Pichulin
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- 20 Feb 2025
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Basado en hechos reales
Antes de que lo llamaran cruising, yo lo practicaba. Es más, empecé por puro morbo sin saber que existía este concepto.
Siempre tuve una atracción morbosa por las pollas que me creó dudas de joven.
Me pajeaba con revistas de mujeres desnudas y pornográficas, pero seguía latente mi curiosidad fálica y no perdía ocasión de mirar en vestuarios y en baños públicos pero sin atreverme a más. Solo era un mirón de pollas.
Cuando lo descubrí, de forma casual, me cambio la vida, me despejó dudas y mi concepto del sexo empezó a expandirse proporcionándome momentos de morbo y placer hasta hoy.
Mi intención era mirar a las parejas follando en el coche para pajearme, y me encontré en medio de la mejor zona cruising de la ciudad. Cambie de planes y me dediqué a mirar pollas.
No me lo podía creer. Tíos paseando entre los árboles o medio escondidos en los matorrales, insinuándose descaradamente agarrándose el paquete, y en ocasiones con el rabo colgando ofreciéndomelo como si estuviesen pescando con caña o meando y sacudiéndosela con una medio paja.
Aquello era un campo de nabos. Aaah! Estaba como loco, sentía la sangre fluir entre mi cabeza y mi polla, nervioso no conseguía empalmar, pero nunca había estado tan cachondo y empapado.
Casi todos eran hombres maduros, yo era un jovencito en esa época, y ahora comprendo que pudieran verme como una pieza de caza mayor con la que satisfacer sus instintos sexuales más perversos. Miradas viciosas, gestos obscenos, palabras directas cargadas de lascivia: ¿que buscas?, ¿vamos?, ¿te gusta?, ¿quieres tocarla?, ¿quieres chupar?… Todo invitaba al vicio.
Tenía tal calentón que me masturbe como un mono entre los arbustos. Pero volví. Volví muchas veces más.
Yo tenía una novia preciosa, con un cuerpo y una carita deliciosos y que ahora es mi mujer. Íbamos a esa zona a follar en el coche muchas veces. Pero aquella experiencia fue mi perdición, creándome adicción.
A pesar del sentimiento de culpabilidad, pasé unos días pajeandome con la imagen de aquellos hombres y sus pollas. No podía resistir la tentación de volver.
La segunda vez iba dispuesto a dejar de ser un espectador. Y pasé el límite establecido.
Pasé la tarde sobando pollas. Ellos querían sacármela pero a mí solo me apetecía tocar rabos. Solo dejaba que me sobaran por encima de la ropa o que me metieran mano. Con el tiempo y la experiencia me di cuenta que disfruto más proporcionando placer. Mi complejo de pene pequeño supongo que es determinante.
La sensación de sentir ese trozo de carne ajeno, caliente y suave en mi mano era lujuriosa y adictiva.
Disfrutaba con cada estremecimiento de placer de esos hombres cuando se las meneaba y me sentía orgulloso de ponerles las pollas tiesas. El ver como se corrían ufff…aaahg… me ponía malo de vicio. Sus chorros de leche eran para mí como un regalo…arrrggg… era mucho mejor de lo que había imaginado.
No sé cuántas pajas hice. Muchas. Sobé pollas de todos los tamaños, tiesas y flácidas, las agarraba con admiración y a veces, esos hombres expertos, me indicaban como hacerlo.
Mi inexperiencia hizo que al principio me salpicaran sus lefazos en la ropa y en la mano. Hasta que aprendí a detectar el momento de tensión anterior a la corrida. Fue una experiencia excitante recibir esa cremita caliente y ajena.
En una ocasión pajeando a un señor que la tenía bastante grande, me puse de rodillas para poder apreciar de cerca su maravillosa polla y al no detectar la inminente corrida, me salpicó en la cara…arrrggg…buaj… me dio asco y placer al mismo tiempo.
Acabé extenuado, con la cabeza loca de deseo, pajeándome y gruñendo entre los matorrales como un gorrino.
Tuve una corrida potente y de un placer hasta el momento desconocido para mí.
Cuando superé los prejuicios, fui aprendiendo y experimentando cosas nuevas y excitantes.
Desde entonces, tengo necesidad de polla de vez en cuando y tengo que salir a buscar mi ración de carne para saciarme y quedar satisfecho sexualmente.
Es mi secreto. Y me gusta que siga así.
