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Bueno pues tenemos ganadora
Marta -> 8
Lorenzo -> 6
Bruno -> 4
Victoria -> 2
Comenzaremos con Marta y seguiremos hacia abajo. A ver hasta dónde nos lleva esta aventura![]()
Bueno ha empezado bien, veremos como acaba Marta que me da que es muy picaronaMarta.
Tumbada en mi lecho real, es decir, una cama con más bultos que una patata, me dejaba acunar por el concierto matutino de petirrojos y mirlos. Estos pajarillos del jardín, sin saberlo, eran mis despertadores naturales. Entre trino y trino, una idea que me llevaba cosquilleando el cerebro una semana: iniciar un diario personal. Ya saben ese viejo dicho de que en la vida una debe procrear, jugar a jardinera y escribir un libro. Bueno, a mis 49 primaveras, puedo tachar dos de la lista: tengo un chico de 23 años, una mezcla perfecta entre un sabiondo y un ángel, y un jardín que es más un bosque, gracias a mi afición por plantar árboles como si fueran patatas.
Ahora, lo del diario. Sería el cúmulo de mis peripecias diarias, anécdotas, pensamientos y Siempre pensé que escribir a mano tenía su aquel, dándole un aire de misterio y pasión al asunto. Pero, seamos sinceros, con la tecnología evito que mi diario parezca un mapa del tesoro lleno de tachones, y puedo poner en orden mis ideas, que suelen revolotear como los pájaros en mi jardín. Así que, ¡manos a la obra! O mejor dicho, ¡dedos al teclado!
Reflejos de un día.
Lo he vuelto a ver, sentado como siempre al final del bus. Con su aire de misterio, su barbita cuidada, y media melena. Debe tener a las chicas locas, con ese porte y elegancia. Hoy ha sido diferente, se ha levantado antes y se ha situado detrás de mí en lugar de pasar y quedarse hablando con el conductor hasta que llegamos a su parada.
El aura de su colonia me envolvió, el leve roce de su respiración en mi nuca me hizo vibrar. Me consumió la fantasía de sus labios desplazando suavemente mi cabello para depositar un beso furtivo en mi cuello. Sí, una mujer con anillo no debería darle cabida a tales delirios. Pero he aquí mi confesión: la sola estatura de su ser, su dominante presencia, encienden en mí una chispa de deseo.
Al llegar a su destino, su cercanía casi rozó mi existencia. Inmóvil me quedé, anhelando un contacto accidental. Su fragancia me hechiza, la respiro profundamente, grabándola en mi mente mientras me encamino a la rutina de mi oficina.
Llegué con mi clásico retraso de diez minutos, marcando las 9:10 en el reloj. Puntuales son otros, porque lo mío es otro arte: hacer que la asesoría brille, aunque llegue cuando los demás ya están con el café en la mano. Y no es que me guste alardear, pero cuando las cosas se ponen feas, cuando el caos se sienta en nuestra mesa y todos se esfuman, ahí estoy yo, desenredando el enredo.
- "¡Buenos días, familia!", exclamé, cruzando el umbral con energía.
- "¡Hola, Marta!", me devolvieron el saludo.
- "Tenemos que hablar", soltó Antonio casi sin preámbulos.
- "Oye, déjame al menos posar el bolso, ¿qué ocurre?", repliqué con una sonrisa cómplice.
- "Nada grave... Roberto ha llamado. Quiere hablar contigo a las doce, algo de la farmacia", me contó, mientras yo me quitaba el abrigo y ocupaba mi silla.
- "Vale, ¿algo más en el horizonte?", pregunté, ya poniéndome en modo trabajo.
- "No, todo tranquilo", cerró el tema.
Nuestro rinconcito de números y papeleos es pequeño, tres compañeras y Antonio, el patrón. Antonio, con 62 años y el sueño de la jubilación en su mirada. Su hijo, que ronda los 45, apenas se deja caer por aquí, pero será el heredero cuando Antonio decida pasar más tiempo con los suyos que con los números.
Roberto, el dueño de una farmacia y uno de nuestros clientes más fieles, es de esos que prefiere el calor humano al frío del email. No suele visitarnos, pero cuando lo hace, sabe que es alguien especial.
