Amor o Ambición

berserk37

Miembro muy activo
Desde
22 Jun 2023
Mensajes
847
Reputación
3,916
Amor o Ambición

Me llamo Marco y me encuentro en la arena del coliseo de Roma luchando por mi vida, no siempre fui esclavo, nací en una de las familias más importantes de Roma, mi padre Claudio era un Cónsul muy respetado gracias a que consiguió ciertas conquistas de importancia liderando a ejércitos como su general. Mi madre pertenecía a otra familia de nombre ilustre, para consolidar su poder en el senado, mi abuelo decidió que su hija se casara con mi padre.

Aunque fue un matrimonio concertado, mis padres se enamoraron a primera vista y al poco de casarse nací yo. Mi padre siempre me contó lo feliz que fue mi madre cuando me tuvo en brazos por primera vez, la verdad es que no recuerdo mucho de ella, puesto que ella murió pocos años después de que yo naciera.

Según me contó mi padre mi madre tenía una enfermedad que se agravó al quedarse embarazada, pero que eso no la impidió ser madre y demostrarme su amor los pocos años que pudo estar a mi lado. Papa solía ponerse triste cuando me hablaba de ella, la había querido mucho y su marcha había dejado un vacío muy profundo en él. En cierta forma me sentí responsable de ello, tal vez si no me hubiera tenido ella habría vivido algunos años más.

Nunca me echo la culpa de la muerte de mi madre, al contrario, se mostraba muy orgulloso de ser mi padre, eso no quitaba que era un hombre estricto y me exigió lo máximo en todo lo que hacía. Tuve los mejores profesores para que un buen día heredara su asiento en el senado. Los años fueron pasando, me enrolé en el ejército para defender la república igual que había hecho mi padre en el pasado.

Fueron tiempos duros, el adiestramiento militar y las guerras. Por desgracia para mí durante aquellos años pude ver la peor cara del ser humano, ser soldado se me daba bien y no tarde en ascender para orgullo de mi padre, pero para desgracia mía porque cada vez me mandaban a luchar a territorios que me alejaban más de mi querida Roma. Sé que muchas mujeres se fijaban en mi padre, pero este las ignoraba, seguía teniendo muy presente el recuerdo de mi madre.

Eso fue así hasta que llego a su vida una mujer que no pudo ignorar, su nombre era Lucrecia, una mujer con una belleza a la altura de su ambición. Mi padre era el cónsul más respetado y ella quería todo ese poder, en aquel entonces ni mi padre no fue consciente de ello, puesto que cayó rendido a sus pies.

Los años fueron pasando y Lucrecia seguía manteniendo su belleza intacta, pero mi padre ya no era tan joven, todo se precipitó cuando Lucrecia conoció a Lucio, el cónsul más joven y héroe de guerra, aquel hombre trajo por la calle de la amargura a mi padre, porque veía como por segunda vez iba a perder a la mujer que amaba sin poder hacer nada. No podía luchar contra la juventud y vigorosidad de aquel muchacho, al final paso lo que tenía que pasar. Los rumores de que Lucrecia y Lucio yacían en la cama que compartía Lucrecia con mi padre eran cada vez más atronadores, eso hizo que el humor de mi padre desapareciera hasta convertirse en una persona huraña.

Al final no pudiendo soportarlo más, mi padre cogió su vieja gladius y se la clavo a Lucio matándolo en el acto, después intento hacer lo mismo con Lucrecia, pero no fue capaz de hacerla daño siendo consciente del crimen que había cometido decidió entregarse para poder mitigar en parte el deshonor que había traído a la familia.

Ese acto lo condeno a muerte, pero a mí me condeno a un infierno, puesto que mi condena fue ser vendido como esclavo, Al ser un hombre fuerte por el entrenamiento militar que había tenido pagaron una gran suma de dinero por mí a Lucrecia, esta última recogió el dinero y vio con una sonrisa como me llevaban a la que sería mi nueva vida de servidumbre, mi nuevo amo no me dejo despedirme de mi padre, esa misma noche me metieron en un carro dirección a una pequeña ciudad donde tendría que demostrar mi destreza en combate, no sé cuantos días estuvimos viajando, pero una noche, uno de los soldados me dijo que mi padre había sido ajusticiado.

No llore aunque era lo que más quería hacer, no podía demostrar debilidad, los otros esclavos que viajaban conmigo en el carro podían ser mis contrincantes, durante el viaje supe que el cónsul que me había comprado tenía un ludus de gladiadores, habiéndome comprado porque me había forjado un nombre en el campo de batalla en África luchando contra las feroces tribus que allí habitaban, recuerdo a uno de ellos su nombre era Mandla, Media unos dos metros con un cuerpo grande y musculoso, su tribu fue la última en caer.

Lidere a los soldados que acabaron con sus guerreros y lograron capturarlo, pero fue el cansancio y la diferencia numérica lo que le hizo perder, uno contra uno ninguno hubiéramos tenido oportunidad contra él. En esa batalla fue donde me granjee mi reputación y el paso a ser un esclavo, convirtiéndose con el tiempo en uno de los gladiadores más temidos de la historia. Una parte de mí deseaba medir fuerzas contra él, pero otra parte temía ese enfrentamiento. Por fin llegamos a mi destino, un foso donde luchaban los guerreros sin honor.

