Abel Santos
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DIA 5 (1) - LA SEDUCCION DE BLANCA
Al despertar por la mañana, observé a Blanca trajinando con la ropa sucia. La amontonaba a un lado o a otro según alguna estrategia que solo ella debía de conocer. No pude evitar preguntarle:
—¿Qué haces? —bostezaba al hablar.
—Ya ves… —replicó con tono sereno. No parecía haber rencor en ella—. Ordenando un poco. Esta habitación parece una leonera.
—¿Tú tampoco has dormido? —pregunté.
—No, ¿y tú?
—Ni un minuto.
Pensé que era un buen momento para las disculpas.
—Siento lo de anoche —le dije—. No debería haberte hablado como lo hice.
—Te lo agradezco, amor… —sonrió levemente—. Entiendo que esto no debe de estar siendo un plato de gusto para ti.
—No, no lo es… —susurré—, aunque menos para ti. Lo lamento. Y te prometo que no volverá a ocurrir. Siempre que pueda, seguiré tu consejo de alejarme. Y, si no puedo marcharme, al menos no interrumpiré.
—Gracias, cielo —se acercó a mí y nos miramos muy de cerca. Nuestros labios temblaban y apenas conseguíamos mantenerlos separados—. Pase lo que pase, no debes olvidar nunca la verdad.
—¿Qué verdad?
—La verdad de que te amo —susurró dulce—. Haré lo que tenga que hacer aquí por nosotros. Puedo aguantarlo todo, si hace falta, con esos hombres... Pero solo te amo a ti. No lo olvides, por favor. No hay nadie en el mundo con el que quisiera pasar el resto de mi vida que no seas tú. ¿Lo recordarás siempre, aunque veas cosas horribles?
Nos unimos despacio y, en lugar de besarnos, nos abrazamos con una fuerza inusitada. Hacía tiempo que no sentía a Blanca de esa manera. Nuestros cuerpos unidos, sí, pero aún más: nuestras almas fusionadas.
—No, nunca lo olvidaré —repuse y mi plan para olvidarme de ella si salíamos del encierro parecía temblar y a punto de derrumbarse—. Y quiero que sepas que pienso lo mismo: tú eres la mujer de mi vida. Y por ti soy capaz de soportarlo todo.
Tras unos minutos de estrecharnos el uno contra el otro como si no hubiera un mañana, deshicimos el abrazo. De nuevo estuvimos a punto de besarnos, pero algo impedía que nuestros labios se unieran. Sentí miedo por lo que fuera que aún nos separaba. Y un hormigueo en el estómago me advertía que no iba a ser todo tan de color de rosa como lo veíamos en ese momento.
Tras el paréntesis, ella sonrió abiertamente. Parecía querer distender la situación, que había sido demasiado intensa y que nos había dejado los ojos acuosos.
—Podría haber sido peor —bromeó.
—¿Peor? —no podía imaginar algo más duro que lo que habíamos vivido la noche anterior—. ¿En qué podría haber sido peor?
Ahora su risa cristalina brotó, aliviando mi angustia.
—Imagínate que hubieran metido a un viejo en el grupo…
No pude evitar reír la broma, pero lancé una pulla.
—¿Más viejo que Hugo?
—Ufff…. Hugo no es tan viejo… —sonrió, sin darse cuenta de que el tono de esa afirmación me había fastidiado, y mucho—. Cincuenta y uno no es tanto. Pero suponte que nos cuelan, digamos, a un tío de ochenta años, con la baba colgando y con una pilila arrugada… No saldríamos de aquí en la vida.
Reímos al unísono.
Viendo el buen rollo entre nosotros, una idea se iba fraguando en mi mente. La noche anterior me había contado lo ocurrido hasta llegar a la escena que yo había presenciado entre Juan y ella sobre la cama. Sin embargo, había un resquicio en su historia. Lo había obviado para no angustiarla más, pero me quedaba la espina dentro y quizá era la hora de sacármela.
