Carmen

Petrel

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12 Jun 2023
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La mañana que conocí a Carmen, hacía mucho calor. Era la víspera de San Juan, fecha que acostumbro a visitar Barcelona atraído por el ambiente festivo que rodean las distintas hogueras esparcidas por la ciudad. La contemplación del fuego a esa escala me produce una excitación interna que raya el morbosismo. Me imagino coros de mujeres desnudas bailando alrededor de las llamas profiriendo salmos e invocando a los espíritus del más allá. Debido al extenuante calor, y al hecho de hallarme en el barrio gótico, me adentré en el interior del museo Picasso en busca del refugio del aire acondicionado. Mi inclusión en el museo no era tan azarosa como pueda pensarse. Me gusta observar la evolución del artista desde su adolescencia a edades maduras. Evolución que puede ser estudiada gracias a las distintas obras expuestas en dicho museo. Me relaja verme rodeado de tanta exaltación a la imaginación y la fantasía. Al entrar en una de las salas, la vi. Estaba absorta ante un cuadro. Con una mirada dura, una expresión entre pensativa y crítica. Parecía estar diseccionando el lienzo. La observé en la distancia, discretamente, durante un largo período de tiempo. El mismo que ella necesitó para escrutar el cuadro. Cuando me apercibí que su mirada se relajaba, me acerqué, y tras una rápida ojeada a la obra, dije: “Curiosa interpretación de Las Meninas de Velázquez”. Me sonó absurdo, y lo era, pero algo tenía que decir. Ella, sin dirigirme la mirada, con los ojos todavía clavados al frente, contestó: “La pasada semana, en Madrid, vi el de Velázquez. Es increíble la evolución del arte con el paso de los siglos. Otrora, se intentaba trasmitir a las telas la realidad observada por el artista, o incluso, las sensaciones que ellos sentían, como es el caso de los impresionistas. Pero hoy en día, parecen adentrarse en otras formas de entender el arte ya que las cámaras nos dan esa realidad”. Fue entonces cuando me miró por primera vez. Me sentí hipnotizado por el azul claro y profundo de unos ojos, sólo comparables a un cielo de verano y su confluencia con el horizonte de la mar, con todas las distintas tonalidades de azul claro. Durante unos segundos muy largos, me quedé callado. No pude articular palabra. Casi perdí el hilo de la conversación. Hasta que por fin, dije: “Tienes razón, pero si observas la propia evolución de Picasso, en su adolescencia era realista y es, con la madurez, que evoluciona hacia el surrealismo”. Me interrumpe y dice: “ Pero Picasso, nunca dejó de estudiar, su surrealismo no lo es en sí mismo, sino como una forma de estudio, de análisis de las diferentes técnicas. No se satisfacía con nada. Nada le dejaba lleno. Por eso buscaba en el morbo del arte nuevas fronteras, nuevos retos. Era una búsqueda incansable y apasionada cargada del erotismo de la fantasía y la imaginación”. Al oírla, el cuerpo se me erizó. Creí ser yo mismo quien hablaba. Nos presentamos y le propuse mi compañía durante el resto de la visita. A lo que accedió, aparentemente agradecida. Terminado el recorrido de las distintas salas, salimos al exterior y nos dirigimos a un café de aire modernista enclavado en el centro del barrio gótico. Charlamos de diversas cosas. Los temas se sucedían unos a otros. Así supe que su visita a Barcelona era por razones profesionales. Reside el Bélgica, donde trabaja en una empresa con intereses en España, por lo que viene con cierta frecuencia a Barcelona y Madrid. En sus visitas tiene, normalmente, una agenda algo holgada y disfruta de algún tiempo libre entre entrevista y entrevista. De ahí sus frecuentes paseos por museos y lugares de ocio de dichas ciudades. Quise invitarla a