Aquella paciente

Tonilike

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1 Oct 2025
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Todo lo que cuento es real ....
Llevaba más de diez años ejerciendo como cirujano plástico y, aunque estaba acostumbrado a ver cuerpos desnudos en consulta, aquella mañana algo se torció. O quizás… se encendió.

Ella entró con paso inseguro, apenas 25 años, delgada, con ese aire entre inocente y rebelde que hace perder la calma a cualquiera. Sus pechos pequeños se intuían bajo una camiseta ajustada, y en su mirada brillaba una mezcla de vergüenza y desafío.

—Doctor… no tengo demasiado presupuesto, pero quiero sentirme distinta, más mujer —me dijo, con voz baja, mientras se mordía el labio.

Asentí, tratando de mantener la compostura. Le pedí que se quitara la camiseta y quedara en sujetador. Sus manos dudaron un instante en el broche, y cuando el sujetador cayó, el aire de la consulta pareció espesarse.

Entonces, como quien no quiere la cosa, soltó la bomba:

—Tengo novio… y no le he contado nada de esto.

Yo, casado, tragué saliva. La confesión cargaba la escena de algo sucio, secreto, excitante.

Apoyé suavemente mis manos en sus costados para tomar medidas, y el contacto de su piel cálida contra mis dedos me atravesó. El calibre rozaba sus curvas, pero lo que de verdad medía era mi autocontrol.

—Con lo que puedes invertir, podemos hacer un aumento discreto, elegante… algo que encaje contigo —le murmuré, mirando sus ojos, no sus pechos.

Ella ladeó la cabeza, y al inclinarse hacia delante, uno de sus pezones rozó sin querer mi muñeca. O eso quise creer.
El gesto fue demasiado lento, demasiado consciente.

No debía permitirlo.
Pero lo permití.
 
Pasaron apenas diez días antes de que volviera a entrar en mi despacho. Esta vez ya no parecía la chica insegura de la primera visita: llevaba un vestido corto, ligero, que se pegaba a su piel como una segunda capa. No venía a resolver dudas médicas, venía a probarme.

—He estado pensando en lo que me dijo, doctor —dijo, sentándose con las piernas cruzadas. La falda se deslizó unos centímetros más arriba, dejándome ver más piel de la que debería.
—¿Y qué ha pensado? —pregunté, con un nudo en la garganta.
—Que… quizá no quiero algo tan discreto. A mi novio le gusta que me mire todo el mundo, ¿sabe? Y yo… quiero que me miren aún más.

Me quedé en silencio. Esa confesión, tan descarada, me hizo perder el hilo. Ella lo notó. Y sonrió.

De nuevo le pedí permiso para examinarla. Se levantó despacio, y sin esperar indicación, se bajó los tirantes del vestido, dejándolo caer hasta la cintura. Esta vez no llevaba sujetador.

Mi respiración se aceleró mientras mis manos volvían a rozar sus costados, tomando medidas, fingiendo una precisión que ya no existía. Sus pezones duros rozaban mis dedos cada vez que me acercaba, y en lugar de apartarse, se quedaba quieta… como disfrutando de mi desconcierto.

—Doctor… ¿le incomoda tocarme? —susurró, inclinándose hacia mí.
—Esto es un examen clínico —contesté con voz tensa, aunque sonó más a excusa que a verdad.

El aire estaba cargado. Yo estaba casado. Ella tenía novio. Y sin embargo, todo en esa sala gritaba que estábamos jugando a algo mucho más peligroso que una operación estética.
 
La tercera vez que vino ya no lo disimulaba: entró sonriendo, con una seguridad que no tenía en la primera visita. Mientras repasábamos presupuestos, soltó la frase que cambió todo.

—Doctor… es que me lío mucho con los correos y con la clínica. ¿No podría darme un número más directo? Para resolver dudas rápidas, nada más.

La miré con desconfianza. Sabía que no debía. Pero la forma en que ladeaba la cabeza, jugando con un mechón de pelo y con esa sonrisa torcida, me empujó a hacerlo. Le escribí mi número en una tarjeta, intentando que pareciera un gesto profesional.

Esa misma noche me llegó el primer mensaje:

"Buenas noches, doctor… espero no molestar. Estaba pensando que si soy una paciente aplicada… ¿me haría algún descuento? 😉"

Contesté con evasivas, pero al día siguiente volvió:

"Hoy me probé un vestido y pensé en cómo quedaría con el pecho nuevo… casi me saco una foto para enseñársela. ¿Quiere verla?"

Los mensajes se repitieron a todas horas: en la clínica, en mi casa, incluso cuando estaba cenando con mi mujer y mi hija. Cada vibración del teléfono era una descarga de adrenalina y culpa.

"Si quedamos en persona para hablarlo, igual me convence de operarme antes… y yo le convenzo de bajarme un poco el precio… ¿trato?"

La línea profesional ya no existía. Cada palabra suya era una invitación envenenada, y yo lo sabía. Pero cada vez que leía uno de sus mensajes, la tentación crecía.
 
¿Es la chica del perfil?
La del perfil ¿son naturales o son también operadas?
 
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