Entre la Enfermedad y el Engaño

Corelli

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22 Jun 2023
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El primero de diciembre recibí la noticia que temía. Todos los exámenes confirmaron el diagnóstico. Tengo cáncer de páncreas en etapa 3. Así que básicamente, esta podría ser mi última temporada festiva. Estoy bien con lo que va a suceder. Estoy en paz con eso. He tenido una vida bien vivida. Todos mis seres queridos estarán cuidados. Soy naturalmente una persona privada, así que Ana (mi esposa) no está al tanto de mis exámenes. No quería preocuparla hasta que tuviera respuestas. Así que me dirijo a casa temprano para tener "la charla". Esto no es algo que me gusta hacer por teléfono o mensaje de texto.

Cuando llegué a casa, Ana estaba en la cocina, preparando la cena. La observé por un momento antes de reunir el coraje para compartir con ella la noticia que cambiaría nuestras vidas para siempre.

"Ana, necesito hablar contigo", dije, tratando de mantener la calma.

Ella se volteó, sus ojos encontraron los míos y vi la preocupación parpadeando en su mirada. "¿Qué sucede, cariño?", preguntó con suavidad.

Me senté a su lado y tomé su mano entre las mías. "Recibí los resultados de mis exámenes médicos hoy", comencé, mi voz temblorosa con la emoción contenida. "Tengo cáncer de páncreas en etapa 3. Los médicos dicen que no hay mucho tiempo".

El rostro de Ana palideció, sus labios temblaron mientras asimilaba mis palabras. Pero en lugar de romper en llanto o expresar su angustia, ella me miró con determinación. "Estaremos juntos en esto, cariño", dijo con voz firme. "Te apoyaré en cada paso del camino".

Su respuesta me reconfortó, y durante las siguientes semanas, Ana demostró ser un pilar de fuerza y apoyo inquebrantable. Estaba a mi lado en cada consulta médica, me ayudaba a lidiar con los efectos secundarios de la quimioterapia y me recordaba constantemente lo mucho que me amaba.

Sin embargo, a medida que pasaba el tiempo, comencé a notar cambios en su comportamiento. Sus risas ya no eran tan frecuentes, sus abrazos se volvieron más escasos, y a menudo la encontraba perdida en sus pensamientos, con la mirada perdida en la distancia.

Intenté atribuir estos cambios al estrés y la preocupación por mi salud, pero una sensación de inquietud comenzó a crecer en lo más profundo de mi ser. A veces, cuando estaba solo en la casa, podía sentir una extraña tensión en el aire, como si hubiera algo más en juego que mis propias batallas contra la enfermedad.

"¿Estás bien, Ana?", pregunté una noche mientras estábamos recostados en la cama, buscando la conexión que parecía haberse desvanecido entre nosotros.

Ella se sobresaltó ligeramente, como si hubiera sido arrancada de sus pensamientos. "Sí, estoy bien", respondió con una sonrisa forzada que no llegaba a sus ojos.

Pero sus palabras no pudieron disipar la sensación de inquietud que se había instalado en mi pecho. Empecé a notar pequeños detalles: llamadas telefónicas misteriosas a altas horas de la noche, excusas vagas sobre salidas repentinas, un aura de secreto que rodeaba sus interacciones.

Los meses pasaron, y con cada día que transcurría, las sospechas que habían estado bullendo en mi mente se hicieron más difíciles de ignorar. A pesar de los esfuerzos de Ana por mantener una fachada de normalidad, su comportamiento errático y evasivo solo servía para alimentar mis temores.

Una noche, mientras Ana dormía a mi lado, decidí confrontar las sombras que habían estado acechando en mi mente. Me deslicé fuera de la cama con cuidado, tratando de no despertarla, y me dirigí silenciosamente hacia el estudio. Encendí el ordenador y comencé a buscar pistas, cualquier indicio que pudiera confirmar mis sospechas.

Fue entonces cuando lo encontré: un registro de llamadas telefónicas que revelaba conversaciones frecuentes con un número desconocido, mensajes de texto cifrados que se intercambiaban en horarios extraños. Mi corazón se hundió mientras la verdad comenzaba a tomar forma ante mis ojos.

…………………​

Las grietas en nuestra relación comenzaron a hacerse más evidentes. Aunque Ana había sido un pilar de apoyo al principio, su actitud había ido cambiando gradualmente con el tiempo.

Nuestras conversaciones ya no fluían con la misma facilidad, y sus muestras de afecto parecían cada vez más forzadas. A menudo la encontraba perdida en sus pensamientos, con una expresión distante en su rostro que me hacía preguntarme qué estaba pasando en su interior.

Una noche, mientras me dirigía al baño en medio de la noche, noté la luz del teléfono de Ana brillando débilmente desde la cocina. La curiosidad me impulsó a checar las cámaras de seguridad. Me quedé en la oscuridad, escuchando con el corazón en la garganta mientras Ana hablaba en voz baja con alguien al otro lado de la línea. Sus palabras eran vagas y evasivas, pero el tono de voz con el que hablaba me resultaba extraño.

Una vez que la llamada terminó y Ana se quedó dormida, me encontré incapaz de conciliar el sueño. La sensación de traición se arrastraba en mi pecho, pero una parte de mí se resistía a aceptar la realidad. ¿Podía ser que Ana estuviera buscando consuelo en otra persona mientras yo luchaba por mi vida?

Decidí confrontarla al día siguiente, esperando que me diera una explicación lógica que disipara mis temores. Pero cuando intenté hablar con ella sobre lo que había escuchado, sus respuestas fueron vagas y evasivas, y sentí como si estuviera golpeando contra una pared de silencio y negación.

"No hay nada de qué preocuparse, cariño", me aseguró con una sonrisa forzada. "Estoy aquí para ti, siempre lo estaré".

Sus palabras carecían de la sinceridad que solían tener, y cuando la observaba, una sensación de desilusión se apoderó de mí. Mientras continuaba mi batalla contra la enfermedad, también luchaba con el peso de la incertidumbre sobre el estado de nuestra relación. El futuro parecía más incierto que nunca mientras me enfrentaba a la posibilidad de perder no solo mi salud, sino también la confianza en la persona que había prometido estar a mi lado en las buenas y en las malas.

Una noche, mientras estábamos cenando en silencio, decidí abordar las inseguridades que habían estado consumiendo mi mente.

"Ana, necesitamos hablar", dije, mi voz apenas un susurro en la atmósfera cargada de tensión.

Ella levantó la mirada, sus ojos encontrando los míos con una mezcla de sorpresa y aprensión. "¿Qué sucede?", preguntó, su voz apenas un susurro.

Respiré profundamente, tratando de encontrar las palabras adecuadas para expresar mis temores sin hacer que pareciera que la estaba culpando. "Siento que algo ha cambiado entre nosotros últimamente", comencé, mi voz temblando ligeramente. "Ya no nos comunicamos como solíamos hacerlo, y siento que hay una distancia creciente entre nosotros".

