Bueno! Aquí el final señores. Siento que la historia no ha ido por el camino que quería. Supongo que es lo que tiene improvisar. También me he dado cuenta que aunque la idea de la máquina de control mental era buena y podía dar mucho juego. No he sentido esa conexión con los personajes. No sé… es como si perdiera el interés muy pronto. Quizás son solo paranoyas mías eh! No me hagáis mucho caso. No obstante, si empiezas algo hay que acabarlo y por eso os dejo el último capitulo. Espero que os haya gustado la historia y volveremos con más.
Me voy, pero con un regusto amargo, os lo prometo. Creo que no he sabido explotar bien esta historia. Y además la nueva idea que me ha venido a la cabeza no me deja concentrarme en
PROJECT S.I.R.E.N.
Quizás es que sea un enamoradizo y no puedo concentrarme solo en una ‘mujer’
Pero bueno, así es la vida supongo. Volveremos más pronto con otra historia. A ver que os parece la nueva idea.
Sin más dilación, os dejo con el último capítulo.
Capítulo 11 - Redención
“Pasamos a otras noticias. El pueblo de Aretxondo sigue en pie de guerra.
Ya han transcurrido cuatro días desde el estallido de la violenta revuelta vecinal, y, por el momento, no se ha alcanzado ningún acuerdo entre el Gobierno y los manifestantes.
Esta misma tarde, está prevista la llegada del presidente al lugar de los hechos, con el objetivo de iniciar un diálogo directo con los vecinos, que exigen la reapertura de la mina local y la readmisión inmediata de todos sus antiguos trabajadores.
Salvador Malatesta, portavoz de los insurgentes, ha declarado que "hasta que no haya un acuerdo firme, no cesarán las revueltas."
A las protestas se han sumado sindicatos anarquistas y trabajadores del sector procedentes de distintos puntos del país, que han expresado su solidaridad con el levantamiento y han comenzado a movilizar recursos y apoyos en la zona.
La tensión en Aretxondo no cesa, y las autoridades advierten del riesgo de que el conflicto se extienda si no se alcanza una solución en las próximas horas.”
- Papáaa! Ven corre! Que sales en las noticias! - gritó Emi dandole más volumen con el mando a distancia.
Todos se reunieron enfrente del televisor. Salva, Ernesto, Arantxa, Emi y Cristina.
El informativo mostraba Imágenes temblorosas, ambiente ruidoso, fondo de pancartas, humo y cánticos. Salvador, con el rostro curtido y el puño en alto, hablaba directamente a cámara, visiblemente emocionado y enérgico.
“¿Que qué queremos? Lo que nos pertenece por derecho. ¡La mina era nuestro sustento, nuestra historia, nuestra sangre! La cerraron con promesas vacías y se llenaron los bolsillos a costa de nuestras vidas. Y ahora vienen con discursos, con comisiones, con excusas... ¡Basta ya!
No estamos solos. Compañeros y compañeras de todo el país se están levantando con nosotros. Esto no es solo Aretxondo. Esto es el pueblo contra el poder, contra los que nos niegan pan y dignidad. ¡Y no vamos a parar hasta que se escuche nuestra voz, aunque tengamos que gritarla entre barricadas!
Que lo sepa el presidente: si viene aquí solo a posar para las cámaras y vender humo, mejor que no venga. Aquí lo que hace falta no son palabras, ¡son hechos! ¡Trabajo, justicia y respeto para los que siempre hemos estado abajo!”
Cristina le dió un tierno beso en la mejilla a Salva, este se giró sonriendo y le devolvió el beso en la boca. Lo que iba a ser un simple pico acabó en un morreo apasionado.
- Ya están otra vez… - dijo Emi negando con la cabeza.
Arantxa y Ernesto empezaron a reir al ver su expresión de abnegación.
La luz había vuelto, las vacaciones ya habían empezado y Aretxondo seguía en pié de guerra.
Pasaron la mañana en família, haciendo todo lo posible para que las dos nuevas mujeres, que parecía ivan a quedarse, se sintieran lo más agusto posible. A la tarde tenían una reunión importante, con el mismisimo presidente del gobierno. Pero Emi y sus amigos no acudirían, eran solo unos crios y tenían cosas mejor que hacer. Ya tendrían tiempo de ser adultos e involucrarse en sus serios y aburridos planes.
- Bueno… me voy que he quedado con los chicos!
- Espera Emi! Ten… - le dijo Cristina entregandole un sobre marrón.
- Que es esto?
- Tú sabras chiqui… estaba en el buzón esta mañana. Y viene a tu nombre…
Cristina sonrió cuando el chico leyó lo que había escrito en el dorso del sobre. ‘Para Emi, con cariño de A.” De repente una sonrisa iluminó su cara.
- Y esa sonrisita de pillo? Quien es A? Una novieta quizas?
- No… no lo sé. Oye me voy que llego tarde…
- Emi! A la hora de cenar en casa, vale? - gritó Salva hablando por teléfono.
- Si papáaaa!
Emiliano salió a la calle y empezó a andar, dirección a la guarida secreta. Volvió a leer el mensaje escrito en el dorso del sobre y lleno de curiosidad miró que había dentro. Sacó una nota doblada, escrita a mano y la leyó.
- No… no puede ser! - la felicidad le invadió por dentro y empezó a correr.
Debía explicarselo a sus amigos, tenían que saberlo sin perder ni un segundo más.
- En serio? - preguntó Charly sin creerse lo que acababa de oir.
Tanto él, como Aitor y Ramón esperaban alrrededor de la hoguera apagada a que llegara su amigo. El disléxico acababa de anunciar que había roto con Paula.
- Y por qué te ha dejado? Si se puede saber… claro - preguntó lleno de curiosidad Ramón.
- La jedé yo Monra! No alle a mí…
- En serio? - volvió a preguntar Charly, como si fuera lo único que sabía decir.
