Tonilike
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Todo lo que cuento es real ....
Llevaba más de diez años ejerciendo como cirujano plástico y, aunque estaba acostumbrado a ver cuerpos desnudos en consulta, aquella mañana algo se torció. O quizás… se encendió.
Ella entró con paso inseguro, apenas 25 años, delgada, con ese aire entre inocente y rebelde que hace perder la calma a cualquiera. Sus pechos pequeños se intuían bajo una camiseta ajustada, y en su mirada brillaba una mezcla de vergüenza y desafío.
—Doctor… no tengo demasiado presupuesto, pero quiero sentirme distinta, más mujer —me dijo, con voz baja, mientras se mordía el labio.
Asentí, tratando de mantener la compostura. Le pedí que se quitara la camiseta y quedara en sujetador. Sus manos dudaron un instante en el broche, y cuando el sujetador cayó, el aire de la consulta pareció espesarse.
Entonces, como quien no quiere la cosa, soltó la bomba:
—Tengo novio… y no le he contado nada de esto.
Yo, casado, tragué saliva. La confesión cargaba la escena de algo sucio, secreto, excitante.
Apoyé suavemente mis manos en sus costados para tomar medidas, y el contacto de su piel cálida contra mis dedos me atravesó. El calibre rozaba sus curvas, pero lo que de verdad medía era mi autocontrol.
—Con lo que puedes invertir, podemos hacer un aumento discreto, elegante… algo que encaje contigo —le murmuré, mirando sus ojos, no sus pechos.
Ella ladeó la cabeza, y al inclinarse hacia delante, uno de sus pezones rozó sin querer mi muñeca. O eso quise creer.
El gesto fue demasiado lento, demasiado consciente.
No debía permitirlo.
Pero lo permití.
Llevaba más de diez años ejerciendo como cirujano plástico y, aunque estaba acostumbrado a ver cuerpos desnudos en consulta, aquella mañana algo se torció. O quizás… se encendió.
Ella entró con paso inseguro, apenas 25 años, delgada, con ese aire entre inocente y rebelde que hace perder la calma a cualquiera. Sus pechos pequeños se intuían bajo una camiseta ajustada, y en su mirada brillaba una mezcla de vergüenza y desafío.
—Doctor… no tengo demasiado presupuesto, pero quiero sentirme distinta, más mujer —me dijo, con voz baja, mientras se mordía el labio.
Asentí, tratando de mantener la compostura. Le pedí que se quitara la camiseta y quedara en sujetador. Sus manos dudaron un instante en el broche, y cuando el sujetador cayó, el aire de la consulta pareció espesarse.
Entonces, como quien no quiere la cosa, soltó la bomba:
—Tengo novio… y no le he contado nada de esto.
Yo, casado, tragué saliva. La confesión cargaba la escena de algo sucio, secreto, excitante.
Apoyé suavemente mis manos en sus costados para tomar medidas, y el contacto de su piel cálida contra mis dedos me atravesó. El calibre rozaba sus curvas, pero lo que de verdad medía era mi autocontrol.
—Con lo que puedes invertir, podemos hacer un aumento discreto, elegante… algo que encaje contigo —le murmuré, mirando sus ojos, no sus pechos.
Ella ladeó la cabeza, y al inclinarse hacia delante, uno de sus pezones rozó sin querer mi muñeca. O eso quise creer.
El gesto fue demasiado lento, demasiado consciente.
No debía permitirlo.
Pero lo permití.