Adriana, una chica lista y obediente Parte 2
Adriana volvió del baño. Su manera de andar, tan femenina, contoneando sus caderas, era
hipnótica. Ella lo sabía. Se gustaba de su feminidad. Se sentó y vio que las copas estaban
vacías.
-“Creía que habrías aprovechado para pedir un poco más de vino”. -Dijo ella riendo. Fabrizio rio
también-.
-"¿Sabes una cosa?" -Contestó él-. "Este sitio está muy bien, me gusta mucho, pero he pensado
que podríamos cambiar".
Adriana se quedó callada, expectante. No sabía cómo interpretar al italiano. Finalmente se
atrevió a preguntar.
-"¿Y qué has pensado?"
-"Mira. A mí no me gustan los hoteles. Estoy instalado en casa de un buen amigo que vive entre
Madrid e Ibiza, y ahora la tengo toda para mí. La casa tiene una selección de vinos
espectacular. Además hay una piscina climatizada. Como veo que disfrutas de una copa de
buen vino... No sé, he pensado que podemos continuar allí nuestra velada, los dos solos, más
tranquilos. Charlando de nuestras cosas. Si te apetece, claro". -Respondió el italiano, sonriendo
al final. Estaba ansioso por catar a la rubia. No podía dejar de pensar en ello-.
Adriana continuaba callada. Ya conocía cuales eran las intenciones de Fabrizio. Invitaciones
como aquella eran inequívocas para mujeres como ella. Tras unos segundos dándole vueltas a
sus opciones finalmente aceptó la invitación, un poco resignada y con sonrisa forzada,
fingiendo estar conforme y consciente de que en su delicada situación no podía hacer otra
cosa que ser complaciente. El italiano, satisfecho por la respuesta afirmativa de la aragonesa,
no quería demorar más todo lo que llevaba horas rondando por su cabeza desde que viera las
fotos y vídeos de la rubia en **********
-"¿Entonces, a qué esperamos?" -Dijo él-.
Así pues, salieron de aquel local y pidieron un taxi. Ya acomodados, Fabrizio le indicó la
dirección al taxista, que puso rumbo hacia la casa. Al escucharla, Adriana supo perfectamente
adonde se dirigían. La casa en la que iba a continuar aquella cita estaba situada en una lujosa y
discreta urbanización madrileña. Aunque pertenecía a uno de los consejeros de Mediaset,
prácticamente era una multipropiedad para un selecto círculo. Aquella casa había sido testigo
de muchas veladas de todo tipo: íntimas, multitudinarias, salvajes... pero todas con mucho
sexo y desenfreno como denominador común. Allí los peces gordos -y alguno mediano- daban
rienda suelta a sus fantasías y a todo aquello que era mejor para ellos mismos que no saliera
de aquellas paredes. Por esa casa habían desfilado escorts, aspirantes a modelo y a actriz,
rostros conocidos de la pequeña pantalla y del cine... y no exclusivamente de sexo femenino.
Adriana, que había estado en un par de ocasiones hacía unos años, sabía lo que ocurría
habitualmente en aquel lujoso picadero. Era *** populi en los pasillos de Mediaset.
-"Estás muy callada". -Le dijo Fabrizio-.
Adriana le sonrió como respuesta.
Finalmente llegaron a su destino. Fabrizio sacó las llaves, abrió la puerta y le cedió el paso a
Adriana que entró la primera. La casa era enorme, de dos plantas y decoración moderna, con
muy buen gusto. No le faltaban lujos. Estaba impoluta, el italiano se había asegurado de que el
servicio la dejara perfecta para su cita. Mientras Fabrizio se dirigía directamente a la cocina a
por una botella de vino y unas copas, Adriana paseaba por las habitaciones y pasillos
curioseando, recordando su paso por allí. Los días de Sálvame y aquella primera invitación a la
lujosa vivienda quedaban ya muy lejos en el tiempo para ella. Tras unos minutos deambulando
por la casa se reunió con Fabrizio en el salón. Le estaba esperando en el sofá. Se sentó a su
lado y tomó la copa que le acababa de servir. Continuaron la agradable cita que habían
comenzado un par de horas antes. Hablaban sobre vino, sobre aquella casa, arquitectura,
decoración... Fabrizio era un hombre culto y con conversación, algo que Adriana agradecía -
más si cabe en esta situación-.
-"Y dime Adriana, estás casada por lo que veo". -Le preguntó el italiano cambiando de tema y
entrando en un terreno más personal-.
-"Sí, sí. Me casé hace poco". -Contestó ella-.
-"Aprovecha ahora, los primeros años son los más bonitos". -Dijo Fabrizio con cierta
melancolía-.
-"No veo que tú lleves anillo". -Continuó ella-.
-"Es complicado". -Respondió él escabulléndose sin contestar-. "Dime, ¿cómo lleva tu marido
eso de que trabajes en un mundo como la televisión?"
-"Lo lleva muy bien... está acostumbrado".
-"¿Lo lleva bien eh? Supongo que no será fácil. Al fin y al cabo no se lo puedes contar todo".
-"Bueno..." -Acertó a decir Adriana, algo titubeante y desconcertada-.
-"Quiero decir... que no le cuentas que a veces tienes que acceder a ciertas cosas... O ir a ciertos
sitios. Ya sabes". -Fabrizio empezaba a dirigir la conversación hacia un terreno más morboso-.
-"Pues no se..." -Adriana se sentía algo incómoda-.
