getafe28903
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La luz del atardecer se filtraba por la ventana de la pequeña cabaña, dibujando reflejos dorados sobre la madera envejecida. El sonido suave del viento entre los árboles era lo único que rompía el silencio, junto con la respiración pausada de las dos mujeres tumbadas sobre la cama deshecha.
Isa estaba recostada sobre el pecho de Valentina, escuchando los latidos de su corazón, como si fueran el único reloj que necesitaban para medir el tiempo. La piel húmeda aún del sudor compartido olía a sal y perfume sutil, a flores nocturnas y a amor recién descubierto.
—¿Te das cuenta? —susurró Isa sin levantar la cabeza—. Hace solo unos meses ni siquiera nos habíamos besado. Y ahora...
Valentina sonrió, acariciando con lentitud los mechones oscuros de Isa que caían sobre su hombro. Su otra mano trazaba círculos imaginarios en la espalda desnuda de su amante, marcando territorios que ya conocía de memoria.
—Ahora no puedo imaginar despertar sin ti —respondió con voz ronca, cargada de emoción.
Se quedaron en silencio por un momento, dejándose envolver por la calidez de la cercanía. Fuera, el cielo se teñía poco a poco de violeta, anunciando la llegada de la noche. Dentro, todo era quietud, ternura y deseo contenido. O tal vez deseos renovados.
Isa fue quien rompió la inmovilidad. Se incorporó lentamente, apoyándose en un codo para mirar directamente esos ojos castaños que tanto adoraba. Valentina la observó con intensidad, saboreando cada detalle: el lunar junto a su ceja izquierda, la forma en que sus labios se curvaban antes de besarla, la manera en que sus mejillas se ruborizaban cuando le confesaba secretos al oído.
—Quiero recordarlo todo de ti —dijo Isa, bajito, como si temiera que el mundo fuera a escuchar.
—Entonces recuerda esta —contestó Valentina, inclinándose hacia ella para depositar un beso lento, húmedo, lleno de promesas calladas.
Sus bocas se encontraron con la familiaridad de quienes han aprendido a leerse más allá de las palabras. Los labios de Isa eran dulces y ansiosos, mientras que los de Valentina sabían a paciencia y entrega. Sus lenguas se rozaron, juguetonas, hasta que el beso se profundizó, convirtiéndose en algo que vibraba entre lo espiritual y lo carnal.
Las manos empezaron a moverse solas. Isa acarició el vientre plano de Valentina, subiendo hasta sus senos, donde detuvo sus palmas para sentir el calor que emanaba de ellos. Valentina exhaló un suspiro entrecortado, arqueando la espalda instintivamente.
—Tócame —pidió en un murmullo—. Por favor.
Isa obedeció con devoción. Deslizó sus dedos por el pezón erguido, frotándolo con delicadeza, arrancando un gemido ahogado de la garganta de Valentina. Luego bajó por su cuerpo, besando cada centímetro de piel que encontraba a su paso: el hueco detrás de la oreja, la curva del cuello, el valle entre sus senos, el ombligo que parecía ocultar secretos prohibidos.
Cuando llegó a su sexo, cerró los ojos un segundo, deleitándose con el aroma femenino que le resultaba tan adictivo. Abrió los labios con cuidado y los posó sobre el clítoris de Valentina, sintiendo cómo su cuerpo se estremecía bajo ella.
—Dios… Isa…
No hubo más palabras. Solo el sonido de la respiración entrecortada, de la humedad creciendo entre ellas, del placer que cobraba vida con cada lamida, con cada succión suave pero firme. Isa movía su lengua como si estuviera pintando un cuadro, como si cada gemido de Valentina fuera un pincelazo que la acercaba a algo sublime.
Valentina aferró las sábanas entre sus puños, conteniendo el impulso de gritar. Sentía que se elevaba, que flotaba en una nube de sensaciones puras, hasta que el orgasmo la alcanzó como una ola gigantesca, arrastrándola consigo. Su espalda se tensó, sus piernas temblaron y su boca formó una "O" perfecta mientras pronunciaba el nombre de Isa como una plegaria.
Cuando volvió a la tierra, encontró a su amante mirándola desde abajo, con una sonrisa traviesa y los ojos brillantes. Isa subió hasta quedar frente a frente con ella, y Valentina no pudo resistirse a besarla, a probarse a sí misma en los labios de Isa, mezclada con el sabor de su amor.
—Tu turno —murmuró Valentina, girando con suavidad para colocarse encima—. Déjame hacerte sentir tan bien como tú me haces sentir.
