Cruces Urbanos

Marta.

Tumbada en mi lecho real, es decir, una cama con más bultos que una patata, me dejaba acunar por el concierto matutino de petirrojos y mirlos. Estos pajarillos del jardín, sin saberlo, eran mis despertadores naturales. Entre trino y trino, una idea que me llevaba cosquilleando el cerebro una semana: iniciar un diario personal. Ya saben ese viejo dicho de que en la vida una debe procrear, jugar a jardinera y escribir un libro. Bueno, a mis 49 primaveras, puedo tachar dos de la lista: tengo un chico de 23 años, una mezcla perfecta entre un sabiondo y un ángel, y un jardín que es más un bosque, gracias a mi afición por plantar árboles como si fueran patatas.

Ahora, lo del diario. Sería el cúmulo de mis peripecias diarias, anécdotas y pensamientos. Siempre pensé que escribir a mano tenía su aquel, dándole un aire de misterio y pasión al asunto. Pero, seamos sinceros, con la tecnología evito que mi diario parezca un mapa del tesoro lleno de tachones, y puedo poner en orden mis ideas, que suelen revolotear como los pájaros en mi jardín. Así que, ¡manos a la obra! O mejor dicho, ¡dedos al teclado!

Reflejos de un día.

Lo he vuelto a ver, sentado como siempre al final del bus. Con su aire de misterio, su barbita cuidada, y media melena. Debe tener a las chicas locas, con ese porte y elegancia. Hoy ha sido diferente, se ha levantado antes y se ha situado detrás de mí en lugar de pasar y quedarse hablando con el conductor hasta que llegamos a su parada.

El aura de su colonia me envolvió, el leve roce de su respiración en mi nuca me hizo vibrar. Me consumió la fantasía de sus labios desplazando suavemente mi cabello para depositar un beso furtivo en mi cuello. Sí, una mujer con anillo no debería darle cabida a tales delirios. Pero he aquí mi confesión: la sola estatura de su ser, su dominante presencia, encienden en mí una chispa de deseo.

Al llegar a su destino, su cercanía casi rozó mi existencia. Inmóvil me quedé, anhelando un contacto accidental. Su fragancia me hechiza, la respiro profundamente, grabándola en mi mente mientras me encamino a la rutina de mi oficina.

Llegué con mi clásico retraso de diez minutos, marcando las 9:10 en el reloj. Puntuales son otros, porque lo mío es otro arte: hacer que la asesoría brille, aunque llegue cuando los demás ya están con el café en la mano. Y no es que me guste alardear, pero cuando las cosas se ponen feas, cuando el caos se sienta en nuestra mesa y todos se esfuman, ahí estoy yo, desenredando el enredo.

- "¡Buenos días, familia!", exclamé, cruzando el umbral con energía.

- "¡Hola, Marta!", me devolvieron el saludo.

- "Tenemos que hablar", soltó Antonio casi sin preámbulos.

- "Oye, déjame al menos posar el bolso, ¿qué ocurre?", repliqué con una sonrisa cómplice.

- "Nada grave... Roberto ha llamado. Quiere hablar contigo a las doce, algo de la farmacia", me contó, mientras yo me quitaba el abrigo y ocupaba mi silla.

- "Vale, ¿algo más en el horizonte?", pregunté, ya poniéndome en modo trabajo.

- "No, todo tranquilo", cerró el tema.

Nuestro rinconcito de números y papeleos es pequeño, tres compañeras y Antonio, el patrón. Antonio, con 62 años y el sueño de la jubilación en su mirada. Su hijo, que ronda los 45, apenas se deja caer por aquí, pero será el heredero cuando Antonio decida pasar más tiempo con los suyos que con los números.

Roberto, el dueño de una farmacia y uno de nuestros clientes más fieles, es de esos que prefiere el calor humano al frío del email. No suele visitarnos, pero cuando lo hace, sabe que es alguien especial.

Como un reloj, Roberto apareció a las 12.

- "Buenos días, o debería decir buenas tardes", bromeó al entrar.

- "Roberto, ¿qué te trae por estos lares?", inquirió Antonio.

"Solo vine a saludar y a hablar un ratito", respondió él, acercándose a mi escritorio.

- "Hola Roberto, ¿cómo va todo?", lo saludé, con esa sonrisa que guardo para los buenos clientes.

- "Ahora que te veo, mejor", me dijo con ese brillo en los ojos, anticipando una charla más personal.

Nos dirigimos al despachito junto a mi mesa, ese rincón privado para conversaciones importantes.

- "Marta, estás espectacular, hay veinteañeras que ya quisieran", me soltó el piropo de siempre al cerrar la puerta. A Roberto le gusta ese juego de halagos y, ¿por qué no admitirlo? A mí me encanta escucharlos.

