El vídeo

xhinin

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25 Jun 2023
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Cuando mi mujer me habló de retomar sus estudios universitarios lo tomé a guasa, pero al poco tiempo me había convertido en el encargado de llevarla y traerla desde casa a la universidad y viceversa.

Hace un mes me comentó que tenía que hacer una presentación con unas compañeras y que había quedado en su piso: no sabía a qué hora terminaría, así que yo aproveché para dar una vuelta y, cuando me llamó para decirme que estaban terminando, me acerqué a recogerla.
Cuando llegué me hicieron subir al piso, me recibió una chica de unos veintipocos en la puerta, haciéndome pasar al salón. Pasamos por el pasillo, alargado, de los de los pisos de antes, extrañándome que las luces de la casa parecían estar apagadas aunque empezaba a oscurecer.

Paró para dejarme pasar y, al hacerlo, noté como me agarraban de los brazos. Me giré para intentar zafarme, viendo que mi mujer y una compañera a la que conocía estaban atadas en sillas con las bocas tapadas. En poco tiempo me encontré placado contra el suelo y sin poder moverme.

Las chicas que me habían enganchado me explicaron que su verdadero objetivo era jugar conmigo: se dedicaban a captar a novios de universitarias para grabarles desnudos y en actitudes sexuales que luego vendían por internet y, desde luego, hacerlo con un madurito como yo, sería muy morboso.

Me tuvieron un buen rato contra el suelo, chantajeándome e intentando llegar a una propuesta que acepté en cuanto comprendí que sería peor para Mabel si no accedía a su propuesta.

Me levanté, observando que mi mujer estaba llorando, y me hicieron seguir a una de ellas hasta llegar a lo que debía ser el salón de la casa, en la que todo estaba preparado: cámaras, una cama, un sillón, algún foco… por supuesto, todo con las persianas bajadas y las cortinas echadas.

A mi mujer, que me tenía muy visto, la dejarían en la otra habitación, pero a la otra compañera la habían traído para ver el espectáculo.

Siguiendo sus instrucciones me senté en el sillón y esperé sus indicaciones, bastante nervioso, mientras ellas lo preparaban todo. Una de ellas quedó vigilando a mi mujer, que lo oiría todo.

La cámara comenzaba a grabar:

  • Preséntate: nombre, edad…
  • Soy Juan Javier, 53 años.
  • ¿Tu última corrida…?
  • Este fin de semana -miré con cara de pocos amigos antes de contestar-.
  • Debes tenerlos bastante cargados. ¿Paja o polvo?
  • Polvo, ya no me hago pajas.
  • Follas mucho, entonces.
  • Lo necesario.
  • ¿Soltero o casado?
  • Ya lo sabéis.
  • ¿Te has follado a muchas?
  • Llevo con ella casi toda la vida.
  • Seguro que te has follado a alguna ya casados -la afirmación se acompañó de una sonrisa pícara-.
  • ¿Te gustan las mamadas?
Ruborizado, pues no esperaba que la presentación llegara a esos puntos, me quedé callado, por lo que ella continuó hablando

A mi me encanta mamar, si es a maduritos como tú, mejor. Vamos, ponte de pie y quítate la chaqueta.

Me levanté de mala gana y, con la intención de desnudarme lo antes posible, me quité la chaqueta y la corbata (las llevaba por el trabajo), hasta que la otra chica que había allí, acercándose, me detuvo, para comenzar a pasar su mano por mis pectorales, por encima de la camisa, deleitándose en mis pezones.

  • ¿Tienes frío?
  • Suelo tenerlos siempre duros.
Tras soltar un ligero “m” demostrando que aquello le gustaba, me pidió que me abriera la camisa, sin quitármela, y que los pellizcara un poquito.

Comentaron que habían cazado un buen “osito”, cosa que no terminé de entender, y que como yo no tenían otro.

No tardaron mucho en pedir que me quitara la camisa, mientras se tocaban la entrepierna con la mano que la cámara les dejaba libre.

