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Everest
Me llamo Alex y soy el alpinista más joven en haber alcanzado la cima del Everest a 8848,86 metros sobre nivel del mar, dos objetivos me impulsaron a hacerlo, la superación personal y la necesidad. Conocí a Sandra en una entrevista que me concedieron después de casi perder la vida en el K2, ella trabajaba para una revista muy famosa sobre alpinismo. En cuanto sus ojos se cruzaron con los míos supe que estaba ante la mujer de mi vida, El K2 me derroto, pero también me dio la oportunidad de conocer al amor de mi vida.
La empresa que creamos entre Rudy, Ingrid y yo, estaba especializada en dar adiestramiento a los incautos que pretendían subir el Everest sin preparación previa, pero para que nuestra empresa funcionase necesitábamos buena publicidad y que mejor publicidad que coronar el monte más alto del mundo.
Dos días antes del ascenso Rudy haciendo el tonto metió su pie entre dos piedras con tan mala suerte que se tropezó y al caerse se fracturó el tobillo. Ingrid en ese momento no tenía la experiencia suficiente para intentar el ascenso, mientras Rudy y yo ya habíamos coronado un par de ocho miles, ella se dedicó a estudiar medicina. Subir a la cumbre en solitario no era una buena idea, si ocurría alguna desgracia no tenias ningún apoyo y normalmente eso era una sentencia de muerte.
Paul un alpinista que se dedicaban a subir a los ricachones que nosotros intentábamos instruir me hizo un hueco en su grupo para que subiera con ellos. No conocía a ninguno y eso era un problema cuando las cosas se pusieran difíciles, pero sabía que Paul era un buen alpinista, eso era mejor que subir solo. Salimos a las cuatro de la mañana, la idea era llegar a la cumbre sobre la una del mediodía para poder descender antes de que se hiciera de noche.
En eso Paul era tajante, si alguno de su grupo no podía llegar a la cumbre antes de la una de la tarde se daría media vuelta directo al campo base número cuatro que estaba a 7920 metros del nivel del mar. Una vez que se sobrepasaban los 8 mil metros entraban en lo que los alpinistas llamábamos la zona de la muerte, se denominaba así, puesto que la baja presión atmosférica ahí reinante era incompatible con la vida aunque estuvieras en cortos periodos de tiempo de menos de un día, una vez en la zona de la muerte sentías como la montaña te robaba la vida, teniendo que respirar quince veces para poder dar un paso.
Todo fue según Paul lo había planeado, como dije, a tres miembros de su grupo les ordeno que dieran media vuelta, uno de ellos empezó a sufrir lo que denominábamos mal de altura. Ninguno de ellos estaba dispuesto a darse la vuelta. Que tenía esta montaña que nos volvía a los seres humanos tan egoístas, lo que esos tres no comprendían era que por cumplir su capricho ponían en peligro a los demás miembros del grupo. La peor parte fue el Paso Hillary, era una cara casi vertical de roca con una altura de cerca de 12 metros situada a 8790 metros sobre el nivel del mar.
Para poder pasarlo se situaban unas cuerdas donde el alpinista enganchaba su arnés de esa manera se minimizaba en algo el riesgo, el problema era que para cuando llegabas a ese punto de la montaña flaqueaban no solo las fuerzas sino también la lucidez. Más de un alpinista había perdido la vida convencida de que se había enganchado cuando no lo había hecho cayendo al vacío. Una vez pasado el Paso Hillary, tardamos un par de horas más en llegar a la cumbre.
No se puede explicar con palabras lo que se siente cuando miras a tu alrededor, es la visión más bonita del mundo. Una vez pasada la felicidad empieza el descenso que en mi opinión es mucho más peligrosa que el ascenso. El frío es brutal, llega un momento que dejas de sentir tus extremidades, pero lo que jamás dejas de sentir es el dolor. Yo llevaba oxígeno, llegar a la cumbre ya era suficiente para mí, no necesitaba exponer más mi vida.
Algunos del grupo de Paul decidieron no llevar oxígeno y se arrepintieron, uno de ellos un empresario famoso nos exigió a los demás que le diéramos una de nuestras bombonas de oxígeno, Paúl fue a decirle algo, pero yo me adelante.
- Aquí no eres más que los demás–dije–. Lo que tendrías que haber hecho es haber traído tus propias bombonas.
Aquel hombre intentaba gritarme, pero el cansancio y la falta de oxígeno se lo impedían, al final fue Paul el que decidió cederle una de las suyas. No hay dinero que pueda pagar una vida, no deberían dejar escalar montañas como el Everest a personas sin ningún tipo de experiencia. De no ser por el Sherpa que llevaba todos sus bártulos ese hombre no hubiera sobrevivido, tardamos unas casi doce horas en llegar al campamento número cuatro.
Después de descansar bajamos hasta el campamento base, allí estuvimos unas semanas para recuperarnos del cansancio y los efectos que esa montaña había dejado en nuestros cuerpos, la última noche antes de volver tuve un altercado con ese empresario.
- No sé quién te has creído que eres–dijo el empresario–. Si yo ordeno algo se cumple.
- En esta montaña no eres nadie–dije–. Además, yo no trabajo para ti.
Paul se metió entre los dos diciéndole al empresario que la decisión de no llevar oxígeno había sido suya, en contra de lo que todo el mundo le había aconsejado. Mirándome con cara de enfado, pero consciente que todo el mundo le estaba mirando de forma inquisitiva decidió plegar velas y salir de la tienda. No me había dado cuenta de que Rudy e Ingrid se encontraban en la entrada de la tienda, la mirada de Rudy lo decía todo, aquel empresario fanfarrón trago saliva al ver la expresión de mi amigo, Ingrid no tenía una expresión mejor, se suponía que ella era la más calmada de ese matrimonio, pero la verdad es que estábamos cansados de las actitudes de algunos montañeros que se creían que al tener mucho dinero podían hacer lo que les diera la gana.
Ingrid me comunico que Sandra llegaría en un par de días por culpa de un reportaje de última hora que le habían encasquetado. Me entristeció saber que no vería a Sandra en dos días, pero pensaba revivirla como se merecía. La revista mandó a un reportero a cubrir la entrevista, me dijeron si no me importaba bajar al campamento base, aquel reportero lo único que había subido en su vida había sido la cuesta del garaje y en coche.
Rudy e Ingrid se rieron diciéndome que ellos me acompañarían, Rudy conocía tan bien el Everest que podría haberlo descendido haciendo el pino. Una vez en el campamento base, entre en la tienda donde me harían la entrevista dentro me esperaba un hombre tapado hasta las orejas y temblando del frío, no podía culparlo la verdad es que ese día el sol calentaba poco.
- ¿Que se siente al ser el alpinista más joven en ascender el Everest?–pregunto el reportero–. Reconozco que siento cierta envidia.
- La verdad es que no se puede describir con palabras–dije–. Se tiene que estar ahí para experimentarlo, ¿no te gustaría probar?
- No gracias–dijo el reportero–. Aunque la verdad es que tú has subido por otra razón, ¿verdad?
- Así es–conteste–. Mi objetivo era promocionar la empresa que funde junto a mis amigos.
- ¿Qué empresa es esa?–pregunto el reportero–. ¿Podrías explicarnos?
- Nuestra empresa se especializa en adiestrar a montañeros inexpertos para que puedan tener posibilidades de sobrevivir en esta montaña–dije–. Intentando evitar las máximas muerte posibles.
- Desde fuera parece que cualquiera puede escalar el Everest–dijo el reportero–. ¿Es así?
- No lo es–conteste–. Esta montaña es letal, si la gente sería tan consciente como lo soy yo, no lo intentarían ni la mitad de ellos.
- ¿Hablas de la famosa zona de la muerte?–pregunto el periodista–. ¿Qué tan peligrosa es?
- Por encima de los 8 mil metros solo hay un 35% de oxígeno–dije–. Esa falta de oxígeno provoca alucinaciones y con una exposición más extensa, edema pulmonar o cerebral, además de provocar que tus órganos vayan fallando poco a poco.
- ¿Crees necesario el uso de oxígeno para ascender a la cumbre?–pregunto el periodista–. Algunos opinan que es más meritorio hacerlo sin oxigeno.
- A 8 mil metros te estás muriendo–dije–. Llegar a la cumbre ya tiene suficiente mérito para mí.
- Muchos alpinistas pierden partes de su cuerpo por congelación–dijo el reportero–. ¿Tú has sufrido algo semejante?
- No–conteste–. Conozco perfectamente mi cuerpo y cuando este me dice que ya no puede más no suelo forzarlo, mi lema es vive hoy para ascender mañana.
- Interesante lema–rio el presentador–. Ha sido un placer entrevistarte.
- El placer ha sido mío–dije.
La hipotermia era un problema muy real, muchos la ignoraban perdiendo partes de su cuerpo, esos eran los más afortunados, puesto que había otros que lo habían pagado con su propia vida. Como he comentado, a mí no me obsesionaba llegar a la cumbre, porque no solo era ascender después había que descender cuando el cuerpo ya había agotado todas sus fuerzas. Por suerte Rudy opinaba lo mismo que yo, nuestra meta era ascender las 14 montañas más altas del mundo y lo haríamos poco a poco, no teníamos prisa.
Para cuando me di cuenta los dos días habían pasado y estaba esperando la llegada de Sandra, vendría en el helicóptero que traía las provisiones. Cuando descendió, toda la montaña se iluminó, pero lo que más destacaba era ese cabello de color rojo como el fuego. Lo primero que hice fue besarla mientras la abrazaba con todas mis fuerzas.
- Qué orgullosa estoy de ti–dijo Sandra–. La siguiente vez quiero estar a tu lado.
- Bien, pero tendrás que trabajar duro–dije–. No dejaré que vayas hasta que vea que estás preparada.
- Vale, Vale, empiezo a pensar que no quieres que suba contigo–comento Sandra–. No tendrás un lío a mis espaldas, ¿verdad?
La cabrona se puso a reír como una loca, mientras yo la miraba con una cara de mala leche que asustaba.
- Como que tengo tiempo para esas cosas–dije enfadado–. ¡Yo me reservo solo para ti!
- No te enfades–dijo Sandra–. Es una broma hombre.
Me abrazo para volver a besarme y como pasaba siempre, mi la mala leche con ella me duraba lo mismo que un caramelo en la puerta de un colegio. Mientras Sandra fue a saludar a Rudy e Ingrid, yo fui a preparar una tienda de campaña en cierta zona discreta donde nadie nos molestaría. Al ser mediodía aunque hacía frío el sol calentaba bastante y yo llevaba mucho tiempo sin hacer el amor con Sandra, las mejores estaciones para ascender el Everest eran primavera y otoño, eso quería decir que yo solía estar en esa montaña de marzo a mediados de mayo y de octubre a mediados de diciembre.
Eso significaba que solía estar seis meses fuera de casa, Sandra solía venir en muchas ocasiones, pero ella al ser reportera de una revista de alpinismo también solía viajar mucho, puesto que solía entrevistar a otros alpinistas a lo largo de las catorce montañas más altas del mundo. Por lo cual el tiempo que solíamos estar juntos lo solíamos aprovecharlo a tope, la tienda de campaña que monte era muy amplia, Sandra no tardo en aparecer con una preciosa sonrisa dibujada en su rostro.
Mi pelirroja estaba haciendo que mi cuerpo alcanzara una temperatura volcánica, nos desnudamos los dos y nos metimos en mi saco de dormir, la verdad es que en este saco no escatime comprándome uno que podía soportar una temperatura de veintiséis grados bajo cero. Aunque a esa hora del día hacía menos frío hacia lo suficiente para morir de hipotermia si te quedabas desnudo fuera del saco, así que tuvimos que ir al grano sin preliminares, le dije a Sandra que en cuanto bajáramos a la civilización reservaría una habitación en un buen hotel para que pudiéramos demostrarnos lo mucho que nos amábamos.
Sandra se puso debajo abriendo bien las piernas, tenía el coñito como una estufa, coloque la punta de mi polla en la entrada de su coñito entrando sin esfuerzo. Nuestros labios se besaban mientras mis embestidas iban ganando en intensidad, lagrimas empezaron a descender por mis mejillas al sentir como entraba en su interior después de tanto tiempo. Muchos alpinistas dicen que ascender el Everest y llegar a la cumbre es mejor que el sexo, mentira, el sexo con la persona que amas supera cualquier sensación.
No fue el mejor sexo de nuestra vida, el saco no dejaba mucho espacio y no estábamos en el lugar más adecuado para dar rienda suelta a nuestros instintos. Había sido un buen preliminar para cuando estuviéramos en la civilización, esa noche sería histórica. Cuando volvimos a la tienda más grande, Rudy e Ingrid nos estaban esperando con sendas sonrisas en el rostro. Rudy me comento que teníamos que ir a rescatar a un alpinista que se había roto la pierna descendiendo, me preguntaba cuando había dejado de ser un hito ascender el Everest para convertirse en un recreo.
Muchos buenos alpinistas se habían dejado la vida creando las rutas que hoy en día utilizábamos para ascender y descender de esta montaña, por suerte la caída se había dado cerca del cuarto campamento. Tardamos unas dos horas en llegar y otras dos en bajarlo. Ingrid que era la medico del campamento le echo un vistazo, tuvimos que llevarlo hasta el campamento base para que un helicóptero pudiera trasladarlo a un hospital, tenía una fractura abierta, habiendo riesgo de que se le infectara.
Con eso se pasó la primavera, Rudy, Ingrid y yo tendríamos unos dos meses libres antes de volver a impartir adiestramiento a más incautos que querían ascender al Everest. Sandra se cogió un mes de vacaciones que aprovecharíamos para viajar. El destino elegido fue Santorini y como le prometí a Sandra reserve la habitación que mejores vistas tenía en todo el hotel, no era la suite, pero no os creáis que me salió mucho más barata. En cuanto llegamos Sandra se pegó una ducha y salió a la terraza de nuestra habitación.
El atardecer era precioso en Santorini, desde la ventana se podía ver el mejor cuadro del mundo, cielos anaranjados que contrastaban con el color del pelo de mi mujer. Esa noche salimos a caminar por la ciudad costera y cenamos en un buen restaurante, los dos estábamos deseando probar la gastronomía griega y no nos decepcionó. Después de cenar teníamos dos opciones, irnos a tomar una copa y a bailar o volvernos al hotel y comprobar la resistencia de nuestra cama.
Optamos por la segunda, Todo mi cuerpo temblaba de deseo, mire fijamente a Sandra, ella cogió mi mano y la metió debajo de su fino vestido para que comprobara lo caliente que estaba. No tardamos ni un suspiro en llegar al hotel, una vez entramos en nuestra habitación empezamos a desnudarnos, era toda una ventaja que fuera verano al llevar poca ropa pudimos desnudarnos rápidamente. Sandra en cuanto se despojó de se última prenda se agachó metiéndose mi erecta polla en la boca, la descarga de placer fue tal que termine por romper todos los botones de la camisa.