-"Una chica tan guapa como tú. Con esta figura. Tienes que tener a todos los españoles locos
por ti". -Fabrizio la miraba con lascivia mientras pronunciaba estas palabras-. "Los que te ven
por televisión... y a los que trabajan contigo". -Continuó-.
Adriana no sabía qué contestar.
-"Soy modelo y trabajo en televisión desde hace bastantes años. Está acostumbrado a que los
hombres me miren si es a eso a lo que te refieres". -Acertó a responder. Mientras lo hacía, el
italiano comenzaba a acariciarle lentamente el brazo. Mirándola a los ojos-.
-"No. No me refiero a eso. Ya sabes a lo que me refiero". -Le respondió él-. "Ahora estás aquí,
conmigo, en lugar de estar con él. En una casa extraña. ¿Sabe dónde estás o le has mentido?
¿Adónde le has dicho que ibas esta noche?" -Valerse del poder que le procuraba su cargo, y
ejercerlo sobre mujeres como la rubia presentadora era una situación que le excitaba
sobremanera. Aprovechó para bajarle el tirante del vestido y acariciar su hombro desnudo-.
-"Yo..." -Adriana volvía a no saber qué responder. El caballero italiano que hace tan solo unos
minutos le despertaba admiración ahora la tenía intimidada-. "A veces..."
En ese momento Fabrizio se acercó aún más a ella. Tomó la mano izquierda de Adriana y la
llevó hacia su paquete, dejándola sobre el mismo para que ella hiciera lo que ya sabía que
debía hacer. Él, mientras tanto, le apartaba el pelo de la cara poniéndolo detrás de la oreja,
comenzando a besarle la mejilla y el cuello. A la vez, le bajaba el otro tirante del vestido. Ya
con los dos retirados, deslizó lentamente la parte superior de aquel vestido rojo dejando a la
vista el sujetador de color negro y los firmes pechos de la aragonesa. El italiano se deleitaba
con la visión de esas pequeñas tetitas bien realzadas por las copas de aquel sostén sin tirantes.
"Qué maravilla" -musitaba sin dejar de mirarlas, medio en castellano medio en italiano,
mordiéndose el labio inferior-. A continuación, volvió a atacar el cuello y la clavícula de
Adriana. Calentándola, haciéndola disfrutar a ella también. Y así era. La rubia había comenzado
a dejarse llevar, y el italiano sabía muy bien lo que hacía. Buscó su boca con anhelo. Besaba la
comisura de sus labios, el labio inferior... ambos jugaban con sus bocas haciendo aumentar la
excitación del otro.
Tras un rato dedicándose exclusivamente a darse besos, Fabrizio paró y se separó de Adriana.
Sin más dilación se desbrochó el pantalón, bajó la cremallera, se apartó el calzoncillo y liberó
su polla mirando a Adriana para observar su reacción. Ella no se inmutó. Ya tenía asumido lo
que iba a suceder aquella noche y con total naturalidad, sin necesidad de que el italiano le
indicara nada, alargó su mano derecha y comenzó a acariciarla. Volvieron a besarse en la boca.
Fabrizio buscaba el cuello, el escote y los hombros desnudos de Adriana mientras esta pajeaba
su polla con suavidad, haciéndola crecer y endurecerse poco a poco. Adriana subía y bajaba su
mano despacio, pasaba la yema de sus dedos por el glande y el frenillo, dibujaba figuras con
ellos sobre aquella polla madura ya casi totalmente erecta. La polla de Fabrizio era de un
tamaño medio, nada fuera de lo común que pudiera sorprender a Adriana -por muy grande o
por muy pequeña-. Conforme la polla se iba poniendo completamente dura, la rubia le iba
pajeando más rápido. Ella también se estaba excitando con aquel rabo en su mano. A Adriana
le fascinaban las pollas. Su forma, sus pliegues, las venas, el pulso. Disfrutaba con una polla en
sus manos -aunque no tanto como cuando las tenía en su boca- A la vez que pajeaba al
italiano, aprovechaba para acariciarle los huevos. Con delicadeza. Fabrizio quería
corresponderle y dirigió su mano hacia la entrepierna de la rubia, que abrió ligeramente sus
piernas dejándose hacer, procurando un acceso cómodo.
El italiano llegó a su coñito, y al palpar delicadamente pudo notar que sus braguitas estaban
mojadas. Miró a Adriana, que le devolvió la mirada con una risita entre vergonzosa y culpable.
-"Tú también estás disfrutando por lo que noto aquí abajo". -Le dijo. Ella rio-. "¿Sabes una
cosa? Me encanta tu boca Adriana". -Continuó él, acariciando su labio inferior-.
-"¿Si?" -Respondió ella presumida-.
-"Sí... Y seguro que la sabes usar muy bien. Vamos, ponla sobre mi polla. Métetela en la boca y
chúpala. Seguro que lo haces de cine, preciosa. Venga, no hagas que te lo ruegue más".
Fabrizio estaba ansioso por que Adriana se la mamara. Desde que viera aquellos selfies y
vídeos grabados en primer plano no había dejado de imaginarse aquellos labios carnosos
alrededor de su rabo, envolviéndolo y jugando con él.