Tienes buen pecho, marcadito, pero sin pasarte. ¿Te arreglas el vello, verdad? – afirmé ligeramente con la cabeza-

De joven, en aquellos tiempos en que mostrar el pecho abriendo la camisa y en que parecía que tener vello le hacía a uno ser bastante masculino, no había tenido mucho, pero, conforme fui madurando, iba teniendo un poco más, bien repartido, en la parte del pecho, especialmente alrededor de los pezones y, sobre todo, en la parte interior de los muslos, aunque en las piernas no tuviera mucho. Mi sexo tenía un vello más abundante, sobre todo en el pubis y alrededor de los testículos, ya que estos últimos tenían menos que el resto.

Me encanta el vello que tienes alrededor del ombligo, fíjate como baja formando un triangulito cada vez más poblado.

Una se acercó a palpar mi barriga, haciendo ver que la tenía maciza, disfrutando con el vello del triangulito que habían comentado antes. No me hacía gracia que me sobaran tanto, pero esperaba que, si colaboraba, la cosa no se desmadrara demasiado.

Preguntaron si había sido deportista, así que les conté que había jugado al futbol en mi juventud, como portero. La que estaba con mi mujer llegó en ese momento y, sin pensarlo, se acercó, pidiéndome que pusiera las manos en la nuca. Viendo que aquello me incomodaba, me mostró sus manos y, colocándolas en la espalda, acercó su boca a mis pezones. Al principio me dio algún beso, con la boca cerrada, después, con delicadeza, los lamió con la punta de su lengua, para, finalmente, morderlos ligeramente y volver a su vigilancia.

Aquello me excitó ligeramente, pese a que habitualmente, que jugaran con mis pezones no solía tener aquel efecto.

Quítate los pantalones, debes tener buenas piernas.

Decidí darme la vuelta, prefería bajármelos de espaldas, buscando algo más de intimidad, sin pensar que mi trasero también sería objeto de su deseo, puesto que se acercaron para palpar mis glúteos.

Redonditos y prietos. Esperaba muslos más gordos, pero están fibradetes.

Esperaba que me pidieran que me desnudara ya, sobre todo porque los calzoncillos, aquel día, tenían ya la cinturilla algo floja, pero me hicieron dar la vuelta y siguieron grabando todo mi cuerpo un rato más. Me preguntaron si llevaba una talla mediana, y, al confirmarlo, me pidieron que me colocara detrás del sofá que había en la habitación, sin que yo pudiera adivinar sus intenciones.

Mientras andaba, grababan directamente mi paquete, que se movía de un lado al otro por el empuje de los muslos, mientras yo me preocupaba más en la sensación de que los slips se caerían en cualquier momento. Cuando estuve detrás del sofá me los quité, y tiré de mi polla hacia abajo, una costumbre que tenía cada vez que la dejaba libre.

Fue entonces cuando me tiraron una caja para que la abriera: saqué de ella un tanga, de color negro. Tuve que darle varias vueltas hasta entender cómo me lo tenía que poner, intentando hacerlo lo antes posible, y sin que se me viera el rabo, como ellas pedían.

Pensé que la tira de atrás sería más incómoda, pero no era así, puede que por el tipo de tejido del que estaba hecho. Por delante parecía algún tipo de imitación de cuero, suave en el contacto con mis genitales. Lo que más me incomodaba era que dejaba al descubierto casi todo mi pubis, aunque en los lados la cintura se quedara en su lugar.

Volvieron a pedirme que pusiera las manos en la nuca y me pidieron que me diera una vuelta, despacio. Una de ellas, la morena, mientras, se quitó los pantalones, dejando al descubierto su sexo sonrosado y carnoso, con algo de vello, para comenzar a tocarse mientras me miraba.

La otra acercó la silla de la amiga de mi mujer, de la que ya me había olvidado. Amordazada, miraba asustada y avergonzada a partes iguales: por lo que me decía mi mujer era muy buena, pero algo mojigata.
 
Excelentemente redactado. Emocionado y ansioso por ver cómo se desarrolla la trama. Su temática es verdaderamente sorprendente.
 