Ver el archivo adjunto 1690564Ver el archivo adjunto 1690566
Antes de que lo llamaran cruising, yo lo practicaba. Es más, empecé por puro morbo sin saber que existía este concepto.
Siempre tuve una atracción morbosa por las pollas que me creó dudas de joven.
Me pajeaba con revistas de mujeres desnudas y pornográficas, pero seguía latente mi curiosidad fálica y no perdía ocasión de mirar en vestuarios y en baños públicos pero sin atreverme a más. Solo era un mirón de pollas.
Cuando lo descubrí, de forma casual, me cambio la vida, me despejó dudas y mi concepto del sexo empezó a expandirse proporcionándome momentos de morbo y placer hasta hoy.
Mi intención era mirar a las parejas follando en el coche para pajearme, y me encontré en medio de la mejor zona cruising de la ciudad. Cambie de planes y me dediqué a mirar pollas.
No me lo podía creer. Tíos paseando entre los árboles o medio escondidos en los matorrales, insinuándose descaradamente agarrándose el paquete, y en ocasiones con el rabo colgando ofreciéndomelo como si estuviesen pescando con caña o meando y sacudiéndosela con una medio paja.
Aquello era un campo de nabos. Aaah! Estaba como loco, sentía la sangre fluir entre mi cabeza y mi polla, nervioso no conseguía empalmar, pero nunca había estado tan cachondo y empapado.
Casi todos eran hombres maduros, yo era un jovencito en esa época, y ahora comprendo que pudieran verme como una pieza de caza mayor con la que satisfacer sus instintos sexuales más perversos. Miradas viciosas, gestos obscenos, palabras directas cargadas de lascivia: ¿que buscas?, ¿vamos?, ¿te gusta?, ¿quieres tocarla?, ¿quieres chupar?… Todo invitaba al vicio.
Tenía tal calentón que me masturbe como un mono entre los arbustos. Pero volví. Volví muchas veces más.
Yo tenía una novia preciosa, con un cuerpo y una carita deliciosos y que ahora es mi mujer. Íbamos a esa zona a follar en el coche muchas veces. Pero aquella experiencia fue mi perdición, creándome adicción.
A pesar del sentimiento de culpabilidad, pasé unos días pajeandome con la imagen de aquellos hombres y sus pollas. No podía resistir la tentación de volver.
La segunda vez iba dispuesto a dejar de ser un espectador. Y pasé el límite establecido.
Pasé la tarde sobando pollas. Ellos querían sacármela pero a mí solo me apetecía tocar rabos. Solo dejaba que me sobaran por encima de la ropa o que me metieran mano. Con el tiempo y la experiencia me di cuenta que disfruto más proporcionando placer. Mi complejo de pene pequeño supongo que es determinante.
La sensación de sentir ese trozo de carne ajeno, caliente y suave en mi mano era lujuriosa y adictiva.
Disfrutaba con cada estremecimiento de placer de esos hombres cuando se las meneaba y me sentía orgulloso de ponerles las pollas tiesas. El ver como se corrían ufff…aaahg… me ponía malo de vicio. Sus chorros de leche eran para mí como un regalo…arrrggg… era mucho mejor de lo que había imaginado.
No sé cuántas pajas hice. Muchas. Sobé pollas de todos los tamaños, tiesas y flácidas, las agarraba con admiración y a veces, esos hombres expertos, me indicaban como hacerlo.
Mi inexperiencia hizo que al principio me salpicaran sus lefazos en la ropa y en la mano. Hasta que aprendí a detectar el momento de tensión anterior a la corrida. Fue una experiencia excitante recibir esa cremita caliente y ajena.
En una ocasión pajeando a un señor que la tenía bastante grande, me puse de rodillas para poder apreciar de cerca su maravillosa polla y al no detectar la inminente corrida, me salpicó en la cara…arrrggg…buaj… me dio asco y placer al mismo tiempo.
Acabé extenuado, con la cabeza loca de deseo, pajeándome y gruñendo entre los matorrales como un gorrino.
Tuve una corrida potente y de un placer hasta el momento desconocido para mí.
Cuando superé los prejuicios, fui aprendiendo y experimentando cosas nuevas y excitantes.
Desde entonces, tengo necesidad de polla de vez en cuando y tengo que salir a buscar mi ración de carne para saciarme y quedar satisfecho sexualmente.
Es mi secreto. Y me gusta que siga así.
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