joselitoelgallo
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Capítulo 1: Introducción.
Es inevitable que entre los padres y madres cuyos hijos comparten clase en el colegio se vaya forjando cierta amistad. No sólo se charla en la puerta mientras se espera que sea la hora de la estampida, si no que es habitual coincidir en las actividades extraescolares, en los cumpleaños, en los parques, etc. Basta hacer un comentario más o menos gracioso y que la otra o el otro conteste de forma más o menos irónica para que se forme el lío. Algo de esto es precisamente lo que me ha pasado con Gema, y si bien no quiero adelantar acontecimientos, puedo adelantar que lo nuestro no ha sido la típica aventura extramatrimonial.
Mi nombre es Roberto o mejor Róber, que es como me llama todo el mundo. Para los que aún no me conocéis sólo decir que no hace mucho que cumplí los treinta y un años y vivo en el sur de España. Por lo demás soy de estatura media alta, de piel morena por herencia genética de mi bisabuelo que no era español pero también por mi afición a los deportes al aire libre: senderismo, ciclismo, etc. Como seña de identidad diré que soy elegante, y no de esos que se ponen lo primero que pillan si no que me gusta vestir con clase. La ropa es como la educación, dice mucho de uno mismo. En cuanto al sexo, ya no poseo el vigor sexual de un adolescente claro está, pero suelo follar con mi fascinante mujer un par de veces por semana, que para ser padres de familia no está nada mal. Por lo demás, sólo diré que tengo entre las piernas más de lo que a la mayoría de mujeres les coge en la boca.
Todo ocurrió el pasado mes de septiembre, pero si me he decidido a contarlo es porque Gema me ha dicho que su marido ha tenido la extraña idea de escribir un relato sobre lo ocurrido y publicarlo en esta página web.
Tras realizar una lectura del mismo creo que es justo que sepáis ciertos detalles que José omitió intencionadamente. Para ello reescribiré su relato dejando constancia de cómo cambia la verdad a medida que conocemos hechos que ignorábamos, como ocurre casi siempre, sólo será una acepción en un punto concreto de la historia.
Relato de José, el marido de Gema:
Hasta hace unos días éramos una pareja normal, con unos hijos bastante “normales” para lo que se ve por ahí. Ambos tenemos un buen trabajo y renta media/alta, algo que no es fácil en estos tiempos, Hace mucho que no tenemos hipoteca. En cuanto a nuestra vida sexual, ésta era igual que una buena dieta, frecuente y variada.
Me llamo José y estoy en buena forma para mis cuarenta y cinco años. Voy de vez en cuando al gimnasio, otras veces salgo a correr, pero no consigo tener regularidad ya que viajo mucho debido a que trabajo en una empresa muy potente en el desarrollo y la venta de software.
Gema, mi mujer, es muy elegante y sofisticada, educada, inteligente y con su propio estudio de arquitectura. Es una de esas mujeres maduras que se cuidan y da gusto ver. Ahora lleva el pelo moreno. Es guapa a pesar de los años y tiene un tipazo muy trabajado en el gimnasio y un culo de primera división. Debo reseñar que el tamaño de sus tetas inquieta a todos mis amigos, claro que con lo que le costaron no es de extrañar. En fin, Gema es una mujer moderna, activa y muy deseable.
En la intimidad siempre ha sido una mujer apasionada, dispuesta a probar cosas nuevas. Cuando la conocí ya había estado con otros, por lo que tenía bastante experiencia y aunque de novios siempre rechazó el sexo anal, eso se acabó justo el día que me casé con ella. En efecto, la sodomice en nuestra noche de bodas. También me ha dicho que tiene un par de juguetes íntimos, pero si les digo la verdad, jamás los he visto.
Gema padece de una contractura de cervicales y hace unos meses salimos a cenar con su masajista, una andaluza llamada Sara. Yo pagué la cena y Sara insistió en invitarnos a tomar una copa en su piso. Allí mi mujer me confesó que ambas deseaban hacer un trío. Naturalmente yo pensé que se estaban burlando de mí, sin embargo un minuto después ambas se turnaban para chupármela. Ciertamente tuve que dosificarme para aguantar su ritmo, pero Gema se corrió al menos cuatro veces. Mientras Sara se ensañaba con el sexo de mi mujer, yo no me lo pensaba dos veces si una de ellas se ponía a cuatro patas, fuera la que fuera. Al final Gema me masturbó sobre la cara de la masajista. Ese fue nuestro primer trío, donde descubrimos que tener sexo con una tercera persona era tan inquietante como placentero.