En el momento en que volvieron a grabar siguieron con las indicaciones:

Baila para ella, como un striper… -aunque me gustaba bailar, que ellas me estuvieran animando y que, además, tuviera a la pobre mojigata allí delante, hizo que el sentimiento de ridículo y la indignación me fueran pudiendo, sabiendo que sólo me quedaba obedecer para que la cosa no fuera a más- Las caderas, mueve las caderas… así, muy bien… ahora date la vuelta, pon el culito en pompa, frente a su cara… no, pero no dejes de moverte, así hasta que llegues a rozarla… ahora acércale el paquete, así, muy bien… manos arriba, campeón… chica, no eches la cara a los lados o se te verá en el vídeo… sóbate los pezones, machote...

Ella, con los ojos cerrados prácticamente todo el rato, daba pequeños respingos cada vez que notaba que le rozaba la cara.

Tardaron poco en retirarla, para seguir grabándome a mí solo que, con tanto bailecito y, sobre todo, al acercarme tanto a la pobre chica, ya me había puesto medio a tono.

Intenté darme la vuelta cuando pidieron que me desnudara del todo, pero no me dejaron, así que traté de bajar la ropa interior con una mano mientras con la otra intentaba taparme, aunque, sinceramente, con una mano era difícil cubrirlo todo. No tardaron en pedirme que pusiera mis manos en la nuca y que volviera a dar una vuelta despacio. Todas se fueron desnudando mientras yo giraba, dejando varias cámaras que había fijas grabando desde el principio. Una de ellas, cuando terminé mi vuelta, estaba arrodillada, con su cara frente a mi rabo.

Acercó su mano para cogérmelo y yo, al no esperarlo, de forma instintiva, me aparté, cayendo sobre el sofá y provocando sus risas.

Tranquilo, papi, simplemente iba a descapullarla.

Morcillona como la tenía, retiré el pellejo hacia atrás. Y ellas, con descaro, me animaron a ponerla dura, así que, evitando mirar a la pobre compañera de mi mujer que lo presenciaba todo desde un lateral, comencé a meneármela. No tardé en darme cuenta de que ella estaba totalmente colorada, lo que, supuse, era por vergüenza, así que, en un principio me costó ponérmela dura, aunque, por suerte, la forma en que me miraba consiguió que me pusiera cachondo poco después.

Deja de moverla y ponte en la cama, boca arriba, con las rodillas en el pecho.

Durante unos segundos, las cámaras apuntaron a mi pene, a mis huevos, para ir bajando poco a poco hasta mi ojete, incluso me pidieron que abriera los cachetes: me sentía totalmente vejado, mientras preguntaban si me había metido algo alguna vez. Les contesté que no y les expliqué que eso nunca me había atraído y viendo que mi miembro se había relajado, lo dejaron ahí.

Pidieron, entonces, que me pusiera a cuatro patas sobre la cama, mirando al cabecero, abriendo bien las piernas, y que me la meneara hasta ponerla dura de nuevo, mientras ellas hablaban de mis testículos y su movimiento.

Cuando me indicaron, de nuevo, que me pusiera bocarriba, esta vez con las piernas abiertas, siguieron deleitándose con mis huevos. Una de ellas acercó una botella de lubricante para que todo fuera más fácil, y así fue. Mis huevos, aún relajados, subían y bajaban con el meneo que provocaba en mi miembro, cada vez más rápido, hasta que me indicaron que lo hiciera más despacio. Yo, entonces, pasaba mi mano por el glande, una y otra vez, mientras con la otra mano me apretaba la base del pene, para que el pellejo no cubriera la cabeza.

Grabaron también mis testículos estando de pie, desde todos los ángulos, mientras ellas se acariciaban las tetas y la entrepierna para ponerme, si se podía, aún más cachondo. Era como si mis genitales, sabiéndose protagonistas, hubieran dado fuerza a mi verga. Sentía que, en algunos roces, las piernas comenzaban a fallarme, por lo que decidí tumbarme de nuevo, sin que ellas se opusieran.