Como un reloj, Roberto apareció a las 12.
- "Buenos días, o debería decir buenas tardes", bromeó al entrar.
- "Roberto, ¿qué te trae por estos lares?", inquirió Antonio.
"Solo vine a saludar y a hablar un ratito", respondió él, acercándose a mi escritorio.
- "Hola Roberto, ¿cómo va todo?", lo saludé, con esa sonrisa que guardo para los buenos clientes.
- "Ahora que te veo, mejor", me dijo con ese brillo en los ojos, anticipando una charla más personal.
Nos dirigimos al despachito junto a mi mesa, ese rincón privado para conversaciones importantes.
- "Marta, estás espectacular, hay veinteañeras que ya quisieran", me soltó el piropo de siempre al cerrar la puerta. A Roberto le gusta ese juego de halagos y, ¿por qué no admitirlo? A mí me encanta escucharlos.
- "¡Anda ya, Roberto!", le contesté entre risas. "Eso quisiera yo".
Mientras Roberto cerraba la puerta, yo no podía evitar recordar esas fantasías fugaces, pequeñas locuras que la mente teje en momentos de distracción. Sí, Roberto tenía 55 años, y aunque no es mi tipo, hay algo en su presencia, que a veces pone en marcha mi imaginación.
- "¿Y qué novedades traes?", pregunté, intentando mantener la conversación, lejos de esos pensamientos traviesos.
- "Novedades, pocas. La vida de un farmacéutico no es tan emocionante como la de la asesora estrella que resuelve crisis tras crisis", dijo Roberto.
No pude evitar sonreír.
- "Vamos, seguro que hay algo más emocionante en tu día a día que contar pastillas y dar consejos médicos".
Él se acomodó en la silla frente a mí, con esa sonrisa suya que a veces me desconcertaba. - "Lo emocionante es venir aquí, y escapar un poco de la rutina".
- "¿Y eso?", pregunté, arqueando una ceja.
- "Sabes... es agradable ver caras amigables. Y la tuya, Marta, siempre tiene ese brillo especial".
Al escucharlo, algo cálido se removió dentro de mí.
Charlamos un poco más. Roberto hablaba de su farmacia, de los cambios en el barrio, y yo lo escuchaba, sorprendiéndome de cómo su voz se tejía con mis pensamientos, con esa fantasía efímera que no buscaba realizarse, pero que era divertida de imaginar.
Cuando finalmente se levantó para irse, no pude evitar fijarme en su paquete.
- "Gracias por la charla, Marta. Siempre es un placer".
- "El placer es mío, Roberto. Ya sabes que esta es tu casa", dije, y en cierto modo, lo sentía. Después de todo, esos encuentros son pequeños destellos en mi rutina, destellos que a veces, solo a veces, me hacen desear un poco más de locura en mi vida.
Marta.
Tumbada en mi lecho real, es decir, una cama con más bultos que una patata, me dejaba acunar por el concierto matutino de petirrojos y mirlos. Estos pajarillos del jardín, sin saberlo, eran mis despertadores naturales. Entre trino y trino, una idea que me llevaba cosquilleando el cerebro una semana: iniciar un diario personal. Ya saben ese viejo dicho de que en la vida una debe procrear, jugar a jardinera y escribir un libro. Bueno, a mis 49 primaveras, puedo tachar dos de la lista: tengo un chico de 23 años, una mezcla perfecta entre un sabiondo y un ángel, y un jardín que es más un bosque, gracias a mi afición por plantar árboles como si fueran patatas.
Ahora, lo del diario. Sería el cúmulo de mis peripecias diarias, anécdotas, pensamientos y Siempre pensé que escribir a mano tenía su aquel, dándole un aire de misterio y pasión al asunto. Pero, seamos sinceros, con la tecnología evito que mi diario parezca un mapa del tesoro lleno de tachones, y puedo poner en orden mis ideas, que suelen revolotear como los pájaros en mi jardín. Así que, ¡manos a la obra! O mejor dicho, ¡dedos al teclado!
Reflejos de un día.
Lo he vuelto a ver, sentado como siempre al final del bus. Con su aire de misterio, su barbita cuidada, y media melena. Debe tener a las chicas locas, con ese porte y elegancia. Hoy ha sido diferente, se ha levantado antes y se ha situado detrás de mí en lugar de pasar y quedarse hablando con el conductor hasta que llegamos a su parada.