Ella bajó la mirada, evitando mi mirada mientras jugaba nerviosamente con sus manos. "No lo sé", murmuró, su voz apenas un susurro en la habitación. La expresión de Ana se endureció por un momento antes de suavizarse en una máscara de falsa calma. "Es solo el estrés, cariño", respondió, sus palabras sonaban huecas y vacías. "Estamos pasando por un momento difícil, pero estoy tratando de hacerlo funcionar".

…………………​

Una tarde soleada, mientras estaba sentado en el sofá de la sala, tratando de encontrar un poco de consuelo en la calidez de la luz del sol filtrándose por las cortinas, escuché un suave golpe en la puerta. Al levantarme para abrir, me encontré con la figura familiar de Edgar parado en el umbral, una expresión de preocupación se dibujaba en su rostro.

"¿Cómo estás, amigo?" preguntó con voz suave, su mirada llena de genuino cuidado.

Lo invité a entrar, agradecido por su visita inesperada. Mientras nos sentábamos en el salón, Edgar me ofreció palabras de ánimo y apoyo, instándome a mantener la esperanza y la fortaleza en estos tiempos difíciles.

"Estoy aquí para ti en todo lo que necesites", dijo con sinceridad, su tono lleno de determinación. "Ya sabes que siempre puedes contar conmigo".

Su presencia y sus palabras fueron un bálsamo reconfortante en medio de mi confusión y angustia. Pero entonces, como si sintiera la tensión en el aire, sacó un sobre del bolsillo de su chaqueta y lo colocó suavemente sobre la mesa de café.

"No quiero que te preocupes por nada en este momento", continuó, su voz tomando un tono más serio. "Toma esto. Es solo una pequeña ayuda para ayudarte a sobrellevar los gastos médicos y cualquier otra cosa que necesites".

Abrí el sobre con manos temblorosas y encontré una generosa suma de dinero dentro. Me quedé sin palabras ante su gesto desinteresado de generosidad.

"Edgar, no puedo aceptar esto", dije, mi voz ahogada por la emoción. "No puedo pedirte que hagas esto por mí".

Él simplemente sonrió, su mirada llena de comprensión. "No es una petición, amigo", dijo suavemente. "Es simplemente un acto de amistad. Estoy aquí para ti, pase lo que pase".

…………………​

La tensión en nuestra relación alcanzó su punto máximo cuando, una tarde lluviosa, mientras ordenaba algunos papeles en mi escritorio, encontré un ticket de compra de ropa y una factura de joyería a nombre de Ana, fechada en una tarde en la que había dicho estar en el trabajo.

Mi corazón se hundió al ver las pruebas tangibles de la traición que había estado temiendo. ¿Cómo podía Ana haberme mentido de esta manera? ¿Y qué más podría estar ocultando?

Lleno de ira y desconfianza, confronté a Ana esa misma noche cuando llegó a casa. Mis palabras eran un torrente de acusaciones y recriminaciones, alimentadas por la amargura y el dolor de sentirme traicionado por la mujer que había prometido estar a mi lado en las buenas y en las malas.

"¡¿Cómo pudiste hacerme esto?!" le espeté, mi voz temblorosa con la ira contenida. "Te confié el dinero para mis tratamientos médicos, ¡y lo has estado gastando en ropa y joyas!"

Ana me miró con incredulidad, sus ojos centelleando con una mezcla de sorpresa y molestia. "¡Cómo te atreves a acusarme de algo así!" Respondió con voz temblorosa, su tono elevándose con la indignación. "¡He estado sacrificando todo por ti, y así es como me lo agradeces!"

"¡No te estoy acusando, estoy diciendo la verdad!" Respondí, mis manos temblando de rabia contenida. "¡Encontré pruebas de tus compras secretas! ¿Qué más puedo pensar?" Le mostré el ticket.

Los ojos de Ana contenían las lagrimas. Su voz temblando con la emoción contenida. "¡No puedo creer que pienses tan mal de mí después de todo lo que hemos pasado juntos!" Sollozó, su voz ahogada por la angustia. Acto seguido, me mostro el estado bancario. Todas las transferencias correspondían a mis gastos médicos.

Una sensación de culpabilidad me invadió al verla así, pero la sombra de la duda seguía acechando en mi mente, alimentada por la incertidumbre y el miedo. "Lo siento", murmuré, mi voz era apenas un susurro entre la tormenta de emociones. El silencio descendió entre nosotros, pesado y cargado de tensiones no resueltas.

…………………​

Tomé la decisión de buscar tratamiento en un hospital mejor equipado en otra ciudad, esperando encontrar una chispa de esperanza en medio de la oscuridad de mi diagnóstico. Mi esposa por temas de trabajo no pudo acompañarme, así que tuvo que viajar mi hermana conmigo. Después de semanas de tratamiento, regresé a casa más temprano de lo previsto, ansioso por reunirme con Ana y encontrar consuelo en su presencia.

Cuando llegué a casa, noté el auto de Edgar. No había error, llamativo y costoso con una placa de matrícula personalizada. Decir que esto era algo fuera de lo común era quedarse corto. Accedí a nuestro sistema de cámaras de seguridad en casa desde mi teléfono y me encontré con que estaba en modo privacidad (sin grabar), así que lo dejo estar y me dirijo a mi propiedad en el campo que no estaba muy lejos.

Ahora, nuestro sistema de cámaras es para seguridad y nunca lo reviso a menos que haya una preocupación. Dicho esto, también me encanta ver la vida silvestre en las cámaras exteriores. También encuentro extrañamente satisfactorio ver las tormentas pasar. Así que, para mi propio disfrute, hace años configuré un segundo grabador de video para archivar las cámaras en almacenamiento local. Ese almacenamiento no es accesible a través de mi teléfono. Así que cuando estaba en la finca, abrí mi computadora y miré el otro servidor para confirmar lo que mi instinto me decía. Y sí, allí estaban ellos.

Mientras observaba la escena en la pantalla de mi computadora, pude escuchar los murmullos de Edgar y Ana en el fondo. Sus voces, cargadas de complicidad, resonaban en mis oídos como un eco de traición.

"Esto es arriesgado", susurró Ana, su voz temblorosa con emoción contenida.

"No te preocupes nena", respondió Edgar en tono tranquilizador. "Nadie nos va a descubrir".

La sensación de traición se intensificó mientras escuchaba sus palabras. La complicidad entre ellos era evidente, como si estuvieran compartiendo un oscuro secreto que solo ellos conocían.

"¿Y qué pasa con él?", preguntó Ana, su tono lleno de preocupación.

"No te preocupes por él", respondió Edgar con indiferencia. "Ya ha pasado mucho tiempo. Es hora de que pensemos en nosotros".

