Cuando mi mujer me habló de retomar sus estudios universitarios lo tomé a guasa, pero al poco tiempo me había convertido en el encargado de llevarla y traerla desde casa a la universidad y viceversa.
Hace un mes me comentó que tenía que hacer una presentación con unas compañeras y que había quedado en su piso: no sabía a qué hora terminaría, así que yo aproveché para dar una vuelta y, cuando me llamó para decirme que estaban terminando, me acerqué a recogerla.
Cuando llegué me hicieron subir al piso, me recibió una chica de unos veintipocos en la puerta, haciéndome pasar al salón. Pasamos por el pasillo, alargado, de los de los pisos de antes, extrañándome que las luces de la casa parecían estar apagadas aunque empezaba a oscurecer.
Paró para dejarme pasar y, al hacerlo, noté como me agarraban de los brazos. Me giré para intentar zafarme, viendo que mi mujer y una compañera a la que conocía estaban atadas en sillas con las bocas tapadas. En poco tiempo me encontré placado contra el suelo y sin poder moverme.
Las chicas que me habían enganchado me explicaron que su verdadero objetivo era jugar conmigo: se dedicaban a captar a novios de universitarias para grabarles desnudos y en actitudes sexuales que luego vendían por internet y, desde luego, hacerlo con un madurito como yo, sería muy morboso.
Me tuvieron un buen rato contra el suelo, chantajeándome e intentando llegar a una propuesta que acepté en cuanto comprendí que sería peor para Mabel si no accedía a su propuesta.
Me levanté, observando que mi mujer estaba llorando, y me hicieron seguir a una de ellas hasta llegar a lo que debía ser el salón de la casa, en la que todo estaba preparado: cámaras, una cama, un sillón, algún foco… por supuesto, todo con las persianas bajadas y las cortinas echadas.
A mi mujer, que me tenía muy visto, la dejarían en la otra habitación, pero a la otra compañera la habían traído para ver el espectáculo.
Siguiendo sus instrucciones me senté en el sillón y esperé sus indicaciones, bastante nervioso, mientras ellas lo preparaban todo. Una de ellas quedó vigilando a mi mujer, que lo oiría todo.
La cámara comenzaba a grabar:
A mi me encanta mamar, si es a maduritos como tú, mejor. Vamos, ponte de pie y quítate la chaqueta.
Me levanté de mala gana y, con la intención de desnudarme lo antes posible, me quité la chaqueta y la corbata (las llevaba por el trabajo), hasta que la otra chica que había allí, acercándose, me detuvo, para comenzar a pasar su mano por mis pectorales, por encima de la camisa, deleitándose en mis pezones.
Comentaron que habían cazado un buen “osito”, cosa que no terminé de entender, y que como yo no tenían otro.
No tardaron mucho en pedir que me quitara la camisa, mientras se tocaban la entrepierna con la mano que la cámara les dejaba libre.
Tienes buen pecho, marcadito, pero sin pasarte. ¿Te arreglas el vello, verdad? – afirmé ligeramente con la cabeza-
De joven, en aquellos tiempos en que mostrar el pecho abriendo la camisa y en que parecía que tener vello le hacía a uno ser bastante masculino, no había tenido mucho, pero, conforme fui madurando, iba teniendo un poco más, bien repartido, en la parte del pecho, especialmente alrededor de los pezones y, sobre todo, en la parte interior de los muslos, aunque en las piernas no tuviera mucho. Mi sexo tenía un vello más abundante, sobre todo en el pubis y alrededor de los testículos, ya que estos últimos tenían menos que el resto.
Me encanta el vello que tienes alrededor del ombligo, fíjate como baja formando un triangulito cada vez más poblado.
Una se acercó a palpar mi barriga, haciendo ver que la tenía maciza, disfrutando con el vello del triangulito que habían comentado antes. No me hacía gracia que me sobaran tanto, pero esperaba que, si colaboraba, la cosa no se desmadrara demasiado.
Preguntaron si había sido deportista, así que les conté que había jugado al futbol en mi juventud, como portero. La que estaba con mi mujer llegó en ese momento y, sin pensarlo, se acercó, pidiéndome que pusiera las manos en la nuca. Viendo que aquello me incomodaba, me mostró sus manos y, colocándolas en la espalda, acercó su boca a mis pezones. Al principio me dio algún beso, con la boca cerrada, después, con delicadeza, los lamió con la punta de su lengua, para, finalmente, morderlos ligeramente y volver a su vigilancia.
Aquello me excitó ligeramente, pese a que habitualmente, que jugaran con mis pezones no solía tener aquel efecto.
Quítate los pantalones, debes tener buenas piernas.