Sandra se estaba esmerando, succionando con tal fuerza que parecía que me chupaba hasta la vida, tuve que sujetarme a una columna que tenía cerca porque me temblaba todo el cuerpo y mis piernas apenas me sujetaban, las descargas que recorrían mi espalda eran cada vez más intensas hasta que no pude aguantar más y me corrí dentro de su boca. La mirada traviesa de Sandra mientras se pasaba la lengua por sus labios para no malgastar ni una sola gota me quito hasta el aliento.
Se puso de pie apoyando sus manos en la misma columna en la que me había sujetado yo, hecho el culo para atrás para que pudiera degustar el postre. Según iba metiendo mi rostro entre sus piernas podía notar el calor que desprendía su sexo, cuando mi lengua hizo contacto con su clítoris pude notar como todo su cuerpo se empezó a tensar. Sus gemidos fueron ganando en intensidad, sus flujos vaginales eran tan abundantes que no podía tragarlos todos y se escapaban por la comisura de mis labios, pero eso no fue nada comparado a cuando llego al orgasmo.
Agarro la columna con tal fuerza que llegue a pensar que la partía por la mitad, su corrida fue tan fuerte que casi me atraganto y tuve que separarme de ella tosiendo casi sin aire. Sandra se preocupó al ver que no dejaba de toser, pero levantando la mano le indique que me encontraba bien. Una vez se aseguró se subió a la cama diciéndome con su dedo que la siguiera. Me subí poniéndome de rodillas, Sandra coloco un pie a cada lado y se fue metiendo mi polla en su coñito muy despacito, una vez que la tuvo entera dentro paso sus manos por detrás de mi cuello echando su cuerpo para atrás, era como si me estuviera montando una amazona desbocada.
Sus movimientos cada vez eran más rápidos y el sonido que hacían nuestros cuerpos al chocar al se tuvieron que escucharlos en todo el hotel, pero nosotros éramos ajenos a eso, nosotros estábamos inmersos en una vorágine de placer que nos tenía extasiados. Sandra no acercó sus labios a los míos hasta que los dos llegamos a un atronador orgasmo besándonos con la misma intensidad de la primera vez.
Decidimos tumbarnos uno al lado del otro para descansar, pero el viaje nos pasó factura y terminamos por quedarnos dormidos, al despertar me fijé que el amor de mi vida me miraba con una mirada enamorada que me derretía por dentro.
- Sabes lo que he pensado–dijo Sandra–. Me gustaría que celebráramos nuestro aniversario en la cumbre del Everest.
La verdad es que la idea me pareció magnífica, pero había un problema, Sandra no había subido más haya del campamento base que se encontraba a unos 5.380 metros, aunque a esa altura había
menos oxigeno que al nivel del mar nada que ver con lo que se encontraría por encima de los 7000 metros. Tenía poco tiempo para hacer que Sandra se aclimatara a las alturas, pues nuestro aniversario era a principios de noviembre.
Tendría septiembre y octubre para prepararla como para poder hacer frente a tamaña empresa, si os tengo que ser sincero, si en vez de Sandra hubiera sido un desconocido le hubiera dicho que no, pero era incapaz de negarle nada cuando me miraba con esos ojitos. También tenía clara una cosa, una vez empezáramos la ascensión dejaría de lado lo que sentía por ella para poder tomar las decisiones acertadas y una de ellas era si veía su vida peligrar no ceder de darnos la vuelta por mucho que me suplicara que quería llegar a la cumbre.
En eso sería inflexible, aunque me costara una bronca de las gordas con ella.
- Sandra, en la ascensión yo tomaré las decisiones–dije–. Eso es innegociable.
- Pero...–contesto Sandra–. ¿Y si es cerca de la cumbre?
- Sabes cuál es mi lema, vive hoy asciende mañana–conteste–. Ninguna cumbre vale la vida de una persona.
Sandra se quedó pensativa, sabia perfectamente que lo que le acababa de decir no iba de farol. También sabia que se esforzaría al máximo en prepararse lo mejor posible, tenía un chaleco hecho de piel de alce que me trajeron de Siberia, eso la mantendría calentita y también pensaba regalarle dos bombonas pequeñas de oxigeno. Estas caben perfectamente en la mochila y pueden darte ese tiempo extra que juegue a tu favor cuando la cosa va de vida o muerte.
Lo bueno se acaba pronto, yo tenía que volver al Everest y Sandra se las arreglo para que le dieran la oportunidad de hacer un reportaje sobre como se preparaba un alpinista para ascender a la cumbre más alta del mundo. Desde que llega, el adiestramiento, aclimatación a la altura y por último el ascenso a la cumbre. Filmaría todo lo que haría durante los siguientes dos meses, Sandra estaba radiante, ella siempre se sintió atraída por la inmensidad de esta montaña, pero nunca se había atrevido a prepararse para hacer la ascensión.
Como me imagine se tomó el adiestramiento muy en serio, algunos de los alpinistas que habían llegado a pagar hasta cincuenta mil euros a un guía se comportaban como si estuvieran de vacaciones. Su atención era nula a lo que Rudy y yo intentábamos enseñarles. Creían que los Sherpas y los guías los llevarían hasta la cumbre, pero eran sus piernas las que tendría que llevarles y muchos de ellos no estaban preparados ni física ni psicológicamente para semejante reto.
Si de mí dependiera ninguno de ellos emprendería el ascenso, porque estaban arriesgando su vida y muchos de ellos ni siquiera coronarían la cumbre. Pasaríamos una semana en el campamento base, dos semanas en el segundo campamento a una altura de 6000 metros, otras dos semanas en un tercer campamento a una altura de 6 800 metros y por último un mes en el cuarto campamento que se encontraba a 7920 metros.
Esa sería la prueba de fuego, todo el que no pudiera aclimatarse en el campamento cuatro volvería al campamento base, daba igual lo que hubiera pagado o las influencias que tuviera. Al Everest le daban igual si eras multimillonario o tenías contactos en las altas esferas, si no estabas lo suficientemente preparado te quitaba la vida sin pestañear. Sandra tenía una mirada de concentración total, iba absorbiendo todo lo que Rudy y yo íbamos impartiendo en las clases de adiestramiento, desde que pisamos ese campamento dejamos de ser marido y mujer, ella era una alpinista y yo su instructor.
Solamente dejábamos esos roles cuando nos íbamos a dormir, pero Sandra llegaba tan cansada que una vez se metía en el saco se quedaba dormida. No tuvimos sexo durante esos dos meses, lo preferí así, nada de distracciones, Sandra tenía que estar lo mejor preparada para afrontar uno de los lugares más extremos del planeta. La semana paso y subimos al segundo campamento. Solo subimos 620 metros, pero la falta de oxigeno ya era más acusada.
Algunos alpinistas tuvieron que dar su brazo a torcer en el segundo campamento incapaces de salir de sus tiendas, sintiendo falta de aire y un cansancio extremo. Sandra lo paso mal los primeros tres días, pero para el cuarto su cuerpo empezó a aclimatarse, el resto de días fue como si hubiera vivido en ese lugar toda su vida. Todos los días hacíamos marchas no eran muy largas, pero de esa forma iban siendo conscientes de que caminar sobre el Everest no era igual que hacerlo al nivel del mar.
No sería lo mismo que cuando estuviéramos en la zona de la muerte, pero el cuerpo ya empezaba a pesar, necesitando más respiraciones para poder dar un paso. La única que se tomó en serio esos ejercicios fue Sandra, a tenaz no le ganaba nadie. Ingrid revisaba a todos los alpinistas que volvían de esa marcha. En una ocasión Ingrid me comunico que uno de ellos ya empezaba a experimentar un desgaste alto y que su recomendación como médico era que descendiera al campamento base.
Intente razonar con esa persona, pero fue inútil.
- Tienes que descender al campamento base–dije–. Tu cuerpo no soporta las condiciones de la base dos, morirás ahí arriba.
- ¿Tú quien te has creído que eres? –pregunto el alpinista–. Con una llamada haré que te pongan en tu sitio.
No tarde en recibir una llamada del campamento base, según parecía él era el dueño de una de las empresas que patrocinaba esta expedición y parecía que eso le daba carta blanca.
- Paul, morirá, no está preparado–dije–. No me podéis pedir que mande a ese hombre a su propia muerte.
- Él así lo ha decidido Alex–dijo Paul–. No podemos hacer nada al respecto, ellos son nuestros jefes.
Había algo en lo que Rudy y yo hacíamos hincapié, que todo alpinista conociera las señales que le daba su cuerpo y conocieran sus límites antes de llegar al campamento cuatro. El problema era que muchos como ese hombre ignoraban nuestras enseñanzas, de hecho decían que estábamos haciendo que perdieran su tiempo, que ellos habían venido a conquistar el Everest. Este último no llegaría ni al campamento cuatro.
Deje algo claro a Paul y con ello a todos incluso a ese que parecía ser nuestro jefe, la última palabra la tenía Ingrid, si ella veía en una de las revisiones que un alpinista no estaba en condiciones tendría que bajar, de no querer hacerlo tendría que firmar un consentimiento donde se hacía responsable de su decisión. Muchos hacían su voluntad y después de perder la vida sus familiares nos pedían responsabilidades a nosotros.
Paul estaba totalmente de acuerdo, él había tenido que lidiar con unas cuantas situaciones así, llego el momento de ascender al campamento tres, este se encontraba a 6800 metros del nivel del mar. Aquí ya se empezaron a ver las debilidades de algunos alpinistas, de hecho dos de ellos pidieron descender al campamento base por propia voluntad. En el campamento tres nos esperaban Aishwarya y Rajiv, Aishwarya era una mujer sherpa y posiblemente una de las mejores alpinistas que hubiera visto en mi vida, dejo el alpinismo cuando se quedó embarazada, Rajiv era su marido y este también dejo el alpinismo, no quería que su hijo viviera sin padre.
No solo fueron nuestros sherpas, también eran nuestros amigos, los contratamos para que nos ayudaran a adiestrar a los incautos que decidían ascender el Everest sin tener ninguna noción sobre alpinismo. Tenían más paciencia que el santo Job, Aishwarya y Rajiv tenían más experiencia que nadie, tal vez fueran tan buenos como lo fue Ian el hombre que nos enseñó todo lo que sabíamos de alpinismo.
Aishwarya era una mujer con mucho carácter, en una de esas ocasiones le dijo a uno de los alpinistas que si no quería aprender lo mejor que podía hacer era darse media vuelta y volver al campamento base ahora que todavía estaba a tiempo. Este era el dueño de la empresa que patrocinaba la ascensión, monto en cólera exigiendo que Aishwarya tenía que marcharse del campamento tres, Rudy fue muy claro con él, si seguía comportándose como si fuera un imbécil prescindiríamos de su patrocinio y todos tendríamos que volver a casa.
No era el único alpinista con un alto poder adquisitivo así que no le quedo otra que meterse la lengua en el culo y estarse calladito. Sandra seguía adaptándose bien y así pasamos las dos semanas. De aquí en adelante empezaba él desafió de verdad, durante el siguiente mes todos los alpinistas sabrían de qué estaban hechos y verían si podían ascender o no. Cuando llegamos al campamento cuatro todos fueron conscientes que nada tenía que ver con lo que habían vivido hasta ahora.
Aishwarya y Rajiv ayudaron a Ingrid a subir todo el material médico, Aishwarya embarazada seguía siendo mejor alpinista que cualquiera de los que estábamos allí, Rajiv no se quedaba atrás, pero reconocía que su mujer era mejor que él y se sentía muy orgulloso de ella. En el cuarto campamento empezaron los problemas para Sandra, en las anteriores bases había conseguido adaptarse muy rápido, pero ahora nos encontrábamos a 7920 metros.
El oxígeno a esta altitud era solo del 35% del que había a nivel del mar, simplemente dar cuatro pasos seguidos ya era agotador. Por primera vez vi miedo en su mirada, no a la montaña, sino a que yo viera que no podía conseguirlo y la enviara al campamento base.
- Tranquilízate–dije–. Todavía tenemos un mes por delante, no tengas prisa, nunca has estado a esta altitud.
- Tengo miedo–contesto Sandra–. Siento pavor de fracasar estando tan cerca de la meta.
- No estás tan cerca como crees–dije–. Lo comprobarás dentro de un mes.
Ingrid haría dos exámenes médicos por semana, si a la tercera semana alguno de ellos no lo superaba tendría que abandonar. Ninguno protesto cuando Ingrid se lo comunico, por primera vez fueron conscientes de que se estaban jugando la vida. Nos encontrábamos en la temida zona de la muerte, según pusimos el primer pie en esta altitud ya nos estábamos muriendo. Durante el siguiente mes simplemente vivimos allí, lo único que tenían que conseguir era aclimatarse, a Sandra le costó, pero al final lo consiguió.
Paso satisfactoriamente los exámenes médicos que Ingrid le hizo, el tiempo pasa volando y llego la última noche en la que comenzaríamos la ascensión a las doce de la noche, la idea era llegar a la cumbre para la una de la tarde y así poder descender mientras todavía tuviéramos la luz del sol. Sandra y yo nos encontrábamos en nuestra tienda de campaña, entonces me miro.
- ¿Qué ocurrió en el K2?–pregunto Sandra–. Solo sé que casi mueres, pero nunca has contado nada más.
Mire a Sandra y después de suspirar empecé con el relato. Ian era uno de los pocos alpinistas que había conseguido coronar los catorce ocho miles, en los meses de descanso solía venir a nuestro orfanato para hacer de profesor. También nos llevaba de excursión y nos enseñaba a escalar paredes, pronto comprobó que Rudy, Ingrid y yo teníamos un don natural para la escalada. Con el tiempo termino siendo nuestro tutor legal y nuestro instructor.
Los tres aprendíamos muy rápido y para cuando nos dimos cuenta empezamos a ascender montañas junto a él. Yo me obsesioné con el K2, una montaña más pequeña que el coloso Everest, pero mucho más peligrosa y escarpada. Durante un año estuvimos entrenando para conseguir coronar nuestro primer 8 mil. Todo fue como la seda, eso hizo que tuviera un exceso de confianza que Ian no supo frenar a tiempo.
Él se veía reflejado en mí, así que decidió confiar, no debió hacerlo. Cuando empezamos el ascenso a la cumbre, no tarde en notar como si me hubieran puesto una losa de una tonelada sobre los hombros, me costaba caminar y no digo ya respirar. Sentía como si mis pulmones se hubieran aplastado impidiendo que el oxígeno entrará en ellos. Empecé a quedarme rezagado, pero mi ambición no me dejaba ver la realidad, empezaba a tener los primeros síntomas del mal de altura.