—Blanca… —comencé con cautela—. Hay algo que quiero pedirte…
—Dime —respondió sin mirarme mientras colgaba parte de la ropa en un armario y alisaba el resto para la siguiente tanda.
—Anoche… —carraspeé. No sabía por dónde iba a salirme cuando escuchara la pregunta—. Verás, cielo, ayer me contaste lo que pasó hasta que te fuiste con Juan a su habitación. Y… claro, yo vi cómo terminó… más o menos…
Dejó de colgar la ropa y me miró extrañada.
—Es que… —me mordí el labio, me pareció que estaba metiendo la pata, pero ya no era momento de echarse atrás—. Me gustaría que me contaras la parte de en medio, la que no vi.
Blanca cabeceó, negando.
—¿Para qué quieres saberlo, amor? Es mejor que se quede ahí, ¿no crees? —replicó, aunque no parecía enfadada, por lo que suspiré aliviado—. ¿Qué más da…?
—No… no es por nada… Solo es… que me gustaría entender cómo fue de duro para ti. Si me lo cuentas, prometo no volver a bombardearte con preguntas, pase lo que pase…
Esta promesa iba a ser muy difícil de cumplir, y ambos lo sabíamos.
—Te va a doler, lo sabes…
—Es posible… pero tiene que doler para que pueda sanar, ¿no te parece?
Siguió guardando ropa durante unos segundos sin mirarme. Temí haber perdido de nuevo la intimidad que habíamos recobrado unos minutos antes. Una vez hubo terminado, sin embargo, se volvió hacia mí y se cruzó de brazos.
—¿Qué quieres… saber? —dijo y noté que su tono no era agresivo. Ya casi tenía lo que quería, solo necesitaba empujar un poco más, sin llegar a presionar.
—Pues… dijiste que tirabas del brazo de Juan y te lo llevabas a su habitación… Y luego… ¿qué pasó…?
Se atusó la melena y se hizo una coleta con la goma que siempre llevaba en una muñeca, luego volvió a mirarme.
—Si te lo cuento, prométeme que no me juzgarás… Y, por supuesto, que no te pondrás violento.
¿Había dicho «violento»? Esa palabra me hizo sospechar que no había sido buena idea preguntarle. Tal vez tenía razón cuando decía que era mejor que no lo supiera. En sus ojos adivinaba que lo que pudiera explicarme era muy fuerte, demasiado, quizá.
—Te lo prometo… —respondí, arrepentido al instante de haberlo dicho.
*
Se sentó frente a mí en el borde de la cama. Yo me quedé en pie, las manos en los bolsillos, quería mirarla desde arriba mientras me relataba la historia.
Las piernas me temblaban.
—Pues bien… Juan entró detrás de mí en el cuarto —comenzó—. Yo iba hecha una fiera por la discusión con Hugo, pero él parecía tranquilo, a pesar del bulto que se le adivinaba bajo los pantalones. Se rascó la entrepierna si ningún pudor y comencé a sentir miedo y a arrepentirme de mi decisión.
»Cerró la puerta y se aseguró de que estaba encajada, esas puertas tienen la fea costumbre de quedarse semiabiertas, ya lo sabes. Estoy segura de que eso no es casualidad, porque cuando la puerta está bien cerrada, no sale ni un suspiro al exterior, aunque dentro del cuarto se esté gritando.
Yo sabía que eso era cierto, ya había pensado en ello y había llegado a la conclusión de que nuestros secuestradores querían evitar la total intimidad. Le di la razón y la animé a seguir.
—¿De verdad quieres que siga? —preguntó haciendo una pausa.
Yo en realidad quería, aunque no quería… Y le rogué que siguiera, aunque solo para no reconocer el temor que me iba invadiendo.