comer o cenar aunque se excusó por otros compromisos. Le di mi teléfono por si deseaba que nos volviéramos a ver y nos despedimos. Por la tarde, divagué por la ciudad. Sentía un hueco en mi interior pero éste bullía de exaltación. Pensaba en Carmen y su nombre resonaba en mi interior. La recordaba con su blusa blanca, sus zapatos y pantalones rojos. Su pelo, rubio y fino que le daba un cierto aire infantil, no podía abstraerlo de mi mente. Anduve por el puerto viejo y el olímpico, con la esperanza de que los veleros atrajeran mi atención de navegante. Pero no hacía más que imaginarla de pie, en la proa de mi barco con la brisa acariciando su cuerpo y elevando sus finos cabellos. Ya por la noche, frente a una de las hogueras, imaginaba su cuerpo desnudo y teñido por el áureo reflejo del fuego. Fantaseaba acariciándola, junto a una pequeña fogata, en una lejana playa. Las llamas, se reflejaban en su cuerpo como si fueran fuegos fatuos que emanaran de su piel en color oro. El día siguiente, fue un castigo a mi pasión. No me llamó en todo el día. Y las veces que sonó el teléfono reavivaron mi ansiedad con la consiguiente decepción al no ser su voz la que se hallaba tras la linea. Maldije una y mil veces el haber cedido a sus manos la iniciativa. El no haber insistido en pedirle a ella su número, ya que al darle el mío, no hizo el más mínimo comentario respecto a ofrecérmelo. Y lo respeté. Temí que hubiera perdido la servilleta del bar donde garabateé mi número dando al traste cualquier posibilidad de un futuro encuentro. Al final del día, y antes de sumergirme en el mundo de los sueños, acaricié mi cuerpo como hubiera deseado ser acariciado por Carmen, prolongando mis caricias corporales incluso tras el inevitable orgasmo. Tras lo cual, ante la imposibilidad de ver realizados mis deseos por propia voluntad, decidí desplazarlos de mi cabeza y relegarlos a una ilusión sin posibilidades prácticas de que fueran satisfechos. Al cumplirse cuarenta y ocho horas de nuestro encuentro, me llamó. Me dijo que después de comer iba a acercarse a La Sagrada Familia, por si deseaba acompañarla. Por supuesto que acepté, y quedamos citados a las cuatro frente a la entrada principal. A partir de ese momento, mi interior rebullía con un hormigueo incesante cual si fuera un adolescente ante su primera cita. Reía ante cualquier nadería. Con intención de relajar, en lo posible, mis ánimos, fui caminando a nuestro encuentro. Aún así, llegué veinte minutos antes de la hora acordada. Cuando la vi venir en la lejanía, mis pies adquirieron un lastre inaudito. No podía moverme. Estaba preciosa con su veraniego vestido, corto y rojo. Ya a mi altura, pude ver en su rostro una sonrisa que denotaba una alegría que me pareció algo exagerada para ser ésta nuestra primera cita. Supongo que mi cara debía dar una sensación similar, e, incluso, puede que mi propia alegría al verla me hiciera ver en ella dicha expresión. De todas formas, lo primero que me dijo sin más preámbulos, fue: “Creo que he bebido un poco más de la cuenta en la comida con mis colegas. Necesito un café bien cargado”; sin dejar de sonreír. Yo no pude evitar una mirada a su busto, que evidenciaba ir sin sujetador, al marcarse en el vestido sus pezones. Dando a la tela un relieve y evidenciando el lugar exacto donde se hallaban. Nos dirigimos a un bar cercano. Ya sentados y degustando el café; me comentó, que había sido una comida informal con unos compañeros de la filial de la empresa en la ciudad. Uno de ellos le había estado haciendo insinuaciones que, si bien, no le desagradaban ya que es un chico muy apuesto y simpático, a ella no le atraía la idea de tener un romance con alguien con quien ineludiblemente tendría que tratar de asuntos profesionales en el futuro. Por tanto, nuestra