Entrevista de trabajo

xhinin

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25 Jun 2023
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Sabía que, cuando mi padre hablaba, todo lo decía en serio, así que, tras el trato, hice todo lo que pude para cumplir mi parte. Era normal que mi padre estuviera ya cansado de mis vaivenes, que estuviera hasta los mismísimos de estar pagando matrículas de la universidad año tras año sin que yo consiguiera nada más que unos cuantos aprobados. El caso es que puse todo mi empeño y mi tiempo, evitando volver a caer en escusas, pero al llegar el verano, me quedaron 2 de las asignaturas que me faltaban para poder ser abogado.
Estaba esperanzado en que, con tal resultado, mi padre no fuera tan rígido, pero el caso es que el mismo día que se lo dije tuve que hacer mis maletas y marcharme de casa. Sabía que con esas dos asignaturas volvería pronto, pero no volvería a pisar la casa ni a recibir dinero de la familia hasta que hubiera terminado la carrera.
Un compañero de carrera, que había terminado algún curso antes y, por lo tanto, ya estaba trabajando, me acogió en su piso, en una localidad vecina, pero solamente por el mes de julio, ya que en agosto regresaba a su ciudad, de vacaciones, y en septiembre marcharía a otro piso.
Necesitaba dinero, necesitaba un piso, necesitaba cualquier cosa, así que dediqué mis esfuerzos en encontrar un trabajo, lógicamente, que estuviera relacionado con el derecho era una de mis prioridades.

El caso es que en el periódico vi una oferta que me llamó bastante la atención: buscaban un estudiante de derecho y yo llamé, pensando que por mi edad pensarían que no era muy buena opción. Me equivoqué y, para esa misma tarde, ya tenía la entrevista de trabajo concertada.
Le cogí prestada a mi compañero una camisa, aunque me quedaba algo ajustada, ya que él aunque ancho de hombros era muy delgado, y yo me había pasado varios años practicando artes marciales, lo cual que me había dejado un torso bastante bien formado, aunque hubiera ganado algo de peso durante el último curso, lo cual hacía que mis pectorales se marcaran perfectamente y mis pezones parecieran querer salirse de la camisa. Le hubiera cogido también algún pantalón, pero a pesar de no tener yo demasiado trasero, con lo cual no me hubieran quedado nada mal, pensé que sería menos formal si me presentaba con un vaquero.
Llegué a la oficina puntual como un inglés, presentándome a la chica que cogía el teléfono y que estaba parapetada detrás de un alto mostrador, quedando por debajo de mis ojos, por lo que pude apreciar todo su canalillo, tapado por una blusa bastante fina, que hizo que mi pene quisiera despertarse sin tener sitio casi en los jeans. La verdad es que era una chica bastante guapa, muy bien arreglada, que llamó por teléfono rápidamente para avisar de mi llegada:
-Sí,… está aquí delante,… moreno pero con la piel clara… los ojos claros, muy bonitos… (yo me sonrojé, mientras observaba que me miraba fijamente, con picardía, al hablar, sin entender que esos comentarios fueran lógicos para una entrevista de trabajo). Muy bien. Cuando me necesites ya sabes…
Ella colgó el teléfono y me hizo pasar al despacho. Me recibió una señora, de unos cincuenta años, pero que poseía, aparte de un cuerpo muy cuidado, una elegancia natural bastante sorprendente.
Me hizo sentarme frente a su mesa y se dirigió a su sitio, lo que me hizo observar su trasero, perfectamente embutido en una falda de tubo que hacía resaltar su redondez sin llegar a ser nada vulgar. Al sentarse me miró fijamente, sonriendo, y llevó el bolígrafo que tenía entre las manos a su boca, mirándome fijamente mientras chupaba uno de sus extremos y me miraba fijamente por unos minutos. Yo, sinceramente, me sentía apurado, ya que notaba que, entre la una y la otra, se me estaba poniendo morcillona, hasta que me pidió el currículo, para leerlo tranquilamente.
-Veo que dejaste la carrera unos años para trabajar de… ¿fontanero?
La situación no había sido la mejor para la familia en aquella época (le expliqué) y mi padre no podía permitir que siguiera gastando dinero sin aprobar prácticamente ninguna asignatura, así que decidí trabajar para no ser una carga. También le comenté que tras la vuelta a los estudios la remontada había sido bastante buena.

-Supongo que habrás limpiado más de una tubería. Eso me gusta -dijo con picardía-.
