La Suegra

Lilith Duran

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10 Oct 2025
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Cuando me levanté aquella mañana con una buena resaca, ni por asomo me podía imaginar lo que pasaría en unas horas. Mi novia estaba todavía dormida, envuelta en las sabanas que, por supuesto, me robó en el sigilo de la noche.

Recuperé mi parte de manta de inmediato, porque la verdad, la noche fue fría y pese a que el sol ya alumbraba las calles, al calor no se le esperaba en mitad del invierno. No tardé en levantarme, el hurto de las sabanas me dejó el cuerpo helado y me desveló por completo, además que volver a coger el sueño siempre se me ha antojado complicado. Tiré por lo más sencillo, empezar el día.

Apenas pude desayunar y, en cuanto acabé, me metí en la ducha, queriendo que ese pequeño mareo que rondaba mi cabeza se disipase con el agua caliente. Me bajó un poco el dolor de cabeza, aunque mis ganas de vomitar todavía seguían presentes. Por lo que cogí una botella de agua del fondo de la nevera, donde anida ese hielo que viene y va, y me fui al sofá. Lo importante era mantener la horizontalidad de mi cuerpo, la verticalidad no era lo mío.

Viendo la televisión, me acordé del “plan” que acordé con mi novia esa misma semana. Bufé con ganas por la pereza que me suscitaba, pero tenía que hacerlo, era un favor para Miren y… la amo con locura. Me había pedido que fuera a por sus cosas a casa de sus padres y el día anterior, le había dicho a mi suegra que a la tarde me iba a pasar.

No tenía nada en su contra, solo que entre mi novia y sus padres, había un mal rollo latente que venía desde muy atrás. Desde los comienzos de nuestra relación pregunté por la tensión que era palpable entre ellos y que se rompió en su totalidad unos meses atrás, pero ella me decía que no le gustaba hablar de ello. Respetaba su opinión y no incidía más, tendría sus motivos para no contármelo, y conociendo a sus padres… no me extrañaría nada que tenga la razón.

Mis suegros son dos personas bastante normales, al menos, de cara a la galería. Rondan los sesenta años, en verdad no sé muy bien en que año han nacido, pero bueno, es para hacer una aproximación, sé que él, los supera y mi suegra todavía no, nada más.

Pedro es un hombre educado, por lo menos siempre que he estado delante, pero… hay cosas que no se pueden esconder y se nota que finge que su verdadera personalidad, no es esa. De primera mano, no he visto que tratase a su mujer de forma despectiva, aunque ahora que las cosas están así, entre Miren y sus padres, he escuchado cosas raras por parte de sus demás familiares.

El caso es, que se ve a la legua que es un hombre machista y chapado a la antigua, añadido que tiene ciertos problemas con la bebida. Su mujer, Luci, que no viene de Lucia, sino de Luciana, es una mujer… pues, sinceramente, con verla una vez te puedes hacer una idea que su sumisión la hace estar a merced de su marido. Cuando hemos estado sin Pedro cerca, es una persona totalmente diferente, pero cuando están juntos, el cambio es notorio.

No quiero irme por las ramas, porque la historia es bastante breve, y llegada la tarde, me introduje en el coche, a la par que meditaba el mal momento en el que le dije que lo haría. Además… sabiendo la resaca que iba a tener, no sé en qué estaba pensando cuando acepté. Tonterías que hace uno por amor.

Con suerte, aparqué a la primera cerca del portal de mis suegros. Lo último que me apetecía, era seguir dando vueltas mientras el frío se metía dentro del vehículo, en esos momentos… ¡Cómo añoraba el aire acondicionado del coche de mi padre!

Estaba allí, delante de la gran puerta del portal y sin ninguna gana de atravesarla, pero, tocaba subir y hacer frente a lo que fuera. Seguramente, tendría que ver malas caras, tratar de responder dos o tres frases hechas y sufrir un poco… o bastante… incomodidad.

Nadie me contestó al tocar el timbre, lo que sí que traspasó mis oídos, fue el estrepitoso ruido metálico de la puerta al abrirse, al menos, me libraba del frío. Lo único bueno de tener aquel tiempo, que te helaba la sangre, era que la resaca se iba pasando con más presteza y, menos mal, estaba hecho un trapo.

Me monté en el ascensor, un artilugio anticuado que chirrió cuando la puerta se cerró a mi espalda. Empecé a sentirme agobiado y un nudo en el estómago se aferró sobre mi vientre con fuerza. Mientras ascendía por los pisos, me vi en una película de terror, subiendo a donde yacía una niña poseída y yo, era el cura que iba a practicar el exorcismo. ¡Qué mal estaba…!

Tenía claro que alguna conversación me sacarían, aunque fuera por cortesía, lo que no deseaba por nada del mundo era tener que recibir preguntas tediosas sobre la relación que mantenían con su hija. Sobre todo, por parte de Pedro, con el cual, esperaba ni siquiera tener el más mínimo trato para que el gesto no se me contrajera, no lo soportaba. Aunque cuando me encontré delante de la puerta, sonreí de forma tonta, porque seguro que a mi suegro, poco le importaba como estaba su hija.

Toqué el timbre, un din-don que resonó en toda la casa. Rápido escuché pasos que se acercaban a la puerta, eran cortos y pesados, de una persona que le cuesta vivir. Supe quién me iba a recibir en la puerta antes de que esta se abriera. En nada, un rostro familiar apareció entre el marco y el gran trozo de madera.

—Hola, Mikel. Pasa.

Luci se dio la vuelta sin decir nada más, con la cabeza gacha y dirigiéndose a la cocina donde solía pasarse la gran parte del día. Escuché la televisión de fondo, era la clara pista del lugar donde estaba su marido y también, que, ni de broma, se iba a levantar para saludarme. Mejor para mí, no me apetecía ver su cara de seta.

Me sorprendió llegar a la cocina y no escuchar ninguna pregunta sobre su hija, o que empezara a soltarme frases como que la familia tiene que estar unida o similares, más de abuela que de madre. Se mantuvo en silencio, con los ojos tristes detrás de sus gafas y, por una vez, sentí que una ligera pena empezaba a asomar en mi garganta. ¡Puta resaca!

—Aquí está todo lo que he conseguido encontrar, me parece que no queda nada. —su cara redondeada portaba el rostro de la pena, mucho más que en otras ocasiones, y sus finos labios se apretaron hasta casi desaparecer.

—Bien.

Me cedió la caja que había encima de la mesa, ojeando con rapidez en su interior, vi ropa, libros y artículos varios que Miren deseaba recuperar. Ni recordaba cómo se los pidió, pero, seguramente, habría sido en una de tantas discusiones que tenían por teléfono, a las que la verdad hacía caso omiso, más que nada por la variedad de gritos.

Miré a Luci, que seguía con la cabeza agachada mirando a la mesa, y haciendo lo mismo de siempre, tratando de que sintiera lástima por ella. Era su fórmula para todo, tratar de dar pena para que todo se arreglase. No comprendía su actitud, eso la valdría con niños pequeños, no con un chico de veintiséis años y… menos, con su hija.