cita, le había ido de maravilla para distanciarse de esa situación algo embarazosa. “Aunque me excitaba la idea” me dijo con un guiño y una sonrisa picarona. Una vez salimos del bar, teníamos la Sagrada Familia ante nosotros y le hice notar el simbolismo fálico de las torres de la catedral modernista. Soltó una carcajada, me miro, algo de soslayo, a los ojos; y se fue corriendo, de nuevo, al interior del bar, diciendo que volvía enseguida. Al volver, me cogió mi mano derecha y, desde la suya, me traspasó una tela ribeteada que no había de ser uno un gran adivino para adivinar, por la textura, que se trataba de una tanga. Y me dijo, burlona, “Así estamos los dos en las mismas condiciones” la atraje hacia mi y acercando mis labios a los suyos, mordisqueé su labio inferior, y dije: “Gracias, intentaré hacer méritos que merezcan este obsequio. Aunque no te puedo corresponder de igual modo ya que yo no uso, en verano, ropa interior”. Tras un abrazo, nos encaminamos a la entrada principal con nuestras manos unidas. Empezamos a subir una de las torres, de vez en cuando, hacíamos pequeñas paradas para descasar y coger aliento. En ellas, nos besábamos y nos acariciábamos suavemente. Mientras subíamos, por la escalera de caracol, íbamos bromeando. Y nuestras risas reverberaban en las piedras, dándole un aire lujurioso a nuestro ascenso. Una vez llegamos a la cúspide de la torre, admiramos el paisaje a través de las pequeñas ventanas sin cristales, con las cabezas unidas. Se tiene una perspectiva de toda la ciudad a tus pies. Y le dije, “aquí no hay nadie, y si sube alguien, el eco de las paredes nos lo hará saber” y la besé introduciendo ligeramente mi lengua entre sus labios. Ella me correspondió acariciando mi sexo por encima del pantalón, con el consiguiente resultado. Por mi parte, subí mis manos a sus pezones y los apreté ligeramente con dos dedos, mientras con un tercero, los rozaba a lo largo del dedo. Y luego, sujetando ambos pechos con mis manos los apreté y comprobé su exquisita dureza. Ella bajo la cremallera de mi pantalón y extrajo mi miembro fuera dándole una total libertad, se agacho y se lo introdujo suavemente en la boca. Yo estaba alucinado, gemía de placer viendo como mi pene entraba y salía de sus boca, reluciente y húmedo de su saliva. La separé, la alcé, y subiéndole la falda elevé su cuerpo para que colocara parte de sus nalgas sobre el alfeizar de la ventana. Bajé mi cabeza y bese sus labios vaginales suaves y depilados. Sujetando con mis manos sus nalgas para darle seguridad a su postura, besaba el interior de sus muslos y recorría con la lengua la entrada de su gruta de placer, humedeciéndola por fuera y notando su humedad interna. La cual saboreaba, y me deleitaba con la dulzura de su sabor. Me erguí y la penetré suavemente. Permanecimos quietos, sin movernos, mirándonos a los ojos y sintiendo nuestra unión. Poco a poco, me fui moviendo sin bombear, haciendo que su clítoris se frotara con mi pubis hasta que por sus jadeos era evidente que estaba llegando a la cima de su placer. Entonces, bombeé con fuerza para estallar juntos en un orgasmo muy intenso y fuerte, pero cerrando nuestros labios y apretando los dientes, para no exteriorizar, con gritos, los espasmos de pasión. Aún permanecimos unos minutos unidos en silencio, mientras le besaba, con dulzura, en su cuello y sus labios. Oímos el delator eco de voces que subían por la escalera y nos separamos recomponiendo la compostura. E iniciamos el descenso. De nuevo en el bar, nos intercambiamos los correos electrónicos y tras tomar un refresco se marchó prometiéndome que estaríamos en contacto. Han pasado ya dos semanas y aún no tengo noticias suyas. La tanga, está encima de mi mesa mientras escribo estas lineas. La beso, de vez en cuando...
 