Cogió el expediente académico y comentamos alguna de las notas de las asignaturas del último curso.
Mientras hablábamos no podía dejar de mirar su busto. No era excesivamente grande, pero se veía firme tras la blusa, además, se notaba que no llevaba sujetador, ya que sus pezones, totalmente endurecidos, se marcaban en su blusa de seda que, con su suavidad, acariciaba su piel, haciéndome pensar que, justo ahí, me gustaría ponerle las manos.
-Creo que eres un buen candidato, y tu físico te ayuda -arqueé una de mis cejas, sin entender del todo-. Voy a llamar para que nos traigan un refresco y hablamos tranquilamente del trabajo, aquí nos lo tomamos todo con tranquilidad.
Tras la llamada, comenzó por hablar del sueldo, que, sinceramente, era mucho mayor de lo que esperaba, sin contar que, dependiendo del trabajo conseguido a favor de los clientes te pagaban un importante plus, hubieras intervenido de una forma más directa o indirectamente. Eso sí, en principio mi trabajo sería el de recepcionista, alternándome con la chica de la puerta, colaborando en la búsqueda de información para los casos e incluso en algunas entrevistas con las partes afectadas de los mismos.
La intención era que, poco a poco, fuera recogiendo responsabilidades y que, en un futuro, me convirtiera en un abogado más de la firma, una vez que terminara la carrera, lo que era, realmente, bastante alentador.
Mientras me iba explicando que la empresa creía firmemente en la formación de los nuevos valores, sentí sobre mi hombro un chorro frío: la chica de la recepción, al entrar con los vasos de refresco, había tropezado y me había echado todo el líquido encima.
No hace falta decir el apuro de la chica y la rapidez de las dos en disculparse. Ante su intento por ayudarme, y en menos de cinco minutos, casi sin dejarme opción, me habían quitado la camisa para lavarla y tenía los pantalones, que también se habían manchado, en los tobillos. Mientras la recepcionista ya había entrado al baño con mi camisa y, por el sonido del agua, suponía que la había puesto a remojo, logré coger fuertemente las manos de la jefa evitando que me quitara los pantalones del todo para hacer lo mismo.
Al agarrarla, y observar una mueca de su cara, me dí cuenta de que podría estar haciéndole daño, y me disculpe azorado. Ella, sin embargo, comentó que no pasaba nada. Mordió uno de los extremos de su labio inferior y se disculpó, bajando la cabeza, pero no la mirada, que se concentraba en mi paquete, ajustado en unos slips blancos, de tela muy fina, que me parecieron, teniendo en cuenta la entrevista, la mejor opción para ir elegante, por si se me salía la camisa y se veían ligeramente.
-En serio, agradezco todo esto, pero creo que por una mancha en los pantalones no me va a pasar nada.
Volvió a sentarse tras la mesa, comentando que tendría que esperar que la camisa estuviera lista.
-Siento todo esto, pero no nos queda más que esperar a que se seque la camisa: no creo que tarde mucho con la secadora que tenemos.
 
Sabía que, cuando mi padre hablaba, todo lo decía en serio, así que, tras el trato, hice todo lo que pude para cumplir mi parte. Era normal que mi padre estuviera ya cansado de mis vaivenes, que estuviera hasta los mismísimos de estar pagando matrículas de la universidad año tras año sin que yo consiguiera nada más que unos cuantos aprobados. El caso es que puse todo mi empeño y mi tiempo, evitando volver a caer en escusas, pero al llegar el verano, me quedaron 2 de las asignaturas que me faltaban para poder ser abogado.
Estaba esperanzado en que, con tal resultado, mi padre no fuera tan rígido, pero el caso es que el mismo día que se lo dije tuve que hacer mis maletas y marcharme de casa. Sabía que con esas dos asignaturas volvería pronto, pero no volvería a pisar la casa ni a recibir dinero de la familia hasta que hubiera terminado la carrera.
Un compañero de carrera, que había terminado algún curso antes y, por lo tanto, ya estaba trabajando, me acogió en su piso, en una localidad vecina, pero solamente por el mes de julio, ya que en agosto regresaba a su ciudad, de vacaciones, y en septiembre marcharía a otro piso.
Necesitaba dinero, necesitaba un piso, necesitaba cualquier cosa, así que dediqué mis esfuerzos en encontrar un trabajo, lógicamente, que estuviera relacionado con el derecho era una de mis prioridades.

