cama. La luz suave de las lámparas creaba sombras delicadas sobre su piel, realzando cada curva de su cuerpo. Se tomó un momento para admirarse, para aceptar lo que estaba a punto de hacer, antes de ponerse el conjunto de lencería que había elegido con tanto cuidado. El encaje blanco se ajustaba perfectamente a su cuerpo, la tela semitransparente del sujetador dejaba ver el color rosado de sus pezones y la del tanga la oscuridad del vello de su coño de una manera que era tanto provocadora como elegante. Mientras se colocaba las tiras, sintió un escalofrío de tensión recorrer su espalda. Se puso unos zapatos de tacón negros y unas gotas de perfume y no pudo evitar recordar el incidente en el probador, cuando había permitido que un desconocido viera sus tetas, y que en breves momentos otro hombre iba a disfrutar de ellas. Sentía cómo esa experiencia la hacía sentir poderosa, deseada. Se llevó las manos a las tetas, acariciándolas suavemente mientras se observaba en el espejo. Sabía que Manu había fantaseado con este momento durante mucho tiempo, y ahora que estaba a punto de hacerlo realidad, sentía una mezcla de nerviosismo y orgullo. Estaba segura de su belleza, consciente del deseo que provocaba en los hombres, y decidida a disfrutar del poder que eso le daba. Después de ajustarse una bata rosa de seda ligera sobre la lencería, se tomó un momento más para prepararse mentalmente. Sabía que, una vez que saliera de esa habitación, no habría vuelta atrás. Pero también sabía que estaba lista para enfrentarlo, para tomar el control de la situación y decidir hasta dónde quería llegar.
Cuando Alicia regresó al salón, la tensión en el aire era casi tangible. Alberto y Manu se pusieron de pie al verla entrar, sus ojos se dirigieron de inmediato a la bata que cubría su cuerpo. Aunque la tela era ligera y apenas ocultaba las formas debajo, ambos sabían que lo que estaba debajo era lo que habían estado esperando. Alicia caminó con paso seguro hasta el centro del salón, donde los dos hombres la esperaban. Sentía sus miradas, sentía el deseo que emanaba de ellos, y eso solo aumentaba su propia excitación. Durante un momento, nadie dijo nada; el silencio era denso, cargado de la tensión de lo que estaba por venir. Finalmente, fue Alicia quien rompió el silencio, aunque no con palabras. Con un movimiento lento y deliberado, desató la bata que llevaba puesta y la dejó deslizarse por sus hombros, revelando el conjunto de lencería que había elegido con tanto cuidado. La prenda de encaje blanco resaltaba su piel, sus tetas quedaban parcialmente expuestas, insinuando más de lo que mostraban.
Manu no podía apartar los ojos de ella. Había fantaseado con este momento durante tanto tiempo que, ahora que estaba ocurriendo, casi no podía creerlo. Sus ojos recorrían el cuerpo de Alicia, admirando cada curva, cada centímetro de piel que ella le permitía ver. La lencería que llevaba era aún más hermosa de lo que había imaginado, realzando su figura de una manera que lo dejaba sin aliento. Alberto, por su parte, estaba atrapado entre el deseo y una ligera punzada de celos. Sabía que había sido él quien había empujado a Alicia a explorar esta fantasía, pero ver a Manu mirarla de esa manera, con tanta devoción y deseo, era una experiencia que no podía controlar del todo. Sin embargo, la excitación que sentía superaba cualquier otra emoción, y decidió dejarse llevar por el momento. Su polla se puso dura de inmediato.
Alicia, consciente de la reacción de ambos hombres, giro lentamente sobre sí misma para que pudieran observarla bien y comenzó a desabrochar el sujetador lentamente. Sus movimientos eran calculados, diseñados para provocar y aumentar la tensión en la habitación. Desabrochó el sostén con un gesto suave, dejando que los tirantes se deslizaran por sus hombros, sujetó las copas del sujetador con sus manos para que no cayeran y con delicadeza dejó caer la prenda al suelo. Sus pechos quedaron al descubierto, firmes y generosos, tal como Alberto los había descrito a Manu. El silencio que siguió fue ensordecedor. Ambos hombres la miraban, sus ojos fijos en sus tetas, sus respiraciones se volvían más pesadas mientras intentaban procesar lo que estaban viendo. Para Alberto era un momento mágico, las había visto mil veces pero en ese momento es como si las viera por primera vez. Alicia, sintiendo el poder que tenía sobre ellos, sonrió levemente, disfrutando del control que ejercía sobre la situación.
Después de unos momentos que parecieron eternos, fue Manu quien finalmente rompió el hechizo.
—¿Puedo…? —preguntó, su voz temblorosa y cargada de deseo—. ¿Puedo tocarlas?
Alicia lo miró fijamente, evaluando su petición. Su idea era que solo las viera pero viendo como la deseaba pensó que no pasaba nada por dejar que se las tocara. Sabía que este era el punto en el que todo cambiaría, el momento en que la fantasía se convertiría en realidad. Durante un segundo, dudó, preguntándose si realmente estaba lista para dar ese paso. Pero al ver la mirada en los ojos de Manu, la devoción casi reverente con la que la miraba, decidió que estaba preparada.
