Capítulo 41 - La imposibilidad de atrapar el viento: Bishnu desata su poder
La montaña se alzaba como un coloso de piedra. Su cima escondida tras un manto de nubes bajas que parecían deslizarse pesadamente por sus laderas, amenazaba con tormentas.
Los Bakuba la llamaban Inkavalo, que en su lengua significaba el guardián. Decían que siempre había estado allí, inmóvil, vigilante, custodiando los pasos de los hombres. Y ellos eran sus hijos, guardianes del poder oculto que la montaña protegía con orgullo.
No detuvieron a los recién llegados cuando el sol levantó su rostro por el horizonte y ellos decidieron partir. Los Bakuba no entendían que era prohibir, no existía esa palabra en su lenguaje. Tan solo les advirtieron del peligro que los aguardaba. Leyendas e historias. Los ancianos de la tribu hablaron de un poder que no conocía límites, de una magia ancestral que vivía tras la montaña. Aunque nada podía detener el destino de los piratas. Partieron en silencio, rodeando Inkavalo, convencidos de que el Vodrial Shardeth los llevaría hacia lo alto de aquella mole de piedra bañada en bruma. Sin embargo, el camino no señalaba hacia arriba.
- ¿Estás segura de que debemos cruzarlo? - preguntó De la Vega, su voz quebrando el silencio matinal.
Grace bajó la mirada hacia la brújula. La aguja no temblaba, estaba fija, casi parecía obstinada. Un escalofrío recorrió su espalda antes de alzar los ojos hacia lo que tenían delante. No pudo pronunciar palabra. Solo asintió con la cabeza.
Todos siguieron su mirada.
Frente a ellos se extendía una llanura interminable, un páramo desnudo que helaba la sangre. No había árboles, ni hierbas, ni un arbusto que pudiera ofrecer refugio. Solo una vasta superficie agrietada, seca, infinita. El horizonte temblaba bajo el sol incipiente, pero allí no había vida, ni sonido, ni consuelo. Era un lugar que parecía diseñado para quebrar voluntades. Un lugar que inspiraba el miedo más profundo. Un desolado vacío en mitad de la naturaleza más viva que ojos humanos hubieran visto jamás.
El Perro mascó el silencio un instante, con la pipa encendida entre los dientes. Finalmente murmuró entre la tos de sus negros pulmones.
- Me da mala espina… - su tono era bajo, casi un gruñido - Si yo quisiera tender una trampa, lo haría en un sitio como este. A cielo abierto, sin cobertura… seremos presas fáciles.
Macfarlane bufó, rascándose la barba.
- Por una vez, coincido con el perro. - Dijo de forma burlona - Ni las alimañas se atreverían a cruzar un lugar así. No es seguro, capitana.
Un murmullo de tensión recorrió al grupo. Entonces, un movimiento en lo alto del cielo llamó su atención. Un ave rapaz cruzaba la montaña, planeando con las alas abiertas como cuchillas contra la luz del amanecer. Era un águila marcial, soberbia y poderosa, con sus plumas moteadas y sus garras como puñales.
El aire silbó cuando cayó en picado. Un destello de plumas y polvo, y en cuestión de segundos, la víctima quedó inmóvil: una serpiente retorciéndose inútilmente entre sus garras. El águila batió alas y, con la presa colgando de su pico, alzó el vuelo hacia la cima de Inkavalo. Allí, en lo alto, sus crías lo esperaban hambrientas. La visión fue clara, brutal, imposible de ignorar. Como una revelación de su futuro si se atrevían a cruzar el páramo. El cielo era cazador, la tierra víctima.
Y ellos estaban a punto de caminar en medio de la nada.
- ¿Y si rodeamos por la jungla? Aunque no nos garantice nada, al menos estaremos protegidos de los depredadores - aportó Bhagirath.
Grace se dispuso a contestar pero Diego se adelantó.
- El Vorial Shardeth no muestra solo un rumbo a seguir, amigo - dijo mirando el horizonte - marca un camino concreto. Si dice que debemos cruzar el páramo, así debemos hacerlo. No hay alternativa.
Todos escucharon atentamente y volvieron a observar aquel lugar vacío, desprovisto de vida.
- ¿Vamos a estar parados aquí todo el día o qué? - rió Yara, empujando con descaro a un par de hombres para abrirse paso hasta la primera fila - En serio… he visto caracoles más rápidos.
Las carcajadas fueron nerviosas, más asombro que diversión. Todos la siguieron con la mirada mientras ella, sin un ápice de miedo, comenzaba a descender la ladera pedregosa. El sonido de sus botas resonaba como un desafío contra la quietud del lugar.
Un murmullo recorrió la compañía y, poco a poco, con la incomodidad creciendo en sus entrañas. Mordisquitos, sin dudar ni un segundo, la siguió de cerca y todos empezaron a bajar tras él. El descenso fue breve, pero cargado de tensión, hasta que al fin se detuvieron ante el límite del páramo. Allí, por un segundo, el grupo entero quedó inmóvil, como si el abismo de polvo y silencio les estuviera preguntando si de verdad se atrevían a cruzarlo.
- ¡Ojos abiertos, mis cachorros! - ladró el Perro, sacudiendo el bastón como si marcara el ritmo de una cacería - A la mínima señal de peligro, no lo penséis. Cazad, si no queréis ser cazados.
Los pasos se adentraron en la llanura muerta. Cada crujido bajo sus botas se sentía como un grito en aquel silencio imposible. No había hierba, ni insectos, ni reptiles. Solo la huella de un vendaval que parecía haber arrancado toda vida de raíz. El polvo se levantaba con cada paso y el viento, furioso, les golpeaba en la cara, como advirtiéndoles que debían retroceder.
El único que no parecía perturbarse era Bishnu. Caminaba unos pasos por delante, sereno, sus ropas agitadas por el viento como si ya conociera el camino.