Sin embargo, cuando tengo resaca, me pongo sensible, mal asunto para el momento en el que estábamos. Por un instante, me quedé pensativo, queriendo tocar la espalda de aquella mujer y darle una palmada afectiva, estaba muy cerca y apenas tenía que mover el brazo, pero no lo hice.

—¿Qué tal estás, Luci? —me salió muy forzado, notándose con descaro que no me apetecía preguntárselo, pese a eso, no hizo ninguna mueca y se decidió a responder.

—Mal, —esperó un segundo para darle más dramatismo— muy mal. Esta situación hace que me ponga muy mala, Mikel. He tenido que ir al médico. Tengo una cosa en el pecho… que no… que no me deja vivir.

Quise decirla lo mismo de siempre, que no era la única que sufría. Miren había llorado mucho por todo lo sucedido, no obstante, sus padres solo veían sus propias narices. Pero de pronto, sucedió algo que no me podía imaginar, tan cerca que estaba de mí, quizá Luci viendo que requería cierto afecto y al estar sola con su marido en casa… ¡¡Me abrazó!!

Me quedé con los brazos abiertos y su cabeza tocándome la barbilla, sintiendo que poco a poco empezaba a sollozar. No podía ser cierto, ¡mi suegra estaba llorando en mi pecho! Era la primera ocasión que la veía triste sin querer fingir más de lo necesario. Esta vez, me había equivocado al suponer que todo era un drama.

—No aguanto más esto…

Su voz salía entrecortada, queriendo hablar bajo para que su marido no la escuchase. Me surgió la duda de cuál sería el motivo de aquella frase, tal vez por la relación con Miren o… ¿Por su marido?

—Tranquila, Luci. —no sabía dónde meterme, solamente hice lo más humano, rodearla con cuidado, como si fuera a romperla con mis brazos y apretarla con sutileza— Al final, todo se arreglará. Ya lo verás.

Para nada confiaba en ello, pero no le podía decir otra cosa en ese momento, igual se ponía a llorar a lágrima viva y tenía un instante dramático elevado a la máxima potencia. Con ella entre mis brazos, mientras sollozaba lo más bajo posible, únicamente deseaba volver a casa y echarme una siesta para que se me pasara el mal trago.

Sin embargo, algo ocurrió, una cosa que se la tengo que achacar a las últimas porciones de alcohol que todavía recorrían mi cuerpo, y también…, al poco sexo que había tenido esa semana… nada. Debo poner esas excusas, porque no le encuentro otra razón lógica, aun así, la realidad fue que pasó.

Mi cuerpo empezó a notar los pechos apretados de Luci. Es obvio decir, que nunca los había sentido, ni siquiera mirado y eso que la vi en verano con camisetas cortas, pero era una de las últimas cosas que deseaba mirar en la tierra. Los pechos de una suegra deberían ser sagrados, seguro que Miren opinaba lo mismo.

No obstante, el calor de su cuerpo y esos pechos que eran grandes y mullidos a pesar de la edad, me hicieron sentir un cosquilleo en mi entrepierna. Tuve que apartarla de inmediato, eso sí, con cuidado, de forma sutil, para que no se percatara de que la alejaba de mí.

—Bueno, tú estate tranquila, seguro que todo se soluciona, solo se necesita tiempo. El tiempo todo lo cura… —palabras que no me creía y que escupía para que mi erección no aumentase. No funcionó.

Se secó las lágrimas con la manga de una chaqueta vieja, que se la abrochaba hasta casi el cuello, cubriéndola del frío invernal. Me percaté de mi mirada, unos ojos penetrantes que jamás me hubiera imaginado y que se dirigían a su cuerpo, como si me hubieran arrancado los míos y puestos los de cualquier otro.

Era una mujer bajita, como decía un amigo mío, con forma de botijo. Como cualquier mujer de avanzada edad, no se distanciaba mucho a otra de la calle. Más madre que abuela, aunque tampoco estaba muy alejada de esta última.

Y… allí estaba yo, obviando el par de michelines que tendría y fijándome en sus dos pechos que me estaban atrayendo con la gravedad de dos estrellas. Era tan increíble que pensé que estaba soñando que, en cualquier momento, me despertaría al lado de Miren y, tanto la mañana como la tarde, no existirían. Mucho menos, ese preciso instante en el que le miraba las grandes tetas a mi suegra, mientras… se me ponía dura.

—¿Así lo crees, Mikel? ¿A Miren se le pasará el enfado? ¿¡Me lo dices en serio!?

Estaba seguro de que, para mí, su enfado estaba más que infundado y exclusivamente podía bajar la mirada para observar ambos prominentes bultos que estaban dentro de la chaqueta. Noté cómo la sangre me hervía, en toda mi vida, nunca había tenido tal calentamiento de motores, era exagerado. Estaba poseído por un ánimo sexual, tanto que mi visión sobre Luci había cambiado totalmente, no es que la viera atractiva, pero… los pensamientos eróticos y sexuales… se me amontonaban.

—Mira, Luci… —no sabía muy bien qué decir, mis ojos se cerraron para no seguir mirándola los pechos, al final, se daría cuenta. Apreté con mis dedos los párpados cerrados para quitar esa horrible o… deliciosa imagen— No sé. Dala tiempo… si eso… eh… El tiempo. —eso ya lo había dicho— Bueno, eso… que lo habléis… y…

No podía aguantarme las ganas de desnudarla con la mirada, mi cuerpo se había descontrolado y necesitaba un reinicio. Me di media vuelta, apoyando mi trasero en la mesa y notando un calor que me nacía muy dentro de mi cuerpo.

Estaba más caliente que un volcán, ni siquiera me había pasado algo similar junto a Miren, ni en una noche loca con alguna desconocida, y ahora… me estaba pasando con mi suegra. Comprender todo lo que sentía era imposible y creo, que daba igual que mujer hubiera tenido delante, seguramente, mi opinión sería la misma. Pero la que estaba allí, era Luci… mi suegra.

—Me debería marchar.

—¿Estás bien? —su mano tocó mi hombro, acercándose a mí, hasta el punto que su pecho me rozó el brazo. Me moví instintivamente, causando un mayor contacto y sintiendo lo mullido de sus senos. ¡La leche! ¡Qué buenas tetas para su edad…!— ¿Quieres tomarte algo o sentarte?

—No, tranquila. Estoy bien, gracias. —me pasé la mano por la frente, estaba sudando— Para zanjar el tema, tenéis que hablar, pero solas tú y ella. —una pausa para resistir las ganas de bajar mi visión de nuevo y proseguí— ¿Me entiendes?

Luci lo comprendió a la perfección, ser un ama de casa obstinada y recluida, no le restaba nada de inteligencia. Sabía bien que el mayor obstáculo, era ese ser que había en la sala viendo la televisión sin moverse, cualquier día mutaría y pasaría de ser una persona a un cojín.

La mujer no se movió, seguía a mi lado, con su mano puesta sobre mi cuerpo, sin ningún objetivo aparente, a la par que me acariciaba con ternura. Y de mientras… yo estaba teniendo una erección de caballo que no podía paliar.