- Que sí jedor! Per quó mo ne creies?
- Más tonto y no naces Aitor! - empezó a reir Ramón a carcajadas.
- Bah! Lo no endentéis! Da ugial!
Charly lo sujetó por el hombro y se lo quedó mirando fijamente.
- Colega, siento decirte que Monra tiene razón… has cortado con la tía más buena de todo el pueblo…
- Eso! Diselo Charly! A ver si se entera de una vez…
- Moy suy jevon tara pener novai! Era agiovante tíos… doto el día jontus, din sescanso! No tínea teimpo rapa mí…
- CHICOS! CHICOS! CHICOS!
Emi apareció como un torbellino. Llegó sudado y respirando con dificultad. Los tres amigos se lo quedaron mirando, dos de ellos preguntandose que historia rocambolesca vendría a continuación.
- Me ha… me ha… llegado… una…
- Coge aire tío que te va a dar algo! - le dijo Charly.
- Ya! Perdón… es que vengo corriendo desde casa…
- A que viene tanta urgencia? - pregunto Ramón.
- Mirad!
Emi levantó el sobre donde se podía leer la frase escrita a mano. Lo sujeto en el aire, esperando la reacción de sus amigos.
- Quien es A? - preguntó Charly,
- Arantxa?
- Afoldo?
- No joder! Es de Alba… me ha mandado algo… bueno, nos ha mandado algo a todos, mejor dicho. Escuchad…
Emi sacó la nota doblada y empezó a leerla. “Querido Emiliano, he pensado que esto te podría ser de ayuda. Se que sabrás usarla correctamente y harás el bien. Confío plenamente en tí. Y no te preocupes, esta vez no te dará problemas. Disfruta y se feliz. Alba”
- En serio? - preguntó Charly por enesima vez.
- No… no puede ser… - dijo Ramón negando con la cabeza.
- Fincuona? Ha las praboda?
- No, aún no… quería que la probararmos los tres juntos! - sonrió Emi.
Sus tres amigos le dieron prisas para que lo hiciera. Así que Emiliano sacó el pequeño dispositivo del sobre. Esta vez era mucho más ergonómico, con forma de auricular. En la parte exterior había serigrafiado en letras grises la palabra ‘Aedos 1.0’. El chabal lo observó con curiosidad y sin pensarlo más se lo metió dentro del oído. Una suave voz empezó a hablarle.
- Qué dice? - preguntó Charly nervioso.
- Me da la bienvenida…
Emi escuchaba atentamente lo que le decía la máquina, mientras asentía con la cabeza. Cuando llegó el momento de registrar la voz del usuario, no dudó ni un segundo en que sus amigos tuvieran acceso ilimitado.
- Ya está! - comunicó cuando todo estuvo listo.
- Y ahora qué? Qué vamos a hacer? - preguntó Ramón.
- La piscina! - sonrió Charly frotandose las manos - seguro que Paula y sus amigas están ahí…
- Peus no yo voy! No queiro se que pango a llaror atro vez…
- Esperad…
Emi se tocó la barbilla. Recordó las palabras que Alba le había escrito en la nota. Tenían que hacer el bien, utilizar a ‘Aedos’ correctamente. Y lo tuvo claro al momento. Antes de disfrutar de su nueva ‘arma’ tenían que arreglar muchas cosas.
- Cuantas personas han estado o siguen actualmente bajo los efectos de SIREN?
- A ver... - dijo Charly pensando mientras andaba nervioso de un lado hacía al otro.
- Puala! - exclamó de repente Aitor - Ruando compí con ella se lentó tafal!
- Vale… Monra, puedes ir apuntando?
- Si claro… - dijo ‘ruedas’ desbloqueando su teléfono móvil, empezando a escribir.
- Adolfo! Él tambíen está bajo los efectos de SIREN… - dijo Charly chasqueando los dedos.
- Adolfo… apuntado ok! Quien más?
- Cristina también!
- No Charly! Ya te dije que no usé a SIREN con ella…
- Estás sugero Imeliano?
- Que síiiii… tan difícil es creer que una mujer se pueda sentir atraida por mí?
Sus tres amigos se miraron, sonriendo pero sin decir nada por no ofenderlo.
- Ostia! Mi prima colega… y mí madre… casi se me olvida! - exclamó Charly.
- Y la mía también! - dijo Ramón anontandolo en su móvil.
- Apunta también a Arantxa y a Ari, las novias de mi hermano… Y al director también… - añadió Emi - Ah! Y Benito y Francisco… ellos también estuvieron bajo los efectos de SIREN.
- Be…ni…to y Fran…cis…co. Listo! Alguien más?
- Creo que mi padre y mi hermano… apuntalos por si acaso! - ordenó Emi.
Los amigos leyeron la lista de nuevo, intentando hacer memoria por si se dejaban a alguien. Tenían mucho trabajo que hacer, así que se pusieron manos a la obra. La primera de todas en ser curada, por decirlo de algún modo, fué Paula. La chica que sentía un amor irreflenable, incluso tóxico, por Aitor; pasaba el día en la piscina pública del pueblo. Aunque no podía disfrutar como sus amigas, pues su corazón estaba roto en mil pedazos. Aunque el día fuera soleado y despejadoa, era como sí encima de su cabeza hubiera una nuve pequeña derramando una enorme tormenta sobre ella.
- Será mejor que nos quedemos aquí - dijo Ramón desde la puerta que daba acceso al recinto.
- Si… moco me vea va a per seor!
- Yo voy contigo Emi, por si se complican las cosas! - dijo Charly.
Los dos amigos se dirigieron a la piscina. Paula y sus amigas estaban tomando el sol sobre unas tumbonas, algunas escuchaban música, otras hablaban entre ellas animadamente y otras intentaban consolar a una decaída amiga que parecía no levantar cabeza.
- Cómo lo hacemos? - susurró Charly.
- Vamos a ponernos detrás de ellas…
- Vale!