- Anciano, volver a grupo - gruñó Yrsa, hombro con hombro con los demás, el martillo sujeto con fuerza, los ojos recorriendo cada rincón del desierto - Rólegʀ Gláfur, allt mun ganga vel…
El oso a su lado gruñó, su mirada animal perdida en el horizonte. A lo lejos, la jungla rodeaba el páramo como una muralla oscura. Pero no ofrecía consuelo: era un reino de depredadores, fauces y sombras, dispuesto a devorarlos si osaban acercarse. Grace lo sintió con un escalofrío. Estaban desnudos ante aquel mundo, desprotegidos, expuestos.
- Bishnu… vuelve - murmuró, la voz quebrada,- Es mejor que…
No pudo acabar la frase. Grace se detuvo de golpe, al notar que había una pared. Alzó las palmas y las apoyó contra algo invisible. Sus manos no avanzaban más allá, como si intentara empujar una puerta que no existía.
- ¿Pero qué demonios…? - susurró, incrédula.
Diego dio un paso al frente y apoyó también sus manos. El muro invisible devolvió la misma resistencia.
- ¿Qué tipo de magia es esta? - preguntó con el ceño fruncido.
Uno a uno, los demás imitaron el gesto. Palparon, empujaron, buscaron un resquicio. Nada. La nada sólida. Y entonces, la tormenta estalló.
Un trueno ensordecedor partió el cielo en dos, y de repente el agua cayó con furia. Un torrente descomunal. La tierra seca se convirtió en barro al instante, las botas se hundían, la ropa se pegaba a la piel. Pero no todos estaban mojados.
- ¡Mirad! - gritó Bhagirath, señalando hacia el anciano.
Sobre Bishnu, no caía una sola gota. La lluvia golpeaba contra algo invisible, una cúpula que se revelaba bajo las lágrimas del cielo. El anciano se giró, dio unos pasos hacia atrás y comenzó a mover los labios.
Grace los vio, pero no escuchó nada. Ni una sílaba. Era como si los sonidos se quedaran atrapados tras la cúpula. Bishnu apoyó su bastón contra el hombro y empezó a palpar la superficie, igual que ellos.
Diego avanzó hasta el borde y sus palmas se encontraron con las del anciano. Las manos quedaron separadas por un suspiro de aire, tan cerca y tan lejos a la vez. Se miraron a los ojos, pero no había calor, no había contacto. De improvisto la arena se levantó detrás del anciano.
- ¡Nooooo! - el grito de Grace atravesó el rugido de la tormenta.
De pronto, algo invisible empujó al anciano con brutalidad. Su cuerpo salió disparado hacia un lado, rodando por la tierra muerta. El bastón se le escapó de las manos, golpeó contra la cúpula y rebotó hacia atrás. Bishnu rodó hasta chocar brutalmente contra la superficie invisible, encogido, aturdido. Y el páramo, más silencioso que nunca, parecía devorarse a sí mismo.
- ¡Elektraaaa! - rugió Diego, corriendo a lo largo del muro invisible, la palma de su mano recorriendo aquella nada que lo repelía.
Todos lo siguieron a la carrera, rodeando la cúpula hasta llegar junto a Bishnu. El anciano, al otro lado, intentaba ponerse en pie, tambaleante, la túnica llena de arena agitándose como si un vendaval soplara solo dentro del páramo.
Vihaan descargó un puñetazo contra el muro invisible. Nada. El eco se apagó en el trueno. Diego lo imitó, golpeando con los nudillos, con la palma, con rabia contenida. El muro ni se inmutó. Y, sin embargo, Bishnu estaba tan cerca… a un brazo de distancia. Pero esa distancia era infinita. Una eternidad que los separaba.
De repente, las ropas del anciano se tensaron, como si unas manos invisibles lo hubieran atrapado por el pecho. Y antes de que nadie pudiera reaccionar, fue elevado en el aire con brutalidad, sacudido como un muñeco de trapo.
- ¡No! - gritó Diego, golpeando con desesperación la cúpula.
Bishnu salió disparado hacia adelante, su cuerpo chocando contra la nada en medio del páramo. La violencia del impacto lo lanzó varios metros más allá, y luego cayó con un estruendo seco contra la tierra muerta.
Grace, jadeando, agarró el hombro de Diego con fuerza. Sus uñas se clavaron en su ropa mientras lo sentía temblar, impotente, viendo cómo al anciano lo castigaba una furia invisible, ajena, implacable.
El trueno volvió a retumbar. El agua golpeaba sus espaldas. Y al otro lado, Bishnu yacía, retorciéndose en la soledad del páramo prohibido.
Un rugido atravesó la tormenta, desgarrando el estruendo de la lluvia como un rayo.
Todos se giraron de golpe. Allá arriba, en la ladera de la montaña, recortados entre las nubes bajas, un grupo de cazadores de la tribu los observaba. Permanecían inmóviles, con lanzas y escudos en alto, las siluetas firmes contra la piedra. Sus ojos eran brasas en la distancia, el juicio de los guardianes. Ya les habían advertido la noche anterior, lo repitieron esa misma mañana: nadie debía entrar en aquella tierra maldita. No porque supieran lo que aguardaba… sino porque sus leyes lo prohibían desde tiempos sin memoria. Y ahora los extranjeros entendían por qué.
- ¡Maldita seaaa, lo va a matar! - rugió el Perro, su voz hendida por la rabia.
Bishnu, en el interior del páramo, luchaba por levantarse. Las rodillas temblaban, las manos buscaban el bastón caído cerca de la cúpula. Pero unas fuerzas invisibles lo agarraron de nuevo.
Sin piedad, sin darle respiro. Lo alzaron del suelo con una violencia imposible, lo sacudieron como si fuese un trapo inútil, y lo escupieron contra la tierra muerta.
