ikarusulu
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ASTARTÉ
Más que una puta.
Entré en el puticlub Astarté nerviosa, bajando la interminable escalera. Eso era lógico, en esa situación.
Ella estaba apoyada en la barra, rubia, grande, cual nórdica amazona poderosa. Su imponente presencia eclipsaba al resto del personal repartido por la sala.
Estaba enfundada en un ajustado vestido negro, muy, muy corto. Parecía cosido sobre su piel. Del que sus tetas enormes parecían querer escapar por el amplio escote.
Sus muslos duros y poderosos dirigían la vista como por el blanco cemento de una doble autopista hacia el negro tanga. Asomaba por debajo de la corta falda, muy recortada, y ocultaba un dulce misterio.
Con voz ronca, pegada a mi cuerpo y rozando con sus sensuales labios mi oreja, me indicó su deseo: dinero. Con vil metal podría comprar su sublime carne rotunda.
El mío, mi deseo, solo con ver la lascivia en mi expresión, estaba muy claro.
- Yo por eso cobro, cielo.
- Soy consciente de ello. Quería asegurarme lo que busco.
- ¿Me buscas a mí?.
- Ya que te he encontrado... No pienso dejarte sola.
En una de las habitaciones del segundo piso podría tenerla. Parecían dormitorios de hotel bastante normales. Pero en la pantalla de una tele enorme lo que se podía ver era únicamente porno.
- En una habitación estaremos más tranquilas.
- Pues a qué estamos esperando.
Ajenas al resto de las prostitutas y clientes del local, como perdidas en nuestro propio mundo, a medias negocio, a medias deseo. Cerramos el trato.
Ya tras la cerradura de una puerta y lejos de miradas indiscretas.
- Ya estamos solas.
- Aún queda arreglar un pequeño detalle.
- Si vale efectivo lo tengo en el bolso.
Conté los billetes delante de ella.
- Con eso basta. Ahora podemos entrar en materia.
Lentamente se bajó los tirantes de su corto vestido negro. Sus rotundos y puntiagudos pechos operados me apuntaban con los orgullosos y erizados pezones. Inclinándome sobre ellos los lamí con devoción.
Bajando por su vientre chupé su ombligo. Mi lengua dibujaba círculos sobre la nívea piel. Mis manos acabaron de bajar su vestido sobrepasando los obstáculos que los inmensos pechos operados y las redondeadas nalgas oponían. Lo deslicé por los muslos y piernas. Hasta que ella misma levantando lo justo los negros zapatos de fino tacón lo apartó de una patada.
- Eres impresionante.
- Y tú estás buenísima. ¿Seguro que me buscas a mí?.
- Lo tengo muy claro. Me gusta esto que veo.
Su tanga negro ante mi nariz, el olor del deseo surgía de allí. Así que impaciente por fin bajé su diminuta braguita con mis dedos liberando la ansiosa y dura polla que allí se escondía. Deposité un ferviente beso en el capullo que me apuntaba justo entre mis azules ojos.
- Es bonita. Justo lo que necesito.
Ella cogió mis manos y me levantó, suavemente depositó un húmedo beso en mis labios carnosos. Me abrazó deslizando sus manos por mi espalda hasta agarrar firmemente mi culo. Su lengua ya exploraba mis dientes y jugaba al escondite con la mía.
- Besas bien. Dame más lengua.
Entonces ella empezó a desnudarme a mí, ahora sus diestras manos abrieron los botones de mi camisa, sus maquillados labios besaban primero mi largo cuello, luego mis hombros y por fin bajando los tirantes del blanco sujetador mis anhelantes pechos. Se metió mis pezones en la boca duros por la excitación. Revolvía su rubia melena entre mis dedos, apretándola contra mis senos. Me hacía gemir.
- Lo haces bien. Pensé que te gustarían más los chicos.
- Déjate de hablar y bésame. O te como yo.
Una vez libre del sujetador me empujó al colchón. Arrodillada a mis pies me sacó las sandalias de tacón y mi pantalón masculino de pinzas. Me dejó solo el tanga blanco. Subió sobre mis piernas, depositando en ellas dulces besos y parte del carmín que cubría sus labios. Al poco se posó sobre la blanca licra y mi monte de venus.
Aún guardo esa braguita blanca con la roja marca de su barra de labios. Subió por mi vientre lamiendo mi ombligo, la curva de mis costillas, la parte baja de mis grandes senos. Sorbía mis oscuros pezones, la gran areola o los cogía entre sus blanquísimos dientes. Y yo suspirando ya no podía ni hablar.