La mañana que conocí a Carmen, hacía mucho calor. Era la víspera de San Juan, fecha que acostumbro a visitar Barcelona atraído por el ambiente festivo que rodean las distintas hogueras esparcidas por la ciudad. La contemplación del fuego a esa escala me produce una excitación interna que raya el morbosismo. Me imagino coros de mujeres desnudas bailando alrededor de las llamas profiriendo salmos e invocando a los espíritus del más allá. Debido al extenuante calor, y al hecho de hallarme en el barrio gótico, me adentré en el interior del museo Picasso en busca del refugio del aire acondicionado. Mi inclusión en el museo no era tan azarosa como pueda pensarse. Me gusta observar la evolución del artista desde su adolescencia a edades maduras. Evolución que puede ser estudiada gracias a las distintas obras expuestas en dicho museo. Me relaja verme rodeado de tanta exaltación a la imaginación y la fantasía. Al entrar en una de las salas, la vi. Estaba absorta ante un cuadro. Con una mirada dura, una expresión entre pensativa y crítica. Parecía estar diseccionando el lienzo. La observé en la distancia, discretamente, durante un largo período de tiempo. El mismo que ella necesitó para escrutar el cuadro. Cuando me apercibí que su mirada se relajaba, me acerqué, y tras una rápida ojeada a la obra, dije: “Curiosa interpretación de Las Meninas de Velázquez”. Me sonó absurdo, y lo era, pero algo tenía que decir. Ella, sin dirigirme la mirada, con los ojos todavía clavados al frente, contestó: “La pasada semana, en Madrid, vi el de Velázquez. Es increíble la evolución del arte con el paso de los siglos. Otrora, se intentaba trasmitir a las telas la realidad observada por el artista, o incluso, las sensaciones que ellos sentían, como es el caso de los impresionistas. Pero hoy en día, parecen adentrarse en otras formas de entender el arte ya que las cámaras nos dan esa realidad”. Fue entonces cuando me miró por primera vez. Me sentí hipnotizado por el azul claro y profundo de unos ojos, sólo comparables a un cielo de verano y su confluencia con el horizonte de la mar, con todas las distintas tonalidades de azul claro. Durante unos segundos muy largos, me quedé callado. No pude articular palabra. Casi perdí el hilo de la conversación. Hasta que por fin, dije: “Tienes razón, pero si observas la propia evolución de Picasso, en su adolescencia era realista y es, con la madurez, que evoluciona hacia el surrealismo”. Me interrumpe y dice: “ Pero Picasso, nunca dejó de estudiar, su surrealismo no lo es en sí mismo, sino como una forma de estudio, de análisis de las diferentes técnicas. No se satisfacía con nada. Nada le dejaba lleno. Por eso buscaba en el morbo del arte nuevas fronteras, nuevos retos. Era una búsqueda incansable y apasionada cargada del erotismo de la fantasía y la imaginación”. Al oírla, el cuerpo se me erizó. Creí ser yo mismo quien hablaba. Nos presentamos y le propuse mi compañía durante el resto de la visita. A lo que accedió, aparentemente agradecida. Terminado el recorrido de las distintas salas, salimos al exterior y nos dirigimos a un café de aire modernista enclavado en el centro del barrio gótico. Charlamos de diversas cosas. Los temas se sucedían unos a otros. Así supe que su visita a Barcelona era por razones profesionales. Reside el Bélgica, donde trabaja en una empresa con intereses en España, por lo que viene con cierta frecuencia a Barcelona y Madrid. En sus visitas tiene, normalmente, una agenda algo holgada y disfruta de algún tiempo libre entre entrevista y entrevista. De ahí sus frecuentes paseos por museos y lugares de ocio de dichas ciudades. Quise invitarla a comer o cenar aunque se excusó por otros compromisos. Le di mi teléfono por si deseaba que nos volviéramos a ver y nos despedimos. Por la tarde, divagué por la ciudad. Sentía un hueco en mi interior pero éste bullía de exaltación. Pensaba en Carmen y su nombre resonaba en mi interior. La recordaba con su blusa blanca, sus zapatos y pantalones rojos. Su pelo, rubio y fino que le daba un cierto aire infantil, no podía abstraerlo de mi mente. Anduve por el puerto viejo y el olímpico, con la esperanza de que los veleros atrajeran mi atención de navegante. Pero no hacía más que imaginarla de pie, en la proa