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(Este relato tiene un componente real, así como sus personajes están basados en gente que de verdad existe. Si veo que tiene interés seguiré subiendo capítulos de una historia que está prácticamente escrita ya.)
A medida que se aproximaban al lugar, su corazón latía con más fuerza. Él, apretaba el volante con una firmeza que daba la impresión de que se iba a hacer añicos de un momento a otro. El otro chico iba detrás, callado. No sabía si por respeto o porque aún no se creía todavía lo que estaba a punto de suceder. Pero sí, iba a ser así. Ya no había vuelta atrás, y mira que se lo había pensado semanas antes. Pero tenía que hacerlo. No podía hacer como que no había pasado nada, porque si había pasado. Y merecía un escarmiento.
Alma miraba por la ventanilla del coche, intentando evadirse del silencio sepulcral que reinaba dentro de un habitáculo que gritaba tensión. No quería mirar a la izquierda. No quería intercambiar una mirada con Pablo. Sabía que, si lo hacía, todo aquello acabaría. Pararían el coche junto a una parada de bus cercana, se girarían a mirar al chico que viajaba en el asiento de atrás y le dirían que todo había sido una broma. Aguantarían los reproches, le dejarían algo de dinero como compensación y lo invitarían a bajar del vehículo.
No podía. No debía.
Se juró que aquello que había pasado no debía quedar impune. No había sido un hecho aislado, una infidelidad más, sino algo aún más retorcido. Y retorcida debía ser su venganza. O, en este caso, lección.
Todo pasó varios meses antes. Por un rumor, como la mayoría de cosas que acaban jodiendo relaciones, no siempre amorosas. Una noche de fiesta de Pablo y sus amigos. Unas copas de más que acabaron en una conversación de este, muy acaramelado, con Patricia, una de las chicas con las que peor se había llevado Alma en su vida. Una imagen que vio prácticamente toda la discoteca y que llegó a oídos de ella a las pocas horas, cuando aún no se había hecho el primer café de la mañana del domingo. Se le atragantó el desayuno. "Esa lagarta" fue lo más repetido en su cabeza.
Y no iba desencaminada. Patri tenía fama de ser de ese tipo de personas sin escrúpulos, capaces de cualquier cosa por conseguir su objetivo. Y en este caso, su objetivo era hacer daño a Alma.
Los siguientes días fueron algo tensos para la pareja. Alma pidió explicaciones que Pablo le dio, cogidos con pinzas. Una historia inverosímil, con muchas lagunas, pero que Alma se creyó. No por ella, sino porque veía incapaz a Pablo de hacerle una cosa así. No tenía nada que ver con el resto de chicos con los que había estado. Era muy atento y romántico. Solía tener detalles cada cierto tiempo y, después de tres años, nunca tuvo la sensación de que se le estuvieran acabando las ideas.
Pasó un mes y Alma salió con sus amigas. Se cruzaron con Patricia y empezó una discusión que hubiese acabado como anecdótica si esta última no hubiese cruzado el umbral del daño. Ahí se enteró de todo. De como Pablo la había mentido. Del viaje tras la fiesta a casa de Patri y de como esta guardaba en su teléfono una imagen de Pablo durmiendo cubierto con una sábana. Ahí fue cuando se rompió. Se marchó a casa sin querer que nadie la acompañase y rompió a llorar en el taxi, para sorpresa del conductor al que el llanto le sorprendió mientras miraba por el retrovisor las piernas que Alma mostraba con su falda.
Volvió de sus pensamientos mucho más decidida mientras Pablo esperaba a que se abriese la barrera del hotel. Era uno de estos especiales para parejas en los que se entraba desde el garaje. De ahí pasaron a la habitación, un espacio hecho para el placer. Una cama redonda, espejos por todos lados y un sofá tántrico estaban separados en apenas unos metros. Alma pensó para si misma si aquello no había sido demasiado.
Se excusó con ambos chicos, pidiendo un momento para prepararse, y entró al baño con una bolsa de deporte negra que había tomado prestada a su hermano. Una vez dentro del baño, pegó la oreja a la puerta y esperó unos instantes. Había pensado varias veces en esa situación, cuando ambos se quedasen solos, justo cuando ella se fuese a preparar. Se esperaba de todo. Desde golpes, en una pelea improvisada fruto de la rabia contenida de Pablo, hasta un portazo de él que le indicase que se marchaba de aquel show. Pero no escuchó nada. Tocaba seguir hacia delante.