Emiliano y Charly pasaron por delante del grupito intentando no llamar la atención. No pudieron evitar mirar sus cuerpos semi desnudos. Aquellos diminutos bikinis, esos muslos al sol. Sus pechos turgentes, sus vientres planos. Tuvieron que contenerse mucho para no hacer una locura. Pero resistieron, debían hacer el bien. Rodearon a las chicas en silencio y se situaron a cierta distancia prudencial para poder dar las nuevas ordenes.
- Ostiaaa! - Emi tropezó con una hamaca por no andar mirando al frente.
- Cuidado colega! - Charly intentó sujetarlo, pero ya era demasiado tarde.
Su amigo se dió de cara contra el cesped. Armando un estruendoso ruido.
‘Fiuuuu - Fiuuu’ silbó una de las chicas levantandose las gafas de sol.
Un ‘click’ sonó dentro de sus cerebros corrompidos al mismo tiempo.
- Mierda… - Emi tragó saliba.
El grupo de pibonazos se puso de pié, rodeando a Charly y empezando a sobarlo descaradamente.
- Emiiii… creo que deberías…
Charly intentaba hablar mientras dos amigas de Paula le levantaban la camiseta y otra empezaba a meter la mano dentro de sus calzoncillos.
- Emiiiiii! Esto empieza a descontro… - no pudo seguir hablando cuando una lengua entro dentro de su boca, casi tocandole la campanilla.
- Joder! No lo encuentro…
Nuestro jóven amigo rebuscaba entre el césped con urgencia. A causa de la cáida, el auricular de ‘Aedos’ se había caído de su oreja.
- Aquí estás! - exclamó recogiendolo del suelo cuando lo encontró.
Al levantar la cabeza, se dió de bruces con la cintura de Paula. Que quedó justo a la altura se sus ojos.
- Has visto a Aitor? - preguntó ella con los ojos rojos de haber llorado durante horas o días.
- Emiiiii! Date prisaaaaa… - Dijo Charly observando que una chica empezaba a ponerse de rodillas delante suyo.
Emiliano se puso el dispositivo en la oreja y dio dos sencillas ordenes, aunque muy claras. Las chicas que intentaban follarse a su mejor amigo, pararon de golpe y se volvieron a sus tumbonas, como si nada hubiera pasado. Y Paula, por su lado, pudo empezar a disfrutar de ese maravilloso día, sintiendose capaz de rehacer su vida con otro hombre.
- Por poco… - sonrió Emi cuando ya volvían con Ramón y Aitor.
- Y a mí quien me quita este calentón ahora? - dijo Charly señalandose el bulto hinchado dentro de sus pantalones.
Cuando se volvieron a reunir todos en la puerta de la entrada de la piscina municipal, decidieron ir hacía la plaza del pueblo. Casi todo el mundo seguía ahí, en pié de guerra. Y más hoy, teniendo en cuenta que el presidente del país haría acto de presencia.
Mientras avanzaban por el lado derecho de la carretera nacional, dirección al casco antiguo de Aretxondo. Vieron que en el otro extremo bajaban a toda prisa Benito y Francisco en sus flamantes bicis. Seguramente dirección a la piscina, a ver si podían rascar algo de sus compañeras de clase.
- Eeeeh! Retrasadoooos! - gritó Benito mostandoles el dedo, frenando en seco la bici.
- Dónde vais? A pajearos como mariconas o qué? - rió Francisco haciendo gestos obscenos con su mano.
Emi se puso a dar la orden para liberarlos del yugo de SIREN. Y luego les dejó largarse. Pero antes de que los dos matones pudieran reprender la marcha, Charly quiso añadir una orden más.
Aquellos dos maleantes pasarian a convertirse a partir de ahora en las personas más majas de todo el instituto.
- Venga Emi! Le hemos prometido a Alba que haríamos las cosas bien… y eso estamos haciendo.
- Sí Charly! Pero la idea es que tengan capacidad de decidir… si volvemos a meterles ideas en la cabeza… no sé… no es justo.
- Yo creo que hemos echo lo correcto! - dijo Ramón - Hemos liberado a todo el instituto de la tiranía de esos dos cerdos.
- Hablonda de tarinos…
Los amigos se quedaron mirando en dirección dónde estaba señalando Aitor. Sentado en la marquesina de una vieja parada de autobús, estaba Adolfo. Solo y bastante deprimido. Pasaron por enfrente de él, al otro lado de la carretera. El rey de los matones se los quedó mirando y los saludó con la cabeza. Los chicos respondieron de igual manera. Emi se paró y dió la orden para que dejara de sufrir esas constantes diarreas.
- No hace falta Charly! - dijo Ramón deteniendo a su amigo cuando iba a darle la misma orden que a Benito y Francisco.
- Seguro? - preguntó ‘Seis Dedos’
- Sí. Adolfo es el claro ejemplo de los perros de Pavlov.
- Los porres de quein?
- De Pavlov… era un fisiologo ruso que investigaba la digestión en los perros, pero notó algo curioso. Los perros comenzaban a salivar no solo cuando les daban comida, sino también al ver al cuidador o al escuchar sus pasos. Esto lo llevó a estudiar el condicionamiento clásico…
‘Ruedas’ empezó a explicarles aquel curioso experimento, mientras seguían andando. Primero de todo hay un estímulo inconcidionado. En este caso: la comida. Que genera salivación de forma natural. Pavlov añadió un estímulo neutro: un timbre. El cual, al principio, no provocaba salivación. Entonces empezó a condicionar a sus perros. Cada vez que les daba comida, antes hacía sonar el timbre. Los resultados fueron concluyentes. Con el tiempo, solo con hacer sonar el timbre, los perros empezaban a salivar. El estímulo neutro se convirtió en estímulo condicionado. El perro aprendió a asociar el timbre con la comida.
- Alguien me puede hacer un resumen? - preguntó Charly impaciente, como siempre.