Decidí darme la vuelta, prefería bajármelos de espaldas, buscando algo más de intimidad, sin pensar que mi trasero también sería objeto de su deseo, puesto que se acercaron para palpar mis glúteos.
Redonditos y prietos. Esperaba muslos más gordos, pero están fibradetes.
Esperaba que me pidieran que me desnudara ya, sobre todo porque los calzoncillos, aquel día, tenían ya la cinturilla algo floja, pero me hicieron dar la vuelta y siguieron grabando todo mi cuerpo un rato más. Me preguntaron si llevaba una talla mediana, y, al confirmarlo, me pidieron que me colocara detrás del sofá que había en la habitación, sin que yo pudiera adivinar sus intenciones.
Mientras andaba, grababan directamente mi paquete, que se movía de un lado al otro por el empuje de los muslos, mientras yo me preocupaba más en la sensación de que los slips se caerían en cualquier momento. Cuando estuve detrás del sofá me los quité, y tiré de mi polla hacia abajo, una costumbre que tenía cada vez que la dejaba libre.
Fue entonces cuando me tiraron una caja para que la abriera: saqué de ella un tanga, de color negro. Tuve que darle varias vueltas hasta entender cómo me lo tenía que poner, intentando hacerlo lo antes posible, y sin que se me viera el rabo, como ellas pedían.
Pensé que la tira de atrás sería más incómoda, pero no era así, puede que por el tipo de tejido del que estaba hecho. Por delante parecía algún tipo de imitación de cuero, suave en el contacto con mis genitales. Lo que más me incomodaba era que dejaba al descubierto casi todo mi pubis, aunque en los lados la cintura se quedara en su lugar.
Volvieron a pedirme que pusiera las manos en la nuca y me pidieron que me diera una vuelta, despacio. Una de ellas, la morena, mientras, se quitó los pantalones, dejando al descubierto su sexo sonrosado y carnoso, con algo de vello, para comenzar a tocarse mientras me miraba.
La otra acercó la silla de la amiga de mi mujer, de la que ya me había olvidado. Amordazada, miraba asustada y avergonzada a partes iguales: por lo que me decía mi mujer era muy buena, pero algo mojigata.
Hace un mes me comentó que tenía que hacer una presentación con unas compañeras y que había quedado en su piso: no sabía a qué hora terminaría, así que yo aproveché para dar una vuelta y, cuando me llamó para decirme que estaban terminando, me acerqué a recogerla.
Cuando llegué me hicieron subir al piso, me recibió una chica de unos veintipocos en la puerta, haciéndome pasar al salón. Pasamos por el pasillo, alargado, de los de los pisos de antes, extrañándome que las luces de la casa parecían estar apagadas aunque empezaba a oscurecer.
Paró para dejarme pasar y, al hacerlo, noté como me agarraban de los brazos. Me giré para intentar zafarme, viendo que mi mujer y una compañera a la que conocía estaban atadas en sillas con las bocas tapadas. En poco tiempo me encontré placado contra el suelo y sin poder moverme.
Las chicas que me habían enganchado me explicaron que su verdadero objetivo era jugar conmigo: se dedicaban a captar a novios de universitarias para grabarles desnudos y en actitudes sexuales que luego vendían por internet y, desde luego, hacerlo con un madurito como yo, sería muy morboso.
Me tuvieron un buen rato contra el suelo, chantajeándome e intentando llegar a una propuesta que acepté en cuanto comprendí que sería peor para Mabel si no accedía a su propuesta.
Me levanté, observando que mi mujer estaba llorando, y me hicieron seguir a una de ellas hasta llegar a lo que debía ser el salón de la casa, en la que todo estaba preparado: cámaras, una cama, un sillón, algún foco… por supuesto, todo con las persianas bajadas y las cortinas echadas.
A mi mujer, que me tenía muy visto, la dejarían en la otra habitación, pero a la otra compañera la habían traído para ver el espectáculo.
Siguiendo sus instrucciones me senté en el sillón y esperé sus indicaciones, bastante nervioso, mientras ellas lo preparaban todo. Una de ellas quedó vigilando a mi mujer, que lo oiría todo.
La cámara comenzaba a grabar:
- Preséntate: nombre, edad…
- Soy Juan Javier, 53 años.
- ¿Tu última corrida…?
- Este fin de semana -miré con cara de pocos amigos antes de contestar-.
- Debes tenerlos bastante cargados. ¿Paja o polvo?
- Polvo, ya no me hago pajas.
- Follas mucho, entonces.
- Lo necesario.
- ¿Soltero o casado?
- Ya lo sabéis.
- ¿Te has follado a muchas?
- Llevo con ella casi toda la vida.
- Seguro que te has follado a alguna ya casados -la afirmación se acompañó de una sonrisa pícara-.