- "¡Anda ya, Roberto!", le contesté entre risas. "Eso quisiera yo".

Mientras Roberto cerraba la puerta, yo no podía evitar recordar esas fantasías fugaces, pequeñas locuras que la mente teje en momentos de distracción. Sí, Roberto tenía 55 años, y aunque no es mi tipo, hay algo en su presencia, que a veces pone en marcha mi imaginación.

- "¿Y qué novedades traes?", pregunté, intentando mantener la conversación, lejos de esos pensamientos traviesos.

- "Novedades, pocas. La vida de un farmacéutico no es tan emocionante como la de la asesora estrella que resuelve crisis tras crisis", dijo Roberto.

No pude evitar sonreír.

- "Vamos, seguro que hay algo más emocionante en tu día a día que contar pastillas y dar consejos médicos".

Él se acomodó en la silla frente a mí, con esa sonrisa suya que a veces me desconcertaba. - "Lo emocionante es venir aquí, y escapar un poco de la rutina".

- "¿Y eso?", pregunté, arqueando una ceja.

- "Sabes... es agradable ver caras amigables. Y la tuya, Marta, siempre tiene ese brillo especial".

Al escucharlo, algo cálido se removió dentro de mí.

Charlamos un poco más. Roberto hablaba de su farmacia, de los cambios en el barrio, y yo lo escuchaba, sorprendiéndome de cómo su voz se tejía con mis pensamientos, con esa fantasía efímera que no buscaba realizarse, pero que era divertida de imaginar.

Cuando finalmente se levantó para irse, no pude evitar fijarme en su paquete.

- "Gracias por la charla, Marta. Siempre es un placer".

- "El placer es mío, Roberto. Ya sabes que esta es tu casa", dije, y en cierto modo, lo sentía. Después de todo, esos encuentros son pequeños destellos en mi rutina, destellos que a veces, solo a veces, me hacen desear un poco más de locura en mi vida.
 
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Marta.

Tumbada en mi lecho real, es decir, una cama con más bultos que una patata, me dejaba acunar por el concierto matutino de petirrojos y mirlos. Estos pajarillos del jardín, sin saberlo, eran mis despertadores naturales. Entre trino y trino, una idea que me llevaba cosquilleando el cerebro una semana: iniciar un diario personal. Ya saben ese viejo dicho de que en la vida una debe procrear, jugar a jardinera y escribir un libro. Bueno, a mis 49 primaveras, puedo tachar dos de la lista: tengo un chico de 23 años, una mezcla perfecta entre un sabiondo y un ángel, y un jardín que es más un bosque, gracias a mi afición por plantar árboles como si fueran patatas.

Ahora, lo del diario. Sería el cúmulo de mis peripecias diarias, anécdotas, pensamientos y Siempre pensé que escribir a mano tenía su aquel, dándole un aire de misterio y pasión al asunto. Pero, seamos sinceros, con la tecnología evito que mi diario parezca un mapa del tesoro lleno de tachones, y puedo poner en orden mis ideas, que suelen revolotear como los pájaros en mi jardín. Así que, ¡manos a la obra! O mejor dicho, ¡dedos al teclado!

Reflejos de un día.

Lo he vuelto a ver, sentado como siempre al final del bus. Con su aire de misterio, su barbita cuidada, y media melena. Debe tener a las chicas locas, con ese porte y elegancia. Hoy ha sido diferente, se ha levantado antes y se ha situado detrás de mí en lugar de pasar y quedarse hablando con el conductor hasta que llegamos a su parada.

El aura de su colonia me envolvió, el leve roce de su respiración en mi nuca me hizo vibrar. Me consumió la fantasía de sus labios desplazando suavemente mi cabello para depositar un beso furtivo en mi cuello. Sí, una mujer con anillo no debería darle cabida a tales delirios. Pero he aquí mi confesión: la sola estatura de su ser, su dominante presencia, encienden en mí una chispa de deseo.

Al llegar a su destino, su cercanía casi rozó mi existencia. Inmóvil me quedé, anhelando un contacto accidental. Su fragancia me hechiza, la respiro profundamente, grabándola en mi mente mientras me encamino a la rutina de mi oficina.

Llegué con mi clásico retraso de diez minutos, marcando las 9:10 en el reloj. Puntuales son otros, porque lo mío es otro arte: hacer que la asesoría brille, aunque llegue cuando los demás ya están con el café en la mano. Y no es que me guste alardear, pero cuando las cosas se ponen feas, cuando el caos se sienta en nuestra mesa y todos se esfuman, ahí estoy yo, desenredando el enredo.

- "¡Buenos días, familia!", exclamé, cruzando el umbral con energía.

- "¡Hola, Marta!", me devolvieron el saludo.

- "Tenemos que hablar", soltó Antonio casi sin preámbulos.

