4 Hombres para Blanca

DIA 5 (1) - LA SEDUCCION DE BLANCA

Al despertar por la mañana, observé a Blanca trajinando con la ropa sucia. La amontonaba a un lado o a otro según alguna estrategia que solo ella debía de conocer. No pude evitar preguntarle:

—¿Qué haces? —bostezaba al hablar.

—Ya ves… —replicó con tono sereno. No parecía haber rencor en ella—. Ordenando un poco. Esta habitación parece una leonera.

—¿Tú tampoco has dormido? —pregunté.

—No, ¿y tú?

—Ni un minuto.

Pensé que era un buen momento para las disculpas.

—Siento lo de anoche —le dije—. No debería haberte hablado como lo hice.

—Te lo agradezco, amor… —sonrió levemente—. Entiendo que esto no debe de estar siendo un plato de gusto para ti.

—No, no lo es… —susurré—, aunque menos para ti. Lo lamento. Y te prometo que no volverá a ocurrir. Siempre que pueda, seguiré tu consejo de alejarme. Y, si no puedo marcharme, al menos no interrumpiré.

—Gracias, cielo —se acercó a mí y nos miramos muy de cerca. Nuestros labios temblaban y apenas conseguíamos mantenerlos separados—. Pase lo que pase, no debes olvidar nunca la verdad.

—¿Qué verdad?

—La verdad de que te amo —susurró dulce—. Haré lo que tenga que hacer aquí por nosotros. Puedo aguantarlo todo, si hace falta, con esos hombres... Pero solo te amo a ti. No lo olvides, por favor. No hay nadie en el mundo con el que quisiera pasar el resto de mi vida que no seas tú. ¿Lo recordarás siempre, aunque veas cosas horribles?

Nos unimos despacio y, en lugar de besarnos, nos abrazamos con una fuerza inusitada. Hacía tiempo que no sentía a Blanca de esa manera. Nuestros cuerpos unidos, sí, pero aún más: nuestras almas fusionadas.

—No, nunca lo olvidaré —repuse y mi plan para olvidarme de ella si salíamos del encierro parecía temblar y a punto de derrumbarse—. Y quiero que sepas que pienso lo mismo: tú eres la mujer de mi vida. Y por ti soy capaz de soportarlo todo.

Tras unos minutos de estrecharnos el uno contra el otro como si no hubiera un mañana, deshicimos el abrazo. De nuevo estuvimos a punto de besarnos, pero algo impedía que nuestros labios se unieran. Sentí miedo por lo que fuera que aún nos separaba. Y un hormigueo en el estómago me advertía que no iba a ser todo tan de color de rosa como lo veíamos en ese momento.

Tras el paréntesis, ella sonrió abiertamente. Parecía querer distender la situación, que había sido demasiado intensa y que nos había dejado los ojos acuosos.

—Podría haber sido peor —bromeó.

—¿Peor? —no podía imaginar algo más duro que lo que habíamos vivido la noche anterior—. ¿En qué podría haber sido peor?

Ahora su risa cristalina brotó, aliviando mi angustia.

—Imagínate que hubieran metido a un viejo en el grupo…

No pude evitar reír la broma, pero lancé una pulla.

—¿Más viejo que Hugo?

—Ufff…. Hugo no es tan viejo… —sonrió, sin darse cuenta de que el tono de esa afirmación me había fastidiado, y mucho—. Cincuenta y uno no es tanto. Pero suponte que nos cuelan, digamos, a un tío de ochenta años, con la baba colgando y con una pilila arrugada… No saldríamos de aquí en la vida.

Reímos al unísono.

Viendo el buen rollo entre nosotros, una idea se iba fraguando en mi mente. La noche anterior me había contado lo ocurrido hasta llegar a la escena que yo había presenciado entre Juan y ella sobre la cama. Sin embargo, había un resquicio en su historia. Lo había obviado para no angustiarla más, pero me quedaba la espina dentro y quizá era la hora de sacármela.

—Blanca… —comencé con cautela—. Hay algo que quiero pedirte…

—Dime —respondió sin mirarme mientras colgaba parte de la ropa en un armario y alisaba el resto para la siguiente tanda.

—Anoche… —carraspeé. No sabía por dónde iba a salirme cuando escuchara la pregunta—. Verás, cielo, ayer me contaste lo que pasó hasta que te fuiste con Juan a su habitación. Y… claro, yo vi cómo terminó… más o menos…

Dejó de colgar la ropa y me miró extrañada.

—Es que… —me mordí el labio, me pareció que estaba metiendo la pata, pero ya no era momento de echarse atrás—. Me gustaría que me contaras la parte de en medio, la que no vi.

Blanca cabeceó, negando.

—¿Para qué quieres saberlo, amor? Es mejor que se quede ahí, ¿no crees? —replicó, aunque no parecía enfadada, por lo que suspiré aliviado—. ¿Qué más da…?

—No… no es por nada… Solo es… que me gustaría entender cómo fue de duro para ti. Si me lo cuentas, prometo no volver a bombardearte con preguntas, pase lo que pase…

Esta promesa iba a ser muy difícil de cumplir, y ambos lo sabíamos.

—Te va a doler, lo sabes…

—Es posible… pero tiene que doler para que pueda sanar, ¿no te parece?

Siguió guardando ropa durante unos segundos sin mirarme. Temí haber perdido de nuevo la intimidad que habíamos recobrado unos minutos antes. Una vez hubo terminado, sin embargo, se volvió hacia mí y se cruzó de brazos.

—¿Qué quieres… saber? —dijo y noté que su tono no era agresivo. Ya casi tenía lo que quería, solo necesitaba empujar un poco más, sin llegar a presionar.

—Pues… dijiste que tirabas del brazo de Juan y te lo llevabas a su habitación… Y luego… ¿qué pasó…?

Se atusó la melena y se hizo una coleta con la goma que siempre llevaba en una muñeca, luego volvió a mirarme.

—Si te lo cuento, prométeme que no me juzgarás… Y, por supuesto, que no te pondrás violento.

¿Había dicho «violento»? Esa palabra me hizo sospechar que no había sido buena idea preguntarle. Tal vez tenía razón cuando decía que era mejor que no lo supiera. En sus ojos adivinaba que lo que pudiera explicarme era muy fuerte, demasiado, quizá.

—Te lo prometo… —respondí, arrepentido al instante de haberlo dicho.

*

Se sentó frente a mí en el borde de la cama. Yo me quedé en pie, las manos en los bolsillos, quería mirarla desde arriba mientras me relataba la historia.

Las piernas me temblaban.

—Pues bien… Juan entró detrás de mí en el cuarto —comenzó—. Yo iba hecha una fiera por la discusión con Hugo, pero él parecía tranquilo, a pesar del bulto que se le adivinaba bajo los pantalones. Se rascó la entrepierna si ningún pudor y comencé a sentir miedo y a arrepentirme de mi decisión.

»Cerró la puerta y se aseguró de que estaba encajada, esas puertas tienen la fea costumbre de quedarse semiabiertas, ya lo sabes. Estoy segura de que eso no es casualidad, porque cuando la puerta está bien cerrada, no sale ni un suspiro al exterior, aunque dentro del cuarto se esté gritando.

Yo sabía que eso era cierto, ya había pensado en ello y había llegado a la conclusión de que nuestros secuestradores querían evitar la total intimidad. Le di la razón y la animé a seguir.

—¿De verdad quieres que siga? —preguntó haciendo una pausa.

Yo en realidad quería, aunque no quería… Y le rogué que siguiera, aunque solo para no reconocer el temor que me iba invadiendo.

—Una vez dentro los dos, nos situamos frente a frente. Yo no sabía que hacer, como ponerme. Ni siquiera sabía qué esperaba de mí. Que estaba loco por meterme en su cama era obvio, pero ¿cómo lo haría? ¿Me tomaría en brazos y me depositaría sobre ella? ¿Me desnudaría y empujaría como un fardo? ¿Me pediría que me acostara yo misma? Estaba asustada y hecha un lío. Tragué saliva y esperé quieta como un muerto. Te juro que ni respiraba.

»Juan daba pasos ligeros hacia mí. Cerré los ojos para evadirme, a la espera de que me agarrara con esa fuerza que tienen sus brazos, temiendo que fuera a hacerme daño. Pero lo que ocurrió fue totalmente inesperado.

—¿Por qué fue inesperado?

—Por su… dulzura… por sus formas… suaves, casi tiernas.

Las piernas amenazaron con no sujetarme. De nuevo Blanca mencionaba el término «ternura». ¿Qué coño pasaba entre ella y el puto gordo? Prefería un tipo «asqueroso y horrible» a un tipo «dulce y tierno» en boca de Blanca. ¿Qué le había pasado al exbombero? ¿Se había enamorado de mi novia? Quise decirle que no prosiguiera, que no lo soportaría, pero se me adelantó.

—Juan me pasó una mano por debajo de la melena y me sujetó firmemente, aunque con suavidad, del cuello. Con la otra me acarició la mejilla. Había cerrado los ojos y me disponía a abrirlos de nuevo cuando su lengua comenzó a invadirme, lamiendo mis labios con una humedad que me erizó la piel.

Joder, no podía escuchar, era imposible seguir con aquello. «¡Calla, Blanca, por favor…!», grité desde dentro, aunque las palabras se quedaron en mi cabeza.

—Sin haberlo esperado, me besaba con una pasión que me excitaba. Hubiera imaginado cualquier cosa, menos aquello. Llevaríamos unos minutos morreando con sus besos húmedos y profundos, cuando noté que gesticulaba en su ropa. No quise abrir los ojos, me temía lo que ocurría de su cintura para abajo.

»Su pene, hasta ese momento un bulto dentro de sus pantalones que empujaba sobre mi vientre, ahora me golpeaba en todo su esplendor. Lo notaba enorme, poderoso, y sentía un terror profundo que no me permitía moverme. Aunque, te juro que no sabía cómo era posible, pero mis bragas se habían humedecido como nunca...

—¿Cómo nunca… te ha ocurrido conmigo, quieres decir? —me atreví a preguntar jadeante.

—Lo nuestro es diferente… no me lo tengas en cuenta, por favor —me rogó mirándome agobiada—. Sabes que a mí el sexo nunca me ha parecido el epicentro de una relación amorosa. Importante sí que lo considero, pero no primordial. En mi lista de prioridades, puede que no llegue ni a la quinta posición.

»Y lo que estaba ocurriendo entre los dos era sexo, y nada más. Solo eso, pero a la vez tan brutal… tan animal… que mi excitación estaba llegando a su máxima expresión. O eso pensé. Porque aquello solo estaba empezando.

»Juan tomó una de mis manos, la abrazó a su enorme verga y todo mi cuerpo comenzó a temblar. La agitaba arriba y abajo, moviendo su piel que emitía un «clic-clic» líquido que me hacía exudar feromonas. A esas alturas, no solo mis bragas se hallaban mojadas. El sudor de mi cuerpo había empapado por completo el resto de mi ropa.

Observé la imagen que estaba dibujando su relato en mi mente, y no me gustaba en absoluto. Mucho peor, odiaba aquella imagen y me provocaba pavor. Era una imagen de devoción, de hembra entregada a los deseos del macho, quien la cocina en su salsa para llevarla hasta el punto en que ella le pida, le ruegue, que la folle sin piedad. Cosa que había conseguido, yo era testigo de ello.

Con todo, no podía evitar que mi erección fuese a más cada vez. Me sentía avergonzado. Si Blanca se llegaba a dar cuenta, no sabía qué pensaría de mí, de su novio, del amor de su vida, empalmado al saberla poseída por otro. Y eso me atormentaba y me obligaba a sujetar el bulto desde el interior de los bolsillos del pantalón para evitar que se notase.

—Soltó mi mano tras unos segundos de guiármela en su verga —continuó— y yo seguí con la paja sin necesidad de su ayuda. Lo deseaba, Alex, te lo juro, deseaba sentir aquella polla en mi mano. Y la apreté hasta hacerle daño mientras movía su piel arriba y abajo, y el «clic-clic» de su prepucio me mataba por dentro. Cuando mi presión fue bestial, el gimió. Alargué la otra mano y le amasé los huevos, una masa enorme y dura, hasta querer reventarlos entre mis dedos.

Blanca se venía arriba. De usar palabras suaves, como «pene» o «verga», había ido escalando posiciones hasta decir «polla» y «huevos». Si seguía así, su habitual comedimiento iba a estallar en pedazos, y la explosión se me iba a llevar por delante.

—Juan gimió, aún dentro de mi boca, y deseé hacerle más daño. No por el daño en sí mismo, sino por la lujuria que sentía. Así que apreté más sus testículos y, cuando sus gemidos ya eran gritos, se echó hacia atrás y me empujó.

»—¿Pero qué coños te pasa? —me dijo, alterado—. Sabes de sobra que eso duele en un tío.

»—Lo… lo siento… —le dije—. Ha sido… sin querer…

»—Sin querer, una mierda… Hostia puta… casi me rompes las pelotas…

»Se acariciaba sus partes, y supe que no hablaba por hablar, que le había hecho daño.

»—Te juro que lo siento…

»Se subió los pantalones, guardando el monstruo de entre sus piernas, y se alejó de mí. Me señalaba la puerta con una mano, mientras con la otra me despedía con cajas destempladas.

»—Anda, lárgate, zorra… —me dijo con mala leche por primera vez desde que habíamos entrado en su cuarto—. Estoy seguro de que esto lo habéis preparado entre el puto médico y tú para joderme.

»—Por dios, Juan, te juro que no es así… —le rogaba—. Hugo no tiene nada que ver con esto. Ha sido… que me has puesto muy caliente… yo no quería hacerte daño… te lo prometo.

Volvía a ver la imagen de Blanca como la de una hembra devota por su macho. Y no entendía por qué no suavizaba sus palabras para comentarme la historia. ¿Por qué relataba cada expresión, cada sentimiento, cada palabra, con tanto detalle? No eran detalles lo que le había pedido, pero ella parecía disfrutar recordándolos. Mucho más ahora, que había cerrado los ojos mientras hablaba. Y su expresión de placer dolía más que escuchar lo que había ocurrido en aquella habitación.

»—Anda, zorra, sal de mi cuarto antes de que me cabree de veras…

»Me estaba echando del dormitorio con cajas destempladas. Y me sentí desconsolada. Sabía que aquello no era una simple sesión de sexo. Que era la primera prueba para conseguir el objetivo que nos sacara de aquí. Y casi sentía ganas de llorar. Y no podía dejarlo así. Y tuve que poner todo mi empeño en reconquistarle, en que volviera a desearme.

»—No puedes hacerme esto… —le dije, improvisando un plan.

»—Pues te lo hago… lárgate, puta de mierda…

»—¿Me vas a dejar así…? —apelé a su lado machista—. Me has puesto caliente como una perra y ahora me dices que me largue… ¡Pero tú quién coño te crees que eres…!

»—¿Qué cojones dices, pedazo de guarra?

»—¿Qué cojones digo? —le espeté simulando un cabreo que era más miedo que enfado—. ¡Que me has puesto caliente el chocho y ahora voy a tener que irme al baño a pajearme sola! ¡Puto calienta coños!

»Me había puesto a su nivel, utilizando términos callejeros como una vulgar zorra. Y funcionó. Pareció recoger velas y solté un suspiro de alivio.

»—¿De verdad te he calentado, zorrita? —dijo sonriente, y el diminutivo me indicó que iba por buen camino.

»—Como una puta perra… —le repliqué—. Pero no disimules, sabes que tengo las bragas encharcadas. No puedes dejarme así, tirada como a una puta…

»Rió de buena gana, y supe que lo tenía en mis manos. Aquella sesión tenía que llevarse a cabo fuera como fuera. No hacía más que repetirme que, si no acabábamos la faena en ese momento, tendría que volver a empezar de nuevo en algún otro, y eso me asqueaba más que tirarme encima de él y meterme su polla dentro aunque fuera a la fuerza.

»—¿De verdad quieres que crea que esto no es un truco del médico? —me dijo tras un paréntesis, ahora más suave, casi rendido, a mis pies. Me sonreí por dentro, sabía que comería de mi mano si se lo pidiera.

»—Sí, por favor, créeme… —mi vocecilla de niña asustada le conmovió.

»—Pues si quieres que me trague esa patraña, tendrás que hacer algo por mí… Algo que odies profundamente… Así sabré que no mientes.

»Me lo pensé un instante y luego me acerqué a él. Le situé frente a mí. Nos miramos unos segundos en silencio. De pronto, él se movió hacia delante e intentó acercar su boca para besarme. Le paré con una mano en su pecho y le dejé bien claro que no era eso lo que pretendía, a pesar de que había notado que sus besos me conmovían por dentro. Eso no lo había fingido, Alex, te juro que los besos de ese hombre me habían puesto más cerda de lo que me hubiese gustado.

Las palabras de Blanca me iban matando poco a poco. Si aquella confesión no acababa pronto, iba a comenzar a gritar.

»—Los segundos pasaban, y yo no hacía un solo movimiento. Y cuando parecía exasperarse por mi indecisión, me dejé caer de rodillas a sus pies.

Tuve que sujetarme para no gritarle a Blanca que aquello no era posible. Que se callara. Que lo que estaba a punto de contarme no me lo podía creer. Que mentía para hacerme daño. Pero ella no me veía, con los ojos cerrados había volado de nuevo hacia aquella habitación, a solas con el gordo Juan, apunto de tragarse su enorme verga.

»—Le bajé los pantalones del chándal y los bóxer, y se los saqué por los tobillos —continuó—. Su polla se había encogido un poco. La pajeé suave hasta que alcanzó una dureza intermedia. Luego la besé, comenzando por el prepucio y siguiendo hacia abajo. Entonces volvieron a él sus groseros modales.

»—Vaya con la puta… —me dijo—. Cómo la mimas, ¿eh? Vaya si te tiene que gustar mi polla cuando la besuqueas como si fuera un niño. ¿Y esto es lo que menos te gusta hacerle a un tío? Vamos, no me jodas, no me lo creo, si lo haces de puta madre… Pero no fastidies, cariño, déjate de besitos y gilipolleces y métetela en la boca…. Hasta dentro… Así… muy bien. Hasta la garganta… Y no te la saques hasta que veas que te asfixias. Mejor, aún, asfíxiate que yo te hago luego el boca a boca… jajaja.

»Sus palabras me humillaban. Al menos al principio. Luego comprendí que su actitud no era diferente a la de otros hombres, solo que cada uno tenéis un estilo diferente. Tú eres muy dado al silencio cuando hacemos el amor. Mi anterior novio reía y daba silbiditos con la lengua mientras lo hacíamos. A Juan, con su estilo parlanchín, le excita hablar y hablar… e increpar a su pareja de cama. Pero ya intuí que no lo hacía por fastidiar, por humillar a la mujer, sino por mantener su excitación. Era su forma de hacerlo. Así que me olvidé de sus palabras obscenas y se la chupé poniendo mi alma en ello, y no me detuve hasta que la tenía tan dura como una piedra.

»Estaba a punto de correrse y me sujetaba la cabeza para hacerlo dentro de mi boca. Pero ya sabes, Alex, que odio el semen, me muero de asco con tan solo pensar en él. Así que me las tuve que apañar para que no me lo hiciera tragar. Rodé hacia un lado y le esquivé. Su cabreo fue supino.

»—Joder, puta de mierda… —me soltó de malos modos—. No me hagas esto, estoy a punto de soltarte un litro de leche, si no te la echo ahora me van a doler los huevos una semana. Ven aquí y deja que te bañe entera, no seas zorra…

»—Esa mierda no la quiero, para que te enteres —le dije—. Ni ahora ni nunca. Para eso están los condones, para echarla dentro. Así que guárdatela si no quieres que te corte las pelotas.

»—Joder, qué putada, tía… —rezongó—. Con lo que a mí me gusta pringar a mis zorritas.

»—Pues a esta zorrita no la pringas, que lo sepas.

»—Al menos dame otro lametón, que se me ha bajado un poco.

»Pero no le hice caso, y con risas fingidas, me lancé sobre la cama. Una vez allí me desnudé por completo. Y entonces le llamé, zalamera.

»—Anda, deja de quejarte y vente para acá —le dije—. Ponte uno de los condones gigantes y ven a llenarme el coño, pero por dentro de la gomita. ¿No ves que me muero porque me la metas, campeón…?

»Lo de «campeón» debió de hacerle mucha gracia. Menudo gilipollas. Se estuvo riendo con la palabreja un buen rato, mientras se probaba varios condones y los rompía todos con ese pollón que tiene. Las probatinas de tamaño ya las había hecho en el gym, pero disfrutaba como un niño demostrando que solo los extragrandes le valían. Pedazo de tonto del culo.

Volvía a ponerle motes al exbombero —gilipollas, tonto del culo, etcétera—, eso significaba una cosa: se le había pasado el calentón y, a sabiendas de que llegaba al final de su relato, quería reconquistarme. Lo conseguía a medias, porque todo lo que me había contado de sus preliminares con el puto gordo habían sido demoledores.

—El resto ya lo sabes, más o menos —concluyó—. Cuando tú llegaste llevábamos follando unos minutos. Al principio de entrarme su pene, me había dolido como esperaba, pero enseguida mi vagina se adecuó y el placer comenzó. En tan poco tiempo comencé a sentir un hormigueo que nacía en el centro de mi vientre y que crecía a toda velocidad. Y de repente llegó la explosión que se extendió por todo mi cuerpo. Joder, por fin me estaba corriendo como lo recordaba. Aunque te aseguro que jamás he sentido nada igual.

Blanca confesaba aquello como si estuviera contando una película a una amiga. Parecía que no le importaba lo que yo sintiera.

—Ya te habías corrido conmigo y con Hugo —le recordé—, y ese orgasmo pareció de los buenos.

—Nada parecido a lo que sentí con el gordo Juan, te lo aseguro.

Carraspeé tomando aire, parecía que lo peor había pasado, y ya iba recobrando el aliento.

—¿Y cómo terminó todo? ¿Hubo algo más?

—Pues… nada especial —dijo acariciándose el mentón—. Cuando me puso a cuatro patas me volví a correr enseguida. En esa ocasión él se vació a la vez. Quise escabullirme para volverme contigo, pero él se empeñó en que siguiéramos. Sin cambiarse de condón, continuó empotrándome y tuve un subidón que no llegó a ser corrida. Pero con toda la leche dentro de la goma no conseguía metérmela bien y se bajó de la cama para cambiarla. Aproveché para escabullirme y volví a nuestro cuarto, mi hogar... Me vestí en el pasillo, mirando hacia atrás por si me seguía. Te juro que solo me encontré a salvo cuando me abriste la puerta.

Me sentí feliz porque se acabara la historia. Apenas hubiese podido soportarla un minuto más. Y decidí disimular mis reales sentimientos. Fingí una sonrisa y le acaricié una mejilla. Blanca se puso en pie y nos volvimos a abrazar.

Sin otra cosa que decir, propuse el mejor plan que se me ocurría a esa hora de la mañana.

—¿Quieres que vayamos a la cocina? Me muero de hambre.

—Vale, espera que me cambie de ropa y nos vamos.

—Genial, yo también me visto con algo de ropa limpia.

Poco después nos disponíamos a salir de la habitación.

Y entonces comenzaron los gritos.

DIA 5 (2) - MARIO

—¿¡Puede ayudarme alguien!? —gritaba Rubén.

Salimos alarmados por el griterío. Hugo y Juan ya acudían en ayuda del musculitos.

—¿Qué ocurre? —pregunté a Juan que pasaba a mi lado como una bala.

—¿No has leído el grupo de wasap? Rubén ha encontrado a un hombre malherido.

—¿Qué…? —dijimos Blanca y yo al unísono.

Después de una algarabía de carreras de aquí para allá, nos reunimos los cinco alrededor de la mesa de la cocina. En ella habían tumbado al hombre que, según el médico se hallaba más que deshidratado. Le habían puesto un par de almohadas bajo la cabeza y le daban toda el agua que pedía.

Durante una media hora, el hombre no era capaz de hablar. Solo bebía y bebía haciendo pequeños descansos. Blanca y yo nos mirábamos alucinados. Aquel hombre no tendría menos de setenta años. Y no parecía, precisamente, un componente de EXTA-SIS.

Continuará......
 
—¿No será el quinto hombre del secuestro? —le susurré—. ¿El propietario de la habitación vacía?