Llego un punto que Ian dijo a los demás entre ellos a Astrid y Rudy que siguieran. Ellos no querían, pero Ian les tranquilizo diciéndoles que pronto los alcanzaríamos. No fue así, cada vez tenía menos fuerzas empezando a tener alucinaciones, una de ellas eran que estando a cuarenta grados bajo cero yo sentía calor como si estuviéramos en el día más caluroso del verano. Ian fue a coger el walkie para avisar.
Le supliqué que no hiciera eso, podía ver la cumbre con mis propios ojos, mi ambición me impedía fracasar estando tan cerca. Después de casi tres horas no habíamos recorrido ni la mitad del último tramo y ya comenzábamos a encontrarnos con los alpinistas del grupo que habían coronado y habían empezado el descenso. Rudy e Ingrid se pararon e insistieran en quedarse con nosotros, pero Ian les dijo que bajaran al campamento cuatro y descansaran, los necesitaba lo más frescos posible.
Después de un esfuerzo inconmensurable conseguimos llegar a la tan ansiada cumbre, una gran alegría me inundo, hasta el punto de olvidar en el deplorable estado en el que me encontraba, pero lo peor es que tampoco me di cuenta del estado en el que se encontraba Ian, el sobre esfuerzo que había tenido que hacer para cumplir mi ambición había dejado su cuerpo molido. Comenzamos el descenso, los dos llevábamos oxigeno, pero casi no se notaba la diferencia.
Con sus últimas fuerzas Ian cogió el walkie y llamo al campamento cuatro antes de que se desmallara, yo me senté a su lado, era incapaz de dar un paso más empezando a tener mucho sueño, a penas conseguía mantenerme despierto. No sabría decir cuanto tiempo estuvimos allí, lo único que podía ver era que la respiración de Ian cada vez era más débil. Antes de que yo también perdiera el conocimiento pude ver unas luces.
Aishwarya, Rajiv, Rudy e Ingrid vinieron a rescatarnos, no recuerdo como baje hasta el campamento base, pero cuando desperté lo primero que me dijeron fue que Ian murió durante el descenso, su corazón no pudo soportar el esfuerzo y se detuvo para siempre. Me sentí devastado, había conseguido ascender uno de los catorce 8 miles y eso le había costado la vida a lo más parecido a un padre que había tenido. Rudy e Ingrid entraron para ver como me encontraba, al verlos empecé a llorar de una manera desgarradora, sabia lo importante que era Ian para ellos y lo habían perdido por mi culpa, por mi incapacidad de reconocer mis debilidades.
Me costó mucho superar la muerte de Ian, tarde más de dos años en volver a pisar una montaña, fue el K2, la ascendí hasta el campamento base donde enterraron el cuerpo de Ian, le lleve un ramo de flores y la botella de whisky que más le gustaba, derramando la mitad de esta sobre su lápida, sería nuestro último trago.
Cuando volví a mirar el rostro de Sandra, este se encontraba arrasado en lagrimas, la abrace muy fuerte contra mí.
- Lo siento–dijo Sandra–. Ahora entiendo tu insistencia en que conozcamos los límites de nuestros cuerpos y la aclimatación a la altura.
- Aquella montaña me enseño una lección muy valiosa–dije–. Ninguna cumbre vale una vida humana.
Cogí mi mochila y de ella saque un chaleco hecho de pieles de alce y dos guantes a juego, después saque dos bombonas de oxigeno pequeñas.
- ¿Y esto?–pregunto Sandra.
- Este chaleco y guantes te mantendrán caliente incluso en la noche más fría–dije–. Las bombonas de oxigeno pequeñas te darán cinco horas más por si ocurriera una catástrofe.
Sandra sé probo el chaleco y los guantes, sonrió al ver lo calentitos que eran, le habría traído las botas, pero no estaban hechas para este terreno y podían romperse dejando entrar la humedad y el frío, pero las botas que Sandra llevaba eran muy buenas y le protegerían bien. No diré que no tuviera miedo, hasta ahora mis compañeros de ascensión siempre habían sido Rudy, Paul e Ingrid en menos medida, pero todos eran alpinistas experimentados.
Sandra era una buena alpinista, pero jamás se había enfrentado a una montaña tan cruel como el Everest, tal vez debería cancelarlo y dejarlo para más adelante, empezaba a pensar que de ser otra persona lo haría. Su sonrisa, Sandra tenía la ambición de un alpinista hambriento de cumbres, esperaba que también tuviera el raciocinio que yo no tuve en el K2 y le costó la vida a Ian, para cuando termine mi relato había llegado la hora de la verdad, comenzaba el ascenso.
Todos estábamos listos para empezar el ascenso, mire a Sandra, sus ojos desprendían un brillo muy especial, seguramente yo tuve el mismo brillo cuando emprendí mi ascenso que me llevo a la cumbre. La idea era llegar a la cumbre sobre la una de la tarde para empezar el descenso con la luz del sol. El ritmo impuesto era constante, pero no excesivamente duro, Estuve todo el rato atento a Sandra, por lo menos ella estaba disfrutando de la aventura, eso me hacía feliz.
El ascenso comenzó superando una pared de hielo en el collado sur, para después buscar la cara triangular que nos llevaría al balcón a una altura de 8400 metros. Sandra superó esos escoyos con ciertas dificultades, pero de forma satisfactoria. Una vez en el balcón había que cruzar una arista llena de rocas donde se solía acumular mucha nieve, Sandra no bajo en ningún momento la concentración, siguiendo adelante con paso decidido, pero cauteloso.
Pasar esa zona no fue nada fácil para ninguno, al acumularse tanta nieve dificulta el paso, teniendo el riesgo que uno de nuestros pasos precipitara un alud que nos llevara a todos por delante.
Llegamos a los 8750 metros de altura, allí se encontraba la cima sur, una vez allí teníamos que seguir por la arista sudeste cuyo nombre era la travesía de la cornisa. Esta sección era muy peligrosa, pues la nieve cubría una seria de rocas discontinuas un paso en falso te podía llevar a la catástrofe.
Una vez superado este tramo nos encontrábamos a unos 8760 metros, habíamos llegado al Paso Hillary una imponente pared de roca de doce metros de altura. Mire a Sandra y mis peores miedos se hicieron realidad, empezaba a tener los primeros síntomas del mal de altura, sus movimientos eran lentos y erráticos.
- ¡Sandra!, tenemos que dar la vuelta–dije con mucho pesar–. Estás empezando a tener mal de altura.
- ¡Estoy bien!–contesto Sandra–. Puedo aguantar, no me hagas esto, ¡ahora no!
La respiración de Sandra cada vez era más fuerte, le costaba un gran esfuerzo hablar, no podía ceder, de hacerlo Sandra moriría ese día y muy seguramente yo también.
- ¿Sandra recuerdas lo que hablamos?–pregunte–. Solo hay una decisión correcta y es descender.
- Desde aquí puedo ver la cima–dijo Sandra–. Tengo la gloria al alcance de mi mano, ¡ni tú ni nadie me va a robar la oportunidad de alcanzarla!
Sandra se sentía eufórica, sentía estar rebosante de energía, pero eso que sentía no era real, la realidad era distinta y mucho más cruel, esa euforia producida por el mal de altura era lo que había llevado a muchos montañeros a perder la vida y a mí a propiciar la muerte de Ian. Ese día me juré a mí mismo que no volvería a dejar que algo así volviera a suceder.
Pero la realidad se hizo patente para Sandra cuando sus piernas empezaron a fallar y tuvo que sentarse. Viendo que nos quedábamos atrás Rudy y Paul vinieron a ver que ocurría.
- ¿Qué ocurre?–pregunto Paul–. No podéis quedaros aquí parados Alex, es peligroso.
- Alex, Paul tiene razón–dijo Rudy–. Es hora de tomar la decisión correcta.
- La decisión ya está tomada, Sandra y yo descenderemos al campamento cuatro–dije–Vosotros dos id con los demás alpinistas, estaremos bien.
- ¿Estás seguro?–pregunto Rudy–. Sabes que para mí la cumbre no es lo prioritario.
- Lo estoy–conteste–. Paul no puede guiarlos él solo, vete y ayúdalos a llegar a la cima.
Rudy no estaba muy convencido, pero decidió hacerme caso, yo miré a Sandra, podía ver la frustración en su rostro, no era fácil desistir cuando podías ver la cima, pero era mejor ceder para volver a intentarlo más adelante.
-Sandra, levanta, tenemos que usar las últimas fuerzas que nos quedan para descender–dije–. Esto no es el final, el año que viene volveremos a intentarlo.
- Por favor, si me quieres llévame a esa cumbre–suplicaba Sandra–. Hazlo por nuestro amor.
- Por nuestro amor digo que no–conteste–. Si ascendemos en tu estado, llegaremos mucho más tarde que la una de la tarde, eso nos obligara a tener que acampar cerca de la cumbre, casi seguro que nos encontraran muertos por la hipotermia.
-Pero...–dijo Sandra.
- Pero nada–dije–. ¡Sandra esto no es una democracia, la decisión está tomada!
Como me dolió gritarla, Sandra me miro con el rostro arrasado en lagrimas, se puso en pie con mucha dificultad poniéndose en marcha en dirección al campamento cuatro donde nos esperaba Ingrid, pues Rudy le puso sobre aviso. Aquella noche algo se rompió dentro de ella, la frustración por no poder alcanzar la cumbre, que yo no la apoyara y la obligara a bajar, tener que ceder tan cerca de la meta, todo eso se unió para que una gran decepción y un gran rencor empezaran a crecer dentro de Sandra.
No me dejo que la ayudara ni una sola vez, cada vez que intentaba acercarme a ella recibía un gruñido como respuesta, sabía que las consecuencias de esa noche serían tremendas, pero no me hacía una idea hasta qué punto lo fueron. Para cuando llegamos al campamento empezaba a anochecer. Dentro de la tienda principal nos esperaban Ingrid, Aishwarya y Rajiv. Los exámenes que Ingrid le hizo a Sandra no dejaron duda, tenía un edema pulmonar, necesitaba asistencia médica lo antes posible.
Necesitaba un helicóptero que la llevara a un hospital, Aishwarya y Rajiv llamaron a un amigo suyo, este podría recogerles en el campamento dos, ellos serían los encargados de bajarla, conocían la montaña como nadie y conocían atajos que reducirían el tiempo de descenso. Yo quería ir con ellos, pero Ingrid me lo impidió.
- Alex, ¡tú te quedas!–dijo Ingrid–. En tu estado no serias más que un estorbo, estás exhausto.
No me quedo otra que darle la razón, el último tramo tuve que hacerlo con Sandra a mi espalda, la pobre no podía dar ni un paso más, incluso con el oxígeno puesto le costaba un mundo respirar. Ese fue el momento que más temí por nuestras vidas. Por suerte conseguimos llegar y eso podría marcar la diferencia entre la vida y la muerte para Sandra, ella estuvo un mes ingresada en un hospital, dando la orden de que a mí no se me dejaran pasar.
Entendía que Sandra estuviera enfadada, pero yo no me arrepentía de la decisión que tome aquella noche. Una vez pasado el mes ella volvió para casa mientras yo tuve que quedarme a impartir adiestramiento a nuevos alpinistas. Saber que Sandra no quería ni verme estaba resultando muy duro para mí, Rudy, Ingrid y Paul fueron los únicos que conseguían sacarme de ese estado de melancolía en el que me había sumergido.
Paul demostró que era un gran amigo y termino formando parte de nuestro grupo, empezando a impartir adiestramiento, él y Rudy hacían un buen equipo, cosa que agradecí porque yo tenía la cabeza en otro sitio. Estaba tan distraído que decidí volver a casa, tenía previsto dejar su espacio a Sandra, pero la incertidumbre podía conmigo, quería hablar con ella para ver como derrumbar ese muro que se había instalado entre nosotros.
Al llegar a casa y meter la llave en la puerta estaba aterrado, temía que Sandra se hubiera marchado. Mis peores miedos no tardaron en hacerse realidad, al entrar en casa estaba oscura y fría, hacía unos cuantos días que nadie vivía en ella, fui directamente al nuestro dormitorio para descubrir que su parte del armario estaba vació, sus enseres de higiene personal, maquillaje y cepillo de dientes habían desaparecido.
Lo único que pude hacer en ese momento fue sentarme en la esquina de la cama y llorar amargamente, la noche de nuestro aniversario que tendría que haber sido el día muy feliz sé término convirtiendo en una pesadilla. Como pude me puse en pie y me dirigí a la sala de estar, allí había una nota sobre la mesa.
“Alex esa noche cambio algo dentro de mí, no tengo claros mis sentimientos por ti y necesito tiempo para aclararme”
Sostenía aquella nota entre mis temblorosas manos, mis lagrimas poco a poco fueron mojando ese trozo de papel hasta que lo que Sandra escribió en él empezó a ser ilegible. Llame más de cien veces, mande otros cien WhatsApp para finalmente intentarlo con el email. Todo fue infructuoso, Sandra me había bloqueado, todos mis mensajes aparecían con un solo tic. Ninguno de mis emails fue contestado, la mujer que yo amaba más que mi propia vida me había abandonado y yo me sentía total y absolutamente vació.
Durante el siguiente mes lo intenta de todas las maneras posibles, pero el resultado fue el mismo, me había borrado de su vida, era como si yo no existiera para ella. Tengo que reconocer que no me gustaba la Sandra que estaba descubriendo, creía que mi mujer era una persona que afrontaba los problemas de cara. No había hecho nada para merecer el trato que estaba recibiendo, pero no pensaba en cejar en mi empeño hasta conseguir hablar con ella.
Tuve que volver al Everest, estuve allí durante dos meses, lo seguía intentado, pero las cosas seguían igual, lo peor era que Rudy e Ingrid tampoco sabían nada de ella, es como si se la hubiera tragado la tierra. Fue Paul el que consiguió traer un poco de luz a esa oscuridad que se había instalado en mi vida. La mujer de Paul era abogada y gracias a sus contactos pudo averiguar que Sandra se había mudado a otro país para irse a trabajar a una revista cuyo dueño era un multimillonario que empezaba a despuntar en el mundo del alpinismo.
Escuchar lo que la mujer de Paul había averiguado hizo que un escalofrío recorriera mi cuerpo.
- Necesito descubrir más cosas sobre Sandra–dije–. ¿Tu mujer podría conseguirme más información?
- Piensas que Sandra te es infiel–contesto Paul–. ¿Es eso verdad?
- No quiero pensarlo–conteste–. Pero algo me dice que es así y necesito averiguarlo.
- Hablaré con mi mujer para que lo ponga en marcha–dijo Paul–. Espero de verdad que todo sea un malentendido.
- Hay otra cosa que quiero–dije–. Me gustaría que tu mujer redactase los papeles del divorcio.
- Joder Alex–dijo Rudy–. Todavía no sabes si Sandra a sido infiel.
- La infidelidad sería la gota que derramara el vaso–conteste–. Desde ese día no como, no duermo y esto está afectando a mi vida y a mi trabajo.
-Si es lo que necesitas–dijo Ingrid–. Nosotros siempre te apoyaremos.