- "Oye, déjame al menos posar el bolso, ¿qué ocurre?", repliqué con una sonrisa cómplice.

- "Nada grave... Roberto ha llamado. Quiere hablar contigo a las doce, algo de la farmacia", me contó, mientras yo me quitaba el abrigo y ocupaba mi silla.

- "Vale, ¿algo más en el horizonte?", pregunté, ya poniéndome en modo trabajo.

- "No, todo tranquilo", cerró el tema.

Nuestro rinconcito de números y papeleos es pequeño, tres compañeras y Antonio, el patrón. Antonio, con 62 años y el sueño de la jubilación en su mirada. Su hijo, que ronda los 45, apenas se deja caer por aquí, pero será el heredero cuando Antonio decida pasar más tiempo con los suyos que con los números.

Roberto, el dueño de una farmacia y uno de nuestros clientes más fieles, es de esos que prefiere el calor humano al frío del email. No suele visitarnos, pero cuando lo hace, sabe que es alguien especial.

Como un reloj, Roberto apareció a las 12.

- "Buenos días, o debería decir buenas tardes", bromeó al entrar.

- "Roberto, ¿qué te trae por estos lares?", inquirió Antonio.

"Solo vine a saludar y a hablar un ratito", respondió él, acercándose a mi escritorio.

- "Hola Roberto, ¿cómo va todo?", lo saludé, con esa sonrisa que guardo para los buenos clientes.

- "Ahora que te veo, mejor", me dijo con ese brillo en los ojos, anticipando una charla más personal.

Nos dirigimos al despachito junto a mi mesa, ese rincón privado para conversaciones importantes.

- "Marta, estás espectacular, hay veinteañeras que ya quisieran", me soltó el piropo de siempre al cerrar la puerta. A Roberto le gusta ese juego de halagos y, ¿por qué no admitirlo? A mí me encanta escucharlos.

- "¡Anda ya, Roberto!", le contesté entre risas. "Eso quisiera yo".

Mientras Roberto cerraba la puerta, yo no podía evitar recordar esas fantasías fugaces, pequeñas locuras que la mente teje en momentos de distracción. Sí, Roberto tenía 55 años, y aunque no es mi tipo, hay algo en su presencia, que a veces pone en marcha mi imaginación.

- "¿Y qué novedades traes?", pregunté, intentando mantener la conversación, lejos de esos pensamientos traviesos.

- "Novedades, pocas. La vida de un farmacéutico no es tan emocionante como la de la asesora estrella que resuelve crisis tras crisis", dijo Roberto.

No pude evitar sonreír.

- "Vamos, seguro que hay algo más emocionante en tu día a día que contar pastillas y dar consejos médicos".

Él se acomodó en la silla frente a mí, con esa sonrisa suya que a veces me desconcertaba. - "Lo emocionante es venir aquí, y escapar un poco de la rutina".

- "¿Y eso?", pregunté, arqueando una ceja.

- "Sabes... es agradable ver caras amigables. Y la tuya, Marta, siempre tiene ese brillo especial".

Al escucharlo, algo cálido se removió dentro de mí.

Charlamos un poco más. Roberto hablaba de su farmacia, de los cambios en el barrio, y yo lo escuchaba, sorprendiéndome de cómo su voz se tejía con mis pensamientos, con esa fantasía efímera que no buscaba realizarse, pero que era divertida de imaginar.

Cuando finalmente se levantó para irse, no pude evitar fijarme en su paquete.

- "Gracias por la charla, Marta. Siempre es un placer".

- "El placer es mío, Roberto. Ya sabes que esta es tu casa", dije, y en cierto modo, lo sentía. Después de todo, esos encuentros son pequeños destellos en mi rutina, destellos que a veces, solo a veces, me hacen desear un poco más de locura en mi vida.
Bueno ha empezado bien, veremos como acaba Marta que me da que es muy picarona 😂 😂 entre trino y trino, los autobuses son una tentación, el de la barbita acaba sembrando patatas con los pajaritos y Marta :p
 
Marta.

Tumbada en mi lecho real, es decir, una cama con más bultos que una patata, me dejaba acunar por el concierto matutino de petirrojos y mirlos. Estos pajarillos del jardín, sin saberlo, eran mis despertadores naturales. Entre trino y trino, una idea que me llevaba cosquilleando el cerebro una semana: iniciar un diario personal. Ya saben ese viejo dicho de que en la vida una debe procrear, jugar a jardinera y escribir un libro. Bueno, a mis 49 primaveras, puedo tachar dos de la lista: tengo un chico de 23 años, una mezcla perfecta entre un sabiondo y un ángel, y un jardín que es más un bosque, gracias a mi afición por plantar árboles como si fueran patatas.