- A ver… - sonrió Emi - Lo que Ramón quiere decir es que Adolfo responde automáticamente a ciertos estímulos por condicionamiento. Es una metáfora…
- Exacto! - exclamó Monra - De forma inconsciente ha asociado hacer daño a la gente con cagarse encima… por lo que no volverá a hacerlo.
- Esparomes te quengas rozán Monra!
Cuando empezaron a subir la cuesta que daba al casco antiguo, se dieron cuenta que las cosas seguían como siempre, el ambiente era tenso. Las barricadas seguían sin levantarse y varios vecinos montaban guardía, haciendo turnos, sin descanso. Justo cuando Emi buscaba a su família entre la muchedumbre organizada, un convoy de tres coches llegaba al pueblo, a toda velocidad.
El presidente fué recibido con insultos, agravios y alguna que otra piedra. Iba rodeado de una cantidad ingente de seguridad, seguidos de una multitud de periodistas hambrientos de titulares como hienas en la sabana. Todo el mundo empezó a buscar a Salvador, pero nadie lo encontraba.
- Disculpad vecinos! Disculpad… Ya estoy aquí!
Salva salió del ‘Harri Beltza’ abrochandose los pantalones. Detrás de él apareció Cristina ligeramente sonrojada. Enseguida fué avisado que el momento había llegado. Era la hora de negociar, la hora de conseguir aquello que tanto ansiaban. Se formó un pasillo de forma espontanea y el justiciero padre empezó a andar entre medio. La gente le daba animos, palmadas en la espalda y otros coreaban su nombre o simplemente aplaudían.
- Papá! - gritaba Emi intentando que su padre le prestara atención.
Andaba apartando los culos y las cinturas de los manifestantes, como si nadara por un mar de gente. Pero no había manera de llegar hasta su padre.
Aitor había conseguido hacer un hueco unos metros más adelante. Emi aprovechó la abertura y apareció en medio del pasillo.
- Emi, hijo! Qué haces aquí? - preguntó sonriendo Salva.
- He venido a desearte suerte papá!
- Oooh… grácias hijo, es un detalle.
Salva se agachó y abrazó con ternura a su hijo pequeño, provocando la ternura entre toda la multitud.
- Quiero ir contigo papá!
- Ah si? - Salva lo meditó un momento. Quizás la presencia de su hijo ayudaría a que la negociación llegase a buen puerto, podía usarlo como una herramienta conmovedora - Venga va! Me parece bien, vamos! Pero deja que hable yo, vale?
Emi asintió y le dió la mano a su padre mientras se encaminaban a la trinchera. La calle quedó dividida en dos bandos. Detrás del presidente, había un ejercito de fuerzas del orden. Con un simple vistazo podías darte cuenta que superaban en número a los vecinos de Aretxondo.
Detrás de Salva y Emi, un pequeño grupo de irreductibles e indomables vascos. Eran muchos menos y estaban peor equipados, quedaba claro que bando ganaría en caso de batalla.
Aunque el presidente tuviera más hombres, estos eran simples mercenarios. Estaban ahí a cambio de una compensación económica. En cambio el pequeño ejército de Salva estaba dispuesto a morir peleando. Sin concesiones ni excepciones. Estaban ahí por convicción y tan solo pedían una cosa a cambio. Que se hiciera justicia.
Las negociaciones no empezaron con buen píe. Pues lo primero que hizo el presidente fué amenazarlos si no cesaban las protestas. Salvador no contestó, simplemente sonrió y dejó que los que estaban detrás de él se desfogasen. El ambiente empezaba a tensarse cada vez más. Hasta tal punto que un simple gesto mal interpretado o una mala palabra a destiempo podía hacer estallar el conflicto de nuevo. Emi cada vez se sentía más pequeño. El espacio entre los dos bandos se estrechaba y los nervios estaban a flor de piel. Antes de que sucediera una catástrofe actuó.
- Puedo hablar con usted señor presidente? - dijo sin obtener respuesta. La frase estaba mal planteada. - Callaros! - gritó creando el silencio - Hable conmigo señor presidente!
El mandamás, el hombre encargado de dirigir una nación, hizo caso al instante. Se agachó para quedarse a su altura. Para que la conversación fuera de tú a tú. Emiliano no tuvo que pensar demasiado lo que debía decir. Tras tantos años escuchando a su padre con esos discursos largos e intensos; tan solo tuvo que repetir lo que tenía almacenado en la memoria.
El presidente asentía mientras aquel muchacho le cuchieaba sus demandas a la oreja. Luego, tal como vino, se fué. Sin mediar palabra con nadie más, ni vecinos, ni fuerzas policiales, ni periodistas.
Al día siguiente, compareciendo ante el senado, ordenó la reapertura de las minas en Aretxondo, obligando a que la empresa reincorporara a todos sus antiguos trabajadores, les indemnizara muy bien por los daños causados y obligandoles a aumentar el salario y las condiciones laborales de todos los mineros.
Justo cuando se dió la noticia por televisión, Alba estaba fregando los platos. No pudo evitar sonreir al ver al presidente de España en cuclillas, escuchando a Emi obedientemente. Se sintió orgullosa por el chabal, pues realmente había entendido el mensaje que ella le había dejado. Era un chiquillo, estaba claro, pero nadie mejor que él sabía la resposabilidad de tener un ‘arma’ de ese calibre en sus manos. No estaba corrompido por el mundo adulto. No entendía de ambición o de poder. Solo era un chabal de pueblo que deseaba lo mejor para su gente.
- Joder Emi! - exclamó Charly con tono burlesco - Podrías haber aprovechado para pedirle más cosas al presi. Dios sabe cuando vamos a tener de nuevo una posibilidad así…
Los chicos ya volvían hacía sus casas andando tranquilamente, acompañados de sus famílias. En realidad todo el pueblo hacía lo mismo, y todos lo hacían felices y satisfechos.