Durante los siguientes dos meses estaríamos en el K2, un conocido de Ian nos contrató para adiestrar a un grupo de alpinistas sin ninguna experiencia previa. Yo no estaba muy convencido, pero Ingrid y Rudy insistieron en que me vendría bien. En esta ocasión solo iríamos para adiestrarlos siendo nuestra última parada sería el campamento cuatro, una vez que ese grupo iniciara el ascenso nosotros empezaríamos a descender hasta el campamento base. La verdad es que tuvieron razón, por primera vez nos encontramos con un grupo de personas que demostraban respeto por la montaña, recogieron todos sus desechos, atendían, fue la primera vez que disfrute haciendo mi trabajo. Todas eran personas adineradas, pero no demostraron ni un ápice de ego, al llegar a la base tres dos de ellos fueron conscientes que no llegarían a la cumbre y descendieron al campamento base por propia voluntad.
La noche que empezaba el ascenso, teníamos previsto empezar nuestro descenso, pero decidimos quedarnos para ayudar con los heridos y felicitar a los que lograran llegar a la cumbre de la montaña más peligrosa del mundo. De los diez que empezaron el ascenso solo siete consiguieron coronar la montaña. Por suerte todos llegaron al campamento base y no tuvimos que lamentar ninguna muerte, pasados unos días emprendimos el descenso todos juntos, Los que llegaron a la cima estaban eufóricos, pero los que no lo consiguieron no estaban ni triste ni enfadados, en su mirada se podía ver que la siguiente vez se esforzarían más para conseguirlo.
Tengo que decir que esta expedición me sirvió para animarme, pero como dice el dicho, que poco dura la alegría en la casa del pobre. Al llegar al aeropuerto revisé mi correo, tenía uno de la mujer de Paul, en el email me decía que su investigador ya había terminado el informe, en cuanto pudiera que la llamara para concertar una cita. En cuanto llegue a mi casa la llame y me cite con ella en dos días.
Durante esos dos días que deje de margen para descansar, no conseguí descansar nada. Algo dentro de mí me decía que lo que vería en ese informe no me gustaría nada. Como odiaba tener razón, con el informe venían una serie de fotografías que habían sido tomadas en un restaurante donde Sandra y su nuevo jefe se estaban besando, en los baños de una discoteca donde aparecía Sandra haciéndole una felación y en las últimas donde aparecían los dos cogidos de la mano entrando en un hotel.
- Lo siento–dijo la mujer de Paul–. Dar estas noticias nunca es agradable.
- No es culpa tuya–conteste–. Solo has hecho tu trabajo, ¿de lo otro que hablamos?
La mujer de Paul saco una carpeta de uno de los cajones, dentro se encontraba redactados los papeles del divorcio. Estrechando su mano le di las gracias, ahora tendría que arreglármelas para poder dar con ella, cosa que no sería fácil, pues me tenía bloqueado por todos los sitios. La diosa fortuna se puso de mi lado, en la portada de una revista pude leer la noticia que el jefe de Sandra pensaba ascender a la cumbre del Everest en primavera. Solo tenía que ir unos días antes para hablar con Sandra y poner punto y final a nuestro matrimonio.
Rudy e Ingrid decidieron acompañarme, Aishwarya, Rajiv y Paul nos esperarían en el campamento base. Según pude averiguar emprenderían la ascensión el catorce de abril, iríamos unos días antes para que nos diera tiempo de ascender hasta la base cuatro antes de que empezaran el ascenso, Gracias a Rajiv conseguimos un helicóptero que nos llevaría directamente al campamento base, si no se tardaba quince días en llegar hasta allí.
No pensaba darle los papeles del divorcio en ese momento, eso podría distraerla, teniendo consecuencias catastróficas, solo quería decirla que necesitaba verla en cuanto los dos estuviéramos de regreso en la ciudad. Una vez en el campamento base descansamos decidiendo empezar el ascenso esa misma noche, pero no pudo ser, una ventisca se levantó. La visibilidad era cero a menos de un metro de distancia, en esas condiciones nada se podía hacer.
Intentar ascender al campamento cuatro sería un suicidio, la diosa fortuna había decidido abandonarme. Para cuando la ventisca amaino ya era de día, sería imposible llegar antes de que Sandra emprendiera el ascenso a la cumbre más alta del mundo. Como me temía si fue, llegamos dos horas después de que hubieran salido, no me quedaba más remedio que esperar a que volvieran, se tardaban doce horas en llegar a la cumbre del Everest y otras doce en descenderla, eso me daría unas cuantas horas para ensayar lo que quería decirle.
Las horas se hicieron eternas, empezaron a llegar noticias de que alguien se había quedado atrapado cerca de la cumbre. No sabíamos quién era, pero en otra de las comunicaciones dijeron que la persona que se había quedado atrás era Sandra, Me había hecho mucho daño, pero no podía dejarla morir sola mientras un frío helador le iba arrebatando la vida poco a poco. Tenía la esperanza de que llevara el chaleco y los guantes que le regale, eso le daría más tiempo, además de las dos bombonas de oxigeno pequeñas, calcule que con las dos bombonas grandes más las dos pequeñas, tendría oxigeno suficiente hasta que llegáramos a ella.
- Voy a subir para rescatar a Sandra–dije–. ¿Quién se apunta?
Rudy, Ingrid, Paul, Aishwarya y Rajiv se apuntaron sin pensarlo, no éramos suficientes, entonces mire a los demás.
- No nos importa arriesgar nuestras vidas por una cumbre–dije–. Pero no somos capaces de arriesgarla por salvar a un compañero.
Ella sabía donde se metía–dijo otro alpinista–. Todos sabemos que podemos morir allí arriba.
- Espero que sigas pensando igual si algún día estás en su misma situación–conteste–. ¿Los demás pensáis igual?
Ninguno pensaba mover ni un dedo, ¿cuándo había pasado a ser más importante pisar una cumbre que salvar una vida?, la respuesta a esa pregunta no nos dejaba en muy buen lugar a los alpinistas, yo no estaba de acuerdo con eso. Según el último informe abandonaron a Sandra cerca de la cima, era muy mal sitio a esa altura el frío era extremo, solo esperaba que Sandra hubiera tenido fuerzas suficientes como para poder resguardarse, cerca de la cumbre había salientes y pequeñas cuevas.
Nos preparamos lo más rápido que pudimos cogiendo oxigeno de reserva, puesto que Sandra lo necesitaría. Aishwarya y Rajiv conocían la montaña como la palma de su mano y conocían atajos que nos harían ganar tiempo, pero tendríamos que sortear, grietas y paredes verticales. Si eso salvaba la vida de Sandra por mí no había problema, pero no pensaba arriesgar las vidas de Rudy, Ingrid y Paul.
- ¡Tú eres tonto a qué!–dijo Ingrid– ¡Claro que vamos!
- Sandra se ha portado como una cabrona–dijo Rudy–. Pero no se merece morir así.
- Opino lo mismo que ellos–contesto Paul–. Ya estamos tardando.
Íbamos de noche solo con la luz de la luna y nuestras linternas de cabeza, para cruzar las grietas usábamos unas escaleras, de cuclillas íbamos pasando peldaño por peldaño hasta llegar al otro lado. De vez en cuando se soltaba un trozo de hielo que caía al vacío, lo peor de todo es que jamás escuchamos cuando llegaba al fondo. Todos estábamos aterrados, pero no pensábamos echarnos atrás, la vida de Sandra dependía de nosotros, ya le fallé a Ian y no pensaba fallarle a Sandra.
El ritmo era abrumador, pero yendo por los atajos que Aishwarya y Rajiv conocían habíamos ganado unas tres horas. Después de ocho horas agotadoras estábamos cerca de Sandra, lo único que nos separaba de ella era una pared vertical de hielo de unos treinta metros de altura. Escalar en hielo era mucho más peligroso que hacerlo en piedra y a eso había que sumarle el hándicap que tendríamos que hacerlo en plena noche. Estábamos todos como para encerrarnos, la mejor escaladora en hielo del grupo era Ingrid, ella abriría camino para que los demás pudiéramos escalar esa monstruosa pared de hielo.
Ingrid era increíble, me acerqué a Rudy que miraba a su mujer con una expresión de miedo, pero también de orgullo. Ingrid había ido colocando enganches para que pudiéramos empezar la escalada, todos nos pusimos nuestros crampones y empezamos a subir. Estaba convencido de que esa noche iba a desgastar el miedo, pero eso no me hizo desistir, la ascensión por esa pared vertical fue muchísimo más dura de lo que había imaginado, tardamos más de dos horas en llegar arriba del todo, pero por lo menos lo hicimos todos de una pieza.
También estaba preocupado por Aishwarya, si perdía el embarazo por mi culpa no podría perdonármelo jamás, ella pareció leer mi mente.
-Yo decidí venir–dijo Aishwarya–. Mi hijo estará bien y esta será una buena historia para contarle.
- Sí, para que tenga pesadillas–dijo Rudy–. Pongámonos en marcha ya queda poco.
No sabíamos exactamente donde se encontraba Sandra, pero por la última descripción cerca de la cumbre había una pequeña cueva de la que hable a Sandra, esperaba que le quedaran suficientes fuerzas para que hubiera podido llegar hasta allí. Fue a donde nos dirigimos, tardamos más o menos otra hora en llegar, las fuerzas empezaban a flaquear, pero todos estábamos bien, por fin llegamos a esa pequeña cueva.
Me agaché para mirar dentro, tenía miedo de lo que me podía encontrar. Sandra se encontraba dentro, estaba sentada con sus brazos sujetando sus piernas, tenía puesta una de las bombonas de oxigeno pequeñas, Ingrid se acercó a ella para revisarla.
- Está viva, pero esta muy dedil–dijo Ingrid–. Si consigue ponerse de pie tiene un cincuenta por ciento de posibilidades de conseguirlo.
Sandra al vernos abrió mucho sus ojos y empezó a tocarme para comprobar que no era ninguna alucinación. Como pudo se abrazó a mí, podía notar como todo su cuerpo temblaba, comprobé que llevaba el chaleco y los guantes, eso hizo que pudiera aguantar durante más tiempo, poco a poco la ayude a volver a la verticalidad. Con Sandra no podíamos volver por donde habíamos venido, no nos quedaba más remedio que volver por la ruta habitual.
Ninguno tenía claro que Sandra en el estado en el que se encontraba pudiera conseguirlo, pero decidimos intentarlo. El descenso fue agónico, pero Sandra no dejo de luchar, incluso cuando su cuerpo le pedía que se detuviera ella seguía caminado. No nos detuvimos hasta llegar al campamento cuatro, Sandra consiguió llegar y lo primero que hizo Ingrid fue pedir un Helicóptero, un grupo de Sherpas se encargaría de llevarla al campamento dos para que pudieran recogerla.
Los demás descendimos al campamento tres que quedaba debajo de la zona de la muerte, el esfuerzo fue máximo y tardamos más de una semana en recuperarnos, Una vez recuperados bajamos al campamento base donde me encontré cara a cara con el jefe de Sandra que se vanagloriaba de haber alcanzado la cumbre más alta del mundo. No pude contenerme, cogiéndolo del cuello lo estampé contra una de las mesas que había en la tienda, intentaba soltarse, pero mi fuerza era superior.
- ¡Eres un pedazo de mierda!–dije–. ¡No se abandona a un compañero a su muerte!
- Ella sabía donde se metía–contesto el jefe de Sandra–. Yo no le debía nada, eso le pasa por débil.
Entre dos consiguieron separarme de ese cabrón, poniendo una mano en su dolorido cuello fue a decir algo, pero un puñetazo de Rudy se lo impidió.
- Sabes una cosa–dijo Rudy–. Reza para que nunca te pase lo mismo que le ha pasado a ella, porque no creo que nadie mueva un dedo por ti.
Aquel hombre empezó a mirar a todos los presentes y un escalofrío empezó a recorrer su cuerpo haciendo que una mueca de terror apareciera en su rostro, sabía perfectamente que nadie querría participar en una ascensión con un alpinista egoísta que dejaba a compañeros por el camino para conseguir sus metas. Tal vez gracias a su dinero conseguiría que algunos alpinistas le acompañaran, pero le había quedado claro por la mirada de todos que de flaquear en la montaña moriría solo, ninguno movería un dedo como le dijo Rudy.
Una vez recuperados bajamos a la civilización, Sandra estaba ingresada en un hospital. Según pudo descubrir Ingrid sufrió algunas congelaciones y tendrían que amputarle dos dedos, pero había tenido mucha suerte y se pondría bien, decidí visitarla.
- Hola–dije–. ¿Cómo te encuentras?
- Bien, aunque en dos días me tiene que operar–contesto Sandra–. Gracias por subir a rescatarme, no me lo merecía.
- No lo hice solo–dije.
- Lo sé–contesto Sandra–. Pero tú eras el que menos motivos tenías para subir hasta allí.
- La verdad es que te has portado como una cabrona–dije–. Pero no se deja de querer a una persona de un día para otro.
- Alex–dijo Sandra–. ¿Tú me sigues amando?
- Si–conteste.
- Entonces...–dijo Sandra.
- En esta vida tengo dos certezas–dije– una que te amo como el primer día y la segunda que jamás volveré a confiar en ti.
De mi mochila saqué la carpeta con los papeles del divorcio dejándola sobre la cama, Sandra la cogió con las manos temblorosas empezando a llorar cuando supo de qué se trataba, dentro estaban los papeles del divorcio y las pruebas de sus infidelidades.
- Alex por favor–imploro Sandra–. Puedo compensarte, podemos volver a ser un matrimonio.
- Veo que no lo entiendes–conteste– Mi confianza en ti se ha roto en mil pedazos y jamás volverá a lo que fue, lo mejor es que cada uno empiece desde cero créeme es lo mejor para los dos.
- Necesito saberlo–dije–. ¿Qué te llevo a comportarte así?
- Mi orgullo–contesto Sandra–. Fui incapaz de reconocer que no estaba preparada y me resulto más fácil culparte a ti, después pasados unos días y en frío fui consciente de que había metido la pata, pero en vez de pedir perdón me comporte como una cobarde saliendo huyendo como lo hice, para la infidelidad no tengo excusa, simplemente deje que pasara, una vez de haber metido la pata que más daba meterla un poco más, lo único que lamento es que tú te enteraras y sufrieras por ello.
Sandra se secó las lagrimas y cogiendo un bolígrafo firmo los papeles, después de devolverme la carpeta, diciéndome que lo sentía mucho y que la perdonara por como se había comportado, dándole un beso en la frente me despedí de ella. Mientras recorría el pasillo que me llevaba a la salida de ese hospital no pude evitar que mis lagrimas descendieran por mi rostro, la amaba más que a mi propia vida, pero a veces el amor no es suficiente, en cierta forma aunque había conseguido coronar el Everest de alguna forma sentía que esa montaña me había derrotado.