Solo pensaba en llegar a casa y decirle a Miren que la iba a montar, que se fuera preparando, porque el sexo que iban a tener sería glorioso, hasta el punto de reventarla. En ese momento, no era un hombre, sino una bestia.

—Me gustaría que hicieras algo por mí.

La voz de Luci me sacó de mis ardientes pensamientos con mi pareja. Aquella frase, obviamente, del todo inocente, la entendí con un sentido erótico que me hizo contraer mis músculos, hasta el punto de temblar. Toda mi lujuria se había encendido de golpe, azuzada por una resaca que nunca había llegado a ponerme a tal extremo.

—Lo que quieras. —me salió de improviso con una garganta atorada. No puedo asegurarlo, pero creo que Luci, atisbó mis intenciones, o al menos, algo se olió. Es que era tan evidente…

—¿Podrías aflojar un poco la tensión? La llamaré, pero quiero que vayas haciéndome el camino. Para que cuando me decida, no sea todo tan frío. Te lo agradecería tanto…

Asentí con la cabeza, todavía con las manos apretando la mesa y un pene que chocaba de forma dura contra el vaquero… debería haberme puesto un chándal. Iba a hacerle ese favor, estaba claro, no tendría ningún impedimento, nada más quería que mi novia estuviera feliz y si pasaba por mediar entre ella y sus padres, lo haría sin ningún tipo de problema.

Sin embargo, aquellas últimas palabras… “Te lo agradecería tanto”, resonaban en mi cabeza como si la mejor de las actrices porno me lo hubiera susurrado al oído. Mi suegra lo dijo en un tono normal, de agradecimiento, pero mientras su mano aún tocaba mi hombro y mi brazo, su pecho, yo lo veía todo de una manera totalmente diferente.

Algo en mi cerebro cambió, durante un segundo, todo fue muy deprisa, aprisionándome las sienes, un dolor que no podía controlar. Se me ocurrió decirla algo, probar de cierta forma a esa mujer que estaba lejos de, únicamente, doblarme la edad. La miré de modo penetrante, desde una posición más elevada, y tras sus gafas, sus grandes ojos azules me mantuvieron la mirada.

Entonces solté una cosa que necesitaba, algo que podría haberme arrepentido al siguiente instante si toda esa libido volcánica hubiera desaparecido de golpe.

—¿Cómo me lo agradecerías? —murmuré en la solitaria cocina mientras con el motor de la nevera sonaba de fondo.

Lo que Luci me había dicho era una frase hecha, algo que no va más allá, pero escuchar ahora esa pregunta la había sorprendido.

Seguía mirándome en silencio, al tiempo que la lluvia empezaba a golpear la ventana y esta, se empañaba con lentitud. Muy al fondo, casi en otro planeta, el sonido de la televisión nos envolvía con un eco lejano. Estábamos solos en la cocina y podría dar la sensación que también en el mundo, pero en la casa había otra persona…

—¿Qué quieres? No entiendo.

Normal que no lo entendiera, pero yo no estaba en situación de que eso pasara, quería que lo comprendiera al momento y no perdiéramos ni un segundo en explicaciones tontas. Estaba muy cachondo.

Pasé mi mano por su cintura con lentitud, mientras ella, miraba con los ojos abiertos lo que sucedía dentro de esa cocina donde había pasado toda su vida. Me acerqué un poco a su cuerpo, lo justo para no invadir su espacio vital por completo, que ya ocupaba en parte con mi mano, y de la forma más erótica y confidente que pude, la susurré.

—¿Quieres llevarte bien con tu hija? —asintió mirándome a los ojos. Volví a observarla los pechos, esta vez con demasiado descaro, deleitándome en mi visión— Haré que eso pase. Pero vas a tener que hacer algo por mí. —me relamí los labios, porque una saliva incesante e indecente brotaba de mi boca.

—¿Qué? Dime. —que me respondiera en el mismo tono que mi susurro, me hizo explotar la cabeza.

En ese momento, me volví loco, sabía que Luci lo que más quería era hablar de nuevo con su hija, pero por culpa de su marido, no podía. Algo que nunca me habría imaginado, comenzó a brotar de mi mente, llegando a mi garganta y antes de escupirlo, me acerqué a su oreja mientras con mi mano la sujetaba de la cintura con más fuerza.

—Si quieres que consiga que te lleves bien con tu hija… —mi aire caliente golpeaba su oreja haciéndola temblar. Lo noté— Vas… Vas a tener que… chuparme la polla.

Dio un paso atrás, asustada o impresionada, no lo sé muy bien, pero seguro que tamaña petición, que era digna del mayor de los depravados, la dejó sin respiración. Fueron dos segundos de silencio absoluto, donde ambos nos mirábamos mientras el motor de la nevera seguía su incesante traqueteo.

Creo que se quedó en blanco, totalmente en shock, por lo que su yerno de veintiséis años le propuso con su marido a unos metros de distancia. En cambio, yo estaba muy seguro, no parecía que estuviera de resaca, me daba la sensación de que me encontraba puesto hasta arriba con la droga más dura, no me reconocía.

Mi mente, perversa hasta la saciedad, sabía que Miren, no se enteraría nunca, estaba enfadada con sus padres, si le decían que semejante historia había ocurrido, simplemente, no les creería. Antes juzgaría de forma positiva a su querido novio que tanto la cuidaba. Lo tenía más que claro y bueno… ¿Quién se iba a tragar que le había pedido eso a mi suegra? Tenía las cartas a mi favor y mi loca cabeza, lo sabía.

Hubo duda y cierta reticencia por parte de Luci, no se movía, pero podía leer esa incredulidad en sus ojos. Seguía muy cerca de mí, tanto que podía ver cómo su gran busto subía y bajaba, ¡joder, es que eran enormes! Y cada vez que se movían, mi pene zumbaba poseído.

Me di cuenta de que allí nadie se iba a mover, que me iría con el calentón y que, seguramente, me tuviera que hacer una paja en el coche debido al ardor inaguantable de mi entrepierna. Nunca lo había hecho, ni se me hubiera ocurrido machacármela en mi viejo vehículo, pero ahora… era el sitio más adecuado del planeta para desfogarme.

Pero no me iba a ir sin decidir algo con Luci, por lo que eché mis cartas. Mientras ella seguía en silencio, con los ojos abiertos y sus labios separados para dejar entrar aire a sus pulmones, me llevé las manos a los pantalones. Con un movimiento rápido, mientras el frío seguía golpeando fuera, me saqué un pene tan duro como el acero y caliente como el sol.

Hacía mucho que no la tenía tan dura, ni siquiera esas primeras veces con Miren, donde la pasión nos desbordaba, y eso que mi novia me gusta a rabiar, pero eso… era otra cosa. Me fijé en el músculo tan tieso, con todas sus venas marcadas y sin ningún pelo. No obstante, más me gustó ver que Luci, posaba sus preciosos ojos en mi bestia y… no se decidía a retirar la vista.