- ¿Te gustan las mamadas?
A mi me encanta mamar, si es a maduritos como tú, mejor. Vamos, ponte de pie y quítate la chaqueta.
Me levanté de mala gana y, con la intención de desnudarme lo antes posible, me quité la chaqueta y la corbata (las llevaba por el trabajo), hasta que la otra chica que había allí, acercándose, me detuvo, para comenzar a pasar su mano por mis pectorales, por encima de la camisa, deleitándose en mis pezones.
- ¿Tienes frío?
- Suelo tenerlos siempre duros.
Comentaron que habían cazado un buen “osito”, cosa que no terminé de entender, y que como yo no tenían otro.
No tardaron mucho en pedir que me quitara la camisa, mientras se tocaban la entrepierna con la mano que la cámara les dejaba libre.
Tienes buen pecho, marcadito, pero sin pasarte. ¿Te arreglas el vello, verdad? – afirmé ligeramente con la cabeza-
De joven, en aquellos tiempos en que mostrar el pecho abriendo la camisa y en que parecía que tener vello le hacía a uno ser bastante masculino, no había tenido mucho, pero, conforme fui madurando, iba teniendo un poco más, bien repartido, en la parte del pecho, especialmente alrededor de los pezones y, sobre todo, en la parte interior de los muslos, aunque en las piernas no tuviera mucho. Mi sexo tenía un vello más abundante, sobre todo en el pubis y alrededor de los testículos, ya que estos últimos tenían menos que el resto.
Me encanta el vello que tienes alrededor del ombligo, fíjate como baja formando un triangulito cada vez más poblado.
Una se acercó a palpar mi barriga, haciendo ver que la tenía maciza, disfrutando con el vello del triangulito que habían comentado antes. No me hacía gracia que me sobaran tanto, pero esperaba que, si colaboraba, la cosa no se desmadrara demasiado.
Preguntaron si había sido deportista, así que les conté que había jugado al futbol en mi juventud, como portero. La que estaba con mi mujer llegó en ese momento y, sin pensarlo, se acercó, pidiéndome que pusiera las manos en la nuca. Viendo que aquello me incomodaba, me mostró sus manos y, colocándolas en la espalda, acercó su boca a mis pezones. Al principio me dio algún beso, con la boca cerrada, después, con delicadeza, los lamió con la punta de su lengua, para, finalmente, morderlos ligeramente y volver a su vigilancia.
Aquello me excitó ligeramente, pese a que habitualmente, que jugaran con mis pezones no solía tener aquel efecto.
Quítate los pantalones, debes tener buenas piernas.
Decidí darme la vuelta, prefería bajármelos de espaldas, buscando algo más de intimidad, sin pensar que mi trasero también sería objeto de su deseo, puesto que se acercaron para palpar mis glúteos.
Redonditos y prietos. Esperaba muslos más gordos, pero están fibradetes.
Esperaba que me pidieran que me desnudara ya, sobre todo porque los calzoncillos, aquel día, tenían ya la cinturilla algo floja, pero me hicieron dar la vuelta y siguieron grabando todo mi cuerpo un rato más. Me preguntaron si llevaba una talla mediana, y, al confirmarlo, me pidieron que me colocara detrás del sofá que había en la habitación, sin que yo pudiera adivinar sus intenciones.
Mientras andaba, grababan directamente mi paquete, que se movía de un lado al otro por el empuje de los muslos, mientras yo me preocupaba más en la sensación de que los slips se caerían en cualquier momento. Cuando estuve detrás del sofá me los quité, y tiré de mi polla hacia abajo, una costumbre que tenía cada vez que la dejaba libre.
Fue entonces cuando me tiraron una caja para que la abriera: saqué de ella un tanga, de color negro. Tuve que darle varias vueltas hasta entender cómo me lo tenía que poner, intentando hacerlo lo antes posible, y sin que se me viera el rabo, como ellas pedían.
Pensé que la tira de atrás sería más incómoda, pero no era así, puede que por el tipo de tejido del que estaba hecho. Por delante parecía algún tipo de imitación de cuero, suave en el contacto con mis genitales. Lo que más me incomodaba era que dejaba al descubierto casi todo mi pubis, aunque en los lados la cintura se quedara en su lugar.
Volvieron a pedirme que pusiera las manos en la nuca y me pidieron que me diera una vuelta, despacio. Una de ellas, la morena, mientras, se quitó los pantalones, dejando al descubierto su sexo sonrosado y carnoso, con algo de vello, para comenzar a tocarse mientras me miraba.
La otra acercó la silla de la amiga de mi mujer, de la que ya me había olvidado. Amordazada, miraba asustada y avergonzada a partes iguales: por lo que me decía mi mujer era muy buena, pero algo mojigata.