Sus palabras me golpearon como un puñal en el corazón, dejándome sin aliento y lleno de una mezcla de rabia y dolor. ¿Cómo podían traicionarme de esta manera, traicionar la confianza que había depositado en ellos durante años?

Estaban sentados en la sala de estar, tomando vino, las risas iban en aumento. Comienzan a bailar muy juntos. Lo siguiente que vi fue cuando Edgar le robó un beso a Ana al cual ella correspondió. Podía escuchar la respiración agitada de ambos. Edgar tomaba el culo de Ana con sus dos manos apretándola hacia él. Acto seguido metió sus manos por debajo de su corta falda. Estuvieron un rato parados mientras Edgar le metía mano a mi mujer hasta que se fueron al sofá. Ana encima de él. Edgar aprovecho para bajarle la falda y el gordo culo de mi mujer ya se podía ver a la vista, cubierto solo por unas bragas blancas que le había visto antes y sabía que le quedaban apretadas. Ana se quita el sujetador y pude ver los laterales de los pechos de mi esposa caer. Mi mujer le ponía los pechos en la cara a aquel hombre a quien creí ser un amigo leal.

Después vi como ella se baja de Edgar para sentarse a su lado, lo cual me hacía tener mejor ángulo para poder verla desde la cámara. Tenía los pezones duros y erectos, sus tetas se veían muy húmedas, producto de la saliva de él. Edgar se quita los pantalones y calzoncillos, se menea un poco la polla y vuelve a besar a mi mujer mientras pasa su mano por debajo de su braga. Ana masturbaba a Edgar y podía ver como ella gemía por las caricias que este le proporcionaba. Poco a poco la fue tumbado en el sofá y Edgar le bajó sus bragas, acercó su boca y comenzó a hacerle un oral. Recuerdo con claridad como a mí nunca me permitió tal cosa por considerarle antihigiénica, y ahora estaba gimiendo como loca mientras con sus manos tomaba su cabeza para ejercer presión hacía ella. Mi esposa arqueaba mientras tenía su primer orgasmo. Edgar se sentaba y con un ademán fue suficiente para que Ana se arrodillara ante él para chuparle la polla.

Salgo de la habitación para tomar un respiro. Realmente no sé cuanto tiempo paso porque cuando volví ya estaban en otra posición.

"Ahhh sí, así, no pares", gemía mi esposa con las tetas hinchadas.

Edgar estaba encima de ella follandola en el sofá sin protección alguna. Frente a frente. Las manos de Ana estaban posadas en el culo de él.

"Ufff nena, me encantas", dijo Edgar.

"Mmm sigue… sigue así mi león", Ana movía coordinadamente su cadera con las penetraciones de él.

"Oh sí… estoy cerca" advertía Edgar.

Ana, en lugar de quitarse, lo rodea con sus piernas y sus manos se aferraban a su espalda clavándole las uñas. Ella estaba teniendo su propio orgasmo. Edgar, al no ver negativa de ella, continuó follandola hasta dar sus últimos espasmos. Él se levanta y toma su ropa, dejando a Ana acostada en el sofá. La cámara no podía enfocar muy bien, pero se podía ver el esbozo de líquidos derramando por el coño mi esposa.

Esto tenía que ser una pesadilla.
 
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El primero de diciembre recibí la noticia que temía. Todos los exámenes confirmaron el diagnóstico. Tengo cáncer de páncreas en etapa 3. Así que básicamente, esta podría ser mi última temporada festiva. Estoy bien con lo que va a suceder. Estoy en paz con eso. He tenido una vida bien vivida. Todos mis seres queridos estarán cuidados. Soy naturalmente una persona privada, así que Ana (mi esposa) no está al tanto de mis exámenes. No quería preocuparla hasta que tuviera respuestas. Así que me dirijo a casa temprano para tener "la charla". Esto no es algo que me gusta hacer por teléfono o mensaje de texto.

Cuando llegué a casa, Ana estaba en la cocina, preparando la cena. La observé por un momento antes de reunir el coraje para compartir con ella la noticia que cambiaría nuestras vidas para siempre.

"Ana, necesito hablar contigo", dije, tratando de mantener la calma.

Ella se volteó, sus ojos encontraron los míos y vi la preocupación parpadeando en su mirada. "¿Qué sucede, cariño?", preguntó con suavidad.

Me senté a su lado y tomé su mano entre las mías. "Recibí los resultados de mis exámenes médicos hoy", comencé, mi voz temblorosa con la emoción contenida. "Tengo cáncer de páncreas en etapa 4. Los médicos dicen que no hay mucho tiempo".

El rostro de Ana palideció, sus labios temblaron mientras asimilaba mis palabras. Pero en lugar de romper en llanto o expresar su angustia, ella me miró con determinación. "Estaremos juntos en esto, cariño", dijo con voz firme. "Te apoyaré en cada paso del camino".

Su respuesta me reconfortó, y durante las siguientes semanas, Ana demostró ser un pilar de fuerza y apoyo inquebrantable. Estaba a mi lado en cada consulta médica, me ayudaba a lidiar con los efectos secundarios de la quimioterapia y me recordaba constantemente lo mucho que me amaba.

Sin embargo, a medida que pasaba el tiempo, comencé a notar cambios en su comportamiento. Sus risas ya no eran tan frecuentes, sus abrazos se volvieron más escasos, y a menudo la encontraba perdida en sus pensamientos, con la mirada perdida en la distancia.

Intenté atribuir estos cambios al estrés y la preocupación por mi salud, pero una sensación de inquietud comenzó a crecer en lo más profundo de mi ser. A veces, cuando estaba solo en la casa, podía sentir una extraña tensión en el aire, como si hubiera algo más en juego que mis propias batallas contra la enfermedad.

"¿Estás bien, Ana?", pregunté una noche mientras estábamos recostados en la cama, buscando la conexión que parecía haberse desvanecido entre nosotros.

Ella se sobresaltó ligeramente, como si hubiera sido arrancada de sus pensamientos. "Sí, estoy bien", respondió con una sonrisa forzada que no llegaba a sus ojos.

Pero sus palabras no pudieron disipar la sensación de inquietud que se había instalado en mi pecho. Empecé a notar pequeños detalles: llamadas telefónicas misteriosas a altas horas de la noche, excusas vagas sobre salidas repentinas, un aura de secreto que rodeaba sus interacciones.

Los meses pasaron, y con cada día que transcurría, las sospechas que habían estado bullendo en mi mente se hicieron más difíciles de ignorar. A pesar de los esfuerzos de Ana por mantener una fachada de normalidad, su comportamiento errático y evasivo solo servía para alimentar mis temores.