Mordisqueaba mi piel suave. Volvió a besar mi boca ávidamente lamiendo cada rincón. Sentía el calor de nuestras tetas juntas, frotándose. Nuestros vientres y su cada vez más duro pene entre mis piernas abiertas. Sin apartar su boca de la mía y sin sacarme el tanga, solo haciéndolo a un lado su elástico entró en mí. Lo hizo profundo, mis piernas rodearon su cintura para facilitar la penetración.
- Fóllame.
Le arañaba la espalda, intentaba alcanzar sus nalgas musculosas con las manos o sus muslos o toda su bronceada piel. La sentía en mí, poderosa, en mis entrañas, colmada por su fuerza, por su polla. Mirándonos a los ojos, oliendo solo el sudor de nuestra piel, sumergidas en la extraña música oyendo solo nuestros corazones. El momento duró siglos y solo entonces su cadera comenzó a moverse.
El éxtasis y la gloria. La apretaba cada vez mas fuerte entre mis muslos cruzándolos por detrás de su musculoso culo. Su polla fuerte y serena, cada vez mas dentro de mi cuerpo a cada golpe de su cadera. Sus pechos sobre los míos. Toda ella se movía como queriendo entrar en mí. Como si toda ella en mi interior tocara cada uno de los puntos sensibles. Yo me abría para ella con una flor.
Ella con su sabiduría de mujer me arrancaba cada uno de esos orgasmos. Ella se corrió, su semen caliente ardía en mis entrañas. Mi sexo quemaba y ella aún dura por unos minutos más seguía en mí. No oíamos nada mas que nuestra respiración.
No veíamos más que los ojos de la otra. No olíamos nada mas que nuestro sudor y dos gotas del perfume que me había puesto esa tarde antes de salir de casa. No tocábamos mas que nuestra piel. Y no saboreábamos nada mas que la sal de nuestro sudor y la saliva de la otra.
Alcanzado el objetivo del orgasmo por fín ella se retiró de entre mis muslos. Se hizo a un lado. Y tomando mi cara entre sus manos depositó un dulce beso en la punta de mi nariz.
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ASTARTÉ
Más que una puta.
Entré en el puticlub Astarté nerviosa, bajando la interminable escalera. Eso era lógico, en esa situación.
Ella estaba apoyada en la barra, rubia, grande, cual nórdica amazona poderosa. Su imponente presencia eclipsaba al resto del personal repartido por la sala.
Estaba enfundada en un ajustado vestido negro, muy, muy corto. Parecía cosido sobre su piel. Del que sus tetas enormes parecían querer escapar por el amplio escote.
Sus muslos duros y poderosos dirigían la vista como por el blanco cemento de una doble autopista hacia el negro tanga. Asomaba por debajo de la corta falda, muy recortada, y ocultaba un dulce misterio.
Con voz ronca, pegada a mi cuerpo y rozando con sus sensuales labios mi oreja, me indicó su deseo: dinero. Con vil metal podría comprar su sublime carne rotunda.
El mío, mi deseo, solo con ver la lascivia en mi expresión, estaba muy claro.
- Yo por eso cobro, cielo.
- Soy consciente de ello. Quería asegurarme lo que busco.
- ¿Me buscas a mí?.
- Ya que te he encontrado... No pienso dejarte sola.
En una de las habitaciones del segundo piso podría tenerla. Parecían dormitorios de hotel bastante normales. Pero en la pantalla de una tele enorme lo que se podía ver era únicamente porno.
- En una habitación estaremos más tranquilas.
- Pues a qué estamos esperando.
Ajenas al resto de las prostitutas y clientes del local, como perdidas en nuestro propio mundo, a medias negocio, a medias deseo. Cerramos el trato.
Ya tras la cerradura de una puerta y lejos de miradas indiscretas.
- Ya estamos solas.
- Aún queda arreglar un pequeño detalle.
- Si vale efectivo lo tengo en el bolso.
Conté los billetes delante de ella.
- Con eso basta. Ahora podemos entrar en materia.
Lentamente se bajó los tirantes de su corto vestido negro. Sus rotundos y puntiagudos pechos operados me apuntaban con los orgullosos y erizados pezones. Inclinándome sobre ellos los lamí con devoción.