- Como que? - preguntó Emiliano sonriendo.
- En serio? No se te ocurre nada? - Charly lo miraba con los ojos muy abiertos.
- Menos horas de clase a la semana, por ejemplo - dijo Ramón
- Dás mías de cavaciones! - dijo Aitor
- Internet gratis, subvenciones del estado para comprar figuras del Warhammer, bicicletas nuevas para todos los chavales de España…
- Vale, vale! Lo piyo y síiii… tenéis razón… pero es mejor que no llamemos mucho la atención…
- Pues para querer pasar desapercibido, no has empezado con muy buen pié que digamos - dijo Ramón mirando su teléfono móvil.
- Por qué dices eso?
‘Ruedas’ le enseñó el titular de un diario donde decía “El niño que convenció al jefe de estado” y abajo una foto de Emi susurrandole al oído al presidente de España. Los amigos observaron con detenimiento aquella imagen y empezaron a reir. Ramón seguía leyendo la noticia en voz alta. El periodista se preguntaba que demonios debía haberle dicho aquel chico para que el mandamás aceptara a todas las demandas del pueblo minero.
- Parece que eres famoso! - le dijo Ernesto que andaba unos metros adelante mientras veía un vídeo por youtube.
Salva le susurró algo al oído y el hermano mayor asintió sonriendo. De repente se giraron, lo cogieron entre los dos en brazos y lo levantaron en el aire. Pidieron tres ‘Hurras!’ por el heroe de Aretxondo mientras Emi levantaba los brazos en señal de victoria, sentado sobre los hombros de su padre y su hermano.
Poco a poco fueron llegando a sus calles. Aitor y Ramón fueron los primeros en despedirse. Luego Emi abrazó a Charly con fuerza y quedaron para ir al río al día siguiente. Cuando ya bajaban camino a casa, Salva le preguntó que quería para cenar aquella noche. Estaba claro que ivan a comer pizza.
La cena fué una especie de homenaje. En reconocimiento por la gran azaña que había conseguido Emiliano. Había un montón de comida sobre la mesa y los cinco comían alegres, brindando cada dos por tres, por cualquier escusa. Menos el más pequeño, todos los demás bebían vino en cantidades industriales. Antes de que pudieran terminar una botella, Salva ya había descorchado otra. Cuando llegó la hora de ir a dormir, salvo Emi, no había nadie bajo el techo de aquella casa que pudiera andar recto.
Tal era el nivel de embriaguez, que tanto Salva, como Ernesto, Cristina y Arantxa se quedaron dormidos en el sofá del comedor. Mientras por la televisión no se dejaba de hablar del niño maravilla sin cesar. Emi ya tenía suficiente por hoy. Así que subió a su cuarto y cerró la puerta. Encendió el ordenador con la intención de hacerse un ‘Vladimir’ y empezó a desnudarse. Se sacó a ‘Aedos’ de la oreja con delicadeza y lo dejó en la mesita de noche. Justo dónde días atrás reposaba la malvada SIREN.
Sin perder tiempo se sentó desnudo en la silla y empezó a buscar las carpetas llenas de porno que almazenaba en su ordenador.
‘Toc - Toc - Toc’
- Un segundo! Que estoy en bolaaaas! - gritó el chabal.
Pero la puerta se abrió igualmente. Emi intentó disimular, pero era imposible. Un adolescente totalmente desnudo delante de una pantalla de ordenador por la noche. Quedaba muy claro que no estaba jugando al ‘LOL’. Mientras el cerraba ventanas e intentaba ponerse el pantalón de pijama; la puerta se cerró de golpe.
- Hola Emi! - dijeron al mismo tiempo Cristina y Arantxa.
Emi notó un escalofrío recorriendole la espalda. Con tanto ajetreo se había olvidado de ellas dos. Intentó acercarse a la mesita de noche para coger el nuevo prototipo, pero no fué lo suficientmente rápido. Dos manos agarraron el respaldo de la silla con ruedas y lo giraron 180 grados. Emi intentó taparse aquella monstruosidad erecta que tenía entre las piernas y se quedó mirando a las dos mujeres enfrenre de él.
- Ho… holaaa… que… que queréis?
- Queríamos darte las gracias por lo que has hecho hoy!
- Sí… pero… a nuestra manera.
Mientras en la planta de abajo de la casa apareada de los Malatesta, padre e hijo mayor roncaban como dos jabalís. En el piso de arriba los gemidos y los cachetazos en el culo no cesaron hasta altas horas de la madrugada. Quizás nuestro jóven y pervertido amigo, tardase un tiempo más en desmemorizar a las chicas, aquello estaba realmente bien. Cojonudo! podríamos decir.
Gracias a la fama que obtuvo Emiliano. El equipo A pasó de ser el azmereir del pueblo a convertirse en unos auténticos heroes. Casi ni necesitaban usar a ‘Aedos’, pues todo el mundo quería darles las gracias a su manera. Claudio se negó a cobrarles los viajes en bus, Antón les dejaba desayunar cada día gratis en su panaderia, la chica de la gasolinera les invitaba a helados y chucherias, cuando iban a la piscina pública no pagaban entrada, las chicas del instituto empezaron a prestarles atención… aquel verano fué maravilloso.
Un día cualquiera, sin previo aviso, cuando salían de la piscina. Los cuatro amigos recibieron un mensaje de texto en sus móviles. Era un número desconocido y tan solo había una dirección escrita, una fecha y una hora. Como remitente una K.
Sin decirse nada, todos supieron quien había escrito alquel mensaje. La reuníon estaba prevista para el día siguiente. Miraron en el google maps donde estaba situada aquella calle y se dieron cuenta que era a las afueras del pueblo. Una vieja casa en mitad de un extenso campo.
- Le pediré a mi madre que nos lleve, os parece? - se ofreció Charly.
- Espera! Acaba de mandar otro mensaje… - dijo Ramón mirando su móvil.