El anciano se retorció, jadeante. Pero otra vez aquellas manos lo levantaron, zarandeándolo en el aire, lanzándolo contra el suelo con un estrépito brutal. La arena reseca se abrió bajo el impacto. Bishnu gritó, su voz quebrada perdida en el rugido de la cúpula.
De pronto fue arrojado hacia un costado, contra la barrera invisible, justo donde había caído su bastón. Su cuerpo golpeó el muro con un sonido sordo, arrastrando la túnica empapada. La sangre de su rostro delatando la magia que los separaba.
Todos corrieron. Se agolparon contra el cristal, con los hombros mojados, las ropas pegadas al cuerpo por la lluvia torrencial. Los puños golpeaban la nada, impotentes. Diego cayó de rodillas, con las palmas planas contra la barrera, el cabello pegado al rostro, las lágrimas fundidas con el agua.
- ¡Mi amor! - sollozó, la voz quebrada, sin que nadie pudiera escuchar al otro lado.
Grace apretó sus palmas contra el muro con ambas manos, su respiración entrecortada. Vihaan golpeó con furia, hasta que sus nudillos sangraron. El Perro sacó su arma y disparo pero la bala rebotó sin atravesarlo. No pudo evitar soltar un alarido animal.
Y detrás de todo aquel estrépito, los cazadores permanecían en la montaña. Silenciosos. Implacables. Testigos de cómo la maldición castigaba al anciano. Atrapado dentro de la cúpula, Bishnu extendió los dedos temblorosos hasta alcanzar el bastón. La madera crujió bajo su agarre, firme y viejo como él. Entonces apoyó su palma contra el muro invisible y levantó la cabeza. Más allá del cristal, los vio a todos: rostros empapados, ojos desbordados de angustia, labios moviéndose sin voz, puños chocando contra la nada.
- ¿De qué se ríe ese viejo? - gruñó Macfarlane con la mandíbula apretada - ¿Es que ha perdido la cabeza?
Todos miraban asustados su sonrisa. La arena se volvió a levantar del suelo, en una ráfaga aún más grande, más violenta. Intentaron avisarle, haciendo señas, golpeando aquella barrera mágica. Pero él no se movió. Siguió sonriendo pero no por locura. Sintió el viento de nuevo, arañándole los pies, levantando ráfagas a su alrededor. Lo volvería a alzar, lo volvería a golpear, lo tiraría contra la tierra seca hasta matarlo… y, sin embargo, sabía que aquella violencia no era odio. El viento no odia, el viento no elige. El viento tan solo es. Se retuerce, cambia, danza sin razón ni propósito, porque esa es su naturaleza.
Cerró los ojos. La sonrisa permaneció, imperturbable. Había entendido lo que debía hacer.
Al otro lado, Grace lo observó con el corazón en un puño. Y de repente comprendió. Recordó Svalbard, las siete pruebas, el gigante de piedra… allí, el collar había representado la unidad y solo unidos fueron capaces de vencer a Krûlthorak. Después, en el corazón del mundo, la brújula les mostró el destino, fueron bendecidos con el don y la condena. Y ahora, en ese páramo desolado, el anciano se enfrentaba a la libertad. No había cadenas que romper ni enemigos que vencer. El adversario era el viento mismo, y su naturaleza indomable.
Grace apretó los labios, las lágrimas cayendo con la lluvia.
- No pienses, anciano… - murmuró con un hilo de voz - Sé libre. Impredecible. Déjate llevar por el viento.
Los demás la miraron sin entender del todo. Sus ojos brillaban con incertidumbre, con miedo, con esperanza. Pero Vihaan, a su lado, la tomó de la mano con firmeza. La miró, profundo, y asintió en silencio. Él también había comprendido.
Bishnu tembló un instante al sostenerse en pie, como un tronco resquebrajado que desafía la tormenta. Estaba sangrando por todos lados, los moretones en su piel. Cerró los ojos y, poco a poco, su respiración se acompasó con el rugido silencioso de la lluvia contra la cúpula invisible. Despejó su mente, una brizna tras otra, hasta dejarla desnuda. Se arrancó los recuerdos como hojas secas en otoño, dejó ir los rostros, las voces, las victorias y las derrotas. Se olvidó del nombre que alguna vez tuvo, de los sueños que lo habían guiado, del dolor que había cargado. Ya no amaba, ya no sufría, ya no sentía. Era vacío, silencio, un espacio en calma.
Entonces, sin pensarlo, se dejó caer de espaldas. El viento confuso impacto contra el muro invisible, salió rebotado y lo arrebató de inmediato, lo alzó como a un muñeco de trapo y lo lanzó contra la tierra muerta. Pero Bishnu no se resistió. No alzó el bastón, no tensó los músculos, no gritó. Se entregó por completo. Donde cualquiera se defendería, él abrió los brazos. Donde cualquiera se aferraría al suelo, él se dejó arrancar. Y así, el combate dejó de serlo. No había golpes ni defensa, no había violencia ni huida. Era un baile. El viento rugía en ataques impredecibles, sin patrón, sin sentido, y el anciano seguía su ritmo, dejándose guiar por aquella furia ciega.
- ¿Por qué no te defiendes? - gritó Yara golpeando el cristal con rabia - Maldito saco de huesos, estúpido! ¡Peleaaaaa!
Bishnu apoyó sus manos sobre el áspero suelo, se incorporó lentamente y se sentó en el páramo. Los ojos cerrados, la sonrisa inmutable. Sentía al viento rugir a su alrededor, subiendo, bajando, de un lado a otro. Supo que esperaba su reacción, que estudiaba sus gestos. Como un enemigo furioso que analiza a su rival en medio de una batalla.