Me proporcionaron una pequeña armadura, un casco oxidado y dos gladius que habían tenido mejores días, pero estaba contento, porque la gladius era una de las armas que mejor dominaba. Era como si fuera una extensión de mi brazo, casi no tuve tiempo de prepararme cuando corearon mi nombre. Mis adversarios ya me esperaban en la arena, eran dos Galos grandes, seguros de su victoria, mostrándome su mayor imperfección y esa sería su ruina.

Me coloqué en guardia, colocando mis gladius en una defensa perfecta no dejando ningún resquicio por donde pudieran atacarme. Los dos Galos atacaron de frente sin ninguna estrategia, uno de ellos lanzaba fuertes ataques con la lanza, pero dejaba medio cuerpo y sobre todo el cuello desprotegido. Usando una de las gladius desvié su ataque clavándole la otra gladius en el cuello. El segundo Galo que tenía una red y un tridente como armas, me lanzo la red sin calcular la distancia que había entre los dos.

Di dos pasos para atrás sabiendo que la red caería cerca, pero sin llegar a tocarme. Viendo eso el Galo se envalentonó y ataco de frente como su compañero, apartándome le aseste dos cortes en su espalda y de un rápido movimiento lance la red que había utilizado contra mí atrapándolo con ella, el pobre Galo intento zafarse, pero no lo consiguió, solo tuve que clavarle las espadas en el pecho para poner final a esa lucha.

El pueblo Romano que se encontraba en aquellas gradas gritaba llena de júbilo, vitoreaban mi nombre como si fuera su nuevo héroe, nunca entendí como disfrutaban de ver a hombres luchar hasta la muerte, era una salvajada, Roma llamaba bárbaro a todo hombre mujer y niño que no fuera Romano, pero ellos eran los más bárbaros de todos, debería haberme incluido, pero yo ya no era Romano, simplemente era un esclavo con cierto valor para la lucha.

Por lo que parecía mi actuación en ese foso había dejado satisfecho a mi amo, me había ganado un sitio en su escuela de gladiadores. Nos dirigimos a Carnuntum capital de la provincia romana de Panonia, cerca de la frontera con el Noricum. Tardamos más o menos un mes en llegar, tuve suerte, pues pude hacer el viaje dentro del carro, otros tuvieron que hacer el viaje a pie. Cuando llegamos nos contabilizaron para llevarnos a las celdas, allí viviríamos mientras no entrenáramos o fuéramos a luchar. Durante la comida unos recién llegados quisieron forjarse una reputación matando al esclavo Romano, les vi venir de lejos. Uno de ellos con una especie de cuchillo se lanzó a clavármelo, detuve su brazo asestándole un cabezazo que le rompió la nariz, el otro consiguió golpearme, pero por suerte pude moverme lo suficiente para poder encajar el golpe recibiendo un daño menor. Cogiendo su cabeza se la estampé contra aquella vieja mesa haciéndola trizas, después pisé su rodilla, el sonido del hueso rompiéndose se escuchó alto y claro.

Los soldados entraron para detener aquella pelea, pero ya era demasiado tarde, uno tenía la nariz rota y el otro la rodilla, el de la nariz tal vez podrían recuperarlo, pero el de la rodilla ya no podría volver a luchar. Eso, enfado mucho al cónsul que bajo a las mazmorras a disciplinarme poniéndose delante de mí para cogerme del pelo, después de dos puñetazos me dejo tirado en el suelo, lo mire lleno de rabia, pero sabía que atacarlo sería mi sentencia de muerte.

- ¿Sabes machuco?, yo conocí a tu padre y lamento su muerte, pero ya no eres un ciudadano romano, sino un esclavo, no lo olvides.

Dos soldados me patearon las costillas hasta que me dejaron sin respiración, después me metieron de un empujón en una de las celdas. No estaba solo, de la sombra emergió un hombre de unos dos metros, grande como una montaña, no podía ser, era Mandla.

- Nos volvemos a ver las caras Romano – dijo poniéndose frente a mí.

- Así es, ahora puedes vengarte – dije poniéndome a escasos centímetros de él.

- No deseo vengarme, fue una lucha justa, venciste usando la astucia en vez de la fuerza, ese ataque de tu invención fue impresionante.

- No fui yo quien invento esa maniobra, fueron los Griegos, más exactamente los Atenienses y la utilizaron en la guerra de Maratón.

- Ahora las cosas se pondrán más interesantes, hasta ahora he luchado con adversarios que prometían, pero después se disipaban como el humo.

- No creo que pueda vencerte.

- Tal vez con la fuerza no, pero tienes una arma tan poderosa como la astucia.

Hablamos durante horas, en el campo de batalla había sido un guerrero temible, pero dentro de esa celda fue amable conmigo compartiendo parte de su cena, puesto que la mía termino en el suelo.

- Muy amable, gracias – dije.

- La tuya ha terminado en el suelo y te necesito fuerte.

-Tengo entendido que si ganas una lucha más serás libre – sentía de verdad tener que darle malas noticias.

- Así es – dijo orgulloso.

- No te darán la libertad – su sonrisa muto en un rostro serio.