FIN.
Me llamo Alex y soy el alpinista más joven en haber alcanzado la cima del Everest a 8848,86 metros sobre nivel del mar, dos objetivos me impulsaron a hacerlo, la superación personal y la necesidad. Conocí a Sandra en una entrevista que me concedieron después de casi perder la vida en el K2, ella trabajaba para una revista muy famosa sobre alpinismo. En cuanto sus ojos se cruzaron con los míos supe que estaba ante la mujer de mi vida, El K2 me derroto, pero también me dio la oportunidad de conocer al amor de mi vida.
La empresa que creamos entre Rudy, Ingrid y yo, estaba especializada en dar adiestramiento a los incautos que pretendían subir el Everest sin preparación previa, pero para que nuestra empresa funcionase necesitábamos buena publicidad y que mejor publicidad que coronar el monte más alto del mundo.
Dos días antes del ascenso Rudy haciendo el tonto metió su pie entre dos piedras con tan mala suerte que se tropezó y al caerse se fracturó el tobillo. Ingrid en ese momento no tenía la experiencia suficiente para intentar el ascenso, mientras Rudy y yo ya habíamos coronado un par de ocho miles, ella se dedicó a estudiar medicina. Subir a la cumbre en solitario no era una buena idea, si ocurría alguna desgracia no tenias ningún apoyo y normalmente eso era una sentencia de muerte.
Paul un alpinista que se dedicaban a subir a los ricachones que nosotros intentábamos instruir me hizo un hueco en su grupo para que subiera con ellos. No conocía a ninguno y eso era un problema cuando las cosas se pusieran difíciles, pero sabía que Paul era un buen alpinista, eso era mejor que subir solo. Salimos a las cuatro de la mañana, la idea era llegar a la cumbre sobre la una del mediodía para poder descender antes de que se hiciera de noche.
En eso Paul era tajante, si alguno de su grupo no podía llegar a la cumbre antes de la una de la tarde se daría media vuelta directo al campo base número cuatro que estaba a 7920 metros del nivel del mar. Una vez que se sobrepasaban los 8 mil metros entraban en lo que los alpinistas llamábamos la zona de la muerte, se denominaba así, puesto que la baja presión atmosférica ahí reinante era incompatible con la vida aunque estuvieras en cortos periodos de tiempo de menos de un día, una vez en la zona de la muerte sentías como la montaña te robaba la vida, teniendo que respirar quince veces para poder dar un paso.
Todo fue según Paul lo había planeado, como dije, a tres miembros de su grupo les ordeno que dieran media vuelta, uno de ellos empezó a sufrir lo que denominábamos mal de altura. Ninguno de ellos estaba dispuesto a darse la vuelta. Que tenía esta montaña que nos volvía a los seres humanos tan egoístas, lo que esos tres no comprendían era que por cumplir su capricho ponían en peligro a los demás miembros del grupo. La peor parte fue el Paso Hillary, era una cara casi vertical de roca con una altura de cerca de 12 metros situada a 8790 metros sobre el nivel del mar.
Para poder pasarlo se situaban unas cuerdas donde el alpinista enganchaba su arnés de esa manera se minimizaba en algo el riesgo, el problema era que para cuando llegabas a ese punto de la montaña flaqueaban no solo las fuerzas sino también la lucidez. Más de un alpinista había perdido la vida convencida de que se había enganchado cuando no lo había hecho cayendo al vacío. Una vez pasado el Paso Hillary, tardamos un par de horas más en llegar a la cumbre.
No se puede explicar con palabras lo que se siente cuando miras a tu alrededor, es la visión más bonita del mundo. Una vez pasada la felicidad empieza el descenso que en mi opinión es mucho más peligrosa que el ascenso. El frío es brutal, llega un momento que dejas de sentir tus extremidades, pero lo que jamás dejas de sentir es el dolor. Yo llevaba oxígeno, llegar a la cumbre ya era suficiente para mí, no necesitaba exponer más mi vida.
Algunos del grupo de Paul decidieron no llevar oxígeno y se arrepintieron, uno de ellos un empresario famoso nos exigió a los demás que le diéramos una de nuestras bombonas de oxígeno, Paúl fue a decirle algo, pero yo me adelante.
- Aquí no eres más que los demás–dije–. Lo que tendrías que haber hecho es haber traído tus propias bombonas.
Aquel hombre intentaba gritarme, pero el cansancio y la falta de oxígeno se lo impedían, al final fue Paul el que decidió cederle una de las suyas. No hay dinero que pueda pagar una vida, no deberían dejar escalar montañas como el Everest a personas sin ningún tipo de experiencia. De no ser por el Sherpa que llevaba todos sus bártulos ese hombre no hubiera sobrevivido, tardamos unas casi doce horas en llegar al campamento número cuatro.
Después de descansar bajamos hasta el campamento base, allí estuvimos unas semanas para recuperarnos del cansancio y los efectos que esa montaña había dejado en nuestros cuerpos, la última noche antes de volver tuve un altercado con ese empresario.
- No sé quién te has creído que eres–dijo el empresario–. Si yo ordeno algo se cumple.
- En esta montaña no eres nadie–dije–. Además, yo no trabajo para ti.
Paul se metió entre los dos diciéndole al empresario que la decisión de no llevar oxígeno había sido suya, en contra de lo que todo el mundo le había aconsejado. Mirándome con cara de enfado, pero consciente que todo el mundo le estaba mirando de forma inquisitiva decidió plegar velas y salir de la tienda. No me había dado cuenta de que Rudy e Ingrid se encontraban en la entrada de la tienda, la mirada de Rudy lo decía todo, aquel empresario fanfarrón trago saliva al ver la expresión de mi amigo, Ingrid no tenía una expresión mejor, se suponía que ella era la más calmada de ese matrimonio, pero la verdad es que estábamos cansados de las actitudes de algunos montañeros que se creían que al tener mucho dinero podían hacer lo que les diera la gana.
Ingrid me comunico que Sandra llegaría en un par de días por culpa de un reportaje de última hora que le habían encasquetado. Me entristeció saber que no vería a Sandra en dos días, pero pensaba revivirla como se merecía. La revista mandó a un reportero a cubrir la entrevista, me dijeron si no me importaba bajar al campamento base, aquel reportero lo único que había subido en su vida había sido la cuesta del garaje y en coche.
Rudy e Ingrid se rieron diciéndome que ellos me acompañarían, Rudy conocía tan bien el Everest que podría haberlo descendido haciendo el pino. Una vez en el campamento base, entre en la tienda donde me harían la entrevista dentro me esperaba un hombre tapado hasta las orejas y temblando del frío, no podía culparlo la verdad es que ese día el sol calentaba poco.
- ¿Que se siente al ser el alpinista más joven en ascender el Everest?–pregunto el reportero–. Reconozco que siento cierta envidia.
- La verdad es que no se puede describir con palabras–dije–. Se tiene que estar ahí para experimentarlo, ¿no te gustaría probar?
- No gracias–dijo el reportero–. Aunque la verdad es que tú has subido por otra razón, ¿verdad?
- Así es–conteste–. Mi objetivo era promocionar la empresa que funde junto a mis amigos.
- ¿Qué empresa es esa?–pregunto el reportero–. ¿Podrías explicarnos?
- Nuestra empresa se especializa en adiestrar a montañeros inexpertos para que puedan tener posibilidades de sobrevivir en esta montaña–dije–. Intentando evitar las máximas muerte posibles.
- Desde fuera parece que cualquiera puede escalar el Everest–dijo el reportero–. ¿Es así?
- No lo es–conteste–. Esta montaña es letal, si la gente sería tan consciente como lo soy yo, no lo intentarían ni la mitad de ellos.
- ¿Hablas de la famosa zona de la muerte?–pregunto el periodista–. ¿Qué tan peligrosa es?
- Por encima de los 8 mil metros solo hay un 35% de oxígeno–dije–. Esa falta de oxígeno provoca alucinaciones y con una exposición más extensa, edema pulmonar o cerebral, además de provocar que tus órganos vayan fallando poco a poco.
- ¿Crees necesario el uso de oxígeno para ascender a la cumbre?–pregunto el periodista–. Algunos opinan que es más meritorio hacerlo sin oxigeno.
- A 8 mil metros te estás muriendo–dije–. Llegar a la cumbre ya tiene suficiente mérito para mí.
- Muchos alpinistas pierden partes de su cuerpo por congelación–dijo el reportero–. ¿Tú has sufrido algo semejante?
- No–conteste–. Conozco perfectamente mi cuerpo y cuando este me dice que ya no puede más no suelo forzarlo, mi lema es vive hoy para ascender mañana.
- Interesante lema–rio el presentador–. Ha sido un placer entrevistarte.
- El placer ha sido mío–dije.
La hipotermia era un problema muy real, muchos la ignoraban perdiendo partes de su cuerpo, esos eran los más afortunados, puesto que había otros que lo habían pagado con su propia vida. Como he comentado, a mí no me obsesionaba llegar a la cumbre, porque no solo era ascender después había que descender cuando el cuerpo ya había agotado todas sus fuerzas. Por suerte Rudy opinaba lo mismo que yo, nuestra meta era ascender las 14 montañas más altas del mundo y lo haríamos poco a poco, no teníamos prisa.
Para cuando me di cuenta los dos días habían pasado y estaba esperando la llegada de Sandra, vendría en el helicóptero que traía las provisiones. Cuando descendió, toda la montaña se iluminó, pero lo que más destacaba era ese cabello de color rojo como el fuego. Lo primero que hice fue besarla mientras la abrazaba con todas mis fuerzas.
- Qué orgullosa estoy de ti–dijo Sandra–. La siguiente vez quiero estar a tu lado.
- Bien, pero tendrás que trabajar duro–dije–. No dejaré que vayas hasta que vea que estás preparada.
- Vale, Vale, empiezo a pensar que no quieres que suba contigo–comento Sandra–. No tendrás un lío a mis espaldas, ¿verdad?
La cabrona se puso a reír como una loca, mientras yo la miraba con una cara de mala leche que asustaba.
- Como que tengo tiempo para esas cosas–dije enfadado–. ¡Yo me reservo solo para ti!
- No te enfades–dijo Sandra–. Es una broma hombre.
Me abrazo para volver a besarme y como pasaba siempre, mi la mala leche con ella me duraba lo mismo que un caramelo en la puerta de un colegio. Mientras Sandra fue a saludar a Rudy e Ingrid, yo fui a preparar una tienda de campaña en cierta zona discreta donde nadie nos molestaría. Al ser mediodía aunque hacía frío el sol calentaba bastante y yo llevaba mucho tiempo sin hacer el amor con Sandra, las mejores estaciones para ascender el Everest eran primavera y otoño, eso quería decir que yo solía estar en esa montaña de marzo a mediados de mayo y de octubre a mediados de diciembre.
Eso significaba que solía estar seis meses fuera de casa, Sandra solía venir en muchas ocasiones, pero ella al ser reportera de una revista de alpinismo también solía viajar mucho, puesto que solía entrevistar a otros alpinistas a lo largo de las catorce montañas más altas del mundo. Por lo cual el tiempo que solíamos estar juntos lo solíamos aprovecharlo a tope, la tienda de campaña que monte era muy amplia, Sandra no tardo en aparecer con una preciosa sonrisa dibujada en su rostro.
Mi pelirroja estaba haciendo que mi cuerpo alcanzara una temperatura volcánica, nos desnudamos los dos y nos metimos en mi saco de dormir, la verdad es que en este saco no escatime comprándome uno que podía soportar una temperatura de veintiséis grados bajo cero. Aunque a esa hora del día hacía menos frío hacia lo suficiente para morir de hipotermia si te quedabas desnudo fuera del saco, así que tuvimos que ir al grano sin preliminares, le dije a Sandra que en cuanto bajáramos a la civilización reservaría una habitación en un buen hotel para que pudiéramos demostrarnos lo mucho que nos amábamos.
Sandra se puso debajo abriendo bien las piernas, tenía el coñito como una estufa, coloque la punta de mi polla en la entrada de su coñito entrando sin esfuerzo. Nuestros labios se besaban mientras mis embestidas iban ganando en intensidad, lagrimas empezaron a descender por mis mejillas al sentir como entraba en su interior después de tanto tiempo. Muchos alpinistas dicen que ascender el Everest y llegar a la cumbre es mejor que el sexo, mentira, el sexo con la persona que amas supera cualquier sensación.
No fue el mejor sexo de nuestra vida, el saco no dejaba mucho espacio y no estábamos en el lugar más adecuado para dar rienda suelta a nuestros instintos. Había sido un buen preliminar para cuando estuviéramos en la civilización, esa noche sería histórica. Cuando volvimos a la tienda más grande, Rudy e Ingrid nos estaban esperando con sendas sonrisas en el rostro. Rudy me comento que teníamos que ir a rescatar a un alpinista que se había roto la pierna descendiendo, me preguntaba cuando había dejado de ser un hito ascender el Everest para convertirse en un recreo.
Muchos buenos alpinistas se habían dejado la vida creando las rutas que hoy en día utilizábamos para ascender y descender de esta montaña, por suerte la caída se había dado cerca del cuarto campamento. Tardamos unas dos horas en llegar y otras dos en bajarlo. Ingrid que era la medico del campamento le echo un vistazo, tuvimos que llevarlo hasta el campamento base para que un helicóptero pudiera trasladarlo a un hospital, tenía una fractura abierta, habiendo riesgo de que se le infectara.
Con eso se pasó la primavera, Rudy, Ingrid y yo tendríamos unos dos meses libres antes de volver a impartir adiestramiento a más incautos que querían ascender al Everest. Sandra se cogió un mes de vacaciones que aprovecharíamos para viajar. El destino elegido fue Santorini y como le prometí a Sandra reserve la habitación que mejores vistas tenía en todo el hotel, no era la suite, pero no os creáis que me salió mucho más barata. En cuanto llegamos Sandra se pegó una ducha y salió a la terraza de nuestra habitación.
El atardecer era precioso en Santorini, desde la ventana se podía ver el mejor cuadro del mundo, cielos anaranjados que contrastaban con el color del pelo de mi mujer. Esa noche salimos a caminar por la ciudad costera y cenamos en un buen restaurante, los dos estábamos deseando probar la gastronomía griega y no nos decepcionó. Después de cenar teníamos dos opciones, irnos a tomar una copa y a bailar o volvernos al hotel y comprobar la resistencia de nuestra cama.
Optamos por la segunda, Todo mi cuerpo temblaba de deseo, mire fijamente a Sandra, ella cogió mi mano y la metió debajo de su fino vestido para que comprobara lo caliente que estaba. No tardamos ni un suspiro en llegar al hotel, una vez entramos en nuestra habitación empezamos a desnudarnos, era toda una ventaja que fuera verano al llevar poca ropa pudimos desnudarnos rápidamente. Sandra en cuanto se despojó de se última prenda se agachó metiéndose mi erecta polla en la boca, la descarga de placer fue tal que termine por romper todos los botones de la camisa.