Pero no la tubo. El mortal se tocó el hombro sintiendo un dolor horrible. Su clavícula estaba desencajada y con un movimiento rápido la puso de nuevo en su sitio. Ni una mueca de dolor, ni un atisbo de buscar venganza.
El viento se enfureció aún más. Una ráfaga lo levantó de nuevo, arrastrándolo en círculos como si fuera un simple remolino de hojas secas. Lo empujó hacia arriba, cada vez más alto, las miradas de los piratas lo siguieron hasta perderlo entre las nubes bajas. Los de afuera gritaron, las manos golpearon contra la cúpula invisible, el miedo se clavó en sus gargantas.
De repente el viento cambió de rumbo y Bishnu descendió a toda velocidad. Cuando todos temieron que el anciano se estrellaría contra el suelo con la fuerza de una roca caída, cuando todos pensaron que iba a morir. El sabio alzó suavemente la palma hacia adelante, un gesto apenas visible. El aire se curvó a su voluntad. Su caída se frenó, lenta, imposible, hasta que su cuerpo descendió con la delicadeza de una pluma, posándose en la arena seca con una suavidad inhumana.
El silencio cayó como un manto. La lluvia golpeaba la cúpula, los truenos rugían en el horizonte, pero nadie oyó nada más que el propio desconcierto. Todos lo contemplaban con los ojos muy abiertos, confundidos, como si aquello que veían fuera un espejismo, una mentira de sus propios sentidos.
- No… - balbuceó Diego, con la voz rota - No puede ser… ¿Cómo? ¿Cómo ha podido?
Grace, con el corazón acelerado, se acercó a su lado. Su rostro estaba empapado, entre lágrimas y agua, y sin apartar la vista del anciano, se inclinó hacia la oreja del español.
- Creo que… - susurró, apenas audible - olvidé comentarte un pequeño detalle…
No hubo dudas. Quizás unas horas antes sí, cuando el anciano parecía un saco de huesos sostenido apenas por su bastón, un alma cansada, desvencijada por el tiempo. Pero ahora no. Ahora todos lo veían con otros ojos. Bishnu dominaba el viento. No había vacilación en sus gestos, no había resistencia inútil ni miedo en sus movimientos.
El aire se detuvo un momento, como si él tampoco fuera capaz de comprender. Sin previo aviso volvió a rugir alrededor suyo, levantando remolinos de arena que giraban como serpientes doradas en torno a su figura. Y él, con un leve giro de hombros, con un movimiento apenas perceptible de la muñeca, desvió aquellas corrientes como si fueran prolongaciones de su propio cuerpo. El bastón se alzó de la tierra seca y empezó a agitar el viento. Cada movimiento arrancaba un nuevo suspiro al vendaval, un murmullo que obedecía a su ritmo. No parecía luchar, parecía danzar: cada ráfaga que debería aplastarlo se convertía en una caricia, cada empujón brutal en un giro fluido, como si el anciano y el elemento hubieran alcanzado una extraña armonía.
Diego lo miraba con los ojos desorbitados, el agua chorreando por su frente, incapaz de apartar la vista. Sabía lo que estaba viendo. Sabía lo que era Elektra, sabía lo que significaba ser uno de los elegidos. Había estudiado centenares de manuscritos, había escuchado todas las historias habidas y por haber, había recorrido el mundo durante siglos intentando entender. La fuerza de los elementos dormía en ellos, sí… pero siempre como un don incompleto, una herencia rota, un poder que podía guiar, nunca poseer. Ningún mortal podía aspirar a dominar el alma de un elemento.
Y sin embargo, allí estaba él, arrancándole al vendaval su furia, danzando con el aire, doblegándolo con la suavidad de quien no necesita vencer porque ya es parte de lo que teme. Diego sintió el vértigo en el pecho, una mezcla de maravilla y desconcierto. No entendía cómo había podido hacerlo. Cómo había liberado la fuerza de su alma.
Lo imposible estaba sucediendo frente a él. Y aunque su razón lo negaba, su corazón ardía con la certeza de que aquello era real. Bishnu había dejado de ser hombre. En ese instante, él era el viento.
El Perro lo contemplaba todo en silencio. La pipa muerta entre sus dientes, apagada por la tormenta, chorreando agua como si fuese un manantial. Pensó que no le habían contado toda la verdad, que en aquellas historias aún quedaban sombras. Pero cuando vio el rostro de Diego comprendió que ni siquiera el español lo sabía. Nadie lo sabía. Nadie, salvo aquel anciano que ahora estaba solo, enfrentándose a lo imposible.
Dentro de la cúpula, Bishnu permanecía de pie, inmóvil como un árbol en medio del vendaval. La palma rígida contra el vacío invisible, los ojos cerrados, el bastón perpendicular al suelo, firme y recto, sus pulmones respirando despacio. Tan solo escuchaba sus movimientos, intentando comprender su esencia, adelantándose a cualquier golpe que quisiera arrebatarle la vida.
El viento comenzó a arremolinarse a su alrededor, levantando columnas de arena que lo envolvieron como un sudario. El día se oscureció, tragado por el polvo, y en ese silencio que se vuelve eterno escuchó por primera vez una voz que no era la suya.
Una voz vasta, infinita, como un millar de susurros resonando en un mismo trueno. Era áspera y dulce al mismo tiempo, grave como el rugido de la montaña y ligera como el roce de las hojas. El viento le hablaba, y en su eco cabía el mundo entero.
- ¿Quién eres, mortal? - retumbó, con un eco que hacía vibrar hasta los huesos - ¿Cómo eres capaz de darme forma?
Bishnu abrió los ojos. Y lo vio. El polvo flotante, la arena suspendida en torno a él, se unió en formas fugaces, danzando en espirales hasta formar un rostro. Un semblante sin edad, cambiante, que se deshacía y recomponía a cada instante. El ceño arrugado de un anciano, la frescura cruel de un niño, los labios abiertos de una mujer en un soplo eterno. El rostro del viento lo contemplaba.