de mi barco con la brisa acariciando su cuerpo y elevando sus finos cabellos. Ya por la noche, frente a una de las hogueras, imaginaba su cuerpo desnudo y teñido por el áureo reflejo del fuego. Fantaseaba acariciándola, junto a una pequeña fogata, en una lejana playa. Las llamas, se reflejaban en su cuerpo como si fueran fuegos fatuos que emanaran de su piel en color oro. El día siguiente, fue un castigo a mi pasión. No me llamó en todo el día. Y las veces que sonó el teléfono reavivaron mi ansiedad con la consiguiente decepción al no ser su voz la que se hallaba tras la linea. Maldije una y mil veces el haber cedido a sus manos la iniciativa. El no haber insistido en pedirle a ella su número, ya que al darle el mío, no hizo el más mínimo comentario respecto a ofrecérmelo. Y lo respeté. Temí que hubiera perdido la servilleta del bar donde garabateé mi número dando al traste cualquier posibilidad de un futuro encuentro. Al final del día, y antes de sumergirme en el mundo de los sueños, acaricié mi cuerpo como hubiera deseado ser acariciado por Carmen, prolongando mis caricias corporales incluso tras el inevitable orgasmo. Tras lo cual, ante la imposibilidad de ver realizados mis deseos por propia voluntad, decidí desplazarlos de mi cabeza y relegarlos a una ilusión sin posibilidades prácticas de que fueran satisfechos. Al cumplirse cuarenta y ocho horas de nuestro encuentro, me llamó. Me dijo que después de comer iba a acercarse a La Sagrada Familia, por si deseaba acompañarla. Por supuesto que acepté, y quedamos citados a las cuatro frente a la entrada principal. A partir de ese momento, mi interior rebullía con un hormigueo incesante cual si fuera un adolescente ante su primera cita. Reía ante cualquier nadería. Con intención de relajar, en lo posible, mis ánimos, fui caminando a nuestro encuentro. Aún así, llegué veinte minutos antes de la hora acordada. Cuando la vi venir en la lejanía, mis pies adquirieron un lastre inaudito. No podía moverme. Estaba preciosa con su veraniego vestido, corto y rojo. Ya a mi altura, pude ver en su rostro una sonrisa que denotaba una alegría que me pareció algo exagerada para ser ésta nuestra primera cita. Supongo que mi cara debía dar una sensación similar, e, incluso, puede que mi propia alegría al verla me hiciera ver en ella dicha expresión. De todas formas, lo primero que me dijo sin más preámbulos, fue: “Creo que he bebido un poco más de la cuenta en la comida con mis colegas. Necesito un café bien cargado”; sin dejar de sonreír. Yo no pude evitar una mirada a su busto, que evidenciaba ir sin sujetador, al marcarse en el vestido sus pezones. Dando a la tela un relieve y evidenciando el lugar exacto donde se hallaban. Nos dirigimos a un bar cercano. Ya sentados y degustando el café; me comentó, que había sido una comida informal con unos compañeros de la filial de la empresa en la ciudad. Uno de ellos le había estado haciendo insinuaciones que, si bien, no le desagradaban ya que es un chico muy apuesto y simpático, a ella no le atraía la idea de tener un romance con alguien con quien ineludiblemente tendría que tratar de asuntos profesionales en el futuro. Por tanto, nuestra cita, le había ido de maravilla para distanciarse de esa situación algo embarazosa. “Aunque me excitaba la idea” me dijo con un guiño y una sonrisa picarona. Una vez salimos del bar, teníamos la Sagrada Familia ante nosotros y le hice notar el simbolismo fálico de las torres de la catedral modernista. Soltó una carcajada, me miro, algo de soslayo, a los ojos; y se fue corriendo, de nuevo, al interior del bar, diciendo que volvía enseguida. Al volver, me cogió mi mano derecha y, desde la suya, me traspasó una tela ribeteada que no había de ser uno un gran adivino para adivinar, por la textura, que se trataba de una tanga. Y me dijo, burlona, “Así estamos los dos en las mismas condiciones” la atraje hacia mi y acercando mis labios a los suyos, mordisqueé su labio inferior, y dije: “Gracias, intentaré hacer méritos que merezcan este obsequio. Aunque no te puedo corresponder de igual modo ya que yo no uso, en verano, ropa interior”. Tras un abrazo, nos encaminamos a la entrada principal con nuestras manos unidas. Empezamos a subir una de las torres, de vez en cuando, hacíamos