Una noche, mientras Ana dormía a mi lado, decidí confrontar las sombras que habían estado acechando en mi mente. Me deslicé fuera de la cama con cuidado, tratando de no despertarla, y me dirigí silenciosamente hacia el estudio. Encendí el ordenador y comencé a buscar pistas, cualquier indicio que pudiera confirmar mis sospechas.

Fue entonces cuando lo encontré: un registro de llamadas telefónicas que revelaba conversaciones frecuentes con un número desconocido, mensajes de texto cifrados que se intercambiaban en horarios extraños. Mi corazón se hundió mientras la verdad comenzaba a tomar forma ante mis ojos.

…………………​

Las grietas en nuestra relación comenzaron a hacerse más evidentes. Aunque Ana había sido un pilar de apoyo al principio, su actitud había ido cambiando gradualmente con el tiempo.

Nuestras conversaciones ya no fluían con la misma facilidad, y sus muestras de afecto parecían cada vez más forzadas. A menudo la encontraba perdida en sus pensamientos, con una expresión distante en su rostro que me hacía preguntarme qué estaba pasando en su interior.

Una noche, mientras me dirigía al baño en medio de la noche, noté la luz del teléfono de Ana brillando débilmente desde la cocina. La curiosidad me impulsó a checar las cámaras de seguridad. Me quedé en la oscuridad, escuchando con el corazón en la garganta mientras Ana hablaba en voz baja con alguien al otro lado de la línea. Sus palabras eran vagas y evasivas, pero el tono de su voz llevaba consigo era extraño.

Una vez que la llamada terminó y Ana se quedó dormida, me encontré incapaz de conciliar el sueño. La sensación de traición se arrastraba en mi pecho, pero una parte de mí se resistía a aceptar la realidad. ¿Podía ser que Ana estuviera buscando consuelo en otra persona mientras yo luchaba por mi vida?

Decidí confrontarla al día siguiente, esperando que me diera una explicación lógica que disipara mis temores. Pero cuando intenté hablar con ella sobre lo que había escuchado, sus respuestas fueron vagas y evasivas, y sentí como si estuviera golpeando contra una pared de silencio y negación.

"No hay nada de qué preocuparse, cariño", me aseguró con una sonrisa forzada. "Estoy aquí para ti, siempre lo estaré".

Sus palabras carecían de la sinceridad que solían tener, y cuando la observaba, una sensación de desilusión se apoderó de mí. Mientras continuaba mi batalla contra la enfermedad, también luchaba con el peso de la incertidumbre sobre el estado de nuestra relación. El futuro parecía más incierto que nunca mientras me enfrentaba a la posibilidad de perder no solo mi salud, sino también la confianza en la persona que había prometido estar a mi lado en las buenas y en las malas.

Una noche, mientras estábamos cenando en silencio, decidí abordar las inseguridades que habían estado consumiendo mi mente.

"Ana, necesitamos hablar", dije, mi voz apenas un susurro en la atmósfera cargada de tensión.

Ella levantó la mirada, sus ojos encontrando los míos con una mezcla de sorpresa y aprensión. "¿Qué sucede?", preguntó, su voz apenas un susurro.

Respiré profundamente, tratando de encontrar las palabras adecuadas para expresar mis temores sin hacer que pareciera que la estaba culpando. "Siento que algo ha cambiado entre nosotros últimamente", comencé, mi voz temblando ligeramente. "Ya no nos comunicamos como solíamos hacerlo, y siento que hay una distancia creciente entre nosotros".

Ella bajó la mirada, evitando mi mirada mientras jugaba nerviosamente con sus manos. "No lo sé", murmuró, su voz apenas un susurro en la habitación. La expresión de Ana se endureció por un momento antes de suavizarse en una máscara de falsa calma. "Es solo el estrés, cariño", respondió, sus palabras sonaban huecas y vacías. "Estamos pasando por un momento difícil, pero estoy tratando de hacerlo funcionar".

…………………​

Una tarde soleada, mientras estaba sentado en el sofá de la sala, tratando de encontrar un poco de consuelo en la calidez de la luz del sol filtrándose por las cortinas, escuché un suave golpe en la puerta. Al levantarme para abrir, me encontré con la figura familiar de Edgar parado en el umbral, una expresión de preocupación dibujada en su rostro.

"¿Cómo estás, amigo?" preguntó con voz suave, su mirada llena de genuino cuidado.

Lo invité a entrar, agradecido por su visita inesperada. Mientras nos sentábamos en el salón, Edgar me ofreció palabras de ánimo y apoyo, instándome a mantener la esperanza y la fortaleza en estos tiempos difíciles.

"Estoy aquí para ti en todo lo que necesites", dijo con sinceridad, su tono lleno de determinación. "Ya sabes que siempre puedes contar conmigo".

Su presencia y sus palabras fueron un bálsamo reconfortante en medio de mi confusión y angustia. Pero entonces, como si sintiera la tensión en el aire, sacó un sobre del bolsillo de su chaqueta y lo colocó suavemente sobre la mesa de café.

"No quiero que te preocupes por nada en este momento", continuó, su voz tomando un tono más serio. "Toma esto. Es solo una pequeña ayuda para ayudarte a sobrellevar los gastos médicos y cualquier otra cosa que necesites".

Abrí el sobre con manos temblorosas y encontré una generosa suma de dinero dentro. Me quedé sin palabras ante su gesto desinteresado de generosidad.

"Edgar, no puedo aceptar esto", dije, mi voz ahogada por la emoción. "No puedo pedirte que hagas esto por mí".

Él simplemente sonrió, su mirada llena de comprensión. "No es una petición, amigo", dijo suavemente. "Es simplemente un acto de amistad. Estoy aquí para ti, pase lo que pase".

…………………​

La tensión en nuestra relación alcanzó su punto máximo cuando, una tarde lluviosa, mientras ordenaba algunos papeles en mi escritorio, encontré un ticket de compra de ropa y una factura de joyería a nombre de Ana, fechada en una tarde en la que había dicho estar en el trabajo.

Mi corazón se hundió al ver las pruebas tangibles de la traición que había estado temiendo. ¿Cómo podía Ana haberme mentido de esta manera? ¿Y qué más podría estar ocultando?

Lleno de ira y desconfianza, confronté a Ana esa misma noche cuando llegó a casa. Mis palabras eran un torrente de acusaciones y recriminaciones, alimentadas por la amargura y el dolor de sentirme traicionado por la mujer que había prometido estar a mi lado en las buenas y en las malas.

"¡¿Cómo pudiste hacerme esto?!" le espeté, mi voz temblorosa con la ira contenida. "Te confié el dinero para mis tratamientos médicos, ¡y lo has estado gastando en ropa y joyas!"

Ana me miró con incredulidad, sus ojos centelleando con una mezcla de sorpresa y molestia. "¡Cómo te atreves a acusarme de algo así!" Respondió con voz temblorosa, su tono elevándose con la indignación. "¡He estado sacrificando todo por ti, y así es como me lo agradeces!"