Ahora, lo del diario. Sería el cúmulo de mis peripecias diarias, anécdotas, pensamientos y Siempre pensé que escribir a mano tenía su aquel, dándole un aire de misterio y pasión al asunto. Pero, seamos sinceros, con la tecnología evito que mi diario parezca un mapa del tesoro lleno de tachones, y puedo poner en orden mis ideas, que suelen revolotear como los pájaros en mi jardín. Así que, ¡manos a la obra! O mejor dicho, ¡dedos al teclado!

Reflejos de un día.

Lo he vuelto a ver, sentado como siempre al final del bus. Con su aire de misterio, su barbita cuidada, y media melena. Debe tener a las chicas locas, con ese porte y elegancia. Hoy ha sido diferente, se ha levantado antes y se ha situado detrás de mí en lugar de pasar y quedarse hablando con el conductor hasta que llegamos a su parada.

El aura de su colonia me envolvió, el leve roce de su respiración en mi nuca me hizo vibrar. Me consumió la fantasía de sus labios desplazando suavemente mi cabello para depositar un beso furtivo en mi cuello. Sí, una mujer con anillo no debería darle cabida a tales delirios. Pero he aquí mi confesión: la sola estatura de su ser, su dominante presencia, encienden en mí una chispa de deseo.

Al llegar a su destino, su cercanía casi rozó mi existencia. Inmóvil me quedé, anhelando un contacto accidental. Su fragancia me hechiza, la respiro profundamente, grabándola en mi mente mientras me encamino a la rutina de mi oficina.

Llegué con mi clásico retraso de diez minutos, marcando las 9:10 en el reloj. Puntuales son otros, porque lo mío es otro arte: hacer que la asesoría brille, aunque llegue cuando los demás ya están con el café en la mano. Y no es que me guste alardear, pero cuando las cosas se ponen feas, cuando el caos se sienta en nuestra mesa y todos se esfuman, ahí estoy yo, desenredando el enredo.

- "¡Buenos días, familia!", exclamé, cruzando el umbral con energía.

- "¡Hola, Marta!", me devolvieron el saludo.

- "Tenemos que hablar", soltó Antonio casi sin preámbulos.

- "Oye, déjame al menos posar el bolso, ¿qué ocurre?", repliqué con una sonrisa cómplice.

- "Nada grave... Roberto ha llamado. Quiere hablar contigo a las doce, algo de la farmacia", me contó, mientras yo me quitaba el abrigo y ocupaba mi silla.

- "Vale, ¿algo más en el horizonte?", pregunté, ya poniéndome en modo trabajo.

- "No, todo tranquilo", cerró el tema.

Nuestro rinconcito de números y papeleos es pequeño, tres compañeras y Antonio, el patrón. Antonio, con 62 años y el sueño de la jubilación en su mirada. Su hijo, que ronda los 45, apenas se deja caer por aquí, pero será el heredero cuando Antonio decida pasar más tiempo con los suyos que con los números.

Roberto, el dueño de una farmacia y uno de nuestros clientes más fieles, es de esos que prefiere el calor humano al frío del email. No suele visitarnos, pero cuando lo hace, sabe que es alguien especial.

Como un reloj, Roberto apareció a las 12.

- "Buenos días, o debería decir buenas tardes", bromeó al entrar.

- "Roberto, ¿qué te trae por estos lares?", inquirió Antonio.

"Solo vine a saludar y a hablar un ratito", respondió él, acercándose a mi escritorio.

- "Hola Roberto, ¿cómo va todo?", lo saludé, con esa sonrisa que guardo para los buenos clientes.

- "Ahora que te veo, mejor", me dijo con ese brillo en los ojos, anticipando una charla más personal.

Nos dirigimos al despachito junto a mi mesa, ese rincón privado para conversaciones importantes.

- "Marta, estás espectacular, hay veinteañeras que ya quisieran", me soltó el piropo de siempre al cerrar la puerta. A Roberto le gusta ese juego de halagos y, ¿por qué no admitirlo? A mí me encanta escucharlos.

- "¡Anda ya, Roberto!", le contesté entre risas. "Eso quisiera yo".

Mientras Roberto cerraba la puerta, yo no podía evitar recordar esas fantasías fugaces, pequeñas locuras que la mente teje en momentos de distracción. Sí, Roberto tenía 55 años, y aunque no es mi tipo, hay algo en su presencia, que a veces pone en marcha mi imaginación.

- "¿Y qué novedades traes?", pregunté, intentando mantener la conversación, lejos de esos pensamientos traviesos.

- "Novedades, pocas. La vida de un farmacéutico no es tan emocionante como la de la asesora estrella que resuelve crisis tras crisis", dijo Roberto.

No pude evitar sonreír.

- "Vamos, seguro que hay algo más emocionante en tu día a día que contar pastillas y dar consejos médicos".