—Una vez dentro los dos, nos situamos frente a frente. Yo no sabía que hacer, como ponerme. Ni siquiera sabía qué esperaba de mí. Que estaba loco por meterme en su cama era obvio, pero ¿cómo lo haría? ¿Me tomaría en brazos y me depositaría sobre ella? ¿Me desnudaría y empujaría como un fardo? ¿Me pediría que me acostara yo misma? Estaba asustada y hecha un lío. Tragué saliva y esperé quieta como un muerto. Te juro que ni respiraba.
»Juan daba pasos ligeros hacia mí. Cerré los ojos para evadirme, a la espera de que me agarrara con esa fuerza que tienen sus brazos, temiendo que fuera a hacerme daño. Pero lo que ocurrió fue totalmente inesperado.
—¿Por qué fue inesperado?
—Por su… dulzura… por sus formas… suaves, casi tiernas.
Las piernas amenazaron con no sujetarme. De nuevo Blanca mencionaba el término «ternura». ¿Qué coño pasaba entre ella y el puto gordo? Prefería un tipo «asqueroso y horrible» a un tipo «dulce y tierno» en boca de Blanca. ¿Qué le había pasado al exbombero? ¿Se había enamorado de mi novia? Quise decirle que no prosiguiera, que no lo soportaría, pero se me adelantó.
—Juan me pasó una mano por debajo de la melena y me sujetó firmemente, aunque con suavidad, del cuello. Con la otra me acarició la mejilla. Había cerrado los ojos y me disponía a abrirlos de nuevo cuando su lengua comenzó a invadirme, lamiendo mis labios con una humedad que me erizó la piel.
Joder, no podía escuchar, era imposible seguir con aquello. «¡Calla, Blanca, por favor…!», grité desde dentro, aunque las palabras se quedaron en mi cabeza.
—Sin haberlo esperado, me besaba con una pasión que me excitaba. Hubiera imaginado cualquier cosa, menos aquello. Llevaríamos unos minutos morreando con sus besos húmedos y profundos, cuando noté que gesticulaba en su ropa. No quise abrir los ojos, me temía lo que ocurría de su cintura para abajo.
»Su pene, hasta ese momento un bulto dentro de sus pantalones que empujaba sobre mi vientre, ahora me golpeaba en todo su esplendor. Lo notaba enorme, poderoso, y sentía un terror profundo que no me permitía moverme. Aunque, te juro que no sabía cómo era posible, pero mis bragas se habían humedecido como nunca...
—¿Cómo nunca… te ha ocurrido conmigo, quieres decir? —me atreví a preguntar jadeante.
—Lo nuestro es diferente… no me lo tengas en cuenta, por favor —me rogó mirándome agobiada—. Sabes que a mí el sexo nunca me ha parecido el epicentro de una relación amorosa. Importante sí que lo considero, pero no primordial. En mi lista de prioridades, puede que no llegue ni a la quinta posición.
»Y lo que estaba ocurriendo entre los dos era sexo, y nada más. Solo eso, pero a la vez tan brutal… tan animal… que mi excitación estaba llegando a su máxima expresión. O eso pensé. Porque aquello solo estaba empezando.
»Juan tomó una de mis manos, la abrazó a su enorme verga y todo mi cuerpo comenzó a temblar. La agitaba arriba y abajo, moviendo su piel que emitía un «clic-clic» líquido que me hacía exudar feromonas. A esas alturas, no solo mis bragas se hallaban mojadas. El sudor de mi cuerpo había empapado por completo el resto de mi ropa.
Observé la imagen que estaba dibujando su relato en mi mente, y no me gustaba en absoluto. Mucho peor, odiaba aquella imagen y me provocaba pavor. Era una imagen de devoción, de hembra entregada a los deseos del macho, quien la cocina en su salsa para llevarla hasta el punto en que ella le pida, le ruegue, que la folle sin piedad. Cosa que había conseguido, yo era testigo de ello.