Y mientras abría la bolsa y se preparaba empezó a pensar en como había gestado aquella situación...
La tarde siguiente al descubrir la foto, fue directa a por él. Lo chilló, lo insultó... Incluso lo abofeteó. Estaba en rabia. No simplemente por el hecho en sí, que también le parecía deleznable, sino por con quién lo había hecho y de la forma en la que la había mentido. Él se arrepintió, pidió perdón de mil formas, la llamó hasta la extenuación... E incluso le lloró. Estaba muy arrepentido, eso pensaba Alma. Pero merecía un escarmiento. Una lección que no olvidase nunca. Y ahí se tejió todo.
-De verdad, Alma. Me muero sin ti. No podemos dejarlo por una cagada mia. Lo siento.
Le dijo entre sollozos.
Ella respondió.
-Solo hay una manera de que esto vuelva a ser una relación de confianza.- le dijo en un tono seco.
-Haré lo que sea. - respondió él.
-No creo que seas capaz.- siguió seca. Por su cabeza no pasaba un viaje a una isla desierta como regalo para ganarse el perdón. No era una entrada a un concierto o una cena sorpresa en un restaurante caro. Por su cabeza pasaba algo mucho peor.
-De verdad, por ti lo que sea.
Y ahí ella, que esperaba ese momento durante días, soltó la bomba. Más bien creyendo que aquello sería un punto final que la historia que estaba a punto de pasar.
-Tengo que igualar el contador...
-¿Cómo?- respondió el sin saber de qué iba la cosa, pero imaginando una escena en su cabeza que, pensó, jamás pasaria por la de Alma.
-Eso. Tú te has saltado la fidelidad, y yo quiero hacerlo también. Pero quiero que estés tú presente.
Se tomó unos segundos prudenciales para la segunda frase. Un tiempo que hizo que aquellas palabras calasen aún más y rompiesen los esquemas de Pablo.
Pensaba en aquel momentos mientras se colocaba la blusa blanca con escote y los shorts negros cortos que llevaba en la Nochevieja en la que conoció a Pablo. Aquella noche estaba espectacular. El que no lo admitió con palabras no pudo contener su mirada. Y Pablo se lo dijo. No había sido el único de su grupo de amigos que se fijo en la chica bajita, con aquella melena castaña que bailaba con una amiga sin importarle el mundo alrededor.
"Quiero que estés tú presente." Se volvió a visualizar diciendo aquellas palabras. Buscaba algo más que sexo. Buscaba que el pasase por un momento tan vergonzoso como el que había tenido ella con Patricia la noche en la que todo se descubrió.
Una vez que él aceptó, se puso manos a la obra. La norma era clara, tendría que aguantar hasta el final. Si salía antes de la habitación, su relación había terminado. Ya que él no había tenido reparos en montarselo con alguien que sabía que la caía tan mal, buscó que él sintiese algo parecido. No quiso que fuese nadie conocido. No quería que aquella situación traspasase la intimidad de ambos. Se abrió un perfil en una conocida aplicación de ligues y puso el radio de búsqueda al máximo permitido. Estuvo un tiempo buscando candidatos. Encontró algunos, pero unos no la terminaban de cuadrar del todo en su venganza y otros hacían bomba de humo en cuanto escuchaban el plan. Hasta que llegó a él. 34 años, la sacaba diez a ella, cuerpo delgaducho, aunque definido, no muy alto... Y el prototipo ideal para que a alguien como su novio, un chaval de familia claramente tradicional, le causase cierto pudor ver con su chica.
Sonrió al recordar lo mala que había sido mientras se terminaba de pintar los labios de un rojo pasión. Abrió uno de los laterales de la bolsa de deporte y sacó una maraña de bolsas entre las que iba, en medio de un bolsón de hielo, una botella de champán. Conecto el teléfono al bluetooth del altavoz que había en la habitación y dio a reproducir la canción de Juanes "Una noche contigo."
Abrió la puerta.