Era el momento, parecía hipnotizada, no por el tamaño y el grosor, que está muy bien, aunque no es lo más adecuado que lo diga yo. Su petrificación era por la acción en sí, por tener delante a su yerno con la polla fuera de sus pantalones y más dura que el palo de su escoba.

—Ya la tengo lista. —ella me miró sin decir nada, tenía que azuzarla para que comenzase. La mecha estaba prendida, podía sentirlo, por lo que soplé un poco esa llama para avivarla— Empieza antes de que Pedro se dé cuenta.

Se movió igual a un resorte, impulsada por escuchar el nombre de su marido. Se colocó delante de mí, con las manos bien pegadas a su cuerpo y sin saber qué hacer. Estaba tan paralizada que no entendía la situación, en cambio, yo sabía muy bien lo que tenía que hacer.

—Luci, agáchate. —la insté con premura— Va a ser rápido, estoy muy caliente.

—Vale.

Fue algo que me sorprendió incluso en mi estado. A la mujer se la veía decidida, mientras que yo pensaba que, en cualquier momento, se echaría atrás y tendría que saciar mis penas en el coche. No obstante, allí estaba mi suegra, arrodillándose delante de mí en medio de la cocina.

La espera no fue ni eterna, ni tediosa, de un momento a otro, me miró desde su punto más bajo. Estaba de rodillas, con su trasero apoyado en los talones y las manos en sus fornidos muslos como una geisha japonesa. Nuestros ojos se cruzaron y con estos, le dije que empezase, no teníamos mucho tiempo.

Mi suegra abrió la boca y un rayo de cordura pasó por mi mente, preguntándome sobre lo que estaba haciendo con Luci, ¡si no me gustaba nada…! Ni siquiera me ponía. Pero ahí estaba, de pie, con el pene más duro que nunca tuve y mi suegra arrodillada con la boca abierta. No esperé a que ella moviera el cuello, viendo que sus labios dibujaban un círculo por el que mi polla podría caber, moví mi cadera insertándolo en su boca.

Cuando Luci succionó por primera vez la punta del pene, casi me desmayo. La mano me falló en el agarre de la mesa y convulsioné desde la punta de los pies, hasta mi cabello. Estaba demasiado cachondo como para soportar algo semejante. La mujer me miraba, sin parar de mover la cabeza, similar a una gallina picoteando los granos, y yo, entrecerrando los ojos por el placer, trataba de no perderme nada.

El movimiento no era para nada erótico, pero su lengua estaba haciendo un trabajo delicioso, me dio la sensación de que una serpiente húmeda se enroscaba en mi polla y la sorbía sin parar. Vi cómo una gota de su saliva, comenzó a manar por la comisura de la boca, recorriendo la barbilla hasta caer de forma ardiente en su chaqueta. Supe lo que quería.

—¡Ábrete la cremallera de la chaqueta…! —se me salió un poco de saliva al hablar, parecía un perro con la rabia, ansioso por morder a mi víctima.

Luci no dejó de mamármela. Con el prepucio en la boca, llevó sus manos a la cremallera y abrió la prenda dejando al aire una camiseta. Esta era fina, una que usaba para dormir en verano y que había visto en muchas ocasiones. Era de tirantes y no poseía mangas, estaba tintada de varios colores, pero lo que más me importaba era que le quedaba ancha y tenía un escote de vértigo.

Según se la abrió, pude ver un sujetador morado que sostenida sus mamas. Se veían gordas y jugosas, como dos nubes repletas de algodón. Seguramente estarían algo caídas, pero para su edad, las vi perfectas.

—¡Menudas tetas tienes, suegra! —murmuré como un completo salido.

Me salió del alma, con un placer que me hacía tensar hasta el músculo más pequeño de mi cuerpo. No pude resistirlo más, había pasado un minuto de mamada, mientras que sus pechos se mecían de adelante para atrás con el baile de su cuello. Me iba a correr, la primera vez que lo hacía tan rápido.

Ya no me importaba el gélido tiempo del exterior, o el sonido de la televisión, que me avisaba de que no estábamos solos en la casa. Exclusivamente me interesaba la mujer que tenía mi pene en su boca y mostraba un escote precioso.

Todo había sido muy automático, como si Luci fuera un robot sexual que me la chupaba de acuerdo a todos sus protocolos. Pero no importaba, allí estaba mi semen, en la punta, mientras mi suegra seguía succionando para sacarme hasta la última gota como si fuera veneno.

—Bueno, esto acaba… me voy a correr, bien corrido. ¡Prepárate!

Saqué mi polla de su boca, sujetando con fuerza aquel mandoble y dirigiéndolo a sus tetas que seguían a la vista. Luci no se movió, únicamente, se limitó a limpiarse los pocos líquidos que habían brotado de mi pene antes de eyacular y que se querían escapar de su boca.

Con una mano, me aferré a la mesa y, con la otra, me masturbé con fuerza para sacarlo todo… y vaya si salió. Cuatro enormes chorros mancharon el escote de mi suegra con violencia, hasta el punto que de ellos brotaba un pequeño hilo de vapor debido al contraste de temperatura.

Tuve que contener el grito de placer que me nacía desde los genitales, agarrando todavía más fuerte la mesa y mirando cómo dejé a mi suegra. Con mi pene, soportando aún la erección pese a la corrida, Lucí lo volvió a meter en su boca, sin tocarlo con otra cosa que no fueran sus labios, sus manos permanecían quietas en los muslos. En el único momento en que cambió su postura, fue para abrirse la chaqueta debido a mi petición.

Me la limpió con destreza, mientras me derretía por todos los poros de mi piel y esa sensación de loca lujuria, paulatinamente se iba desvaneciendo. Como última demostración de la extrema concentración de mi erotismo, me salió del corazón confesarla una realidad.

—¡Qué bien la chupas!

Se levantó sin decirme nada, con una mueca que describía cierta felicidad, no entendí a que se debía. Me la guardé con velocidad, empezando a notar como esa niebla perversa se disipaba y dándome cuenta de lo que había hecho.

Sin embargo, peor fue no oír el ruido de la televisión en la sala, sumado a unos pasos que se acercaban por el pasillo. Pedro se había levantado del sofá, su territorio, y se dirigía a la cocina, quizá hubiera escuchado algo.

Cuando apareció por la puerta me dispuse a recoger la caja de mi novia. Las piernas me temblaron y me temí que me caería allí mismo. Mi suegro me saludó con un gesto casi nulo de cabeza y miró a su mujer, que le daba la espalda, contemplando el clima por la ventana.

—Luci, ¿qué hay de cenar? —su tono en casa siempre era hosco, nada nuevo.

—Ahora hago algo, que con la visita de Mikel, me he descolocado. —siguió de cara a la ventana.

—Pues venga, rápido. Tengo hambre.

Mientras el hombre marchaba de nuevo a descansar su culo, ella se quedó mirando el golpeteo de la lluvia en la ventana, aprovechando para esconder de Pedro el semen caliente que todavía humeaba en su escote. Me fui de aquella casa sin decir nada, ni siquiera una mirada a mi suegra, que seguía junto al cristal cuando salí de la cocina.

CONTINUARÁ...
 