- Explícate – dijo malhumorado.

- Desde el último gladiador que consiguió su libertad en la arena no había salido otro luchador tan sobresaliente hasta que llegaste tú.

- No entiendo.

- Los gladiadores estamos para entretener a la plebe y eso otorga poder a los nobles Romanos, estos saben que será difícil encontrar otro gladiador tan bueno como tú, no te fíes de lo que te han prometido.

- Tendré en cuenta tus palabras, pero verás como estás equivocado.

El ludus estaba construido en lo alto de un acantilado de unos cien metros de altura, su descenso no era imposible, pero sí una locura. Al otro lado había un muro de unos diez metros con una puerta gruesa, toda la zona de entrenamiento estaba vigilada por guardias durante el día, por la noche solo había dos guardias vigilando el muro. Durante dos meses estuvimos entrenando duramente, pronto comprendí que un soldado y un gladiador tenían técnicas de combate distintas, pero que eran compatibles y podrían darme cierta ventaja en la arena.

Falta me haría, puesto que los gladiadores a los que me enfrentaría de aquí en adelante nada tendrían nada que ver con los que me enfrente en ese foso, poco a poco fui adquiriendo y acostumbrándome a luchar como un gladiador a las órdenes de doctore, el gladiador más experimentado del ludus. Era un hombre duro, pero tenía un objetivo y era que viviéramos lo máximo posible. Doctore nos puso a entrenar a Mandla y a mí juntos, aprendí mucho de él, puesto que ya era un gladiador consagrado.

Sabía luchar y era muy bueno con la espada, pero me quedaba mucho para ponerme a la altura de los mejores gladiadores de esa escuela. Se acercaba la fecha donde Mandla obtendría su liberad, hablamos todas las noches de lo que haría una vez fuera libre, su mayor anhelo era volver a ver a su mujer e hija. Cuando le pregunte si sabía donde estaban, él me dijo que previendo que podían perder la batalla todos los guerreros de su tribu mandaron a sus familiares a un lugar que no pertenecía al imperio Romano.

Ya me fijé que en aquel poblado solo había hombres, fue un movimiento inteligente, pero también desolador para todas aquellas madres, hermanas, mujeres e hijas que no volvieran a ver a sus seres queridos, eso me dejo pensativo.

- Marco te veo ausente, ¿en qué piensas? - pregunto Mandla.

- En lo cruel que es la guerra.

- Así es, cuando el polvo se asienta en el suelo eres consciente de lo mucho que has perdido y lo poco que has ganado.

- Así es.

- Tú eras un noble Romano, te despojaron de todas tus pertenencia y te obligaron a ser esclavo sin haber hecho nada; sin embargo, no te he visto lamentarte jamás.

- De que me serviría lamentarme, mientras fui un noble Romano viví la vida que quería mi padre para mí, nunca tuve opción de decidir por mí, tal vez siendo esclavo pueda encontrar mi camino en este mundo.

- Los gladiadores no solemos tener una vida muy larga.

Los dos nos echamos a reír, la noche siguiente prepararon una fiesta en el ludus para recibir a los senadores que habían venido a inaugurar el nuevo coliseo que habían construido en Carnuntum. Nos hicieron salir de las celdas para acicalarnos, después desnudos como estábamos nos pusieron unas máscaras. Entramos en la casa y nos exhibieron ante los hombres y mujeres que se encontraban allí, el anfitrión de la casa nos subastó uno a uno para que los senadores o sus mujeres pudieran follarnos. Mandla fue el que más éxito tuvo, dos cónsules pagaron un dineral para ver como aquel hombre que parecía una montaña se follaba a sus mujeres.

Los dos cónsules se sentaron para ver el espectáculo que también veríamos los demás, Mandla no estaba nada contento, para él lo que iba a ocurrir ahí era una traición a su mujer, pero que podía hacer, los esclavos no teníamos derecho a nada más que a obedecer y si no lo hacíamos nos mataban en ese mismo instante. Mandla follaba a esas dos mujeres con saña desde atrás, mientras los cónsules reían, bebían y apostaban cuál de sus mujeres se desmallaría antes.

Mandla tenía a una de esas mujeres cogida de la cintura penetrándole en coñito con saña, la herramienta de Mandla era de un tamaño considerable así que me sorprendió que pudiera meterla en sus coñitos sin desgarrarlos. Las mujeres estaban lejos de demostrar dolor, tenían los ojos blancos del placer que ese noble guerrero africano les estaba proporcionando, eran ajenas del jolgorio que se estaba montando en esa sala gracias al espectáculo que estaban ofreciendo.

Los cónsules subieron la apuesta, ganaría la mujer que pudiera alojar durante más tiempo la polla del semental africano en su culo, pensé que las dos mujeres se negarían, pero para mi asombro pusieron una sonrisa de felicidad, ver para creer. Mandla se puso manos a la obra empezando a penetrar a una de ellas, se veía dolor en la expresión de la mujer, pero no dejaba de empujar su culo hacia atrás para que entrara hasta el fondo, una vez dentro Mandla empezó un mete saca brutal metiendo prácticamente toda su herramienta en el culo de aquella mujer que poco a poco iba cambiando los gritos de dolor por unos de pacer extremo.