El caso es que en el periódico vi una oferta que me llamó bastante la atención: buscaban un estudiante de derecho y yo llamé, pensando que por mi edad pensarían que no era muy buena opción. Me equivoqué y, para esa misma tarde, ya tenía la entrevista de trabajo concertada.
Le cogí prestada a mi compañero una camisa, aunque me quedaba algo ajustada, ya que él aunque ancho de hombros era muy delgado, y yo me había pasado varios años practicando artes marciales, lo cual que me había dejado un torso bastante bien formado, aunque hubiera ganado algo de peso durante el último curso, lo cual hacía que mis pectorales se marcaran perfectamente y mis pezones parecieran querer salirse de la camisa. Le hubiera cogido también algún pantalón, pero a pesar de no tener yo demasiado trasero, con lo cual no me hubieran quedado nada mal, pensé que sería menos formal si me presentaba con un vaquero.
Llegué a la oficina puntual como un inglés, presentándome a la chica que cogía el teléfono y que estaba parapetada detrás de un alto mostrador, quedando por debajo de mis ojos, por lo que pude apreciar todo su canalillo, tapado por una blusa bastante fina, que hizo que mi pene quisiera despertarse sin tener sitio casi en los jeans. La verdad es que era una chica bastante guapa, muy bien arreglada, que llamó por teléfono rápidamente para avisar de mi llegada:
-Sí,… está aquí delante,… moreno pero con la piel clara… los ojos claros, muy bonitos… (yo me sonrojé, mientras observaba que me miraba fijamente, con picardía, al hablar, sin entender que esos comentarios fueran lógicos para una entrevista de trabajo). Muy bien. Cuando me necesites ya sabes…
Ella colgó el teléfono y me hizo pasar al despacho. Me recibió una señora, de unos cincuenta años, pero que poseía, aparte de un cuerpo muy cuidado, una elegancia natural bastante sorprendente.
Me hizo sentarme frente a su mesa y se dirigió a su sitio, lo que me hizo observar su trasero, perfectamente embutido en una falda de tubo que hacía resaltar su redondez sin llegar a ser nada vulgar. Al sentarse me miró fijamente, sonriendo, y llevó el bolígrafo que tenía entre las manos a su boca, mirándome fijamente mientras chupaba uno de sus extremos y me miraba fijamente por unos minutos. Yo, sinceramente, me sentía apurado, ya que notaba que, entre la una y la otra, se me estaba poniendo morcillona, hasta que me pidió el currículo, para leerlo tranquilamente.
-Veo que dejaste la carrera unos años para trabajar de… ¿fontanero?
La situación no había sido la mejor para la familia en aquella época (le expliqué) y mi padre no podía permitir que siguiera gastando dinero sin aprobar prácticamente ninguna asignatura, así que decidí trabajar para no ser una carga. También le comenté que tras la vuelta a los estudios la remontada había sido bastante buena.

-Supongo que habrás limpiado más de una tubería. Eso me gusta -dijo con picardía-.
Cogió el expediente académico y comentamos alguna de las notas de las asignaturas del último curso.
Mientras hablábamos no podía dejar de mirar su busto. No era excesivamente grande, pero se veía firme tras la blusa, además, se notaba que no llevaba sujetador, ya que sus pezones, totalmente endurecidos, se marcaban en su blusa de seda que, con su suavidad, acariciaba su piel, haciéndome pensar que, justo ahí, me gustaría ponerle las manos.
-Creo que eres un buen candidato, y tu físico te ayuda -arqueé una de mis cejas, sin entender del todo-. Voy a llamar para que nos traigan un refresco y hablamos tranquilamente del trabajo, aquí nos lo tomamos todo con tranquilidad.
Tras la llamada, comenzó por hablar del sueldo, que, sinceramente, era mucho mayor de lo que esperaba, sin contar que, dependiendo del trabajo conseguido a favor de los clientes te pagaban un importante plus, hubieras intervenido de una forma más directa o indirectamente. Eso sí, en principio mi trabajo sería el de recepcionista, alternándome con la chica de la puerta, colaborando en la búsqueda de información para los casos e incluso en algunas entrevistas con las partes afectadas de los mismos.
La intención era que, poco a poco, fuera recogiendo responsabilidades y que, en un futuro, me convirtiera en un abogado más de la firma, una vez que terminara la carrera, lo que era, realmente, bastante alentador.