Con todo, no podía evitar que mi erección fuese a más cada vez. Me sentía avergonzado. Si Blanca se llegaba a dar cuenta, no sabía qué pensaría de mí, de su novio, del amor de su vida, empalmado al saberla poseída por otro. Y eso me atormentaba y me obligaba a sujetar el bulto desde el interior de los bolsillos del pantalón para evitar que se notase.
—Soltó mi mano tras unos segundos de guiármela en su verga —continuó— y yo seguí con la paja sin necesidad de su ayuda. Lo deseaba, Alex, te lo juro, deseaba sentir aquella polla en mi mano. Y la apreté hasta hacerle daño mientras movía su piel arriba y abajo, y el «clic-clic» de su prepucio me mataba por dentro. Cuando mi presión fue bestial, el gimió. Alargué la otra mano y le amasé los huevos, una masa enorme y dura, hasta querer reventarlos entre mis dedos.
Blanca se venía arriba. De usar palabras suaves, como «pene» o «verga», había ido escalando posiciones hasta decir «polla» y «huevos». Si seguía así, su habitual comedimiento iba a estallar en pedazos, y la explosión se me iba a llevar por delante.
—Juan gimió, aún dentro de mi boca, y deseé hacerle más daño. No por el daño en sí mismo, sino por la lujuria que sentía. Así que apreté más sus testículos y, cuando sus gemidos ya eran gritos, se echó hacia atrás y me empujó.
»—¿Pero qué coños te pasa? —me dijo, alterado—. Sabes de sobra que eso duele en un tío.
»—Lo… lo siento… —le dije—. Ha sido… sin querer…
»—Sin querer, una mierda… Hostia puta… casi me rompes las pelotas…
»Se acariciaba sus partes, y supe que no hablaba por hablar, que le había hecho daño.
»—Te juro que lo siento…
»Se subió los pantalones, guardando el monstruo de entre sus piernas, y se alejó de mí. Me señalaba la puerta con una mano, mientras con la otra me despedía con cajas destempladas.
»—Anda, lárgate, zorra… —me dijo con mala leche por primera vez desde que habíamos entrado en su cuarto—. Estoy seguro de que esto lo habéis preparado entre el puto médico y tú para joderme.
»—Por dios, Juan, te juro que no es así… —le rogaba—. Hugo no tiene nada que ver con esto. Ha sido… que me has puesto muy caliente… yo no quería hacerte daño… te lo prometo.
Volvía a ver la imagen de Blanca como la de una hembra devota por su macho. Y no entendía por qué no suavizaba sus palabras para comentarme la historia. ¿Por qué relataba cada expresión, cada sentimiento, cada palabra, con tanto detalle? No eran detalles lo que le había pedido, pero ella parecía disfrutar recordándolos. Mucho más ahora, que había cerrado los ojos mientras hablaba. Y su expresión de placer dolía más que escuchar lo que había ocurrido en aquella habitación.
»—Anda, zorra, sal de mi cuarto antes de que me cabree de veras…
»Me estaba echando del dormitorio con cajas destempladas. Y me sentí desconsolada. Sabía que aquello no era una simple sesión de sexo. Que era la primera prueba para conseguir el objetivo que nos sacara de aquí. Y casi sentía ganas de llorar. Y no podía dejarlo así. Y tuve que poner todo mi empeño en reconquistarle, en que volviera a desearme.
»—No puedes hacerme esto… —le dije, improvisando un plan.
»—Pues te lo hago… lárgate, puta de mierda…
»—¿Me vas a dejar así…? —apelé a su lado machista—. Me has puesto caliente como una perra y ahora me dices que me largue… ¡Pero tú quién coño te crees que eres…!
»—¿Qué cojones dices, pedazo de guarra?
»—¿Qué cojones digo? —le espeté simulando un cabreo que era más miedo que enfado—. ¡Que me has puesto caliente el chocho y ahora voy a tener que irme al baño a pajearme sola! ¡Puto calienta coños!