Bajando por su vientre chupé su ombligo. Mi lengua dibujaba círculos sobre la nívea piel. Mis manos acabaron de bajar su vestido sobrepasando los obstáculos que los inmensos pechos operados y las redondeadas nalgas oponían. Lo deslicé por los muslos y piernas. Hasta que ella misma levantando lo justo los negros zapatos de fino tacón lo apartó de una patada.
- Eres impresionante.
- Y tú estás buenísima. ¿Seguro que me buscas a mí?.
- Lo tengo muy claro. Me gusta esto que veo.
Su tanga negro ante mi nariz, el olor del deseo surgía de allí. Así que impaciente por fin bajé su diminuta braguita con mis dedos liberando la ansiosa y dura polla que allí se escondía. Deposité un ferviente beso en el capullo que me apuntaba justo entre mis azules ojos.
- Es bonita. Justo lo que necesito.
Ella cogió mis manos y me levantó, suavemente depositó un húmedo beso en mis labios carnosos. Me abrazó deslizando sus manos por mi espalda hasta agarrar firmemente mi culo. Su lengua ya exploraba mis dientes y jugaba al escondite con la mía.
- Besas bien. Dame más lengua.
Entonces ella empezó a desnudarme a mí, ahora sus diestras manos abrieron los botones de mi camisa, sus maquillados labios besaban primero mi largo cuello, luego mis hombros y por fin bajando los tirantes del blanco sujetador mis anhelantes pechos. Se metió mis pezones en la boca duros por la excitación. Revolvía su rubia melena entre mis dedos, apretándola contra mis senos. Me hacía gemir.
- Lo haces bien. Pensé que te gustarían más los chicos.
- Déjate de hablar y bésame. O te como yo.
Una vez libre del sujetador me empujó al colchón. Arrodillada a mis pies me sacó las sandalias de tacón y mi pantalón masculino de pinzas. Me dejó solo el tanga blanco. Subió sobre mis piernas, depositando en ellas dulces besos y parte del carmín que cubría sus labios. Al poco se posó sobre la blanca licra y mi monte de venus.
Aún guardo esa braguita blanca con la roja marca de su barra de labios. Subió por mi vientre lamiendo mi ombligo, la curva de mis costillas, la parte baja de mis grandes senos. Sorbía mis oscuros pezones, la gran areola o los cogía entre sus blanquísimos dientes. Y yo suspirando ya no podía ni hablar.
Mordisqueaba mi piel suave. Volvió a besar mi boca ávidamente lamiendo cada rincón. Sentía el calor de nuestras tetas juntas, frotándose. Nuestros vientres y su cada vez más duro pene entre mis piernas abiertas. Sin apartar su boca de la mía y sin sacarme el tanga, solo haciéndolo a un lado su elástico entró en mí. Lo hizo profundo, mis piernas rodearon su cintura para facilitar la penetración.
- Fóllame.
Le arañaba la espalda, intentaba alcanzar sus nalgas musculosas con las manos o sus muslos o toda su bronceada piel. La sentía en mí, poderosa, en mis entrañas, colmada por su fuerza, por su polla. Mirándonos a los ojos, oliendo solo el sudor de nuestra piel, sumergidas en la extraña música oyendo solo nuestros corazones. El momento duró siglos y solo entonces su cadera comenzó a moverse.
El éxtasis y la gloria. La apretaba cada vez mas fuerte entre mis muslos cruzándolos por detrás de su musculoso culo. Su polla fuerte y serena, cada vez mas dentro de mi cuerpo a cada golpe de su cadera. Sus pechos sobre los míos. Toda ella se movía como queriendo entrar en mí. Como si toda ella en mi interior tocara cada uno de los puntos sensibles. Yo me abría para ella con una flor.
Ella con su sabiduría de mujer me arrancaba cada uno de esos orgasmos. Ella se corrió, su semen caliente ardía en mis entrañas. Mi sexo quemaba y ella aún dura por unos minutos más seguía en mí. No oíamos nada mas que nuestra respiración.
No veíamos más que los ojos de la otra. No olíamos nada mas que nuestro sudor y dos gotas del perfume que me había puesto esa tarde antes de salir de casa. No tocábamos mas que nuestra piel. Y no saboreábamos nada mas que la sal de nuestro sudor y la saliva de la otra.
Alcanzado el objetivo del orgasmo por fín ella se retiró de entre mis muslos. Se hizo a un lado. Y tomando mi cara entre sus manos depositó un dulce beso en la punta de mi nariz.
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