"¡No te estoy acusando, estoy diciendo la verdad!" Respondí, mis manos temblando de rabia contenida. "¡Encontré pruebas de tus compras secretas! ¿Qué más puedo pensar?" Le mostré el ticket.

Los ojos de Ana contenían las lagrima. Su voz temblando con la emoción contenida. "¡No puedo creer que pienses tan mal de mí después de todo lo que hemos pasado juntos!" Sollozó, su voz ahogada por la angustia. Acto seguido, me mostro el estado bancario. Todas las transferencias correspondían a mis gastos médicos.

Una sensación de culpabilidad me invadió al verla así, pero la sombra de la duda seguía acechando en mi mente, alimentada por la incertidumbre y el miedo. "Lo siento", murmuré, mi voz apenas un susurro entre la tormenta de emociones. El silencio descendió entre nosotros, pesado y cargado de tensiones no resueltas.

…………………​

Tomé la decisión de buscar tratamiento en un hospital mejor equipado en otra ciudad, esperando encontrar una chispa de esperanza en medio de la oscuridad de mi diagnóstico. Mi esposa por temas de trabajo no pudo acompañarme, así que tuvo que viajar mi hermana conmigo. Después de semanas de tratamiento, regresé a casa más temprano de lo previsto, ansioso por reunirme con Ana y encontrar consuelo en su presencia.

Cuando llegué a casa, noté el auto de Edgar. No había error, llamativo y costoso con una placa de matrícula personalizada. Decir que esto era algo fuera de lo común era quedarse corto. Accedí a nuestro sistema de cámaras de seguridad en casa desde mi teléfono y me encontré con que estaba en modo privacidad (sin grabar), así que lo dejo estar y me dirijo a mi propiedad en el campo que no estaba muy lejos.

Ahora, nuestro sistema de cámaras es para seguridad y nunca lo reviso a menos que haya una preocupación. Dicho esto, también me encanta ver la vida silvestre en las cámaras exteriores. También encuentro extrañamente satisfactorio ver las tormentas pasar. Así que, para mi propio disfrute, hace años configuré un segundo grabador de video para archivar las cámaras en almacenamiento local. Ese almacenamiento no es accesible a través de mi teléfono. Así que cuando estaba en la finca, abrí mi computadora y miré el otro servidor para confirmar lo que mi instinto me decía. Y sí, allí estaban ellos.

Mientras observaba la escena en la pantalla de mi computadora, pude escuchar los murmullos de Edgar y Ana en el fondo. Sus voces, cargadas de complicidad, resonaban en mis oídos como un eco de traición.

"Esto es arriesgado", susurró Ana, su voz temblorosa con emoción contenida.

"No te preocupes nena", respondió Edgar en tono tranquilizador. "Nadie nos va descubrir".

La sensación de traición se intensificó mientras escuchaba sus palabras. La complicidad entre ellos era evidente, como si estuvieran compartiendo un oscuro secreto que solo ellos conocían.

"¿Y qué pasa con él?", preguntó Ana, su tono lleno de preocupación.

"No te preocupes por él", respondió Edgar con indiferencia. "Ya ha pasado mucho tiempo. Es hora de que pensemos en nosotros".

Sus palabras me golpearon como un puñal en el corazón, dejándome sin aliento y lleno de una mezcla de rabia y dolor. ¿Cómo podían traicionarme de esta manera, traicionar la confianza que había depositado en ellos durante años?

Estaban sentados en la sala de estar, tomando vino, las risas iban en aumento. Comienzan a bailar muy juntos. Lo siguiente que vi fue cuando Edgar le robó un beso a Ana a lo cual ella le correspondió. Podía escuchar la respiración agitada de ambos. Edgar tomaba el culo de Ana con sus dos manos apretándola hacia él. Acto seguido metió sus manos por debajo de su corta falda. Estuvieron un rato parados mientras Edgar le metía mano a mi mujer hasta que se fueron al sofá. Ana encima de él. Edgar aprovecho para bajarle la falda y el gordo culo de mi mujer se podía ver a la vista, cubierto solo por unas bragas blancas que le había visto antes y sabía que le quedaban apretadas. Ana se quita el sujetador y pude ver los laterales de los pechos de mi esposa caer. Mi mujer le ponía los pechos en la cara a aquel hombre a quien creí ser un amigo leal.

Después vi como ella se baja de Edgar para sentarse a su lado, lo cual me hacía tener mejor ángulo para poder verla desde la cámara. Tenía los pezones duros y erectos, sus tetas se veían muy húmedas, producto de la saliva de él. Edgar se quita los pantalones y calzoncillos, se menea un poco la polla y vuelve a besar a mi mujer mientras pasa su mano por debajo de su braga. Ana masturbaba a Edgar y podía ver como ella gemía por las caricias que este le proporcionaba. Poco a poco la fue tumbado en el sofá y Edgar le bajó sus bragas, acercó su boca y comenzó a hacerle un oral. Recuerdo con claridad como a mí nunca me permitió tal cosa por considerarle antihigiénica, y ahora estaba gimiendo como loca mientras con sus manos tomaba su cabeza para ejercer presión hacía ella. Mi esposa arqueaba mientras tenía su primer orgasmo. Edgar se sentaba y con un ademán fue suficiente para que Ana se arrodillara ante él para chuparle la polla.

Salgo de la habitación para tomar un respiro. Realmente no sé cuanto tiempo paso porque cuando volví ya estaban en otra posición.

"Ahhh sí, así, no pares", gemía mi esposa con las tetas hinchadas.

Edgar estaba encima de ella follandola en el sofá sin protección alguna. Frente a frente. Las manos de Ana estaban posadas en el culo de él.

"Ufff nena, me encantas", dijo Edgar.

"Mmm sigue… sigue así mi león", Ana movía coordinadamente su cadera con las penetraciones de él.

"Oh sí… estoy cerca" advertía Edgar.

Ana, en lugar de quitarse, lo rodea con sus piernas y sus manos se aferran a su espalda clavándole las uñas. Ella estaba teniendo su propio orgasmo. Edgar, al no ver negativa de ella, continuó follandola hasta dar sus últimos espasmos. Él se levanta y toma su ropa, dejando a Ana acostada en el sofá. La cámara no podía enfocar muy bien, pero se podía ver el esbozo de líquidos derramando por el coño mi esposa.

Esto tenía que ser una pesadilla.
Me encanta la historia y como la cuentas,espero que sigas ,me tienes enganchado.
 
El primero de diciembre recibí la noticia que temía. Todos los exámenes confirmaron el diagnóstico. Tengo cáncer de páncreas en etapa 3. Así que básicamente, esta podría ser mi última temporada festiva. Estoy bien con lo que va a suceder. Estoy en paz con eso. He tenido una vida bien vivida. Todos mis seres queridos estarán cuidados. Soy naturalmente una persona privada, así que Ana (mi esposa) no está al tanto de mis exámenes. No quería preocuparla hasta que tuviera respuestas. Así que me dirijo a casa temprano para tener "la charla". Esto no es algo que me gusta hacer por teléfono o mensaje de texto.