Blanca tragó saliva. Su expresión era de puro terror.

—Espero que no…

Al cabo el desconocido pudo incorporarse y pidió comida. Lo acomodaron en una silla y le proporcionaron cualquier cosa que pedía. Una hora más tarde, el tipo había coloreado su pálido rostro y se acariciaba el estómago satisfecho.

Cuando vio que era el momento, Hugo tomó las riendas e inició un interrogatorio.

—¿Cómo se llama, abuelo?

—Mario… —dijo el hombre con una sonrisa complacida.

El médico presentó a cada uno de los cinco componentes del grupo y le hizo la pregunta que nos quemaba a todos en la punta de la lengua.

—¿De dónde ha salido usted, si puede saberse?

El viejo se rascó un agujero de la nariz, con pocos miramientos, y soltó una retahíla que no esperábamos.

—Puedes tutearme, Hugo —dijo con resabio—. Pero antes de contarte nada, me gustaría darme una buena ducha y cambiarme de ropa. Luego, a ser posible, quisiera largarme a casa. ¿Me soltaréis sin darme de hostias si os lo cuento todo?

Nos miramos entre nosotros. Aquel anciano parecía creer que éramos los dueños del lugar. Sus enemigos o algo así. No tenía ni idea de lo que ocurría en el interior de la discoteca. Y se me pasó por la cabeza algo que leí igualmente en los ojos del médico: quizá el viejo era un fleco suelto de EXTA-SIS y, tal vez, nos serviría para escapar del encierro.

—Vale, viejo, te tutearemos, no faltaría más —replicó Hugo—. Y por supuesto que te dejaremos asearte y cambiarte de ropa. Pero antes del mediodía tenemos que hablar seriamente.

*

A las doce en punto, Mario volvía a sentarse en la cocina y pedía más delicias para comer mientras los demás le rodeábamos. Hugo intentó reunirse a solas con él, pero ante el enfado del resto del grupo, había reculado y había aceptado que el interrogatorio fuera comunal.

—A ver, Mario —dijo Blanca ante la mirada envenenada del médico—. Cuéntanos qué haces aquí y, sobre todo, cómo has conseguido entrar.

En ese momento nadie creía que Mario llevara más de unas pocas horas en la discoteca. Pero la sorpresa iba a ser mayúscula.

—Pues entré por la puerta norte… como siempre —explicó el viejo masticando una palmera bañada en chocolate—. Pero juradme que no vais a castigar al gorila que custodia esa puerta, por vuestro padre. Que es hijo de una vecina mía y tiene dos niñas.

Viendo Hugo la confusión del pobre hombre, se decidió a aclararle un par de cosas, antes de continuar.

—Mira, Mario… —dijo—. Confía en nosotros. No somos empleados de la discoteca. Es solo por un… desgraciado accidente… que nos encontramos aquí dentro. Así que tranquilo, que no vamos a hacerle nada a nadie. Solo queremos saber qué te ha pasado para poder ayudarte. Y tal vez tú puedas ayudarnos a nosotros.

—Ah, vale, si es así… —replicó el abuelo.

—Vamos, viejo —apremió Juan, nervioso porque la historia no avanzaba—. Cuéntenos desde el principio. ¿Cómo llegó aquí y cómo es que se ha quedado encerrado?

Mario le pidió permiso a Hugo y, ante el gesto de aceptación del médico, comenzó a hablar.

—Pues veréis… Es que estos… cabrones… me deben una partida de ginebra y dos de ron desde hace más de diez años.

Le miramos con cara de no entender nada.

—A ver si me explico —recomenzó—. Esta discoteca no es la primera que abren estos tíos. Los dueños son gente rara, de otro país, aunque no sé de dónde. ¿Entendéis? Abren y cierran locales, con diferentes empresas que crean y descrean a placer. Y van dejando pufos por aquí y por allá.

—Ajá… —dije yo para animarle a seguir.

—En uno de esos locales —continuó—, me dejaron a deber las partidas que os he comentado. Y eran cincuenta mil pavos, una mierda para una empresa grande, pero para mí la puñetera ruina. Total, que me juré que les iba a cobrar lo que me debían. Y les voy siguiendo la pista y entrando a llevarme algo en cada local que abren. En éste llevo entrado cuatro veces y en cada una me he llevado alcohol por mil pavos. No está mal, y eso solo en tres meses.

—Vale, ya hemos entendido sus razones —le cortó Hugo—. Y ahora cuéntenos cuándo y cómo entró.

La expectación del grupo era total. Si el tipo confesaba que había entrado menos de tres días atrás, daríamos un salto de alegría. Eso significaría que conocía una puerta que nosotros no habíamos encontrado. El tiempo apremiaba, sin embargo. Si los de EXTA-SIS nos vigilaban, cosa que nadie dudaba, no teníamos mucho margen de maniobra.

—Pues… ¿qué día es hoy? —preguntó el hombrecillo.

—Viernes… —respondió Blanca.

—Pues entonces ni idea de qué día fue cuando entré… Es que tengo como humo en la cabeza, ¿entendéis?

El que más y el que menos se comía los muñones por los nervios. A Juan se le apreciaban deseos de coger al pobre viejo por las solapas.

—Espera, sí… ahora lo recuerdo —soltó de pronto y se libró por un pelo de que el gordo le agarrara para hacerle hablar a bofetadas—. Fue el día del fiestorro… Había tal jaleo que esperaba llevarme lo menos dos mil pavos en botellas en dos o tres viajes.

El alma se nos cayó al suelo. El hombre había entrado como nosotros, por alguna de las puertas, y el mismo día.

—¿Seguro que fue ese día? —apretó Blanca al viejo.

—Seguro, señorita… Por cierto, ¿eres una de las chicas del vicio…? Es que me dijeron que aquí habría muchas y yo venía con pasta para follarme alguna… Si eres del negocio, a lo mejor podrías hacerme una… —soltó el vejete y le guiñó un ojo a mi novia.

Hugo le cortó el discurso, mosqueado.

—Al grano, Mario. Siga contando. Decía que había entrado por la puerta norte.

—Sí, es la puerta que da al descampado… Es en la que vigila el hijo de mi amiga. El que me deja entrar y salir sin problema por cincuenta pavos y un par de botellas. Había dejado la furgoneta en el parking grande y entré para cargar lo que pudiera.

—¿Y qué paso?

El viejo se rascó la cabeza.

—Pues a ver que recuerde… Sí, ya me viene a la cabeza. Entré en el almacenillo de la primera planta.

Hugo interrogó a Rubén con la mirada y esté cabeceó para confirmar que era allí donde lo había encontrado.

—Es el almacenillo dónde guardan el alcohol bueno. Allí no hay agua ni comida ni nada. Es la tercera vez que vengo a mangarles, así que me conocía el camino…

Dudó unos segundos.

—Y el caso es que estaba cargando una caja con botellas y sentí como un picotazo en la cara —miraba al techo intentando evocar—. Luego solo recuerdo que me desperté a oscuras. Me cago en la leche, como me hayan pillado y llamen a la pasma, me van a caer de dos a cuatro años… ¡Cabrones!

Le calmamos entre todos, convenciéndole de que no había peligro de que la pasma le pillara. No le decíamos, sin embargo, que estaba metido en un lío peor. Si el hombre era un fleco suelto, sería uno más en caer el día veinte, tal vez el primero.

—¿Cómo es que ha sobrevivido desde entonces? —le pregunté, extrañado porque la historia no me encajara del todo.

—Pues… no sé… solo recuerdo que en la oscuridad encontré cosas por el suelo. Dos botellas de agua y algo de comida enlatada. Con ayuda de la linterna del móvil conseguí ir tirando para no palmarla. De cobertura, nada, por cierto, menuda putada. La puerta la reventé a patadas, pero que si quieres arroz, Catalina. Esa puerta estaba cerrada como la de una cárcel y bien reforzada. Con todo ese alcohol de primera dentro, como para no estarlo.

—¿Y, entonces, cómo ha salido? —se interesó Blanca.

El viejo se rascó la cabeza.

—No sé… resulta que esta mañana la he encontrado abierta. Lo he notado por la diferencia de claridad. Me he asomado y empezado a gritar hasta que un tío cachas me ha sacado de allí. Supongo que es ése de la camiseta de tirantes.

Rubén confirmó con un cabezazo, al tiempo que todos suspirábamos dando por perdida la esperanza de que aquel viejo nos ayudara a salir de allí.

Por otro lado, el que más y el que menos sintió un escalofrío al escuchar lo de la puerta abierta. Aquello significaba una cosa: los de EXTA-SIS estaban muy cerca, y entraban y salían a voluntad. Eso, si no es que estaban dentro todo el tiempo, escondidos en algún lugar secreto.

*

Nos habíamos quedado estupefactos. Observábamos todos al viejo, al tiempo que intercambiábamos miradas entre nosotros. Por el momento se habían aparcado las diferencias entre los cinco primeros rehenes.

Sin saber qué más hacer, Blanca y yo estudiábamos una forma de retirarnos de la forma más sutil, cuando cinco pitidos sonaron al unísono, uno en cada móvil. No nos cupo duda de que era un mensaje de EXTA-SIS.

Y no nos equivocamos.

EXTASIS: Estimados todos, os comunicamos que Mario es un componente más de vuestro grupo. El componente número cinco y propietario del último dormitorio del pasillo. Si ha tardado en aparecer ha sido por problemas técnicos. Esperamos que le tratéis de la forma que corresponde a otro de nuestros invitados. Mostradle su dormitorio y comentadle las reglas del juego, por favor. Aunque os parezca extravagante, él es el responsable del quinto y último orgasmo de la señorita. Sin él, el objetivo a alcanzar no sería posible. Feliz estancia, queridos.

Blanca salió a la carrera al terminar de leer el mensaje y yo la seguí apresurado. Nadie por detrás nos pidió explicaciones.

Tras dar un portazo en nuestro dormitorio, le pegó una patada a la papelera de su lado de la cama.

—¡Serán cabrones!

Sabía a lo que se refería.

—Menuda casualidad… —reflexioné en voz alta.

—¿Qué quieres decir?

—Esta mañana bromeaste con que al menos no nos habían colocado un viejo en el grupo… Y de pronto aparece uno como por ensalmo. Si no fuera porque es jodido de improvisar, casi diría que nos han oído.

La expresión de Blanca, que ya era agria, se transmutó en puro terror.

—Sí, yo también lo creo —resopló—. Estamos jodidos…

—¿Por qué? —pregunté.

—¿Que por qué? —gimió—. ¿Tú te crees que me voy a acostar con semejante momia? Eso suponiendo que al tipo se le ponga tiesa. Nos han querido putear desde el principio. Esto estaba preparado. Y no me extrañaría que se sacaran de la manga algún truco más. Estaba previsto que no consiguiéramos el objetivo. No sé cómo hemos sido tan confiados.

No sabía qué responderle. Todo lo que decía era cierto. Pero no alcanzaba a entender por qué aquellos tipejos se comportaban de una forma tan maquiavélica. ¿Meternos un viejo a mitad de partida? ¿Y por qué no matarnos de una puñetera vez y dejarse de bobadas? ¿O es que querían jodernos en el proceso y hacernos sufrir cada puñetero minuto? Porque, de momento, lo estaban consiguiendo a la perfección.

Se habían autodenominado «estudiosos sociológicos», y desde luego que estaban consiguiendo exprimirnos como conejillos de indias. Habría que ver hasta donde llegarían, a estas alturas me esperaba cualquier cosa. Y, bien mirado, los secuestradores me importaban cada vez menos. Les temía mucho más a los tres cerdos que asediaban noche y día a Blanca. Y el viejo… bueno, el pobre poco daño podría hacerle a mi novia, aunque intentaría follarla como todos. Ganas parecía llevar en los pantalones, a tenor de su comentario sobre las «chicas del vicio». Pero dudaba que su virilidad se lo permitiera.

*

A la hora de comer, Hugo nos convocó a reunión plenaria en la cocina. Quería que comentáramos los últimos acontecimientos y que tomáramos decisiones al respecto.

Mario no apareció por allí, y alguien comentó que se había quedado dormido en cuanto cayó sobre el mullido colchón de su cama, harto de comer y beber durante toda la mañana.

Tras la comida, que transcurrió en completo silencio a excepción de los sonidos de los cubiertos sobre los platos, el médico tomó la palabra.

—Lo primero que quiero decir es que no me ha gustado lo que has hecho, Blanca.

Me extrañó la frase y me puse en guardia. Ella colocó una mano sobre mi brazo para que no saltara.

—¿Qué quieres decir...? —preguntó mi novia.

—Sabes a lo que me refiero. Ese mensaje que has enviado a EXTA-SIS sobraba.

No sabía por dónde venían los tiros. ¿Mensaje? ¿Qué mensaje? Eché mano a mi bolsillo en busca del móvil. Pero no lo encontré, lo había dejado cargando sobre mi mesilla.

—¿Podéis explicarme lo que ocurre? —pregunté—. ¿De qué mensaje habláis? Yo no he visto ninguno.

—¿Se lo enseñas tú o se lo enseño yo? —dijo Hugo con malas pulgas.

Ante el silencio de Blanca, el médico se decidió a explicarme lo que pasaba.

—Tu querida novia le ha enviado un mensaje a nuestros captores pidiendo un intercambio sobre el objetivo de escape. Y el intercambio consiste en aumentar el número de orgasmos a seis, a cambio de que Mario no entre en el juego.

Miré a Blanca. Entendí el porqué de aquella petición. Lo que me extrañó sobremanera era su agilidad para enviarla sin contar con nadie. Ni siquiera conmigo. Aun así, no dudé en apoyarla.

—Pues bien mirado… no me parece tan mala idea.

—Ah, ¿sí? —la mala leche de Hugo subía por momentos—. ¿Y eso lo dice el cinco veces cornudo? ¿Te parece que son pocas y prefieres subirlas a seis?

Aquello había sido demasiado. Me puse en pie y me disponía a lanzarme sobre el médico saltando por encima de la mesa cuando Blanca me retuvo y exclamó:

—¡Joder, Hugo!, ¿de qué vas? ¿Tú tan listo y no lo entiendes? —le increpó y el médico se calló de inmediato—. Con un viejo como Mario no hay forma de llegar al objetivo. Sin embargo, ¿qué te parecería si conseguimos ese sexto orgasmo y nos dejan adjudicárselo a cualquiera? Podríamos adjudicárselo a Juan y nos habríamos librado del viejo, sin ningún cambio con respecto a la situación actual.

Juan se sonrió con suficiencia y Blanca continuó:

—Sabes de sobra que con Juan los dos orgasmos son seguros, incluso en una sola sesión. Anoche lo demostramos.

Me ruboricé hasta la médula. La palabra «cornudo» bailaba sobre mi cabeza. Puse cara de no importarme y seguí el razonamiento de Blanca.

—Estaríamos a falta de cuatro, lo mismo que estamos virtualmente ahora.

Pero esperar que Hugo se rindiera sin pelea era mucho esperar.

—Ah, ¿sí?, listilla… —dijo con voz cargada de ironía—. ¿Y qué ocurre si lo asignan ellos y se lo adjudican a Rubén? ¿Estarías tan contenta como pareces?

Blanca se mordió la lengua y tragó saliva. Sabía que el médico podía llevar razón.

Ante la falta de acuerdo, se decidió posponer el asunto para una próxima reunión con EXTA-SIS.

La hora de la siesta la pasamos cada uno en sus asuntos. En concreto, Blanca y yo la dedicamos a la lectura, esta vez en nuestro cuarto y con la silla sujetando la manilla interior para evitar visitas indeseadas. Intenté que me hablara sobre el mensaje que había enviado a nuestros captores, pero se negó a entrar en el tema.

Serían sobre las cinco cuando llegó un nuevo mensaje de EXTA-SIS. Era una convocatoria de reunión grupal para las siete en punto.



DIA 5 (3) – EXTA-SIS 3


A las siete menos cinco el grupo en pleno, incluido Mario, nos encontrábamos en la cocina rodeando la mesa. Cada uno se hallaba a lo suyo, mirando el móvil, hojeando revistas, o simplemente fumando y tomando café.

El viejo seguía alucinado con todo lo que iba descubriendo. No debía de haber tenido en su vida tanta mercancía al alcance de la mano, y gratis, y la discoteca le debía de parecer el paraíso. No se le veía muy afectado por saberse encerrado y con un futuro incierto, aunque sabíamos que Hugo le había resumido la situación con bastante detalle.

—Le valen más las ganas de follar que saber que le quedan dieciséis días de vida —me susurró Blanca en un aparte—. Pero ese tío a mí no me toca ni muerta.

Me hice el despistado y no le respondí. Para mí todos los tíos del grupo me parecían aborrecibles. El viejo no me parecía ni más ni menos asqueroso. Era un cerdo más. A saber cómo los clasificaba ella en su fuero interno. ¿Tendría un ranking al respecto? Simpática la manía que tenía yo de clasificarlo todo. Aunque, en este caso, tenía razones para ello y aquella misma tarde me serían confirmadas.

A las siete en punto comenzaron a crepitar los altavoces. Y unos segundos después oímos a la voz en off.

—Buenas tardes, queridos participantes del experimento ORG —dijo, y se quedó callada, parecía que esperara respuesta.

Por supuesto, nadie dijo nada. Solo Mario elevó la mirada al techo, sorprendido.

—A pesar de que no os veo muy animados —continuó la voz al no recibir réplica a su saludo—, espero que vuestro ánimo crezca con las noticias que os traigo hoy.

Nueva pausa y nuevo silencio, aunque ahora si teníamos todos la cabeza elevada hacia las alturas.

—Empecemos por el primer punto: el participante Mario. Como ya os hemos informado por el wasap interno, Mario es un componente más del grupo. El quinto jinete. Y os aseguro que está en muy buena disposición para montar a nuestra querida señorita, una yegua de lujo.

Parecía que habría una nueva pausa, pero de repente un grito nos sorprendió a todos.

—¡Y una mierda! —gritó Blanca, fuera de sí.

Si en la primera sesión había sorprendido a todos, ahora era yo el desconcertado. ¿A qué venía aquella salida de tono de Blanca? ¿Era por lo del viejo? Estaba casi seguro, y enseguida se confirmó.

—¡Esto que habéis hecho es una gran putada! —siguió exclamando Blanca ante el estupor de todos—. Habíais fijado unas reglas y esas reglas eran sagradas. Pero ahora las estáis violando de forma unilateral. ¡Es una canallada! ¡Meter a este viejo en mitad de la partida es juego sucio! ¡Y no estoy de acuerdo con ello!

En una sola parrafada había hablado de reglas, de cambios unilaterales con violación de dichas reglas, de mitad de la partida… Parecía que hablara de un encuentro de fútbol en el que alguien pretendiera jugar con doce.

Nadie del grupo, sin embargo, quiso intervenir, ni a favor ni en contra. ¿Quién se iba a preocupar de discutir con los fusileros las razones que tenía el tribunal para enviarlo al pelotón de fusilamiento? El tribunal hacía y deshacía a su antojo, y ya lo decía el refrán: a la fuerza ahorcan.

—Perdona, señorita Blanca —repuso la voz en off—. Las normas las ponemos nosotros. Y nadie dijo que no pudieran existir pequeños cambios sobre la marcha. Tal vez su memoria no esté tan fresca como debiera. Revise usted los detalles, si no le importa.

No entendí a que se refería la voz en off con aquellas palabras. No es que le estuviera prestando mucha atención. El vejete, con su boca abierta en un bostezo, parecía que tampoco. El resto seguía con expresión de pasar de todo.

—Además —continuó la voz en off—, no está descartado que se produzcan nuevas sorpresas, siempre que éstas contribuyan al experimento sociológico que les ha traído hasta aquí.

Menudo cinismo mencionar lo de «les ha traído», cuando allí nos encontrábamos a la fuerza. A punto estuve de saltar para acompañar a Blanca en la protesta, pero preferí no hacerlo, no fuera a recibir otra dosis de fármacos.

—Y, querida Blanca, te informamos que el cambio que nos proponías ha sido desestimado. El número de orgasmos sigue siendo cinco y Mario tiene que participar en uno de ellos al igual que el resto de los componentes masculinos del equipo.

Noté como Blanca se mordía la lengua para no responder. Y la voz en off, sin esperar comentarios, prosiguió con la reunión.

—El segundo punto del día es anunciaros la primera prueba oficial. Ésta se ha fijado para mañana, DÍA 6 del estudio, a las 22.00 de la noche. Esperamos que en esta prueba participen los componentes del grupo que hayan destacado durante las pruebas no oficiales. En cualquier caso, ése es un asunto en el que no vamos a interferir. La elección de los componentes del equipo es totalmente vuestra.

Nuevo lapsus, ninguna alusión. Y la voz a lo suyo:

—El punto tres consiste en explicaros las reglas de la prueba, incluyendo el escenario. Como habréis visto, la sala es un cubo perfecto con una decoración minimalista: una cama circular en el centro y un número de cámaras y focos rodeándola. Para que la tecnología funcione no tenéis que hacer nada, nosotros la manejaremos desde nuestro centro de control.

»En cuanto a la sala en sí, dejadme que os explique algunos detalles. Lo principal es que está dividida en dos partes: el escenario, y el área de observación. Para que me entendáis, es como la sala de interrogatorios de la policía, tal y como se ve en las películas. Es decir, desde dentro hay una serie de espejos que impiden la visión y audición de lo que ocurre en el exterior. Desde fuera, sin embargo, se ve y se oye todo lo que ocurre en el interior a través de dichos espejos y un sistema de megafonía.

»Por otro lado, deciros que en el escenario solo entrarán los participantes en la prueba. Para evitar el acceso indebido, su puerta está asegurada con cerradura de seguridad. Contactaremos con la señorita Blanca para comunicarle donde se encuentra la llave. En la sala de observación pueden entrar todos los que lo deseen, habréis visto que no tiene puerta siquiera.

»¿Alguna pregunta por ahora?

Nadie dijo nada, y la voz volvió a su cháchara.

—Quisiera en este punto aclarar un asunto importante en la obtención del objetivo de escape.

Blanca y yo nos miramos. Apostamos a que sabíamos de lo que iba a hablar. Estaba claro que aquellos cerdos nos escuchaban a todas horas.

—Los orgasmos no conseguidos con penetración vaginal no serán validados como correctos.

El resto del grupo se miraron sin entender a qué venía esto. Mis sospechas y las de Blanca, sin embargo, quedaban confirmadas.

—Cabrones —susurró Blanca en mi oído.

—No quita esto —prosiguió la voz— para que la señorita pueda ser excitada con todo tipo de prácticas externas simultáneas, como caricias o besos, pero cuando llegue al clímax, uno de los hombres deberá estar dentro de ella. Este hombre será el adjudicatario de dicho clímax y será contabilizado como tal.

«Joder —me dije—, lo explica de tal forma que hasta parece que tiene sentido».

No obstante, Blanca torció el gesto. De nuevo la voz había hecho un comentario que la dejaba a la altura de un mero objeto. Y a mí también me hirió sobremanera, hasta el punto de que tuvo que tomarme de la mano para que no saltara.

Por otro lado, las reglas parecían no solo mantenerse, sino crecer en cada sesión con EXTA-SIS. Total, para nada, me decía, ¿por qué no nos eliminan de una vez y se dejan de gilipolleces? Las caras de Hugo y el resto parecían indicar que pensaban como yo. Mario, sin embargo, miraba a Blanca con los ojos brillantes, soñando con hacerse con aquella pieza que parecía que le había tocado en suerte.

Mi novia detectó la mirada y le hizo una peineta que dejó sorprendidos a todos. Mario, inasequible al desaliento, emitió una sonora carcajada.

—Para finalizar —la voz prosiguió—, queremos incidir en algo de lo que ya hemos hablado. No hemos detectado mucha actividad de prácticas. La señorita Blanca ni siquiera ha mantenido relaciones con todos los presentes. Y, en algún caso, las relaciones que sí ha mantenido no han incluido penetración. Como prueba de ello, baste decir que la señorita no las ha mantenido con su propio novio, lo cual es bastante extraño. Señorita Blanca, si fueras más «emprendedora», a estas alturas deberías tener incluso un ranking de tus compañeros de cama.

La mención del ranking me hizo dar un respingo. ¿No era eso en lo que yo había estado pensando unos minutos antes de iniciarse la reunión? Por una vez parecía que iba por delante de los acontecimientos.