Pablo estaba en una silla frente a la cama. Adil la esperaba sentado sobre el colchón. Empezaba la venganza...
A medida que se aproximaban al lugar, su corazón latía con más fuerza. Él, apretaba el volante con una firmeza que daba la impresión de que se iba a hacer añicos de un momento a otro. El otro chico iba detrás, callado. No sabía si por respeto o porque aún no se creía todavía lo que estaba a punto de suceder. Pero sí, iba a ser así. Ya no había vuelta atrás, y mira que se lo había pensado semanas antes. Pero tenía que hacerlo. No podía hacer como que no había pasado nada, porque si había pasado. Y merecía un escarmiento.
Alma miraba por la ventanilla del coche, intentando evadirse del silencio sepulcral que reinaba dentro de un habitáculo que gritaba tensión. No quería mirar a la izquierda. No quería intercambiar una mirada con Pablo. Sabía que, si lo hacía, todo aquello acabaría. Pararían el coche junto a una parada de bus cercana, se girarían a mirar al chico que viajaba en el asiento de atrás y le dirían que todo había sido una broma. Aguantarían los reproches, le dejarían algo de dinero como compensación y lo invitarían a bajar del vehículo.
No podía. No debía.
Se juró que aquello que había pasado no debía quedar impune. No había sido un hecho aislado, una infidelidad más, sino algo aún más retorcido. Y retorcida debía ser su venganza. O, en este caso, lección.
Todo pasó varios meses antes. Por un rumor, como la mayoría de cosas que acaban jodiendo relaciones, no siempre amorosas. Una noche de fiesta de Pablo y sus amigos. Unas copas de más que acabaron en una conversación de este, muy acaramelado, con Patricia, una de las chicas con las que peor se había llevado Alma en su vida. Una imagen que vio prácticamente toda la discoteca y que llegó a oídos de ella a las pocas horas, cuando aún no se había hecho el primer café de la mañana del domingo. Se le atragantó el desayuno. "Esa lagarta" fue lo más repetido en su cabeza.
Y no iba desencaminada. Patri tenía fama de ser de ese tipo de personas sin escrúpulos, capaces de cualquier cosa por conseguir su objetivo. Y en este caso, su objetivo era hacer daño a Alma.
Los siguientes días fueron algo tensos para la pareja. Alma pidió explicaciones que Pablo le dio, cogidos con pinzas. Una historia inverosímil, con muchas lagunas, pero que Alma se creyó. No por ella, sino porque veía incapaz a Pablo de hacerle una cosa así. No tenía nada que ver con el resto de chicos con los que había estado. Era muy atento y romántico. Solía tener detalles cada cierto tiempo y, después de tres años, nunca tuvo la sensación de que se le estuvieran acabando las ideas.
Pasó un mes y Alma salió con sus amigas. Se cruzaron con Patricia y empezó una discusión que hubiese acabado como anecdótica si esta última no hubiese cruzado el umbral del daño. Ahí se enteró de todo. De como Pablo la había mentido. Del viaje tras la fiesta a casa de Patri y de como esta guardaba en su teléfono una imagen de Pablo durmiendo cubierto con una sábana. Ahí fue cuando se rompió. Se marchó a casa sin querer que nadie la acompañase y rompió a llorar en el taxi, para sorpresa del conductor al que el llanto le sorprendió mientras miraba por el retrovisor las piernas que Alma mostraba con su falda.
Volvió de sus pensamientos mucho más decidida mientras Pablo esperaba a que se abriese la barrera del hotel. Era uno de estos especiales para parejas en los que se entraba desde el garaje. De ahí pasaron a la habitación, un espacio hecho para el placer. Una cama redonda, espejos por todos lados y un sofá tántrico estaban separados en apenas unos metros. Alma pensó para si misma si aquello no había sido demasiado.
Se excusó con ambos chicos, pidiendo un momento para prepararse, y entró al baño con una bolsa de deporte negra que había tomado prestada a su hermano. Una vez dentro del baño, pegó la oreja a la puerta y esperó unos instantes. Había pensado varias veces en esa situación, cuando ambos se quedasen solos, justo cuando ella se fuese a preparar. Se esperaba de todo. Desde golpes, en una pelea improvisada fruto de la rabia contenida de Pablo, hasta un portazo de él que le indicase que se marchaba de aquel show. Pero no escuchó nada. Tocaba seguir hacia delante.