Cuando llegué a casa, Ana estaba en la cocina, preparando la cena. La observé por un momento antes de reunir el coraje para compartir con ella la noticia que cambiaría nuestras vidas para siempre.

"Ana, necesito hablar contigo", dije, tratando de mantener la calma.

Ella se volteó, sus ojos encontraron los míos y vi la preocupación parpadeando en su mirada. "¿Qué sucede, cariño?", preguntó con suavidad.

Me senté a su lado y tomé su mano entre las mías. "Recibí los resultados de mis exámenes médicos hoy", comencé, mi voz temblorosa con la emoción contenida. "Tengo cáncer de páncreas en etapa 4. Los médicos dicen que no hay mucho tiempo".

El rostro de Ana palideció, sus labios temblaron mientras asimilaba mis palabras. Pero en lugar de romper en llanto o expresar su angustia, ella me miró con determinación. "Estaremos juntos en esto, cariño", dijo con voz firme. "Te apoyaré en cada paso del camino".

Su respuesta me reconfortó, y durante las siguientes semanas, Ana demostró ser un pilar de fuerza y apoyo inquebrantable. Estaba a mi lado en cada consulta médica, me ayudaba a lidiar con los efectos secundarios de la quimioterapia y me recordaba constantemente lo mucho que me amaba.

Sin embargo, a medida que pasaba el tiempo, comencé a notar cambios en su comportamiento. Sus risas ya no eran tan frecuentes, sus abrazos se volvieron más escasos, y a menudo la encontraba perdida en sus pensamientos, con la mirada perdida en la distancia.

Intenté atribuir estos cambios al estrés y la preocupación por mi salud, pero una sensación de inquietud comenzó a crecer en lo más profundo de mi ser. A veces, cuando estaba solo en la casa, podía sentir una extraña tensión en el aire, como si hubiera algo más en juego que mis propias batallas contra la enfermedad.

"¿Estás bien, Ana?", pregunté una noche mientras estábamos recostados en la cama, buscando la conexión que parecía haberse desvanecido entre nosotros.

Ella se sobresaltó ligeramente, como si hubiera sido arrancada de sus pensamientos. "Sí, estoy bien", respondió con una sonrisa forzada que no llegaba a sus ojos.

Pero sus palabras no pudieron disipar la sensación de inquietud que se había instalado en mi pecho. Empecé a notar pequeños detalles: llamadas telefónicas misteriosas a altas horas de la noche, excusas vagas sobre salidas repentinas, un aura de secreto que rodeaba sus interacciones.

Los meses pasaron, y con cada día que transcurría, las sospechas que habían estado bullendo en mi mente se hicieron más difíciles de ignorar. A pesar de los esfuerzos de Ana por mantener una fachada de normalidad, su comportamiento errático y evasivo solo servía para alimentar mis temores.

Una noche, mientras Ana dormía a mi lado, decidí confrontar las sombras que habían estado acechando en mi mente. Me deslicé fuera de la cama con cuidado, tratando de no despertarla, y me dirigí silenciosamente hacia el estudio. Encendí el ordenador y comencé a buscar pistas, cualquier indicio que pudiera confirmar mis sospechas.

Fue entonces cuando lo encontré: un registro de llamadas telefónicas que revelaba conversaciones frecuentes con un número desconocido, mensajes de texto cifrados que se intercambiaban en horarios extraños. Mi corazón se hundió mientras la verdad comenzaba a tomar forma ante mis ojos.

…………………​

Las grietas en nuestra relación comenzaron a hacerse más evidentes. Aunque Ana había sido un pilar de apoyo al principio, su actitud había ido cambiando gradualmente con el tiempo.

Nuestras conversaciones ya no fluían con la misma facilidad, y sus muestras de afecto parecían cada vez más forzadas. A menudo la encontraba perdida en sus pensamientos, con una expresión distante en su rostro que me hacía preguntarme qué estaba pasando en su interior.

Una noche, mientras me dirigía al baño en medio de la noche, noté la luz del teléfono de Ana brillando débilmente desde la cocina. La curiosidad me impulsó a checar las cámaras de seguridad. Me quedé en la oscuridad, escuchando con el corazón en la garganta mientras Ana hablaba en voz baja con alguien al otro lado de la línea. Sus palabras eran vagas y evasivas, pero el tono de su voz llevaba consigo era extraño.

Una vez que la llamada terminó y Ana se quedó dormida, me encontré incapaz de conciliar el sueño. La sensación de traición se arrastraba en mi pecho, pero una parte de mí se resistía a aceptar la realidad. ¿Podía ser que Ana estuviera buscando consuelo en otra persona mientras yo luchaba por mi vida?

Decidí confrontarla al día siguiente, esperando que me diera una explicación lógica que disipara mis temores. Pero cuando intenté hablar con ella sobre lo que había escuchado, sus respuestas fueron vagas y evasivas, y sentí como si estuviera golpeando contra una pared de silencio y negación.

"No hay nada de qué preocuparse, cariño", me aseguró con una sonrisa forzada. "Estoy aquí para ti, siempre lo estaré".

Sus palabras carecían de la sinceridad que solían tener, y cuando la observaba, una sensación de desilusión se apoderó de mí. Mientras continuaba mi batalla contra la enfermedad, también luchaba con el peso de la incertidumbre sobre el estado de nuestra relación. El futuro parecía más incierto que nunca mientras me enfrentaba a la posibilidad de perder no solo mi salud, sino también la confianza en la persona que había prometido estar a mi lado en las buenas y en las malas.

Una noche, mientras estábamos cenando en silencio, decidí abordar las inseguridades que habían estado consumiendo mi mente.

"Ana, necesitamos hablar", dije, mi voz apenas un susurro en la atmósfera cargada de tensión.

Ella levantó la mirada, sus ojos encontrando los míos con una mezcla de sorpresa y aprensión. "¿Qué sucede?", preguntó, su voz apenas un susurro.

Respiré profundamente, tratando de encontrar las palabras adecuadas para expresar mis temores sin hacer que pareciera que la estaba culpando. "Siento que algo ha cambiado entre nosotros últimamente", comencé, mi voz temblando ligeramente. "Ya no nos comunicamos como solíamos hacerlo, y siento que hay una distancia creciente entre nosotros".

Ella bajó la mirada, evitando mi mirada mientras jugaba nerviosamente con sus manos. "No lo sé", murmuró, su voz apenas un susurro en la habitación. La expresión de Ana se endureció por un momento antes de suavizarse en una máscara de falsa calma. "Es solo el estrés, cariño", respondió, sus palabras sonaban huecas y vacías. "Estamos pasando por un momento difícil, pero estoy tratando de hacerlo funcionar".