—¡Por supuesto que lo tengo! –rezongó Blanca, interrumpiendo mis pensamientos.

—Ah, ¿sí? —replicó la voz con sorpresa—. ¿Podrías comentárnoslo?

Iba a abrir la boca, pero Hugo se la cerró de un grito.

—¡Ni de coña, Blanca! —todos giramos la vista hacia el médico—. Recuerda: al enemigo ni agua. Ellos tienen mucha información que se callan, no podemos nosotros regalarle la nuestra. Ya hablaremos en privado de ello.

Blanca aceptó la orden de Hugo sin rechistar.

—Vaya —dijo la voz en off con sorna—, parece que el grupo tiene un líder.

En este caso no me pude contener.

—¡De eso nada…! —exclamé—, Hugo no es el líder de nadie. Todo lo que diga es su opinión. No habla en nombre de los demás.

El médico me miró con furia, pero yo le sostuve la mirada y no me dejé achantar. Tuvo Blanca que sujetarme de nuevo para que la cosa no fuera a más.

—Está bien —dijo la voz en off para concluir—. No quiero meterme en vuestros asuntos. Así que lo dejamos aquí. Solo recomendaros que os animéis a practicar más. Las pruebas oficiales van a ser más frecuentes en cuanto se celebre la primera.

Los altavoces volvieron a crepitar y después el silencio invadió la discoteca. Hugo aún me miraba con cara asesina. Juan y Rubén se intercambiaban revistas. Mario, mientras tanto, miraba obnubilado a Blanca y parecía frotarse las manos al saber que la iba a tener entre sus piernas más pronto que tarde.

En lo que sí estuvimos todos de acuerdo, era que necesitábamos prolongar la reunión para tomar decisiones de grupo. El tema más candente era la prueba oficial que tendría lugar al día siguiente.


DIA 5 (4) - PRIMERA ELECCIÓN

Nos tomamos un respiro antes de comenzar la siguiente asamblea. Eran las nueve de la noche. Algunos aprovecharon para pasar por el baño y yo acompañé a Blanca para evitar las tentaciones. Especialmente las del viejo Mario, que se le veía muy animado. Quizá en exceso.

Una vez reagrupados, Hugo tomó la palabra, para variar. En este caso no quise armar polémicas.

—Hay un punto importante del que tenemos que hablar. Pero antes entremos en el tema más candente: la elección de los participantes para la prueba oficial de mañana.

Inesperadamente, Mario nos tomó la delantera de inmediato.

—¡Me presento voluntario! —saltó el vejete mostrando los dos dientes que le faltaban, uno arriba y otro abajo—. Perdona, señorita Blanca, pero humildemente te diré que yo echo unos casquetes insuperables. Si me eliges el primero, te juro por mis muertos que vas a tocar el cielo…

Hugo saltó, liderando el grupo una vez más.

—Calla, Mario —dijo con mala uva—. A ti nadie te ha dado vela en este entierro. Además, ella no es la que elige quienes participan en las pruebas.

En esta ocasión no hizo falta que saltara ante la insolencia del médico.

—Ah, ¿no? —Blanca me tomó la delantera—. ¿Y quién los elige? ¿Tú?

Un griterío se montó alrededor de la mesa. Me molestó mucho aquella bronca entre Blanca y Hugo, que más bien parecía otra pelea de enamorados. Y eso era peor que muchas de las cosas que estaban pasando aquellos días. Tenía que hacerme valer, yo era el novio de la mujer y me iban a tener que oír.

—Estoy de acuerdo con Blanca —comencé y luego me desfogué, soltando algunas verdades que había acumulado en los días de encierro—. Tú no eres quién para decidirlo todo, Hugo. No sé por qué te arrogas un liderazgo que nadie te ha dado. Si hay que elegir, lo haremos por votación.

—¡No estoy de acuerdo con que se vote! —bramó Hugo—. Esto no puede ser una democracia. Tenemos un objetivo que cumplir, y no es una puta broma. Nos jugamos el cuello, ¿lo habéis olvidado?

—Vale —repliqué—. Pero, si no hay votación, me propongo como primera pareja de Blanca, que para eso es mi novia.

La algarabía volvió de nuevo, hasta que Blanca mandó callar. Y, cuando el silencio reinó, lo que dijo pareció devolvernos la cordura:

—Siento deciros que ninguno de los dos lleva razón. Lo siento, Alex, pero tú tampoco. A ver, necesitamos utilizar la cabeza, pensar con los testículos solo nos puede llevar a la ruina. Así que propongo que mi primera pareja sea Juan. Todos sabemos lo que pasó anoche, y si lo repetimos en el escenario, tendremos ganada una ventaja que vamos a necesitar.

El gesto de casi todos se torció. El mío el que más. El único que sonreía ufano era Juan, quien se rascaba la entrepierna sin ningún pudor. Parecía darnos a entender que no tenía rival en cuestiones de hacer disfrutar a una mujer. Y, en el fondo, todos sabíamos que llevaba razón.

Y, sin más discusión, se aceptó la propuesta de mi novia.

Saber que no estaba en el número uno del ranking de Blanca me supo a cuerno quemado. Esperaba, al menos, ser el número dos, aunque estaba muy lejos de saber qué pensaba ella. Blanca no me había mencionado nada y, aunque no creía que me lo fuera a revelar en privado, tal vez se lo podría sonsacar en público si le preguntaba abiertamente.

No hizo falta. Hugo, haciéndome un favor por primera vez, entró en el tema.

—Blanca, le has dicho a EXTA-SIS que tienes un ranking. ¿Nos lo puedes comentar?

Ella suspiró y se encogió de hombros.

—No, no puedo… —tragó saliva antes de continuar—. No puedo… porque no lo tengo. Lo que he dicho antes era un farol.

—Vale, no pasa nada… —dijo el médico acomodándose en la silla—. Eso es lo que esperaba y lo que nos lleva al punto primero del que os hablé.

—¿Qué punto? —preguntó Juan, que hasta ahora no había abierto la boca.

—El punto principal de cara a las pruebas oficiales: necesitamos tener un ranking de las preferencias de Blanca. Y lo necesitamos ya.

*

Blanca tragó saliva varias veces, su garganta no hacía más que bajar y subir. Se había puesto nerviosa, al tiempo que Mario daba brinquitos sobre su asiento. A nadie se le escapaba que, si había que elaborar un ranking, todos los allí presentes —con la posible excepción de Juan— tendrían que tener sexo con ella. Incluyéndome a mí, que llevaba varios días sin tenerlo.

Esta vez Blanca no pudo mirar para otro lado. Todos estuvimos de acuerdo en trazar un plan para el ranking. Yo el que menos, pero aun así me tragué la bilis y voté a favor.

—Vale —dijo Hugo cuando la moción se hubo aceptado—. ¿Cuándo lo hacemos?

Volvió el corrillo de opiniones y la algarabía popular.

Finalmente, como el asunto era urgente, se fijó la mañana del DÍA 6 para llevar a cabo la prueba que permitiría obtenerlo. A las once en punto en la habitación más ordenada de todas: la del viejo. La falta de uso parecía proporcionarle puntos a favor.

Se acordó que tendríamos sexo con Blanca por turnos, a diez minutos por turno. Un gang bang en toda regla. La cara de mi novia no podía estar más avinagrada. Quise darle ánimo acariciándole una mano, pero ella me la retiró con mal talante.

—De todas formas —saltó Mario—, también necesitamos un orden para hacer el ranking. ¡Me pido el primero en echarle un polvo!

Si las miradas mataran, la de Blanca habría fulminado al vejete.

Continuará......
 
—No —le cortó Hugo—. El orden lo tiene que poner ella.

Blanca aceptó la «caballerosidad» del médico y dio su veredicto.

—Primero será mi novio —sonreí ante esta concesión—. Segundo, Hugo. Luego, Rubén. Y Mario el último.

—¿Y Juan? —dijo Rubén.

—No pasa nada —saltó el gordo—. Al fin y al cabo yo voy a follar con ella por la noche en la prueba oficial. Y prometo que me la voy a follar de puta madre.

Todos rieron la broma que, incluso, pareció no ofender a Blanca. Esto me mosqueó algo, aunque terminó de mosquearme del todo cuando mi novia completó la frase del gordo Juan.

—No me he olvidado de ti, Juan —le dijo—. Y estás en tu derecho… Si quieres follar el último, aunque sea fuera de competición, lo aceptaré.

Volvieron las risas y hubo varios que dieron cachetes al exbombero en la espalda. Y, mientras todos reían, yo me iba haciendo cada vez más pequeño, llegando a pensar que mi presencia en aquel grupo no tenía valor, que si de pronto desapareciera, nadie lo notaría.

Hice un movimiento para huir de la cocina, pero Blanca me atrapó al vuelo. Quizá me había leído el pensamiento. Mi cara debía de expresarlo todo. Fuera como fuese, me agarró del brazo y juntos nos volvimos a nuestra habitación. Aquella noche la pasaríamos sin cenar.

El resto sí tenía hambre y se quedaron repartiendo comida a diestro y siniestro. La promesa de sexo inmediato les había abierto el apetito.



*​



—¿Te encuentras bien? —preguntó Blanca mientras yo atrancaba la puerta con la silla.

—He tenido días mejores —dije sin muchas ganas-. ¿Y tú?

—No muy bien, pero resisto… al fin y al cabo voy a estar peor…

Una sonrisa amarga distendió un instante nuestros labios.

—Lo siento, Alex… —dijo tras un paréntesis—. Lamento no haberte puesto por delante de Juan en esa mierda de lista. Mañana ya veremos…

—Oh, no pasa nada —dije con ironía—. No podías poner como número uno al tío que no te ha provocado un orgasmo en siete años.

—Pero al menos te puse el segundo…

—Es un honor…

Lo dije en broma y volvimos a sonreír. Aquella sonrisa de Blanca era como un rayo de sol en medio de una tormenta, una metáfora manida que ahora era totalmente cierta.

—Además, llevamos varios días sin practicar —metí la pulla—. Y siempre por algún problema tuyo. Mañana vas y les dices a los compis que no puedes abrir las piernas, que te duele la cabeza.

Reí de nuevo, pero ella no encajó el chiste demasiado bien.

—Que perro eres… —se quejó, medio en broma, medio en serio.

—Ya ves… pero no te enfades, cielo, es coña.

—Lo sé, cari, lo sé… —dijo, y luego me abrazó—. Pero he pensado una cosa, por si te apetece.

—¿Qué?

—Que esta noche podríamos practicar todo lo que quieras… De ese modo, podrías ahorrarte tener que venir mañana y tragarte la asquerosa sesión.

—¿Y dejarte sola? Ni hablar… —repliqué—. Por supuesto que quiero hacerte el amor esta noche. Pero mañana estaré allí contigo.

—Como quieras… —aceptó mi decisión—, pero vas a tener que apretar mucho los dientes, no va a ser un espectáculo agradable.

—Tampoco lo será para ti.

—Lo sé… pero yo ya he aceptado mi destino, cosa que tú no…

No sabía si decir lo que me había venido a la cabeza, porque sabía que la iba a hacer daño. Al final no pude reprimirme.

—Sí, has aceptado tu destino, pero a excepción de Mario, me parece…

El rostro de Blanca se ensombreció.

—Joder, esos cabrones… ¿No te parece que lo han hecho a propósito después de lo que hablamos entre nosotros? ¡En mala hora se me ocurrió hacer esa broma!

—¿Crees que lo han improvisado? —era una pregunta retórica—. ¿Qué no estaba preparado?

—Estoy convencida.

Su seguridad era pasmosa. Como si tuviera algún dato del que yo carecía.

—Vamos a tener que cuidar lo que hablamos… —propuse.

—Sí, quizá sea buena idea hablar por escrito cuando queramos comentar algo sensible. Tal vez a través de la app de Notas del móvil.

—¿Crees que servirá de algo? —puntualicé—. Es muy probable que hasta nos hayan pirateado los teléfonos. Casi que mejor que usemos el método tradicional: papel y lápiz.

Sonrió con la mitad de la boca.

—Vale, por mí de acuerdo, papel y lápiz —aceptó.

Aquella noche hicimos el amor por primera vez en bastante tiempo. Blanca no alcanzó el orgasmo, por supuesto, pero fue una noche placentera para ambos.

Sentí el terremoto que sufría mi plan de darle de lado a Blanca una vez saliéramos del encierro.

Si es que conseguíamos salir.



Día 6 (1) – El ranking​


A la mañana siguiente había cierto ambiente de fiesta en el grupo. Parecía que el hecho de irse a tirar a Blanca les hubiera transmitido optimismo. Quizá era lo que perseguía EXTA-SIS cuando nos animaba a «practicar» más. Que los hombres olvidaran las penas y que pensaran tan solo en sexo. Un punto a favor más para el director de Marketing de nuestros raptores.

Desayunamos todos a una sin excepciones. Había risas y bromas alrededor de la mesa, y se consumía bastante azúcar. Nadie lo admitía, pero todos querían estar plenos de energía para impresionar a la chica del grupo.

Mis tripas se retorcían sin parar. Aquellos cabrones iban a follarse a mi novia como si fuera una furcia de cuartel: haciendo cola y con cronómetro en mano.

Blanca me daba un apretón de ánimo en el brazo de cuando en cuando. Parecía muy entera, aunque yo sabía que en el fondo no las tenía todas consigo.

Terminamos el desayuno sobre las diez y nos retiramos a los dormitorios. A las once menos cinco, Blanca y yo nos abrazábamos a la puerta de nuestro cuarto y prometíamos no olvidar que todo lo que iba a pasar era accesorio. Que lo único real y permanente era que nos queríamos.

Yo no estaba muy convencido de nuestras promesas, a pesar de que mis planes de abandonarla habían menguado considerablemente. Y, por otro lado, no tenía ni idea de si ella lo estaba o no. La veía dar tantos bandazos, a mi favor y en mi contra según estuviéramos en privado o en público, que comenzaba a marearme y a perder el norte.

A las once en punto, y tomados de la mano, salimos de la habitación y recorrimos el pasillo hacia la de Mario. Cuando entramos ya estaban todos preparados para tener su aventura con Blanca. Nos saludaron con risitas nerviosas y los maldije por dentro.

Me fijé en sus atuendos. Ropas ligeras y fáciles de quitar, no querían perder el tiempo a la hora de lanzarse sobre mi novia cuando les tocase el turno.

El gang bang estaba preparado para arrancar.

Blanca se desnudó por completo, quitándose el albornoz que llevaba sobre la piel como única vestimenta. Entró en la cama ante los ojos dilatados de los cerdos que se la comían con la mirada, y se tapó con la sábana púdicamente.

—Cuando queráis —dijo.

—Vale —confirmó Hugo, y se dirigió hacia mí—: Alex, eres el primero. Adelante. Tienes condones sobre la mesilla. En cuanto estés en la cama preparado, comenzarán tus diez minutos.

—No es necesario —repliqué—. Blanca y yo ya lo hemos hecho antes de venir. Puede empezar el siguiente.

—De acuerdo —aceptó sin un titubeo. Muy probablemente lo esperaba. O quizá se lo había comentado Blanca por el wasap interno, duda que me quemó por dentro.

El segundo era él. Así que le pasó los trastos a Juan y, tras explicarle el funcionamiento del cronómetro, se despojó de la ropa. El cuerpo escuálido del médico daba grima. Su polla, sin embargo, parecía a punto de estallar de puro tiesa.

Hugo se colocó uno de los condones sin prisa y después se acostó junto a Blanca. Sin más preámbulo, se acercó a ella y comenzó a comerle la boca, a lo que mi novia le respondió sin ningún pudor.

El clic del cronómetro sonó a mis espaldas.

Juan había comenzado a medir el tiempo, y los espectadores callábamos con la mirada centrada en el espectáculo. Una escena porno sin eufemismos. Un show dantesco para mí, pero tremendamente excitante para el resto de los espectadores, que se rascaban la entrepierna sin disimulo.

Blanca comenzó a jadear pasados un par de minutos y mi estómago a amenazar con la expulsión del desayuno. Pero cuando el médico se subió sobre ella y la penetró, fue mucho peor. Las piernas dejaron de sostenerme. Hugo se la follaba sin contemplaciones, con violencia. Y Blanca se abrazaba a su cuello y le devolvía los besos con la lengua enloquecida, como si estuviera experimentando un orgasmo continuo.

Mientras veía las embestidas del médico sobre mi novia, cubiertas por la sábana, pero explícitas a mi pesar, pensaba que tenía que irme de allí cuanto antes. Algo, sin embargo, me lo impedía, clavando mis pies al suelo.

De fondo oía el inconfundible «plas-plas» de la carne golpeando la carne. Y, en primer plano, los jadeos de Blanca eran notorios y subían de volumen a toda velocidad.

Todos mis temores salían a la luz. Entre Hugo y Blanca se había establecido una complicidad que sobrepasaba los límites de lo decente. Sentía el crecimiento de mis cuernos a ojos vista. Pero no los cuernos de una sesión pública como aquella, sino cuernos de verdad. Unos cuernos que Blanca me colocaba a traición, en privado, y a mis espaldas.

En cuanto el sexo entre ellos hubo comenzado, Blanca se había olvidado de mí. Ni un gesto, ni una mirada. Solo miraba y seguía los gestos y las exigencias del médico, que la susurraba al oído palabras que solo ella escuchaba, y que parecían calentarla como una perra. Y casi adiviné que bien podría alcanzar el orgasmo con él. Era solo una cuestión de tiempo.

Me quedó claro en los diez minutos que duró aquella asquerosa escena que las discusiones entre el médico y ella eran puro cuento. Unas discusiones que parecían hechas entre enemigos, pero que en el fondo eran peleas entre compañeros de cama. Y si aún no eran tales compañeros, no me cabía duda de que no tardarían en serlo. Dejándome a mí a un lado.

Mis planes para alejarme de Blanca volvían a resurgir con fuerza.



*​



«¿Cómo puedes mantener esa pasión con semejante tipejo? —me repetía, hablándole a Blanca en mi cabeza—. Dices que me quieres, pero le abrazas y le besas esa boca enferma como si fuese una tabla de salvación. ¿Cómo has podido hacerme esto? Ese mierda no se lo merece, él no te conoce, no ha convivido contigo los siete años que yo he estado a tu lado, amándote cada día, y cuidándote en las noches de desvelo. ¡Vete con él, zorra, y olvídate de mí!».

El médico comenzó a correrse gruñendo, y Blanca le comió la boca con desesperación, como queriendo acompañarle.

Y en ese momento Juan dio por terminada la escena.

—¡Tiempo! —gritó el gordo y Hugo se echó a un lado sudando como un cerdo y satisfecho por la corrida.

Una vez acabada la faena, el médico salió de la cama. Su polla seguía dura como una piedra. No lo entendí. El condón se veía lleno de esperma, pero la erección no le había cedido un milímetro.

Blanca sonreía sentada contra el cabecero de la cama y cubierta por la sábana. Y yo la maldije de nuevo. No había llegado al orgasmo, pero se la veía satisfecha. Su degradación avanzaba a pasos agigantados.

Esperé a que su mirada se posara en la mía antes de huir de la habitación. Me costó largos segundos. Cuando por fin lo hizo, Rubén ya se acostaba junto a ella. Me vio salir con un portazo y lo último que vi fueron sus ojos aterrorizados. Me congratulé de haberle hecho llegar el mensaje que deseaba: eres la puta que pareces. Ya no me engañas.

Me atrincheré en la habitación que todavía era de ambos. Planeaba una manera de dejarla, aunque no conseguía verlo claro. Si al menos no hubiera llegado el viejo… Pero ahora su habitación estaba ocupada y no había lugar decente donde vivir los días que quedaban. Demasiados, para mi gusto.

Por otro lado, a medida que me iba enfriando, recordé que Blanca me lo había prevenido. «Es mejor que no vengas, lo vas a pasar mal». Aunque, ¿por qué lo había dicho? ¿Porque no me iba a gustar ver como vejaban a mi futura esposa? ¿O porque la vería disfrutar con ello?

Había tomado la decisión de hablarlo con Blanca una vez terminara aquel martirio, cuando una vez más los acontecimientos me tomaron la delantera.

La puerta se había abierto y alguien se asomaba por ella.

—¿Puedo hablar contigo un momento? —dijo Hugo pidiendo permiso con la mirada.



*​



Me quedé helado. Aquella cabeza rapada era lo último que esperaba ver en esos momentos. Y el médico debió de notar mi asombro. Por ello parecía andarse con pies de plomo al entrar en el cuarto.

—¿Qué pasa? —le dije con malos modos.

—Hay un tema que se ha torcido… un poco —explicó—. Y necesitamos saber tu opinión… Bueno, algo más que tu opinión, a decir verdad.

—¿Cuál es el problema? ¿Se han acabado los condones?

Me apetecía cualquier cosa antes que mantener una conversación profunda con aquel cerdo. El cerdo que me estaba robando a Blanca delante de mis narices.

—No es broma, Alex —me dijo con gesto preocupado—. De veras que es mejor que lo hablemos. Y es urgente.

Lo pensé un instante. Por escucharle no perdía nada.

—Explícate —concedí por fin.

—Se trata de… Rubén… —tartamudeó. Algo extraño para un tipo que se había tirado a mi novia delante de mí con total desvergüenza—. Acabamos de descubrir el porqué de su impotencia.

—¿Porque es un puto pajillero…? —ironicé—. Menuda sorpresa… Para mí ha sido siempre evidente. Además de maricón, claro…

—No, no es eso… —negó con un cabezazo—. En realidad es porque… A ver cómo te lo digo… Resulta que Rubén… es un claro perfil de sadismo.

—¿Qué…?

Si me hubieran dado una bofetada, no me habría sorprendido tanto. ¿Rubén, un sádico…? A mí lo que me parecía era un mosquita muerta lleno de complejos.

—Lo que oyes… —confirmó—. El muy perro solo se pone cachondo si maltrata a la chica, si la golpea, la asfixia, y esas cosas…

Algo me vino a la cabeza y la bilis volvió a rondar mi garganta.

—¿Tu ya lo intuías, me equivoco? —le espeté con mala leche—. ¿Por eso le pediste que escupiera en la boca a Blanca durante… aquello?

—Sí, lo intuía… —dijo bajando la mirada. Volvía el médico serio y responsable; el manipulador, en una palabra—. Y ahora ya está claro. Blanca lo ha descubierto y él lo ha reconocido.

No salía de mi asombro. Aunque no entendía por qué me estaba contando aquello. No era él el líder, pues que apencase con el cargo.

—A ver… —le dije. A pesar de todo, necesitaba saber, casi todo lo que me descolocaba en aquel encierro ocurría a mis espaldas, y tal vez era por mi culpa. Quizá ya era hora de dar la cara—. ¿Qué pinto yo en esta historia?

Hugo se aclaró la garganta.

—Es porque… bueno, ya sabes… necesitamos a Rubén sí o sí… y hay que tomar una decisión.

—Me parece bien… —le vacilé—. Por mi podéis tomarla, tenéis mi bendición.

—Ya, sí… Blanca ya la ha tomado…

—Y… ¿es positiva?

—No puedo decirte más, lo siento… es mejor que lo hables con ella.

—¿Qué…? —aquella afirmación sí que me había descolocado.

—Pues que Blanca no quiere hacer nada sin tu consentimiento… Si tú dices que no, no seguirá adelante.

Un cúmulo de sensaciones me golpeó de lleno. Algunas eran de satisfacción, Blanca me tenía en cuenta, me consideraba en un asunto realmente importante. Por otro, me temía que la que fuera la mujer de mi vida quería mantener la pantomima de lo nuestro, a saber para qué… ¿Cómo segundo plato, quizá? ¿Para tener donde agarrarse si unos desconocidos que la habían maravillado con sus artes amatorias la fallaban?

Estaba a punto de mandar a la mierda a Hugo, y de pedirle que mandara también a Blanca de mi parte, cuando cambié de opinión.

—Está bien, te acompaño. Lo hablaré con ella cara a cara.



*​



Al entrar en la habitación, el cuadro era muy distinto de cuando la dejé. Rubén aún se hallaba en la cama, pero a solas. Juan y Mario se habían sentado en dos sillas y miraban sus móviles con gesto aburrido. Blanca, con el albornoz anudado y con los brazos cruzados daba paseos arriba y abajo de la habitación.