Mientras me iba explicando que la empresa creía firmemente en la formación de los nuevos valores, sentí sobre mi hombro un chorro frío: la chica de la recepción, al entrar con los vasos de refresco, había tropezado y me había echado todo el líquido encima.
No hace falta decir el apuro de la chica y la rapidez de las dos en disculparse. Ante su intento por ayudarme, y en menos de cinco minutos, casi sin dejarme opción, me habían quitado la camisa para lavarla y tenía los pantalones, que también se habían manchado, en los tobillos. Mientras la recepcionista ya había entrado al baño con mi camisa y, por el sonido del agua, suponía que la había puesto a remojo, logré coger fuertemente las manos de la jefa evitando que me quitara los pantalones del todo para hacer lo mismo.
Al agarrarla, y observar una mueca de su cara, me dí cuenta de que podría estar haciéndole daño, y me disculpe azorado. Ella, sin embargo, comentó que no pasaba nada. Mordió uno de los extremos de su labio inferior y se disculpó, bajando la cabeza, pero no la mirada, que se concentraba en mi paquete, ajustado en unos slips blancos, de tela muy fina, que me parecieron, teniendo en cuenta la entrevista, la mejor opción para ir elegante, por si se me salía la camisa y se veían ligeramente.
-En serio, agradezco todo esto, pero creo que por una mancha en los pantalones no me va a pasar nada.
Volvió a sentarse tras la mesa, comentando que tendría que esperar que la camisa estuviera lista.
-Siento todo esto, pero no nos queda más que esperar a que se seque la camisa: no creo que tarde mucho con la secadora que tenemos.
Creo que entre las dos te van a hacer un sándwich 😏
 
Le dije que no había problema y seguimos hablando, ahora de cosas más personales: que si deportes, que si novia, que si previsiones de futuro,…
Comenté que, después de dedicar algunos años a las artes marciales lo había dejado algo de lado y que tenía la intención de volver pronto a ejercitar algún deporte, distinto. No obstante, las previsiones de futuro se basaban en terminar la carrera y comenzar a trabajar por fin como abogado.
Mientras hablaba notaba como me iba poniendo cada vez más colorado, sintiendo que, pese a estar atenta a mis palabras, su cabeza se centraba en mirarme con deseo, sobre todo a los pezones, que según decía un amigo gay que tenía, eran de lo más apetecibles.
-¿Y ese tatuaje? -su mirada se fijaba en mi pectoral derecho, tenía una mancha de nacimiento, mancha de oporto se llama, rojiza y con forma de luna, pareciendo atrapar el pezón-.
Le expliqué ligeramente lo que era, pidiendo ella acercarse para verla mejor y, tras pellizcarme la tetilla, mostrarse algo contrariada, ya que podía hacerme muy “reconocible”.
La recepcionista, interrumpiéndonos, pidió que me acercara al baño, aún apurada, disculpándose de nuevo y explicando que la mancha ya se había limpiado y que ahora pondría la camisa a secar, esperando que no tardara mucho. Le dije que así me iría más fresquito a casa, consiguiendo que sonriera.
Cuando volví a mi sitio, mientras la recepcionista volvía a por más refresco, fue cuando empezó la parte más surrealista de la entrevista: la madurita tenía un trapito en la mano con el que se iba secando el sudor, incluso abrió ligeramente la blusa para secarse en la canal entre los pechos y empezar a jugar con él en la cara, cerca de sus labios, mientras me decía que las tácticas que utilizaban, a veces, eran “particulares”. Caí en lo que me decía cuando apretó uno de los extremos del trapito con los dientes y estiró con la mano, viendo que lo que tenía entre las manos era un tanga. Seguramente el que ella llevaba puesto, habiendo aprovechado mi marcha al baño para quitárselo.
Cuando se dio cuenta de que había comprendido lo que quería decir, me invitó a pensármelo tranquilamente, no sin antes comentarme el tipo de ganancia que esas prácticas me traerían.
En aquél momento intenté que mi orgullo saliera a flote, pero no lo conseguí del todo, la escena me había excitado bastante, el dinero era cuantioso y no suponía gran gasto de tiempo (3 horas dos días a la semana), con lo cual podría alquilar un piso y dedicarme a estudiar, que era mi principal objetivo. No obstante, no quise dar un sí tan rápido, así que pedí permiso para entrar al baño con la idea de pensarlo un poco más.
Me la saqué con la intención de mear, pensando que, de esa forma, se me bajaría pues todo aquello me la había puesto gorda (aunque no erecta del todo). No conseguí mi objetivo y, solo con sacarla, se me puso más dura y, cuando intenté guardarla de nuevo en los slips, tuve que llevar cuidado.