- Keller? - preguntó Emi.
- Sí… dice que podemos traer a nuestras familias si queremos, que estamos todos invitados.
- Muy emabla su de perta… pero mis pedras no seban quein es Lleker…
- Ya! Eso es verdad… Aitor tiene razón - dijo Ramón.
- Y que más da? - rió Charly - tenemos a SIREN!
- Aedoooos Charly! - insistió Emi - No digas más ese nombre, que me entran escalofríos.
Al día siguiente la expedición de las cuatro famílias se puso en marcha hasta la dirección que les habían mandado. Excepto los cuatro amigos, todos los demás pensaban que habían sido invitados a pasar un agradable día en casa de uno de los profesores de sus hijos.
Cuando el ex agente escuchó los coches llegar por el camino de tierra, salió de casa para recibirlos, junto a Ronald.
La casa de campo donde vivían se alzaba en una pequeña loma a las afueras de Aretxondo, rodeada de campos ondulados que en los días claros se teñían de un verde vibrante. Era una casa humilde, de piedra antigua y tejado a dos aguas, con las contraventanas pintadas de un azul claro que el tiempo había ido desdibujando. Buganvillas trepaban por los muros y una morera vieja ofrecía sombra sobre el porche, donde solían descansar dos sillas de mimbre y un banco de madera que crujía suavemente cuando alguien se sentaba.
A su alrededor todo respiraba calma. Había un gallinero pequeño al fondo, una huerta bien cuidada con tomates, cebollas y pimientos, y una parcela recién labrada donde Ronald pasaba las tardes, plantando habas o recogiendo lechugas con manos curtidas por el trabajo. Siempre silbaba mientras lo hacía, una melodía suave, casi olvidada. Keller, en cambio, solía sentarse bajo el manzano con una jarra de agua y un libro abierto que rara vez leía; prefería mirar el horizonte, como si allí encontrara respuestas que no necesitaban palabras.
Cuando los chicos llegaron, Emiliano con la mochila colgando del hombro y Charly unos pasos detrás, más serio que de costumbre, fue Ronald quien los vio primero. Su rostro se iluminó con una sonrisa cálida y tranquila, como si los hubiera estado esperando desde hace tiempo. Keller se levantó despacio, sin apuro, se sacudió las manos y les ofreció una mirada serena, cargada de afecto. No hubo preguntas. Solo los brazos abiertos y un gesto que decía: “Estáis en casa”.
Alba y su familia estaban en la cocina. De allí salían los aromas del pan recién hecho y del caldo humeante. Andoni, con el delantal atado a la cintura, abría las ventanas para dejar entrar el aire fresco, y saludaba desde allí con una mano en alto. Alba salió al porche con una jarra de limonada, descalza, con un vestido sencillo y el pelo recogido de cualquier manera. Sonreía con naturalidad, como si todo aquello fuese parte de una escena que se repetía desde siempre.
Había paz. Una paz verdadera, de esa que llega después de las tormentas. Los campos se mecían con la brisa, las campanas del pueblo sonaban a lo lejos, y hasta el silencio parecía tener peso. Se notaba que algo había terminado, que lo importante ya había pasado, y que ahora solo quedaba cuidar lo que se tenía.
La tarde se alargó sin urgencias. Nadie necesitó hablar mucho. Había miradas, gestos, platos compartidos y un aire de despedida que nadie mencionaba, pero todos entendían. En ese rincón del mundo, la vida seguía con una dulzura melancólica. El tipo de dulzura que solo conocen los que han sobrevivido.
Al asentarse el silencio tibio de la tarde, quedó claro que la relación entre Alba y Keller seguía habitando ese espacio delicado donde viven los recuerdos importantes. No se evitaban, pero tampoco se buscaban. Había entre ellos una distancia serena, casi elegante, tejida con hilos de respeto y nostalgia.
Alba, cuando lo veía, sonreía con suavidad, como si reconociera en él algo que había sido suyo, pero que ya no le dolía soltar. Lo saludaba con una inclinación leve de cabeza, a veces con una palabra cálida, a veces con un simple roce de la mano al pasar cerca. Keller, por su parte, la miraba con ese gesto suyo tan contenido, donde cabía todo lo que no decía: una ternura intacta, una pizca de tristeza, y también una aceptación madura. No había reproches, solo el eco de una historia compartida que el tiempo había convertido en silencio cómodo.
Ella estaba ahora con su familia, volcada en una vida que, aunque sencilla, se notaba que la sostenía. Hablaba con su marido, ayudaba en la cocina, cuidaba de sus hijos pequeños con una calma que antes no tenía. Se había arraigado a ese lugar. Keller, en cambio, se movía como un hombre que ya no espera mucho, pero que agradece lo que tiene. Cultivaba la tierra, leía al sol, y a veces desaparecía por horas en los senderos del bosque, solo.
Aun así, entre ellos quedaba algo. No era deseo, ni tristeza, ni siquiera amor en el sentido habitual. Era más bien una forma de lealtad silenciosa. Se conocían en lo más íntimo, y ese conocimiento los mantenía conectados, aunque ya no se pertenecieran. Habían compartido algo que ninguno negaba, y que ahora vivía en la forma en que se hablaban sin palabras, en los silencios que no incomodaban, en la manera en que él siempre servía un segundo vaso de limonada por si ella lo quería, y en cómo ella sabía cuándo dejarlo solo.
Esa tarde, cuando Alba se sentó a pelar unas manzanas en el porche y Keller pasó junto a ella sin detenerse, bastó un cruce de miradas para que todo lo que fueron, y todo lo que ya no eran, quedara dicho. En medio de la paz del campo, su historia flotaba como una canción antigua que ya no se canta, pero que nadie olvida del todo.