Y mientras abría la bolsa y se preparaba empezó a pensar en como había gestado aquella situación...
La tarde siguiente al descubrir la foto, fue directa a por él. Lo chilló, lo insultó... Incluso lo abofeteó. Estaba en rabia. No simplemente por el hecho en sí, que también le parecía deleznable, sino por con quién lo había hecho y de la forma en la que la había mentido. Él se arrepintió, pidió perdón de mil formas, la llamó hasta la extenuación... E incluso le lloró. Estaba muy arrepentido, eso pensaba Alma. Pero merecía un escarmiento. Una lección que no olvidase nunca. Y ahí se tejió todo.
-De verdad, Alma. Me muero sin ti. No podemos dejarlo por una cagada mia. Lo siento.
Le dijo entre sollozos.
Ella respondió.
-Solo hay una manera de que esto vuelva a ser una relación de confianza.- le dijo en un tono seco.
-Haré lo que sea. - respondió él.
-No creo que seas capaz.- siguió seca. Por su cabeza no pasaba un viaje a una isla desierta como regalo para ganarse el perdón. No era una entrada a un concierto o una cena sorpresa en un restaurante caro. Por su cabeza pasaba algo mucho peor.
-De verdad, por ti lo que sea.
Y ahí ella, que esperaba ese momento durante días, soltó la bomba. Más bien creyendo que aquello sería un punto final que la historia que estaba a punto de pasar.
-Tengo que igualar el contador...
-¿Cómo?- respondió el sin saber de qué iba la cosa, pero imaginando una escena en su cabeza que, pensó, jamás pasaria por la de Alma.
-Eso. Tú te has saltado la fidelidad, y yo quiero hacerlo también. Pero quiero que estés tú presente.
Se tomó unos segundos prudenciales para la segunda frase. Un tiempo que hizo que aquellas palabras calasen aún más y rompiesen los esquemas de Pablo.
Pensaba en aquel momentos mientras se colocaba la blusa blanca con escote y los shorts negros cortos que llevaba en la Nochevieja en la que conoció a Pablo. Aquella noche estaba espectacular. El que no lo admitió con palabras no pudo contener su mirada. Y Pablo se lo dijo. No había sido el único de su grupo de amigos que se fijo en la chica bajita, con aquella melena castaña que bailaba con una amiga sin importarle el mundo alrededor.
"Quiero que estés tú presente." Se volvió a visualizar diciendo aquellas palabras. Buscaba algo más que sexo. Buscaba que el pasase por un momento tan vergonzoso como el que había tenido ella con Patricia la noche en la que todo se descubrió.
Una vez que él aceptó, se puso manos a la obra. La norma era clara, tendría que aguantar hasta el final. Si salía antes de la habitación, su relación había terminado. Ya que él no había tenido reparos en montarselo con alguien que sabía que la caía tan mal, buscó que él sintiese algo parecido. No quiso que fuese nadie conocido. No quería que aquella situación traspasase la intimidad de ambos. Se abrió un perfil en una conocida aplicación de ligues y puso el radio de búsqueda al máximo permitido. Estuvo un tiempo buscando candidatos. Encontró algunos, pero unos no la terminaban de cuadrar del todo en su venganza y otros hacían bomba de humo en cuanto escuchaban el plan. Hasta que llegó a él. 34 años, la sacaba diez a ella, cuerpo delgaducho, aunque definido, no muy alto... Y el prototipo ideal para que a alguien como su novio, un chaval de familia claramente tradicional, le causase cierto pudor ver con su chica.
Sonrió al recordar lo mala que había sido mientras se terminaba de pintar los labios de un rojo pasión. Abrió uno de los laterales de la bolsa de deporte y sacó una maraña de bolsas entre las que iba, en medio de un bolsón de hielo, una botella de champán. Conecto el teléfono al bluetooth del altavoz que había en la habitación y dio a reproducir la canción de Juanes "Una noche contigo."
Abrió la puerta.
Pablo estaba en una silla frente a la cama. Adil la esperaba sentado sobre el colchón. Empezaba la venganza...