Finales de Septiembre:
El cabecero resuena insistente contra la pared de la habitación de al lado, como si marcara el ritmo a los jadeos de la pareja. La mujer, que no es ninguna jovencita, grita ante las embestidas del macho que lleva un buen rato montándola. Le pide más, que siga y que no pare de follarla. En cambio, a él sólo se le escucha jadear a causa del esfuerzo.
No puedo dejar de escuchar con una extraña mezcla de excitación, intriga y preocupación. Excitación al escuchar el repaso que ese hombre está dando a la mujer que se ha corrido al menos un par de veces. Intriga, por saber cómo lo hacen, en qué lugar o en qué postura. Además también siento preocupación porque si transcendiera lo que están haciendo sería un escándalo.
Sé que hoy no la ha sodomizado. Cuando eso ocurre ella siempre implora que lo haga despacio y resopla de un modo característico, muy largo y profundo. Cuando eso ocurre me excito todavía más.
A quién no le gustaría escuchar algo así, una pareja que se ama tan intensamente y que goza en la habitación de al lado sin ningún pudor. Pero para mí además es bochornoso porque ella es... mi esposa. Sí, la mujer a la que están follando por tercera vez en una semana lleva casada conmigo catorce años.
Lo peor de todo es saber que he sido yo mismo quien ha provocado su infidelidad. Por un lado, me gustaría borrar las tres últimas semanas y no haberle formulado aquella indecente proposición. Pero por otro lado, no puedo negar que una trepidante excitación me avasalla como demuestra la gran erección que se aprecia en mis pantalones. De todas formas ya es tarde para echarse atrás.
La puerta de la habitación se abre antes de que pueda desenredar la maraña de pensamientos que me atosiga. Ambos entran riendo en el salón donde yo finjo haber estado mirando mi iphone. Se dirigen directamente a la cocina, y mientras que el muchacho me saluda educadamente con un sutil movimiento de cabeza, ella se limita a sonreír de oreja a oreja como una boba antes de ofrecerle a su macho algo de comer.
Mientras les oigo charlar repaso todo lo sucedido desde ese día no tan lejano en que le pregunté a Gema si le gustaría acostarse con otro hombre.
Es inevitable que entre los padres y madres cuyos hijos comparten clase en el colegio se vaya forjando cierta amistad. No sólo se charla en la puerta mientras se espera que sea la hora de la estampida, si no que es habitual coincidir en las actividades extraescolares, en los cumpleaños, en los parques, etc. Basta hacer un comentario más o menos gracioso y que la otra o el otro conteste de forma más o menos irónica para que se forme el lío. Algo de esto es precisamente lo que me ha pasado con Gema, y si bien no quiero adelantar acontecimientos, puedo adelantar que lo nuestro no ha sido la típica aventura extramatrimonial.
Mi nombre es Roberto o mejor Róber, que es como me llama todo el mundo. Para los que aún no me conocéis sólo decir que no hace mucho que cumplí los treinta y un años y vivo en el sur de España. Por lo demás soy de estatura media alta, de piel morena por herencia genética de mi bisabuelo que no era español pero también por mi afición a los deportes al aire libre: senderismo, ciclismo, etc. Como seña de identidad diré que soy elegante, y no de esos que se ponen lo primero que pillan si no que me gusta vestir con clase. La ropa es como la educación, dice mucho de uno mismo. En cuanto al sexo, ya no poseo el vigor sexual de un adolescente claro está, pero suelo follar con mi fascinante mujer un par de veces por semana, que para ser padres de familia no está nada mal. Por lo demás, sólo diré que tengo entre las piernas más de lo que a la mayoría de mujeres les coge en la boca.
Todo ocurrió el pasado mes de septiembre, pero si me he decidido a contarlo es porque Gema me ha dicho que su marido ha tenido la extraña idea de escribir un relato sobre lo ocurrido y publicarlo en esta página web.
Tras realizar una lectura del mismo creo que es justo que sepáis ciertos detalles que José omitió intencionadamente. Para ello reescribiré su relato dejando constancia de cómo cambia la verdad a medida que conocemos hechos que ignorábamos, como ocurre casi siempre, sólo será una acepción en un punto concreto de la historia.