Salí del baño nervioso, y con cierto rubor, dije que aceptaba. Ella preguntó si estaba preparado para seguir con la entrevista, y le dije que sí, sin saber muy bien por qué derroteros tiraría todo aquello. Tras levantarse y acariciar ligeramente, con la palma de la mano, mis pectorales, deteniéndose en el pezón y en la mancha que tenía alrededor de él, pidió que me desnudara, delante de ella, mientras pedía a su secretaría que buscara un “buen uniforme” para mí.
Desabroché el pantalón y lo bajé despacio, mis slips eran bastante finos, blancos, lo que dejaba adivinar que mi polla estaba bien morcillona. Sentía como mi paquete se movía al levantar cada una de mis piernas para terminar de quitarme los pantalones. Los recogí del suelo para colocarlos bien sobre una de las sillas. Ella no dejaba de mirarme con una sonrisa pícara, mientras yo me ruborizaba cada vez más.
Decidí no demorar más la historia y, cogí la cinturilla del slip con la idea de quitármelos lo más rápido posible.
-No tan rápido, chaval-dijo ella descubriendo mis intenciones-: ve bajándolos poco a poco, sin taparte nada, hasta tenerlos en uno de tus pies. Quiero que me los lances con una patada.
Lo hice tal y como ella me había pedido, despacio, mientras su mirada me observaba con picardía. Mi polla se movía de un lado a otro, parecía que la saludara, con agrado, mis pelotas acompañaron mi badajo al lanzar la diminuta tela que, hasta ahora, había tapado mis partes pudendas.
-Me gustan los huevos así, bien pelones.
Cogió mis slips y los llevó a su nariz, lo cual consiguió que mi pene creciera más. La recepcionista llegó en ese momento, con varias camisas, unos pantalones y varias bolsas y cajas de ropa interior por estrenar. La recién llegada se acercó, con alguno de los calzoncillos que había elegido y se acercó, para acariciar mi sexo, mirando con picardía.
Justo en ese momento, escuché que la puerta se abría. Intenté taparme con las manos, automáticamente, pero ella las cogió de las muñecas con suavidad y me las puso en la espalda, colocándome frente a la puerta. Mi pene comenzó a ponerse mucho más duro de lo habitual.
Una mujer, algo mayor que la jefa, con melena canosa y buen cuerpo, aunque rollizo, apareció en el despacho. Mi corazón latía a mil por hora, me sentía totalmente expuesto, mientras mi polla se mostraba orgullosa ante las tres. La recién llegada me miró y se acercó a mi lentamente para acariciar mis pelotas (mi pene estaba erecto ya, lo que le permitió ejecutar la maniobra sin problema).
-¿Cuánto llevan sin desahogarse?
Debía tener las pelotas muy duras, puesto que, desde hacía dos meses, entre exámenes y la ruptura con mi novia, no follaba, aunque alguna paja había caído. Le dije que una semana, aunque con el desánimo, entre unas cosas y otras, creo que llevaba más sin soltar lastre.
Comprendí al ver cómo la que yo creía jefa le preguntaba si quería un copazo, que aquella era, en realidad, una de las clientas del despacho y, tras desviar su atención para contestar, agradecí que se retirara y se sentara en una de las sillas, aunque no dejara de mirarme.
- ¿Estáis seguras que con esto ganaremos al cabrón de mi ex?
- Afrontarás el juicio, desde luego, con otras ganas -dijo la jefa a la recién llegada -.
- Entonces, antes, quisiera verlo en acción: quiero estar absolutamente segura.
La recepcionista me puso de rodillas, sin que yo hiciera intento alguno de poner las manos en otro lugar que el que ella me había puesto anteriormente, mientras la miraba a la cara. Fue entonces cuando desabrochó el pantalón que llevaba y, tras quitárselo, dejó frente a mi cara su chochete, totalmente depilado, sonrosado, gordo y mullidito, pues no llevaba ni bragas ni tanga. En aquel momento las ganas de meneármela me estaban pudiendo, pero esperé a que ellas me indicaran qué hacer.
 
Le dije que no había problema y seguimos hablando, ahora de cosas más personales: que si deportes, que si novia, que si previsiones de futuro,…
Comenté que, después de dedicar algunos años a las artes marciales lo había dejado algo de lado y que tenía la intención de volver pronto a ejercitar algún deporte, distinto. No obstante, las previsiones de futuro se basaban en terminar la carrera y comenzar a trabajar por fin como abogado.