Aquella mujer aguantó los embistes hasta que el gladiador africano soltó hasta la última gota de semen dentro de su culo, su marido estaba satisfecho porque se veía ganador de la apuesta mirando orgulloso a su mujer que estaba medio desfallecida. Una esclava se acercó para limpiar la polla de Mandla que había salido con un poco de sangre del culo de aquella mujer. Todos allí querían que la muchacha se la limpiara con la boca, eso tenso no solo a Mandla, sino a mí también, pero el anfitrión de la casa puso un poco de cordura y le dijo que la limpiara con un paño y agua.

La otra mujer no se quedó atrás consiguiendo que el enorme gladiador se corriera por segunda vez, los cónsules quedaron en empate, riendo satisfechos del espectáculo que acababan de presenciar mientras acompañaban a sus mujeres a darse un baño relajante. Durante toda la noche una mujer más o menos de mi edad estuvo mirándome fijamente. Llego el momento de subastarme a mí, estas prácticas nunca habían sido de mi agrado y las veces que a mi padre y a mí nos habían invitado a una declinaba la oferta, esta vez no tenía escapatoria, pero contra todo pronóstico aquella muchacha se acercó a un hombre mucho más mayor que ella y pagando una cantidad desorbitada gano la subasta.

Pasado un rato me hicieron ir a una habitacional donde aquella joven mujer me esperaba tumbada en una cama. Los guardias se quedaron cerca por si intentaba atacar a la chica, según me acercaba a la alcoba me miro de arriba abajo relamiéndose, tumbándose boca arriba abriendo las piernas para enseñándome su brillante coñito, sabía perfectamente lo que tenía que hacer.

Empecé a jugar con su clítoris los gemidos de aquella chica cada vez eran más fuertes, la verdad es que tener a los dos guardias ahí mirando me hacía sentir incómodo, pero también sabia que no dejarla satisfecha podría significar el final de mi vida. Por suerte no tardo en llegar al orgasmo, apretó tanto las piernas que casi me asfixia, pero no espero a recuperarse, me exigió que metiera mi polla en su caliente y apretado coñito. Apoyando las manos sobre la alcoba empecé a embestirla con profundas y fuertes embestidas, aquella muchacha empezó a bramar de placer. Sus gritos eran tan exagerados que llegue a pensar que estaba fingiendo, tal vez para que aquel hombre mayor la escuchara.

Los dos llevábamos las máscaras puestas, pero podía notar un brillo especial en sus ojos, estaba exagerando sí, pero también lo estaba disfrutando, llego a otro orgasmo antes de que yo me corriera. Cuando hice el intento de salirme, me paso sus piernas por mi espalda empujándome hacia ella impidiendo que saliera y no pudiendo evitar correrme en su interior, con una señal pidió a los guardias que salieran de la habitación.

- ¿No te da miedo quedarte conmigo a solas?

- Si hubieras querido matarme esos guardias no hubieran sido rivales para ti, además he visto tu incomodidad y quería que tuviéramos intimidad.

- No nos hemos presentado, me llamo…

- Te llamas Marco, el hombre que comando las legiones que vencieron en áfrica.

-Esos fueron otros tiempos.

- Veo que no te acuerdas de mí, ¿verdad?

Me quede mirando a su rostro, la verdad es que su rostro me hacía familiar, pero no era capaz de acordarme de qué.

-Soy Aurora – no estaba enfadada, perecía que estaba disfrutando.

- Aurora, ¿aquella Aurora con la que jugaba cuando éramos unos niños?

- La misma, te ha costado reconocerme – dijo poniendo ojitos tristes.

- Éramos unos críos y tú has cambiado mucho.

- ¿He cambiado mucho? - puso rostro serio.

- A mejor, has cambiado a mucho mejor – dije apurado.

- Buena respuesta.

- ¿Por qué me has elegido a mí?, todas estaban locas por follar con Mandla.

- He seguido tu trayectoria, tus victorias y tus derrotas hasta que te castigaron con la esclavitud, lo siento de verdad.

- Yo no, aunque no tenga nada y no tenga derecho a nada, por primera vez puedo ser yo mismo y no lo que mi padre esperaba de mí.

Aurora sonrió, después de besarme volvimos a follar, pero esta vez sin los guardias haciendo de sujeta velas. Después me devolvieron a la fiesta donde seguían pujando, pero por mí no volvió a

pujar nadie, era como si Aurora me hubiera comprado y ninguna otra mujer pudiera tocarme. Al pobre Mandla se le acumulaba el trabajo, pero pudo con todo. La fiesta llegó a su fin y nos llevaron a nuestras celdas para que descansáramos para el día siguiente.

No dormí nada, me pasé toda la noche pensando en Aurora, la verdad es que pensar en ella hacía que me sudaran las manos, el pulso se acelerara y notaba una sensación extraña en el estómago, cuando se lo conté a Mandla se rio diciéndome que estaba enamorado.

- ¿Enamorado yo?, ¡venga ya!

- Como lo oyes Marco, pero ten cuidado, las nobles romanas suelen ser caprichosas y tienden en cansarse rápido de nosotros.