La mojigata, que estaba allí delante, llevaba un buen rato rozando sus piernas entre sí, cada vez más colorada y, suponía, excitada. Cerré los ojos e imaginé como la penetraba lentamente, con delicadeza, para no hacerle daño, lo que hizo que bajara el ritmo de las caricias de mi polla y mi escroto. Así, olvidé por un momento que me estaban grabando y me dejé llevar por el placer.

Sentí el sudor que recorría mi cuerpo, el calor que emanaba de mi musculatura, el pecho endurecido por mis propios movimientos y los pezones que, cada vez más duros, parecían quemarme. Fue entonces cuando noté que comenzaban a acariciar mi torso. Yo no podía dejar de cascármela.

Me animaron, entonces, a que me corriera, haciendo más intensas las sensaciones que habían aflorado desde un principio: la vergüenza, al sentir cómo filmaban mi excitación, mi masturbación y la que sería, seguro, mi corrida; mis necesidades fisiológicas gritaban que me dejara llevar, que me desatara, que gimiera como un loco hasta correrme, que fue lo que ocurrió, haciendo que, al contraerse mi cuerpo, me cubriera yo mismo la cara, el pecho y la barriga en varios disparos de semen.

Una de ellas enganchó mi pene, sin que yo tuviera fuerzas para negarme, y siguió acariciando con su mano cerrada, haciendo que pegara varios saltos y que algo más de leche saliera de mi nabo.

Las cámaras dejaron de grabar, pero, aprovechando mi cansancio, siguieron acariciando mi torso, jugando con mi leche, esparciéndola por él para terminar chupando mis pezones.

Me obligaron a vestirme, sin permitir que me limpiara al menos y sin devolverme la ropa interior, que una de ellas olía mientras se negaban.

Liberaron a la chica, en cuya cara se mezclaban vergüenza y temor. Su entrepierna estaba mojada y yo, al darme cuenta, entre susurros, traté de quitarle importancia, pensando que se podía deber al miedo por la situación. Le dije que todo había terminado, pero, después, ella misma me confirmó que se había corrido viéndome.

No hice más comentario y, tratamos de que no descubrieran la corrida, mientras que nos dirigían a la habitación en que estaba mi mujer, a la que desatamos mientras me confirmaba que el otro ni la había tocado.

Volvimos al lugar donde antes se había grabado el video hasta que lo tuvieron todo más o menos recogido y, entonces, nos obligaron a salir con ellas del piso. Al salir a la calle nos montaron en un coche y nos dejaron en una pedanía cercana a la capital, bastante alejada de nuestros medios de desplazamiento.

Pensamos en coger un taxi, pero yo me estaba muy incómodo: sentía la ropa pegada a mi cuerpo, sobre todo a mi polla, que había manchado mis pantalones justo en el centro del paquete, así que les pedí que lo cogieran ellas y que después, volvieran a recogerme.

En el camino de vuelta a casa estuvimos hablando, aunque parcamente. Llamadme orgulloso o cobarde, pero les hice prometer que no contarían nada de aquello a nadie, y que no acudirían a la policía para denunciarlo.

Dejamos primero a la amiga de mi mujer y después nos fuimos a nuestra casa. Por suerte, esto no nos ha cambiado excesivamente, y nuestras relaciones fueron retomadas días después.

Hoy recibí la llamada de la amiga de mi mujer, directamente al trabajo, me ha comentado que le pidió el teléfono a mi mujer para ver cómo estaba, así que le he dicho que bien:

-Tengo tu video, lo bajé de internet -me he quedado sin habla, no me hubiera imaginado…-. Esta tarde no habrá nadie en mi casa, si quieres lo vemos juntos: no sabes las veces que me he vuelto a correr viéndote mientras me acariciaba ¿te animas a hacer mis fantasías realidad, semental?
 
Ufffff, se viene pesado pues la mujer se va a enterar y hasta ahí el matrimonio. La chica quedó con espasmos al parecer y por eso quiere que le pongan el dulce.
 