Sandra se estaba esmerando, succionando con tal fuerza que parecía que me chupaba hasta la vida, tuve que sujetarme a una columna que tenía cerca porque me temblaba todo el cuerpo y mis piernas apenas me sujetaban, las descargas que recorrían mi espalda eran cada vez más intensas hasta que no pude aguantar más y me corrí dentro de su boca. La mirada traviesa de Sandra mientras se pasaba la lengua por sus labios para no malgastar ni una sola gota me quito hasta el aliento.
Se puso de pie apoyando sus manos en la misma columna en la que me había sujetado yo, hecho el culo para atrás para que pudiera degustar el postre. Según iba metiendo mi rostro entre sus piernas podía notar el calor que desprendía su sexo, cuando mi lengua hizo contacto con su clítoris pude notar como todo su cuerpo se empezó a tensar. Sus gemidos fueron ganando en intensidad, sus flujos vaginales eran tan abundantes que no podía tragarlos todos y se escapaban por la comisura de mis labios, pero eso no fue nada comparado a cuando llego al orgasmo.
Agarro la columna con tal fuerza que llegue a pensar que la partía por la mitad, su corrida fue tan fuerte que casi me atraganto y tuve que separarme de ella tosiendo casi sin aire. Sandra se preocupó al ver que no dejaba de toser, pero levantando la mano le indique que me encontraba bien. Una vez se aseguró se subió a la cama diciéndome con su dedo que la siguiera. Me subí poniéndome de rodillas, Sandra coloco un pie a cada lado y se fue metiendo mi polla en su coñito muy despacito, una vez que la tuvo entera dentro paso sus manos por detrás de mi cuello echando su cuerpo para atrás, era como si me estuviera montando una amazona desbocada.
Sus movimientos cada vez eran más rápidos y el sonido que hacían nuestros cuerpos al chocar al se tuvieron que escucharlos en todo el hotel, pero nosotros éramos ajenos a eso, nosotros estábamos inmersos en una vorágine de placer que nos tenía extasiados. Sandra no acercó sus labios a los míos hasta que los dos llegamos a un atronador orgasmo besándonos con la misma intensidad de la primera vez.
Decidimos tumbarnos uno al lado del otro para descansar, pero el viaje nos pasó factura y terminamos por quedarnos dormidos, al despertar me fijé que el amor de mi vida me miraba con una mirada enamorada que me derretía por dentro.
- Sabes lo que he pensado–dijo Sandra–. Me gustaría que celebráramos nuestro aniversario en la cumbre del Everest.
La verdad es que la idea me pareció magnífica, pero había un problema, Sandra no había subido más haya del campamento base que se encontraba a unos 5.380 metros, aunque a esa altura había
menos oxigeno que al nivel del mar nada que ver con lo que se encontraría por encima de los 7000 metros. Tenía poco tiempo para hacer que Sandra se aclimatara a las alturas, pues nuestro aniversario era a principios de noviembre.
Tendría septiembre y octubre para prepararla como para poder hacer frente a tamaña empresa, si os tengo que ser sincero, si en vez de Sandra hubiera sido un desconocido le hubiera dicho que no, pero era incapaz de negarle nada cuando me miraba con esos ojitos. También tenía clara una cosa, una vez empezáramos la ascensión dejaría de lado lo que sentía por ella para poder tomar las decisiones acertadas y una de ellas era si veía su vida peligrar no ceder de darnos la vuelta por mucho que me suplicara que quería llegar a la cumbre.
En eso sería inflexible, aunque me costara una bronca de las gordas con ella.
- Sandra, en la ascensión yo tomaré las decisiones–dije–. Eso es innegociable.
- Pero...–contesto Sandra–. ¿Y si es cerca de la cumbre?
- Sabes cuál es mi lema, vive hoy asciende mañana–conteste–. Ninguna cumbre vale la vida de una persona.
Sandra se quedó pensativa, sabia perfectamente que lo que le acababa de decir no iba de farol. También sabia que se esforzaría al máximo en prepararse lo mejor posible, tenía un chaleco hecho de piel de alce que me trajeron de Siberia, eso la mantendría calentita y también pensaba regalarle dos bombonas pequeñas de oxigeno. Estas caben perfectamente en la mochila y pueden darte ese tiempo extra que juegue a tu favor cuando la cosa va de vida o muerte.
Lo bueno se acaba pronto, yo tenía que volver al Everest y Sandra se las arreglo para que le dieran la oportunidad de hacer un reportaje sobre como se preparaba un alpinista para ascender a la cumbre más alta del mundo. Desde que llega, el adiestramiento, aclimatación a la altura y por último el ascenso a la cumbre. Filmaría todo lo que haría durante los siguientes dos meses, Sandra estaba radiante, ella siempre se sintió atraída por la inmensidad de esta montaña, pero nunca se había atrevido a prepararse para hacer la ascensión.
Como me imagine se tomó el adiestramiento muy en serio, algunos de los alpinistas que habían llegado a pagar hasta cincuenta mil euros a un guía se comportaban como si estuvieran de vacaciones. Su atención era nula a lo que Rudy y yo intentábamos enseñarles. Creían que los Sherpas y los guías los llevarían hasta la cumbre, pero eran sus piernas las que tendría que llevarles y muchos de ellos no estaban preparados ni física ni psicológicamente para semejante reto.
Si de mí dependiera ninguno de ellos emprendería el ascenso, porque estaban arriesgando su vida y muchos de ellos ni siquiera coronarían la cumbre. Pasaríamos una semana en el campamento base, dos semanas en el segundo campamento a una altura de 6000 metros, otras dos semanas en un tercer campamento a una altura de 6 800 metros y por último un mes en el cuarto campamento que se encontraba a 7920 metros.
Esa sería la prueba de fuego, todo el que no pudiera aclimatarse en el campamento cuatro volvería al campamento base, daba igual lo que hubiera pagado o las influencias que tuviera. Al Everest le daban igual si eras multimillonario o tenías contactos en las altas esferas, si no estabas lo suficientemente preparado te quitaba la vida sin pestañear. Sandra tenía una mirada de concentración total, iba absorbiendo todo lo que Rudy y yo íbamos impartiendo en las clases de adiestramiento, desde que pisamos ese campamento dejamos de ser marido y mujer, ella era una alpinista y yo su instructor.
Solamente dejábamos esos roles cuando nos íbamos a dormir, pero Sandra llegaba tan cansada que una vez se metía en el saco se quedaba dormida. No tuvimos sexo durante esos dos meses, lo preferí así, nada de distracciones, Sandra tenía que estar lo mejor preparada para afrontar uno de los lugares más extremos del planeta. La semana paso y subimos al segundo campamento. Solo subimos 620 metros, pero la falta de oxigeno ya era más acusada.
Algunos alpinistas tuvieron que dar su brazo a torcer en el segundo campamento incapaces de salir de sus tiendas, sintiendo falta de aire y un cansancio extremo. Sandra lo paso mal los primeros tres días, pero para el cuarto su cuerpo empezó a aclimatarse, el resto de días fue como si hubiera vivido en ese lugar toda su vida. Todos los días hacíamos marchas no eran muy largas, pero de esa forma iban siendo conscientes de que caminar sobre el Everest no era igual que hacerlo al nivel del mar.
No sería lo mismo que cuando estuviéramos en la zona de la muerte, pero el cuerpo ya empezaba a pesar, necesitando más respiraciones para poder dar un paso. La única que se tomó en serio esos ejercicios fue Sandra, a tenaz no le ganaba nadie. Ingrid revisaba a todos los alpinistas que volvían de esa marcha. En una ocasión Ingrid me comunico que uno de ellos ya empezaba a experimentar un desgaste alto y que su recomendación como médico era que descendiera al campamento base.
Intente razonar con esa persona, pero fue inútil.
- Tienes que descender al campamento base–dije–. Tu cuerpo no soporta las condiciones de la base dos, morirás ahí arriba.
- ¿Tú quien te has creído que eres? –pregunto el alpinista–. Con una llamada haré que te pongan en tu sitio.
No tarde en recibir una llamada del campamento base, según parecía él era el dueño de una de las empresas que patrocinaba esta expedición y parecía que eso le daba carta blanca.
- Paul, morirá, no está preparado–dije–. No me podéis pedir que mande a ese hombre a su propia muerte.
- Él así lo ha decidido Alex–dijo Paul–. No podemos hacer nada al respecto, ellos son nuestros jefes.
Había algo en lo que Rudy y yo hacíamos hincapié, que todo alpinista conociera las señales que le daba su cuerpo y conocieran sus límites antes de llegar al campamento cuatro. El problema era que muchos como ese hombre ignoraban nuestras enseñanzas, de hecho decían que estábamos haciendo que perdieran su tiempo, que ellos habían venido a conquistar el Everest. Este último no llegaría ni al campamento cuatro.
Deje algo claro a Paul y con ello a todos incluso a ese que parecía ser nuestro jefe, la última palabra la tenía Ingrid, si ella veía en una de las revisiones que un alpinista no estaba en condiciones tendría que bajar, de no querer hacerlo tendría que firmar un consentimiento donde se hacía responsable de su decisión. Muchos hacían su voluntad y después de perder la vida sus familiares nos pedían responsabilidades a nosotros.
Paul estaba totalmente de acuerdo, él había tenido que lidiar con unas cuantas situaciones así, llego el momento de ascender al campamento tres, este se encontraba a 6800 metros del nivel del mar. Aquí ya se empezaron a ver las debilidades de algunos alpinistas, de hecho dos de ellos pidieron descender al campamento base por propia voluntad. En el campamento tres nos esperaban Aishwarya y Rajiv, Aishwarya era una mujer sherpa y posiblemente una de las mejores alpinistas que hubiera visto en mi vida, dejo el alpinismo cuando se quedó embarazada, Rajiv era su marido y este también dejo el alpinismo, no quería que su hijo viviera sin padre.
No solo fueron nuestros sherpas, también eran nuestros amigos, los contratamos para que nos ayudaran a adiestrar a los incautos que decidían ascender el Everest sin tener ninguna noción sobre alpinismo. Tenían más paciencia que el santo Job, Aishwarya y Rajiv tenían más experiencia que nadie, tal vez fueran tan buenos como lo fue Ian el hombre que nos enseñó todo lo que sabíamos de alpinismo.
Aishwarya era una mujer con mucho carácter, en una de esas ocasiones le dijo a uno de los alpinistas que si no quería aprender lo mejor que podía hacer era darse media vuelta y volver al campamento base ahora que todavía estaba a tiempo. Este era el dueño de la empresa que patrocinaba la ascensión, monto en cólera exigiendo que Aishwarya tenía que marcharse del campamento tres, Rudy fue muy claro con él, si seguía comportándose como si fuera un imbécil prescindiríamos de su patrocinio y todos tendríamos que volver a casa.
No era el único alpinista con un alto poder adquisitivo así que no le quedo otra que meterse la lengua en el culo y estarse calladito. Sandra seguía adaptándose bien y así pasamos las dos semanas. De aquí en adelante empezaba él desafió de verdad, durante el siguiente mes todos los alpinistas sabrían de qué estaban hechos y verían si podían ascender o no. Cuando llegamos al campamento cuatro todos fueron conscientes que nada tenía que ver con lo que habían vivido hasta ahora.
Aishwarya y Rajiv ayudaron a Ingrid a subir todo el material médico, Aishwarya embarazada seguía siendo mejor alpinista que cualquiera de los que estábamos allí, Rajiv no se quedaba atrás, pero reconocía que su mujer era mejor que él y se sentía muy orgulloso de ella. En el cuarto campamento empezaron los problemas para Sandra, en las anteriores bases había conseguido adaptarse muy rápido, pero ahora nos encontrábamos a 7920 metros.
El oxígeno a esta altitud era solo del 35% del que había a nivel del mar, simplemente dar cuatro pasos seguidos ya era agotador. Por primera vez vi miedo en su mirada, no a la montaña, sino a que yo viera que no podía conseguirlo y la enviara al campamento base.
- Tranquilízate–dije–. Todavía tenemos un mes por delante, no tengas prisa, nunca has estado a esta altitud.
- Tengo miedo–contesto Sandra–. Siento pavor de fracasar estando tan cerca de la meta.
- No estás tan cerca como crees–dije–. Lo comprobarás dentro de un mes.
Ingrid haría dos exámenes médicos por semana, si a la tercera semana alguno de ellos no lo superaba tendría que abandonar. Ninguno protesto cuando Ingrid se lo comunico, por primera vez fueron conscientes de que se estaban jugando la vida. Nos encontrábamos en la temida zona de la muerte, según pusimos el primer pie en esta altitud ya nos estábamos muriendo. Durante el siguiente mes simplemente vivimos allí, lo único que tenían que conseguir era aclimatarse, a Sandra le costó, pero al final lo consiguió.
Paso satisfactoriamente los exámenes médicos que Ingrid le hizo, el tiempo pasa volando y llego la última noche en la que comenzaríamos la ascensión a las doce de la noche, la idea era llegar a la cumbre para la una de la tarde y así poder descender mientras todavía tuviéramos la luz del sol. Sandra y yo nos encontrábamos en nuestra tienda de campaña, entonces me miro.
- ¿Qué ocurrió en el K2?–pregunto Sandra–. Solo sé que casi mueres, pero nunca has contado nada más.
Mire a Sandra y después de suspirar empecé con el relato. Ian era uno de los pocos alpinistas que había conseguido coronar los catorce ocho miles, en los meses de descanso solía venir a nuestro orfanato para hacer de profesor. También nos llevaba de excursión y nos enseñaba a escalar paredes, pronto comprobó que Rudy, Ingrid y yo teníamos un don natural para la escalada. Con el tiempo termino siendo nuestro tutor legal y nuestro instructor.
Los tres aprendíamos muy rápido y para cuando nos dimos cuenta empezamos a ascender montañas junto a él. Yo me obsesioné con el K2, una montaña más pequeña que el coloso Everest, pero mucho más peligrosa y escarpada. Durante un año estuvimos entrenando para conseguir coronar nuestro primer 8 mil. Todo fue como la seda, eso hizo que tuviera un exceso de confianza que Ian no supo frenar a tiempo.
Él se veía reflejado en mí, así que decidió confiar, no debió hacerlo. Cuando empezamos el ascenso a la cumbre, no tarde en notar como si me hubieran puesto una losa de una tonelada sobre los hombros, me costaba caminar y no digo ya respirar. Sentía como si mis pulmones se hubieran aplastado impidiendo que el oxígeno entrará en ellos. Empecé a quedarme rezagado, pero mi ambición no me dejaba ver la realidad, empezaba a tener los primeros síntomas del mal de altura.