El aura de su colonia me envolvió, el leve roce de su respiración en mi nuca me hizo vibrar. Me consumió la fantasía de sus labios desplazando suavemente mi cabello para depositar un beso furtivo en mi cuello. Sí, una mujer con anillo no debería darle cabida a tales delirios. Pero he aquí mi confesión: la sola estatura de su ser, su dominante presencia, encienden en mí una chispa de deseo.
Al llegar a su destino, su cercanía casi rozó mi existencia. Inmóvil me quedé, anhelando un contacto accidental. Su fragancia me hechiza, la respiro profundamente, grabándola en mi mente mientras me encamino a la rutina de mi oficina.
Llegué con mi clásico retraso de diez minutos, marcando las 9:10 en el reloj. Puntuales son otros, porque lo mío es otro arte: hacer que la asesoría brille, aunque llegue cuando los demás ya están con el café en la mano. Y no es que me guste alardear, pero cuando las cosas se ponen feas, cuando el caos se sienta en nuestra mesa y todos se esfuman, ahí estoy yo, desenredando el enredo.
- "¡Buenos días, familia!", exclamé, cruzando el umbral con energía.
- "¡Hola, Marta!", me devolvieron el saludo.
- "Tenemos que hablar", soltó Antonio casi sin preámbulos.
- "Oye, déjame al menos posar el bolso, ¿qué ocurre?", repliqué con una sonrisa cómplice.
- "Nada grave... Roberto ha llamado. Quiere hablar contigo a las doce, algo de la farmacia", me contó, mientras yo me quitaba el abrigo y ocupaba mi silla.
- "Vale, ¿algo más en el horizonte?", pregunté, ya poniéndome en modo trabajo.
- "No, todo tranquilo", cerró el tema.
Nuestro rinconcito de números y papeleos es pequeño, tres compañeras y Antonio, el patrón. Antonio, con 62 años y el sueño de la jubilación en su mirada. Su hijo, que ronda los 45, apenas se deja caer por aquí, pero será el heredero cuando Antonio decida pasar más tiempo con los suyos que con los números.
Roberto, el dueño de una farmacia y uno de nuestros clientes más fieles, es de esos que prefiere el calor humano al frío del email. No suele visitarnos, pero cuando lo hace, sabe que es alguien especial.
Como un reloj, Roberto apareció a las 12.
- "Buenos días, o debería decir buenas tardes", bromeó al entrar.
- "Roberto, ¿qué te trae por estos lares?", inquirió Antonio.
"Solo vine a saludar y a hablar un ratito", respondió él, acercándose a mi escritorio.
- "Hola Roberto, ¿cómo va todo?", lo saludé, con esa sonrisa que guardo para los buenos clientes.
- "Ahora que te veo, mejor", me dijo con ese brillo en los ojos, anticipando una charla más personal.
Nos dirigimos al despachito junto a mi mesa, ese rincón privado para conversaciones importantes.
- "Marta, estás espectacular, hay veinteañeras que ya quisieran", me soltó el piropo de siempre al cerrar la puerta. A Roberto le gusta ese juego de halagos y, ¿por qué no admitirlo? A mí me encanta escucharlos.
- "¡Anda ya, Roberto!", le contesté entre risas. "Eso quisiera yo".
Mientras Roberto cerraba la puerta, yo no podía evitar recordar esas fantasías fugaces, pequeñas locuras que la mente teje en momentos de distracción. Sí, Roberto tenía 55 años, y aunque no es mi tipo, hay algo en su presencia, que a veces pone en marcha mi imaginación.
- "¿Y qué novedades traes?", pregunté, intentando mantener la conversación, lejos de esos pensamientos traviesos.
- "Novedades, pocas. La vida de un farmacéutico no es tan emocionante como la de la asesora estrella que resuelve crisis tras crisis", dijo Roberto.
No pude evitar sonreír.
- "Vamos, seguro que hay algo más emocionante en tu día a día que contar pastillas y dar consejos médicos".
Él se acomodó en la silla frente a mí, con esa sonrisa suya que a veces me desconcertaba. - "Lo emocionante es venir aquí, y escapar un poco de la rutina".