Él se acomodó en la silla frente a mí, con esa sonrisa suya que a veces me desconcertaba. - "Lo emocionante es venir aquí, y escapar un poco de la rutina".

Al escucharlo, algo cálido se removió dentro de mí.

Charlamos un poco más. Roberto hablaba de su farmacia, de los cambios en el barrio, y yo lo escuchaba, sorprendiéndome de cómo su voz se tejía con mis pensamientos, con esa fantasía efímera que no buscaba realizarse, pero que era divertida de imaginar.

Cuando finalmente se levantó para irse, no pude evitar fijarme en su paquete.

- "Gracias por la charla, Marta. Siempre es un placer".

- "El placer es mío, Roberto. Ya sabes que esta es tu casa", dije, y en cierto modo, lo sentía. Después de todo, esos encuentros son pequeños destellos en mi rutina, destellos que a veces, solo a veces, me hacen desear un poco más de locura en mi vida.

Vaya, ya han arrancado los cruces...Habrá que ver a dónde conducen:sneaky:
 
Para no alargar mucho la espera. Traigo un fragmento.

Esencias

Desde que Pablo llegó a nuestras vidas, opté por trabajar menos horas. Al principio, fue una decisión para equilibrar mejor mi vida laboral y personal, y aunque tuve la opción de retomar mi horario completo, prefiero disfrutar de las tardes sin trabajo. Afortunadamente, nuestra situación financiera nos lo permite, por eso, elegí mantener esta rutina para aprovechar más momentos para mí.

Aunque suelo llegar un poquito tarde, lo compenso con mi hora de salida, pero hoy la rutina tenía un giro de guión. Necesitaba salir antes para hacer una parada estratégica en correos y rescatar un paquete que, estoy segura, ya había echado raíces en la oficina. Ahora, Antonio, mi jefe, tiene esa política de 'haz lo que debas sin pedir permisos', pero a mí me encanta pedirlos igualmente, solo para ver su expresión de falso enfado. Así que me acerqué con mi mejor sonrisa traviesa y solté:

- “Antonio, hoy me escapo un poquito antes, ¿vale? Tengo que liberar a un paquete de las garras de correos.”

Antonio me miró por encima de sus gafas con esa mirada que ya es un clásico, medio entre la resignación y la diversión.

- ”¿Enserio? ¡Ya sabes que no tienes que decirme nada! Después de la eternidad que llevas aquí y a las mil y una que hemos sobrevivido juntos. Si te vas antes, yo ya sé que tienes tus buenos motivos.”

Le guiñé un ojo, mientras me ponía la chaqueta.

- “Hasta mañana. Ciaaaooo.”

Y sin más, salí de la oficina con una sonrisa, dejando a Antonio sacudiendo la cabeza entre risas y la sospecha de que quizás el paquete era algo más emocionante que facturas o modelos de impuestos.

Hice mi parada en correos y, para mi alegría, la cola era tan corta que el paquete estaba en mis manos en un abrir y cerrar de ojos. Con el tiempo extra que el universo me regaló, decidí hacer una incursión en Douglas, porque ¿quién no necesita un mimo de vez en cuando? Así que, con una misión de fragancias en mente, me lancé a la caza de un perfume que me definiera.

Primero, me armé con un arsenal de tiras de cartulina blanca, listas para ser impregnadas con el alma de cada esencia. Una tira para "La Vie Est Belle", dejando que su aroma optimista bailara alrededor. Luego, "Guerlain L'heure bleu", tan elegante y misterioso como una noche estrellada. "Good Girl", porque, como su nombre indica, soy una chica que siempre sigue las reglas... Bueno, casi siempre. Y una tira para "Sí". Después de un rato en esa nube de aromas, "La Vie Est Belle" capturó mi corazón (o mi nariz, más bien). Pero había una misión secreta en mi agenda: descubrir el aroma del “melenas misterioso” del autobús, ese que me ha tenido fantaseando con sus posibles notas personales. Con mi nariz como la mejor detective, inspeccioné una variedad hasta que "Armani Code" resonó como el sospechoso más probable. Espero con impaciencia que el amanecer me confirme si he acertado en mi olfativa investigación. Con un poco de suerte, mañana sabré si he desencriptado el código de su aroma.

Camino a la perdición
...
 
Última edición:
Para no alargar mucho la espera. Traigo un fragmento.

Esencias

Desde que Pablo llegó a nuestras vidas, opté por trabajar menos horas. Al principio, fue una decisión para equilibrar mejor mi vida laboral y personal, y aunque tuve la opción de retomar mi horario completo, prefiero disfrutar de las tardes sin trabajo. Afortunadamente, nuestra situación financiera nos lo permite, por eso, elegí mantener esta rutina para aprovechar más momentos para mí.