»Me había puesto a su nivel, utilizando términos callejeros como una vulgar zorra. Y funcionó. Pareció recoger velas y solté un suspiro de alivio.
»—¿De verdad te he calentado, zorrita? —dijo sonriente, y el diminutivo me indicó que iba por buen camino.
»—Como una puta perra… —le repliqué—. Pero no disimules, sabes que tengo las bragas encharcadas. No puedes dejarme así, tirada como a una puta…
»Rió de buena gana, y supe que lo tenía en mis manos. Aquella sesión tenía que llevarse a cabo fuera como fuera. No hacía más que repetirme que, si no acabábamos la faena en ese momento, tendría que volver a empezar de nuevo en algún otro, y eso me asqueaba más que tirarme encima de él y meterme su polla dentro aunque fuera a la fuerza.
»—¿De verdad quieres que crea que esto no es un truco del médico? —me dijo tras un paréntesis, ahora más suave, casi rendido, a mis pies. Me sonreí por dentro, sabía que comería de mi mano si se lo pidiera.
»—Sí, por favor, créeme… —mi vocecilla de niña asustada le conmovió.
»—Pues si quieres que me trague esa patraña, tendrás que hacer algo por mí… Algo que odies profundamente… Así sabré que no mientes.
»Me lo pensé un instante y luego me acerqué a él. Le situé frente a mí. Nos miramos unos segundos en silencio. De pronto, él se movió hacia delante e intentó acercar su boca para besarme. Le paré con una mano en su pecho y le dejé bien claro que no era eso lo que pretendía, a pesar de que había notado que sus besos me conmovían por dentro. Eso no lo había fingido, Alex, te juro que los besos de ese hombre me habían puesto más cerda de lo que me hubiese gustado.
Las palabras de Blanca me iban matando poco a poco. Si aquella confesión no acababa pronto, iba a comenzar a gritar.
»—Los segundos pasaban, y yo no hacía un solo movimiento. Y cuando parecía exasperarse por mi indecisión, me dejé caer de rodillas a sus pies.
Tuve que sujetarme para no gritarle a Blanca que aquello no era posible. Que se callara. Que lo que estaba a punto de contarme no me lo podía creer. Que mentía para hacerme daño. Pero ella no me veía, con los ojos cerrados había volado de nuevo hacia aquella habitación, a solas con el gordo Juan, apunto de tragarse su enorme verga.
»—Le bajé los pantalones del chándal y los bóxer, y se los saqué por los tobillos —continuó—. Su polla se había encogido un poco. La pajeé suave hasta que alcanzó una dureza intermedia. Luego la besé, comenzando por el prepucio y siguiendo hacia abajo. Entonces volvieron a él sus groseros modales.
»—Vaya con la puta… —me dijo—. Cómo la mimas, ¿eh? Vaya si te tiene que gustar mi polla cuando la besuqueas como si fuera un niño. ¿Y esto es lo que menos te gusta hacerle a un tío? Vamos, no me jodas, no me lo creo, si lo haces de puta madre… Pero no fastidies, cariño, déjate de besitos y gilipolleces y métetela en la boca…. Hasta dentro… Así… muy bien. Hasta la garganta… Y no te la saques hasta que veas que te asfixias. Mejor, aún, asfíxiate que yo te hago luego el boca a boca… jajaja.
»Sus palabras me humillaban. Al menos al principio. Luego comprendí que su actitud no era diferente a la de otros hombres, solo que cada uno tenéis un estilo diferente. Tú eres muy dado al silencio cuando hacemos el amor. Mi anterior novio reía y daba silbiditos con la lengua mientras lo hacíamos. A Juan, con su estilo parlanchín, le excita hablar y hablar… e increpar a su pareja de cama. Pero ya intuí que no lo hacía por fastidiar, por humillar a la mujer, sino por mantener su excitación. Era su forma de hacerlo. Así que me olvidé de sus palabras obscenas y se la chupé poniendo mi alma en ello, y no me detuve hasta que la tenía tan dura como una piedra.