El anciano apretó su bastón con fuerza.
- Soy tu hijo… tu discípulo. - Su voz no tembló - Aquel que sigue tus pasos.
El viento rió. Una carcajada inmensa que no salía de boca alguna, sino del propio cielo. La arena vibró, el suelo retumbó bajo aquella risa que era burla y desafío a la vez.
- Yo no soy padre. - retumbó la voz, desbordante, impía - No soy maestro. Y nadie puede seguir mis pasos.
Y entonces lo intentó levantar. Una fuerza brutal lo arrancó del suelo, tirando de su cuerpo hacia el cielo abierto. Sus ropas se agitaron como alas desgarradas, cada pliegue azotado con violencia, arrancándole jirones. Pero Bishnu no cedió.
Clavó el bastón en la arena, con ambas manos firmes como grilletes de hierro. Su espalda arqueada, sus músculos tensos, sus arrugas azotadas por la furia invisible. El viento lo desnudaba, lo despojaba de todo, pero sus pies permanecieron allí, incrustados en la tierra seca. Ni el huracán pudo arrancarlo.
Bishnu no era un hombre resistiendo. Era la roca sobre la que el viento debía partirse.
La risa cesó. No se apagó como un eco que muere, sino que fue sofocada de golpe, como si el propio cielo hubiera retenido la respiración. El rostro de arena se recompuso ante Bishnu, los ojos infinitos del viento posándose sobre él. No había asombro en aquella mirada, tampoco miedo ni ira. Solo un reconocimiento frío, desnudo, implacable: el reconocimiento de un igual.
- Eres fuerte… - susurró la voz, deslizándose por cada grano de arena, resonando en cada pliegue del aire - Pero fuerte es cualquiera que se aferra a la roca. Tú crees sostenerte, crees resistirme… y aun sabiendo la verdad, sonríes. - El viento dejó escapar una nueva carcajada breve, cortante - ¡Nadie puede atrapar al viento, anciano. ¡Nadieeeee!
Bishnu alzó la mirada, sus pupilas clavadas en aquel rostro que mutaba sin cesar. No había desafío en sus ojos, ni orgullo, ni miedo. Tampoco había valor, porque el valor aún guarda un propósito. En él no quedaba nada. Nada salvo la nada misma. Un vacío tan absoluto que el viento no pudo más que enfurecerse.
El aire se agitó con violencia. Una sacudida recorrió la cúpula, como si la propia tierra quisiera apartarse del lugar. Bishnu se preparó, había llegado el momento.
Primero llegó una ráfaga caprichosa, ligera como el roce de un amante, que lo envolvió en espirales juguetonas. El viento giraba en torno a él, deslizándose bajo sus pies, sobre su nuca, tirando de sus manos con la curiosidad de un niño que tantea un juguete nuevo. Pero Bishnu no respondió. Su bastón permaneció firme, sus brazos inmóviles, y su mente vacía.
Entonces la brisa se tornó cuchilla. El aire se comprimió en torbellinos veloces que cortaban como filos invisibles, rasgándole la piel, intentando arrancarle la carne del cuerpo. Sus ropas se deshacían en jirones, pero Bishnu no se protegió. No elevó un brazo, no esquivó. Se entregó al golpe, aceptando cada herida como quien recibe un soplo.
El viento rugió frustrado.
Se elevó en tromba, levantando al anciano por los aires. Bishnu flotó como un muñeco a merced de un titiritero cruel, sacudido de un lado a otro, su cuerpo girando en círculos imposibles. Pero su rostro seguía impasible.
Lo lanzó hacia arriba, tan alto que pareció perderse en el cielo. Y cuando cayó, la arena se abrió como un abismo dispuesto a tragárselo. Y entonces, justo antes del impacto, esta vez el anciano no hizo nada. Su cuerpo golpeó brutalmente contra el suelo. El bastón se le escapó de las manos, el aire se vació de sus pulmones, sintió el dolor en sus huesos, algo roto que punzaba en su abdomen. Se ahogaba, se asfixiaba, sintió que moría.
Los gritos de afuera, retumbaron más fuertes que la tormenta. Todos golpeaban el cristal, patadas, rodillazos, puñetazos, disparos, cortes. La ira se desataba en un caos lleno de furia y violencia. Mientras dentro, el rostro del viento volvió a formarse frente a él. Y esta vez no rió, lo levantó suavemente del suelo, meciéndolo como una madre lo hace con su hijo.
- Comprendes ahora mortal… - susurró la voz, grave, honda, como el murmullo de un universo sin principio ni fin - No puedes luchar. No puedes perseguirme. Nadie puede dominarme.
Contempló el cuerpo del anciano, no mostró pena, ni alegría. El viento no entendía de eso. No obstante pareció contemplarlo con cierto orgullo, pues entendía que aquel humano poseía un poder muy parecido al suyo. Sintió su corazón latir entre sus ráfagas, estaba débil, apunto de apagarse. Había llegado el momento de acabar con él. Debía matarlo, ofrecerle la libertad.
El viento se tensó una última vez, arremolinando arena con fuerza brutal. Bishnu fue levantado en un torbellino imposible, girando sin control, sus brazos extendidos, su cuerpo al límite dando tumbos. Todo a su alrededor se volvió caos: la arena cortando la piel, ráfagas que podían arrancar la vida, viento cortando como cuchillas.
Parecía inevitable. Todos contuvieron la respiración, sabiendo que aquel momento marcaría el fin, era imposible sobrevivir a otra caída.
La furia del viento no era caprichosa; era la prueba final, un juicio de vida o muerte. El anciano cayó en picado, el suelo acercándose con velocidad imparable, y justo cuando el impacto parecía inminente, el aire se detuvo. Todo se congeló. El torbellino dejó de girar. Bishnu flotó suspendido, inmóvil, los pies apenas rozando la arena seca. Abrió los ojos y vio el rostro cambiante, que no podía creerse lo que estaba ocurriendo.