Aunque suelo llegar un poquito tarde, lo compenso con mi hora de salida, pero hoy la rutina tenía un giro de guión. Necesitaba salir antes para hacer una parada estratégica en correos y rescatar un paquete que, estoy segura, ya había echado raíces en la oficina. Ahora, Antonio, mi jefe, tiene esa política de 'haz lo que debas sin pedir permisos', pero a mí me encanta pedirlos igualmente, solo para ver su expresión de falso enfado. Así que me acerqué con mi mejor sonrisa traviesa y solté:

- “Antonio, hoy me escapo un poquito antes, ¿vale? Tengo que liberar a un paquete de las garras de correos.”

Antonio me miró por encima de sus gafas con esa mirada que ya es un clásico, medio entre la resignación y la diversión.

- ”¿Enserio? ¡Ya sabes que no tienes que decirme nada! Después de la eternidad que llevas aquí y a las mil y una que hemos sobrevivido juntos. Si te vas antes, yo ya sé que tienes tus buenos motivos.”

Le guiñé un ojo, mientras me ponía la chaqueta.

- “Hasta mañana. Ciaaaooo.”

Y sin más, salí de la oficina con una sonrisa, dejando a Antonio sacudiendo la cabeza entre risas y la sospecha de que quizás el paquete era algo más emocionante que facturas o modelos de impuestos.

Hice mi parada en correos y, para mi alegría, la cola era tan corta que el paquete estaba en mis manos en un abrir y cerrar de ojos. Con el tiempo extra que el universo me regaló, decidí hacer una incursión en Douglas, porque ¿quién no necesita un mimo de vez en cuando? Así que, con una misión de fragancias en mente, me lancé a la caza de un perfume que me definiera.

Primero, me armé con un arsenal de tiras de cartón blanco, listas para ser impregnadas con el alma de cada esencia. Una tira para "La Vie Est Belle", dejando que su aroma optimista bailara alrededor. Luego, "Guerlain L'heure bleu", tan elegante y misterioso como una noche estrellada. "Good Girl", porque, como su nombre indica, soy una chica que siempre sigue las reglas... Bueno, casi siempre. Y una tira para "Sí". Después de un rato en esa nube de aromas, "La Vie Est Belle" capturó mi corazón (o mi nariz, más bien). Pero había una misión secreta en mi agenda: descubrir el aroma del “melenas misterioso” del autobús, ese que me ha tenido fantaseando con sus posibles notas personales. Con mi nariz como la mejor detective, inspeccioné una variedad hasta que "Armani Code" resonó como el sospechoso más probable. Espero con impaciencia que el amanecer me confirme si he acertado en mi olfativa investigación. Con un poco de suerte, mañana sabré si he desencriptado el código de su aroma.

Camino a la perdición
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Olfateando la perdición 🙄 😂😂
 
Camino a la perdición

No hay señales del misterioso “melenas”. Han pasado dos semanas desde la última vez que lo vi en el autobús, y cada mañana, mientras el vehículo recorre su ruta habitual, mi mirada se desliza inevitablemente hacia el asiento que solía ocupar. Está vacío. No puedo evitar preguntarme dónde estará, qué le habrá pasado. Es extraño cómo alguien a quien nunca has hablado puede ocupar un espacio en tus pensamientos.

La otra mañana, sucedió algo inesperado. Dos chicos, no mayores de veinte años, iban sentados detrás de mí. No pude evitar escuchar su conversación; hablaban con entusiasmo de una página donde la gente ponía su cam para que otros pudieran verlos o incluso hacerles peticiones.

-”Qué sí tio, es la leche!! Son personas normales que se muestran, y a veces hacen lo que les dice la gente. Hay de todo, chicos, chicas y parejas.”, Murmuró uno de ellos

-”Pues tendré que verlo”, respondió el otro con entusiasmo.

"¿Será realmente tan emocionante?", me pregunté, sintiendo un cosquilleo de curiosidad. Nunca he necesitado tales sitios; Iñaki y yo nos conocimos de la manera más tradicional. Pero ahora, la idea de un mundo donde puedes reinventarte, aunque sea solo por un momento, me parece... tentadora.

Hablando de Iñaki, me duele admitir que nuestras relaciones se han vuelto monótonas, carentes de la chispa de antaño. A veces, cuando nos acostamos juntos, siento la distancia entre nosotros, como si compartiéramos la cama con un silencio incómodo y pesado. Me pregunto si él lo siente también, si alguna vez piensa en cómo solíamos ser.