Isa rio bajito, echando la cabeza hacia atrás mientras Valentina besaba su cuello, mordisqueaba su clavícula y bajaba por su torso sin prisa. Cada roce era una caricia de reconocimiento, un recordatorio de que con ella podía dejar caer todas las máscaras.
Cuando Valentina llegó a su coño empapado, no perdió tiempo. Hundió la lengua directamente en su interior, bebiendo de su néctar con avidez. Isa jadeó, llevando una mano a la nuca de Valentina, rogando sin palabras que no parara nunca.
La lengua de Valentina era implacable. Besaba, chupaba, exploraba cada pliegue como si fuera un templo sagrado. Encontró el punto exacto donde Isa se retorcía y lo acarició con precisión, aumentando el ritmo, sincronizando sus movimientos con la respiración agitada de su amante.
Isa alcanzó el clímax con un grito ahogado, estallando en mil pedazos que Valentina recogió uno a uno con besos gentiles. Quedó laxa después, completamente entregada, rendida ante el poder que tenía Valentina sobre su cuerpo y su alma.
Durante largo rato no dijeron nada. Simplemente permanecieron abrazadas, piel contra piel, corazones latiendo al mismo compás. El aire fresco de la noche entraba por la ventana abierta, trayendo consigo el aroma de la tierra mojada y las hojas recién caídas.
—No sé cómo viví tanto tiempo sin esto —murmuró Isa, acariciando el brazo de Valentina que la rodeaba por la cintura.
—Yo tampoco —admitió Valentina—. Pero ahora estamos aquí. Juntas.
Y así era. Más allá del deseo físico, de la pasión desbordante, existía una conexión profunda, irrompible. Dos almas que se habían encontrado y decidido quedarse, a pesar de todo, a pesar de todos.
Fuera cual fuese el futuro, sabían que enfrentarían lo que viniera juntas. Entre ellas no había mentiras, ni máscaras, ni miedos. Solo amor. Verdadero, apasionado, libre.
Y mientras la noche se extendía sobre la cabaña, mientras las estrellas comenzaban a brillar en el firmamento, Isa y Valentina hicieron el amor una vez más. No solo con cuerpos, sino con historias compartidas, con sueños tejidos en común, con promesas selladas en la oscuridad.
Porque entre nosotras, todo es posible. Todo es real.
Si os gusta intentare hacer una segunda parte
Isa estaba recostada sobre el pecho de Valentina, escuchando los latidos de su corazón, como si fueran el único reloj que necesitaban para medir el tiempo. La piel húmeda aún del sudor compartido olía a sal y perfume sutil, a flores nocturnas y a amor recién descubierto.
—¿Te das cuenta? —susurró Isa sin levantar la cabeza—. Hace solo unos meses ni siquiera nos habíamos besado. Y ahora...
Valentina sonrió, acariciando con lentitud los mechones oscuros de Isa que caían sobre su hombro. Su otra mano trazaba círculos imaginarios en la espalda desnuda de su amante, marcando territorios que ya conocía de memoria.
—Ahora no puedo imaginar despertar sin ti —respondió con voz ronca, cargada de emoción.
Se quedaron en silencio por un momento, dejándose envolver por la calidez de la cercanía. Fuera, el cielo se teñía poco a poco de violeta, anunciando la llegada de la noche. Dentro, todo era quietud, ternura y deseo contenido. O tal vez deseos renovados.
Isa fue quien rompió la inmovilidad. Se incorporó lentamente, apoyándose en un codo para mirar directamente esos ojos castaños que tanto adoraba. Valentina la observó con intensidad, saboreando cada detalle: el lunar junto a su ceja izquierda, la forma en que sus labios se curvaban antes de besarla, la manera en que sus mejillas se ruborizaban cuando le confesaba secretos al oído.
—Quiero recordarlo todo de ti —dijo Isa, bajito, como si temiera que el mundo fuera a escuchar.
—Entonces recuerda esta —contestó Valentina, inclinándose hacia ella para depositar un beso lento, húmedo, lleno de promesas calladas.
Sus bocas se encontraron con la familiaridad de quienes han aprendido a leerse más allá de las palabras. Los labios de Isa eran dulces y ansiosos, mientras que los de Valentina sabían a paciencia y entrega. Sus lenguas se rozaron, juguetonas, hasta que el beso se profundizó, convirtiéndose en algo que vibraba entre lo espiritual y lo carnal.