Al verme llegar, corrió hacia mí y me abrazó con fuerza. Durante unos segundos me besó en la cara, con besos silenciosos y húmedos. La aparté suavemente, pero me tomó de las manos con fuerza y no me permitió robárselas.

—¿Qué pasa, Blanca? —le dije sin casi mirarla—. Hugo me dice que necesitas tomar una decisión.

—Sí, eso es… estoy hecha un lío.

No quería perder mucho tiempo con aquel teatrillo.

—Por mí lo que tu decidas, estará bien… No necesitas mi aprobación.

Blanca miró a los hombres y les pidió que nos dejaran a solas. Una vez que salieron del cuarto, retomó la conversación.

—Estás enfadado, lo sé… —dijo sin soltarme las manos—. Te lo he notado.

Como para no estarlo, me indigné, aunque no lo exterioricé.

—¿Por qué iba a estar enfadado? —le dije sentándome en el borde de la cama—. Me lo advertiste… No debía estar aquí para verte… Por eso me fui, no tiene nada que ver contigo.

—¿Ya has olvidado lo que te dije?

—Mira, Blanca, no he olvidado nada —apenas podía sujetar mi enfado—. Pero tienes una manera muy especial de demostrar tu amor por todo el mundo… Y eso me despista…

Comenzó a sollozar. Lo esperaba, era su arma secreta.

—Nunca vas a entender que no hay nada entre los demás hombres y yo… Por mucho que lo parezca.

Lo peor de escuchar a Blanca era que, en cuanto lo hacía, mis dudas desaparecían. La creía mía porque ella así lo afirmaba, y porque yo lo deseaba. Por eso me maldije por haber aceptado reunirme con ella. Porque la herida se volvería a cerrar para abrirse a la primera ocasión.

Decidí ir al grano para no seguir dándole vueltas.

—¿Vas a dejar que ese tipo te humille para poder follarte?

—No lo sé… Pero lo que sí sé es que si tú me pides que no lo haga, no lo haré…

—¿Lo dejas en mis manos…? —no me gustaba la idea, era una decisión que podía cambiar el curso de las cosas. Aunque el curso de las cosas no podía ir peor, así que no entendí muy bien de qué me preocupaba—. Es mucha responsabilidad.

Tuvo una idea y me la propuso.

—¡Hagámoslo a la vez!

—¿A la vez?

—Sí… —sonrió—. Recuerdas cuando jugábamos a piedra, papel y tijera. Podíamos hacerlo durante horas. Y reíamos como niños.

¿Era aquel un momento para empezar con juegos? Aunque lo que Blanca pretendía ya lo había conseguido. Poner en valor nuestra intimidad. Una intimidad que solo era de los dos, y en la que nadie podía intervenir. Una intimidad que se había detenido unos minutos antes y que amenazaba con volatilizarse.

—Claro que lo recuerdo… —confirmé.

—Pues hagamos algo parecido. Pongamos las manos atrás y saquémoslas a la vez. Si ambos sacamos piedra, es que «no». Si es tijeras, que «sí».

Sonreía como una niña. Y mi estómago ronroneaba, esta vez para bien.

—¿Y si son diferentes?

—Pues también será que «no». Y se acabó la historia. Que esos cabrones de EXTA-SIS nos hagan lo que les plazca.

—De acuerdo… —acepté.

Salieron dos tijeras de nuestras manos, y nos abrazamos un largo tiempo antes de despedirme de nuevo. Por supuesto no iba a quedarme allí para ver como maltrataban a mi novia para que un degenerado se empalmara. Aunque ella tampoco lo hubiera consentido.



Día 6 (2) – El asco de Blanca​


Entré en mi cuarto y atranqué la puerta. No quería saber nada de lo que pasara fuera. Ni verlo ni oírlo, ya que la puerta de Mario permanecía abierta durante la sesión y, si hubiera dejado entornada la mía, los gritos de Blanca podrían haberme llegado.

Esperaba no sufrir ninguna interrupción más hasta que todo hubiera terminado. Pero mi plan se iba desmoronando según transcurría el tiempo. Había pasado una hora y Blanca no había vuelto.

Como en otras ocasiones, la tensión pudo conmigo. Y finalmente me decidí a recorrer el pasillo hasta el final.

Al llegar al centro de la acción, vi a Mario debatirse sobre Blanca. La sábana se había escurrido hacia el suelo y se veía como el culo huesudo del viejo se movía abajo y arriba con una velocidad asombrosa para su edad. Mi novia, abierta de piernas y con los brazos agarrada al cabecero para amortiguar las embestidas del abuelo, no emitía ningún gemido, afortunadamente.

Continuará....
 
Me moví a un lado para ganar en perspectiva y comprobé como el muy cerdo atacaba a Blanca con la lengua fuera, hundiéndola en la boca de mi novia cada vez que esta se rendía por cansancio. El tipejo se estaba dando el banquete de su vida. Y gratis.

Pregunté a Hugo cuánto quedaba de aquella pesadilla y me mostró el cronómetro. Llevaban solo cinco minutos. Me lamenté de haber llegado tan pronto, aunque tampoco entendía por qué se había alargado la maldita prueba. No obstante, lo que estaba a punto de suceder iba a acabar con la escena antes de lo previsto.

El vejete se puso tieso como un palo y comenzó a emitir gruñidos quedos. A continuación se quedó como muerto y Blanca tuvo que empujarle para quitárselo de encima. Se había corrido en un tiempo record, algo también raro para su edad. Debía de hacer mucho que no tenía sexo y la emoción lo había llevado a acabar en la mitad del tiempo de que disponía. Para su pesar, supuse.

Mi novia se vistió el albornoz y extrajo unos caramelos de un bolsillo que se metió de un golpe en la boca, echando la cabeza hacia atrás. Su expresión de asco era difícilmente disimulable.

Blanca no había detectado mi presencia y aún tardó unos instantes en descubrirla. Cuando lo hizo, su mirada de pocos amigos me preguntaba qué hacía allí. No quise darle el gusto esta vez y se la sostuve. «Estoy aquí porque se me pone en las narices», decían mis ojos por mí.

Se sentó en la cama y se dedicó a colocarse las deportivas, mientras Hugo levantaba la voz para que le oyéramos todos.

—Vale, Blanca… —dijo—. Es hora de que nos des tu ranking.

Ahora entendí el mosqueo de mi novia. No parecía apetecerle dar su lista delante de mí. Y eso significaba que yo no iba a quedar en muy buen lugar.

—¿Tiene que ser ahora? —dijo, confirmando mis sospechas.

—Sí, Blanca, tiene que ser ahora. No sé para qué esperar.

Ella se entretenía con los cordones de sus deportivas, escondiendo la mirada.

—Está bien… —dijo al cabo, y luego soltó la lista sin pensarlo—. Apunta: Juan, Hugo, Alex, Rubén y Mario.

Un nuevo mazazo me golpeó. Esta vez en los testículos. Había pasado del segundo al tercer puesto. Y por supuesto, como me temía, el médico había escalado al número dos.

Hugo sonreía satisfecho mientras tomaba notas en su cuaderno. Juan, por su parte, se tocaba la entrepierna de forma disimulada. No me gustó nada descubrir que se hallaba totalmente empalmado. Recordaba la oferta de Blanca la noche anterior.

Y mis temores se hicieron realidad.

Blanca se levantó para dirigirse hacia la puerta, cuando Juan la interceptó. No entendí por qué había esperado a que se calzara, quizá porque no se atrevía a dar el paso.

Me temí que el exbombero, como ya había pensado anteriormente, se estaba colando por mi novia de forma imparable. Por eso la timidez en sus contactos con ella. Y esa no era una buena noticia.

—Espera, Blanca —la detuvo Juan por un brazo—. ¿Te puedo pedir algo?

Mi novia lo miró sorprendida y se paró a escucharle.

—Es por… lo que dijiste anoche, ¿recuerdas…? —tartamudeaba, señal de que estaba como un flan—. Me prometiste que lo harías conmigo si yo te lo pedía… Fuera de competición, claro…

Le miró un instante, luego giró su cabeza hacia mí. Mi cara de perro lo decía todo. Blanca tenía que elegir si cabrear al gordo o a mí, y sin pensarlo mucho decidió.

—Lo siento, Juan, no es momento… Esta noche podrás resarcirte…

Y se me acercó para tomarme de la mano antes de escabullirnos de la habitación. No me había quedado claro qué habría ocurrido entre Juan y Blanca si yo no hubiera estado presente.

El silencio reinaba a nuestras espaldas cuando salimos de allí.



*​



Blanca se dejó caer en la cama tras llegar a nuestro cuarto. No se molestó ni a descalzarse.

—Esos putos perros… —se quejó con un suspiro—. Estoy muerta.

Tenía un aspecto deplorable, en eso llevaba razón. Como una puta que termina su jornada, me lamenté. Y enseguida noté algo que no llevaba cuando salió por la mañana.

En primer lugar, eran más que notorios el arañazo que le cubría la mejilla izquierda, y el moratón —ligero, pero visible— en el pómulo derecho. En segundo, una señal enrojecida en el cuello, como de dedos que la hubieran apretado la garganta.

—No entiendo cómo habéis tardado tanto en terminar —dije, y el comentario me sirvió también como disculpa por haber vuelto cuando habíamos quedado en que no lo haría.

—Te lo puedes imaginar. Con Rubén se ha liado lo suyo. El muy hijo de puta se ha pasado de lo lindo.

Caí en que su melena también se encontraba más desarreglada de lo normal. Se veía que al musculitos le gustaba tirar del pelo. Y ella se dio cuenta de mi escrutinio.

—No hace falta que me mires, no hay salida si queremos escapar de aquí. Los cabrones de EXTA-SIS los han elegido a medida. Hijos de su madre…

—Sí, los muy perros… —le dije por darle cuerda para ver si contaba algo más sin tener que preguntar.

—Aunque es mucho peor lo de Mario —se llevó las manos a la cara y suspiró—. Con el puto viejo hemos tardado tres cuartos de hora en conseguir hacerlo. Me temo que en este caso no voy a poder con ello, lo siento, pero es imposible. Estamos jodidos.

Me extrañaron tan duras afirmaciones.

—¿Qué ocurre con Mario? ¿No se le pone tampoco? Vaya novedad… eso ya lo suponíamos. Seguro que es un arma secreta de EXTA-SIS para jodernos, aunque no sé para qué coño les sirve ponernos palos en las ruedas si darnos un tiro les resultaría tan sencillo.

Siguió mi retahíla sin mucho entusiasmo, luego respondió a mi pregunta mientras se ponía en pie y volvía a dar paseos por la habitación, nerviosa.

—Pues el caso es que sí se le pone dura… —dijo—. Pero casi mejor que no se le pusiera.

—¿A qué te refieres?

—Pues a que… solo se le pone dura de una manera concreta.

Su gesto de desagrado era notorio.

—Joder… me espero lo peor…

—Por mucho que te esperes, jamás lo adivinarías, a no ser que hayas llegado antes de lo que creo.

—No sé… he llegado cuando el puto viejo se empezaba a correr.

—Pues entonces no lo has visto…

—Hostias, cari, deja de darle vueltas, ¿qué coño ha pasado…?

Tomó aire y luego soltó la bomba.

—Pues que al viejo solo se le pone dura con una tía si la morrea todo el rato, el muy hijo de puta… Te lo puedes imaginar…

—¡No-me-jo-das! —exclamé, recordando la asquerosa lengua de Mario dentro de su boca—. Si, algo he visto de cómo te comías sus babas…

Y Blanca no pudo contenerse más y se puso a gritar.

—¡Pues eso, joder! ¡¡Qué puto asco!! ¡¡He estado a punto de vomitar en varias ocasiones!! ¡He tenido que pararle algunas veces cuando no podía más para evitar morirme de la grima, por eso se ha alargado tanto!

Ahora lo entendía. Y me apiadaba de ella. Blanca, que le daba grima dar un beso en la mejilla a un familiar con más de sesenta años, se veía obligada a follar con un abuelo de más de setenta y al que le faltaban varios dientes. Y aceptando su morreo miserable lleno de babas y con una lengua blanda y húmeda. Solo de pensarlo me daban arcadas.

—Estamos jodidos… —me desinflé. Aquella era una barrera insalvable.

—Eso ya lo he dicho yo…

Nos callamos unos instantes. Luego me entró curiosidad por algo más, y le pregunté:

—¿Y de… lo otro?

—¿Qué otro…?

—De abajo, ¿qué tal se lo monta? De hecho, ¿todavía tiene rabo?

Ahora Blanca se sonrió.

—No te creas… que el viejo lo tiene corto, yo creo que es que se le ha metido hacia dentro…

—¿Pero…?

—Pero que el cabrón lo tiene super gordo y cuando lo usa no lo hace tan mal. Es la hostia el puto viejo, rabo pequeño pero juguetón.

Me molestaba oír hablar a Blanca como a una fulana de puticlub.

—¿No me jodas que podrías correrte con él?

—Ni de coña… —manoteó como para quitarse una mosca de encima—. El rollo de abajo se te corta con las putas babas de esa boca de mierda. Y esa lengua asquerosa que parece una serpiente. Puaaaaggg… —hizo un gesto de arcada.

—Mala cosa entonces…

—Muy mala… —confirmó cabeceando—. Como eso no se resuelva, esto se va a la mierda. Porque yo con eso no puedo, Alex. Te juro que no puedo…

Hubiera podido sacar el tema del ranking. Preguntar en qué era mejor Hugo que yo en la cama para haberme sobrepasado. Pero preferí callar.

Como en otras muchas cosas, mejor no saber.



Día 6 (3) – El cabreo de Alex​


El resto del día lo pasamos en la habitación. De nuevo me tocó ir a por la comida a la cocina. Blanca volvía a sentirse de bajón y sin ganas de verle las caras a los tipejos que la habían follado por la mañana. Ni siquiera había salido para darse su habitual ducha de después del sexo.

Salí en varias ocasiones del cuarto durante ese tiempo. Aparte de las incursiones a la cocina o al baño, estar encerrado en la habitación me estaba produciendo claustrofobia. Así que la dejé a solas y me pasé la tarde entre el gimnasio y la primera planta.

Volví sobre las siete y sorprendí a Blanca tecleando en su móvil. Lo hacía de forma acelerada. Leía un instante y volvía a escribir. Así durante varios minutos. Me apostaba a que hablaba con Hugo y, tal vez, con Juan.

Imaginé que al gordo le estaría pidiendo perdón por no haber cumplido la promesa que le había hecho. Con Hugo, a saber. Con ese tipo debía de hablar de muchas cosas. Demasiadas para mi gusto. Me hubiera conformado con que no estuvieran intercambiando frasecitas cursis de enamorados. Puto médico, si salíamos de aquel embrollo lo iba a matar.

Finalmente no pude resistirlo y le pregunté.

—¿Con quién hablas?

No me respondió al instante, sino que escribió un último mensaje antes de hacerlo.

—Con EXTA-SIS —replicó—. Me han pasado la ubicación de la llave del escenario.

—¿Puede saberse dónde está?

—Me lo han dicho por el chat del grupo, puedes verlo en tu móvil si quieres.

—No lo entiendo, ¿lo escriben para que lo veamos todos? ¿Cualquiera puede ir y cogerla, así por las buenas?

Rió bajito.

—Si sabes el pin de mi móvil, a lo mejor… ¿lo conoces tú?

—De sobra sabes que no tengo ni idea de tu pin…

—Pues entonces no hay nadie más que pueda recogerla, porque está dentro de una caja fuerte y la clave de apertura es justamente mi pin.

Lancé un silbido de admiración.

—Vaya, parece que sí que han pirateado nuestros móviles. Hasta conocen nuestras claves.

—Sí, eso me temo…

Desbloqueé mi móvil y eché un vistazo al chat grupal. Efectivamente, Blanca había intercambiado un trío de mensajes con EXTA-SIS después de recibir la ubicación de la caja fuerte. En esos mensajes le aclaraban algunas dudas. De todas formas, aquellas cinco o seis frases no justificaban el largo chateo que había estado manteniendo desde que entré en el cuarto. Sin contar lo que ya llevara hablado antes de mi llegada.

Blanca, como había hecho desde el inicio del cautiverio, me mentía y ocultaba información. Y a mí los celos me consumían sin descanso.

De nuevo me vino a la mente la idea de que tenía que averiguar su pin como fuera. Acceder a sus conversaciones con los otros tipos era algo prioritario. Al menos para manejar la misma información que manejaban mis contrincantes y mi propia novia.



*​



Leímos un rato y, una hora después, Blanca dejó el libro y se acurrucó contra mí.

—¿Me vas a acompañar a recoger la llave?

—Por supuesto, si es lo que quieres —le respondí, solícito—. ¿Qué pasa? ¿Te dan miedo tus «amiguitos»? Esta mañana no parecía que te lo dieran.

La broma le sentó fatal. Me dio un pellizco en el brazo y se puso en pie.

—Pues venga, ponte lo que necesites y vámonos, que tengo que darme una ducha para no oler a perro esta noche. Solo faltaba que Juan tenga un gatillazo por culpa de mi hedor.

No quise hacer el chiste de cambiar «perro» por «perra», sabía que la frase no me saldría con gracia. Y es que lo pensaba en serio. Blanca se estaba poniendo perra de pensar en la verga de Juan, estaba más que seguro. Y, si nada lo impedía, la iba a degustar aquella misma noche.

Pasamos primero por la caja fuerte, que se encontraba en el almacenillo de la tercera planta. Blanca me exigió que no me acercara mucho para que no descubriera su pin. No podía imaginar que la intención era otra.

Al deshacer el camino para dirigirnos al baño, nos cruzamos con Rubén que subía hacia el gym. Y, sin esperarlo, me llevé la sorpresa del día.

—¿Qué tal, Blanca? —soltó el musculitos—. Todavía te deben de temblar las piernas, ¿eh?

Blanca se ruborizó hasta la raíz y tiró de mí para acelerar el paso. El chaval todavía tuvo tiempo para una segunda frase:

—Tranquila, princesa, que cuando quieras te echo otro incluso mejor… A ver si la próxima vez te dura más el picorcillo…

No quería admitir lo que Rubén había querido decir, pero la alusión había sido de lo más claro. Y el rubor de Blanca lo confirmaba.

Entramos en el baño de las chicas, ella tirando de mi mano. Me solté y la sujeté por los brazos, apoyándola contra un lavabo de malos modos. Blanca puso cara de haberse hecho daño en la espalda, pero no se quejó. Reconozco que me pasé con las formas, pero estaba a punto de liarme a puñetazos con las paredes y lo que hice fue lo más suave que deseaba hacer.

—¿Por qué no me lo has contado? ¿Te jodía reconocérmelo?

—Espera, Alex, te lo puedo explicar…

Le di una patada a una papelera y zarandeé un secador de manos.

—Sí, explícamelo… ¡explícame porque no me has dicho que te corriste con Rubén!

—Lo siento, mi amor… —comenzaba con los gimoteos y eso me desquiciaba—. Si no te lo he dicho era por pura vergüenza…

—¿Y no has pensado que al final lo iba a saber de cualquier manera?

—No… Yo…

Hice un inciso y de pronto caí en lo evidente. Y no dudé en echárselo en cara:

—¿Es eso lo que chateabas toda la tarde…? ¿Hablabas con Rubén y los otros sobre lo bien que te lo has pasado mientras te mataba a hostias? ¡Y yo preocupado por ti, si seré gilipollas!

Continuará....
 
Se mantenía en silencio. Entendí que prefería dejarme enfriar por mí mismo, antes de decir algo que me soliviantara aún más.

—¿Es eso lo que he hecho mal? —le pregunté tras calmarme un poco.

—¿Qué…? —no pareció entenderme.

—Pues eso, «querida» —utilicé el apelativo con tono hiriente—. Te he tratado bien durante siete años, te he mimado, te he hecho el amor con dulzura. ¡Y resulta que me equivoque de pleno! ¡Para hacerte correr tenía que haberte llenado la cara de hostias y el cuello de marcas de dedos! ¡Joder! ¡Si me lo hubieras dicho, te habría arrancado todos los pelos de la cabeza a tirones! ¡Para que tuvieras tus putos orgasmos!

Blanca se encogía, alucinada. Jamás me había visto tan alterado, ni siquiera el día de las papeletas de EXTA-SIS.

—Alex, por dios, cálmate, cariño —las manos le temblaban, pero ya no gemía.

—¡Y una puta mierda me voy a calmar! ¡Yo como un gilipollas tomando pastillitas del puto médico mientras tú te follas hasta el apuntador a mis espaldas!

—Eso no es verdad… no digas burradas…

—¡Júralo!

—¡Te lo juro…!

Tal vez era sincera. Pero yo ya no me creía nada de lo que decía, y me dejé caer, apoyado en una pared de baldosines desgastados.

Blanca se arrodilló a mi lado y me abrazó.

—Te lo prometo, de verdad… —insistió—. Tienes que creerme, amor. Y te juro otra cosa…

—¿Qué…? —solté sin fuerzas, desinflándome del todo.

—Que a partir de ahora no haré nada con ninguno de ellos sin que tú lo sepas de antemano. En pruebas o lo que sea. Si tengo que acostarme con cualquiera será con tu consentimiento. Y podrás estar presente… o no, pero serás tú quien lo decida.

La miré incrédulo. Volvía a envolverme en sus palabras dulces para mantenerme a su lado. Pero a saber lo que estaría planeando por dentro. Si quería sincerarse conmigo de verdad, debería darme su pin. Era la única forma de mantenernos en sintonía: que yo conociera todo lo que se hablaba entre ella y el resto. Y así se lo dije.

—No puedo —contestó con aire lastimero…

De nuevo las excusas. Y de nuevo mi malestar.

—¿Esa es la forma que tienes de cumplir tus promesas…? —la ataqué con los ojos rojos, apunto de echarme a llorar.

—No es eso… —bajó la mirada—. Es porque… EXTA-SIS me ha advertido de que nadie debe conocer mi pin. Hoy ha sido lo de la llave, pero puede haber más cosas en el futuro que dependan de mí. Si te doy mi clave, tendremos problemas con esos cabrones. Lo menos que podría ocurrir es que me lo cambiaran.

Sabía que mentía una vez más. Blanca me contaba alguna verdad de forma esporádica porque necesitaba tirar hacia adelante con mi ayuda, la de su perro guardián. No era el caso en esta ocasión. Pero, sopesando los pros y los contras, decidí fingir que la creía.

Y reforcé mi decisión firme e inapelable de averiguar su pin. Como fuera, pero tenía que conseguirlo.



Día 6 (4) – La cancelación​


De vuelta a la habitación, Blanca retomó el móvil. Lo miraba de vez en cuando, pero no tecleaba nada. Si pensaba que yo creía que solo miraba las fotografías de su Galería iba dada. Me esperaba cualquier cosa sucia que pudiera imaginar.

Después de un buen rato de manosearlo, algo debió de llegarle porque sus manos se movieron con rapidez sobre la pantalla. Leyó unos segundos lo que hubiera recibido y su sonrisa se ensanchó hasta un punto que hacía tiempo no le veía. Había recibido buenas noticias, de eso estaba seguro.

Con la sonrisa pintada se levantó y comenzó a probarse ropa que sacaba del armario y arrojaba sobre la cama, para luego ponérsela encima y mirarse al espejo.

—¿Para qué te pruebas tanta ropa? —pregunté a los cinco minutos, a sabiendas de que ella hubiera preferido que le preguntara mucho antes.

—Para nada, ya sabes, para sentirme bien… —respondió

—Venga, no me cuentes cuentos… Te estás arreglando para el show de esta noche.

Se sintió pillada, pero ello añadió leña al optimismo que reflejaba su semblante. ¿Estaría tan contenta al saber que Juan le iba a proporcionar no menos de dos orgasmos de primera una hora después? Podía ser, aunque yo sospechaba otra cosa.

—Pues sí, ¿qué pasa…? —reconoció—. Quiero estar guapa para el show de esta noche, esos asquerosos de EXTA-SIS seguro que nos graban con todas las cámaras y focos que han preparado en el escenario.

El estómago se me retorció. ¿Grabarles? ¿Para qué? Aunque seguía sospechando de algo más.

—¿Por eso estás tan contenta? —dije con ironía—. No me negarás que llevas un rato que sonríes por todo.