Adriana, muy obediente, se dispuso a complacer a su jefe. Le miró a los ojos, se retiró el pelo
de ambos lados de la cara tras sus orejas de manera coqueta y sentada como estaba en el sofá,
se inclinó sobre su rabo. Comenzó besándolo despacio. Besaba el glande y el tronco. A
continuación pasó a usar la lengua. La pasaba por el frenillo dando pequeños lametones,
jugando con esa zona tan sensible al contacto. Rodeaba el capullo, la pasaba por la punta,
sobre la rajita... para después lamerlo de arriba a abajo hasta los huevos, que también tuvieron
sus minutos de dedicación. Fabrizio gozaba enormemente de la maña de la rubia, que ahora
lamía sus cojones. Se los introducía en la boca y los chupaba. En aquella boca tan grande
incluso le cabían los dos huevos del italiano, maravillado ante esa imagen. Tras un rato
entregada a esta tarea, llenándolos de babas, atacó de nuevo su polla. La cogió con su mano,
se la metió en la boca y comenzó a mamarla fuerte y a buen ritmo desde el primer momento.
Sin manos, centrándose en el capullo, lamiéndolo y devorándolo con ansia. Fabrizio se
encontraba en el puto cielo con Adriana Abenia inclinada sobre él en aquel sofá de piel,
haciéndole una de las mejores mamadas que había recibido en su vida. La cabeza rubia subía y
bajaba sin parar sobre su rabo, haciendo el ruidito propio de la succión que hacen las buenas
mamadoras de pollas. Él se limitaba a disfrutar y a acompañar el cabeceo de la presentadora
con una mano apoyada sobre su cabecita rubia. De vez en cuando, Adriana levantaba la mirada
para buscar la aprobación de Fabrizio. Aunque no la necesitaba porque sabía lo bien que lo
hacía, era algo que alimentaba su ego. Ella continuaba a lo suyo, intercalando lametones
mientras la chupaba para así descansar, y ayudándose de la mano pajeándolo a la vez.
En este punto Fabrizio le pidió que parara. Aquello iba demasiado rápido para él y a ese ritmo
estaba a punto de correrse, algo que no pasaba por su cabeza si podía evitarlo. Adriana paró.
Aquella noche no pensaba poner pegas a nada, iba a hacer todo lo que le pidiera su jefe
italiano. Como una buena zorrita.
-"Vamos preciosa, enséñame ese cuerpazo". -Le dijo a la rubia. Ella se incorporó, se pasó la
mano por la boca para limpiarse la saliva por la mamada que estaba haciendo y se puso de pie
frente a él-. "¡Guau! Pero qué maravilla. ¡Qué mujer!" -Acertó a decir Fabrizio. Para Adriana
esto era música en sus oídos. Otro hombre halagando su cuerpo, maravillado ante ella, loco de
deseo por follársela-. "Adelante". -Continuó-. "Desnúdate para mí".
Adriana se dispuso a complacer el deseo de su jefe. Comenzó quitándose los zapatos,
tirándolos a un lado con un gesto gracioso.
A continuación procedió a deshacerse de su vestido, que ya llevaba casi por la mitad de su
cuerpo después de que Fabrizio se lo bajara un rato antes para admirar sus pechos. Se lo
desabrochó y fue bajando la cremallera sin prisa pero sin pausa, gustándose. Se notaba que
había hecho este numerito en incontables ocasiones. Comenzó a deslizarlo por su cuerpo
hasta llegar a sus caderas, las pasó y lo dejó caer hasta los tobillos. Se lo quitó de en medio
igual que hiciera con los zapatos. Ya solo con la ropa interior decidió animar su numerito
contoneándose ante Fabrizio, poniéndolo a mil. Aquello era un jodido espectáculo, y el italiano
un afortunado espectador. Con las manos en su espalda, buscó el cierre del sujetador. Una vez
abierto lo fue retirando poco a poco con una mano, mientras con la otra y ayudada del brazo
se cubría las tetas. Le lanzó el sujetador a Fabrizio. Tras unos segundos haciéndose de rogar,
finalmente destapó sus pechos desnudos para gozo del italiano. Eran unas tetitas pequeñas,
con areola mediana y pezón gordo, rosados, sin marcas de ningún tipo porque Adriana hacía
topless. La cara de su jefe le confirmó que estaba complacido con lo que veía. Ya solo le
quedaba por quitarse el tanguita. Sabedora de que su culazo era posiblemente el punto fuerte
de su anatomía, quiso darse un homenaje. Primero se puso de espaldas a Fabrizio para que se
deleitara con aquella visión. El tanguita no era muy fino, lo cierto es que cubría buena parte de
la piel, pero le hacía un culo rotundo. Se puso de frente y lo bajó un poquito, lo justo para que
se viera algo de pelito en el pubis. Volvió a girarse dando la espalda a su jefe. Se inclinó
ligeramente hacia adelante y continuó bajándolo. Poco a poco el impresionante culo de
Adriana iba quedando al desnudo. Siguió bajando a la vez que se inclinaba un poco más. Ahora
lo que se estaba empezando a ver era su coñito. Perfectamente plegado y cerrado, gordito y
apetitoso. Un manjar de dioses. Fabrizio apenas podía contenerse ante aquella visión. Se
incorporó hacia adelante y alargó sus manos hacia los cachetes de Adriana, que se dejaba
hacer. Comenzó a amasarlos, masajearlos y sobarlos a su antojo. Tampoco pudo resistirse a
ese coñito. Lamió la rajita de Adriana de arriba a abajo, metiendo primero su lengua y después
sus dedos con delicadeza. Acabó con la lengua en su ano. Era demasiado para él. Ella solo se
dejaba manosear.
-"Enséñame bien ese culo. Muévelo para mi". -Le dijo Fabrizio. Y ella lo movía para él-. "Ponte a
cuatro patas que quiero verlo como Dios manda". -Adriana, de nuevo sumisa aquella noche,
hizo lo que le ordenaban poniéndose a cuatro patas a sus pies. Ofrecía su culo y su coñito a su
jefe, que ya solo pensaba en follársela salvajemente-.