El anciano sonrió. Lo sintió en su mano cerrada. El dios había picado el anzuelo.
Lo había atrapado.
No hubo risas. No hubo admiración ni ira, por parte del viento. Solo los ojos fijos en él.
No hubo miedo. No hubo temor ni duda. Bishnu le devolvió la mirada y en esa mirada los dos se entendieron.
- No se puede atrapar al viento - susurró el anciano, la sangre brotando de su interior - Se que te dejaré escapar, que no podré retenerte demasiado tiempo. Pues no puedo luchar contra tu naturaleza. No hay mayor pecado que encarcelar lo que debe ser libre.
El viento no respondió, tan solo contemplaba el puño cerrado del viejo sobre él. Jamás había sentido aquella sensación. Jamás había sido atrapado. Antes de que pudiera luchar, antes de que pudiera escapar. La mano lo soltó. Lo liberó.
- Si queréis acabar con mi vida, hacedlo - sonrió el anciano - Acepto mi destino. Liberadme del peso de esta cárcel que es mi cuerpo. Pero antes, reconocedlo… reconoced que os he vencido. Reconoced que he andado más caminos que vos.
Entonces, lo incontrolable, lo infinito, lo indomable reconoció al elegido. No como maestro ni como padre, sino como aquel que ha entendido su esencia. La cúpula que había aprisionado el páramo se deshizo. La lluvia cayó libre, golpeando la tierra, embarrándolo todo, mezclando arena y agua. Los piratas cayeron unos sobre otros, jadeando, empapados, sorprendidos por la libertad repentina. Diego levantó la cabeza, su rostro cubierto de lodo y gotas que le cegaban momentáneamente la visión. Miró alrededor y vio que el páramo volvía a ser un terreno abierto, despojado de barreras invisibles, pero impregnado de la magia que acababan de presenciar.
El viento se retiró, moviéndose caprichoso, sin dirección, revolviendo la hierba, el polvo y la lluvia. Susurraba entre las rocas y los troncos, como un mensajero que no sabe a dónde ir. Y entre esas corrientes, Bishnu se alzó, magullado y dolorido, envuelto en el remolino restante, sosteniendo su bastón.
- !Lo ha conseguido! - sonrió Grace al ver lo que agarraba su mano huesuda - !Maldito anciano loco, lo has conseguido!
Bishnu se giró para observarla y sonrió. Ya no se sostenía en su bastón. El Mulakaboko lo sostenía a él.
El bastón mágico brillaba débilmente bajo la luz gris de la mañana africana, como si guardara siglos de secretos en su madera oscura y vetas doradas. Era más que un arma; era un conducto, un símbolo de equilibrio y poder, forjado por manos divinas y bendecido por los elementos. El viento seguía a su alrededor, pero ya no lo atacaba; lo rodeaba, danzando, respetuoso, reconociendo que ahora el anciano no era simplemente un mortal, sino el guardián del aire.
Bishnu sostuvo el Mulakaboko con ambas manos, los dedos tensos pero seguros, los brazos firmes contra el último suspiro del viento. Cada línea del bastón parecía vibrar con energía contenida, resonando con la fuerza de un poder que solo podía manejar un elegido. Y allí, rodeado de viento y lluvia, el anciano permanecía en silencio, su mirada fija, serena y eterna, demostrando sin palabras que lo imposible había sido conquistado.
La lluvia aún golpeaba fuerte sobre sus hombros, mezclándose con barro y polvo, pero nadie parecía importarle. Todos corrían hacia Bishnu, tropezando, resbalando, empujándose unos a otros, empapados y exhaustos, movidos por la urgencia de tocarlo, de asegurarse de que estaba realmente allí.
Diego fue el primero en llegar. Sin pensarlo, se lanzó a él, abrazándolo con fuerza. Por un instante sintió que Bishnu podría escaparse, como si la fuerza del viento aún lo mantuviera suspendido, fuera del alcance de los mortales. Pero el anciano no se resistió. Se dejó abrazar, sonriendo con serenidad mientras los brazos del español lo envolvían, el bastón apoyado contra su hombro, firme y tranquilo.
Uno a uno, los demás se acercaron, sumándose al abrazo colectivo. Las preguntas, la incredulidad, la alegría contenida y la ilusión de verlo vivo se mezclaban en risas nerviosas y miradas desconcertadas. Grace alzó la vista hacia el regalo divino, deseando tocarlo, pero sus manos se cerraron sobre la nada. El bastón parecía tan sencillo, tan común, como un palo que podrías encontrar tirado en cualquier bosque: madera lisa, oscura, con vetas claras que serpenteaban a lo largo de su superficie. Sin embargo, había algo vivo en él, algo que cambiaba lentamente de forma, como si la naturaleza misma respirara en su interior. Colores y texturas de diferentes árboles parecían aparecer y desaparecer sobre su madera, nunca manteniéndose iguales por mucho tiempo, adaptándose al entorno, a la energía de quien lo sostenía.
Vihaan se acercó a su lado, curioso, observándolo con atención. Cada vez que lo intentaba tocar, parecía vibrar, como si reaccionara a su presencia, a su espíritu. Sus manos temblaban ligeramente, deseando comprender cómo algo tan simple podía contener tanta fuerza y poder.
Grace se volvió hacia él y, con un susurro, le entregó su collar.
- Ten, Vi… - dijo, desatándolo cuidadosamente - creo que esto te pertenece.
Vihaan tomó el collar. Tan pronto como lo sostuvo, un calor extraño recorrió sus manos; un latido profundo pareció emerger desde el interior del objeto, como si por fin estuviera completo. Con reverencia, se lo colocó al cuello, sintiendo que algo dentro de él encajaba, que una parte de su destino se alineaba con aquella pieza de magia y memoria.