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Cuando me levanté aquella mañana con una buena resaca, ni por asomo me podía imaginar lo que pasaría en unas horas. Mi novia estaba todavía dormida, envuelta en las sabanas que, por supuesto, me robó en el sigilo de la noche.

Recuperé mi parte de manta de inmediato, porque la verdad, la noche fue fría y pese a que el sol ya alumbraba las calles, al calor no se le esperaba en mitad del invierno. No tardé en levantarme, el hurto de las sabanas me dejó el cuerpo helado y me desveló por completo, además que volver a coger el sueño siempre se me ha antojado complicado. Tiré por lo más sencillo, empezar el día.

Apenas pude desayunar y, en cuanto acabé, me metí en la ducha, queriendo que ese pequeño mareo que rondaba mi cabeza se disipase con el agua caliente. Me bajó un poco el dolor de cabeza, aunque mis ganas de vomitar todavía seguían presentes. Por lo que cogí una botella de agua del fondo de la nevera, donde anida ese hielo que viene y va, y me fui al sofá. Lo importante era mantener la horizontalidad de mi cuerpo, la verticalidad no era lo mío.

Viendo la televisión, me acordé del “plan” que acordé con mi novia esa misma semana. Bufé con ganas por la pereza que me suscitaba, pero tenía que hacerlo, era un favor para Miren y… la amo con locura. Me había pedido que fuera a por sus cosas a casa de sus padres y el día anterior, le había dicho a mi suegra que a la tarde me iba a pasar.

No tenía nada en su contra, solo que entre mi novia y sus padres, había un mal rollo latente que venía desde muy atrás. Desde los comienzos de nuestra relación pregunté por la tensión que era palpable entre ellos y que se rompió en su totalidad unos meses atrás, pero ella me decía que no le gustaba hablar de ello. Respetaba su opinión y no incidía más, tendría sus motivos para no contármelo, y conociendo a sus padres… no me extrañaría nada que tenga la razón.

Mis suegros son dos personas bastante normales, al menos, de cara a la galería. Rondan los sesenta años, en verdad no sé muy bien en que año han nacido, pero bueno, es para hacer una aproximación, sé que él, los supera y mi suegra todavía no, nada más.

Pedro es un hombre educado, por lo menos siempre que he estado delante, pero… hay cosas que no se pueden esconder y se nota que finge que su verdadera personalidad, no es esa. De primera mano, no he visto que tratase a su mujer de forma despectiva, aunque ahora que las cosas están así, entre Miren y sus padres, he escuchado cosas raras por parte de sus demás familiares.

El caso es, que se ve a la legua que es un hombre machista y chapado a la antigua, añadido que tiene ciertos problemas con la bebida. Su mujer, Luci, que no viene de Lucia, sino de Luciana, es una mujer… pues, sinceramente, con verla una vez te puedes hacer una idea que su sumisión la hace estar a merced de su marido. Cuando hemos estado sin Pedro cerca, es una persona totalmente diferente, pero cuando están juntos, el cambio es notorio.

No quiero irme por las ramas, porque la historia es bastante breve, y llegada la tarde, me introduje en el coche, a la par que meditaba el mal momento en el que le dije que lo haría. Además… sabiendo la resaca que iba a tener, no sé en qué estaba pensando cuando acepté. Tonterías que hace uno por amor.

Con suerte, aparqué a la primera cerca del portal de mis suegros. Lo último que me apetecía, era seguir dando vueltas mientras el frío se metía dentro del vehículo, en esos momentos… ¡Cómo añoraba el aire acondicionado del coche de mi padre!

Estaba allí, delante de la gran puerta del portal y sin ninguna gana de atravesarla, pero, tocaba subir y hacer frente a lo que fuera. Seguramente, tendría que ver malas caras, tratar de responder dos o tres frases hechas y sufrir un poco… o bastante… incomodidad.

Nadie me contestó al tocar el timbre, lo que sí que traspasó mis oídos, fue el estrepitoso ruido metálico de la puerta al abrirse, al menos, me libraba del frío. Lo único bueno de tener aquel tiempo, que te helaba la sangre, era que la resaca se iba pasando con más presteza y, menos mal, estaba hecho un trapo.

Me monté en el ascensor, un artilugio anticuado que chirrió cuando la puerta se cerró a mi espalda. Empecé a sentirme agobiado y un nudo en el estómago se aferró sobre mi vientre con fuerza. Mientras ascendía por los pisos, me vi en una película de terror, subiendo a donde yacía una niña poseída y yo, era el cura que iba a practicar el exorcismo. ¡Qué mal estaba…!

Tenía claro que alguna conversación me sacarían, aunque fuera por cortesía, lo que no deseaba por nada del mundo era tener que recibir preguntas tediosas sobre la relación que mantenían con su hija. Sobre todo, por parte de Pedro, con el cual, esperaba ni siquiera tener el más mínimo trato para que el gesto no se me contrajera, no lo soportaba. Aunque cuando me encontré delante de la puerta, sonreí de forma tonta, porque seguro que a mi suegro, poco le importaba como estaba su hija.

Toqué el timbre, un din-don que resonó en toda la casa. Rápido escuché pasos que se acercaban a la puerta, eran cortos y pesados, de una persona que le cuesta vivir. Supe quién me iba a recibir en la puerta antes de que esta se abriera. En nada, un rostro familiar apareció entre el marco y el gran trozo de madera.

—Hola, Mikel. Pasa.

Luci se dio la vuelta sin decir nada más, con la cabeza gacha y dirigiéndose a la cocina donde solía pasarse la gran parte del día. Escuché la televisión de fondo, era la clara pista del lugar donde estaba su marido y también, que, ni de broma, se iba a levantar para saludarme. Mejor para mí, no me apetecía ver su cara de seta.

Me sorprendió llegar a la cocina y no escuchar ninguna pregunta sobre su hija, o que empezara a soltarme frases como que la familia tiene que estar unida o similares, más de abuela que de madre. Se mantuvo en silencio, con los ojos tristes detrás de sus gafas y, por una vez, sentí que una ligera pena empezaba a asomar en mi garganta. ¡Puta resaca!

—Aquí está todo lo que he conseguido encontrar, me parece que no queda nada. —su cara redondeada portaba el rostro de la pena, mucho más que en otras ocasiones, y sus finos labios se apretaron hasta casi desaparecer.

—Bien.

Me cedió la caja que había encima de la mesa, ojeando con rapidez en su interior, vi ropa, libros y artículos varios que Miren deseaba recuperar. Ni recordaba cómo se los pidió, pero, seguramente, habría sido en una de tantas discusiones que tenían por teléfono, a las que la verdad hacía caso omiso, más que nada por la variedad de gritos.

Miré a Luci, que seguía con la cabeza agachada mirando a la mesa, y haciendo lo mismo de siempre, tratando de que sintiera lástima por ella. Era su fórmula para todo, tratar de dar pena para que todo se arreglase. No comprendía su actitud, eso la valdría con niños pequeños, no con un chico de veintiséis años y… menos, con su hija.