Mientras hablaba notaba como me iba poniendo cada vez más colorado, sintiendo que, pese a estar atenta a mis palabras, su cabeza se centraba en mirarme con deseo, sobre todo a los pezones, que según decía un amigo gay que tenía, eran de lo más apetecibles.
-¿Y ese tatuaje? -su mirada se fijaba en mi pectoral derecho, tenía una mancha de nacimiento, mancha de oporto se llama, rojiza y con forma de luna, pareciendo atrapar el pezón-.
Le expliqué ligeramente lo que era, pidiendo ella acercarse para verla mejor y, tras pellizcarme la tetilla, mostrarse algo contrariada, ya que podía hacerme muy “reconocible”.
La recepcionista, interrumpiéndonos, pidió que me acercara al baño, aún apurada, disculpándose de nuevo y explicando que la mancha ya se había limpiado y que ahora pondría la camisa a secar, esperando que no tardara mucho. Le dije que así me iría más fresquito a casa, consiguiendo que sonriera.
Cuando volví a mi sitio, mientras la recepcionista volvía a por más refresco, fue cuando empezó la parte más surrealista de la entrevista: la madurita tenía un trapito en la mano con el que se iba secando el sudor, incluso abrió ligeramente la blusa para secarse en la canal entre los pechos y empezar a jugar con él en la cara, cerca de sus labios, mientras me decía que las tácticas que utilizaban, a veces, eran “particulares”. Caí en lo que me decía cuando apretó uno de los extremos del trapito con los dientes y estiró con la mano, viendo que lo que tenía entre las manos era un tanga. Seguramente el que ella llevaba puesto, habiendo aprovechado mi marcha al baño para quitárselo.
Cuando se dio cuenta de que había comprendido lo que quería decir, me invitó a pensármelo tranquilamente, no sin antes comentarme el tipo de ganancia que esas prácticas me traerían.
En aquél momento intenté que mi orgullo saliera a flote, pero no lo conseguí del todo, la escena me había excitado bastante, el dinero era cuantioso y no suponía gran gasto de tiempo (3 horas dos días a la semana), con lo cual podría alquilar un piso y dedicarme a estudiar, que era mi principal objetivo. No obstante, no quise dar un sí tan rápido, así que pedí permiso para entrar al baño con la idea de pensarlo un poco más.
Me la saqué con la intención de mear, pensando que, de esa forma, se me bajaría pues todo aquello me la había puesto gorda (aunque no erecta del todo). No conseguí mi objetivo y, solo con sacarla, se me puso más dura y, cuando intenté guardarla de nuevo en los slips, tuve que llevar cuidado.
Salí del baño nervioso, y con cierto rubor, dije que aceptaba. Ella preguntó si estaba preparado para seguir con la entrevista, y le dije que sí, sin saber muy bien por qué derroteros tiraría todo aquello. Tras levantarse y acariciar ligeramente, con la palma de la mano, mis pectorales, deteniéndose en el pezón y en la mancha que tenía alrededor de él, pidió que me desnudara, delante de ella, mientras pedía a su secretaría que buscara un “buen uniforme” para mí.
Desabroché el pantalón y lo bajé despacio, mis slips eran bastante finos, blancos, lo que dejaba adivinar que mi polla estaba bien morcillona. Sentía como mi paquete se movía al levantar cada una de mis piernas para terminar de quitarme los pantalones. Los recogí del suelo para colocarlos bien sobre una de las sillas. Ella no dejaba de mirarme con una sonrisa pícara, mientras yo me ruborizaba cada vez más.
Decidí no demorar más la historia y, cogí la cinturilla del slip con la idea de quitármelos lo más rápido posible.
-No tan rápido, chaval-dijo ella descubriendo mis intenciones-: ve bajándolos poco a poco, sin taparte nada, hasta tenerlos en uno de tus pies. Quiero que me los lances con una patada.
Lo hice tal y como ella me había pedido, despacio, mientras su mirada me observaba con picardía. Mi polla se movía de un lado a otro, parecía que la saludara, con agrado, mis pelotas acompañaron mi badajo al lanzar la diminuta tela que, hasta ahora, había tapado mis partes pudendas.
-Me gustan los huevos así, bien pelones.