…………………​

Una tarde soleada, mientras estaba sentado en el sofá de la sala, tratando de encontrar un poco de consuelo en la calidez de la luz del sol filtrándose por las cortinas, escuché un suave golpe en la puerta. Al levantarme para abrir, me encontré con la figura familiar de Edgar parado en el umbral, una expresión de preocupación dibujada en su rostro.

"¿Cómo estás, amigo?" preguntó con voz suave, su mirada llena de genuino cuidado.

Lo invité a entrar, agradecido por su visita inesperada. Mientras nos sentábamos en el salón, Edgar me ofreció palabras de ánimo y apoyo, instándome a mantener la esperanza y la fortaleza en estos tiempos difíciles.

"Estoy aquí para ti en todo lo que necesites", dijo con sinceridad, su tono lleno de determinación. "Ya sabes que siempre puedes contar conmigo".

Su presencia y sus palabras fueron un bálsamo reconfortante en medio de mi confusión y angustia. Pero entonces, como si sintiera la tensión en el aire, sacó un sobre del bolsillo de su chaqueta y lo colocó suavemente sobre la mesa de café.

"No quiero que te preocupes por nada en este momento", continuó, su voz tomando un tono más serio. "Toma esto. Es solo una pequeña ayuda para ayudarte a sobrellevar los gastos médicos y cualquier otra cosa que necesites".

Abrí el sobre con manos temblorosas y encontré una generosa suma de dinero dentro. Me quedé sin palabras ante su gesto desinteresado de generosidad.

"Edgar, no puedo aceptar esto", dije, mi voz ahogada por la emoción. "No puedo pedirte que hagas esto por mí".

Él simplemente sonrió, su mirada llena de comprensión. "No es una petición, amigo", dijo suavemente. "Es simplemente un acto de amistad. Estoy aquí para ti, pase lo que pase".

…………………​

La tensión en nuestra relación alcanzó su punto máximo cuando, una tarde lluviosa, mientras ordenaba algunos papeles en mi escritorio, encontré un ticket de compra de ropa y una factura de joyería a nombre de Ana, fechada en una tarde en la que había dicho estar en el trabajo.

Mi corazón se hundió al ver las pruebas tangibles de la traición que había estado temiendo. ¿Cómo podía Ana haberme mentido de esta manera? ¿Y qué más podría estar ocultando?

Lleno de ira y desconfianza, confronté a Ana esa misma noche cuando llegó a casa. Mis palabras eran un torrente de acusaciones y recriminaciones, alimentadas por la amargura y el dolor de sentirme traicionado por la mujer que había prometido estar a mi lado en las buenas y en las malas.

"¡¿Cómo pudiste hacerme esto?!" le espeté, mi voz temblorosa con la ira contenida. "Te confié el dinero para mis tratamientos médicos, ¡y lo has estado gastando en ropa y joyas!"

Ana me miró con incredulidad, sus ojos centelleando con una mezcla de sorpresa y molestia. "¡Cómo te atreves a acusarme de algo así!" Respondió con voz temblorosa, su tono elevándose con la indignación. "¡He estado sacrificando todo por ti, y así es como me lo agradeces!"

"¡No te estoy acusando, estoy diciendo la verdad!" Respondí, mis manos temblando de rabia contenida. "¡Encontré pruebas de tus compras secretas! ¿Qué más puedo pensar?" Le mostré el ticket.

Los ojos de Ana contenían las lagrima. Su voz temblando con la emoción contenida. "¡No puedo creer que pienses tan mal de mí después de todo lo que hemos pasado juntos!" Sollozó, su voz ahogada por la angustia. Acto seguido, me mostro el estado bancario. Todas las transferencias correspondían a mis gastos médicos.

Una sensación de culpabilidad me invadió al verla así, pero la sombra de la duda seguía acechando en mi mente, alimentada por la incertidumbre y el miedo. "Lo siento", murmuré, mi voz apenas un susurro entre la tormenta de emociones. El silencio descendió entre nosotros, pesado y cargado de tensiones no resueltas.

…………………​

Tomé la decisión de buscar tratamiento en un hospital mejor equipado en otra ciudad, esperando encontrar una chispa de esperanza en medio de la oscuridad de mi diagnóstico. Mi esposa por temas de trabajo no pudo acompañarme, así que tuvo que viajar mi hermana conmigo. Después de semanas de tratamiento, regresé a casa más temprano de lo previsto, ansioso por reunirme con Ana y encontrar consuelo en su presencia.

Cuando llegué a casa, noté el auto de Edgar. No había error, llamativo y costoso con una placa de matrícula personalizada. Decir que esto era algo fuera de lo común era quedarse corto. Accedí a nuestro sistema de cámaras de seguridad en casa desde mi teléfono y me encontré con que estaba en modo privacidad (sin grabar), así que lo dejo estar y me dirijo a mi propiedad en el campo que no estaba muy lejos.

Ahora, nuestro sistema de cámaras es para seguridad y nunca lo reviso a menos que haya una preocupación. Dicho esto, también me encanta ver la vida silvestre en las cámaras exteriores. También encuentro extrañamente satisfactorio ver las tormentas pasar. Así que, para mi propio disfrute, hace años configuré un segundo grabador de video para archivar las cámaras en almacenamiento local. Ese almacenamiento no es accesible a través de mi teléfono. Así que cuando estaba en la finca, abrí mi computadora y miré el otro servidor para confirmar lo que mi instinto me decía. Y sí, allí estaban ellos.

Mientras observaba la escena en la pantalla de mi computadora, pude escuchar los murmullos de Edgar y Ana en el fondo. Sus voces, cargadas de complicidad, resonaban en mis oídos como un eco de traición.

"Esto es arriesgado", susurró Ana, su voz temblorosa con emoción contenida.

"No te preocupes nena", respondió Edgar en tono tranquilizador. "Nadie nos va descubrir".

La sensación de traición se intensificó mientras escuchaba sus palabras. La complicidad entre ellos era evidente, como si estuvieran compartiendo un oscuro secreto que solo ellos conocían.

"¿Y qué pasa con él?", preguntó Ana, su tono lleno de preocupación.

"No te preocupes por él", respondió Edgar con indiferencia. "Ya ha pasado mucho tiempo. Es hora de que pensemos en nosotros".

Sus palabras me golpearon como un puñal en el corazón, dejándome sin aliento y lleno de una mezcla de rabia y dolor. ¿Cómo podían traicionarme de esta manera, traicionar la confianza que había depositado en ellos durante años?