Llego un punto que Ian dijo a los demás entre ellos a Astrid y Rudy que siguieran. Ellos no querían, pero Ian les tranquilizo diciéndoles que pronto los alcanzaríamos. No fue así, cada vez tenía menos fuerzas empezando a tener alucinaciones, una de ellas eran que estando a cuarenta grados bajo cero yo sentía calor como si estuviéramos en el día más caluroso del verano. Ian fue a coger el walkie para avisar.
Le supliqué que no hiciera eso, podía ver la cumbre con mis propios ojos, mi ambición me impedía fracasar estando tan cerca. Después de casi tres horas no habíamos recorrido ni la mitad del último tramo y ya comenzábamos a encontrarnos con los alpinistas del grupo que habían coronado y habían empezado el descenso. Rudy e Ingrid se pararon e insistieran en quedarse con nosotros, pero Ian les dijo que bajaran al campamento cuatro y descansaran, los necesitaba lo más frescos posible.
Después de un esfuerzo inconmensurable conseguimos llegar a la tan ansiada cumbre, una gran alegría me inundo, hasta el punto de olvidar en el deplorable estado en el que me encontraba, pero lo peor es que tampoco me di cuenta del estado en el que se encontraba Ian, el sobre esfuerzo que había tenido que hacer para cumplir mi ambición había dejado su cuerpo molido. Comenzamos el descenso, los dos llevábamos oxigeno, pero casi no se notaba la diferencia.
Con sus últimas fuerzas Ian cogió el walkie y llamo al campamento cuatro antes de que se desmallara, yo me senté a su lado, era incapaz de dar un paso más empezando a tener mucho sueño, a penas conseguía mantenerme despierto. No sabría decir cuanto tiempo estuvimos allí, lo único que podía ver era que la respiración de Ian cada vez era más débil. Antes de que yo también perdiera el conocimiento pude ver unas luces.
Aishwarya, Rajiv, Rudy e Ingrid vinieron a rescatarnos, no recuerdo como baje hasta el campamento base, pero cuando desperté lo primero que me dijeron fue que Ian murió durante el descenso, su corazón no pudo soportar el esfuerzo y se detuvo para siempre. Me sentí devastado, había conseguido ascender uno de los catorce 8 miles y eso le había costado la vida a lo más parecido a un padre que había tenido. Rudy e Ingrid entraron para ver como me encontraba, al verlos empecé a llorar de una manera desgarradora, sabia lo importante que era Ian para ellos y lo habían perdido por mi culpa, por mi incapacidad de reconocer mis debilidades.
Me costó mucho superar la muerte de Ian, tarde más de dos años en volver a pisar una montaña, fue el K2, la ascendí hasta el campamento base donde enterraron el cuerpo de Ian, le lleve un ramo de flores y la botella de whisky que más le gustaba, derramando la mitad de esta sobre su lápida, sería nuestro último trago.
Cuando volví a mirar el rostro de Sandra, este se encontraba arrasado en lagrimas, la abrace muy fuerte contra mí.
- Lo siento–dijo Sandra–. Ahora entiendo tu insistencia en que conozcamos los límites de nuestros cuerpos y la aclimatación a la altura.
- Aquella montaña me enseño una lección muy valiosa–dije–. Ninguna cumbre vale una vida humana.
Cogí mi mochila y de ella saque un chaleco hecho de pieles de alce y dos guantes a juego, después saque dos bombonas de oxigeno pequeñas.
- ¿Y esto?–pregunto Sandra.
- Este chaleco y guantes te mantendrán caliente incluso en la noche más fría–dije–. Las bombonas de oxigeno pequeñas te darán cinco horas más por si ocurriera una catástrofe.
Sandra sé probo el chaleco y los guantes, sonrió al ver lo calentitos que eran, le habría traído las botas, pero no estaban hechas para este terreno y podían romperse dejando entrar la humedad y el frío, pero las botas que Sandra llevaba eran muy buenas y le protegerían bien. No diré que no tuviera miedo, hasta ahora mis compañeros de ascensión siempre habían sido Rudy, Paul e Ingrid en menos medida, pero todos eran alpinistas experimentados.
Sandra era una buena alpinista, pero jamás se había enfrentado a una montaña tan cruel como el Everest, tal vez debería cancelarlo y dejarlo para más adelante, empezaba a pensar que de ser otra persona lo haría. Su sonrisa, Sandra tenía la ambición de un alpinista hambriento de cumbres, esperaba que también tuviera el raciocinio que yo no tuve en el K2 y le costó la vida a Ian, para cuando termine mi relato había llegado la hora de la verdad, comenzaba el ascenso.
Todos estábamos listos para empezar el ascenso, mire a Sandra, sus ojos desprendían un brillo muy especial, seguramente yo tuve el mismo brillo cuando emprendí mi ascenso que me llevo a la cumbre. La idea era llegar a la cumbre sobre la una de la tarde para empezar el descenso con la luz del sol. El ritmo impuesto era constante, pero no excesivamente duro, Estuve todo el rato atento a Sandra, por lo menos ella estaba disfrutando de la aventura, eso me hacía feliz.
El ascenso comenzó superando una pared de hielo en el collado sur, para después buscar la cara triangular que nos llevaría al balcón a una altura de 8400 metros. Sandra superó esos escoyos con ciertas dificultades, pero de forma satisfactoria. Una vez en el balcón había que cruzar una arista llena de rocas donde se solía acumular mucha nieve, Sandra no bajo en ningún momento la concentración, siguiendo adelante con paso decidido, pero cauteloso.
Pasar esa zona no fue nada fácil para ninguno, al acumularse tanta nieve dificulta el paso, teniendo el riesgo que uno de nuestros pasos precipitara un alud que nos llevara a todos por delante.
Llegamos a los 8750 metros de altura, allí se encontraba la cima sur, una vez allí teníamos que seguir por la arista sudeste cuyo nombre era la travesía de la cornisa. Esta sección era muy peligrosa, pues la nieve cubría una seria de rocas discontinuas un paso en falso te podía llevar a la catástrofe.
Una vez superado este tramo nos encontrábamos a unos 8760 metros, habíamos llegado al Paso Hillary una imponente pared de roca de doce metros de altura. Mire a Sandra y mis peores miedos se hicieron realidad, empezaba a tener los primeros síntomas del mal de altura, sus movimientos eran lentos y erráticos.
- ¡Sandra!, tenemos que dar la vuelta–dije con mucho pesar–. Estás empezando a tener mal de altura.
- ¡Estoy bien!–contesto Sandra–. Puedo aguantar, no me hagas esto, ¡ahora no!
La respiración de Sandra cada vez era más fuerte, le costaba un gran esfuerzo hablar, no podía ceder, de hacerlo Sandra moriría ese día y muy seguramente yo también.
- ¿Sandra recuerdas lo que hablamos?–pregunte–. Solo hay una decisión correcta y es descender.
- Desde aquí puedo ver la cima–dijo Sandra–. Tengo la gloria al alcance de mi mano, ¡ni tú ni nadie me va a robar la oportunidad de alcanzarla!
Sandra se sentía eufórica, sentía estar rebosante de energía, pero eso que sentía no era real, la realidad era distinta y mucho más cruel, esa euforia producida por el mal de altura era lo que había llevado a muchos montañeros a perder la vida y a mí a propiciar la muerte de Ian. Ese día me juré a mí mismo que no volvería a dejar que algo así volviera a suceder.
Pero la realidad se hizo patente para Sandra cuando sus piernas empezaron a fallar y tuvo que sentarse. Viendo que nos quedábamos atrás Rudy y Paul vinieron a ver que ocurría.
- ¿Qué ocurre?–pregunto Paul–. No podéis quedaros aquí parados Alex, es peligroso.
- Alex, Paul tiene razón–dijo Rudy–. Es hora de tomar la decisión correcta.
- La decisión ya está tomada, Sandra y yo descenderemos al campamento cuatro–dije–Vosotros dos id con los demás alpinistas, estaremos bien.
- ¿Estás seguro?–pregunto Rudy–. Sabes que para mí la cumbre no es lo prioritario.
- Lo estoy–conteste–. Paul no puede guiarlos él solo, vete y ayúdalos a llegar a la cima.
Rudy no estaba muy convencido, pero decidió hacerme caso, yo miré a Sandra, podía ver la frustración en su rostro, no era fácil desistir cuando podías ver la cima, pero era mejor ceder para volver a intentarlo más adelante.
-Sandra, levanta, tenemos que usar las últimas fuerzas que nos quedan para descender–dije–. Esto no es el final, el año que viene volveremos a intentarlo.
- Por favor, si me quieres llévame a esa cumbre–suplicaba Sandra–. Hazlo por nuestro amor.
- Por nuestro amor digo que no–conteste–. Si ascendemos en tu estado, llegaremos mucho más tarde que la una de la tarde, eso nos obligara a tener que acampar cerca de la cumbre, casi seguro que nos encontraran muertos por la hipotermia.
-Pero...–dijo Sandra.
- Pero nada–dije–. ¡Sandra esto no es una democracia, la decisión está tomada!
Como me dolió gritarla, Sandra me miro con el rostro arrasado en lagrimas, se puso en pie con mucha dificultad poniéndose en marcha en dirección al campamento cuatro donde nos esperaba Ingrid, pues Rudy le puso sobre aviso. Aquella noche algo se rompió dentro de ella, la frustración por no poder alcanzar la cumbre, que yo no la apoyara y la obligara a bajar, tener que ceder tan cerca de la meta, todo eso se unió para que una gran decepción y un gran rencor empezaran a crecer dentro de Sandra.
No me dejo que la ayudara ni una sola vez, cada vez que intentaba acercarme a ella recibía un gruñido como respuesta, sabía que las consecuencias de esa noche serían tremendas, pero no me hacía una idea hasta qué punto lo fueron. Para cuando llegamos al campamento empezaba a anochecer. Dentro de la tienda principal nos esperaban Ingrid, Aishwarya y Rajiv. Los exámenes que Ingrid le hizo a Sandra no dejaron duda, tenía un edema pulmonar, necesitaba asistencia médica lo antes posible.
Necesitaba un helicóptero que la llevara a un hospital, Aishwarya y Rajiv llamaron a un amigo suyo, este podría recogerles en el campamento dos, ellos serían los encargados de bajarla, conocían la montaña como nadie y conocían atajos que reducirían el tiempo de descenso. Yo quería ir con ellos, pero Ingrid me lo impidió.
- Alex, ¡tú te quedas!–dijo Ingrid–. En tu estado no serias más que un estorbo, estás exhausto.
No me quedo otra que darle la razón, el último tramo tuve que hacerlo con Sandra a mi espalda, la pobre no podía dar ni un paso más, incluso con el oxígeno puesto le costaba un mundo respirar. Ese fue el momento que más temí por nuestras vidas. Por suerte conseguimos llegar y eso podría marcar la diferencia entre la vida y la muerte para Sandra, ella estuvo un mes ingresada en un hospital, dando la orden de que a mí no se me dejaran pasar.
Entendía que Sandra estuviera enfadada, pero yo no me arrepentía de la decisión que tome aquella noche. Una vez pasado el mes ella volvió para casa mientras yo tuve que quedarme a impartir adiestramiento a nuevos alpinistas. Saber que Sandra no quería ni verme estaba resultando muy duro para mí, Rudy, Ingrid y Paul fueron los únicos que conseguían sacarme de ese estado de melancolía en el que me había sumergido.
Paul demostró que era un gran amigo y termino formando parte de nuestro grupo, empezando a impartir adiestramiento, él y Rudy hacían un buen equipo, cosa que agradecí porque yo tenía la cabeza en otro sitio. Estaba tan distraído que decidí volver a casa, tenía previsto dejar su espacio a Sandra, pero la incertidumbre podía conmigo, quería hablar con ella para ver como derrumbar ese muro que se había instalado entre nosotros.
Al llegar a casa y meter la llave en la puerta estaba aterrado, temía que Sandra se hubiera marchado. Mis peores miedos no tardaron en hacerse realidad, al entrar en casa estaba oscura y fría, hacía unos cuantos días que nadie vivía en ella, fui directamente al nuestro dormitorio para descubrir que su parte del armario estaba vació, sus enseres de higiene personal, maquillaje y cepillo de dientes habían desaparecido.
Lo único que pude hacer en ese momento fue sentarme en la esquina de la cama y llorar amargamente, la noche de nuestro aniversario que tendría que haber sido el día muy feliz sé término convirtiendo en una pesadilla. Como pude me puse en pie y me dirigí a la sala de estar, allí había una nota sobre la mesa.
“Alex esa noche cambio algo dentro de mí, no tengo claros mis sentimientos por ti y necesito tiempo para aclararme”
Sostenía aquella nota entre mis temblorosas manos, mis lagrimas poco a poco fueron mojando ese trozo de papel hasta que lo que Sandra escribió en él empezó a ser ilegible. Llame más de cien veces, mande otros cien WhatsApp para finalmente intentarlo con el email. Todo fue infructuoso, Sandra me había bloqueado, todos mis mensajes aparecían con un solo tic. Ninguno de mis emails fue contestado, la mujer que yo amaba más que mi propia vida me había abandonado y yo me sentía total y absolutamente vació.
Durante el siguiente mes lo intenta de todas las maneras posibles, pero el resultado fue el mismo, me había borrado de su vida, era como si yo no existiera para ella. Tengo que reconocer que no me gustaba la Sandra que estaba descubriendo, creía que mi mujer era una persona que afrontaba los problemas de cara. No había hecho nada para merecer el trato que estaba recibiendo, pero no pensaba en cejar en mi empeño hasta conseguir hablar con ella.
Tuve que volver al Everest, estuve allí durante dos meses, lo seguía intentado, pero las cosas seguían igual, lo peor era que Rudy e Ingrid tampoco sabían nada de ella, es como si se la hubiera tragado la tierra. Fue Paul el que consiguió traer un poco de luz a esa oscuridad que se había instalado en mi vida. La mujer de Paul era abogada y gracias a sus contactos pudo averiguar que Sandra se había mudado a otro país para irse a trabajar a una revista cuyo dueño era un multimillonario que empezaba a despuntar en el mundo del alpinismo.
Escuchar lo que la mujer de Paul había averiguado hizo que un escalofrío recorriera mi cuerpo.
- Necesito descubrir más cosas sobre Sandra–dije–. ¿Tu mujer podría conseguirme más información?
- Piensas que Sandra te es infiel–contesto Paul–. ¿Es eso verdad?
- No quiero pensarlo–conteste–. Pero algo me dice que es así y necesito averiguarlo.
- Hablaré con mi mujer para que lo ponga en marcha–dijo Paul–. Espero de verdad que todo sea un malentendido.
- Hay otra cosa que quiero–dije–. Me gustaría que tu mujer redactase los papeles del divorcio.
- Joder Alex–dijo Rudy–. Todavía no sabes si Sandra a sido infiel.
- La infidelidad sería la gota que derramara el vaso–conteste–. Desde ese día no como, no duermo y esto está afectando a mi vida y a mi trabajo.
-Si es lo que necesitas–dijo Ingrid–. Nosotros siempre te apoyaremos.