—Mejor sonreír que llorar, ¿no? —replicó sin enfado—. Que ya nos tocará la parte mala, no creas que no.

Y entonces entré a saco.

—¿Y no será que estás tan contenta por el wasap que has recibido?

Por un instante le cambió la expresión. Pero enseguida se repuso. Tenía que reconocerle una cosa, como actriz habría tenido un futuro prometedor.

—Pues sí, me ha hecho gracia un wasap —dijo mientras se probaba un top sobre la ropa y pedía mi opinión—. ¿No puede reírse una con los memes que le llegan?

No estaba seguro de que fuera un meme precisamente lo que le provocaba el buen humor. Al menos no en ese momento. Así que le pedí que me lo enseñara. No esperaba que lo hiciera, pero por intentarlo que no quedase.

Sin siquiera pestañear, tomó el móvil y lo desbloqueó. Tecleó sobre la pantalla y luego lo lanzó a mi lado sobre la cama.

—Toma —dijo—. Es el chat del salido de Mario.

Vaya, parecía que el término «salido» había cambiado de dueño. Hasta ahora se lo había adjudicado a Juan, pero parecía haberlo cambiado al viejo.

Miré la pantalla y lo que había en ella era una foto de una polla enhiesta. Pequeña, pero de un grosor considerable. El mensaje que la acompañaba era igual de repelente.

MARIO: Ya sé que te ha gustado mi cacharro mientras te daba bien esta mañana, guarrona. Cuando quieras puedes volver a probarlo. Y no te preocupes por nada, que te lo voy a dejar relamer hasta que te hartes de yogur.

Un sentimiento de angustia y de mala leche me subió por las venas. Aquellos dos mensajes eran los únicos que había recibido del vejete. Parecía que el tipo iba a sacarle provecho a aquel wasap interno. Pero que lo hiciera con Blanca me sublevaba. ¿Qué no le estarían enviando los otros tres necios? No quería ni imaginarlo.

—¿Y esto te hace tanta gracia? Porque para mí es vomitivo…

—Vamos, bobín, no te lo tomes todo a mal —me reprendió como si lo hiciera a un niño—. Ese viejo es inofensivo. Por muchas fotopollas que me envíe no me voy a volver loca por él.

—¿Y qué le vas a responder? —insistí.

—¿Responderle? —me miró con cara de asco—. ¿Tú estás loco? Ni de coña le respondo al puto viejo. Pues sí, solo me faltaba que él también se me encoñase.

—¿También…? —pregunté mosqueado.

Pero pasó de mi pregunta e intensificó la prueba de la ropa que usaría esa noche, dejándome con la palabra en la boca.

—¿Para qué tanta prueba? —le dije cabreado—. Para lo que te va a durar puesta…

Había necesitado decir la última palabra y fue lo único que se me ocurrió.



*​



A las diez menos diez, Blanca estaba preparada. Y, sentada ante el espejo, se daba los últimos retoques de maquillaje.

—¿Vas a venir? —preguntó.

La angustia me mataba pensando en lo que iba a pasar en pocos minutos en el maldito escenario. Tal vez si no fuera Juan, no me lo estaría tomando tan mal. Hice de tripas corazón y respondí como pude.

—Creo que me acercaré después de que empecéis. Por ver de qué va el rollo del escenario y todo eso, más que nada. Después ya veré lo que hago.

—Vale, cielo… Dame un beso y ya me voy… Deséame suerte.

—Suerte…

Me dio un piquito, tan solo un roce —para no estropearse el brillo de labios, argumentó— y desapareció por la puerta. La había notado super nerviosa, quizá habría tenido que acompañarla. No era solo el hecho de entregarse a un macho Alpha, supuse, también todo el espectáculo que habían montado los de EXTA-SIS en la sala escenario. Aquello, lo miraras como lo miraras, tenía que impresionar.

Para Blanca debía de ser como para un actor principiante el primer estreno de su vida en un teatro repleto de gente.

Antes de seguirle los pasos, tomé una botella de ron que guardaba en mi mesilla de noche y le di unos tragos. El calor del licor conseguía ponerme a tono y me daba ánimos para situaciones peliagudas. Recordé haber echado unos tragos de anís —no encontré nada más— el primer día que Blanca vino a casa después de que me atreví a invitarla a subir.

La cosa había ido bien, más o menos. Hasta que me olió el licor en la boca y quiso probarlo. Tenía la habitación preparada por si aceptaba hacerlo conmigo esa tarde. Pero los primeros tragos dieron lugar a unos segundos y acabamos tirados sobre la cama… pero durmiendo la borrachera.

Abandoné los recuerdos y me armé de valor para salir al pasillo. De lejos se oían voces, cosa rara en la enorme discoteca, donde lo normal era el silencio.

Seguí el griterío que provenía de la tercera planta. Miré a la escalera y observé como Blanca y Juan bajaban por ella rezongando. Había algo raro en la conversación, su tono no era propio de una charla amigable. Además, ¿qué hacían allí los dos? ¿No tendrían que estar jadeando sobre la cama hasta que mi novia se subiera por las paredes?

—Blanca… —dije—. ¿Qué pasa? ¿Qué son esas voces?

—Es por esos gilipollas de EXTA-SIS… —replicó airada—. Resulta que han cancelado la prueba. Dicen que es por «causas técnicas».

—¡Menuda putada! —añadió Juan.

—Tanta parafernalia para nada… —apostilló Blanca.

Entendía las razones de Juan. Al fin y al cabo se había hecho ilusiones de follarse a muerte a mi novia aquella noche. Pero no tenía muy claras las de ella. Tal vez se debía a los nervios que había pasado por culpa de los preparativos. Y ahora todo ese nerviosismo no servía para nada. Volvería a repetirse cuando la prueba se celebrara por fin.

—¿Han dicho cuándo será? —pregunté.

—Que no lo saben, que avisarán, es lo único que han comentado —dijo Blanca—. ¿No lo has leído en el chat grupal? Lo han informado por ahí. Y menos mal que Juan se ha llevado el móvil. A mí no se me había ocurrido llevarlo para… para eso…

—No, no he mirado los chats en toda la tarde. Tengo el móvil cargando a velocidad de tortuga, para variar.

Nos deshicimos de Juan que pretendía que nos tomáramos una copa con él en la cocina y nos volvimos al dormitorio.

—Será gilipollas el gordo de mierda… —protesté una vez dentro—. ¿Qué se cree? ¿Qué es mi amigo? Y una polla me voy a tomar copas con ése… ése…

—Vale, Alex, que te pasas de rosca… En el fondo Juan es tan víctima como todos.

—Ya, pero una víctima que es capaz de hacer correrse a mi novia, mientras que yo no… ¿Crees que eso no me afecta?

Se me colgó del cuello y me aplicó unos besos en la mejilla y en la garganta.

—Venga, no vuelvas a eso… Tú eres mi chico guapo… Y eres al único que quiero.

—Ya… eso se lo dirás a todos…

Me propinó un pellizco que me hizo real daño.

—Joder… —me quejé.

—Pero, mira —concluyó—. A grandes males, grandes remedios. Como esta noche no hay prueba oficial, tu yo vamos a practicar un rato, ¿te apuntas?

No le dije que no, a pesar del malestar que sentía en los últimos tiempos. Sabía que Blanca me concedía miguitas para tenerme aplacado. Pero, con ella, hasta tener sexo por compasión valía la pena.

Y el revolcón de la velada fue más que interesante. El calentón de Blanca por el polvo malogrado con Juan tuvo mucha culpa de ello, sospeché.



Día 7 (1) – Aventura en el gym​


El día siguiente desayunamos temprano. Todos los demás se hallaban ya en la cocina cuando llegamos, pero ni Blanca ni yo nos acercamos. Nos sentíamos bien juntos y a solas. La noche de intimidad nos había unido algo más.

Era en momentos como ése cuando mi decisión de alejarme de ella quedaba debilitada. En cualquier caso, me encontraba de buen humor, imaginaba que en el exterior de la discoteca haría un día soleado y perfecto, y no quise pensar en nada más. Era feliz, en suma.

—Se te ve bien esta mañana… —bromeó Blanca masticando Kelloggs bañados en leche.

—Sí, hoy creo que haré algo diferente, la vida es bella.

Mi novia rió bajito y luego se inclinó hacia mí.

—¿Y no será porque anoche descargaste la escopeta…? ¿Dos veces…?

Reímos a la vez, pero la llamé al orden.

—Ssshhh… Cuidado con lo que hablas que las paredes oyen. Y estos tipejos se apuntan a un bombardeo.

—Hoy no… —replicó quitándome una miga del labio con una uña—. Hoy es solo para nosotros.

—¿De verdad?

—De verdad.

Quise creerla. Quizá porque deseaba hacerlo. Y porque mi optimismo me hacía ver el futuro de otro color.

El día que se nos venía encima me haría cambiar de opinión.



*​



Después del desayuno, nos duchamos —juntos, aunque sin sexo— y luego nos arreglamos en la habitación. Eran casi las diez y aún no había noticias de EXTA-SIS sobre la nueva fecha de la prueba oficial. Una razón más para sentirme feliz.

—¿Cuál es tu plan para hoy? —pregunté tras un largo silencio—. ¿Te apetece algo de lectura?

—Creo que no… —repuso poniéndose la mano en el abdomen—. Me temo que tanta inactividad me empieza a pesar en la barriga. He decidido pasar por el gym. Un poco de ejercicio me vendrá bien. ¿Te apuntas?

Me lo pensé un instante. No me hacía gracia la imagen de Blanca cerca de Rubén, quien pasaba las horas en el gimnasio, y menos después de lo del día anterior. Aun así, ganó mi naturaleza perezosa.

—No… no me apetece…

—Serás vago… —bromeó tirándome una toalla.

—No, si no digo que no vaya a ir a ese gym… algún día —reí—. Pero hoy no tengo ganas… Quizá mañana… o pasado…

Reímos a coro y esta vez me tiró una almohada.

—Oso perezoso… no sé por qué estoy contigo…

La miré de arriba abajo y me extrañó su atuendo si lo que quería era sudar en el gimnasio.

—Tu ropa no te pega… —le levanté la falda que acababa de ponerse—. ¿Vas a hacer gimnasia con una faldita que no te tapa ni las bragas?

Blanca sonrió y me propinó un manotazo en la mano con la que le levantaba la ropa.

—¡Quita esa mano, so guarro…! —rió levantándose la falda ella misma—. Esto no son unas bragas, que no te enteras… Es una malla corta, como un bañador pero de cuello alto…. jajaja… Para hacer gimnasia, se quita la falda y con la malla y el top se suda a tope, pero sin pasar calor.

—Vaya con las modas… —le seguí la corriente—. En realidad, esa malla se parece a unas bragas de abuela… jajaja…

—Tú si qué eres un abuelo… so bobo…

Nos despedimos y cada uno tomó su camino. Había decidido acercarme a la biblioteca. Aun a riesgo de encontrarme con Hugo. Mi intención ese día no era el de buscar algún libro en concreto, sino disfrutar de los volúmenes que la abarrotaban. El placer de acariciar los lomos, extraer un libro de su estantería y hojearlo, era tan grande o mayor que leerlo.

La estancia se hallaba vacía, por suerte. El médico no andaba por allí ni apareció en ningún momento. Las siguientes dos horas las pasé en silencio entre mamotretos, algunos de ellos primeras ediciones de obras muy famosas. Aquella biblioteca, además de un paraíso para un amante de la lectura, tenía que valer una fortuna.

Dos horas más tarde miré el reloj. El tiempo se me había pasado volando. Y echaba de menos a Blanca. Era hora de ir a buscarla. Tal vez daríamos una vuelta por la primera planta. A paso ligero, ¿por qué no? Eso también sería deporte.



*​



Antes de nada, me pasé por el dormitorio. No podía descartar que hubiera vuelto del gym y que se encontrara por allí. No obstante, la habitación se hallaba vacía como cuando la dejamos.

Sobre la mesilla brillaba mi móvil. Lo había olvidado cuando salí hacia la biblioteca, y ahora decidí rescatarlo. Lo tomé entre las manos y, al ir a encenderlo, me encontré con la sorpresa: batería al 0% una vez más.

Lo enchufé en la corriente y salí del cuarto. Volví a atacar los peldaños hacia la tercera planta. Bufé sin respiración. Si me hubiera acercado al gym antes de bajar a la segunda, me habría ahorrado el viaje de ida para luego tener que volver a subir.

La luz del gimnasio se hallaba encendida. Y dentro se oían voces, una de ellas femenina. Blanca se encontraba allí, con toda seguridad. Con paso firme entré en la gran sala.

Y al ver el espectáculo me quedé congelado.

La escena era increíble. Increíble y sucia. Sobre todo por la reciente promesa de Blanca de no mantener sexo a mis espaldas.

Desde mi posición, podía verlos a ellos, pero no ellos a mí.

Blanca estaba sentada en la misma camilla en que la había encontrado el día en que Juan se estaba probando los condones. Se hallaba sentada, igual que aquella vez, aunque ahora en un extremo. Pero habían cambiado la camilla de posición y mi novia me daba la espalda.

Las manos de Blanca estaban apoyadas sobre la camilla a su espalda, y las piernas las mantenía abiertas. «Demasiado» abiertas. Al menos lo suficiente para que Hugo se moviera entre ellas, de cara a mí. Por otro lado, Juan y Rubén flanqueaban a ambos mirando lo que ocurría bajo la falda de mi novia, donde el médico manipulaba algún objeto.

Di unos pasos dispuesto a pedir explicaciones y se me detuvo el corazón durante unos segundos. Lo que Hugo manipulaba junto a Blanca era su propia verga. Estaba hinchada, dura y dispuesta a entrar en acción. Las voces de los cuatro no eran inteligibles en la distancia por el eco de la sala. Las risas de unos y otros eran, sin embargo, más que significativas.

La peor de todas, la que más dolía, la de Blanca.

Detenido por el estupor, observé como el ginecólogo movía la polla con la mano muy cerca de mi novia. Tan cerca que debía de estar rozándola sin duda alguna. Si Blanca se había despojado de la malla deportiva, aquella verga estaría tocando sus labios vaginales. Delante de todos.

No me cupo la menor duda: el cerdo de Hugo estaba a punto de meterle su sucia polla a mi novia, ante la mirada y las risas del resto del grupo, incluidas las de Blanca.

Me quería morir. Una vez más me había engañado como a un imbécil. Aquello tal vez fuera una de las malditas prácticas, pero al realizarla a mis espaldas después de prometer que no volvería a hacerlo, era una traición en toda regla.



*​



Hugo levantó la cabeza y me descubrió. No hizo, sin embargo, ningún gesto de sorpresa. El resto de participantes en aquel bochornoso espectáculo, al ver el cambio en la dirección de la mirada del médico, giraron la cabeza hacia mí.

Pero yo solo miraba a Blanca. Y mi novia, al verme sonrió y me hizo una seña con la mano para que me acercara hacia ellos. La indecencia de mi futura esposa me agrió el estómago. ¿Cómo coños se comportaba así, y con semejante sangre fría?

—Vamos, Alex —dijo sonriéndome como si no pasara nada—, que llevamos esperándote un buen rato… ¿Es que no lees los mensajes del móvil?

Tragué saliva, sin entender a qué se refería.

—¿Qué… qué mensajes? —tartamudeé con las piernas temblándome.

—Pues los que te he enviado hace un rato… —replicó—. Venga, anda, que eres un desastre… Ven que te contamos… Que sin ti no podemos empezar la prueba y menudas horas…

La naturalidad de Blanca me desarmaba. Y recordé la imagen de mi móvil, descargado y abandonado sobre mi mesilla de noche. Quizá era cierto que me había enviado algún mensaje para avisarme de la práctica. Pero me pregunté qué tendría que ver yo con aquella prueba, en la que Hugo iba a follarse de nuevo a Blanca.

Tuve que forzar mi voluntad para conseguir moverme, pero al fin me acerqué a la camilla.

Al llegar hasta al grupo, comprobé con alivio que la malla de Blanca se encontraba en su sitio. Y que la polla del médico, enfundada en un condón, solo tocaba tela. Aun así, los labios de Blanca se notaban super hinchados y dibujaban un profundo surco bajo la malla. Sin contar con la humedad que la oscurecía en un redondel acusador. Hugo había estado rozando aquellos labios mientras esperaban mi llegada. Y con toda seguridad era la causa de la humedad impúdica.

Odiaba a aquel puñetero calvo y cada día más.

—Ven, Alex… —me dijo Hugo cuando estuve junto a ellos—. Colócate entre las piernas de Blanca.

Con mal humor, tomé el lugar del médico en la prueba, y él se subió los pantalones.

—Voy a explicarte el método que he ideado para que Blanca tenga un orgasmo contigo… —continuó.

No paraba de asombrarme con cada nuevo descubrimiento. Mi novia se había inclinado hacia mí y me había dado un pico de saludo. Y Hugo, situado a mi espalda, comenzó a darme indicaciones que se me antojaron órdenes.

Me pidió que me bajara los pantalones y que me pusiera un condón. Me cerré en banda, me avergonzaba que mi miembro estuviera fláccido y me negaba a sacarlo a la luz.

—Venga, mi amor… —decía Blanca tocándome por encima de la ropa—. Si ya se ve que la tienes arrugadita, pero déjame que te la reanime.

Y, metiéndome una mano por la cintura del pantalón del chándal, la magreó hasta que su consistencia alcanzó el punto que consideró suficiente.

—Venga, bájate los pantalones y ponte el preservativo —me apuró Hugo.

—No, no hace falta… —intercedió Blanca—. Con Alex lo hago a pelo.

—Vaya… —dijo el médico—. ¿Tomas la píldora? Qué notición.

—Si tomo la píldora o no —le cortó si miramientos mi chica—, no es tu problema. Al grano, Hugo, que va siendo la hora de comer.

El médico se rió y luego continuó su explicación. Los otros dos no decían nada, pero se relamían los labios y tragaban saliva constantemente. Estaban cachondos como perros junto a la hembra en celo.

Hugo, impertérrito, entró en detalles.

—Mira, Alex —comenzó—, lo que tienes que hacer es penetrar a Blanca en la posición en que se encuentra. Ella, mientras lo haces, se inclinará hacia adelante y te enlazará el cuello con los brazos.

Le miraba expectante, todo aquello seguía pareciéndome una bufonada y estaba deseando que acabase para salir de allí con mi novia. Si no había tirado de Blanca y nos habíamos largado ya, era por no enfadarla a ella, que se tomaba todo aquello más que en serio.

—Cuando la estés, digamos, «cabalgando», la posición adelantada de ella hará que tu miembro, aplastado por el borde de la camilla, se ajuste hacia arriba y roce su punto G. ¿Recuerdas lo que decíamos del punto G el otro día? Pues eso, que aunque pueda ser una leyenda, creo que mi método puede funcionar.

Estaba describiendo la función que ejercería dentro de la vagina de Blanca una verga gorda y dura… como la de Juan. Eso me enfadó, Hugo intentaba conseguir que mi polla funcionara como la del exbombero, porque si no lo hacía era porque abultaba, como mucho, la mitad. Era humillante.

No le dije ni que sí ni que no a su alusión al «punto G» y el prosiguió.

—Blanca tendrá que elevar las piernas para que la penetres en el ángulo adecuado, pero no demasiado arriba, porque entonces tu miembro bajaría y tendería a apoyarse en el perineo. ¿Entiendes?

Tampoco respondí ahora, pero al tipo pareció darle igual.

—Así que la postura de ella será muy incómoda. Y aquí entras tú de nuevo, que la sujetarás firmemente, una mano en cada corva para que no se le caigan las piernas al suelo de puro cansancio. ¿Todo bien?

Blanca palmoteó ilusionada. Y no tuve fuerza para decir nada que la enfadara.

—Todo bien… —confirmé cabizbajo.

—Pues venga, a la faena —animó Hugo—. Blanca, quítate esas bragas de abuela.

Podría haberme echado a reír si la situación no hubiera sido tan ridícula.

—No son bragas de abuela —protestó Blanca—. Son mallas de verano de deporte. Los tíos no tenéis ni idea.

Pero, enfadada o no, tiró de la cinturilla de la prenda y, con un gesto femenino, se las bajó por las caderas y luego se las sacó por los pies. Después salivó tres de sus dedos y con ellos lubricó la entrada a la vagina. Los hombres a su alrededor la miraban con ojos hambrientos, apretando sus bultos bajo la entrepierna de los pantalones.

—Ven, cielo, que te la meneo otro poco… —dijo Blanca—. Parece que ha perdido fuelle.

Le cogí la mano y la detuve. Y a continuación puse mis condiciones.



*​



—A ver, Hugo —dije con voz firme—. Si quieres que continuemos, estos dos se tienen que ir. Si no, cojo a Blanca y ya practicaremos en nuestro cuarto, sin mirones.

Juan y Rubén protestaron mi salida de tono. Hugo, sin embargo, ni pestañeó. Simplemente miró a mi novia y le preguntó.

—¿Tú qué dices, Blanca?

Su respuesta me congratuló.

—Lo mismo que Alex, estos dos fuera…

—Pues ya habéis oído —dijo el médico mirando a los espectadores—. A cascárosla a la cocina.

Rubén se lo tomó con filosofía, pero Juan no podía por menos que protestar.

—No jodas, Hugo… ¿Por qué tenemos que perdernos nosotros la fiesta?

—Fuera, coño… —repitió el médico y ya no hubo discusiones.

Los dos mirones se largaron y Hugo nos volvió a insistir

—Y ahora, vosotros a lo vuestro que yo controlo desde atrás para no molestar.

Me acerqué a Blanca y volvió a menearme la verga para que alcanzase la dureza necesaria. Con el médico a mi espalda y los otros dos fuera de la vista, me sentí cómodo y mi polla alcanzó la rigidez suficiente para penetrar a mi novia.

Me abrazó y acercó su boca a la mía. Los besos que siguieron eran una delicia, cargados de saliva y de lujuria. Blanca estaba super caliente. No había duda, aquellos jugueteos con los compañeros de encierro la ponían muy cerda. Y ahora yo me congratulaba con ello, no como en otras ocasiones.

Blanca, su mejilla contra la mía, me susurró al oído.

—Lubrícame tú el chochito, cielo…

Repetí la operación que ella había realizado antes. Salivé mis dedos y se los pasé por entre los labios y la entrada a la vagina. Blanca no paraba de gemir.

Llegados a un punto, nos encontrábamos preparados para la penetración. Y ella volvió a dirigir el cotarro, con suspiros jadeantes en mi oreja.

—Acércate más, que yo la meto dentro…

La polla me dio un salto y, cuando Blanca la cogió entre sus manos, la saludó con un movimiento hacia arriba que la hizo dar un respingo.

—Ufff, como está de dura… Ahora… así… —decía Blanca—. Para adentro… empújala… ufff… que bien… que gustito, amor…

Sospeché que exageraba las alusiones al placer, y supuse que era para enviar mensajes a Hugo.

Pero el médico amaba ser protagonista y, sin venir a cuento, intervino.

—A ver, Blanca… más inclinada hacia Alex —decía y corregía la posición de ella—. Tú, Alex, sujeta bien las piernas, y embiste con mayor cadencia. La tienes que empotrar.



*​



Comencé un movimiento rítmico, embistiendo a Blanca con penetraciones rápidas y profundas.

—Así, amor, así… —suspiraba en mi oreja.

Y las embestidas eran cada vez más veloces

—Más rápido, cielo, más rápido… —los jadeos de Blanca me parecieron verosímiles.

Y, cuando me mordió en el hombre con todas sus fuerzas, comprendí que aquello no era una broma. Que mi novia, la que no había conseguido correrse junto a mí en siete años, empezaba a subir a una montaña rusa que podía llevarla a la gloria.

—Hummm…. Hummm… —gruñía yo culeando el precioso coño de Blanca.

Aquella hendidura ardía. Y el tacto de mi polla, aprisionada entre la camilla y la parte superior de su vagina, hacían parecer aquel coño como si fuera nuevo… sin estrenar. No sabría cómo expresarlo, era como si hubiese estado cerrado hasta entonces y yo lo estuviera perforando por primera vez. Un coño apretado y húmedo. ¡La puta gloria!

—Dame… más… ayyyy… ayyyy… así… dame… —gemía Blanca y ahora me lamía la oreja con una lengua húmeda y procaz.