El aprovechó para terminar de desnudarse por completo. Volvió a sentarse en el sofá y le
ordenó a Adriana que se la volviera a chupar tal como estaba en el suelo, como una perrita.
Ella se acercó gateando, dirigió la boca hacia su rabo, lo engulló y comenzó a mamar de nuevo.
La estampa del salón en aquel momento era la de Adriana Abenia desnuda y mamando una
polla a cuatro patas, salivando sin cesar, cayéndole su propia baba por la barbilla. El ritmo de
sus cabezazos había conseguido poner el rabo de Fabrizio completamente duro otra vez.
Mientras, este sujetaba su cabeza con ambas manos y la acompañaba en cada acometida
sobre su polla, forzándola un poquito incluso. Al poco rato, Fabrizio decidió que ya era
suficiente. Quería follarse ya a la rubia presentadora, que estaba totalmente a su merced.
Adriana se puso de pie y procedió a subirse a horcajadas de Fabrizio, que continuaba sentado
en el sofá. Ya encima de él, se metió la polla en su coñito y comenzó a cabalgar a buen ritmo.
Se movía como una auténtica diosa. Haciendo círculos con las caderas o moviéndose sobre el
italiano como si bailara sensualmente. La rubia era una folladora de primera. Después se echó
para atrás apoyando sus manos sobre las piernas de su jefe, para volver a subir y bajar sobre
su polla. Tras unos minutos en esta postura, Fabrizio quiso cambiar y ser él quien llevara el
ritmo. Tal como estaban, cogió a Adriana por la cintura, la levantó y la tumbó bocarriba sobre
el sofá. Él se puso encima y se la metió para continuar la faena. Excitadísimo por la
impresionante hembra que se estaba follando, empezaba a sentirse fatigado, pero no quería
rebajar la velocidad de su mete-saca a la rubia, que a su vez se tocaba el clítoris para
estimularse. Él, mientras tanto, agarraba sus tetitas, la sujetaba por la cintura y la sobaba por
toda su piel desnuda. Su deseo ahora era comerse ese coñito. Sacó su polla y dirigió su boca
hacia la vulva de Adriana, devorándola. Usando los labios y la lengua le daba un repaso al
chochito de la rubia, que ahora sí empezaba a gozar de verdad. Jugaba con sus labios mayores
y los chupaba. Mientras le metía un par de dedos fue a por su delicioso clítoris. Ella gemía más
y más, pero se iba a quedar a medias. Decidido ya a concluir y descargar sus huevos, Fabrizio le
ordenó a Adriana que se diera la vuelta y se pusiera a cuatro patas, no quería dejar pasar la
oportunidad de follársela en esa postura.
Con la rubia ofreciéndole su coñito, él se acomodó y se la metió de nuevo para continuar el
polvazo. El italiano bombeaba a buen ritmo, esta era una postura que le ponía muchísimo. Era
la alegoría perfecta de todo el poder que estaba ejerciendo aquella noche sobre Adriana: ella a
cuatro patas, totalmente a merced de su jefe, siendo usada y follada sin compasión, como si
ese fuera el único interés que despertaba en los hombres. Como si no valiera para otra cosa
que para satisfacer el deseo sexual de los afortunados que se la podían follar. Porque ella solo
era una zorrita que se dejaba follar por unos minutos en televisión. Fabrizio lo sabía. Había
conocido a muchas "Adrianas" en su vida.
Él continuaba empujando duro y fuerte, dándole cachetes en el culo totalmente fuera de sí. La
rubia solo podía gemir y soltar algún pequeño gritito mientras recibía las embestidas. El
italiano, apunto de correrse, apuró todavía más y aumentó la velocidad del mete-saca hasta
que ya no pudo aguantar y se dejó ir corriéndose dentro del coñito de Adriana. Dejando
escapar largos gemidos de puro placer. Totalmente exhausto se salió de ella, cogió una de las
copas de vino que estaban en la mesita y tomó un sorbo. A continuación agarró la cara de
Adriana -que todavía se estaba incorporando tras acabar la faena, con su chochito rebosante
de semen y goteando- y le dio un morreo.
-"Si quieres marcharte puedes pedir un taxi, el teléfono está en esa mesita". -Le dijo a la rubia a
la vez que le acariciaba la cara. A continuación salió del enorme salón y se dirigió desnudo
como estaba hacia la piscina-.
Adriana, por su parte, después de haber sido follada por su jefe pensó que lo mejor era volver
a casa. Cogió el teléfono y pidió un taxi. Como aquella urbanización estaba relativamente lejos
del centro de Madrid, aprovechó que tenía tiempo de sobra y fue al baño a limpiarse y
arreglarse para volver a estar presentable. Unos minutos después regresó al salón donde
todavía estaba su ropa tirada por el suelo y se vistió.
A continuación salió fuera a despedirse de Fabrizio.
-"Bueno, mi taxi ya está llegando. Yo me marcho ya. Gracias por invitarme". -Dijo ella-.
-"Ha sido una noche magnífica ¿vedad? ¿Te lo pasaste bien?"
-"Sí, claro. Ha estado muy bien". -Respondió la rubia riendo con algo de falsedad-.
-"Me alegra que hayas disfrutado tanto como yo". -Le contestó él-. "Y no te preocupes Adriana,
que no me olvido de nada de lo que hemos hablado esta noche". -Concluyó, lanzándole una
sonrisa.
Adriana le devolvió la sonrisa satisfecha. Aquella noche quizás significaba su salto definitivo, o
al menos, una nueva oportunidad para seguir labrándose una carrera.