Ronald había llegado a aquella casa con las manos manchadas de un pasado que prefería no nombrar en voz alta. Durante años, había sido un hombre de acción, un mercenario que vivía al margen de las leyes y de la conciencia, guiado por órdenes, dinero y un código propio que muchas veces lo había llevado a cruzar líneas sin mirar atrás. Pero en Aretxondo, algo en él había empezado a cambiar. Tal vez fue la tierra, el silencio, o la forma en que los días pasaban sin exigirle nada más que cuidar lo que tenía delante.
En esa casa de campo, Ronald encontró la manera de reconciliarse con lo que fue. No hablaba mucho de su pasado, pero tampoco lo negaba. A veces, al atardecer, se quedaba solo en el porche con la mirada perdida, o se arrodillaba en la huerta no solo para sembrar, sino como si esa tierra que tocaba con las manos pudiera absorber parte de su culpa. Trabajaba con una devoción silenciosa, como si cada surco, cada semilla, fuera una forma de limpiar lo que no podía deshacer.
En las noches tranquilas, cuando los demás dormían, se quedaba despierto con un rosario de madera entre los dedos. No era un hombre especialmente religioso, pero había comenzado a rezar, no como quien espera milagros, sino como quien necesita hablar con alguien que lo entienda sin juzgarlo. Rezaba por las almas de quienes habían caído por su culpa. Rezaba por su propio perdón, aunque no estaba seguro de merecerlo. Y sobre todo, rezaba por su padre.
Su padre había sido un hombre justo, pobre pero honrado, que murió joven, sin entender del todo en qué se había convertido su hijo. Ronald lo recordaba en sueños, con su camisa de faena y sus manos fuertes, dándole lecciones que en su momento desoyó. Y ahora, en esa pequeña finca que él mismo habría podido cuidar, Ronald intentaba honrarlo. No con palabras, sino con actos: recogiendo fruta madura, enseñando a los chicos a podar bien, compartiendo lo poco que tenía, sin esperar nada a cambio.
No buscaba redención pública, ni aplausos, ni absoluciones teatrales. Lo suyo era íntimo. Un camino solitario hacia una paz interior que aún no alcanzaba del todo, pero que cada día sentía un poco más cerca. Sabía que Dios no se impresionaba por discursos ni promesas. Pero quizás, al verlo arrodillado en la tierra, cuidando la vida en vez de quitarla, podría entender que lo estaba intentando.
Y así, en medio de los manzanos y los surcos rectos de la huerta, Ronald se convertía, poco a poco, en otro hombre. No uno nuevo, sino uno reconciliado. Alguien que, sin olvidar lo que fue, había elegido terminar su historia en paz.
La relación entre Ronald y Keller era, por decirlo de algún modo, improbable. Durante años se habían perseguido por los rincones más oscuros del mundo, dos perros viejos entrenados para eliminar sin pestañear, arrastrando venganzas que nadie recordaba del todo, pero que pesaban como una deuda de sangre. Ronald juró matarlo más de una vez. Keller también lo tuvo en la mira. Ambos estuvieron cerca de apretar el gatillo.
Y sin embargo, allí estaban. Compartiendo la misma casa, el mismo pan, la misma tierra.
La tregua no nació de un acuerdo formal ni de una redención súbita. Surgió del perdón mutuo. Desde entonces, sin necesidad de más explicaciones, se supo que la guerra entre ellos había terminado. No había vencedores. Solo dos hombres cansados que se dieron cuenta, al borde del absurdo, de que seguir matándose ya no tenía sentido.
Vivir con quien un día fue tu enemigo no es fácil. Al principio, había silencios tensos, rutinas cuidadosas, pasos medidos. Ronald seguía levantándose antes que nadie, revisando los alrededores como si esperara una emboscada. Keller dormía con un cuchillo bajo la almohada. Pero poco a poco, la desconfianza fue cediendo. No por ingenuidad, sino por una especie de respeto mutuo que solo entienden quienes han compartido la misma oscuridad.
Con el tiempo, la convivencia se volvió más que tolerable. Ronald encontraba en Keller a alguien que lo conocía sin necesidad de máscaras. Podían pasar horas sin hablar, trabajando en la tierra o reparando herramientas, y sentirse en compañía. A veces discutían, claro, como hermanos que cargan con demasiada historia. Pero en esas discusiones no había odio, sino una crudeza sincera. Después venía el silencio. Y después, una cerveza compartida bajo el porche.
Se cuidaban sin admitirlo. Keller le vigilaba la espalda cuando salían al pueblo. Ronald le guardaba pan si sabía que iba a llegar tarde. En esas pequeñas cosas se construyó su amistad. No una de abrazos ni de confidencias, sino de presencia sólida. De saber que el otro, por más pasado que arrastre, no va a fallarte ahora.
A veces, cuando el sol caía y los campos se llenaban de cigarras, Ronald miraba a Keller desde el banco del porche y decía en voz baja, casi como una broma:
—¿Te acuerdas cuando querías volarme la cabeza?
Keller se encogía de hombros y respondía sin apartar la vista del horizonte:
—Todavía a veces lo pienso.
Y los dos reían. Como solo pueden reír quienes se han perdonado la vida.
Alba había intentado construir una vida lejos del fuego, del control, de las decisiones imposibles. Tras su ruptura con Keller y su abandono del proyecto SIREN, se instaló en Bilbao, donde empezó de nuevo. Con Andoni, encontró una paz estable, sin sobresaltos ni preguntas difíciles. Tuvieron dos hijos, Iowa y Nate, y durante un tiempo, Alba creyó que el pasado podía dejarse atrás. Que la ciencia, si se mantenía a raya, no volvería a arrastrarla.
Pero algo en ella seguía despierto. Algo que no se apagaba.
Ella fue quien creó SIREN. El primer dispositivo. Una herramienta revolucionaria nacida del deseo de ayudar, pero que se convirtió en otra forma de control. Cuando comprendió el alcance real de lo que había diseñado —la capacidad de alterar la voluntad humana, de borrar el consentimiento desde dentro—, lo destruyó. Rompió con Keller. Se apartó de todo.
