De activo a pasivo

Alexkanemura

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27 Jun 2023
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Andalucia
[ADVERTENCIA: El siguiente relato es de contenido explícito, erótico y fantasioso, dirigido a un público adulto. Es una obra de ficción creada desde la imaginación. No representa situaciones reales ni debe entenderse como una apología de prácticas no consensuadas.]

El aire estaba quieto, caliente. El sol había caído hacía rato, pero la tierra aún respiraba calor. Las luces lejanas de la autopista apenas alcanzaban a colarse entre los árboles bajos del descampado. El silencio solo era interrumpido por el canto de algún grillo perdido y, más cerca, por la respiración agitada de un cuerpo arrodillado en el asiento trasero.

Estabas ahí. A cuatro patas. Las rodillas clavadas sobre el asiento, los codos apoyados, dejando caer la espalda. El pantalón a medio muslo, los calzoncillos hechos un nudo, los huevos colgando pesadamente entre los muslos. El culo expuesto, redondo, apretado, quieto pero tenso.

No sabías quién iba a aparecer. Solo sabías que querías ser visto. Que te vieran así. Entregado, pero no rendido. El morbo no era sumisión: era un permiso puntual, raro, que te latía en la entrepierna con fuerza. Un juego donde no dejabas de ser tu, pero donde hoy… hoy cedías.

El sonido de ramas pisadas te hizo levantar la cabeza. No hablaste. Él tampoco.

Un hombre se acercó desde la sombra, con paso firme. Alto. Velludo. Con una barriga que no intentaba esconder, camisón sin abrochar del todo, pantalón ancho. Masculino hasta en la respiración. Tenía unos 53, quizás más. No se presentó. No hacía falta. Era justo el tipo de presencia que encajaba con el escenario: uno de esos hombres que no necesitaban decir nada para hacerse notar.

Se detuvo detrás tuyo. Se quedó mirando. Respiró hondo, como si se estuviera saboreando antes de comer. Luego se agachó, puso una mano grande y pesada en tu espalda baja. Te acarició ahí, bajando por el costado, hasta el muslo, y luego subió de nuevo, más lento.

—Mirá lo que tienes aquí… —dijo con voz grave, casi ronca—. Nunca me he encontrado con nadie así. Así, ofrecido y entero, pero con el culo tan cerrado...

Lo dijo sin burla. Lo dijo como quien encuentra un tesoro.

—Tiene pocos usos —dijiste, sin girarte—. Muy pocos. Está apretado. No es lo mío, pero hoy… hoy sí.

Eso le sacó una risa baja. De esas que vibran más que suenan.

—Entonces lo voy a tratar como merece —murmuró.

Te agarró de la cadera. Primero pasó la palma entera por tu barriga, apretando con los dedos, agarrando carne, sintiendo el calor que subía desde adentro. Te tocó los muslos con las dos manos abiertas. Subía, bajaba. Apoyaba la panza contra tu espalda, respirándote cerca. Cada vez que bajaba los dedos hacia tus huevos, los movía, los sentía pesar. Los lamió. Lento. Con lengua gruesa, húmeda. Te los succionó con hambre y cuidado a la vez.

—Mirá cómo cuelgan... tan llenos, tan suaves.

Y tu gemías bajo, pero firme. No había vergüenza. Solo morbo. El tipo sabía tocar. Sabía cuándo apretar y cuándo sostener. No era bruto, pero tampoco era suave. Era lo justo.

Te escupió entre las nalgas y empezó a abrirte con los dedos. No forzaba. Iba lento, abriendo espacio. Escupía otra vez. Movía los dedos en círculos.

—Está tan apretado… se nota que casi no lo usan —susurró, y eso te hizo temblar.

Luego te sujetó los huevos con una mano grande, cálida. Te los palpó con calma, los pesó. Los acarició con los dedos, deslizando la yema por debajo, hasta llegar a la base de la polla. Notó la humedad y soltó un gruñido.

—Madre mía... la tienes babeando. No te has tocado nada y está como si te llevaras horas a punto. Tienes los huevos llenos, ¿eh?

No le diste respuesta. Solo un gemido suave, contenido, mientras él seguía.

Cuando por fin se incorporó, se sacó la polla. No la viste, pero la sentiste: gruesa, caliente, palpitando. Te la frotó entre las nalgas primero, dejando que la cabeza se mojara con su saliva, con su escupitajo, con el calor que habías acumulado.

—¿Estás seguro de esto? —preguntó, con la voz más grave aún.

—Hazlo —contestaste—

No empujó de golpe. Te dejó sentirlo. Solo la punta. Después un poco más. Despacio, abriéndote con paciencia, pero sin pausa.

—Tranquilo… —dijo—. Hoy te lo voy a hacer bien. Esto no se olvida fácil.

Y tenía razón. Entró de poco a poco, jadeando, mordiéndose el labio. Acariciaba tu barriga mientras te empujaba desde atrás, cada centímetro con intención. Se detenía cuando notaba que tensabas, te hablaba al oído, y seguía.

—Tu culo es una joya, tío… cerrado, caliente… se me aprieta como si no quisiera soltarme nunca.

Y tu gemías más fuerte. Ya no era solo morbo, era algo más profundo.

Él aceleraba, pero sin soltarte. Te daba con ritmo, con fuerza, agarrándote de las caderas, a veces de los hombros, y otras veces abrazándote por debajo, frotando la barriga contra tu espalda sudada.

—Así me gusta… uno como tú, activo, que se deja follar de verdad… No sabes lo que me pone esto.

Cada vez que embestía, tu polla babeaba más. Cada movimiento hacía que chocaras contra el asiento. Estabas temblando.

—Te voy a dejar lleno… —dijo al oído, apretándote el culo con fuerza—. Te voy a preñar, ¿me oyes? Voy a rellenarte por dentro y vas a llevarlo toda la noche…

Y lo hiciste. Lo recibiste entero. Te lo tragaste todo. Te abriste solo para él.

Cuando se vino, lo notaste. Se clavó hasta el fondo, gruñó como un animal contenido, y se quedó ahí. Derramándose dentro de ti. Largo. Tibio. Palpitando.

Se mantuvo quieto un rato. Luego salió con cuidado. Miró tu cuerpo abierto sobre el asiento, la polla brillando de humedad, los huevos colgando, llenos aún.

—Mírala… —dijo mientras pasaba la mano por tu polla, recogiendo una gota espesa del glande—. La tienes babeando como si te la hubiera comido un buen rato. Y estos huevos… —los agarró y los levantó suavemente—. Llenos. Bien cargados.

Se quedó un segundo pensando, acariciándotelos.

—No. Así te los vas a quedar. —Sonrió—. Para que cuando llegues a casa con el culo abierto te los descargues. Que no te olvides de lo que has hecho esta noche.

Te dio una palmada suave en el culo y se alejó. El coche quedó en silencio, lleno del olor a sexo, con tu cuerpo temblando, el interior caliente… y tú, lleno. Por dentro. Por fuera. Por completo.
 

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