Ya había pensado en esa posibilidad, pero soñar era gratis y yo lo hacía con un futuro al lado de Aurora. Era un sueño estúpido, pues tenía claro que yo moriría en la arena, era un buen luchador, pero siempre hay alguien mejor que tú y puedes terminar perdiendo. La mañana llegó, desayunamos para dirigirnos al coliseo, yo no combatiría en esta ocasión, según doctore todavía no estaba preparado y veía potencial en mí para futuros combates, pero sí era el gran día de Mandla.

El suyo sería el combate estelar si ganaba le otorgarían la libertad, yo sabía que eso no sucedería y menos sabiendo quién era nuestro dueño. Los combates se fueron dando, los gladiadores de nuestro ludus vencieron de forma holgada, por fin llego la hora. Mandla cogió un escudo, una gladius y un casco. Su mirada era de extrema concentración, pero pude ver cierto brillo en sus ojos, antes de salir me miro y me dijo.

- Deséame suerte.

- Mucha suerte.

El portón se abrió, Mandla entro a la arena con los brazos en alto, todo parecía normal, tal vez me había equivocado y respetarían lo que le habían prometido. Pronto salí de mi error, soldados armados hasta los dientes saltaron a la arena, obligando a Mandla a soltar la gladius y quedarse solo con el escudo. Un portón se abrió y de él salió un enorme oso, era tan grande que el coloso africano parecía pequeño a su lado.

En la zona del coliseo donde solían sentarse los nobles Romanos había uno de ellos muy nervioso, sus compañeros le habían prometido que habían preparado una sorpresa que Mandla no podría superar, pero lo que él no sabía era que tendría que luchar contra un oso gigante, expreso su malestar y pidió que otro gladiador saldría para apoyarlo, los demás cónsules le dijeron que estaban de acuerdo, pero con una condición, esta no era otra que ningún gladiador estuviera obligado a salir y si ninguno salía no tendrían represalias.

Nuestro amo se lo comunico a doctore y este a nosotros, como era lógico ninguno movió un dedo, una cosa era estar obligado y otra hacerlo por propia voluntad, entonces mirándolos a todos les dije.

- ¡Cobardes!, ¡yo saldré!

- Solo te es permitido coger un arma y ninguna puede ser una espada o una lanza.

Qué graciosos los nobles Romanos, cogí una gruesa cuerda, cuando entre a la arena Mandla se encontraba en el suelo tapándose con el escudo mientras el oso le asestaba zarpazos y mordiscos, la herida del brazo y el estómago no tenían buena pinta. Grite todo lo fuerte que pude para llamar la atención del oso. Cuando el oso se puso a dos patas para mirarme, Mandla aprovecho para darle con el escudo lo más fuerte que pudo, yo de un salto me puso sobre la espalda del oso, rodeando su cuello con la cuerda empecé a hacer fuerza intentando que el animal perdiera el conocimiento.

Mi fuerza era insuficiente y a punto estuvo de tirarme al suelo en un par de ocasiones, por suerte para mí se olvidó del coloso africano, este se subió sobre el enorme animal cogiendo la cuerda, empezando a tirar con todas nuestras fuerzas hasta que el animal fue perdiendo fuerzas cayendo al suelo desmayado, los dos nos miramos todavía con la respiración agitada por la adrenalina.

- Tenías razón, los Romanos no cumplen sus promesas.

- De verdad que lo siento.

- No lo hagas, estoy agradecido, de no ser por tu intervención no hubiera salido con vida.

- Te lo debía.

- No me debías nada, pero te lo agradezco.

Jamás olvidaré la mirada que le echo Mandla a nuestro dueño, por primera vez vi a un noble Romano agachar la mirada, no era para menos, solo necesitaría una de sus manos para aplastar su cráneo. Mandla tenía todo el cuerpo lleno de heridas, algunas eran superficiales, pero otras eran muy profundas, por ejemplo la del estómago que no paraba de sangrar. Dentro de la celda lo tumbé sobre una roca cuadrada y lisa que hacía de cama, nos habían dejado unas telas y un caldero con agua, las telas eran insuficientes, pero bastarían para cubrir las heridas más graves.

Uno de los médicos se acercó a celda, pero no entro, entonces me acerque a él y le dije.

- ¿Puedes conseguirme estas hiervas?

- Sí, ¿para qué las quieres?

- Unas le calmaran el dolor y la fiebre, otras ayudaran a que no se infecten las heridas y cicatricen más rápido.

El médico sonrió, no tardo mucho en traérmelas, cogí un pequeño caldero y haciendo un pequeño fuego puse a hervir agua para crear una infusión que le calmaría el dolor. Después cogiendo las hiervas las mastique hasta crear una pomada que puse sobre las heridas. Según la infusión fue haciendo efecto se empezó a quedar dormido.

A las pocas horas mientras volvíamos al ludus le subió la fiebre, metí el resto de la infusión en una bolsa de cuero que usábamos para almacenar agua y le di de beber, al poco rato dejo de temblar y la temperatura de su cuerpo empezó a descender.

Una vez en el ludus nuestro amo bajo a ver como se encontraba Mandla empezando a gritarle cuando fue consciente que no podría luchar en mucho tiempo, no pude evitar mirarle con desprecio, si se encontraba en ese estado deprobable era exclusivamente culpa suya, endureciendo su rostro me dijo que lo acompañara.