Cogió mis slips y los llevó a su nariz, lo cual consiguió que mi pene creciera más. La recepcionista llegó en ese momento, con varias camisas, unos pantalones y varias bolsas y cajas de ropa interior por estrenar. La recién llegada se acercó, con alguno de los calzoncillos que había elegido y se acercó, para acariciar mi sexo, mirando con picardía.
Justo en ese momento, escuché que la puerta se abría. Intenté taparme con las manos, automáticamente, pero ella las cogió de las muñecas con suavidad y me las puso en la espalda, colocándome frente a la puerta. Mi pene comenzó a ponerse mucho más duro de lo habitual.
Una mujer, algo mayor que la jefa, con melena canosa y buen cuerpo, aunque rollizo, apareció en el despacho. Mi corazón latía a mil por hora, me sentía totalmente expuesto, mientras mi polla se mostraba orgullosa ante las tres. La recién llegada me miró y se acercó a mi lentamente para acariciar mis pelotas (mi pene estaba erecto ya, lo que le permitió ejecutar la maniobra sin problema).
-¿Cuánto llevan sin desahogarse?
Debía tener las pelotas muy duras, puesto que, desde hacía dos meses, entre exámenes y la ruptura con mi novia, no follaba, aunque alguna paja había caído. Le dije que una semana, aunque con el desánimo, entre unas cosas y otras, creo que llevaba más sin soltar lastre.
Comprendí al ver cómo la que yo creía jefa le preguntaba si quería un copazo, que aquella era, en realidad, una de las clientas del despacho y, tras desviar su atención para contestar, agradecí que se retirara y se sentara en una de las sillas, aunque no dejara de mirarme.
- ¿Estáis seguras que con esto ganaremos al cabrón de mi ex?
- Afrontarás el juicio, desde luego, con otras ganas -dijo la jefa a la recién llegada -.
- Entonces, antes, quisiera verlo en acción: quiero estar absolutamente segura.
La recepcionista me puso de rodillas, sin que yo hiciera intento alguno de poner las manos en otro lugar que el que ella me había puesto anteriormente, mientras la miraba a la cara. Fue entonces cuando desabrochó el pantalón que llevaba y, tras quitárselo, dejó frente a mi cara su chochete, totalmente depilado, sonrosado, gordo y mullidito, pues no llevaba ni bragas ni tanga. En aquel momento las ganas de meneármela me estaban pudiendo, pero esperé a que ellas me indicaran qué hacer.
A trabajarrrrr.....la lengua de momento o eso parece 😉
 
Me pidieron que le comenzara a lamer y ella se puso frente a mi cara, con las piernas ligeramente flexionadas y abiertas, facilitándome el trabajo. Saqué mi lengua y me acerqué, noté el dulce olor de su sexo y, enganchándole, ahora sí, los glúteos, abrí lentamente su raja con mi lengua. Ella se movía ligeramente, facilitándome el trabajo, mientras acariciaba mi coronilla, seguramente para impedir que me retirara, sin saber que ante un sexo así nunca lo haría. Sus gemidos, casi ahogados, me excitaban más de lo que yo podía esperar, mientras que, con la mano que no me tenía enganchado, consiguió quitarse la blusa.
En un momento me pareció que iba a caerse de espaldas, así que paré un segundo y me levanté, la cogí en peso y la puse sobre la mesa, abriéndole bien las piernas y metiendo entre ellas de nuevo mi cabeza. Abrí su raja con mi barbilla, que quedó impregnada de sus jugos, para después entretenerme en su clítoris. Ella gemía, apretando con más fuerza mi cabeza contra ella, mientras mi polla golpeaba mi ombligo henchida de excitación.
De repente una mano acarició mi espalda para llegar a mis glúteos, recordándome que no estábamos solos. Yo sentí con la caricia que mi cuerpo estaba bastante sudado, mientras aquella mano, suavemente, pasaba por mi culo para acariciar más tarde mis pelotas. Dejé de chupar para mirar y comprobar que era la jefa la que me estaba metiendo mano (se llama Isa). Ella siguió acariciando mis partes con la yema de sus dedos y sus largas uñas. Su delicadeza y mi excitación se iban haciendo cada vez más extremas, mientras María me apretaba contra su húmedo sexo, totalmente esclavizada ante la excitación.
Cuando Isa, con uno de sus dedos, acarició mi polla desde la cabeza hasta la base de mis pelotas, pensé que me correría como nunca, por lo que, sin querer, apreté mis labios sobre el clítoris de María que, presa de un orgasmo, comenzó a mover sus caderas haciéndome prisionero sobre sus piernas y corriéndose como nunca antes había conseguido que mujer alguna se corriera.