Y entonces conoció a Emiliano.
No fue casualidad. Lo buscó. Quería ver con sus propios ojos qué había dejado atrás. Encontró a un chico brillante, pero dañado, que llevaba el peso de un poder que nunca pidió. También estaban Ramón, Aitor, Charly. Todos distintos, pero unidos por el mismo dolor: haber sido modificados, corregidos, reparados sin que nadie les preguntara si querían serlo.
Fue entonces cuando nació en Alba la idea de AEDOS.
No como una réplica de SIREN, sino como todo lo contrario. AEDOS no sería para controlar, sino para acompañar. Una herramienta sutil, empática, que ayudara a gestionar el ruido, la ansiedad, la frustración. Alba no lo concibió como una solución mágica, ni como una redención personal. Quería crear algo verdaderamente útil. Algo que les diera a los chicos una oportunidad sin robarles la voz.
Fué la conversación que tuvp con Emiliano, en ese banco de puedra junto a las trincheras. Le contó algo que Alba no olvidaría.
—Mi vida era una mierda antes de SIREN. Nadie me miraba. Nadie me escuchaba. No sé si me hizo bien o mal, pero al menos por un tiempo… me hizo sentir alguien.
Aquella confesión le dolió. Porque la entendía demasiado bien. También ella, cuando era joven, quiso sentirse “alguien”. Y también usó la ciencia para lograrlo. Pero ahora era madre, y había aprendido que ayudar no es lo mismo que corregir.
Por eso decidió crear AEDOS. Porque sí quería hacerlo. Porque creía, honestamente, que podía construir algo bueno. No perfecto, pero bueno. Algo que ofreciera apoyo sin imponer, alivio sin sometimiento. No por redención, sino por responsabilidad. Y por afecto.
Aquella tarde, durante la escapada al campo, ocurrió una escena que se le quedó grabada. Andoni, alto y bonachón, jugaba con los chicos bajo el manzano. Emiliano y Charly empujaban a Nate en un columpio de neumático. Aitor y Ramón correteaban detrás de Iowa, que llevaba una camiseta prestada más grande que ella. Alba los observaba desde el porche, con una mezcla de ternura y nostalgia. Keller, a unos metros, los miraba también. No dijo nada. Tampoco hacía falta.
En esa tarde luminosa, con el campo lleno de risas y la brisa meciendo las hojas del laurel, Alba supo que el tiempo estaba empezando a correr en otra dirección. Ella volvería a Bilbao. Seguiría con AEDOS. No como una científica encerrada en un laboratorio, sino como alguien que había visto, tocado y escuchado a quienes más necesitaban ser tenidos en cuenta.
Y aunque no lo dijera, aunque no se despidiera de forma explícita, todos entendieron que aquel momento bajo el sol era un adiós. Porque el ciclo se cerraba. Porque Alba no huía esta vez. Al contrario. Se iba por convicción. Por amor. Por fe en que esta vez, al fin, podría hacer las cosas bien.
El sol se estaba poniendo lento, como si también él quisiera quedarse un poco más. Sentados sobre una roca plana, con los pies colgando sobre la ladera, Emiliano y Charly contemplaban en silencio la inmensidad del valle. Abajo, los campos verdes y frondosos se extendían hasta donde alcanzaba la vista, y más allá, el Anboto parecía dormido, como un gigante viejo que ya no tiene prisa.
El aire olía a tierra caliente y a hierba seca. Todo estaba en calma.
- Te das cuenta de lo que hemos vivido? —preguntó Charly, rompiendo el silencio con una voz baja, casi incrédula.
Emiliano no respondió al instante. Se pasó la mano por el pelo, como si aún necesitara comprobar que estaba ahí, entero.
Charly rió por lo bajo.
- A veces me parece que fue un sueño. O una peli rara. Un experimento que se nos fue de las manos.
- Fue real - murmuró Emiliano - Todo. El tren. El maletín. Lo de Keller. Ronald. Alba. Todo fue real. Pero ahora que terminó... no sé. Me cuesta creer que sigamos vivos.
- Sí -dijo Charly, mirando al horizonte - Aunque a veces no sé si salimos vivos... o si simplemente seguimos.
Se quedaron en silencio unos segundos más, mientras el viento les movía la camiseta y las sombras alargadas de los árboles subían poco a poco por la ladera.
- Y ahora qué? - preguntó Charly.
Emiliano se encogió de hombros.
- No lo sé. Supongo que vivir. Volver. Empezar otra vez. Pero ya no somos los mismos.
Charly asintió. Luego miró a su amigo de reojo.
- Te acuerdas cuando nos reíamos del profe de historia porque decía que la libertad era “una carga hermosa”?
- Me acuerdo.
- Pues tenía razón, el cabrón.
Ambos sonrieron. Luego Charly se recostó sobre la piedra, con las manos detrás de la cabeza.
Emi lo imitó.
- Sabes qué pienso? Que pase lo que pase, nadie nos va a quitar esto. Haber estado aquí. Haber hecho lo que hicimos. Haber sido... nosotros.
Charly lo miró, y por un momento, en sus ojos no había ni rabia, ni miedo, ni culpa. Solo gratitud.
- Gracias, Emi - le dijo, sin adornos.
- Gracias a tí, colega —respondió él, sin moverse— Por no rendirte. Por no dejarme solo.
El sol ya tocaba el borde de la montaña. Todo empezaba a apagarse. Incluso las cigarras.
- Lo contamos algún día? —preguntó Charly.
- No nos van a creer.
- Mejor. Así sigue siendo nuestro.
El silencio volvió. Pero esta vez era distinto. No era un vacío. Era una forma de abrazarse sin palabras. Cuando el último rayo de luz desapareció tras la cumbre, Emiliano cerró los ojos. Y entonces, en voz baja, como quien firma una historia, dijo:
Y así fue.
Fin