- Que conociera a tu padre no te da derecho a mirarme así – después me soltó un puñetazo que me tiro al suelo.

- No te he oído, ¿lo has entendido?

- Sí.

- ¡Sí que!

- Sí, dominus.

- Así está mejor.

El tiempo fue pasando, mi técnica de combate iba mejorando y adecuándose a las técnicas utilizadas por los gladiadores, ya había combatido en dos ocasiones saliendo victorioso. En esta segunda ocasión, antes de los combates volvieron a subastarnos volviendo a ser comprado por Aurora, era extraño, pero en esta ocasión tampoco nadie oso pujar contra ella, volvimos a tener un sexo extraordinario, pero no podía quitarme de la cabeza que ella estaba comprometida.

- Estás segura de que a tu prometido no le importa, mi cabeza podría rodar por esto.

- No tienes de que preocuparte, él ha pagado mi capricho.

- Eso es lo que soy para ti, ¡un capricho!

- ¿Eso crees?, pues no, no eres un capricho.

- Entonces estas…

- Sí, estoy enamorada de ti desde que te volví a ver después de tantos años, te reconocí aunque llevaras esa horrenda mascara.

- Yo también…

- Lo sé, solo hace falta ver la forma en la que me miras.

- No debería.

- ¿Por qué?

- Moriré en la arena más pronto que tarde.

- Puedes ganar tu libertad.

- Aurora tú no eres tan ingenia, Mandla tendría que haber ganado su libertar en el último combate e hicieron trampa, la única libertad para un esclavo viene de la muerte.

- Hay otras alternativas.

- ¿Estás sugiriendo que me fugue?

- Tal vez.

La conversación acabó en ese instante, pues nuestros labios volvieron a fundirse en un apasionado beso, una pregunta martilleo mi mente, ¿si conseguía fugarme, ella vendría conmigo? Mi parte más

ingenua tomo el mando por un instante y no pude evitar soñar con una vida futura al lado de Aurora mientras jugábamos con nuestros hijos. Solo había una forma de fugarse de ese ludus y era descendiendo una pared vertical de unos cien metros de altura, lo peor era que tendría que ser durante la luna negra, la fase en la que la luna se escondía detrás del sol, siendo la noche más oscura, pero eso también nos dificultaría el descenso.

Si me pondría a analizar lo que estaba pensando sabría al intenta que sería una locura, pero el pensamiento de poder tener una vida al lado de Aurora menguaba mi sentido común, los gladiadores teníamos que acercarnos a ese acantilado para poder mear y yo cada vez lo hacía en un sitio distinto del acantilado, de esa manera podía ver la pared en su totalidad y poder discernir cuál sería la ruta de descenso menos peligrosa.

En una ocasión Mandla se acercó a mí y me dijo.

- Llevas unas semanas rarísimo, mirando el acantilado desde distintas posiciones, no estarás pensando en…

- Yo no, nosotros.

- ¿Cómo?

- Mandla jamás lograrás la libertad luchando, yo conozco estas tierras como la palma de mi mano y distintas rutas que los legiones Romanas no saben que existen.

- ¿Te has vuelto loco?, desde que yaces con esa Romana se te ha podrido el cerebro.

- Tal vez, pero es la única manera de estar con ella.

- Está prometida a un cónsul muy poderoso.

- Ella me ama.

-Tú no eres tan ingenuo, sabes que existen posibilidades que de confiar en ella te cueste la vida.

- Lo tengo muy claro, pero entonces tendrás que ser tú quien disfrute de la libertad por los dos, ¿cuánto te crees que podremos aguantas en la arena?, tus heridas te han dejado secuelas ya no eres tan fuerte ni tan rápido y mi agilidad ya no es la que era, las lesiones me han menguado.

Mandla se quedó un rato sopesando sus opciones, la verdad es que tampoco tenía donde elegir, me miro y me dijo.

- Me apunto, sé que jamás ganaré mi libertad y quiero volver a ver a mi familia antes de morir.

- Así me gusta, sabes, estás tan loco como yo - los dos reímos.

Las semanas fueron pasando, las utilicé para preparar un plano para que Mandla pudiera salir de los territorios del imperio romano sin ser descubierto, yo tomaría otra ruta, si Aurora al final se decidía por mí, tenía preparada otra ruta y si me traicionaba ganaría tiempo para mi amigo. Se acercaba un acontecimiento en Carnuntum, como era costumbre los gladiadores volvimos a ser subastados, yo volví a pasar la noche con Aurora.

La penetraba a cuatro patas mientras gemía con cada una de mis embestidas, entonces aproveche para preguntarle.

- ¿Te vendrías conmigo, si me fugara de este ludus?

- Calla, podrían oírnos – con un hilo de voz.

- Sé que te has encargado de que nadie nos molestara y con el jolgorio que hay fuera dudo que nadie escuche nada.

Aurora echaba su cuerpo para atrás para que la penetración fuera la más profunda posible, pero no contestaba a mi pregunta, eso, cambio cuando estábamos a punto de llegar al orgasmo.

- ¡Sí!, me iría contigo – contesto entre temblores.