—Joder… Blanca… joder… —repetía yo.

No sé cuánto duraría aquel polvo, pero a mí se me hizo corto. No quería que terminara nunca. Desgraciadamente, la presión sobre mi verga me acercaba al orgasmo a pasos agigantados. Blanca, conocedora de mis estados, me rogaba al oído.

—Aguanta… por dios… Alex, aguanta… que me voy a… joder… joder… que me voy a… hostia… hostia… ayyyy… ooohhh…

Me hice el fuerte y pensé en cosas negativas. Un día de lluvia. Un cabreo en el trabajo. El día en que me dejó mi primera novia. Todo con tal de evitar derramarme antes de tiempo. Tenía que aguantar por Blanca… Y por ella mantendría mi polla dura mientras ella lo necesitara. El médico había acertado con otro de sus métodos, y mi novia estaba a punto de correrse con mi polla dentro por primera vez… si yo aguantaba un poco más… un poco más…

—Joder… cabronazo... dame... dame… —jadeaba Blanca cada vez más fuerte—. Dame, cabrónnnnn…

Y comenzó a sufrir unos espasmos que no conocía en ella. Sus brazos en mi cuello se pusieron tan rígidos que pensé que me arrancaría la cabeza. Sus piernas se enroscaron en mi espalda y se olvidaron de la postura recomendada por el médico.

Blanca se corría como una perra. Y se corría conmigo, no con ninguno de aquellos cerdos. Así que decidí dejar de sujetar mi propio orgasmo y le di una orden al cerebro para que dejara de frenarlo.

Y nos corrimos a la vez. Sincronizados sus espasmos y sus gemidos con mis gruñidos, mientras mi esperma se disparaba alcanzando su útero. Las paredes de su vagina apretaban mi polla, abrazándola para no dejarla huir.

Pero había quien quería amargarnos la fiesta.

Mientras sujetaba a Blanca para que nuestras sacudidas no nos hicieran caer, dos figuras aparecieron a ambos lados de la camilla. Juan y Rubén, sus pollas en la mano, se unían a la fiesta masturbándose a una velocidad endiablada. Los muy cerdos, estuve seguro, se habían estado tocando escondidos y habían esperado a que llegara este momento, en el que Blanca y yo nos encontrábamos indefensos.

Y el cerdo de Hugo lo había sabido todo el tiempo.

Creí oír una risita a mi espalda cuando el primer disparo de semen salía de la verga de Juan y dibujaba una línea recta y larga sobre el muslo derecho de Blanca. El muy cerdo gruñía como un lechón en el matadero.

Rubén no se hizo esperar. Su miembro, más acostumbrado a las pajas constantes, escupió su líquido espeso con mayor fuerza y llegó hasta el pecho de Blanca, tiñendo de blanco su top de gimnasia.

A partir de ese instante, ambos comenzaron a regar de esperma las piernas y el cuerpo de Blanca. Ésta, notando que yo no aguantaría aquella violación de nuestra intimidad y que saltaría, colocó su frente sobre la mía y, con los ojos apretados, me susurró.

—Espera, Alex, tranquilo… Esto son unos segundos, enseguida se vaciarán y nos dejarán en paz…

—Cerdos de mierda… —repliqué.

—Ssshhh… —susurró—. Cierra los ojos y piensa en otra cosa…

Pero la promesa de Blanca de que serían solo unos segundos no se cumplía. Aquellos tipejos debían de haberse calentado de veras, y sus disparos no terminaban, así como sus gruñidos.

Juan estiró una mano y estrujó la teta más a su alcance y mi cabreo tocó techo. Hice por apartarme de Blanca para lanzarme sobre él, pero apretó sus piernas a mi alrededor y me lo impidió.

—Ssshhh… —volvió a susurrar—. Diez segundos más…

Finalmente, la fiesta terminó, aunque Rubén aún nos afrentaría una vez más al limpiarse los restos de su verga en la falda de Blanca. Juan, al verlo, lanzó una carcajada e hizo lo propio, dejando sus sucios restos en la prenda de mi novia.

Me mordí la lengua para retenerme.

Pero todo acabó, por fin. Y Hugo comenzó a aplaudir.

—¡Genial! —exclamó—. Ha sido perfecto… ¡Mi método funciona, esto hay que celebrarlo!

Pero no quise conocer en qué forma pensaba celebrarlo. Y, tomándola de las caderas, bajé de la camilla a Blanca y tiré de su mano para llevármela de allí. Mi novia, sin bragas y sin malla, goteaba restos de semen por la moqueta según nos alejábamos a paso ligero.

Continuará
 
No será que a Blanquita le gustan todos los que tengan... eso... jajaja.

Con lo modosita que era al inicio de la historia...
 
Se mantenía en silencio. Entendí que prefería dejarme enfriar por mí mismo, antes de decir algo que me soliviantara aún más.

—¿Es eso lo que he hecho mal? —le pregunté tras calmarme un poco.

—¿Qué…? —no pareció entenderme.

—Pues eso, «querida» —utilicé el apelativo con tono hiriente—. Te he tratado bien durante siete años, te he mimado, te he hecho el amor con dulzura. ¡Y resulta que me equivoque de pleno! ¡Para hacerte correr tenía que haberte llenado la cara de hostias y el cuello de marcas de dedos! ¡Joder! ¡Si me lo hubieras dicho, te habría arrancado todos los pelos de la cabeza a tirones! ¡Para que tuvieras tus putos orgasmos!

Blanca se encogía, alucinada. Jamás me había visto tan alterado, ni siquiera el día de las papeletas de EXTA-SIS.

—Alex, por dios, cálmate, cariño —las manos le temblaban, pero ya no gemía.

—¡Y una puta mierda me voy a calmar! ¡Yo como un gilipollas tomando pastillitas del puto médico mientras tú te follas hasta el apuntador a mis espaldas!

—Eso no es verdad… no digas burradas…

—¡Júralo!

—¡Te lo juro…!

Tal vez era sincera. Pero yo ya no me creía nada de lo que decía, y me dejé caer, apoyado en una pared de baldosines desgastados.

Blanca se arrodilló a mi lado y me abrazó.

—Te lo prometo, de verdad… —insistió—. Tienes que creerme, amor. Y te juro otra cosa…

—¿Qué…? —solté sin fuerzas, desinflándome del todo.

—Que a partir de ahora no haré nada con ninguno de ellos sin que tú lo sepas de antemano. En pruebas o lo que sea. Si tengo que acostarme con cualquiera será con tu consentimiento. Y podrás estar presente… o no, pero serás tú quien lo decida.

La miré incrédulo. Volvía a envolverme en sus palabras dulces para mantenerme a su lado. Pero a saber lo que estaría planeando por dentro. Si quería sincerarse conmigo de verdad, debería darme su pin. Era la única forma de mantenernos en sintonía: que yo conociera todo lo que se hablaba entre ella y el resto. Y así se lo dije.

—No puedo —contestó con aire lastimero…

De nuevo las excusas. Y de nuevo mi malestar.

—¿Esa es la forma que tienes de cumplir tus promesas…? —la ataqué con los ojos rojos, apunto de echarme a llorar.

—No es eso… —bajó la mirada—. Es porque… EXTA-SIS me ha advertido de que nadie debe conocer mi pin. Hoy ha sido lo de la llave, pero puede haber más cosas en el futuro que dependan de mí. Si te doy mi clave, tendremos problemas con esos cabrones. Lo menos que podría ocurrir es que me lo cambiaran.

Sabía que mentía una vez más. Blanca me contaba alguna verdad de forma esporádica porque necesitaba tirar hacia adelante con mi ayuda, la de su perro guardián. No era el caso en esta ocasión. Pero, sopesando los pros y los contras, decidí fingir que la creía.

Y reforcé mi decisión firme e inapelable de averiguar su pin. Como fuera, pero tenía que conseguirlo.



Día 6 (4) – La cancelación​


De vuelta a la habitación, Blanca retomó el móvil. Lo miraba de vez en cuando, pero no tecleaba nada. Si pensaba que yo creía que solo miraba las fotografías de su Galería iba dada. Me esperaba cualquier cosa sucia que pudiera imaginar.

Después de un buen rato de manosearlo, algo debió de llegarle porque sus manos se movieron con rapidez sobre la pantalla. Leyó unos segundos lo que hubiera recibido y su sonrisa se ensanchó hasta un punto que hacía tiempo no le veía. Había recibido buenas noticias, de eso estaba seguro.

Con la sonrisa pintada se levantó y comenzó a probarse ropa que sacaba del armario y arrojaba sobre la cama, para luego ponérsela encima y mirarse al espejo.

—¿Para qué te pruebas tanta ropa? —pregunté a los cinco minutos, a sabiendas de que ella hubiera preferido que le preguntara mucho antes.

—Para nada, ya sabes, para sentirme bien… —respondió

—Venga, no me cuentes cuentos… Te estás arreglando para el show de esta noche.

Se sintió pillada, pero ello añadió leña al optimismo que reflejaba su semblante. ¿Estaría tan contenta al saber que Juan le iba a proporcionar no menos de dos orgasmos de primera una hora después? Podía ser, aunque yo sospechaba otra cosa.

—Pues sí, ¿qué pasa…? —reconoció—. Quiero estar guapa para el show de esta noche, esos asquerosos de EXTA-SIS seguro que nos graban con todas las cámaras y focos que han preparado en el escenario.

El estómago se me retorció. ¿Grabarles? ¿Para qué? Aunque seguía sospechando de algo más.

—¿Por eso estás tan contenta? —dije con ironía—. No me negarás que llevas un rato que sonríes por todo.

—Mejor sonreír que llorar, ¿no? —replicó sin enfado—. Que ya nos tocará la parte mala, no creas que no.

Y entonces entré a saco.

—¿Y no será que estás tan contenta por el wasap que has recibido?

Por un instante le cambió la expresión. Pero enseguida se repuso. Tenía que reconocerle una cosa, como actriz habría tenido un futuro prometedor.

—Pues sí, me ha hecho gracia un wasap —dijo mientras se probaba un top sobre la ropa y pedía mi opinión—. ¿No puede reírse una con los memes que le llegan?

No estaba seguro de que fuera un meme precisamente lo que le provocaba el buen humor. Al menos no en ese momento. Así que le pedí que me lo enseñara. No esperaba que lo hiciera, pero por intentarlo que no quedase.

Sin siquiera pestañear, tomó el móvil y lo desbloqueó. Tecleó sobre la pantalla y luego lo lanzó a mi lado sobre la cama.

—Toma —dijo—. Es el chat del salido de Mario.

Vaya, parecía que el término «salido» había cambiado de dueño. Hasta ahora se lo había adjudicado a Juan, pero parecía haberlo cambiado al viejo.

Miré la pantalla y lo que había en ella era una foto de una polla enhiesta. Pequeña, pero de un grosor considerable. El mensaje que la acompañaba era igual de repelente.

MARIO: Ya sé que te ha gustado mi cacharro mientras te daba bien esta mañana, guarrona. Cuando quieras puedes volver a probarlo. Y no te preocupes por nada, que te lo voy a dejar relamer hasta que te hartes de yogur.

Un sentimiento de angustia y de mala leche me subió por las venas. Aquellos dos mensajes eran los únicos que había recibido del vejete. Parecía que el tipo iba a sacarle provecho a aquel wasap interno. Pero que lo hiciera con Blanca me sublevaba. ¿Qué no le estarían enviando los otros tres necios? No quería ni imaginarlo.

—¿Y esto te hace tanta gracia? Porque para mí es vomitivo…

—Vamos, bobín, no te lo tomes todo a mal —me reprendió como si lo hiciera a un niño—. Ese viejo es inofensivo. Por muchas fotopollas que me envíe no me voy a volver loca por él.

—¿Y qué le vas a responder? —insistí.

—¿Responderle? —me miró con cara de asco—. ¿Tú estás loco? Ni de coña le respondo al puto viejo. Pues sí, solo me faltaba que él también se me encoñase.

—¿También…? —pregunté mosqueado.

Pero pasó de mi pregunta e intensificó la prueba de la ropa que usaría esa noche, dejándome con la palabra en la boca.

—¿Para qué tanta prueba? —le dije cabreado—. Para lo que te va a durar puesta…

Había necesitado decir la última palabra y fue lo único que se me ocurrió.



*​



A las diez menos diez, Blanca estaba preparada. Y, sentada ante el espejo, se daba los últimos retoques de maquillaje.

—¿Vas a venir? —preguntó.

La angustia me mataba pensando en lo que iba a pasar en pocos minutos en el maldito escenario. Tal vez si no fuera Juan, no me lo estaría tomando tan mal. Hice de tripas corazón y respondí como pude.

—Creo que me acercaré después de que empecéis. Por ver de qué va el rollo del escenario y todo eso, más que nada. Después ya veré lo que hago.

—Vale, cielo… Dame un beso y ya me voy… Deséame suerte.

—Suerte…

Me dio un piquito, tan solo un roce —para no estropearse el brillo de labios, argumentó— y desapareció por la puerta. La había notado super nerviosa, quizá habría tenido que acompañarla. No era solo el hecho de entregarse a un macho Alpha, supuse, también todo el espectáculo que habían montado los de EXTA-SIS en la sala escenario. Aquello, lo miraras como lo miraras, tenía que impresionar.

Para Blanca debía de ser como para un actor principiante el primer estreno de su vida en un teatro repleto de gente.

Antes de seguirle los pasos, tomé una botella de ron que guardaba en mi mesilla de noche y le di unos tragos. El calor del licor conseguía ponerme a tono y me daba ánimos para situaciones peliagudas. Recordé haber echado unos tragos de anís —no encontré nada más— el primer día que Blanca vino a casa después de que me atreví a invitarla a subir.

La cosa había ido bien, más o menos. Hasta que me olió el licor en la boca y quiso probarlo. Tenía la habitación preparada por si aceptaba hacerlo conmigo esa tarde. Pero los primeros tragos dieron lugar a unos segundos y acabamos tirados sobre la cama… pero durmiendo la borrachera.

Abandoné los recuerdos y me armé de valor para salir al pasillo. De lejos se oían voces, cosa rara en la enorme discoteca, donde lo normal era el silencio.

Seguí el griterío que provenía de la tercera planta. Miré a la escalera y observé como Blanca y Juan bajaban por ella rezongando. Había algo raro en la conversación, su tono no era propio de una charla amigable. Además, ¿qué hacían allí los dos? ¿No tendrían que estar jadeando sobre la cama hasta que mi novia se subiera por las paredes?

—Blanca… —dije—. ¿Qué pasa? ¿Qué son esas voces?

—Es por esos gilipollas de EXTA-SIS… —replicó airada—. Resulta que han cancelado la prueba. Dicen que es por «causas técnicas».

—¡Menuda putada! —añadió Juan.

—Tanta parafernalia para nada… —apostilló Blanca.

Entendía las razones de Juan. Al fin y al cabo se había hecho ilusiones de follarse a muerte a mi novia aquella noche. Pero no tenía muy claras las de ella. Tal vez se debía a los nervios que había pasado por culpa de los preparativos. Y ahora todo ese nerviosismo no servía para nada. Volvería a repetirse cuando la prueba se celebrara por fin.

—¿Han dicho cuándo será? —pregunté.

—Que no lo saben, que avisarán, es lo único que han comentado —dijo Blanca—. ¿No lo has leído en el chat grupal? Lo han informado por ahí. Y menos mal que Juan se ha llevado el móvil. A mí no se me había ocurrido llevarlo para… para eso…

—No, no he mirado los chats en toda la tarde. Tengo el móvil cargando a velocidad de tortuga, para variar.

Nos deshicimos de Juan que pretendía que nos tomáramos una copa con él en la cocina y nos volvimos al dormitorio.

—Será gilipollas el gordo de mierda… —protesté una vez dentro—. ¿Qué se cree? ¿Qué es mi amigo? Y una polla me voy a tomar copas con ése… ése…

—Vale, Alex, que te pasas de rosca… En el fondo Juan es tan víctima como todos.

—Ya, pero una víctima que es capaz de hacer correrse a mi novia, mientras que yo no… ¿Crees que eso no me afecta?

Se me colgó del cuello y me aplicó unos besos en la mejilla y en la garganta.

—Venga, no vuelvas a eso… Tú eres mi chico guapo… Y eres al único que quiero.

—Ya… eso se lo dirás a todos…

Me propinó un pellizco que me hizo real daño.

—Joder… —me quejé.

—Pero, mira —concluyó—. A grandes males, grandes remedios. Como esta noche no hay prueba oficial, tu yo vamos a practicar un rato, ¿te apuntas?

No le dije que no, a pesar del malestar que sentía en los últimos tiempos. Sabía que Blanca me concedía miguitas para tenerme aplacado. Pero, con ella, hasta tener sexo por compasión valía la pena.

Y el revolcón de la velada fue más que interesante. El calentón de Blanca por el polvo malogrado con Juan tuvo mucha culpa de ello, sospeché.



Día 7 (1) – Aventura en el gym​


El día siguiente desayunamos temprano. Todos los demás se hallaban ya en la cocina cuando llegamos, pero ni Blanca ni yo nos acercamos. Nos sentíamos bien juntos y a solas. La noche de intimidad nos había unido algo más.

Era en momentos como ése cuando mi decisión de alejarme de ella quedaba debilitada. En cualquier caso, me encontraba de buen humor, imaginaba que en el exterior de la discoteca haría un día soleado y perfecto, y no quise pensar en nada más. Era feliz, en suma.

—Se te ve bien esta mañana… —bromeó Blanca masticando Kelloggs bañados en leche.

—Sí, hoy creo que haré algo diferente, la vida es bella.

Mi novia rió bajito y luego se inclinó hacia mí.

—¿Y no será porque anoche descargaste la escopeta…? ¿Dos veces…?

Reímos a la vez, pero la llamé al orden.

—Ssshhh… Cuidado con lo que hablas que las paredes oyen. Y estos tipejos se apuntan a un bombardeo.

—Hoy no… —replicó quitándome una miga del labio con una uña—. Hoy es solo para nosotros.

—¿De verdad?

—De verdad.

Quise creerla. Quizá porque deseaba hacerlo. Y porque mi optimismo me hacía ver el futuro de otro color.

El día que se nos venía encima me haría cambiar de opinión.



*​



Después del desayuno, nos duchamos —juntos, aunque sin sexo— y luego nos arreglamos en la habitación. Eran casi las diez y aún no había noticias de EXTA-SIS sobre la nueva fecha de la prueba oficial. Una razón más para sentirme feliz.

—¿Cuál es tu plan para hoy? —pregunté tras un largo silencio—. ¿Te apetece algo de lectura?

—Creo que no… —repuso poniéndose la mano en el abdomen—. Me temo que tanta inactividad me empieza a pesar en la barriga. He decidido pasar por el gym. Un poco de ejercicio me vendrá bien. ¿Te apuntas?

Me lo pensé un instante. No me hacía gracia la imagen de Blanca cerca de Rubén, quien pasaba las horas en el gimnasio, y menos después de lo del día anterior. Aun así, ganó mi naturaleza perezosa.

—No… no me apetece…

—Serás vago… —bromeó tirándome una toalla.

—No, si no digo que no vaya a ir a ese gym… algún día —reí—. Pero hoy no tengo ganas… Quizá mañana… o pasado…

Reímos a coro y esta vez me tiró una almohada.

—Oso perezoso… no sé por qué estoy contigo…

La miré de arriba abajo y me extrañó su atuendo si lo que quería era sudar en el gimnasio.

—Tu ropa no te pega… —le levanté la falda que acababa de ponerse—. ¿Vas a hacer gimnasia con una faldita que no te tapa ni las bragas?

Blanca sonrió y me propinó un manotazo en la mano con la que le levantaba la ropa.

—¡Quita esa mano, so guarro…! —rió levantándose la falda ella misma—. Esto no son unas bragas, que no te enteras… Es una malla corta, como un bañador pero de cuello alto…. jajaja… Para hacer gimnasia, se quita la falda y con la malla y el top se suda a tope, pero sin pasar calor.

—Vaya con las modas… —le seguí la corriente—. En realidad, esa malla se parece a unas bragas de abuela… jajaja…

—Tú si qué eres un abuelo… so bobo…

Nos despedimos y cada uno tomó su camino. Había decidido acercarme a la biblioteca. Aun a riesgo de encontrarme con Hugo. Mi intención ese día no era el de buscar algún libro en concreto, sino disfrutar de los volúmenes que la abarrotaban. El placer de acariciar los lomos, extraer un libro de su estantería y hojearlo, era tan grande o mayor que leerlo.

La estancia se hallaba vacía, por suerte. El médico no andaba por allí ni apareció en ningún momento. Las siguientes dos horas las pasé en silencio entre mamotretos, algunos de ellos primeras ediciones de obras muy famosas. Aquella biblioteca, además de un paraíso para un amante de la lectura, tenía que valer una fortuna.

Dos horas más tarde miré el reloj. El tiempo se me había pasado volando. Y echaba de menos a Blanca. Era hora de ir a buscarla. Tal vez daríamos una vuelta por la primera planta. A paso ligero, ¿por qué no? Eso también sería deporte.



*​



Antes de nada, me pasé por el dormitorio. No podía descartar que hubiera vuelto del gym y que se encontrara por allí. No obstante, la habitación se hallaba vacía como cuando la dejamos.

Sobre la mesilla brillaba mi móvil. Lo había olvidado cuando salí hacia la biblioteca, y ahora decidí rescatarlo. Lo tomé entre las manos y, al ir a encenderlo, me encontré con la sorpresa: batería al 0% una vez más.

Lo enchufé en la corriente y salí del cuarto. Volví a atacar los peldaños hacia la tercera planta. Bufé sin respiración. Si me hubiera acercado al gym antes de bajar a la segunda, me habría ahorrado el viaje de ida para luego tener que volver a subir.

La luz del gimnasio se hallaba encendida. Y dentro se oían voces, una de ellas femenina. Blanca se encontraba allí, con toda seguridad. Con paso firme entré en la gran sala.

Y al ver el espectáculo me quedé congelado.

La escena era increíble. Increíble y sucia. Sobre todo por la reciente promesa de Blanca de no mantener sexo a mis espaldas.

Desde mi posición, podía verlos a ellos, pero no ellos a mí.

Blanca estaba sentada en la misma camilla en que la había encontrado el día en que Juan se estaba probando los condones. Se hallaba sentada, igual que aquella vez, aunque ahora en un extremo. Pero habían cambiado la camilla de posición y mi novia me daba la espalda.

Las manos de Blanca estaban apoyadas sobre la camilla a su espalda, y las piernas las mantenía abiertas. «Demasiado» abiertas. Al menos lo suficiente para que Hugo se moviera entre ellas, de cara a mí. Por otro lado, Juan y Rubén flanqueaban a ambos mirando lo que ocurría bajo la falda de mi novia, donde el médico manipulaba algún objeto.

Di unos pasos dispuesto a pedir explicaciones y se me detuvo el corazón durante unos segundos. Lo que Hugo manipulaba junto a Blanca era su propia verga. Estaba hinchada, dura y dispuesta a entrar en acción. Las voces de los cuatro no eran inteligibles en la distancia por el eco de la sala. Las risas de unos y otros eran, sin embargo, más que significativas.

La peor de todas, la que más dolía, la de Blanca.

Detenido por el estupor, observé como el ginecólogo movía la polla con la mano muy cerca de mi novia. Tan cerca que debía de estar rozándola sin duda alguna. Si Blanca se había despojado de la malla deportiva, aquella verga estaría tocando sus labios vaginales. Delante de todos.

No me cupo la menor duda: el cerdo de Hugo estaba a punto de meterle su sucia polla a mi novia, ante la mirada y las risas del resto del grupo, incluidas las de Blanca.

Me quería morir. Una vez más me había engañado como a un imbécil. Aquello tal vez fuera una de las malditas prácticas, pero al realizarla a mis espaldas después de prometer que no volvería a hacerlo, era una traición en toda regla.



*​



Hugo levantó la cabeza y me descubrió. No hizo, sin embargo, ningún gesto de sorpresa. El resto de participantes en aquel bochornoso espectáculo, al ver el cambio en la dirección de la mirada del médico, giraron la cabeza hacia mí.

Pero yo solo miraba a Blanca. Y mi novia, al verme sonrió y me hizo una seña con la mano para que me acercara hacia ellos. La indecencia de mi futura esposa me agrió el estómago. ¿Cómo coños se comportaba así, y con semejante sangre fría?