Han pasado varias semanas desde la primera llamada. La chica ha insistido lo suficiente para convertirse en una buena tentación, mucho más tras irme dando informaciones sobre mi propia vida, sobre los compañeros de trabajo o los amigos a los que podría pasarles el vídeo en el que no se ve a ninguna de nuestras captoras ni a ella.

Que hablara de mis hijos, de cómo se podrían tomar el que su padre se hubiera masturbado para un vídeo de internet, fue lo que me puso más nervioso, sobre todo al pensar que mi hija, además, trabajaba en mi empresa. Yo tenía devoción por ella, pese a su mal carácter y su difícil trato y sabía que, el que me reprochara aquello, me iba a hacer sufrir bastante.

Hablé con mi mujer, una vez que había tomado la decisión. Ella había apreciado en su compañera cambios de actitud: preguntaba mucho por él y, tras ver que no sacaba nada en claro, había optado por ignorarla prácticamente. Eso sí, me había pedido que me asegurara que el vídeo ya no estaba disponible, tal como ella decía, y que si lo hacía no volviera a grabarme: al parecer, la página para descargar el material era ya bastante complicada de encontrar y el coste era bastante elevado.

La llamé esa misma tarde. Nos encontraríamos en su casa. Me pasó la ubicación y comprobé que estaba algo retirada del centro.

Llegué a la casa a la hora prevista. Ella me invitó a pasar. Esperaba que su vestuario fuera más sugerente. Aquel lugar destilaba un beatismo anticuado en que imágenes, objetos y libros religiosos se repartían por cada una de las habitaciones. La de ella, pese a ser hija única, era la más pequeña de la casa y, simplemente, disponía de cama y un escritorio para el estudio en que el ordenador portátil servía, seguramente, como válvula de escape de aquella realidad.

La habitación de sus padres, de retiro espiritual esos días, también estaba poco amueblada. De debajo de uno de los cajones de una mesilla despegó una llave:

- Iremos a la capilla -dijo con total normalidad-. Mis padres siempre la tienen cerrada y no saben que sé donde guardan la llave. Es el lugar más grande de la casa.

Me cogió de la mano y me llevó a la puerta de una habitación que había al final del pasillo la casa, mientras yo pensaba que aquello sería demasiado irreverente, poniéndome nervioso ante la idea. Abrió con cuidado para descubrir un espacio totalmente diferente al resto de la casa: una cama en el centro de aquella habitación anunciaba que era el espacio reservado para las perversiones. En el lateral, unos tablones de madera se cruzaban formando una cruz en cuyos extremos diversos amarres indicaban que era utilizada para juegos eróticos.

Se acercó a ese lado y abrió un armario que escondía un ordenador conectado a un ordenador y multitud de vergas que se exponían tras sus puertas.

- Tus padres son unos auténticos pecadores -dije sin poder ocultar la sorpresa-.
- Pero se confiesan con frecuencia.
- No se les negará el cielo.
- Ya hacen ellos por llegar al cielo aquí, y por conseguir llegar el día de mañana -contestó guiñando un ojo con picardía-. Ahora túmbate, veamos el vídeo que nos preparemos para nuestra llegada al cielo.

Hice lo que me pidió, esperando que en breve me pidiera que me desnudara o que me obligara a ir repitiendo lo que habían grabado estando juntos, pero, en un principio, se limitó a dar al play y a observar.

Yo nunca me había visto en actitudes como aquellas y, sinceramente, me veía bien, pese a los años: siempre había tenido unos pectorales marcados, con buenos pezones, aunque no me gustara que jugaran con ellos; tanto el pecho como la pequeña barriga que había ido formándose en los últimos años, algo cubiertos de vello ya canoso, se veían prietos; las piernas bien formadas y fibrosas sostenían unos glúteos pequeños, pero también prietos y, por delante, el paquete, sinceramente, no estaba nada mal.

Aún no me habían hecho quitarme el tanga cuando me dí cuenta de que ella se estaba acariciando, todavía con la ropa puesta. Una mano acariciaba sus pechos mientras la otra, entre sus piernas, jugaba con su sexo mientras se calentaba deleitándose con la película.

- Mira cómo tengo ya el coño -dijo quitándose los pantalones y las bragas de repente-.