Adriana volvió del baño. Su manera de andar, tan femenina, contoneando sus caderas, era
hipnótica. Ella lo sabía. Se gustaba de su feminidad. Se sentó y vio que las copas estaban
vacías.
-“Creía que habrías aprovechado para pedir un poco más de vino”. -Dijo ella riendo. Fabrizio rio
también-.
-"¿Sabes una cosa?" -Contestó él-. "Este sitio está muy bien, me gusta mucho, pero he pensado
que podríamos cambiar".
Adriana se quedó callada, expectante. No sabía cómo interpretar al italiano. Finalmente se
atrevió a preguntar.
-"¿Y qué has pensado?"
-"Mira. A mí no me gustan los hoteles. Estoy instalado en casa de un buen amigo que vive entre
Madrid e Ibiza, y ahora la tengo toda para mí. La casa tiene una selección de vinos
espectacular. Además hay una piscina climatizada. Como veo que disfrutas de una copa de
buen vino... No sé, he pensado que podemos continuar allí nuestra velada, los dos solos, más
tranquilos. Charlando de nuestras cosas. Si te apetece, claro". -Respondió el italiano, sonriendo
al final. Estaba ansioso por catar a la rubia. No podía dejar de pensar en ello-.
Adriana continuaba callada. Ya conocía cuales eran las intenciones de Fabrizio. Invitaciones
como aquella eran inequívocas para mujeres como ella. Tras unos segundos dándole vueltas a
sus opciones finalmente aceptó la invitación, un poco resignada y con sonrisa forzada,
fingiendo estar conforme y consciente de que en su delicada situación no podía hacer otra
cosa que ser complaciente. El italiano, satisfecho por la respuesta afirmativa de la aragonesa,
no quería demorar más todo lo que llevaba horas rondando por su cabeza desde que viera las
fotos y vídeos de la rubia en **********
-"¿Entonces, a qué esperamos?" -Dijo él-.
Así pues, salieron de aquel local y pidieron un taxi. Ya acomodados, Fabrizio le indicó la
dirección al taxista, que puso rumbo hacia la casa. Al escucharla, Adriana supo perfectamente
adonde se dirigían. La casa en la que iba a continuar aquella cita estaba situada en una lujosa y
discreta urbanización madrileña. Aunque pertenecía a uno de los consejeros de Mediaset,
prácticamente era una multipropiedad para un selecto círculo. Aquella casa había sido testigo
de muchas veladas de todo tipo: íntimas, multitudinarias, salvajes... pero todas con mucho
sexo y desenfreno como denominador común. Allí los peces gordos -y alguno mediano- daban
rienda suelta a sus fantasías y a todo aquello que era mejor para ellos mismos que no saliera
de aquellas paredes. Por esa casa habían desfilado escorts, aspirantes a modelo y a actriz,
rostros conocidos de la pequeña pantalla y del cine... y no exclusivamente de sexo femenino.
Adriana, que había estado en un par de ocasiones hacía unos años, sabía lo que ocurría
habitualmente en aquel lujoso picadero. Era *** populi en los pasillos de Mediaset.
-"Estás muy callada". -Le dijo Fabrizio-.
Adriana le sonrió como respuesta.
Finalmente llegaron a su destino. Fabrizio sacó las llaves, abrió la puerta y le cedió el paso a
Adriana que entró la primera. La casa era enorme, de dos plantas y decoración moderna, con
muy buen gusto. No le faltaban lujos. Estaba impoluta, el italiano se había asegurado de que el
servicio la dejara perfecta para su cita. Mientras Fabrizio se dirigía directamente a la cocina a
por una botella de vino y unas copas, Adriana paseaba por las habitaciones y pasillos
curioseando, recordando su paso por allí. Los días de Sálvame y aquella primera invitación a la
lujosa vivienda quedaban ya muy lejos en el tiempo para ella. Tras unos minutos deambulando
por la casa se reunió con Fabrizio en el salón. Le estaba esperando en el sofá. Se sentó a su
lado y tomó la copa que le acababa de servir. Continuaron la agradable cita que habían
comenzado un par de horas antes. Hablaban sobre vino, sobre aquella casa, arquitectura,
decoración... Fabrizio era un hombre culto y con conversación, algo que Adriana agradecía -
más si cabe en esta situación-.
-"Y dime Adriana, estás casada por lo que veo". -Le preguntó el italiano cambiando de tema y
entrando en un terreno más personal-.
-"Sí, sí. Me casé hace poco". -Contestó ella-.
-"Aprovecha ahora, los primeros años son los más bonitos". -Dijo Fabrizio con cierta
melancolía-.
-"No veo que tú lleves anillo". -Continuó ella-.
-"Es complicado". -Respondió él escabulléndose sin contestar-. "Dime, ¿cómo lleva tu marido
eso de que trabajes en un mundo como la televisión?"
-"Lo lleva muy bien... está acostumbrado".
-"¿Lo lleva bien eh? Supongo que no será fácil. Al fin y al cabo no se lo puedes contar todo".
-"Bueno..." -Acertó a decir Adriana, algo titubeante y desconcertada-.
-"Quiero decir... que no le cuentas que a veces tienes que acceder a ciertas cosas... O ir a ciertos
sitios. Ya sabes". -Fabrizio empezaba a dirigir la conversación hacia un terreno más morboso-.
-"Pues no se..." -Adriana se sentía algo incómoda-.
-"Una chica tan guapa como tú. Con esta figura. Tienes que tener a todos los españoles locos
por ti". -Fabrizio la miraba con lascivia mientras pronunciaba estas palabras-. "Los que te ven
por televisión... y a los que trabajan contigo". -Continuó-.