—Vamos, Alex —dijo sonriéndome como si no pasara nada—, que llevamos esperándote un buen rato… ¿Es que no lees los mensajes del móvil?

Tragué saliva, sin entender a qué se refería.

—¿Qué… qué mensajes? —tartamudeé con las piernas temblándome.

—Pues los que te he enviado hace un rato… —replicó—. Venga, anda, que eres un desastre… Ven que te contamos… Que sin ti no podemos empezar la prueba y menudas horas…

La naturalidad de Blanca me desarmaba. Y recordé la imagen de mi móvil, descargado y abandonado sobre mi mesilla de noche. Quizá era cierto que me había enviado algún mensaje para avisarme de la práctica. Pero me pregunté qué tendría que ver yo con aquella prueba, en la que Hugo iba a follarse de nuevo a Blanca.

Tuve que forzar mi voluntad para conseguir moverme, pero al fin me acerqué a la camilla.

Al llegar hasta al grupo, comprobé con alivio que la malla de Blanca se encontraba en su sitio. Y que la polla del médico, enfundada en un condón, solo tocaba tela. Aun así, los labios de Blanca se notaban super hinchados y dibujaban un profundo surco bajo la malla. Sin contar con la humedad que la oscurecía en un redondel acusador. Hugo había estado rozando aquellos labios mientras esperaban mi llegada. Y con toda seguridad era la causa de la humedad impúdica.

Odiaba a aquel puñetero calvo y cada día más.

—Ven, Alex… —me dijo Hugo cuando estuve junto a ellos—. Colócate entre las piernas de Blanca.

Con mal humor, tomé el lugar del médico en la prueba, y él se subió los pantalones.

—Voy a explicarte el método que he ideado para que Blanca tenga un orgasmo contigo… —continuó.

No paraba de asombrarme con cada nuevo descubrimiento. Mi novia se había inclinado hacia mí y me había dado un pico de saludo. Y Hugo, situado a mi espalda, comenzó a darme indicaciones que se me antojaron órdenes.

Me pidió que me bajara los pantalones y que me pusiera un condón. Me cerré en banda, me avergonzaba que mi miembro estuviera fláccido y me negaba a sacarlo a la luz.

—Venga, mi amor… —decía Blanca tocándome por encima de la ropa—. Si ya se ve que la tienes arrugadita, pero déjame que te la reanime.

Y, metiéndome una mano por la cintura del pantalón del chándal, la magreó hasta que su consistencia alcanzó el punto que consideró suficiente.

—Venga, bájate los pantalones y ponte el preservativo —me apuró Hugo.

—No, no hace falta… —intercedió Blanca—. Con Alex lo hago a pelo.

—Vaya… —dijo el médico—. ¿Tomas la píldora? Qué notición.

—Si tomo la píldora o no —le cortó si miramientos mi chica—, no es tu problema. Al grano, Hugo, que va siendo la hora de comer.

El médico se rió y luego continuó su explicación. Los otros dos no decían nada, pero se relamían los labios y tragaban saliva constantemente. Estaban cachondos como perros junto a la hembra en celo.

Hugo, impertérrito, entró en detalles.

—Mira, Alex —comenzó—, lo que tienes que hacer es penetrar a Blanca en la posición en que se encuentra. Ella, mientras lo haces, se inclinará hacia adelante y te enlazará el cuello con los brazos.

Le miraba expectante, todo aquello seguía pareciéndome una bufonada y estaba deseando que acabase para salir de allí con mi novia. Si no había tirado de Blanca y nos habíamos largado ya, era por no enfadarla a ella, que se tomaba todo aquello más que en serio.

—Cuando la estés, digamos, «cabalgando», la posición adelantada de ella hará que tu miembro, aplastado por el borde de la camilla, se ajuste hacia arriba y roce su punto G. ¿Recuerdas lo que decíamos del punto G el otro día? Pues eso, que aunque pueda ser una leyenda, creo que mi método puede funcionar.

Estaba describiendo la función que ejercería dentro de la vagina de Blanca una verga gorda y dura… como la de Juan. Eso me enfadó, Hugo intentaba conseguir que mi polla funcionara como la del exbombero, porque si no lo hacía era porque abultaba, como mucho, la mitad. Era humillante.

No le dije ni que sí ni que no a su alusión al «punto G» y el prosiguió.

—Blanca tendrá que elevar las piernas para que la penetres en el ángulo adecuado, pero no demasiado arriba, porque entonces tu miembro bajaría y tendería a apoyarse en el perineo. ¿Entiendes?

Tampoco respondí ahora, pero al tipo pareció darle igual.

—Así que la postura de ella será muy incómoda. Y aquí entras tú de nuevo, que la sujetarás firmemente, una mano en cada corva para que no se le caigan las piernas al suelo de puro cansancio. ¿Todo bien?

Blanca palmoteó ilusionada. Y no tuve fuerza para decir nada que la enfadara.

—Todo bien… —confirmé cabizbajo.

—Pues venga, a la faena —animó Hugo—. Blanca, quítate esas bragas de abuela.

Podría haberme echado a reír si la situación no hubiera sido tan ridícula.

—No son bragas de abuela —protestó Blanca—. Son mallas de verano de deporte. Los tíos no tenéis ni idea.

Pero, enfadada o no, tiró de la cinturilla de la prenda y, con un gesto femenino, se las bajó por las caderas y luego se las sacó por los pies. Después salivó tres de sus dedos y con ellos lubricó la entrada a la vagina. Los hombres a su alrededor la miraban con ojos hambrientos, apretando sus bultos bajo la entrepierna de los pantalones.

—Ven, cielo, que te la meneo otro poco… —dijo Blanca—. Parece que ha perdido fuelle.

Le cogí la mano y la detuve. Y a continuación puse mis condiciones.



*​



—A ver, Hugo —dije con voz firme—. Si quieres que continuemos, estos dos se tienen que ir. Si no, cojo a Blanca y ya practicaremos en nuestro cuarto, sin mirones.

Juan y Rubén protestaron mi salida de tono. Hugo, sin embargo, ni pestañeó. Simplemente miró a mi novia y le preguntó.

—¿Tú qué dices, Blanca?

Su respuesta me congratuló.

—Lo mismo que Alex, estos dos fuera…

—Pues ya habéis oído —dijo el médico mirando a los espectadores—. A cascárosla a la cocina.

Rubén se lo tomó con filosofía, pero Juan no podía por menos que protestar.

—No jodas, Hugo… ¿Por qué tenemos que perdernos nosotros la fiesta?

—Fuera, coño… —repitió el médico y ya no hubo discusiones.

Los dos mirones se largaron y Hugo nos volvió a insistir

—Y ahora, vosotros a lo vuestro que yo controlo desde atrás para no molestar.

Me acerqué a Blanca y volvió a menearme la verga para que alcanzase la dureza necesaria. Con el médico a mi espalda y los otros dos fuera de la vista, me sentí cómodo y mi polla alcanzó la rigidez suficiente para penetrar a mi novia.

Me abrazó y acercó su boca a la mía. Los besos que siguieron eran una delicia, cargados de saliva y de lujuria. Blanca estaba super caliente. No había duda, aquellos jugueteos con los compañeros de encierro la ponían muy cerda. Y ahora yo me congratulaba con ello, no como en otras ocasiones.

Blanca, su mejilla contra la mía, me susurró al oído.

—Lubrícame tú el chochito, cielo…

Repetí la operación que ella había realizado antes. Salivé mis dedos y se los pasé por entre los labios y la entrada a la vagina. Blanca no paraba de gemir.

Llegados a un punto, nos encontrábamos preparados para la penetración. Y ella volvió a dirigir el cotarro, con suspiros jadeantes en mi oreja.

—Acércate más, que yo la meto dentro…

La polla me dio un salto y, cuando Blanca la cogió entre sus manos, la saludó con un movimiento hacia arriba que la hizo dar un respingo.

—Ufff, como está de dura… Ahora… así… —decía Blanca—. Para adentro… empújala… ufff… que bien… que gustito, amor…

Sospeché que exageraba las alusiones al placer, y supuse que era para enviar mensajes a Hugo.

Pero el médico amaba ser protagonista y, sin venir a cuento, intervino.

—A ver, Blanca… más inclinada hacia Alex —decía y corregía la posición de ella—. Tú, Alex, sujeta bien las piernas, y embiste con mayor cadencia. La tienes que empotrar.



*​



Comencé un movimiento rítmico, embistiendo a Blanca con penetraciones rápidas y profundas.

—Así, amor, así… —suspiraba en mi oreja.

Y las embestidas eran cada vez más veloces

—Más rápido, cielo, más rápido… —los jadeos de Blanca me parecieron verosímiles.

Y, cuando me mordió en el hombre con todas sus fuerzas, comprendí que aquello no era una broma. Que mi novia, la que no había conseguido correrse junto a mí en siete años, empezaba a subir a una montaña rusa que podía llevarla a la gloria.

—Hummm…. Hummm… —gruñía yo culeando el precioso coño de Blanca.

Aquella hendidura ardía. Y el tacto de mi polla, aprisionada entre la camilla y la parte superior de su vagina, hacían parecer aquel coño como si fuera nuevo… sin estrenar. No sabría cómo expresarlo, era como si hubiese estado cerrado hasta entonces y yo lo estuviera perforando por primera vez. Un coño apretado y húmedo. ¡La puta gloria!

—Dame… más… ayyyy… ayyyy… así… dame… —gemía Blanca y ahora me lamía la oreja con una lengua húmeda y procaz.

—Joder… Blanca… joder… —repetía yo.

No sé cuánto duraría aquel polvo, pero a mí se me hizo corto. No quería que terminara nunca. Desgraciadamente, la presión sobre mi verga me acercaba al orgasmo a pasos agigantados. Blanca, conocedora de mis estados, me rogaba al oído.

—Aguanta… por dios… Alex, aguanta… que me voy a… joder… joder… que me voy a… hostia… hostia… ayyyy… ooohhh…

Me hice el fuerte y pensé en cosas negativas. Un día de lluvia. Un cabreo en el trabajo. El día en que me dejó mi primera novia. Todo con tal de evitar derramarme antes de tiempo. Tenía que aguantar por Blanca… Y por ella mantendría mi polla dura mientras ella lo necesitara. El médico había acertado con otro de sus métodos, y mi novia estaba a punto de correrse con mi polla dentro por primera vez… si yo aguantaba un poco más… un poco más…

—Joder… cabronazo... dame... dame… —jadeaba Blanca cada vez más fuerte—. Dame, cabrónnnnn…

Y comenzó a sufrir unos espasmos que no conocía en ella. Sus brazos en mi cuello se pusieron tan rígidos que pensé que me arrancaría la cabeza. Sus piernas se enroscaron en mi espalda y se olvidaron de la postura recomendada por el médico.

Blanca se corría como una perra. Y se corría conmigo, no con ninguno de aquellos cerdos. Así que decidí dejar de sujetar mi propio orgasmo y le di una orden al cerebro para que dejara de frenarlo.

Y nos corrimos a la vez. Sincronizados sus espasmos y sus gemidos con mis gruñidos, mientras mi esperma se disparaba alcanzando su útero. Las paredes de su vagina apretaban mi polla, abrazándola para no dejarla huir.

Pero había quien quería amargarnos la fiesta.

Mientras sujetaba a Blanca para que nuestras sacudidas no nos hicieran caer, dos figuras aparecieron a ambos lados de la camilla. Juan y Rubén, sus pollas en la mano, se unían a la fiesta masturbándose a una velocidad endiablada. Los muy cerdos, estuve seguro, se habían estado tocando escondidos y habían esperado a que llegara este momento, en el que Blanca y yo nos encontrábamos indefensos.

Y el cerdo de Hugo lo había sabido todo el tiempo.

Creí oír una risita a mi espalda cuando el primer disparo de semen salía de la verga de Juan y dibujaba una línea recta y larga sobre el muslo derecho de Blanca. El muy cerdo gruñía como un lechón en el matadero.

Rubén no se hizo esperar. Su miembro, más acostumbrado a las pajas constantes, escupió su líquido espeso con mayor fuerza y llegó hasta el pecho de Blanca, tiñendo de blanco su top de gimnasia.

A partir de ese instante, ambos comenzaron a regar de esperma las piernas y el cuerpo de Blanca. Ésta, notando que yo no aguantaría aquella violación de nuestra intimidad y que saltaría, colocó su frente sobre la mía y, con los ojos apretados, me susurró.

—Espera, Alex, tranquilo… Esto son unos segundos, enseguida se vaciarán y nos dejarán en paz…

—Cerdos de mierda… —repliqué.

—Ssshhh… —susurró—. Cierra los ojos y piensa en otra cosa…

Pero la promesa de Blanca de que serían solo unos segundos no se cumplía. Aquellos tipejos debían de haberse calentado de veras, y sus disparos no terminaban, así como sus gruñidos.

Juan estiró una mano y estrujó la teta más a su alcance y mi cabreo tocó techo. Hice por apartarme de Blanca para lanzarme sobre él, pero apretó sus piernas a mi alrededor y me lo impidió.

—Ssshhh… —volvió a susurrar—. Diez segundos más…

Finalmente, la fiesta terminó, aunque Rubén aún nos afrentaría una vez más al limpiarse los restos de su verga en la falda de Blanca. Juan, al verlo, lanzó una carcajada e hizo lo propio, dejando sus sucios restos en la prenda de mi novia.

Me mordí la lengua para retenerme.

Pero todo acabó, por fin. Y Hugo comenzó a aplaudir.

—¡Genial! —exclamó—. Ha sido perfecto… ¡Mi método funciona, esto hay que celebrarlo!

Pero no quise conocer en qué forma pensaba celebrarlo. Y, tomándola de las caderas, bajé de la camilla a Blanca y tiré de su mano para llevármela de allí. Mi novia, sin bragas y sin malla, goteaba restos de semen por la moqueta según nos alejábamos a paso ligero.

Continuará
Un relato SUBLIME!!! Más de una paja me he hecho leyendo y estoy deseando que continúes 🙌🙌🙌🙏🙏🙏
 
—Putos cerdos sarnosos… —fue la primera lindeza que se me ocurrió cuando cerré la puerta de nuestro cuarto. Mira cómo te han dejado.

—Tranquilo, cielo… —trató de calmarme—. Esto es solo lefa… Se va con agua caliente…

—Ya, menudo consuelo… ¡puercos de mierda!

—Vale, vale, amor, ya pasó… —decía mientras se quitaba la ropa que aún conservaba y se limpiaba con ella las piernas y algun goterón que le colgaba del pecho.

Estaba furioso, pero no solo por lo que había pasado, sino también por la forma deportiva con que se lo tomaba Blanca.

—¿Y tú? —bromeó—. ¿No te han alcanzado con algún disparo? Porque hay que ver cómo disparaban los tíos, parecían mangueras… los muy imbéciles.

—Vaya, parece que te haga gracia —le recriminé—. Tú, la que no hace tanto se moría de asco si te salpicaba una sola gota por el vientre. Y las que me montabas por ello…

Pareció mosquearse por mi comentario.

—Vale, ya estás con tus pullas… ¿Te crees que a mí me gusta esto más que a ti?

—Pues estoy empezando a dudarlo —no pude contener mi sinceridad.

—¡Serás cabrón…! —exclamó y, cubriéndose con sus toallas salió del cuarto sin volver la mirada.

Salí detrás de ella, pero no conseguí que me volviera la cara. Se metió en la ducha y permaneció bajo el agua cerca de media hora. Yo, desde fuera, no hacía más que soltar un mantra de disculpas.

—Lo siento, mi amor, no quería ofenderte… —le repetía, dibujando corazones en la puerta de cristal ayudado por el vapor de agua que la cubría—. ¿No vas a perdonarme nunca?

Blanca me ignoró durante todo el tiempo. Al final asomó la cabeza por la puerta y me habló.

—¿Me pasas la toalla?

Volvimos a la habitación y finalmente aceptó mis excusas. Nos abrazamos en silencio, ella prácticamente desnuda, y me propinó un sonoro beso en la mejilla.

—¡He tenido un orgasmo follando contigo! —exclamó feliz tras un paréntesis.

La apreté contra mí y corroboré su celebración.

—¡El primero! —confirmé—. Pero te juro que no será el último…

—Parece que al final Hugo es bastante útil, ¿no crees?

Me molestó el piropo que le había dedicado al médico. Por mi parte, no dejaba de ser un tipo repelente, por más que hubiera dado con la tecla que pudiera hacernos más fácil conseguir el objetivo para salir de allí indemnes. Y poder satisfacer en la cama a mi novia, si al final salíamos juntos de aquella desventura.

Cuando los parabienes mutuos bajaron de nivel, acordamos comer en la cocina y hacia allí nos dirigimos.



*​



El resto del día pasó sin más emociones. Bastantes habíamos tenido por la mañana. Lo único destacable fue el mensaje de EXTA-SIS que llegó poco antes de irnos a dormir.

EXTA-SIS: La fecha reprogramada de la primera prueba oficial es mañana, DÍA 8. La hora es la misma que la de la sesión cancelada: las 22.00. Feliz noche, queridos.

No es que fuera inesperado, pero tuve que reconocer que el anuncio me hizo temblar. No aceptaba aquella imposición, y por la noche volví a tener pesadillas. En ellas, Blanca era atacada por todos los hombres de la casa y yo, atado y amordazado, asistía a su violación sin poder emitir un quejido.

Fue una noche infernal, en la que apenas conseguí dormir.

Para variar.




Día 8 (1) - La mentira de blanca​


Por la mañana amanecí a las tantas, algo más tarde de lo habitual. Eran más de las diez cuando abrí los ojos. Sobre la mesilla encontré otra nota de Blanca. «Te he visto tan dormido que no he querido despertarte. Voy al baño y a desayunar. Nos vemos cuando despiertes. Besos».

Remoloneé cinco minutos más sobre la cama. Al cabo, decidí que dejar sola a Blanca era un peligro mortal. Las pesadillas de la noche me angustiaban incluso a esa hora y lamenté no poder ver la luz del sol que las habría volatilizado de un plumazo.

Me vestí con la ropa del día anterior y me dirigí al baño antes de desayunar. En el cruce entre el pasillo de los aseos y el de la cocina me encontré la primera sorpresa del día: Blanca y Hugo salían del baño de las chicas y parecían discutir, aunque lo hacían en voz baja.

Me detuve en seco, desde aquella distancia podría leerles los labios si mantenían la postura. Pero no llegué a tiempo. El médico se dio la vuelta y salió a paso ligero hacia la escalera. Parecía disgustado. Blanca, por su parte, se volvió hacia mi posición y echó a andar con la mirada baja.

¿Qué coño era aquello? ¿Otra pelea de enamorados?

Me quedé quieto y esperé a que mi novia me descubriera. Cuando lo hizo, se detuvo atónita. Por mi expresión comprendió que la estaba observando desde hacía rato.

Echó a andar de nuevo y pasó a mi lado como una exhalación. Al franquearme soltó un reproche sin detenerse.

—¿Ahora te dedicas a espiarme?

La seguí hasta la habitación y cerré la puerta, atrancándola con la silla. Quería que quedara claro que íbamos a tener una conversación en serio. Una más. La enésima desde que nos habían encerrado. No serviría para nada, me temía, pero al menos necesitaba ejercer mi derecho de pataleo.

—¿Qué hacías con el médico en el baño de las chicas? —le espeté tan pronto recuperé el resuello.

—Nada… —respondió sin mirarme.

—¡Y una mierda, nada…! —exclamé—. Cada vez que me despisto te encuentro a escondidas con él. ¿Se puede saber a qué venía esa reunión que parecía secreta? ¿Te lo estabas follando?

Se quedó callada. Luego se dejó caer en el borde de la cama y suspiró.

—Sí, me lo estaba follando… Lo confieso. No he podido resistirlo. Y no me ha dado tiempo a avisarte de que era una práctica.

Aquello sonaba a falso por todos lados. Era la primera vez que ella me confesaba algo que yo no quería oír, a sabiendas de que la realidad de lo ocurrido podía ser menos malo que lo que Blanca revelaba.

Aunque, si lo pensaba fríamente, ¿lo peor era el sexo que tuviera con el médico? ¿O lo era la relación que subyacía bajo el propio sexo? Si entre ellos había una relación, lo nuestro se había ido a la mierda.

Si aquello era así, no entendía por qué Blanca quería mantener la pantomima de nuestro amor. ¿Se habían encoñado aquellos dos? Pues, aunque doliera, prefería que lo confesara. Mejor cortar la infección de un tajo que alargar la agonía. Éramos todos adultos, podría soportarlo. Pero no me daba esa satisfacción y cada vez me sentía más como la pieza sobrante en el puzzle.

De todas formas, ¿de verdad tenía Blanca estómago para encapricharse de semejante piltrafa de hombre? Sí, vale, era un tipo cultivado, hablaba con un vocabulario de intelectual, y tenía voz de locutor de radio. Pero su sonrisa era asquerosa, tenía un aliento de mierda, una piel arrugada y… ¡quince años más que ella! Blanca no podía haberse enamorado de semejante individuo. Me negaba a ello.

—No me lo creo —respondí tras mis reflexiones—. No estabais follando. Es mentira.

—Puedes pensar lo que quieras —insistió—, pero lo hemos hecho. Ha sido un polvo de amigos. Él me lo ha pedido y yo he aceptado. Se quedó cachondo perdido después de la práctica de la camilla y necesitaba descargar. No he podido decirle que no.

Por muchos detalles que me diera, no me lo tragaba. Si hubiera guardado silencio, fingiéndose arrepentida o avergonzada, tal vez me hubiera jodido, pero lo habría intentado digerir. Pero así no. Era una nueva mentira y tendría que averiguar lo que había ocurrido detrás de las puertas de aquel baño. Para inventarse una historia semejante, tendría que haber sido algo muy grave.

Si no se lo sacaba a ella, buscaría las respuestas en el médico.

—Vale, te lo has follado, que te aproveche —dije y me largué del cuarto con un portazo.



*​



Salí como una exhalación y subí las escaleras de tres en tres. Necesitaba hablar con Hugo cuanto antes. Y sabía que solo podría estar en dos sitios, ya que le había visto subir las escaleras.

Pasé primero por el gym, ya que me pillaba más a mano, y comprobé que solo Rubén sudaba la camiseta en la sala. Luego me dirigí al segundo destino: la biblioteca.

Al acercarme a la puerta, oí la conversación que se mantenía en el interior. Sentí un «deja vu» al comprender que eran Juan y Hugo los que hablaban, como unos días atrás. Me situé en la misma posición que en la anterior ocasión y apliqué el oído. Me ayudaba, además, con la lectura de labios al estar ambos en mi ángulo de visión.

—No me jodas, Hugo… —decía Juan—. Que os he visto salir del baño. Y no creo que hayas entrado con ella a mear sentado. Ahí dentro meaderos de tío no hay que yo sepa.

—Pues te aseguro que no miento —replicaba el médico—. He entrado con Blanca a charlar, pero no me la he follado.

—Eres un cabrón… —la queja de Juan no rebajaba el nivel, muy en su estilo—. Tú te follas a la rubia todo lo que quieres y a los demás nos dejas las migajas.

—Ya estás con la misma milonga, Juan. ¿Cómo te tengo que decir que la rubia no se deja follar así como así?

—Pues me lo tendrás que repetir más veces, porque está claro que tú mandas y ella obedece.

El médico suspiró y se sentó. Parecía agobiado.

—Qué equivocado estáis todos. Aquí la que manda es Blanca, y ninguno os habéis enterado.

«Joder…», me dije alucinado. Por primera vez oía a Hugo decir algo tan placentero para mí, y lo que decía sonaba creíble. Aquella confesión me había impactado. Pero no quería perderme una palabra. Así que agucé el oído y la vista.

—Entonces, si no follábais —insistía Juan—. ¿Qué hacíais dentro del baño?

—No sé, tío, me llamó para que entrara cuando pasaba por allí… son cosas nuestras… qué más te da…

«¿Cosas nuestras?», esto me gustó bastante menos.

—Me da, Hugo, me da… A mí también me gusta esa zorrita… Tal vez más que a ti. Y si tú no te atreves con ella, al menos déjame que yo me la trabaje.

—Pedazo de cabrón salido… ¡Solo piensas en follar!