Las manos empezaron a moverse solas. Isa acarició el vientre plano de Valentina, subiendo hasta sus senos, donde detuvo sus palmas para sentir el calor que emanaba de ellos. Valentina exhaló un suspiro entrecortado, arqueando la espalda instintivamente.
—Tócame —pidió en un murmullo—. Por favor.
Isa obedeció con devoción. Deslizó sus dedos por el pezón erguido, frotándolo con delicadeza, arrancando un gemido ahogado de la garganta de Valentina. Luego bajó por su cuerpo, besando cada centímetro de piel que encontraba a su paso: el hueco detrás de la oreja, la curva del cuello, el valle entre sus senos, el ombligo que parecía ocultar secretos prohibidos.
Cuando llegó a su sexo, cerró los ojos un segundo, deleitándose con el aroma femenino que le resultaba tan adictivo. Abrió los labios con cuidado y los posó sobre el clítoris de Valentina, sintiendo cómo su cuerpo se estremecía bajo ella.
—Dios… Isa…
No hubo más palabras. Solo el sonido de la respiración entrecortada, de la humedad creciendo entre ellas, del placer que cobraba vida con cada lamida, con cada succión suave pero firme. Isa movía su lengua como si estuviera pintando un cuadro, como si cada gemido de Valentina fuera un pincelazo que la acercaba a algo sublime.
Valentina aferró las sábanas entre sus puños, conteniendo el impulso de gritar. Sentía que se elevaba, que flotaba en una nube de sensaciones puras, hasta que el orgasmo la alcanzó como una ola gigantesca, arrastrándola consigo. Su espalda se tensó, sus piernas temblaron y su boca formó una "O" perfecta mientras pronunciaba el nombre de Isa como una plegaria.
Cuando volvió a la tierra, encontró a su amante mirándola desde abajo, con una sonrisa traviesa y los ojos brillantes. Isa subió hasta quedar frente a frente con ella, y Valentina no pudo resistirse a besarla, a probarse a sí misma en los labios de Isa, mezclada con el sabor de su amor.
—Tu turno —murmuró Valentina, girando con suavidad para colocarse encima—. Déjame hacerte sentir tan bien como tú me haces sentir.
Isa rio bajito, echando la cabeza hacia atrás mientras Valentina besaba su cuello, mordisqueaba su clavícula y bajaba por su torso sin prisa. Cada roce era una caricia de reconocimiento, un recordatorio de que con ella podía dejar caer todas las máscaras.
Cuando Valentina llegó a su coño empapado, no perdió tiempo. Hundió la lengua directamente en su interior, bebiendo de su néctar con avidez. Isa jadeó, llevando una mano a la nuca de Valentina, rogando sin palabras que no parara nunca.
La lengua de Valentina era implacable. Besaba, chupaba, exploraba cada pliegue como si fuera un templo sagrado. Encontró el punto exacto donde Isa se retorcía y lo acarició con precisión, aumentando el ritmo, sincronizando sus movimientos con la respiración agitada de su amante.
Isa alcanzó el clímax con un grito ahogado, estallando en mil pedazos que Valentina recogió uno a uno con besos gentiles. Quedó laxa después, completamente entregada, rendida ante el poder que tenía Valentina sobre su cuerpo y su alma.
Durante largo rato no dijeron nada. Simplemente permanecieron abrazadas, piel contra piel, corazones latiendo al mismo compás. El aire fresco de la noche entraba por la ventana abierta, trayendo consigo el aroma de la tierra mojada y las hojas recién caídas.
—No sé cómo viví tanto tiempo sin esto —murmuró Isa, acariciando el brazo de Valentina que la rodeaba por la cintura.
—Yo tampoco —admitió Valentina—. Pero ahora estamos aquí. Juntas.
Y así era. Más allá del deseo físico, de la pasión desbordante, existía una conexión profunda, irrompible. Dos almas que se habían encontrado y decidido quedarse, a pesar de todo, a pesar de todos.
Fuera cual fuese el futuro, sabían que enfrentarían lo que viniera juntas. Entre ellas no había mentiras, ni máscaras, ni miedos. Solo amor. Verdadero, apasionado, libre.
Y mientras la noche se extendía sobre la cabaña, mientras las estrellas comenzaban a brillar en el firmamento, Isa y Valentina hicieron el amor una vez más. No solo con cuerpos, sino con historias compartidas, con sueños tejidos en común, con promesas selladas en la oscuridad.
Porque entre nosotras, todo es posible. Todo es real.
Si os gusta intentare hacer una segunda parte
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