Tras estar 3 días ojeando como “mirona” la página, he comprobado que puedes ojear salas pero no puedes hablar, para ello necesitas estar registrada. Por ese motivo he decidido darme de alta. Me han gustado algunas salas de charla y por qué no decirlo, hay varios chicos que están de muy buen ver. Pedro, por ejemplo: moreno, en torno a los 30, fibrado, un culito prieto y una buena herramienta. Siento la necesidad de interactuar y probar de lo que soy capaz. No para aventuras, no soy esa clase de persona, pero tal vez... tal vez para encontrar esa chispa que hemos perdido. Tal vez, al explorar ese mundo desconocido, descubra cómo avivar la llama entre Iñaki y yo. ¿Es una locura? Probablemente. Pero a veces, la locura es sólo otro nombre para la valentía.

Perdiéndome

Durante la siesta de hoy, completé mi inscripción en el sitio. Elegí "SoyTuRubita" como mi alias y seleccioné una foto de Marilyn Monroe para mi perfil, un guiño clásico que no pude evitar. Mientras navegaba, ví que Pedro estaba en línea y que casualmente no había nadie en su sala. La curiosidad me venció, y decidí hacer mi gran entrada. Él llevaba una camiseta de tirantes negra que resaltaba sus brazos tonificados. Estaba reclinado en su silla, pero al ver que alguien nuevo entraba en su sala, se inclinó hacia adelante, acercándose al teclado con interés:

SoyTuRubita: Hola Pedro, aquí SoyTuRubita, la chispa que le faltaba a tu sala!!
Pedro: jajaja vaya, buena carta de presentación. ¿Qué te trae por mi sala SoyTuRubita?

Pude ver su sonrisa, tras mi saludo inicial. Aparte de estar bueno, era guapo el jodio. No había venido a perder el escaso tiempo que tenía. Llevaba días viendole y sabía perfectamente el buen cipote que gastaba. Quería comprobar si era capaz de ponérsela bien dura, hasta hacerle reventar usando solo mis palabras.

SoyTuRubita: Algo que me haga olvidar que estoy detrás de una pantalla. ¿Crees poder lograr eso?
Pedro: jajaja creo que tengo algunos trucos bajo la manga…

De nuevo su perfecta sonrisa.

SoyTuRubita: ¿qué trucos tiene un jovencito como tú para una madura como yo?

Jugué mi baza de “las milf” y obvie el detalle de “casada”. Había leído que una de las fantasías recurrentes de los jóvenes es montarselo con una madura.

SoyTuRubita: Me gustan los hombres con trucos. ¿Alguna muestra de lo que puedes hacer?

Lo sé, estaba yendo demasiado a saco. Pero estaba ansiosa, mi coño palpitaba recordando su herramienta en todo su esplendor.

Pedro: Tengo algo aquí para ti.

Y se agarró el paquete que ya parecía bastante abultado.

SoyTuRubita: ¿uy y eso qué es?
Pedro: tu merienda
SoyTuRubita: qué más quisiera yo… - y puse una carita llorando
Pedro: para realizar mis trucos, necesito tu colaboración.

SoyTuRubita: ahh si? ¿qué tipo de colaboración? - Puse otra carita de inocente.
Pedro: Mira, yo me voy a quedar aquí reclinado y voy a leerte, si lo haces bien, “el conejo” saldrá del sombrero.
SoyTuRubita: a eso le llamas tú hacer trucos? ¿Quedarte ahí y no hacer nada? Jajaja
Pedro: A eso, sí. - Dijo muy seguro, sonrió, se acomodó en la silla y empezó a acariciar su paquete.

SoyTuRubita: vaya, vaya, ¿qué tienes ahí? - No hubo respuesta, continuó recostado acariciándose.

SoyTuRubita: ¿Sabes? El otro día, antes de registrarme me hice un dedo viendo tu pollón.

Se incorporó de inmediato

Pedro: ¿cómo? y puso 4 caras de sorpresa
SoyTuRubita: ahora vas a recostarte en tu silla, vas a sacarte el nabo y ofrecérselo a tu rubita para que se dé un festín de polla.
Pedro: ufffffffffff

Se recostó y se sacó el rabo por la pata del boxer. Aunque no estaba totalmente tiesa, estaba ya bastante por encima de la de Iñaki.

Pedro: te gusta lo que ves?
SoyTuRubita: mi coño asiente
Pedro: a ver lo que haces con esto - y la meneó de lado a lado un par de veces

SoyTuRubita: me arrodillaré ante tí y lo primero que haré será agarrarla por la base y escupirla, ponerle bien de saliva.
Pedro: sigue
SoyTuRubita: con la mano izquierda te agarraria la base y la derecha la pondría en tu capullo, deslizandola hasta la otra mano, repartiendo la saliva, mojandote bien todo el nabo
SoyTuRubita: Agarratela con las dos manos, me encanta ver como sobresale tu rabazo por arriba.
Pedro: así?? - y la agarró con ambas manos, dejando ver un buen trozo de carne sobresaliendo.
SoyTuRubita: Así, muy bien. No quiero que pares de meneartela, si paras, me voy- Mentí
Pedro:vale
SoyTuRubita: Me encanta como brilla, cómo se te marcan las venas.
Pedro: es toda para ti.