pequeñas paradas para descasar y coger aliento. En ellas, nos besábamos y nos acariciábamos suavemente. Mientras subíamos, por la escalera de caracol, íbamos bromeando. Y nuestras risas reverberaban en las piedras, dándole un aire lujurioso a nuestro ascenso. Una vez llegamos a la cúspide de la torre, admiramos el paisaje a través de las pequeñas ventanas sin cristales, con las cabezas unidas. Se tiene una perspectiva de toda la ciudad a tus pies. Y le dije, “aquí no hay nadie, y si sube alguien, el eco de las paredes nos lo hará saber” y la besé introduciendo ligeramente mi lengua entre sus labios. Ella me correspondió acariciando mi sexo por encima del pantalón, con el consiguiente resultado. Por mi parte, subí mis manos a sus pezones y los apreté ligeramente con dos dedos, mientras con un tercero, los rozaba a lo largo del dedo. Y luego, sujetando ambos pechos con mis manos los apreté y comprobé su exquisita dureza. Ella bajo la cremallera de mi pantalón y extrajo mi miembro fuera dándole una total libertad, se agacho y se lo introdujo suavemente en la boca. Yo estaba alucinado, gemía de placer viendo como mi pene entraba y salía de sus boca, reluciente y húmedo de su saliva. La separé, la alcé, y subiéndole la falda elevé su cuerpo para que colocara parte de sus nalgas sobre el alfeizar de la ventana. Bajé mi cabeza y bese sus labios vaginales suaves y depilados. Sujetando con mis manos sus nalgas para darle seguridad a su postura, besaba el interior de sus muslos y recorría con la lengua la entrada de su gruta de placer, humedeciéndola por fuera y notando su humedad interna. La cual saboreaba, y me deleitaba con la dulzura de su sabor. Me erguí y la penetré suavemente. Permanecimos quietos, sin movernos, mirándonos a los ojos y sintiendo nuestra unión. Poco a poco, me fui moviendo sin bombear, haciendo que su clítoris se frotara con mi pubis hasta que por sus jadeos era evidente que estaba llegando a la cima de su placer. Entonces, bombeé con fuerza para estallar juntos en un orgasmo muy intenso y fuerte, pero cerrando nuestros labios y apretando los dientes, para no exteriorizar, con gritos, los espasmos de pasión. Aún permanecimos unos minutos unidos en silencio, mientras le besaba, con dulzura, en su cuello y sus labios. Oímos el delator eco de voces que subían por la escalera y nos separamos recomponiendo la compostura. E iniciamos el descenso. De nuevo en el bar, nos intercambiamos los correos electrónicos y tras tomar un refresco se marchó prometiéndome que estaríamos en contacto. Han pasado ya dos semanas y aún no tengo noticias suyas. La tanga, está encima de mi mesa mientras escribo estas lineas. La beso, de vez en cuando...
Visitar la Sagrada Familia, subir al campanario y contemplar la ciudad desde lo alto ya es una gozada, pero viene Petrel y se zumba a un bombonazo, ahí en lo alto.
Me ha encantado como lo has contado, casi podía ver a Carmen. He acabado muy duro de imaginar la escena.
Una duda, ¿quien iba delante subiendo las escaleras?🤔
Enhorabuena Petrel!!
 
Debo añadir que me parece increíble que yo sea el primero en escribirte. Con la calidad que está escrito y lo excitante que es.
No lo he dicho antes, pero si hay más de esta historia, la quiero en vena!
 
No hay más... es el único relato de estas características que he escrito... de eso hace unos años, ya.
Hace mucho que dejé de dar a la pluma y centrar mis energías en el trabajo.
 
Ah... y gracias por leerlo y tus comentarios
Y, por cierto, está basado en una historia real... ocurrió en el año 95, creo recordar.
 
No hay más... es el único relato de estas características que he escrito... de eso hace unos años, ya.
Hace mucho que dejé de dar a la pluma y centrar mis energías en el trabajo.
Pues una pena no poder disfrutarlo 😞😞

¿Hubo cruce de mensajes?
 
Ah... y gracias por leerlo y tus comentarios
Y, por cierto, está basado en una historia real... ocurrió en el año 95, creo recordar.
Me lo supuse por lo del número en la servilleta. Hemos perdido ese romanticismo de los mensajes escritos a mano. La sociedad de la inmediatez 😭
 
En el original hay algún punto y aparte. Pero al pegarlo aquí se eliminaron. No me di cuenta y ya no lo puedo editar.
 
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