Los dos estábamos agotados y con la respiración agitada, pero muy satisfechos, me tumbé sobre el lecho y Aurora hizo lo propio apoyando su cabecita sobre mi pecho.

- Pronto será la lucha en el coliseo Romano, aprovecharé ese acontecimiento para escapar, una semana después de la noche de los combates estaré en este lugar te esperaré toda la noche, si al amanecer no has llegado me marcharé para siempre – le entregue un mapa con el lugar exacto.

Aurora no dijo nada, no quise presionarla, tenía mucho en lo que meditar. Sabía que estaba enamorada de mí, pero también era consciente de lo que le estaba pidiendo, renunciar a una vida de lujos y poder, aunque no las tenía todas conmigo estaba esperanzado. Mi vida volvió a la normalidad, si es que se le podía llamar normalidad a entrenar para matar o que te maten. Mandla no volvió a ser el mismo, las lesiones que le produjo el oso hicieron mella en él, tuvo que modificar su forma de luchar sobre la marcha.

Sustituyo fuerza y velocidad con ingenio, nos emparejaron, Mandla ya no era ese coloso y mi fama se diluyo como un azucarillo en el agua propiciado por mí. Contra menos fama menor sería la atención que pondrían en nosotros, salíamos a la arena con la intención de seguir vivos, sin florituras ni nada espectacular, eso hacía que la plebe se aburriera. Empezamos a pasar desapercibidos en el ludus, otros empezaron a despuntar dejándonos a nosotros en el olvido eso era muy bueno para nuestros planes.

Los guardias empezaron a ignorarnos, eso nos vino bien para que pudiera dibujar el plano en la arena del suelo, día tras día lo hice para que Mandla pudiera memorizar la ruta que le llevaría a la libertad. Los siguientes combates serían en el anfiteatro de Roma, allí se dirimiría cuál era el mejor ludus de gladiadores, días antes Mandla y yo erramos deliberadamente un golpe que nos lesionó a los dos. Nuestro amo decidió prescindir de nosotros. Nos quedaríamos en el ludus custodiados por dos guardias, entre la lesión y que estaríamos encerrados en la celda no vieron ningún peligro.

Ese sería nuestro momento, los dos guardias que se quedaron solían despistarse con facilidad dejando su puesto de guardia ignorando a los gladiadores. Al hacerse de noche empecé a gritar de dolor, uno de los guardias se acercó a las mazmorras para averiguar qué estaba ocurriendo.

- ¿Qué ocurre? - pregunto el soldado.

- Marco no se encuentra bien, es el estómago le duele mucho.

El guardia se confió, haciendo caso a las habladurías que decían que estábamos acabados, abrió la puerta de la celda acercándose hasta donde estaba yo ignorando a Mandla, craso error, el titán africano paso su brazo derecho por el cuello de este ejerciendo presión hasta que el cuello termino por romperse. Tomando su gladius, el segundo guardia no tardo en aparecer extrañado por la tardanza de su compañero. Una vez entro en la celda se encontró con mi gladius clavada en su garganta. Nuestro plan se ponía en marcha en ese mismo instante, la luna brillaba poderosa en el cielo, eso nos daba una iluminación que nos permitiría bajar por ese muro vertical.

El descenso no fue nada fácil, desde la cima la ruta a seguir se veía con mucha más claridad, una vez encaramado en la pared fui consciente que mi plan tenía muchas lagunas. La pared no era tan sólida como había previsto las rocas se desprendían con facilidad, estuvimos a punto de despeñarnos en más de una ocasión. Era la primera vez que vi el terror reflejado en el rostro de Mandla, seguramente mi rostro reflejaría lo mismo, pero apretamos los dientes y rezamos a todos nuestros dioses para que nos ayudaran a llegar a nuestra meta sanos y salvos.

Otro contratiempo fue el frío, salimos con un taparrabos como única prenda teniendo dos días de ventaja que es lo que tardaría nuestro amo en regresar, por lo cual tuvimos que aligerar el paso, elegí las rutas más seguras, pero no eran las más cómodas para andar y nosotros teníamos que correr haciéndolo durante horas. El sol empezó a salir y decidimos resguardarnos en una pequeña cueva, nuestros estómagos rugían por el hambre, Mandla salió y volvió con un par de conejos, los despellejamos y cocinamos al hacer un pequeño fuego.

Descansamos durante unas horas y reanudamos la marcha, para la noche llegaríamos al punto donde tendríamos que separarnos, él se dirigiría a donde su familia y yo a reunirte con Aurora, el momento de la despedida llego.

- Bueno, ha llegado el momento de despedirnos – dije.

- Esto no es un adiós, sino un hasta luego – dijo Mandla.

- Eso espero amigo, eso espero.

Nos estrechamos los antebrazos con una sonrisa, dimos media vuelta y me puse en marcha, tenía claro que Mandla llegaría sin problemas. Si Aurora decidía fugarse conmigo nos perseguirían a nosotros y si había decidido traicionarme los entretendría lo suficiente para que mi amigo pudiera llegar a su destino. Tarde una semana como le dije a Aurora llegando al atardecer del último día, me senté en la roca donde me solía sentar con mi padre, durante toda la noche rememore recuerdos, algunos me hicieron llorar, pero otros me hicieron reír.