Adriana no sabía qué contestar.
-"Soy modelo y trabajo en televisión desde hace bastantes años. Está acostumbrado a que los
hombres me miren si es a eso a lo que te refieres". -Acertó a responder. Mientras lo hacía, el
italiano comenzaba a acariciarle lentamente el brazo. Mirándola a los ojos-.
-"No. No me refiero a eso. Ya sabes a lo que me refiero". -Le respondió él-. "Ahora estás aquí,
conmigo, en lugar de estar con él. En una casa extraña. ¿Sabe dónde estás o le has mentido?
¿Adónde le has dicho que ibas esta noche?" -Valerse del poder que le procuraba su cargo, y
ejercerlo sobre mujeres como la rubia presentadora era una situación que le excitaba
sobremanera. Aprovechó para bajarle el tirante del vestido y acariciar su hombro desnudo-.
-"Yo..." -Adriana volvía a no saber qué responder. El caballero italiano que hace tan solo unos
minutos le despertaba admiración ahora la tenía intimidada-. "A veces..."
En ese momento Fabrizio se acercó aún más a ella. Tomó la mano izquierda de Adriana y la
llevó hacia su paquete, dejándola sobre el mismo para que ella hiciera lo que ya sabía que
debía hacer. Él, mientras tanto, le apartaba el pelo de la cara poniéndolo detrás de la oreja,
comenzando a besarle la mejilla y el cuello. A la vez, le bajaba el otro tirante del vestido. Ya
con los dos retirados, deslizó lentamente la parte superior de aquel vestido rojo dejando a la
vista el sujetador de color negro y los firmes pechos de la aragonesa. El italiano se deleitaba
con la visión de esas pequeñas tetitas bien realzadas por las copas de aquel sostén sin tirantes.
"Qué maravilla" -musitaba sin dejar de mirarlas, medio en castellano medio en italiano,
mordiéndose el labio inferior-. A continuación, volvió a atacar el cuello y la clavícula de
Adriana. Calentándola, haciéndola disfrutar a ella también. Y así era. La rubia había comenzado
a dejarse llevar, y el italiano sabía muy bien lo que hacía. Buscó su boca con anhelo. Besaba la
comisura de sus labios, el labio inferior... ambos jugaban con sus bocas haciendo aumentar la
excitación del otro.
Tras un rato dedicándose exclusivamente a darse besos, Fabrizio paró y se separó de Adriana.
Sin más dilación se desbrochó el pantalón, bajó la cremallera, se apartó el calzoncillo y liberó
su polla mirando a Adriana para observar su reacción. Ella no se inmutó. Ya tenía asumido lo
que iba a suceder aquella noche y con total naturalidad, sin necesidad de que el italiano le
indicara nada, alargó su mano derecha y comenzó a acariciarla. Volvieron a besarse en la boca.
Fabrizio buscaba el cuello, el escote y los hombros desnudos de Adriana mientras esta pajeaba
su polla con suavidad, haciéndola crecer y endurecerse poco a poco. Adriana subía y bajaba su
mano despacio, pasaba la yema de sus dedos por el glande y el frenillo, dibujaba figuras con
ellos sobre aquella polla madura ya casi totalmente erecta. La polla de Fabrizio era de un
tamaño medio, nada fuera de lo común que pudiera sorprender a Adriana -por muy grande o
por muy pequeña-. Conforme la polla se iba poniendo completamente dura, la rubia le iba
pajeando más rápido. Ella también se estaba excitando con aquel rabo en su mano. A Adriana
le fascinaban las pollas. Su forma, sus pliegues, las venas, el pulso. Disfrutaba con una polla en
sus manos -aunque no tanto como cuando las tenía en su boca- A la vez que pajeaba al
italiano, aprovechaba para acariciarle los huevos. Con delicadeza. Fabrizio quería
corresponderle y dirigió su mano hacia la entrepierna de la rubia, que abrió ligeramente sus
piernas dejándose hacer, procurando un acceso cómodo.
El italiano llegó a su coñito, y al palpar delicadamente pudo notar que sus braguitas estaban
mojadas. Miró a Adriana, que le devolvió la mirada con una risita entre vergonzosa y culpable.
-"Tú también estás disfrutando por lo que noto aquí abajo". -Le dijo. Ella rio-. "¿Sabes una
cosa? Me encanta tu boca Adriana". -Continuó él, acariciando su labio inferior-.
-"¿Si?" -Respondió ella presumida-.
-"Sí... Y seguro que la sabes usar muy bien. Vamos, ponla sobre mi polla. Métetela en la boca y
chúpala. Seguro que lo haces de cine, preciosa. Venga, no hagas que te lo ruegue más".
Fabrizio estaba ansioso por que Adriana se la mamara. Desde que viera aquellos selfies y
vídeos grabados en primer plano no había dejado de imaginarse aquellos labios carnosos
alrededor de su rabo, envolviéndolo y jugando con él.
Adriana, muy obediente, se dispuso a complacer a su jefe. Le miró a los ojos, se retiró el pelo
de ambos lados de la cara tras sus orejas de manera coqueta y sentada como estaba en el sofá,
se inclinó sobre su rabo. Comenzó besándolo despacio. Besaba el glande y el tronco. A
continuación pasó a usar la lengua. La pasaba por el frenillo dando pequeños lametones,
jugando con esa zona tan sensible al contacto. Rodeaba el capullo, la pasaba por la punta,
sobre la rajita... para después lamerlo de arriba a abajo hasta los huevos, que también tuvieron
sus minutos de dedicación. Fabrizio gozaba enormemente de la maña de la rubia, que ahora
lamía sus cojones. Se los introducía en la boca y los chupaba. En aquella boca tan grande
incluso le cabían los dos huevos del italiano, maravillado ante esa imagen. Tras un rato
entregada a esta tarea, llenándolos de babas, atacó de nuevo su polla. La cogió con su mano,
se la metió en la boca y comenzó a mamarla fuerte y a buen ritmo desde el primer momento.