Sin embargo, cuando tengo resaca, me pongo sensible, mal asunto para el momento en el que estábamos. Por un instante, me quedé pensativo, queriendo tocar la espalda de aquella mujer y darle una palmada afectiva, estaba muy cerca y apenas tenía que mover el brazo, pero no lo hice.

—¿Qué tal estás, Luci? —me salió muy forzado, notándose con descaro que no me apetecía preguntárselo, pese a eso, no hizo ninguna mueca y se decidió a responder.

—Mal, —esperó un segundo para darle más dramatismo— muy mal. Esta situación hace que me ponga muy mala, Mikel. He tenido que ir al médico. Tengo una cosa en el pecho… que no… que no me deja vivir.

Quise decirla lo mismo de siempre, que no era la única que sufría. Miren había llorado mucho por todo lo sucedido, no obstante, sus padres solo veían sus propias narices. Pero de pronto, sucedió algo que no me podía imaginar, tan cerca que estaba de mí, quizá Luci viendo que requería cierto afecto y al estar sola con su marido en casa… ¡¡Me abrazó!!

Me quedé con los brazos abiertos y su cabeza tocándome la barbilla, sintiendo que poco a poco empezaba a sollozar. No podía ser cierto, ¡mi suegra estaba llorando en mi pecho! Era la primera ocasión que la veía triste sin querer fingir más de lo necesario. Esta vez, me había equivocado al suponer que todo era un drama.

—No aguanto más esto…

Su voz salía entrecortada, queriendo hablar bajo para que su marido no la escuchase. Me surgió la duda de cuál sería el motivo de aquella frase, tal vez por la relación con Miren o… ¿Por su marido?

—Tranquila, Luci. —no sabía dónde meterme, solamente hice lo más humano, rodearla con cuidado, como si fuera a romperla con mis brazos y apretarla con sutileza— Al final, todo se arreglará. Ya lo verás.

Para nada confiaba en ello, pero no le podía decir otra cosa en ese momento, igual se ponía a llorar a lágrima viva y tenía un instante dramático elevado a la máxima potencia. Con ella entre mis brazos, mientras sollozaba lo más bajo posible, únicamente deseaba volver a casa y echarme una siesta para que se me pasara el mal trago.

Sin embargo, algo ocurrió, una cosa que se la tengo que achacar a las últimas porciones de alcohol que todavía recorrían mi cuerpo, y también…, al poco sexo que había tenido esa semana… nada. Debo poner esas excusas, porque no le encuentro otra razón lógica, aun así, la realidad fue que pasó.

Mi cuerpo empezó a notar los pechos apretados de Luci. Es obvio decir, que nunca los había sentido, ni siquiera mirado y eso que la vi en verano con camisetas cortas, pero era una de las últimas cosas que deseaba mirar en la tierra. Los pechos de una suegra deberían ser sagrados, seguro que Miren opinaba lo mismo.

No obstante, el calor de su cuerpo y esos pechos que eran grandes y mullidos a pesar de la edad, me hicieron sentir un cosquilleo en mi entrepierna. Tuve que apartarla de inmediato, eso sí, con cuidado, de forma sutil, para que no se percatara de que la alejaba de mí.

—Bueno, tú estate tranquila, seguro que todo se soluciona, solo se necesita tiempo. El tiempo todo lo cura… —palabras que no me creía y que escupía para que mi erección no aumentase. No funcionó.

Se secó las lágrimas con la manga de una chaqueta vieja, que se la abrochaba hasta casi el cuello, cubriéndola del frío invernal. Me percaté de mi mirada, unos ojos penetrantes que jamás me hubiera imaginado y que se dirigían a su cuerpo, como si me hubieran arrancado los míos y puestos los de cualquier otro.

Era una mujer bajita, como decía un amigo mío, con forma de botijo. Como cualquier mujer de avanzada edad, no se distanciaba mucho a otra de la calle. Más madre que abuela, aunque tampoco estaba muy alejada de esta última.

Y… allí estaba yo, obviando el par de michelines que tendría y fijándome en sus dos pechos que me estaban atrayendo con la gravedad de dos estrellas. Era tan increíble que pensé que estaba soñando que, en cualquier momento, me despertaría al lado de Miren y, tanto la mañana como la tarde, no existirían. Mucho menos, ese preciso instante en el que le miraba las grandes tetas a mi suegra, mientras… se me ponía dura.

—¿Así lo crees, Mikel? ¿A Miren se le pasará el enfado? ¿¡Me lo dices en serio!?

Estaba seguro de que, para mí, su enfado estaba más que infundado y exclusivamente podía bajar la mirada para observar ambos prominentes bultos que estaban dentro de la chaqueta. Noté cómo la sangre me hervía, en toda mi vida, nunca había tenido tal calentamiento de motores, era exagerado. Estaba poseído por un ánimo sexual, tanto que mi visión sobre Luci había cambiado totalmente, no es que la viera atractiva, pero… los pensamientos eróticos y sexuales… se me amontonaban.

—Mira, Luci… —no sabía muy bien qué decir, mis ojos se cerraron para no seguir mirándola los pechos, al final, se daría cuenta. Apreté con mis dedos los párpados cerrados para quitar esa horrible o… deliciosa imagen— No sé. Dala tiempo… si eso… eh… El tiempo. —eso ya lo había dicho— Bueno, eso… que lo habléis… y…

No podía aguantarme las ganas de desnudarla con la mirada, mi cuerpo se había descontrolado y necesitaba un reinicio. Me di media vuelta, apoyando mi trasero en la mesa y notando un calor que me nacía muy dentro de mi cuerpo.

Estaba más caliente que un volcán, ni siquiera me había pasado algo similar junto a Miren, ni en una noche loca con alguna desconocida, y ahora… me estaba pasando con mi suegra. Comprender todo lo que sentía era imposible y creo, que daba igual que mujer hubiera tenido delante, seguramente, mi opinión sería la misma. Pero la que estaba allí, era Luci… mi suegra.

—Me debería marchar.

—¿Estás bien? —su mano tocó mi hombro, acercándose a mí, hasta el punto que su pecho me rozó el brazo. Me moví instintivamente, causando un mayor contacto y sintiendo lo mullido de sus senos. ¡La leche! ¡Qué buenas tetas para su edad…!— ¿Quieres tomarte algo o sentarte?

—No, tranquila. Estoy bien, gracias. —me pasé la mano por la frente, estaba sudando— Para zanjar el tema, tenéis que hablar, pero solas tú y ella. —una pausa para resistir las ganas de bajar mi visión de nuevo y proseguí— ¿Me entiendes?

Luci lo comprendió a la perfección, ser un ama de casa obstinada y recluida, no le restaba nada de inteligencia. Sabía bien que el mayor obstáculo, era ese ser que había en la sala viendo la televisión sin moverse, cualquier día mutaría y pasaría de ser una persona a un cojín.

La mujer no se movió, seguía a mi lado, con su mano puesta sobre mi cuerpo, sin ningún objetivo aparente, a la par que me acariciaba con ternura. Y de mientras… yo estaba teniendo una erección de caballo que no podía paliar.