Si la visión de cualquier mujer desnuda solía despertar mis deseos, ver cómo aquella joven se exponía para mí, con las piernas abiertas y el chocho sonrosado y carnoso totalmente depilado, acogiendo sus dedos con gusto, hizo que se me pusiera dura como una roca, mientras ella se mordía los labios mirando mi paquete con lascivia.

- ¿Duele? -la miré sin haber entendido realmente la pregunta, lo que hizo que, poco después, ella la aclarara-. ¿Os duele cuando se os pone dura?
- Depende de lo apretados que sean los pantalones o los calzoncillos -contesté sorprendido porque una chica que parecía tan erudita en sexualidad se hiciera preguntas como esa-. Si se mantiene mucho la erección sin que descargues sí suelen dolerte las pelotas.
- Siempre pensé que al endurecerse os dolía y que sólo os aliviabais al penetrarnos, por los fluidos con los que nos lubricamos.

Acercó su mano a mi nariz para introducirla después en mi boca, con la intención de que fuera consciente de que estaba lista, permitiendo oler y saborear su entrepierna sin acercarme siquiera a ella.

Bajó entonces su mano a mi paquete, para sobarlo con delicadeza e ir abriendo la cintura y la bragueta de mi pantalón. Aquello permitió que mi pene, orgulloso, apuntara hacia arriba con más libertad, pese a que estuviera aún bajo la tela del fino slip que aquel día había elegido para nuestro encuentro.

No tardó en ponerse frente a mí, de pie, para desnudarse del todo, mostrando sus firmes pechos. Su clara piel se apreciaba atractivamente suave. Ella se movía para mí, sin dejar de meterse mano, pellizcando sus pezones que, en sus pequeños pechos, sonrosados, se iban endureciendo. Mordía sus labios.

No podía dejar de mirarla. Decidí, entonces, acelerar un poco la situación y terminé de quitarme los pantalones. Ella se acercó y, sin dejar su excitación, besó mis muslos para, lentamente, bajar mi ropa interior, haciendo que mi polla se exhibiera totalmente erecta.

Acercó su cara a mis pelotas, a mi polla, con deseo, para ponerse erguida en la misma cama y pedirme que me pusiera de pie. Mientras lo hacía, sin saber si quitarme ya la camisa o no, observé que sacaba algo de uno de los cajones.

Se tendió frente a mi, con las piernas abiertas. Con una cuchara, se puso una fina capa de mermelada de fresa sobre sus anaranjados y puntiagudos pezones. Seguramente mi mujer le habría comentado lo goloso que soy.

Con cuidado, procurando no dejarme caer sobre ella, acerqué mi boca al dulce que me ofrecía, mientras ella se contoneaba ligeramente, dejando claro que su deseo aumentaba. Mientras yo me entretenía en un pezón, ella recargaba de mermelada el otro, para que mi boca no dejara de trabajar.

Sus manos me cogieron de los hombros, dejándome claro que quería que me incorporara, que me quería ya totalmente desnudo. Frente a ella, de rodillas entre sus piernas, terminé de desnudarme y, sin dejar de mirar sus pechos, brillantes tras mis lametones, comencé a acariciarme, mostrando mi polla que, con la cabeza totalmente brillante, apuntaba al frente.

Ella unto de mermelada su vulva. Mi deseo era cada vez mayor, mi pene anhelaba penetrarla, mi cabeza deseaba verla disfrutar, pero sabía que debía seguir las pautas que ella marcara, así que, sin prisas, comencé a limpiar su sexo. Su cuerpo se convulsionaba mientras yo, tras recoger la mermelada, pasaba mi lengua por sus labios vaginales, buscando su clítoris que, bien excitado, a cada lamida, provocaba que sus gemidos fueran cada vez más frecuentes.

Sus manos me intentaban apartar a veces, mientras otras parecían no querer que me despegara de su coño. No tardé en levantarme para observarla, totalmente expuesta, rendida tras mis artes.