Sin manos, centrándose en el capullo, lamiéndolo y devorándolo con ansia. Fabrizio se
encontraba en el puto cielo con Adriana Abenia inclinada sobre él en aquel sofá de piel,
haciéndole una de las mejores mamadas que había recibido en su vida. La cabeza rubia subía y
bajaba sin parar sobre su rabo, haciendo el ruidito propio de la succión que hacen las buenas
mamadoras de pollas. Él se limitaba a disfrutar y a acompañar el cabeceo de la presentadora
con una mano apoyada sobre su cabecita rubia. De vez en cuando, Adriana levantaba la mirada
para buscar la aprobación de Fabrizio. Aunque no la necesitaba porque sabía lo bien que lo
hacía, era algo que alimentaba su ego. Ella continuaba a lo suyo, intercalando lametones
mientras la chupaba para así descansar, y ayudándose de la mano pajeándolo a la vez.
En este punto Fabrizio le pidió que parara. Aquello iba demasiado rápido para él y a ese ritmo
estaba a punto de correrse, algo que no pasaba por su cabeza si podía evitarlo. Adriana paró.
Aquella noche no pensaba poner pegas a nada, iba a hacer todo lo que le pidiera su jefe
italiano. Como una buena zorrita.
-"Vamos preciosa, enséñame ese cuerpazo". -Le dijo a la rubia. Ella se incorporó, se pasó la
mano por la boca para limpiarse la saliva por la mamada que estaba haciendo y se puso de pie
frente a él-. "¡Guau! Pero qué maravilla. ¡Qué mujer!" -Acertó a decir Fabrizio. Para Adriana
esto era música en sus oídos. Otro hombre halagando su cuerpo, maravillado ante ella, loco de
deseo por follársela-. "Adelante". -Continuó-. "Desnúdate para mí".
Adriana se dispuso a complacer el deseo de su jefe. Comenzó quitándose los zapatos,
tirándolos a un lado con un gesto gracioso.
A continuación procedió a deshacerse de su vestido, que ya llevaba casi por la mitad de su
cuerpo después de que Fabrizio se lo bajara un rato antes para admirar sus pechos. Se lo
desabrochó y fue bajando la cremallera sin prisa pero sin pausa, gustándose. Se notaba que
había hecho este numerito en incontables ocasiones. Comenzó a deslizarlo por su cuerpo
hasta llegar a sus caderas, las pasó y lo dejó caer hasta los tobillos. Se lo quitó de en medio
igual que hiciera con los zapatos. Ya solo con la ropa interior decidió animar su numerito
contoneándose ante Fabrizio, poniéndolo a mil. Aquello era un jodido espectáculo, y el italiano
un afortunado espectador. Con las manos en su espalda, buscó el cierre del sujetador. Una vez
abierto lo fue retirando poco a poco con una mano, mientras con la otra y ayudada del brazo
se cubría las tetas. Le lanzó el sujetador a Fabrizio. Tras unos segundos haciéndose de rogar,
finalmente destapó sus pechos desnudos para gozo del italiano. Eran unas tetitas pequeñas,
con areola mediana y pezón gordo, rosados, sin marcas de ningún tipo porque Adriana hacía
topless. La cara de su jefe le confirmó que estaba complacido con lo que veía. Ya solo le
quedaba por quitarse el tanguita. Sabedora de que su culazo era posiblemente el punto fuerte
de su anatomía, quiso darse un homenaje. Primero se puso de espaldas a Fabrizio para que se
deleitara con aquella visión. El tanguita no era muy fino, lo cierto es que cubría buena parte de
la piel, pero le hacía un culo rotundo. Se puso de frente y lo bajó un poquito, lo justo para que
se viera algo de pelito en el pubis. Volvió a girarse dando la espalda a su jefe. Se inclinó
ligeramente hacia adelante y continuó bajándolo. Poco a poco el impresionante culo de
Adriana iba quedando al desnudo. Siguió bajando a la vez que se inclinaba un poco más. Ahora
lo que se estaba empezando a ver era su coñito. Perfectamente plegado y cerrado, gordito y
apetitoso. Un manjar de dioses. Fabrizio apenas podía contenerse ante aquella visión. Se
incorporó hacia adelante y alargó sus manos hacia los cachetes de Adriana, que se dejaba
hacer. Comenzó a amasarlos, masajearlos y sobarlos a su antojo. Tampoco pudo resistirse a
ese coñito. Lamió la rajita de Adriana de arriba a abajo, metiendo primero su lengua y después
sus dedos con delicadeza. Acabó con la lengua en su ano. Era demasiado para él. Ella solo se
dejaba manosear.
-"Enséñame bien ese culo. Muévelo para mi". -Le dijo Fabrizio. Y ella lo movía para él-. "Ponte a
cuatro patas que quiero verlo como Dios manda". -Adriana, de nuevo sumisa aquella noche,
hizo lo que le ordenaban poniéndose a cuatro patas a sus pies. Ofrecía su culo y su coñito a su
jefe, que ya solo pensaba en follársela salvajemente-.
