DISOLUTO_CAPELLAN
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Nada hacía sospechar que aquélla tarde pudiera ser distinta de las demás, salvo porque había decidido salir de la oficina un poco antes de lo normal.
Era un jueves del mes de julio, el calor de la ciudad, el exceso de trabajo que siempre se acumula en esas fechas, y esa extraña manía de salir a correr a las 5 de la mañana, me convencieron de la necesidad de una buena siesta en casa. A ser posible, en el sofá.
No eran las 18.00 horas cuando cerré tras de mí la puerta de casa y arrojé sobre la cama mis vaqueros y la camiseta, pues abandoné hace muchos años esa costumbre de usar corbatas y prendas más serias.
Una vez en la ducha, dejé que el agua fría acariciase mi cuerpo, sintiendo la paz y el relax que no había conseguido durante todo ese maldito día en que, las llamadas, reuniones y demás no me había podido permitir. Un mensaje de Whatsapp sonó en mi teléfono expulsándome de inmediato de aquél, mi paraíso.
Con la toalla sequé mis manos y sin salir de la ducha miré pues por el sonido supe que era de alguien de la familia. Pensé que era mi mujer, Elena, pues se encontraba esa semana fuera de la ciudad por trabajo. Pero no, era mi suegra, Adela.
“Luis, cariño, ¿te importaría llevarme esta tarde a IKEA cuando salgas de trabajar? No será mucho tiempo. Siento molestarte pero Elena está fuera y con todo el mundo de vacaciones no se a quien pedírselo. Gracias”
Aquel mensaje trastocó todos mis planes para una tarde que prometía siesta en el sofá y maratón de Netflix, pero no podía negarme.
Adela es una mujer encantadora, con quien me llevo estupendamente desde que conocí a su hija, hace ya muchos años. Más que una suegra siempre la ví como una amiga, una confidente, quizá encontré en ella parte de la madre que perdí siendo muy niño. No se.
Por cierto, casi olvido presentar a los personajes involucrados en esta historia que, por rocambolesca no deja de ser absolutamente real…
Continuará....
Era un jueves del mes de julio, el calor de la ciudad, el exceso de trabajo que siempre se acumula en esas fechas, y esa extraña manía de salir a correr a las 5 de la mañana, me convencieron de la necesidad de una buena siesta en casa. A ser posible, en el sofá.
No eran las 18.00 horas cuando cerré tras de mí la puerta de casa y arrojé sobre la cama mis vaqueros y la camiseta, pues abandoné hace muchos años esa costumbre de usar corbatas y prendas más serias.
Una vez en la ducha, dejé que el agua fría acariciase mi cuerpo, sintiendo la paz y el relax que no había conseguido durante todo ese maldito día en que, las llamadas, reuniones y demás no me había podido permitir. Un mensaje de Whatsapp sonó en mi teléfono expulsándome de inmediato de aquél, mi paraíso.
Con la toalla sequé mis manos y sin salir de la ducha miré pues por el sonido supe que era de alguien de la familia. Pensé que era mi mujer, Elena, pues se encontraba esa semana fuera de la ciudad por trabajo. Pero no, era mi suegra, Adela.
“Luis, cariño, ¿te importaría llevarme esta tarde a IKEA cuando salgas de trabajar? No será mucho tiempo. Siento molestarte pero Elena está fuera y con todo el mundo de vacaciones no se a quien pedírselo. Gracias”
Aquel mensaje trastocó todos mis planes para una tarde que prometía siesta en el sofá y maratón de Netflix, pero no podía negarme.
Adela es una mujer encantadora, con quien me llevo estupendamente desde que conocí a su hija, hace ya muchos años. Más que una suegra siempre la ví como una amiga, una confidente, quizá encontré en ella parte de la madre que perdí siendo muy niño. No se.
Por cierto, casi olvido presentar a los personajes involucrados en esta historia que, por rocambolesca no deja de ser absolutamente real…
Continuará....