Ufff tenía las braguitas empapadas, mi coño reclamaba atención, me metí los dedos y comprobé que estaba encharcada. Me los lamí y seguí escribiendo mientras me recreaba con el sabor de mi coño en la boca.

SoyTuRubita:ponle saliva - y vi como caían desde su boca hilos de babas.
SoyTuRubita: voy a subir desde tus huevos hasta la punta, con la lengua, despacio. Me recrearé en tu glande, dándole besitos.
Pedro:uffffff que rico
SoyTuRubita: te miraré mientras te la como y te diré “¿Vas a darle leche a tu rubita?”
Pedro:ufffff

Cada vez que se inclinaba para escribir su rabo bamboleaba.

SoyTuRubita: quiero que me pintes la cara y las tetas
Pedro: me tienes muy cerdo
SoyTuRubita: quiero sentir esas venas palpitando entre mis labios, cuando le pase la lengua
SoyTuRubita: quiero tener el sabor de tu nabazo en la boca.

Seguía meneandosela a dos manos. A veces la agarraba con la izquierda por la base y con la derecha subía y bajaba y otras veces al revés.
Yo tenía las bragas empapadas, sentía que si me tocaba un poco me corría. El sabor a coño en la boca y el olor que emanaba de entre mis piernas me tenían si cabe más perra. Necesitaba que parara un poco, no quería que aquello acabara tan pronto.

SoyTuRubita: Levántate un poco. Quiero verte de pie.
Pedro: Así?? ¿Más cerca?

Ver aquel pollón tan de cerca, como si estuviera de rodillas ante él, me hizo correr como una adolescente. Me corrí sin tocarme, empapando aún más mis braguitas. Pero lejos de quedarme satisfecha, mi coño pedía más, palpitaba sin control con aquel rabazo frente a mi.

Pedro: estás muy callada, no te gusta?
SoyTuRubita: Me encanta.

Se dió la vuelta guardando el cipote en los boxer. De espaldas, comenzó a deslizar poco a poco sus calzoncillos, mostrando su culo prieto mientras con la otra mano, seguía meneándosela (parece que se tomó en serio mi advertencia).

SoyTuRubita: ummmmm que culito. ¿Pero tú de qué catálogo de modelos has salido, nene?
Pedro: jajaja

Tras jugar un rato mostrando sus cincelados glúteos, volvió a darse la vuelta. Un bulto importante apuntaba en mi dirección. Empezó a hacer lo mismo que había hecho con la parte de atrás, tirando poco a poco de la ropa interior, hasta que su pollón salió como un resorte. Uffff qué maravilla, hubiese matado porque en ese instante me diera en la cara. Mi coño se volvió loco, palpitando una y otra vez. Necesitaba correrme otra vez.

SoyTuRubita: ufffffff eso me ha encantado y a mi coño más.
Pedro: voy a darte la leche que necesitas
SoyTuRubita: sí, dame leche, la quiero toda.

Se volvió a sentar con su cipote mirando al techo, se quitó la camiseta. ¿Cómo podía estar tan bueno? Aquellos abdominales eran de anuncio.
Yo me acomodé en el brazo de mi sofá, con un cojín entre mis piernas y el portátil frente a mi. Quería correrme mientras lo veía lefar.

SoyTuRubita: quiero que te corras sobre tu pecho. Estoy empapada.
Pedro: te voy a pintar bien pintada
SoyTuRubita: joooder qué rico nene
SoyTuRubita: vamos dame leche, lefame.

Y sin más…Uno, dos, tres… hasta seis disparos conté contra su pecho, que quedó bien pintado.
Yo no pude contenerme más y al verlo correrse, hice lo mismo sobre el cojín.

SoyTuRubita: uffff nene qué corrida más rica, me han encantado tus trucos, sobre todo el truco final cuando has disparado al público jajaja.
Pedro: jajajaja espero que tú también te hayas corrido
SoyTuRubita: no he podido contenerme cuando te he visto “disparar” - omití el detalle de la primera corrida.
Pedro: me alegro de que te haya gustado el “espectáculo”, espero verte otro día por aquí. Un beso guapa.
SoyTuRubita: igualmente nene, espero verte más veces, el inicio ha sido prometedor jajaja.
SoyTuRubita: Un besito guapo.


Desconecté, coloqué el sofá, al hacerlo me dí cuenta de que el cojín que había tenido entre mis piernas se había manchado un poco con mi corrida, pensé en quitarle la funda y lavarlo, pero decidí darle la vuelta y dejarlo allí.
Me arreglé y salí a hacer unas compras con las mismas braguitas que Pedro me había hecho mojar.
 
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