Relato de José, el marido de Gema:
Hasta hace unos días éramos una pareja normal, con unos hijos bastante “normales” para lo que se ve por ahí. Ambos tenemos un buen trabajo y renta media/alta, algo que no es fácil en estos tiempos, Hace mucho que no tenemos hipoteca. En cuanto a nuestra vida sexual, ésta era igual que una buena dieta, frecuente y variada.
Me llamo José y estoy en buena forma para mis cuarenta y cinco años. Voy de vez en cuando al gimnasio, otras veces salgo a correr, pero no consigo tener regularidad ya que viajo mucho debido a que trabajo en una empresa muy potente en el desarrollo y la venta de software.
Gema, mi mujer, es muy elegante y sofisticada, educada, inteligente y con su propio estudio de arquitectura. Es una de esas mujeres maduras que se cuidan y da gusto ver. Ahora lleva el pelo moreno. Es guapa a pesar de los años y tiene un tipazo muy trabajado en el gimnasio y un culo de primera división. Debo reseñar que el tamaño de sus tetas inquieta a todos mis amigos, claro que con lo que le costaron no es de extrañar. En fin, Gema es una mujer moderna, activa y muy deseable.
En la intimidad siempre ha sido una mujer apasionada, dispuesta a probar cosas nuevas. Cuando la conocí ya había estado con otros, por lo que tenía bastante experiencia y aunque de novios siempre rechazó el sexo anal, eso se acabó justo el día que me casé con ella. En efecto, la sodomice en nuestra noche de bodas. También me ha dicho que tiene un par de juguetes íntimos, pero si les digo la verdad, jamás los he visto.
Gema padece de una contractura de cervicales y hace unos meses salimos a cenar con su masajista, una andaluza llamada Sara. Yo pagué la cena y Sara insistió en invitarnos a tomar una copa en su piso. Allí mi mujer me confesó que ambas deseaban hacer un trío. Naturalmente yo pensé que se estaban burlando de mí, sin embargo un minuto después ambas se turnaban para chupármela. Ciertamente tuve que dosificarme para aguantar su ritmo, pero Gema se corrió al menos cuatro veces. Mientras Sara se ensañaba con el sexo de mi mujer, yo no me lo pensaba dos veces si una de ellas se ponía a cuatro patas, fuera la que fuera. Al final Gema me masturbó sobre la cara de la masajista. Ese fue nuestro primer trío, donde descubrimos que tener sexo con una tercera persona era tan inquietante como placentero.
Finales de Septiembre:
El cabecero resuena insistente contra la pared de la habitación de al lado, como si marcara el ritmo a los jadeos de la pareja. La mujer, que no es ninguna jovencita, grita ante las embestidas del macho que lleva un buen rato montándola. Le pide más, que siga y que no pare de follarla. En cambio, a él sólo se le escucha jadear a causa del esfuerzo.
No puedo dejar de escuchar con una extraña mezcla de excitación, intriga y preocupación. Excitación al escuchar el repaso que ese hombre está dando a la mujer que se ha corrido al menos un par de veces. Intriga, por saber cómo lo hacen, en qué lugar o en qué postura. Además también siento preocupación porque si transcendiera lo que están haciendo sería un escándalo.
Sé que hoy no la ha sodomizado. Cuando eso ocurre ella siempre implora que lo haga despacio y resopla de un modo característico, muy largo y profundo. Cuando eso ocurre me excito todavía más.
A quién no le gustaría escuchar algo así, una pareja que se ama tan intensamente y que goza en la habitación de al lado sin ningún pudor. Pero para mí además es bochornoso porque ella es... mi esposa. Sí, la mujer a la que están follando por tercera vez en una semana lleva casada conmigo catorce años.
Lo peor de todo es saber que he sido yo mismo quien ha provocado su infidelidad. Por un lado, me gustaría borrar las tres últimas semanas y no haberle formulado aquella indecente proposición. Pero por otro lado, no puedo negar que una trepidante excitación me avasalla como demuestra la gran erección que se aprecia en mis pantalones. De todas formas ya es tarde para echarse atrás.
La puerta de la habitación se abre antes de que pueda desenredar la maraña de pensamientos que me atosiga. Ambos entran riendo en el salón donde yo finjo haber estado mirando mi iphone. Se dirigen directamente a la cocina, y mientras que el muchacho me saluda educadamente con un sutil movimiento de cabeza, ella se limita a sonreír de oreja a oreja como una boba antes de ofrecerle a su macho algo de comer.
Mientras les oigo charlar repaso todo lo sucedido desde ese día no tan lejano en que le pregunté a Gema si le gustaría acostarse con otro hombre.