Tardó unos minutos en recomponerse e indicarme que intercambiáramos los puestos. Me puso, por tanto, tendido en la cama, para coger mis manos y, con delicadeza, atarme a unas muñequeras que no me había dado cuenta que esperaban a los lados del cabecero de la cama.

Acercó su boca a mi oreja, mientras su mano se perdía entre sus piernas.

- Ahora jugaré yo contigo un poquito -me susurró antes de levantarse al baño, seguramente, a limpiar los restos del dulce, que, lógicamente, la abrían dejado pegajosa-.
 
Mishhh, bien agrandada salió la chica en juegos sexuales y si los padres son pervertidos teniendo una pieza para esos juegos, pero ante la gente son moralistas, wow es una chica aventajada sexualmente hablando teniendo la escuela ahí mismo.
 
Al volver comenzó a aplicar lubricante en mi picha, cosa que, tal como estaba, sinceramente, no veía necesario para comenzar a follar (pues ella tenía el sexo ya muy lubricado). Casi sin tiempo a reaccionar, me la metió en una bomba de vacío.

- Me gustan las pollas bien gordas -dijo mientras comenzaba a utilizar aquel aparato, haciendo que mi polla se hinchara poco a poco-.

Mi falo engordaba orgulloso dentro del tubo de plástico, haciendo que la piel que recubría el glande se retirara totalmente. Nunca me habían hecho algo parecido y, pese a que en un principio no sentí más que el engrosamiento de mi miembro, en el momento en que uno de mis testículos fue succionado por el tubo el dolor fue increíble.

Al darse cuenta paró para liberar mi huevo, para acariciarlo primero con sus manos, después con su propia lengua, anunciando que seguiría teniendo más cuidado.

Colocó de nuevo mi picha en el tubo para coger con la otra mano mis testículos con el fin de evitar el accidente anterior. Ahora fue más rápida en hacerla crecer y, llegado el momento, sentí como mi miembro tocaba las paredes del tubo sin que pareciera que pudiera llegar a crecer más, pese a que sus esfuerzos continuaban.

En un momento, me fijé en la pantalla en la que, tras haber terminado mi video, se la veía introduciéndose una de las pollas de goma que sus padres tenían en su “capilla”. Aquello hizo que me excitara aún más, sintiendo su lujuria por partida doble.

Pese a que, al parar de succionar con la bomba, la vez anterior, todo había bajado ligeramente, esta vez mi miembro se mantuvo gordo y largo. Nunca se me había puesto tan gorda, y, sinceramente, aquello me excitaba. Ella, tras dejar el aparato sobre una de las mesillas, lubricó su entrepierna, para comenzar a acomodarse sobre mi polla.

Se notaba que no era la primera vez que se metía una. Bajaba metiéndosela despacio, al principio sólo la punta, para, de repente, acomodársela entera en su interior, gimiendo como si la hubiera abierto en canal, cosa que, con lo gorda que se me había puesto, no me hubiera extrañado de saber que era imposible.

Yo, atado como estaba, intentaba ayudar en su empresa. Sentía cada uno de los centímetros de su interior y, con las sensaciones, los ojos se me cerraban involuntariamente, perdiendo de vista sus preciosos pechos que, frente a mí, se balanceaban con cada uno de sus movimientos.

La cabalgada intensa no tardó en producirse. Ella saltaba, gimiendo como una posesa, yo intentaba acompañar sus movimientos a pesar de estar cogido a la cama, sudando, notando la tensión en todos los músculos de mi cuerpo.

La piel de mi escroto comenzaba a encogerse, anunciando el orgasmo, cuando su teléfono comenzó a sonar. Sacó mi falo de su interior y, poniéndose de pie, contestó. Me comentó que eran sus padres, sin haber dejado de meterse mano mientras tanto: parecía que habían olvidado algo y le pedían que lo buscara para no perder tiempo.

Sin explicaciones me dejó solo, con el calentón, desnudo en la cama, encerrado en aquella habitación que, insonorizada, me mantenía totalmente incomunicado, mientras yo rezaba porque sus padres no me descubrieran, atado y con la polla más dura que una piedra, pese al parón.