Con el amanecer apareció Aurora, pero en su rostro había algo que me decía que mi historia estaba a punto de llegar a su final. Su rostro reflejaba una tristeza infinita siendo incapaz de mirarme a los ojos, tenía claro que Aurora ya había tomado una decisión, pero no era yo el elegido. Pronto apareció su prometido sobre un caballo majestuoso de color blanco, con él se trajo a una legión que no tardo en rodearme.

- ¿Creías que podrías escaparte con algo de mi pertenencia? - pregunto el arrogante cónsul.

- Esa es la diferencia entre nosotros, yo no veo a Aurora como un trofeo, sino como el amor de mi vida.

Escuchar eso no le gusto ni un pelo a cónsul que ordeno que me pusieran de rodillas, sabía que había tomado la decisión correcta apostando por el amor, una apuesta que me costaría la vida, pero no me arrepentía, no pude contener una sonrisa llena de tristeza que el cónsul malinterpreto.

- ¿De qué te ríes esclavo? - pregunto el cónsul.

Ignore su pregunta, levante la cabeza y mirando a Aurora le dije.

- El amor es la peor de las bendiciones o la más hermosa de las maldiciones.

El senador mirándome con los ojos inyectados en sangre me pregunto así esas serían mis últimas palabras, a lo cual conteste que sí. Desde ese momento todo paso en cámara lenta, pude ver como la espada bajaba a cámara lenta con la intención de separar mi cabeza de mi cuerpo, levante el rostro para ver como Aurora lloraba amargamente, ella decidió elegir el poder y el dinero sobre el amor, ella tendría que cargar con ese peso, en unos instantes yo estaría muerto y ya no sentiría nada.

Es verdad lo que dicen, me dio tiempo de ver los momentos más felices de mi vida que no fueron muchos, mi último pensamiento fue pedirle a Mandla que fuera feliz por los dos, después todo se volvió oscuridad.

EPÍLOGO

MANDLA

Gracias al plano detallado que Marco me hizo memorizar pude llegar a mi destino, rece para que mi familia siguiera en ese lugar y no los hubieran vendido como esclavos. Mis ruegos habían tenido su recompensa, arrodillada sobre la orilla de un rio se encontraba mi esposa, ella levantó la cabeza para mirar a donde me encontraba yo, era como si me hubiera presentido. Al verme sus ojos se llenaron de lágrimas y corrió hasta mí para abrazarme con una fuerza inusitada. Después cogiéndome de la mano me llevo a donde se encontraba nuestra hija, había crecido mucho desde la última vez que la vi, ahora era toda una mujercita.

Al principio titubeo, pero al ver la felicidad en el rostro de su madre se acercó a mí y nos abrazamos, fue la primera vez que volvía a llorar después de tantos años. Una vez descansado cogí a mi familia y reanudamos la ruta que Marco me enseño, aquella que nos llevaría a la libertad, fue duro, pero por fin llegamos a un paraje de montañas blancas. Hacía mucho frío, pero se respiraba una profunda paz y lo más importante no había Romanos opresores.

Marco nunca llegó, su sacrificio me permitió reunirme con mi familia. Le estaría agradecido el resto de mi vida, construí una tumba con una lápida con su nombre en ella escribí la fecha del día que nos escapamos del ludus, desde ese día todos los días visitaba la tumba del amigo que me devolvió la felicidad.

AURORA

El amor es la peor de las bendiciones o la más hermosa de las maldiciones, estas fueron las últimas palabras que escuche de Marco y han resonado en mi cabeza desde entonces. Ha pasado un año desde su muerte y no he dejado de lamentarlo, amor o ambición, yo elegí ambición. La peor decisión que pude tomar y lo he pagado con creces, porque desde entonces he tenido todo menos el amor y no fue hasta que Marco murió que no me di cuenta de que era lo único que me llenaba de vedad. Pensé que la riqueza, el poder y la influencia de mi prometido me haría olvidar ese sentimiento que me oprimía el pecho, pero no fue así.

Tumbada en el lecho y me tomé un vaso de vino aderezado con acónito, mientras el veneno hacía efecto mis ojos empiezan a cerrarse imaginando lo que pudo haber sido y no fue.

LUCRECIA

Hederé toda la fortuna de Claudio y su influencia, pero no era suficiente para mí, seduje a otro viejo cónsul adinerado y volví a serle infiel, me confié y volvieron a pillarme. Lo que menos me esperaba era que este cónsul era amigo de Claudio y preparo todo con uno de sus hombres para tenderme una trampa y pagara por mis fechorías, me han condenado a ser lo que más odio, una esclava, ahora me encuentro metida en un carro rumbo a mi nueva vida y no puedo dejar de llorar porque sé lo que me depara el futuro.

FIN.
 
Aurora es una muy mala mujer y una traidora.
Que vergüenza de persona.
Se veía venir que lo iba a traicionar.
Muy valiente el mierda este de cónsul, pero cara a cara se caga en los pantalones

Claro, Marco ademas de gladiador era un soldado experimentado, pero mira el lado positivo, Mandla consigue volver con su familia.
 

📢 Webcam con más espectadores ahora 🔥

Atrás
Top Abajo