Estaban sentados en la sala de estar, tomando vino, las risas iban en aumento. Comienzan a bailar muy juntos. Lo siguiente que vi fue cuando Edgar le robó un beso a Ana a lo cual ella le correspondió. Podía escuchar la respiración agitada de ambos. Edgar tomaba el culo de Ana con sus dos manos apretándola hacia él. Acto seguido metió sus manos por debajo de su corta falda. Estuvieron un rato parados mientras Edgar le metía mano a mi mujer hasta que se fueron al sofá. Ana encima de él. Edgar aprovecho para bajarle la falda y el gordo culo de mi mujer se podía ver a la vista, cubierto solo por unas bragas blancas que le había visto antes y sabía que le quedaban apretadas. Ana se quita el sujetador y pude ver los laterales de los pechos de mi esposa caer. Mi mujer le ponía los pechos en la cara a aquel hombre a quien creí ser un amigo leal.

Después vi como ella se baja de Edgar para sentarse a su lado, lo cual me hacía tener mejor ángulo para poder verla desde la cámara. Tenía los pezones duros y erectos, sus tetas se veían muy húmedas, producto de la saliva de él. Edgar se quita los pantalones y calzoncillos, se menea un poco la polla y vuelve a besar a mi mujer mientras pasa su mano por debajo de su braga. Ana masturbaba a Edgar y podía ver como ella gemía por las caricias que este le proporcionaba. Poco a poco la fue tumbado en el sofá y Edgar le bajó sus bragas, acercó su boca y comenzó a hacerle un oral. Recuerdo con claridad como a mí nunca me permitió tal cosa por considerarle antihigiénica, y ahora estaba gimiendo como loca mientras con sus manos tomaba su cabeza para ejercer presión hacía ella. Mi esposa arqueaba mientras tenía su primer orgasmo. Edgar se sentaba y con un ademán fue suficiente para que Ana se arrodillara ante él para chuparle la polla.

Salgo de la habitación para tomar un respiro. Realmente no sé cuanto tiempo paso porque cuando volví ya estaban en otra posición.

"Ahhh sí, así, no pares", gemía mi esposa con las tetas hinchadas.

Edgar estaba encima de ella follandola en el sofá sin protección alguna. Frente a frente. Las manos de Ana estaban posadas en el culo de él.

"Ufff nena, me encantas", dijo Edgar.

"Mmm sigue… sigue así mi león", Ana movía coordinadamente su cadera con las penetraciones de él.

"Oh sí… estoy cerca" advertía Edgar.

Ana, en lugar de quitarse, lo rodea con sus piernas y sus manos se aferran a su espalda clavándole las uñas. Ella estaba teniendo su propio orgasmo. Edgar, al no ver negativa de ella, continuó follandola hasta dar sus últimos espasmos. Él se levanta y toma su ropa, dejando a Ana acostada en el sofá. La cámara no podía enfocar muy bien, pero se podía ver el esbozo de líquidos derramando por el coño mi esposa.

Esto tenía que ser una pesadilla.
....Como diria la autora Cristina, en TR "nunca seré una piedra en tu camino"...cogería las maletas y me largaria hacia algún lugar a morir en paz. Aguantar eso es morir en vida. Muy buen relato , felicidades y gracias! al autor.
 
Pobre hombre, si tenía alguna posibilidad de superar la enfermedad, ahora ya lo han terminado de matar. Se va a ir a la tumba con unos buenos cuernos. Que poca sensibilidad de la esposa y del amigo.
 
Habrá segunda parte. ¡Saludos y gracias por los comentarios!

Hoy en día los avances médicos contra el cáncer han ganado muchas batallas, bien merecido lo tendría nuestro no bautizado protagonista.

Para unos buenos capítulos más. ;)

Un detalle que noté al leerte, te lo mencionaré por MP.
 
Pobre hombre, si tenía alguna posibilidad de superar la enfermedad, ahora ya lo han terminado de matar. Se va a ir a la tumba con unos buenos cuernos. Que poca sensibilidad de la esposa y del amigo.
Hola, buenas noches.

Pues sí, muy poca. De todas formas, lo de la mujer igual de mal, pero lo del "amigo"... es de no ser amigo. De todas formas, me pregunto sí no habrá algo que no sabemos. El tema del dinero me mosquea mucho, puede que ella tenga otros motivos. Igual mejor espero antes de juzgar.

Saludos y gracias

Hotam
 
Hola, buenas noches.

Pues sí, muy poca. De todas formas, lo de la mujer igual de mal, pero lo del "amigo"... es de no ser amigo. De todas formas, me pregunto sí no habrá algo que no sabemos. El tema del dinero me mosquea mucho, puede que ella tenga otros motivos. Igual mejor espero antes de juzgar.

Saludos y gracias

Hotam
yo me apunto a tu opinion ,hay algo que parece pero que no es (creo)
 
Acabo de descubrir está interesantísima historia.
Conociendo al autor como creo que lo conozco por otros relatos, habrá justicia seguro.
Así que Ana ya puede ir buscando casa porque la venganza será sonada.
Espero que supere el cáncer y rehaga su vida lejos de esta mala mujer.
 
Hola, buenas noches.

Pues sí, muy poca. De todas formas, lo de la mujer igual de mal, pero lo del "amigo"... es de no ser amigo. De todas formas, me pregunto sí no habrá algo que no sabemos. El tema del dinero me mosquea mucho, puede que ella tenga otros motivos. Igual mejor espero antes de juzgar.

Saludos y gracias

Hotam
Pues el tema es bastante evidente.
Los dos le han traicionado y esto no tiene otra salida que divorcio y rotura total con el impresentable del amigo.
Es que no sé por donde quiere ir al decir que aquí hay algo que no sabemos. Está la cosa bastante clara. Le ha engañado con su "amigo", y parece que llevan ya un tiempo.
 
Ostias. Mirando bien la parte de la conversación de estos dos sinvergüenzas, mi mente perversa llega a la conclusión que estos dos son amantes desde hace mucho tiempo y no me sorprendería que lo del cáncer sea mentira y hayan vomitado a un Médico para deshacerse de él. Es una teoría.
 
Pase lo que pase y como he dicho antes, estoy tranquilo porque tengo claro que esto va a terminar bien y los malos recibirán el justo castigo.
Además confío en que el seguirá vivo.
 
Cierto, pero últimamente hay algunas historias interesantes.
Menos mal, porque esto últimamente estaba más parado que un Poste.

En verdad va lento esto, ahora algo menos.

Hay un par de eternos relatos que sigo siempre, uno que publica a diario mantiene el interés.

En cambio el otro lo leo menos, va tan lento que debo esperar varios capítulos para acumular hechos de trascendencia.
 
En verdad va lento esto, ahora algo menos.

Hay un par de eternos relatos que sigo siempre, uno que publica a diario mantiene el interés.

En cambio el otro lo leo menos, va tan lento que debo esperar varios capítulos para acumular hechos de trascendencia.
Idem, yo hago lo mismo nen. Paciente desesperación
 
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