En cuanto pude me aparté de sus piernas y me puse de pie, frente a ella, jadeando por los esfuerzos. Los jugos de su corrida caían desde mi cara. Ella, tendida sobre la mesa, no paraba de meterse los dedos. Su sujetador, de encaje, casi transparente, dejaba que se apreciaran totalmente sus pechos, con los pezones, algo más oscuros, totalmente endurecidos, gimiendo como una loca, sudada, lo que daba a toda su piel un aspecto fantástico. Creo que siguió así bastante tiempo, mientras yo intentaba encontrar la oportunidad de meterle el nabo, sin que sus manos dejaran vía libre.
Isa se acercó a mí con la idea de empezar a masturbarme, pero no dejé tiempo para que me tocara siquiera: poniéndola contra la mesa, boca abajo, le bajé las bragas y puse la cabeza de mi pene en la abertura de su vagina. Acerqué mi boca a su oído y le pregunté qué debía hacer ahora. Susurrando me pidió que se la metiera.
Puse mi mano sobre su espalda, justo donde se une con el cuello, para, guiándola suavemente, hacer que su cara y su pecho tocaran la mesa. Mientras, ella abrió ligeramente las piernas, dejando su coño más accesible, dejando claro lo que quería.
Empujé con suavidad, hasta que noté que la cabeza de mi pene había entrado sin prácticamente dificultad. La saqué para comprobar que estaba bien húmeda, sintiendo sus fluidos en mi pene, para meterle solo la cabeza. Ella, preparada para toda mi polla, no entendía por qué no la metía completa. Seguí con el juego, lento, de meter y sacar la punta solamente, mientras la mano que tenía libre acariciaba su trasero, que en aquella postura me parecía el mejor trasero que nunca tendría frente a mí. Su cara dejó el gesto de extrañeza por uno de relajación, momento que aproveché para, rápidamente, introducir todo mi pene en su vagina. Su gemido, su sorpresa, fueron el punto de inflexión para la siguiente parte del juego: dos o tres metiditas de la cabeza, una metidita de toda la polla, sin que ella pudiera controlarlo, sin parar, sin descanso. Se notaba cómo cada envestida hasta el fondo le gustaba cada vez más excitada, sorprendida.
Se incorporó lentamente cuando decidí meterle en cada empujón toda la minga, apoyando sus manos sobre la mesa, separándose de la madera ligeramente, momento que yo aproveché para desabrochar su blusa y buscar bajo ella sus pechos, que acaricié lentamente, deleitándome en sus pezones, totalmente erectos, como los de María, que nos miraba sentada, ahora, en la silla del escritorio, frente a nosotros, con las piernas abiertas, celosa y excitada.
Mis empujones se habían vuelto entonces bastante rítmicos, sabía que ella estaba a punto de llegar al orgasmo y decidí ayudarla: forzando ligeramente la postura de mi espalda, bajé mi mano derecha hasta su pubis, buscando el comienzo de su raja, su clítoris, para comenzar a acariciarlo. Sus gemidos se hicieron mucho más fuertes, teniendo que sujetar su torso para que no se plegara sobre la mesa, lo cual dificultaría bastante mis intenciones. Yo, que había logrado meter mis piernas ligeramente entre las suyas, empujaba como un poseso, notando como mis glúteos se contraían en cada empujón, sabiendo que estaba totalmente empapado en sudor.
Su orgasmo no se hizo esperar. Noté como sus labios se apretaban alrededor de mi pene, como si lo atraparan por la base, mientras yo me esforzaba en seguir entrando y saliendo. Nuestro sudor, y, quizá, su corrida empapaba mis genitales y mis piernas, mientras su cuerpo temblaba y gemía desde lo más profundo de su garganta, pero justo cuando parecía que yo también terminaría logró zafarse de mí y se tiró al suelo, con el cuerpo totalmente encogido, tapando con sus manos su sexo, con toda la cara y el cuerpo sonrosados y húmedos, jadeando como una perra.
Sin casi darme cuenta María me había enganchado la polla y, echándome sobre una de las sillas, había comenzado a chupármela como una caníbal hambrienta. No intenté que cesara su trabajo, pero si logré retener la corrida un buen rato, hasta que noté su lengua alrededor del agujero de la cabeza de mi pene.
 
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