Tras un momento que se me hizo una eternidad, la puerta se abrió. Mi corazón bajó las pulsaciones en cuanto la ví aparecer, con ropa deportiva (para confirmar a sus padres que estaba haciendo ejercicio, como les había dicho por teléfono, con la voz entrecortada).

Su outfit destilaba, como todo en ella, cierto aire beato, pero ello no le impidió que, colocándose frente a mi, me pusiera todavía más cachondo de lo que había podido estar en todo ese rato: bajó su pantalón hasta sus rodillas y, tras tocarse encima de sus bragas, hizo lo mismo con ellas para meterse los dedos y provocarse una corrida que, con la puerta abierta y sin parar de gemir, en caso de que sus padres hubieran vuelto, podría haberla metido en un gran problema.

Mi polla, apuntando al techo, sin haber perdido la espléndida presencia que ella había conseguido, se movía acompañando a mis piernas, a mi cuerpo, que anhelaban poseerla de nuevo.

Unos minutos después de su orgasmo, ya recuperada, abrió la chaqueta del chandal, sin tapar su entrepierna, y, tras subir la camiseta para mostrar de nuevo sus senos, se acercó a una de las mesillas para coger lubricante sin que yo mismo supiera realmente qué haría conmigo.

Se colocó entre mis piernas, que abrió para dejar claro cuál sería el centro de su atención en ese momento y, sentada sobre sus piernas, semidesnuda y sin mostrar más que sus senos por la postura, cogió mi pene y comenzó a subir y bajar su mano sin que la erección permitiera que el pellejo que normalmente cubría la cabeza de mi miembro se moviera siquiera.

Aquellas caricias, con la excitación que, a pesar de la interrupción, seguía sintiendo, me hacían estremecer, mientras ella variaba la velocidad, sin hablar, concentrada en mi picha, mientras mis gemidos mezclaban placer y cansancio.

En varias ocasiones pensé que me terminaría corriendo, pese a que ella, mostrando su experiencia, paraba, hasta que, decidida, comenzó a aumentar la velocidad de sus caricias, haciendo que mi cuerpo se retorciera como nunca.

No pude controlar la corrida pese a que lo intenté: mis piernas temblaban mientras ella seguía trabajándome la minga y mis brazos, mis hombros, mi cara, se contraían de placer, haciendo que mis ojos se pusieran en blanco.

Paró unos segundos en los que pude ver que mi leche había llegado a su cara, para seguir poco después, torturándome de nuevo con sus caricias, hasta conseguir que una segunda corrida, y hasta una tercera, me dejaran exhausto.

Me desató sin darme tiempo siquiera a recomponer mis fuerzas, apremiándome para que me vistiera y saliera de allí para que le diera tiempo a dejarlo todo recogido. Yo, sin que las piernas me sostuvieran prácticamente, me vestí, no sin antes acariciar mis pelotas y mi picha no sé si para comprobar que estaba todo en perfecto estado o para agradecer su aguante.

Ya vestida, la beata me acompañó hasta la salida. No solía repetir, me dijo, así que todo había terminado. Me ofreció un regalo, indicando que lo abriera con mi mujer, y, sin más, con un casto beso en la cara, me despidió.

Si vestirme había sido costoso, bajar los pocos escalones para salir hasta el coche, fue un auténtico reto. No tuve tanta dificultad en conducir y llegué a casa sin problemas. Mi mujer esperaba, nerviosa. Yo la besé y, cogiéndole la mano, la posé sobre mi paquete, para que notara como, no sin esfuerzo, había puesto mi pene duro para ella, sabiendo que, ante la posible vuelta de nuestra hija a casa, nada más pasaría.

Cogí el regalo y lo abrí, explicándole que nos lo había facilitado ella, para descubrir una bomba de vacío como la que habíamos utilizado esa misma tarde. Sonreí a mi mujer pícaramente: no veas cómo me la ha puesto con una de estas…
 
Bien perversa la chica, jajajaja al parecer tiene más experiencia que sus padres pues da la impresión que se las sabe todas.
 

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