Grace levantó la cabeza y, suavemente, le acarició la mejilla, dejando que sus dedos dibujaran un sendero de afecto y complicidad. Luego, inclinándose un instante, le dio un beso breve pero cargado de significado. Fue un gesto de unión, de confianza y de esperanza compartida: un puente silencioso entre la capitana y el astrónomo, entre la fuerza y la mente, entre los elementos que los habían guiado hasta allí.
El Mulakaboko permaneció en manos de Bishnu, respirando con el viento, mientras Vihaan llevaba el collar sobre su pecho y Grace sostenía la brújula en su mano. Diego, empapado y exhausto, comprendió que la alianza, la magia y el destino que los había reunido, apenas comenzaba a desplegarse.
- Estás hecho un desastre, saco de huesos - rió Yara revisando las heridas del anciano - ¿te duele aquí?
Bishnu no dejó de sonreír, pero cuando le tocaron las costillas no pudo evitar soltar un quejido.
- ¿Es grave, señorita Yara? - preguntó Bhagirath acercándose.
- Costillas rotas, y un par de huesos fracturados en el hombro y el brazo derecho - dijo rápidamente - se pondrá bien… aunque tiene suerte de no estar muerto. Pero si ha sobrevivido a lo que demonios fuera aquello, podrá con esto sin duda.
El Perro contemplaba con curiosidad el bastón. Este cambiaba de forma y de madera a cada instante: roble, abedul, pino… y sus colores y texturas variaban como si fueran reflejos de árboles distintos, nunca permaneciendo igual por mucho tiempo. Mordisquitos a su lado intentaba aferrarlo una y otra vez, pero sus enormes manos atravesaban la madera como si fuese humo sólido.
- Creo que jamás había visto nada igual en mi larga y miserable vida - dijo empapado bajo la lluvia.
Grace miró al cielo enfurecido y luego su brújula. Sintió el calor que emanaba. De repente comenzó a girar sin control, hasta fijarse en un punto concreto.
- ¡Compañeros! Tenemos un nuevo rumbo al que seguir - dijo alzando la voz - ¡Debemos continuar nuestro camino!
Todos la miraron, cubiertos por la tormenta y el barro que se pegaba a sus cuerpos. Sabían que debían continuar, pero también que al final del río los esperaba el enemigo. La muerte los aguardaba, disfrazada esta vez de ciudad flotante.
Grace los miró uno a uno. El Perro se acercó por su derecha, el Errante por su izquierda. Sus músculos se tensaron, las manos temblorosas acariciando sus aceros. La capitana hizo una única y simple pregunta.
- ¿Quién de aquí teme a la muerte?
El viento rugió entre las rocas y la llanura, arrancando hojas y polvo de la tierra, arrastrando la lluvia como látigos contra sus cuerpos. La tormenta misma parecía contestar, azotando los árboles y los riscos, doblando el horizonte con su furia, dibujando sombras rápidas y cambiantes sobre sus rostros. Cada relámpago iluminaba los ojos de los presentes, revelando determinación, coraje y una certeza inquebrantable.
No hubo un solo titubeo. Las manos apretadas sobre armas, bastones o amuletos, los cuerpos tensos y erguidos, el barro resbalando entre sus rostros: todo gritaba que la muerte no era temida, sino aceptada. Era un desafío compartido, una promesa silenciosa que cruzaba sus corazones: mejor morir libres que vivir encadenados.
La lluvia golpeaba sus mejillas como si besara su rebeldía, el viento jugueteaba con sus cabellos, arrancando gemidos de sorpresa y risas contenidas. Cada trueno resonaba como un tambor de guerra, marcando el pulso de su audacia. Sus miradas se encontraron, entrecruzadas, reflejando la misma resolución: el miedo no tenía cabida allí. Solo existía la tormenta, y ellos eran parte de ella, indomables, indivisos, preparados para arrasar con todo lo que se interpusiera.
La respuesta a la pregunta de Grace no se pronunció con palabras. Fue el estruendo de la lluvia sobre la roca, el siseo del viento entre la hierba seca, el relámpago que iluminaba los músculos tensos de los hombres y mujeres que la seguían. Era la tempestad misma la que hablaba: audaz, furiosa, imparable. Cada uno de ellos era la encarnación de esa fuerza, lista para arrollar a quien se interpusiera, sabiendo que ningún poder del mundo podría doblegar su voluntad.
El enemigo aguardaba al final del río, la muerte disfrazada de tiranía. Pero allí, en medio de la tormenta, bajo el cielo gris y el barro que se pegaba a sus botas, la pregunta ya no necesitaba respuesta. Sus ojos la dijeron por ellos: no hay miedo. Solo la furia del viento, la rabia del río, la llama de la libertad y la fuerza de quienes jamás se inclinarán sobre la tierra.
Sin decir nada, se pusieron en marcha. Pero Bishnu no se movió.
- Deinó Elektra… ti ginetai? Ou dunamai peripatéin? - le preguntó Diego, sujetándolo del brazo. Pensando que el anciano estaría demasiado débil para caminar.
Entonces el viejo levantó levemente el bastón. Un viento suave abrazó a los que ya partían y los empujó hacia él. Algunos gritaron asustados, temiendo que aquel fantasma hubiera vuelto. Incluso Akuma, que observaba oculta en la distancia, fue arrastrada. Todos se resistían, pero no podían desatarse del abrazo. Diego observaba la escena como si estuviera viendo un milagro. Y entonces, cuando estuvieron lo suficientemente cerca del anciano, el viento se hizo más fuerte… y desaparecieron.