El aprovechó para terminar de desnudarse por completo. Volvió a sentarse en el sofá y le
ordenó a Adriana que se la volviera a chupar tal como estaba en el suelo, como una perrita.
Ella se acercó gateando, dirigió la boca hacia su rabo, lo engulló y comenzó a mamar de nuevo.
La estampa del salón en aquel momento era la de Adriana Abenia desnuda y mamando una
polla a cuatro patas, salivando sin cesar, cayéndole su propia baba por la barbilla. El ritmo de
sus cabezazos había conseguido poner el rabo de Fabrizio completamente duro otra vez.
Mientras, este sujetaba su cabeza con ambas manos y la acompañaba en cada acometida
sobre su polla, forzándola un poquito incluso. Al poco rato, Fabrizio decidió que ya era
suficiente. Quería follarse ya a la rubia presentadora, que estaba totalmente a su merced.
Adriana se puso de pie y procedió a subirse a horcajadas de Fabrizio, que continuaba sentado
en el sofá. Ya encima de él, se metió la polla en su coñito y comenzó a cabalgar a buen ritmo.
Se movía como una auténtica diosa. Haciendo círculos con las caderas o moviéndose sobre el
italiano como si bailara sensualmente. La rubia era una folladora de primera. Después se echó
para atrás apoyando sus manos sobre las piernas de su jefe, para volver a subir y bajar sobre
su polla. Tras unos minutos en esta postura, Fabrizio quiso cambiar y ser él quien llevara el
ritmo. Tal como estaban, cogió a Adriana por la cintura, la levantó y la tumbó bocarriba sobre
el sofá. Él se puso encima y se la metió para continuar la faena. Excitadísimo por la
impresionante hembra que se estaba follando, empezaba a sentirse fatigado, pero no quería
rebajar la velocidad de su mete-saca a la rubia, que a su vez se tocaba el clítoris para
estimularse. Él, mientras tanto, agarraba sus tetitas, la sujetaba por la cintura y la sobaba por
toda su piel desnuda. Su deseo ahora era comerse ese coñito. Sacó su polla y dirigió su boca
hacia la vulva de Adriana, devorándola. Usando los labios y la lengua le daba un repaso al
chochito de la rubia, que ahora sí empezaba a gozar de verdad. Jugaba con sus labios mayores
y los chupaba. Mientras le metía un par de dedos fue a por su delicioso clítoris. Ella gemía más
y más, pero se iba a quedar a medias. Decidido ya a concluir y descargar sus huevos, Fabrizio le
ordenó a Adriana que se diera la vuelta y se pusiera a cuatro patas, no quería dejar pasar la
oportunidad de follársela en esa postura.
Con la rubia ofreciéndole su coñito, él se acomodó y se la metió de nuevo para continuar el
polvazo. El italiano bombeaba a buen ritmo, esta era una postura que le ponía muchísimo. Era
la alegoría perfecta de todo el poder que estaba ejerciendo aquella noche sobre Adriana: ella a
cuatro patas, totalmente a merced de su jefe, siendo usada y follada sin compasión, como si
ese fuera el único interés que despertaba en los hombres. Como si no valiera para otra cosa
que para satisfacer el deseo sexual de los afortunados que se la podían follar. Porque ella solo
era una zorrita que se dejaba follar por unos minutos en televisión. Fabrizio lo sabía. Había
conocido a muchas "Adrianas" en su vida.
Él continuaba empujando duro y fuerte, dándole cachetes en el culo totalmente fuera de sí. La
rubia solo podía gemir y soltar algún pequeño gritito mientras recibía las embestidas. El
italiano, apunto de correrse, apuró todavía más y aumentó la velocidad del mete-saca hasta
que ya no pudo aguantar y se dejó ir corriéndose dentro del coñito de Adriana. Dejando
escapar largos gemidos de puro placer. Totalmente exhausto se salió de ella, cogió una de las
copas de vino que estaban en la mesita y tomó un sorbo. A continuación agarró la cara de
Adriana -que todavía se estaba incorporando tras acabar la faena, con su chochito rebosante
de semen y goteando- y le dio un morreo.
-"Si quieres marcharte puedes pedir un taxi, el teléfono está en esa mesita". -Le dijo a la rubia a
la vez que le acariciaba la cara. A continuación salió del enorme salón y se dirigió desnudo
como estaba hacia la piscina-.
Adriana, por su parte, después de haber sido follada por su jefe pensó que lo mejor era volver
a casa. Cogió el teléfono y pidió un taxi. Como aquella urbanización estaba relativamente lejos
del centro de Madrid, aprovechó que tenía tiempo de sobra y fue al baño a limpiarse y
arreglarse para volver a estar presentable. Unos minutos después regresó al salón donde
todavía estaba su ropa tirada por el suelo y se vistió.
A continuación salió fuera a despedirse de Fabrizio.
-"Bueno, mi taxi ya está llegando. Yo me marcho ya. Gracias por invitarme". -Dijo ella-.
-"Ha sido una noche magnífica ¿vedad? ¿Te lo pasaste bien?"
-"Sí, claro. Ha estado muy bien". -Respondió la rubia riendo con algo de falsedad-.
-"Me alegra que hayas disfrutado tanto como yo". -Le contestó él-. "Y no te preocupes Adriana,
que no me olvido de nada de lo que hemos hablado esta noche". -Concluyó, lanzándole una
sonrisa.
Adriana le devolvió la sonrisa satisfecha. Aquella noche quizás significaba su salto definitivo, o
al menos, una nueva oportunidad para seguir labrándose una carrera.