Durante los siguientes dos meses estaríamos en el K2, un conocido de Ian nos contrató para adiestrar a un grupo de alpinistas sin ninguna experiencia previa. Yo no estaba muy convencido, pero Ingrid y Rudy insistieron en que me vendría bien. En esta ocasión solo iríamos para adiestrarlos siendo nuestra última parada sería el campamento cuatro, una vez que ese grupo iniciara el ascenso nosotros empezaríamos a descender hasta el campamento base. La verdad es que tuvieron razón, por primera vez nos encontramos con un grupo de personas que demostraban respeto por la montaña, recogieron todos sus desechos, atendían, fue la primera vez que disfrute haciendo mi trabajo. Todas eran personas adineradas, pero no demostraron ni un ápice de ego, al llegar a la base tres dos de ellos fueron conscientes que no llegarían a la cumbre y descendieron al campamento base por propia voluntad.
La noche que empezaba el ascenso, teníamos previsto empezar nuestro descenso, pero decidimos quedarnos para ayudar con los heridos y felicitar a los que lograran llegar a la cumbre de la montaña más peligrosa del mundo. De los diez que empezaron el ascenso solo siete consiguieron coronar la montaña. Por suerte todos llegaron al campamento base y no tuvimos que lamentar ninguna muerte, pasados unos días emprendimos el descenso todos juntos, Los que llegaron a la cima estaban eufóricos, pero los que no lo consiguieron no estaban ni triste ni enfadados, en su mirada se podía ver que la siguiente vez se esforzarían más para conseguirlo.
Tengo que decir que esta expedición me sirvió para animarme, pero como dice el dicho, que poco dura la alegría en la casa del pobre. Al llegar al aeropuerto revisé mi correo, tenía uno de la mujer de Paul, en el email me decía que su investigador ya había terminado el informe, en cuanto pudiera que la llamara para concertar una cita. En cuanto llegue a mi casa la llame y me cite con ella en dos días.
Durante esos dos días que deje de margen para descansar, no conseguí descansar nada. Algo dentro de mí me decía que lo que vería en ese informe no me gustaría nada. Como odiaba tener razón, con el informe venían una serie de fotografías que habían sido tomadas en un restaurante donde Sandra y su nuevo jefe se estaban besando, en los baños de una discoteca donde aparecía Sandra haciéndole una felación y en las últimas donde aparecían los dos cogidos de la mano entrando en un hotel.
- Lo siento–dijo la mujer de Paul–. Dar estas noticias nunca es agradable.
- No es culpa tuya–conteste–. Solo has hecho tu trabajo, ¿de lo otro que hablamos?
La mujer de Paul saco una carpeta de uno de los cajones, dentro se encontraba redactados los papeles del divorcio. Estrechando su mano le di las gracias, ahora tendría que arreglármelas para poder dar con ella, cosa que no sería fácil, pues me tenía bloqueado por todos los sitios. La diosa fortuna se puso de mi lado, en la portada de una revista pude leer la noticia que el jefe de Sandra pensaba ascender a la cumbre del Everest en primavera. Solo tenía que ir unos días antes para hablar con Sandra y poner punto y final a nuestro matrimonio.
Rudy e Ingrid decidieron acompañarme, Aishwarya, Rajiv y Paul nos esperarían en el campamento base. Según pude averiguar emprenderían la ascensión el catorce de abril, iríamos unos días antes para que nos diera tiempo de ascender hasta la base cuatro antes de que empezaran el ascenso, Gracias a Rajiv conseguimos un helicóptero que nos llevaría directamente al campamento base, si no se tardaba quince días en llegar hasta allí.
No pensaba darle los papeles del divorcio en ese momento, eso podría distraerla, teniendo consecuencias catastróficas, solo quería decirla que necesitaba verla en cuanto los dos estuviéramos de regreso en la ciudad. Una vez en el campamento base descansamos decidiendo empezar el ascenso esa misma noche, pero no pudo ser, una ventisca se levantó. La visibilidad era cero a menos de un metro de distancia, en esas condiciones nada se podía hacer.
Intentar ascender al campamento cuatro sería un suicidio, la diosa fortuna había decidido abandonarme. Para cuando la ventisca amaino ya era de día, sería imposible llegar antes de que Sandra emprendiera el ascenso a la cumbre más alta del mundo. Como me temía si fue, llegamos dos horas después de que hubieran salido, no me quedaba más remedio que esperar a que volvieran, se tardaban doce horas en llegar a la cumbre del Everest y otras doce en descenderla, eso me daría unas cuantas horas para ensayar lo que quería decirle.
Las horas se hicieron eternas, empezaron a llegar noticias de que alguien se había quedado atrapado cerca de la cumbre. No sabíamos quién era, pero en otra de las comunicaciones dijeron que la persona que se había quedado atrás era Sandra, Me había hecho mucho daño, pero no podía dejarla morir sola mientras un frío helador le iba arrebatando la vida poco a poco. Tenía la esperanza de que llevara el chaleco y los guantes que le regale, eso le daría más tiempo, además de las dos bombonas de oxigeno pequeñas, calcule que con las dos bombonas grandes más las dos pequeñas, tendría oxigeno suficiente hasta que llegáramos a ella.
- Voy a subir para rescatar a Sandra–dije–. ¿Quién se apunta?
Rudy, Ingrid, Paul, Aishwarya y Rajiv se apuntaron sin pensarlo, no éramos suficientes, entonces mire a los demás.
- No nos importa arriesgar nuestras vidas por una cumbre–dije–. Pero no somos capaces de arriesgarla por salvar a un compañero.
Ella sabía donde se metía–dijo otro alpinista–. Todos sabemos que podemos morir allí arriba.
- Espero que sigas pensando igual si algún día estás en su misma situación–conteste–. ¿Los demás pensáis igual?
Ninguno pensaba mover ni un dedo, ¿cuándo había pasado a ser más importante pisar una cumbre que salvar una vida?, la respuesta a esa pregunta no nos dejaba en muy buen lugar a los alpinistas, yo no estaba de acuerdo con eso. Según el último informe abandonaron a Sandra cerca de la cima, era muy mal sitio a esa altura el frío era extremo, solo esperaba que Sandra hubiera tenido fuerzas suficientes como para poder resguardarse, cerca de la cumbre había salientes y pequeñas cuevas.
Nos preparamos lo más rápido que pudimos cogiendo oxigeno de reserva, puesto que Sandra lo necesitaría. Aishwarya y Rajiv conocían la montaña como la palma de su mano y conocían atajos que nos harían ganar tiempo, pero tendríamos que sortear, grietas y paredes verticales. Si eso salvaba la vida de Sandra por mí no había problema, pero no pensaba arriesgar las vidas de Rudy, Ingrid y Paul.
- ¡Tú eres tonto a qué!–dijo Ingrid– ¡Claro que vamos!
- Sandra se ha portado como una cabrona–dijo Rudy–. Pero no se merece morir así.
- Opino lo mismo que ellos–contesto Paul–. Ya estamos tardando.
Íbamos de noche solo con la luz de la luna y nuestras linternas de cabeza, para cruzar las grietas usábamos unas escaleras, de cuclillas íbamos pasando peldaño por peldaño hasta llegar al otro lado. De vez en cuando se soltaba un trozo de hielo que caía al vacío, lo peor de todo es que jamás escuchamos cuando llegaba al fondo. Todos estábamos aterrados, pero no pensábamos echarnos atrás, la vida de Sandra dependía de nosotros, ya le fallé a Ian y no pensaba fallarle a Sandra.
El ritmo era abrumador, pero yendo por los atajos que Aishwarya y Rajiv conocían habíamos ganado unas tres horas. Después de ocho horas agotadoras estábamos cerca de Sandra, lo único que nos separaba de ella era una pared vertical de hielo de unos treinta metros de altura. Escalar en hielo era mucho más peligroso que hacerlo en piedra y a eso había que sumarle el hándicap que tendríamos que hacerlo en plena noche. Estábamos todos como para encerrarnos, la mejor escaladora en hielo del grupo era Ingrid, ella abriría camino para que los demás pudiéramos escalar esa monstruosa pared de hielo.
Ingrid era increíble, me acerqué a Rudy que miraba a su mujer con una expresión de miedo, pero también de orgullo. Ingrid había ido colocando enganches para que pudiéramos empezar la escalada, todos nos pusimos nuestros crampones y empezamos a subir. Estaba convencido de que esa noche iba a desgastar el miedo, pero eso no me hizo desistir, la ascensión por esa pared vertical fue muchísimo más dura de lo que había imaginado, tardamos más de dos horas en llegar arriba del todo, pero por lo menos lo hicimos todos de una pieza.
También estaba preocupado por Aishwarya, si perdía el embarazo por mi culpa no podría perdonármelo jamás, ella pareció leer mi mente.
-Yo decidí venir–dijo Aishwarya–. Mi hijo estará bien y esta será una buena historia para contarle.
- Sí, para que tenga pesadillas–dijo Rudy–. Pongámonos en marcha ya queda poco.
No sabíamos exactamente donde se encontraba Sandra, pero por la última descripción cerca de la cumbre había una pequeña cueva de la que hable a Sandra, esperaba que le quedaran suficientes fuerzas para que hubiera podido llegar hasta allí. Fue a donde nos dirigimos, tardamos más o menos otra hora en llegar, las fuerzas empezaban a flaquear, pero todos estábamos bien, por fin llegamos a esa pequeña cueva.
Me agaché para mirar dentro, tenía miedo de lo que me podía encontrar. Sandra se encontraba dentro, estaba sentada con sus brazos sujetando sus piernas, tenía puesta una de las bombonas de oxigeno pequeñas, Ingrid se acercó a ella para revisarla.
- Está viva, pero esta muy dedil–dijo Ingrid–. Si consigue ponerse de pie tiene un cincuenta por ciento de posibilidades de conseguirlo.
Sandra al vernos abrió mucho sus ojos y empezó a tocarme para comprobar que no era ninguna alucinación. Como pudo se abrazó a mí, podía notar como todo su cuerpo temblaba, comprobé que llevaba el chaleco y los guantes, eso hizo que pudiera aguantar durante más tiempo, poco a poco la ayude a volver a la verticalidad. Con Sandra no podíamos volver por donde habíamos venido, no nos quedaba más remedio que volver por la ruta habitual.
Ninguno tenía claro que Sandra en el estado en el que se encontraba pudiera conseguirlo, pero decidimos intentarlo. El descenso fue agónico, pero Sandra no dejo de luchar, incluso cuando su cuerpo le pedía que se detuviera ella seguía caminado. No nos detuvimos hasta llegar al campamento cuatro, Sandra consiguió llegar y lo primero que hizo Ingrid fue pedir un Helicóptero, un grupo de Sherpas se encargaría de llevarla al campamento dos para que pudieran recogerla.
Los demás descendimos al campamento tres que quedaba debajo de la zona de la muerte, el esfuerzo fue máximo y tardamos más de una semana en recuperarnos, Una vez recuperados bajamos al campamento base donde me encontré cara a cara con el jefe de Sandra que se vanagloriaba de haber alcanzado la cumbre más alta del mundo. No pude contenerme, cogiéndolo del cuello lo estampé contra una de las mesas que había en la tienda, intentaba soltarse, pero mi fuerza era superior.
- ¡Eres un pedazo de mierda!–dije–. ¡No se abandona a un compañero a su muerte!
- Ella sabía donde se metía–contesto el jefe de Sandra–. Yo no le debía nada, eso le pasa por débil.
Entre dos consiguieron separarme de ese cabrón, poniendo una mano en su dolorido cuello fue a decir algo, pero un puñetazo de Rudy se lo impidió.
- Sabes una cosa–dijo Rudy–. Reza para que nunca te pase lo mismo que le ha pasado a ella, porque no creo que nadie mueva un dedo por ti.
Aquel hombre empezó a mirar a todos los presentes y un escalofrío empezó a recorrer su cuerpo haciendo que una mueca de terror apareciera en su rostro, sabía perfectamente que nadie querría participar en una ascensión con un alpinista egoísta que dejaba a compañeros por el camino para conseguir sus metas. Tal vez gracias a su dinero conseguiría que algunos alpinistas le acompañaran, pero le había quedado claro por la mirada de todos que de flaquear en la montaña moriría solo, ninguno movería un dedo como le dijo Rudy.
Una vez recuperados bajamos a la civilización, Sandra estaba ingresada en un hospital. Según pudo descubrir Ingrid sufrió algunas congelaciones y tendrían que amputarle dos dedos, pero había tenido mucha suerte y se pondría bien, decidí visitarla.
- Hola–dije–. ¿Cómo te encuentras?
- Bien, aunque en dos días me tiene que operar–contesto Sandra–. Gracias por subir a rescatarme, no me lo merecía.
- No lo hice solo–dije.
- Lo sé–contesto Sandra–. Pero tú eras el que menos motivos tenías para subir hasta allí.
- La verdad es que te has portado como una cabrona–dije–. Pero no se deja de querer a una persona de un día para otro.
- Alex–dijo Sandra–. ¿Tú me sigues amando?
- Si–conteste.
- Entonces...–dijo Sandra.
- En esta vida tengo dos certezas–dije– una que te amo como el primer día y la segunda que jamás volveré a confiar en ti.
De mi mochila saqué la carpeta con los papeles del divorcio dejándola sobre la cama, Sandra la cogió con las manos temblorosas empezando a llorar cuando supo de qué se trataba, dentro estaban los papeles del divorcio y las pruebas de sus infidelidades.
- Alex por favor–imploro Sandra–. Puedo compensarte, podemos volver a ser un matrimonio.
- Veo que no lo entiendes–conteste– Mi confianza en ti se ha roto en mil pedazos y jamás volverá a lo que fue, lo mejor es que cada uno empiece desde cero créeme es lo mejor para los dos.
- Necesito saberlo–dije–. ¿Qué te llevo a comportarte así?
- Mi orgullo–contesto Sandra–. Fui incapaz de reconocer que no estaba preparada y me resulto más fácil culparte a ti, después pasados unos días y en frío fui consciente de que había metido la pata, pero en vez de pedir perdón me comporte como una cobarde saliendo huyendo como lo hice, para la infidelidad no tengo excusa, simplemente deje que pasara, una vez de haber metido la pata que más daba meterla un poco más, lo único que lamento es que tú te enteraras y sufrieras por ello.
Sandra se secó las lagrimas y cogiendo un bolígrafo firmo los papeles, después de devolverme la carpeta, diciéndome que lo sentía mucho y que la perdonara por como se había comportado, dándole un beso en la frente me despedí de ella. Mientras recorría el pasillo que me llevaba a la salida de ese hospital no pude evitar que mis lagrimas descendieran por mi rostro, la amaba más que a mi propia vida, pero a veces el amor no es suficiente, en cierta forma aunque había conseguido coronar el Everest de alguna forma sentía que esa montaña me había derrotado.
FIN.