El aire enfurecido se levanto del páramo, corrió libre atravesando a los guerreros que observaban desde la lejanía como una ola de fuerza imparable. Un par cayeron al suelo, golpeados por el vendaval, intentando resistirse, mientras las voces del pasado y del presente se arrastraban por entre el ruido del viento, gritos que parecían susurrar secretos antiguos y advertencias olvidadas.
Pero el viento no se detuvo. Avanzó atravesando el poblado, levantándolo todo a su paso y arrastrando las hojas de los árboles. Las mujeres Bakuba dejaron sus tareas, incapaces de comprender cómo aquel torbellino parecía moverse con inteligencia, siguiendo un rumbo invisible. Las Ngoma, que ya trabajaban a su lado, aprendiendo a integrarse en su nueva familia, hicieron lo mismo: recogieron a sus hijos, los protegieron y se escondieron ante tal manifestación de magia incomprensible. Solo la más anciana sonrió, con la serenidad de quien ha visto más allá de la vida, observando cómo aquel viento lleno de voces se alejaba.
- Tika baninga, bomoyi malamu na nzela - murmuró la anciana en lingala.
Adiós amigos, suerte en el camino, les dijo. Pero el viento no se detuvo. Atravesó la jungla con violencia: los elefantes retrocedieron, los gorilas treparon a los árboles asustados, la selva se convirtió en pantano. Los cocodrilos se ocultaron dentro del agua fangosa, y los pájaros elevaron el vuelo en un frenesí de aleteos y gritos. Cuando finalmente los piratas salieron del pantano, lo que vieron los llenó de alegría. El Red Viper y el Madra Ifrinn. Los dos navíos anclados a la orilla del río, imponentes y listos para zarpar. Las velas plegadas ondeaban bajo la fuerza del viento, la madera crujía bajo la presión de la tormenta, y cada miembro de la tripulación se preparaba, sabiendo que el próximo rumbo los llevaría al corazón del peligro.
- Alguna novedad? - preguntó Cortés, el ceño fruncido, observando el río con cautela.
- Nada, no hay enemigos a la vista – contestó Akuma – el Madra Ifrinn tampoco ha detectado señales. Acaban de regresar los exploradores, bajaron río abajo y no hay rastro de ellos.
- No me gusta nada… - murmuró Halcón, la mirada fija en el horizonte - ¿por qué no han venido a por nosotros aún?
- Está claro - dijo Aibori, con una sonrisa fría y calculadora - saben que solo tenemos una salida… y allí nos esperan.
Los cuatro compartieron una mirada tensa, conscientes de la verdad: eran ratones atrapados en una jaula, sin escapatoria posible. De repente, Kage alzó las orejas. Estaba tranquila hasta ese instante, pero un estremecimiento recorrió su cuerpo. Su pelaje se erizó, la cola se tensó, los músculos rígidos; sus dientes brillaron entreabiertos. Su pose de ataque fue inmediata: las patas firmes, la mirada afilada y penetrante, detectando algo que los demás aún no percibían.
Akuma se agachó a su lado, reflejando la misma tensión. Todos contuvieron el aliento mientras la observaban acercarse a esa bestia. La japonesa acarició su torso y se dio cuenta que sus ojos dorados buscaban algo en la distancia, y sin necesidad de palabras, la entendió.
Rápidamente las dos salieron disparadas hacía la borda de estribor. Los demás, siguieron su dirección y entonces lo vieron.
Lo que apareció ante ellos les heló la sangre.
Del viento surgieron sus compañeros, como si volvieran de otro mundo: Grace avanzando con determinación, su cabello agitado por la fuerza del aire; Diego a su lado, firme y seguro, con la mirada fija en el horizonte; Vihaan, elegante y concentrado; y Bishnu, sereno, caminando como si el viento lo abrazara y lo protegiera. Sus ropas ondeaban, arrastradas por ráfagas que parecían obedecer a la voluntad del anciano, y en su rostro una sonrisa tranquila, desafiante y plena de poder. Vieron el bastón que sujetaba y lo supieron al instante. Lo habían conseguido. Ahora poseían ‘El que camina todos los caminos’.
No hubo palabras. Solo el silencio de la incredulidad y la certeza de que aquellos que emergían del torbellino no eran los mismos. Cada movimiento, cada gesto, cada cabello movido por la brisa parecía impulsado por la fuerza de la naturaleza misma.
Los cuatro de la cubierta permanecieron inmóviles, incapaces de comprender del todo cómo habían llegado hasta allí, pero conscientes de que lo que veían era imposible de ignorar.
- ¡Diego! - gritó Cortés, los ojos brillantes de emoción, empapados por la lluvia y la intensidad del momento. Sin dudarlo, saltó a tierra firme - ¡Capitaaaaaaaan!
El grito resonó a lo largo del río, alertando a los demás españoles. Al ver a su capitán, todos hicieron lo mismo, corrieron a reunirse con él. Allí estaban, vivos, reunidos: su capitán, sus amigos, su familia. Los cachorros también saltaron de su embarcación, corriendo hacia sus hermanos, mientras los miembros de la Víbora Roja los seguían de cerca, sumándose al reencuentro.
Abrazos, risas, lágrimas y preguntas se entrelazaban en el aire. Todos querían saber, todos querían comprender. Las historias del pasado, los secretos guardados, las cicatrices y los triunfos, todo pedía ser contado.
- Me parece, capitan - dijo el Perro, rodeado de abrazos y lametones de los suyos - que vais a tener que volver a contar la historia otra vez.
Diego sonrió, asintiendo mientras se dejaba abrazar por los suyos, sintiendo la calidez y la fuerza de su familia unida. El río se llenó de risas, de cariño, de energía compartida.
Mientras tanto, dos hermanas se miraban en silencio, aprovechando la distracción del caos y la alegría. Una de ellas había comprendido que estaba equivocada, la otra en cambio no podía salir de las sombras; su corazón solo creía en una verdad: la venganza.
Continuará…