—Sí —dijo suavemente, asintiendo con la cabeza—. Puedes tocarlas.
Manu se acercó a ella con cuidado, como si temiera romper algo frágil. Sus manos temblaban ligeramente cuando las levantó y las colocó suavemente sobre las tetas de Alicia. El contacto fue eléctrico, una descarga de deseo que recorrió sus cuerpos al unísono. Manu comenzó a acariciarla con delicadeza, explorando cada teta con una devoción que solo había sentido en sus sueños. Pasaba con suavidad los dedos pulgares por los pezones mientras apretaba las tetas con deseo. Eran suaves, calientes y blanditas.
Alberto se sentó en otro sofá y observaba en silencio, su propio deseo iba aumentando con cada segundo que pasaba. No sentía nada de celos en ese momento, al contrario, una excitación brutal se iba apoderando de su ser. Había querido esto, había deseado ver a su esposa disfrutando de la atención de otro hombre, y ahora que estaba ocurriendo, se sentía al borde de la euforia. Sabía que lo que estaban haciendo era arriesgado, pero en ese momento, nada más importaba. Su erección era tan intensa que hasta le dolía, pensó en masturbarse pero decidió que no porque no quería sentir el bajón después de correrse y chafar esa sensación de euforia que estaba sintiendo.
Alicia cerró los ojos, permitiendo que las caricias de Manu la envolvieran. Podía sentir la pasión en sus manos, la forma en que sus dedos rozaban su piel con una mezcla de reverencia y deseo. Era un placer diferente al que había experimentado con Alberto, más intenso por su novedad, por lo prohibido, por el hecho de que estaba cruzando una línea que nunca había pensado que cruzaría. Las tetas de Alicia eran tan perfectas como Alberto las había descrito: grandes, carnosas con pezones rosados y erectos que parecían estar pidiendo ser tocados y chupados. Las areolas, de un tamaño que complementaba a la perfección la forma de sus pechos, eran ligeramente rugosas, lo que solo acentuaba la suavidad del resto de su piel. Los pezones eran prominentes, duros y tensos, un claro reflejo de la excitación que Alicia también estaba experimentando.
Manu, con un suspiro de adoración, se inclinó despacio hacia adelante, permitiendo que su boca cubriera uno de los pezones erectos. —Alicia no tenia pensado dejar que se las chupara pero la excitación del momento pudo más y dejó que Manu se las comiera— Comenzó a besarlas con suavidad, dejando que sus labios rozaran la superficie de la areola antes de chupar el pezón con una intensidad creciente. Alicia cerró los ojos y echó la cabeza hacia atrás suspirando y dejó escapar un gemido suave al sentir el calor de su boca, la forma en que su lengua jugaba con la rugosidad de su piel, provocando una descarga de placer que se extendía desde sus tetas hasta su abdomen. Mientras Manu continuaba besando y chupando sus pezones, su lengua trazaba círculos sobre ellos, explorando cada rincón con devoción. La rugosidad de la areola, el contraste con la suavidad de su piel, le proporcionaban una textura deliciosa que él no podía dejar de saborear. Con cada movimiento de su lengua, con cada caricia de sus labios, cada pequeña succión, Alicia sentía cómo su cuerpo se encendía aún más, cómo el placer se intensificaba, haciendo que su respiración se volviera más pesada, más entrecortada. Se sentaron en el sofá.
Alicia se colocó de rodillas en el sofá para que sus tetas quedaran a la altura de la cara de Manu y pudiera disfrutar de ellas plenamente. Mientras Manu devoraba sus pezones, Alicia bajó la vista y notó la erección que había estado creciendo en él desde que comenzó a tocarla. Una sensación de poder la invadió al darse cuenta de cómo su cuerpo estaba afectando a Manu. Con un gesto decidido, dejó que una de sus manos se deslizara suavemente por el abdomen de Manu, bajando hasta que sus dedos encontraron su erección. Con una mirada casi imperceptible miró a su marido y al ver el brillo de sus ojos no lo dudó y decidió acariciar la polla de Manu. Desabrochó su pantalón y dejó salir la polla de Manu, dura y brillante de excitación. No era larga ni mucho menos pero si muy gruesa y con un capullo gordo y rosado. Manu se estremeció al sentir el contacto de la mano de Alicia en su polla, algo que no se esperaba que ocurriera, pero no dejó de chupar y acariciar sus tetas. Alicia, ahora sintiéndose completamente en control, comenzó a masturbarlo con movimientos lentos y rítmicos, disfrutando de la forma en que su polla respondía a su mano. Su mano se movía con firmeza, subiendo y bajando mientras sus dedos rodeaban su capullo jugando con su líquido pre seminal y disfrutando de la polla de otro hombre con la misma devoción con la que él estaba atendiendo sus tetas. El placer de Manu era evidente, y cada vez que Alicia apretaba un poco más o aceleraba el ritmo, él respondía intensificando las caricias y pequeños mordiscos sobre sus pezones.