Al escucharlo, algo cálido se removió dentro de mí.
Charlamos un poco más. Roberto hablaba de su farmacia, de los cambios en el barrio, y yo lo escuchaba, sorprendiéndome de cómo su voz se tejía con mis pensamientos, con esa fantasía efímera que no buscaba realizarse, pero que era divertida de imaginar.
Cuando finalmente se levantó para irse, no pude evitar fijarme en su paquete.
- "Gracias por la charla, Marta. Siempre es un placer".
- "El placer es mío, Roberto. Ya sabes que esta es tu casa", dije, y en cierto modo, lo sentía. Después de todo, esos encuentros son pequeños destellos en mi rutina, destellos que a veces, solo a veces, me hacen desear un poco más de locura en mi vida.
Veremos, veremos.Va la historia.
Imagino una serie de acontecimientos que precipitará cruzando las vidas de Marta, Lorenzo, Bruno y Victoria.![]()
Olfateando la perdiciónPara no alargar mucho la espera. Traigo un fragmento.
Esencias
Desde que Pablo llegó a nuestras vidas, opté por trabajar menos horas. Al principio, fue una decisión para equilibrar mejor mi vida laboral y personal, y aunque tuve la opción de retomar mi horario completo, prefiero disfrutar de las tardes sin trabajo. Afortunadamente, nuestra situación financiera nos lo permite, por eso, elegí mantener esta rutina para aprovechar más momentos para mí.
Aunque suelo llegar un poquito tarde, lo compenso con mi hora de salida, pero hoy la rutina tenía un giro de guión. Necesitaba salir antes para hacer una parada estratégica en correos y rescatar un paquete que, estoy segura, ya había echado raíces en la oficina. Ahora, Antonio, mi jefe, tiene esa política de 'haz lo que debas sin pedir permisos', pero a mí me encanta pedirlos igualmente, solo para ver su expresión de falso enfado. Así que me acerqué con mi mejor sonrisa traviesa y solté:
- “Antonio, hoy me escapo un poquito antes, ¿vale? Tengo que liberar a un paquete de las garras de correos.”
Antonio me miró por encima de sus gafas con esa mirada que ya es un clásico, medio entre la resignación y la diversión.
- ”¿Enserio? ¡Ya sabes que no tienes que decirme nada! Después de la eternidad que llevas aquí y a las mil y una que hemos sobrevivido juntos. Si te vas antes, yo ya sé que tienes tus buenos motivos.”
Le guiñé un ojo, mientras me ponía la chaqueta.
- “Hasta mañana. Ciaaaooo.”
Y sin más, salí de la oficina con una sonrisa, dejando a Antonio sacudiendo la cabeza entre risas y la sospecha de que quizás el paquete era algo más emocionante que facturas o modelos de impuestos.
Hice mi parada en correos y, para mi alegría, la cola era tan corta que el paquete estaba en mis manos en un abrir y cerrar de ojos. Con el tiempo extra que el universo me regaló, decidí hacer una incursión en Douglas, porque ¿quién no necesita un mimo de vez en cuando? Así que, con una misión de fragancias en mente, me lancé a la caza de un perfume que me definiera.
Primero, me armé con un arsenal de tiras de cartón blanco, listas para ser impregnadas con el alma de cada esencia. Una tira para "La Vie Est Belle", dejando que su aroma optimista bailara alrededor. Luego, "Guerlain L'heure bleu", tan elegante y misterioso como una noche estrellada. "Good Girl", porque, como su nombre indica, soy una chica que siempre sigue las reglas... Bueno, casi siempre. Y una tira para "Sí". Después de un rato en esa nube de aromas, "La Vie Est Belle" capturó mi corazón (o mi nariz, más bien). Pero había una misión secreta en mi agenda: descubrir el aroma del “melenas misterioso” del autobús, ese que me ha tenido fantaseando con sus posibles notas personales. Con mi nariz como la mejor detective, inspeccioné una variedad hasta que "Armani Code" resonó como el sospechoso más probable. Espero con impaciencia que el amanecer me confirme si he acertado en mi olfativa investigación. Con un poco de suerte, mañana sabré si he desencriptado el código de su aroma.
Camino a la perdición
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