No se permite redactar (y mucho menos un título) todo en MAYÚSCULAS.

Por mucho que te propongas lo contrario, es norma no escrita pero infalible que, siempre acabas comprando más cosas de las que habías pensado. Con aquello de “ya que estamos aquí voy a mirar si...” Adela se llevó un par de mesitas para su terraza que no estaban en la lista inicial y yo, que no tenía mayor intención que la de acompañarla, me encapriché de unas lámparas de lectura para el dormitorio.



-“Ni se te ocurra pagarlas” dijo Adela una vez en caja. “Déjame que te agradezca el favor de este modo”.

-“Vaya!!! Y yo que había pensado cobrármelo de otro modo!!!”
Contesté. Adela me clavó los ojos sorprendida y divertida ante mi respuesta, y una joven cajera sonreía pícaramente esperando que pagásemos.

“Ya que me toca montarte las mesitas, qué menos que invitarme a una botella de vino en tu casa, y algo de picar ¿no?” Añadí.

-“Ten yernos para esto” espetó riendo Adela con un guiño a la cajera, acercando su tarjeta al datafono. Ésta, sin perder su pícara sonrisa le entregó el ticket con un: “una pena; yo había pensado que eran pareja” , y riendo le devolvió el guiño.



Ya fuera por el aire acondicionado o ver caras desconocidas que me hicieron olvidar el día de trabajo, lo cierto es que aquél paseo por el Centro Comercial me animó, devolviéndome un buen humor de esos que invitan bromear por casi todo. Y como Adela también es mujer de chiste fácil, llegamos a su casa “descojonados” de risa. Si bien es cierto que me tocaba montarle las dos mesitas de la terraza con la por todos conocida “llave Allen” de IKEA.



Al morir su marido compró este apartamento, bonito y espacioso, con una magnífica terraza mirando al mar que, aun no estando en primera línea, resulta deliciosa en verano. Y allí me dispuse a abrir las cajas y ponerme a trabajar.



De rodillas en el suelo, frente un sinfín de tornillos y piezas listas para montar me quité la camiseta para estar más cómodo. Adela, se acercó con dos copas de vino blanco casi helado y dejando la botella sobre una enorme mesa de madera me ofreció una y dijo: “voy a darme una ducha que estoy muerta de calor y sudor; me cambio y preparo algo de cenar. Te quedas ¿VERDAD?”. Tomó su copa, la bebió de un trago, giró sobre sus talones y se alejó moviendo ese culo que con la media luz de las lámparas se transparentaba aún más bajo el pantalón de lino blanco.



Apuré el vino con otro único trago y comencé a montar aquellas mesitas, escuchando de fondo la suave música de Sade, que sonaba en el salón.



Estaba terminando de montar la primera de las mesitas, cuando escuché la voz de Adela detrás mío: “Ufff.. qué falta me hacía esa ducha bien fresquita. Y es lo que vas a hacer en cuanto termines; así cenas más cómodo y relajado. Te he dejado unas toallas limpias. Voy a servirme otra copa de vino ¿quieres verdad?”

Me giré, y al levantar la cabeza allí estaba mi suegra delante de mí de pie. Yo aún permanecía de rodillas. Con la piel y el cabello aún húmedos; rellenando mi copa de vino, vestida sólo con un pareo azul celeste del tamaño de África estratégicamente anudado al cuello.

Las tenues luces del salón detrás suyo dibujaron una escena que aún guardo en mi retina. Bajo aquélla finísima tela se adivinaba perfectamente cada curva de su rotundo cuerpo, sin más que una braguita blanca y un sujetador del mismo color.
Q bueno...sigue por favor
 

Por mucho que te propongas lo contrario, es norma no escrita pero infalible que, siempre acabas comprando más cosas de las que habías pensado. Con aquello de “ya que estamos aquí voy a mirar si...” Adela se llevó un par de mesitas para su terraza que no estaban en la lista inicial y yo, que no tenía mayor intención que la de acompañarla, me encapriché de unas lámparas de lectura para el dormitorio.



-“Ni se te ocurra pagarlas” dijo Adela una vez en caja. “Déjame que te agradezca el favor de este modo”.

-“Vaya!!! Y yo que había pensado cobrármelo de otro modo!!!”
Contesté. Adela me clavó los ojos sorprendida y divertida ante mi respuesta, y una joven cajera sonreía pícaramente esperando que pagásemos.

“Ya que me toca montarte las mesitas, qué menos que invitarme a una botella de vino en tu casa, y algo de picar ¿no?” Añadí.

-“Ten yernos para esto” espetó riendo Adela con un guiño a la cajera, acercando su tarjeta al datafono. Ésta, sin perder su pícara sonrisa le entregó el ticket con un: “una pena; yo había pensado que eran pareja” , y riendo le devolvió el guiño.



Ya fuera por el aire acondicionado o ver caras desconocidas que me hicieron olvidar el día de trabajo, lo cierto es que aquél paseo por el Centro Comercial me animó, devolviéndome un buen humor de esos que invitan bromear por casi todo. Y como Adela también es mujer de chiste fácil, llegamos a su casa “descojonados” de risa. Si bien es cierto que me tocaba montarle las dos mesitas de la terraza con la por todos conocida “llave Allen” de IKEA.



Al morir su marido compró este apartamento, bonito y espacioso, con una magnífica terraza mirando al mar que, aun no estando en primera línea, resulta deliciosa en verano. Y allí me dispuse a abrir las cajas y ponerme a trabajar.



De rodillas en el suelo, frente un sinfín de tornillos y piezas listas para montar me quité la camiseta para estar más cómodo. Adela, se acercó con dos copas de vino blanco casi helado y dejando la botella sobre una enorme mesa de madera me ofreció una y dijo: “voy a darme una ducha que estoy muerta de calor y sudor; me cambio y preparo algo de cenar. Te quedas ¿VERDAD?”. Tomó su copa, la bebió de un trago, giró sobre sus talones y se alejó moviendo ese culo que con la media luz de las lámparas se transparentaba aún más bajo el pantalón de lino blanco.



Apuré el vino con otro único trago y comencé a montar aquellas mesitas, escuchando de fondo la suave música de Sade, que sonaba en el salón.



Estaba terminando de montar la primera de las mesitas, cuando escuché la voz de Adela detrás mío: “Ufff.. qué falta me hacía esa ducha bien fresquita. Y es lo que vas a hacer en cuanto termines; así cenas más cómodo y relajado. Te he dejado unas toallas limpias. Voy a servirme otra copa de vino ¿quieres verdad?”

Me giré, y al levantar la cabeza allí estaba mi suegra delante de mí de pie. Yo aún permanecía de rodillas. Con la piel y el cabello aún húmedos; rellenando mi copa de vino, vestida sólo con un pareo azul celeste del tamaño de África estratégicamente anudado al cuello.

Las tenues luces del salón detrás suyo dibujaron una escena que aún guardo en mi retina. Bajo aquélla finísima tela se adivinaba perfectamente cada curva de su rotundo cuerpo, sin más que una braguita blanca y un sujetador del mismo color.
La espera tiene su recompensa, gracias por compartir....y además dejarnos con la miel en lo labios. Deseando leer la continuación.😉
 
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