Solo pensaba en llegar a casa y decirle a Miren que la iba a montar, que se fuera preparando, porque el sexo que iban a tener sería glorioso, hasta el punto de reventarla. En ese momento, no era un hombre, sino una bestia.

—Me gustaría que hicieras algo por mí.

La voz de Luci me sacó de mis ardientes pensamientos con mi pareja. Aquella frase, obviamente, del todo inocente, la entendí con un sentido erótico que me hizo contraer mis músculos, hasta el punto de temblar. Toda mi lujuria se había encendido de golpe, azuzada por una resaca que nunca había llegado a ponerme a tal extremo.

—Lo que quieras. —me salió de improviso con una garganta atorada. No puedo asegurarlo, pero creo que Luci, atisbó mis intenciones, o al menos, algo se olió. Es que era tan evidente…

—¿Podrías aflojar un poco la tensión? La llamaré, pero quiero que vayas haciéndome el camino. Para que cuando me decida, no sea todo tan frío. Te lo agradecería tanto…

Asentí con la cabeza, todavía con las manos apretando la mesa y un pene que chocaba de forma dura contra el vaquero… debería haberme puesto un chándal. Iba a hacerle ese favor, estaba claro, no tendría ningún impedimento, nada más quería que mi novia estuviera feliz y si pasaba por mediar entre ella y sus padres, lo haría sin ningún tipo de problema.

Sin embargo, aquellas últimas palabras… “Te lo agradecería tanto”, resonaban en mi cabeza como si la mejor de las actrices porno me lo hubiera susurrado al oído. Mi suegra lo dijo en un tono normal, de agradecimiento, pero mientras su mano aún tocaba mi hombro y mi brazo, su pecho, yo lo veía todo de una manera totalmente diferente.

Algo en mi cerebro cambió, durante un segundo, todo fue muy deprisa, aprisionándome las sienes, un dolor que no podía controlar. Se me ocurrió decirla algo, probar de cierta forma a esa mujer que estaba lejos de, únicamente, doblarme la edad. La miré de modo penetrante, desde una posición más elevada, y tras sus gafas, sus grandes ojos azules me mantuvieron la mirada.

Entonces solté una cosa que necesitaba, algo que podría haberme arrepentido al siguiente instante si toda esa libido volcánica hubiera desaparecido de golpe.

—¿Cómo me lo agradecerías? —murmuré en la solitaria cocina mientras con el motor de la nevera sonaba de fondo.

Lo que Luci me había dicho era una frase hecha, algo que no va más allá, pero escuchar ahora esa pregunta la había sorprendido.

Seguía mirándome en silencio, al tiempo que la lluvia empezaba a golpear la ventana y esta, se empañaba con lentitud. Muy al fondo, casi en otro planeta, el sonido de la televisión nos envolvía con un eco lejano. Estábamos solos en la cocina y podría dar la sensación que también en el mundo, pero en la casa había otra persona…

—¿Qué quieres? No entiendo.

Normal que no lo entendiera, pero yo no estaba en situación de que eso pasara, quería que lo comprendiera al momento y no perdiéramos ni un segundo en explicaciones tontas. Estaba muy cachondo.

Pasé mi mano por su cintura con lentitud, mientras ella, miraba con los ojos abiertos lo que sucedía dentro de esa cocina donde había pasado toda su vida. Me acerqué un poco a su cuerpo, lo justo para no invadir su espacio vital por completo, que ya ocupaba en parte con mi mano, y de la forma más erótica y confidente que pude, la susurré.

—¿Quieres llevarte bien con tu hija? —asintió mirándome a los ojos. Volví a observarla los pechos, esta vez con demasiado descaro, deleitándome en mi visión— Haré que eso pase. Pero vas a tener que hacer algo por mí. —me relamí los labios, porque una saliva incesante e indecente brotaba de mi boca.

—¿Qué? Dime. —que me respondiera en el mismo tono que mi susurro, me hizo explotar la cabeza.

En ese momento, me volví loco, sabía que Luci lo que más quería era hablar de nuevo con su hija, pero por culpa de su marido, no podía. Algo que nunca me habría imaginado, comenzó a brotar de mi mente, llegando a mi garganta y antes de escupirlo, me acerqué a su oreja mientras con mi mano la sujetaba de la cintura con más fuerza.

—Si quieres que consiga que te lleves bien con tu hija… —mi aire caliente golpeaba su oreja haciéndola temblar. Lo noté— Vas… Vas a tener que… chuparme la polla.

Dio un paso atrás, asustada o impresionada, no lo sé muy bien, pero seguro que tamaña petición, que era digna del mayor de los depravados, la dejó sin respiración. Fueron dos segundos de silencio absoluto, donde ambos nos mirábamos mientras el motor de la nevera seguía su incesante traqueteo.

Creo que se quedó en blanco, totalmente en shock, por lo que su yerno de veintiséis años le propuso con su marido a unos metros de distancia. En cambio, yo estaba muy seguro, no parecía que estuviera de resaca, me daba la sensación de que me encontraba puesto hasta arriba con la droga más dura, no me reconocía.

Mi mente, perversa hasta la saciedad, sabía que Miren, no se enteraría nunca, estaba enfadada con sus padres, si le decían que semejante historia había ocurrido, simplemente, no les creería. Antes juzgaría de forma positiva a su querido novio que tanto la cuidaba. Lo tenía más que claro y bueno… ¿Quién se iba a tragar que le había pedido eso a mi suegra? Tenía las cartas a mi favor y mi loca cabeza, lo sabía.

Hubo duda y cierta reticencia por parte de Luci, no se movía, pero podía leer esa incredulidad en sus ojos. Seguía muy cerca de mí, tanto que podía ver cómo su gran busto subía y bajaba, ¡joder, es que eran enormes! Y cada vez que se movían, mi pene zumbaba poseído.

Me di cuenta de que allí nadie se iba a mover, que me iría con el calentón y que, seguramente, me tuviera que hacer una paja en el coche debido al ardor inaguantable de mi entrepierna. Nunca lo había hecho, ni se me hubiera ocurrido machacármela en mi viejo vehículo, pero ahora… era el sitio más adecuado del planeta para desfogarme.

Pero no me iba a ir sin decidir algo con Luci, por lo que eché mis cartas. Mientras ella seguía en silencio, con los ojos abiertos y sus labios separados para dejar entrar aire a sus pulmones, me llevé las manos a los pantalones. Con un movimiento rápido, mientras el frío seguía golpeando fuera, me saqué un pene tan duro como el acero y caliente como el sol.

Hacía mucho que no la tenía tan dura, ni siquiera esas primeras veces con Miren, donde la pasión nos desbordaba, y eso que mi novia me gusta a rabiar, pero eso… era otra cosa. Me fijé en el músculo tan tieso, con todas sus venas marcadas y sin ningún pelo. No obstante, más me gustó ver que Luci, posaba sus preciosos ojos en mi bestia y… no se decidía a retirar la vista.

Era el momento, parecía hipnotizada, no por el tamaño y el grosor, que está muy bien, aunque no es lo más adecuado que lo diga yo. Su petrificación era por la acción en sí, por tener delante a su yerno con la polla fuera de sus pantalones y más dura que el palo de su escoba.