—Nos ha fastidiado… —replicaba el exbombero—. Y tú no, no te jode…

—Sabes que no… o al menos deberías saberlo si me escucharas… A mi Blanca no solo me importa por el sexo… Me importa de verdad, creo que me he enamorado como un gilipollas, y no la miro como tú, que para ti es solo un agujero donde meterla…

El gordo rió a carcajadas. Y yo no me sorprendí de esta declaración de amor. La había presentido desde hacía tiempo y era peor noticia saber poseída a Blanca por el corazón que por el sexo.

—Sí, eso es, como un agujero calentito y húmedo. Y esta noche se lo voy a perforar hasta que se lo reviente… Con cariño, ¿eh? Que quiero que disfrute y nos dé la primera alegría…

—Puto enfermo tarado…

Y Juan volvió a reír. Cuando terminó, siguió con su matraca.

—Venga, cuenta… Pasabas por allí y te llamó. ¿qué más?

Hugo suspiró y esta vez le respondió lo que quería oír.

—Me pidió que le entregara una de las cajas de la medicina que vine a vender a la fiesta.

Juan abrió los ojos de forma desmesurada.

—¿Una medicina? Joder, tío… eres una caja de sorpresas. ¿Y viniste a venderlas en la discoteca?

—Eso es… ¿Creías que vine a bailar y a ligar nenas con estas pintas? Cada uno se gana la vida como puede…

—Y… ¿Por qué haces eso? Si es que puede saberse…

El médico, una vez había comenzado, se lanzó en barrena.

—Mira, tío, no voy a contarte mi vida. Pero te haré un resumen. Estoy jodido. Desde que mi mujer me pidió el divorcio no levanto cabeza. El alquiler de la nueva casa, la pensión de los niños… Y en el trabajo he tenido un bache. Llevo una temporada que me dedico a vender lo que sea para sobrevivir. Y aquí vine cargado de esa medicina porque sabía que se iba a necesitar. Y a montones.

»Y no me equivocaba. Vendí toda la que pude, pero aún me ha quedado bastante. Y resulta que Blanca se ha enterado. La ha debido de ver en mi cuarto en algún momento. Así que la muy zorra me escribió por el wasap y me acosó hasta que le reconocí que eran lo que ella creía. Me pidió una caja y me hice el sueco. Lo que viste esta mañana fue cuando me llamó al baño según pasaba. Pero no era para abrirse de piernas. Lo que quería era presionarme para que le pasara la caja que me pidió. Y a cambio me ha ofrecido ser más «cariñosa» conmigo.

Me sentí remover de nuevo, por más que me ocurriera a menudo con cada secreto que descubría de Blanca, no terminaba de acostumbrarme a las sorpresas.

—Hostia puta… ¿Más cariñosa?

—Sí, eso ha dicho…

—¿Y cariñosa en qué sentido? —preguntó el gordo, siempre buscando la parte morbosa de todo—. Porque en el sentido de serlo durante las prácticas no significa nada. Las prácticas son muy frías, pim pam, pim pam… Pero nada del otro jueves. Lo que realmente mola es pillarla a escondidas, por sorpresa, y quitarle las bragas antes de que se dé cuenta… Y convencerla de que abra las piernas… Y reventarla el coño hasta que grite la muy puta...

—Deja de soñar, ¿vale? —replicó el médico con malas pulgas—. No conseguirías eso de Blanca ni en mil años. Esa mujer no es lo que parece. Hay algo extraño en ella que no sé descifrar. Te da y te quita, de pronto parece que va todo bien, y a la siguiente te marca un desprecio. La muy jodida juega en otra liga. Y tú no le llegas ni al tacón de los zapatos.

«¡Joder!», bufé. Parecía que Hugo iba conociendo a Blanca. La Blanca del encierro, porque antes nunca había sido así. Y se notaba por sus palabras que sentía el mismo vaivén que yo estaba experimentando con ella.

El exbombero no salía de su asombro con las explicaciones del médico. Y yo otro tanto. Pero Hugo aún no había mencionado de qué medicina se trataba. Y el gordo tenía tanta curiosidad como yo en conocer su nombre.

—¿Cuál es esa medicina para que la atraiga tanto? No será coca…

—¿Coca? No, ni hablar, no jodas…

—¿Entonces?

Ante la insistencia de Juan, Hugo soltó el nombre de la medicina a un nivel tan bajo que pareció que solo había movido los labios. Un movimiento imperceptible para cualquiera, menos para un profesor de niños sordos.

La palabra resonó en mi cerebro: «¡Viagra!».

—Hostia puta… —repitió Juan.

—Y para qué quiere Blanca vi… —el médico le tapó la boca antes de que pronunciara la palabra.

—Calla, coño, que las paredes oyen… No se te ocurra decir ese nombre en voz alta si quieres salir vivo de aquí.

—¿Por qué? —se extrañó el exbombero—. Que yo sepa, algo así no está prohibido en las reglas.

—Ya, pero ya sabes que aquí las reglas se cambian sobre la marcha. Así que chitón…

—¿No vas a decirme para qué la quiere?

—¿Tú qué crees? Pero si tienes tanta curiosidad, se lo preguntas a ella.

El siguiente comentario del médico cambió de tercio la conversación. Se notaba que estaba deseando hacerlo. Dejar los temas escabrosos de una vez. Y yo preferí no quedarme a escuchar. Ya tenía información suficiente, no necesitaba mucha más. Al menos de momento.

Blanca era mi próximo objetivo.



Día 8 (2) – Primera prueba oficial​


Pero Blanca no apareció en todo el día. Parecía haberse cabreado de veras. La esperé en la habitación hasta la hora de comer. Buscarla por la discoteca era tarea inútil, ya lo había comprobado en alguna ocasión. Así que leí varias horas sin enterarme de lo que leía mientras la esperaba.

Sobre las dos me pasé por la cocina. Rubén ya comía la dosis de proteínas que necesitaba a diario. Y, aunque no esperaba mucho del musculitos, le pregunté por mi novia.

—¿Blanca? —dijo como si hubiera más mujeres bajo aquel techo—. Pues sí, ha estado por aquí hace un rato. Pero cogió comida y se esfumó. Y llevaba comida para dos o tres, yo no digo nada…

Me molestó la insinuación del chaval, pero ya estaba acostumbrado a sus tonterías e hice oídos sordos.

Algo más tarde llegaron Juan y Hugo, solos, y se declararon hambrientos. Quedaba confirmado que Blanca no se encontraba con ninguno de ellos y eso me alivió algo de la tensión acumulada.

Una vez lleno el estómago, decidí volverme al cuarto. Y seguir esperando. No tenía otra.

Me comí las uñas durante toda la tarde, pero al fin apareció. Serían sobre las nueve. Lo primero que hizo fue tomar los artículos de baño y las toallas y salir hacia los aseos. Ya de vuelta, se dedicó a elegir la ropa para el show de la noche.

—Espero que esta noche no se anule —le dije por romper el silencio de todo un día—. Necesitamos avanzar, estamos estancados.

—¿Vas a venir? —dijo por toda respuesta.

—Sí, creo que sí…

Se acercó a mí y se sentó a mi lado.

—Tengo miedo, Alex…

Me enterneció su comentario. Saberla menos fuerte de lo que aparentaba me daba opción a actuar como su hombre, su macho Alpha, el apoyo que necesitaba. De todas formas, no quería hacerme ilusiones.

—¿Miedo? ¿De qué?

—No sé, de todo… —respondió sin mirarme—. De que algo salga mal, de que no soporte la presión llegado el momento…. De que no consiga llegar a… «eso»… De que tú te enfades y armes algún lío…

Le acaricié el pelo y ella me sonrió.

—Por mí no te preocupes —le aseguré—. Haz lo que tengas que hacer. Haré lo posible por contenerme, te lo prometo. Pero si no puedes con ello, si algo te repele y lo quieres dejar, sal corriendo y yo te estaré ahí. No te fallaré, te lo juro.

—Alex… —me susurró—. Necesito pedirte algo…

—Dime… —una culebrilla recorrió mi estómago. ¿Qué vendría a continuación?

—Haga lo que haga… y pase lo que pase… confía en mí…

El silencio nos envolvió, ¿qué podía responder a eso?

—¿Lo harás? —insistió ante mi mutismo.

Y por fin respondí lo que quería oír. ¿Qué otra cosa podía hacer?

—Claro, cielo, no te preocupes, confío en ti y siempre lo haré.

—Gracias…

Se acurrucó en mis brazos y la acuné como a una niña. Al cabo, miró su reloj y saltó alarmada.

—Ostras, son menos veinte y yo sin vestir…

A falta de tres minutos salió corriendo hacia el escenario. Yo la seguí parsimonioso, como si no deseara llegar nunca, ni mirar lo que iba a tener que ver.



*​



Subí a la tercera planta y entré en la sala de espectadores. Juan y Blanca ya habían comenzado el show. Eran las diez y cinco y no parecía que quisieran perder el tiempo. Con razón, por otro lado, las pruebas oficiales estaban limitadas a hora y media. No tenían toda la noche, por fortuna para mí.

Mario y Rubén estaban sentados en sendas sillas frente al ventanal de espejo, pero yo preferí quedarme de pie y lo más alejado de ellos que pude.

Pensé en Hugo, que no estaba con ellos. ¿Qué estaría haciendo para no venir a presenciar el espectáculo? Si él era el director de orquesta como pretendía, no tenía excusa para no estar en primera línea de fuego. Me olvidé de él, imaginando que no tardaría en llegar, y me concentré en la escena del interior de la sala.

Blanca y Juan estaban de pie, muy juntos pero no abrazados. Él se había bajado los pantalones hasta medio muslo y ella le tenía agarrada la verga, masturbándola con lentitud con ambas manos. El gordo había levantado su falda, aunque sin quitársela, y le manoseaba la entrepierna por debajo de las bragas, que mi novia aún conservaba.

—Así… Blanquita… así… —decía jadeando—. Con una mano sube y baja la piel y con la otra amásame los huevos… Muy bien… así… Joder cómo has aprendido desde el otro día… Menuda zorrita estás hecha.

Blanca callaba y seguía trabajando la verga del tipejo.

—Por cierto… —seguía él—. Te gusta mi dedito en tu agujero… Hostias, Blanquita… si estás empapada… Vaya si te gusta, guarrona… Venga, toma otro, y ya tienes dos dentro… Ahora te meto el tercero, en cuanto se te abra bien el coñito…

Blanca bajaba la cabeza y él le besaba en el cuello con jadeos entrecortados. Tuve la sensación de que mi novia le estaba negando la boca. Confirmé que estaba en lo cierto cuando el tipejo, sujetándola por la raíz de la melena, la obligó a levantar el rostro y le tomó la boca al asalto con su lengua por delante. Mi novia se resistió cuanto pudo, pero al fin claudicó y abrió los labios para recibir el apéndice húmedo y viscoso del exbombero.

Me sentí mal por lo que ella debía de estar pasando, viéndose obligada a besar una boca ajena y miserable. Pero sucedió lo que menos esperaba. Blanca soltó la polla del gordo y le echó los brazos al cuello. Y comenzó un jugueteo entre lenguas, ora en una boca, ora en la otra, lujurioso y rastrero.

«Blanca, joder, no…», me lamenté.

El enorme exbombero apenas podía abrazar a mi novia, su panza le impedía unir cadera con cadera, pero se las apañó para sujetarla por el culo y atraerla hacia él. Y, con la polla firme y mirando al frente, comenzó un jugueteo moviendo su cadera adelante y atrás y golpeando el vientre de Blanca, en una especie de simulacro de penetración.

—Mira, así es como te la voy a meter… Adentro, afuera, adentro, afuera… Te voy a llenar ese agujerito de carne para que la disfrutes… Verás como subes al cielo y ganamos la apuesta…

Sin fuerza en las piernas, tuve que sentarme para poder seguir allí. Mario y Rubén jaleaban la jugada de vez en cuando y aplaudían si lo que veían les parecía interesante.

En aquella postura erguida se mantuvieron unos minutos, pasados los cuales Juan dio un giro de guion. Sin previo aviso, tomó a Blanca por un hombro y, sujetándole la melena con la otra mano, la empujó hacia abajo hasta que la tuvo de rodillas. Estaba claro lo que iba a ocurrir, y cerré los ojos para no verlo.

Cuando los abrí Juan follaba la boca de mi novia con parsimonia, consiguiendo en cada embestida que le entrara un centímetro más. El gordo reía y medía con los dedos la diferencia de longitud entre la penetración actual y la anterior.

—Mira, zorrita… Ya te entra la mitad… Relaja la garganta, que te tiene que entrar toda… Ufff… cielo, así, así con la lengüita… como la manejas, guarrona…

Blanca, colorada como un tomate, parecía no poder respirar. Pero, en lugar de rehuirle, levantaba la mirada y la clavaba en sus ojos, como pidiéndole más, un poco más cada vez.

No pude resistir la tensión y hui de la sala. Blanca me estaba dando la de arena. Lo hablado un momento antes en la habitación había sido la de cal, pero ahora pintaban vastos.

Era el movimiento de péndulo que volvía. ¿Por qué se había vuelto tan zorra? ¿Por qué no se dedicaba a follar escuetamente para conseguir el objetivo? Me daba cuenta de que, si Juan estaba disfrutando con aquel polvo, Blanca no lo hacía mucho menos.

Y eso dolía. Y mucho.



*​



Recordé las palabras de Blanca: «tengo miedo de que te enfades y montes algún lío…». Y su petición expresa: «pase lo que pase, confía en mí». Y decidí que se lo debía. Que no podía dejarla sola. Ella no me veía ni oía desde dentro de la sala, pero si creía que estaba allí, a su lado, se sentiría arropada.

Así que tragué la bilis que me subía por la garganta y volví a la sala de espectadores.

La escena había cambiado. Blanca se había quitado la falda y las bragas y se encontraba apoyada en el cabecero de la cama. Juan, de rodillas ante ella, tenía la cabeza incrustada entre sus piernas y le saboreaba el coño con un fervor casi religioso. Miraba de cuando en cuando hacia arriba y, Blanca, le correspondía con una sonrisa y con los ojos semi cerrados, al tiempo que le sujetaba la cabeza para que no se despistara de su tarea.

Se notaba que mi novia estaba gozando aquella comida. Suspiraba y gemía y le iba diciendo lo que quería, lo que no, dónde tenía que repetir y dónde debía dejar de insistir. Era vomitivo, pero me forcé a estar allí, al pie del cañón.

Repentinamente, vi abrirse la puerta del escenario y comprendí por qué Hugo no estaba junto a los espectadores. El médico era parte del espectáculo. Blanca le vio acercarse y la sonrisa con que le recibió me partió el alma.

Antes de lo que tarda en contarse, el calvorota se había despojado de la parte inferior de su ropa y, verga en mano, acercó su cadera al rostro de Blanca para introducírsela en la boca. Ésta abrió los labios y la recibió con lo que me pareció lujuria.

—Eso, así es, Hugo… —el gordo volvía a sus charlas—. Dale que chupe a la zorrita, que yo la voy calentando por abajo. La vamos a dar bien dado… para que disfrute y nos den un diez los capullos de EXTA-SIS. Venga, Blanquita, usa la lengüita y chúpale bien a Hugo, demuéstrale lo que te he enseñado…

—Tranqui, Juan, que la nena sabe lo que tiene que hacer —apuntó el médico—. No es la primera vez que me la mama la muy guarra…

A pesar de mis promesas, no pude contenerme. Salí corriendo hacia la puerta de la sala e intenté empujarla. Si el médico había entrado, tal vez era porque se encontraba abierta.

Pero no era así. La maldita puerta se hallaba atrancada a cal y canto. Para entrar en la sala se necesitaba la llave, como habían explicado nuestros captores. ¿Cómo diablos había conseguido una llave Hugo?

No pude evitarlo, Blanca tenía razón, en cualquier momento un circuito en mi cerebro podía hacer contacto y me pondría a armar jaleo. Y sucedió. Me lié a puñetazos con la puerta metálica. Al no conseguir nada, comencé con las patadas. Al menos, si no conseguía entrar, que me oyesen.

Me harté de patear y de golpear con el puño y recordé algo que habíamos comentado el día que visitamos el escenario por primera vez, en un remedo de tour turístico. La sala era una cámara «anecoica». Ese tipo de salas que no permiten salir ni entrar sonidos en ella, como las cabinas donde se realizan las pruebas de capacidad auditiva. Si en la sala de espectadores se oía el sonido interior era por el sistema de megafonía que había mencionado la voz en off.

Era inútil, por mucho que golpeara, nadie de dentro iba a escucharme.

Decepcionado y desesperado, me volví junto a Mario y Rubén. La escena, como era de esperar, había seguido hacia adelante.

Juan se había sentado con la espalda en el cabecero de la cama. Blanca, sentada encima de él, y dándole la espalda, se encontraba insertada en su enorme verga, que el gordo movía adentro y afuera del vientre de mi novia con movimientos de cadera.

—Muy bien, muévete, Blanquita… Así, adentro, afuera… muy bien, mi niña… Joder… cómo te mueves, pedazo de golfa…

El morbo de aquella escena, la enorme polla del gordo entrando y saliendo del coño de Blanca, competía con el horror de saber a mi novia poseída por dos hombres a la vez.

Hugo, a lo suyo y de rodillas, follaba la boca de Blanca y la disfrutaba poniendo los ojos en blanco.

—Joder… hummm… joder… —jadeaba el ginecólogo.

Estuve a punto de exclamar un exabrupto. Pero no quise humillarme ante mis compañeros de espectáculo, y me mordí la lengua para no gritar.

La escena no tardó en cambiar de nuevo. El exbombero salió de debajo de Blanca y manipuló a mi chica para que se situara en la posición que él mantenía un segundo antes. Luego se tumbó sobre ella y volvió a penetrarla sin esperas. Un violento misionero, la postura preferida de Juan, comenzó de inmediato. El gordo, mientras se follaba a la protagonista de lo que parecía una película porno, le comía las tetas con dedicación, provocando los gemidos de Blanca que iban subiendo de tono.

—Joder, cielo, qué pedazo de coño tienes… Ufff… Ahí va… toda pa dentro… Está que arde… y tan mojado que mi polla se escurre… Toma, toma, toma… ¿qué tal vas, reina?

—Mmmm… —era lo máximo que respondía Blanca a las insinuaciones del gordo.

Mientras Juan la follaba, el médico se las apañaba en cualquier postura para mantener la polla dentro de su boca. Se «adaptaba». Ahora, con postura un tanto forzada, la seguía follando desde arriba. Blanca hacía esfuerzos por no soltar la polla del ginecólogo y chupaba con algo más que devoción. Parecía que cumplía su promesa de profesarle más «cariño» a cambio de la Viagra.

Salí de nuevo de la sala de espectadores en dirección al baño y vomité todo lo que había cenado. Diez minutos más tarde, ya recuperado, volví al escenario y me encontré con un nuevo cuadro.

Blanca, semisentada contra el cabecero, esperaba la corrida de ambos hombres. Estos, de rodillas, se masturbaban veloces para descargar sobre ella.

—¿Qué ha pasado? —pensé y me lamenté al comprobar que lo había hecho en voz alta.

—Joder… —dijo el viejo—. ¡Te has perdido lo mejor, tío…!

Le miré con cara de asco y le animé con la mirada a proseguir.

—Pues resulta que la guarra se ha corrido como lo que es… una cerda de campeonato. Y ha tenido que ser una corrida de la hostia porque la tía se ha pasado varios minutos dando botes sobre la cama con los ojos en blanco, mientras esos dos no paraban de darla… pim pam, pim pam… ¡Qué crack el gordo! ¡Como se la ha follado el hijo puta…! Jejeje…

Me arrepentí de haber preguntado, pero esperaba que aquello acabara cuanto antes, al menos ya habían conseguido el objetivo. Blanca ya no pintaba nada allí dentro.

Mi novia miraba a los dos tipejos y les señalaba las tetas para que dirigieran allí la lefada que le iba a caer encima. Imaginé el sentimiento de asco que debía de embargarle. O al menos el que le habría embargado en situación parecida antes de entrar en la maldita discoteca.

Finalmente, la lluvia de esperma comenzó a brotar de ambas pollas. Primero de la verga del gordo Juan, quien volcado sobre ella le llenó los pechos y el cuello de su blanca sustancia. El tipo gruñía como un cerdo mientras disparaba y disparaba como si nunca fuera a detenerse.

Hugo tardó algo más. Y cuando comenzó a eyacular, haciendo caso omiso de las indicaciones de Blanca, se elevó un poco y los escupitajos de su verga comenzaron a pringar la cara de mi novia. Ella se quejaba de la traición del médico, pero éste soltaba palabras obscenas y seguía pringándola.

—Joder… toma… toma… cómete esa… pedazo de guarra… —decía el ginecólogo ante mi asombro.

«Puto cerdo», me quejaba en silencio. ¿Y el hijo de su madre decía que Blanca estaba al mando? Si lo hubiera estado, no dudaba de que le hubiera arreado una buena hostia.

Por fin, la lluvia de semen terminó. El gordo se tumbó sobre la cama a un lado de Blanca. Jadeaba sonriente. Se lo había pasado en grande.

—Joder, qué corrida… la hostia, tía…

El médico, en cambio, parecía tener cuerda todavía. Se sentó de espaldas a los espectadores del exterior y siguió hurgando en su entrepierna. Blanca, por su parte, se limpiaba la cara y las tetas como podía con el borde de la sábana. La pringada había sido de las grandes. Una vez se sintió lo menos indecente posible, hizo el gesto de levantarse. El médico, sin embargo, se lo impidió.

—Espera —le dijo—. ¿Dónde te crees que vas?

—¿Cómo que dónde voy? —puso ella expresión de mosqueo—. A dormir, por supuesto.

—De eso nada… —la empujó hacia atrás.

—¿Cómo que no…? —protestó Blanca con malas pulgas—. Me he corrido… Orgasmos uno, EXTA-SIS cero. ¿Qué más quieres? Si te apetece seguir pelándotela, adelante, pero yo me largo.

La sujetó por el brazo y yo me lancé contra el cristal, golpeándolo con una fuerza tan considerable como inútil.

—Tú te quedas… —le dijo apretándole el antebrazo—. Ahora te voy a follar yo.

Recordé las enseñanzas de Juan en la conversación de la biblioteca: «lo que mola es pillarla a escondidas, por sorpresa, y quitarle las bragas antes de que se dé cuenta… convencerla de que abra las piernas… Y reventarle el coño hasta que grite». Parecía que Hugo estaba siguiendo el consejo del exbombero.

Me fijé en la verga del médico. Se hallaba aún tiesa como un poste, a pesar de la corrida de un momento antes, y se la había enfundado en un condón.

Caí en la cuenta de lo que ocurría: el tipejo había tomado de su propia medicina. Una de las pastillas azules con las que comerciaba.

—¿Follarme, tú? —le sonrió Blanca con desprecio—. ¿Estás soñando, querido?

—No seas, cabrona, Blanca… —la expresión de Hugo era suplicante—. Me lo debes. Yo te he dado… eso… ahora te toca a ti cumplir.

—¿Cumplir? —Blanca arrugó el entrecejo—. Yo ya he cumplido contigo. Y te he advertido que a la cara no me lo echaras, puto cerdo… Si quieres follarme, ya tendrás ocasión de hacerlo en las prácticas. Y ahora, aparta…

A punto estuve de aplaudir. Los otros tres hombres miraban la escena con la boca abierta. No podían creer la forma en que Blanca le hablaba a quien consideraban el jefe.

Mi novia se cansó de sostener la mirada a Hugo y, esquivándole, echó a andar hacia la salida, colocándose lo que le faltaba de ropa. El médico la volvió a sujetar por el brazo. Pero esta vez Blanca no se dignó ni a mirarle. Se revolvió y, soltándose de su garra, le dio un manotazo en la mano mordiéndose la lengua y enseñándole los dientes.

—¡Que no me toques…!

Hugo se quedó clavado en el sitio y Blanca salió disparada hacia la puerta.

No quise esperarla, mi expresión lo decía todo y no quería que Blanca la leyese, porque mostraba la duda de si aquella pelea era una simple «lucha de egos» o si se trataba de una nueva pelea de enamorados. Prefería no saberlo. Y para no saber, lo mejor era salir de allí cuanto antes.

Continuará......
 

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