Pero Manu viendo que todo iba bien decidió dar un paso más y empezó a pasar un dedo por la rajita y por encima del tanga de Alicia, a la vez que disfrutaba de sus tetas acariciando la tela y notando la humedad y el calor de su coño. Alicia sintió un escalofrío al notar sus dedos jugando con su excitado coño, su mente le decía que eso ya era demasiado y que debía parar pero su excitación le impidió hablar y se decidió a disfrutar. Manu siguió deslizando su dedo y apartó la tela para acariciar sus empapados labios y meter un dedo en su coño. No solo acariciaba su diamante sino que recogía los flujos del coño y con los dedos mojados los restregaba por los pezones para después lamerlos y saborear su íntimo sabor. Estaba deliciosa. Ella a su vez no dejaba de pajearlo acariciando su gordo capullo sintiendo su dureza en su mano.
Sus gemidos se mezclaban con los de ella, creando una sinfonía de deseo que llenaba la habitación. Mientras Alicia continuaba masturbándolo, podía sentir cómo el cuerpo de Manu se tensaba, cómo su respiración se volvía más rápida, más profunda, señalando que estaba cerca del orgasmo.
Alicia decidió entonces acelerar el ritmo, aumentando la presión de su mano mientras Manu seguía metiendo los dedos en su coño y chupando y mordisqueando sus pezones, provocándole oleadas de placer que la hacían arquear la espalda y gemir con más intensidad —incluso le había hecho un pequeño chupetón al lado de uno de los pezones—. Alicia viendo llegar el orgasmo soltó la polla y sujetó sus tetas en el centro del pecho ofreciéndoselas a Manu y finalmente, con un gemido ahogado, Manu se incorporó y apoyando su polla en sus tetas se corrió. El primer chorro salió fuerte y le llegó desde un pezón hasta el hombro y la demás corrida ya cubrió de gotas blancas el resto de sus tetas. Su cuerpo se estremeció y una buena cantidad de semen acabó cubriendo sus pezones y la suave piel de sus tetas.
Alberto extasiado, se corrió en su propia ropa interior sin ni siquiera tocarse viendo a su amigo correrse en las tetas de su mujer.
Alicia, en lugar de apartarse o limpiarse de inmediato, decidió prolongar el momento. Con un gesto coqueto, comenzó a frotar despacito el semen de Manu sobre sus pechos, extendiéndolo con las yemas de sus dedos mientras lo miraba directamente a los ojos. Sus pezones, todavía erectos y sensibles por las caricias y besos anteriores, se cubrieron con el líquido cálido, y Alicia sintió una oleada de poder y placer al ver la mirada de devoción y satisfacción en los ojos de Manu y su marido. El semen se mezclaba con la saliva y textura de su piel, haciendo que su piel brillara bajo la luz del salón. Con un movimiento lento y deliberado, Alicia pasó su dedo índice por sus pezones jugando con el semen, disfrutando de la sensación y del poder que sentía al controlar la situación. Este gesto, íntimo y provocador, no era solo para Manu o Alberto; era también para ella misma, una afirmación de su sexualidad y del deseo que podía provocar en los hombres.
Manu, aún jadeando por la intensidad de su orgasmo, la observaba en silencio, atónito por lo que acababa de suceder. Sabía que nunca olvidaría ese momento, la imagen de Alicia frotándose su semen por las tetas, disfrutando de su propia sensualidad y del efecto que tenía sobre él. Finalmente, con un suspiro profundo, se apartó ligeramente, sabiendo que el clímax de su fantasía había llegado a su fin. Después de que todo terminó, Manu se sentó de nuevo lentamente del sofá, todavía abrumado por lo que acababa de ocurrir. Había un sentimiento de irrealidad en el aire, como si los tres hubieran estado participando en un sueño compartido e irreal. Alicia lo miró con calma y satisfacción.
—Gracias, Alicia —murmuró Manu, sin saber qué más decir, sus palabras estaban impregnadas de sinceridad— No sabes lo que te agradezco que esto haya pasado. Ha sido mucho mejor de lo que jamás hubiera imaginado. Y a ti Alberto igualmente mil gracias por ser así. Creo… que es hora de que me marche y os deje solos.
Alicia asintió, reconociendo el agradecimiento sin necesidad de palabras. Alberto, que había observado todo en un silencio reverente, se levantó y acompañó a Manu hasta la puerta. Ambos sabían que era un momento delicado, que lo que había sucedido debía quedar entre ellos, protegido por un pacto de discreción que no necesitaba ser verbalizado.
—Nos vemos pronto —dijo Alberto, dándole a Manu una palmada en el hombro y un fuerte abrazo mientras este último asentía, antes de salir en silencio, llevándose consigo el recuerdo de una noche que nunca olvidaría.
Continuará…