—Ya la tengo lista. —ella me miró sin decir nada, tenía que azuzarla para que comenzase. La mecha estaba prendida, podía sentirlo, por lo que soplé un poco esa llama para avivarla— Empieza antes de que Pedro se dé cuenta.

Se movió igual a un resorte, impulsada por escuchar el nombre de su marido. Se colocó delante de mí, con las manos bien pegadas a su cuerpo y sin saber qué hacer. Estaba tan paralizada que no entendía la situación, en cambio, yo sabía muy bien lo que tenía que hacer.

—Luci, agáchate. —la insté con premura— Va a ser rápido, estoy muy caliente.

—Vale.

Fue algo que me sorprendió incluso en mi estado. A la mujer se la veía decidida, mientras que yo pensaba que, en cualquier momento, se echaría atrás y tendría que saciar mis penas en el coche. No obstante, allí estaba mi suegra, arrodillándose delante de mí en medio de la cocina.

La espera no fue ni eterna, ni tediosa, de un momento a otro, me miró desde su punto más bajo. Estaba de rodillas, con su trasero apoyado en los talones y las manos en sus fornidos muslos como una geisha japonesa. Nuestros ojos se cruzaron y con estos, le dije que empezase, no teníamos mucho tiempo.

Mi suegra abrió la boca y un rayo de cordura pasó por mi mente, preguntándome sobre lo que estaba haciendo con Luci, ¡si no me gustaba nada…! Ni siquiera me ponía. Pero ahí estaba, de pie, con el pene más duro que nunca tuve y mi suegra arrodillada con la boca abierta. No esperé a que ella moviera el cuello, viendo que sus labios dibujaban un círculo por el que mi polla podría caber, moví mi cadera insertándolo en su boca.

Cuando Luci succionó por primera vez la punta del pene, casi me desmayo. La mano me falló en el agarre de la mesa y convulsioné desde la punta de los pies, hasta mi cabello. Estaba demasiado cachondo como para soportar algo semejante. La mujer me miraba, sin parar de mover la cabeza, similar a una gallina picoteando los granos, y yo, entrecerrando los ojos por el placer, trataba de no perderme nada.

El movimiento no era para nada erótico, pero su lengua estaba haciendo un trabajo delicioso, me dio la sensación de que una serpiente húmeda se enroscaba en mi polla y la sorbía sin parar. Vi cómo una gota de su saliva, comenzó a manar por la comisura de la boca, recorriendo la barbilla hasta caer de forma ardiente en su chaqueta. Supe lo que quería.

—¡Ábrete la cremallera de la chaqueta…! —se me salió un poco de saliva al hablar, parecía un perro con la rabia, ansioso por morder a mi víctima.

Luci no dejó de mamármela. Con el prepucio en la boca, llevó sus manos a la cremallera y abrió la prenda dejando al aire una camiseta. Esta era fina, una que usaba para dormir en verano y que había visto en muchas ocasiones. Era de tirantes y no poseía mangas, estaba tintada de varios colores, pero lo que más me importaba era que le quedaba ancha y tenía un escote de vértigo.

Según se la abrió, pude ver un sujetador morado que sostenida sus mamas. Se veían gordas y jugosas, como dos nubes repletas de algodón. Seguramente estarían algo caídas, pero para su edad, las vi perfectas.

—¡Menudas tetas tienes, suegra! —murmuré como un completo salido.

Me salió del alma, con un placer que me hacía tensar hasta el músculo más pequeño de mi cuerpo. No pude resistirlo más, había pasado un minuto de mamada, mientras que sus pechos se mecían de adelante para atrás con el baile de su cuello. Me iba a correr, la primera vez que lo hacía tan rápido.

Ya no me importaba el gélido tiempo del exterior, o el sonido de la televisión, que me avisaba de que no estábamos solos en la casa. Exclusivamente me interesaba la mujer que tenía mi pene en su boca y mostraba un escote precioso.

Todo había sido muy automático, como si Luci fuera un robot sexual que me la chupaba de acuerdo a todos sus protocolos. Pero no importaba, allí estaba mi semen, en la punta, mientras mi suegra seguía succionando para sacarme hasta la última gota como si fuera veneno.

—Bueno, esto acaba… me voy a correr, bien corrido. ¡Prepárate!

Saqué mi polla de su boca, sujetando con fuerza aquel mandoble y dirigiéndolo a sus tetas que seguían a la vista. Luci no se movió, únicamente, se limitó a limpiarse los pocos líquidos que habían brotado de mi pene antes de eyacular y que se querían escapar de su boca.

Con una mano, me aferré a la mesa y, con la otra, me masturbé con fuerza para sacarlo todo… y vaya si salió. Cuatro enormes chorros mancharon el escote de mi suegra con violencia, hasta el punto que de ellos brotaba un pequeño hilo de vapor debido al contraste de temperatura.

Tuve que contener el grito de placer que me nacía desde los genitales, agarrando todavía más fuerte la mesa y mirando cómo dejé a mi suegra. Con mi pene, soportando aún la erección pese a la corrida, Lucí lo volvió a meter en su boca, sin tocarlo con otra cosa que no fueran sus labios, sus manos permanecían quietas en los muslos. En el único momento en que cambió su postura, fue para abrirse la chaqueta debido a mi petición.

Me la limpió con destreza, mientras me derretía por todos los poros de mi piel y esa sensación de loca lujuria, paulatinamente se iba desvaneciendo. Como última demostración de la extrema concentración de mi erotismo, me salió del corazón confesarla una realidad.

—¡Qué bien la chupas!

Se levantó sin decirme nada, con una mueca que describía cierta felicidad, no entendí a que se debía. Me la guardé con velocidad, empezando a notar como esa niebla perversa se disipaba y dándome cuenta de lo que había hecho.

Sin embargo, peor fue no oír el ruido de la televisión en la sala, sumado a unos pasos que se acercaban por el pasillo. Pedro se había levantado del sofá, su territorio, y se dirigía a la cocina, quizá hubiera escuchado algo.

Cuando apareció por la puerta me dispuse a recoger la caja de mi novia. Las piernas me temblaron y me temí que me caería allí mismo. Mi suegro me saludó con un gesto casi nulo de cabeza y miró a su mujer, que le daba la espalda, contemplando el clima por la ventana.

—Luci, ¿qué hay de cenar? —su tono en casa siempre era hosco, nada nuevo.

—Ahora hago algo, que con la visita de Mikel, me he descolocado. —siguió de cara a la ventana.

—Pues venga, rápido. Tengo hambre.

Mientras el hombre marchaba de nuevo a descansar su culo, ella se quedó mirando el golpeteo de la lluvia en la ventana, aprovechando para esconder de Pedro el semen caliente que todavía humeaba en su escote. Me fui de aquella casa sin decir nada, ni siquiera una mirada a mi suegra, que seguía junto al cristal cuando salí de la cocina.

CONTINUARÁ...
Buahhh , que bueno.
Deseando seguir leyendo para seguir con la erección que me ha provocado tu relato.
 
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