»Estaba a punto de correrse y me sujetaba la cabeza para hacerlo dentro de mi boca. Pero ya sabes, Alex, que odio el semen, me muero de asco con tan solo pensar en él. Así que me las tuve que apañar para que no me lo hiciera tragar. Rodé hacia un lado y le esquivé. Su cabreo fue supino.
»—Joder, puta de mierda… —me soltó de malos modos—. No me hagas esto, estoy a punto de soltarte un litro de leche, si no te la echo ahora me van a doler los huevos una semana. Ven aquí y deja que te bañe entera, no seas zorra…
»—Esa mierda no la quiero, para que te enteres —le dije—. Ni ahora ni nunca. Para eso están los condones, para echarla dentro. Así que guárdatela si no quieres que te corte las pelotas.
»—Joder, qué putada, tía… —rezongó—. Con lo que a mí me gusta pringar a mis zorritas.
»—Pues a esta zorrita no la pringas, que lo sepas.
»—Al menos dame otro lametón, que se me ha bajado un poco.
»Pero no le hice caso, y con risas fingidas, me lancé sobre la cama. Una vez allí me desnudé por completo. Y entonces le llamé, zalamera.
»—Anda, deja de quejarte y vente para acá —le dije—. Ponte uno de los condones gigantes y ven a llenarme el coño, pero por dentro de la gomita. ¿No ves que me muero porque me la metas, campeón…?
»Lo de «campeón» debió de hacerle mucha gracia. Menudo gilipollas. Se estuvo riendo con la palabreja un buen rato, mientras se probaba varios condones y los rompía todos con ese pollón que tiene. Las probatinas de tamaño ya las había hecho en el gym, pero disfrutaba como un niño demostrando que solo los extragrandes le valían. Pedazo de tonto del culo.
Volvía a ponerle motes al exbombero —gilipollas, tonto del culo, etcétera—, eso significaba una cosa: se le había pasado el calentón y, a sabiendas de que llegaba al final de su relato, quería reconquistarme. Lo conseguía a medias, porque todo lo que me había contado de sus preliminares con el puto gordo habían sido demoledores.
—El resto ya lo sabes, más o menos —concluyó—. Cuando tú llegaste llevábamos follando unos minutos. Al principio de entrarme su pene, me había dolido como esperaba, pero enseguida mi vagina se adecuó y el placer comenzó. En tan poco tiempo comencé a sentir un hormigueo que nacía en el centro de mi vientre y que crecía a toda velocidad. Y de repente llegó la explosión que se extendió por todo mi cuerpo. Joder, por fin me estaba corriendo como lo recordaba. Aunque te aseguro que jamás he sentido nada igual.
Blanca confesaba aquello como si estuviera contando una película a una amiga. Parecía que no le importaba lo que yo sintiera.
—Ya te habías corrido conmigo y con Hugo —le recordé—, y ese orgasmo pareció de los buenos.
—Nada parecido a lo que sentí con el gordo Juan, te lo aseguro.
Carraspeé tomando aire, parecía que lo peor había pasado, y ya iba recobrando el aliento.
—¿Y cómo terminó todo? ¿Hubo algo más?
—Pues… nada especial —dijo acariciándose el mentón—. Cuando me puso a cuatro patas me volví a correr enseguida. En esa ocasión él se vació a la vez. Quise escabullirme para volverme contigo, pero él se empeñó en que siguiéramos. Sin cambiarse de condón, continuó empotrándome y tuve un subidón que no llegó a ser corrida. Pero con toda la leche dentro de la goma no conseguía metérmela bien y se bajó de la cama para cambiarla. Aproveché para escabullirme y volví a nuestro cuarto, mi hogar... Me vestí en el pasillo, mirando hacia atrás por si me seguía. Te juro que solo me encontré a salvo cuando me abriste la puerta.
Me sentí feliz porque se acabara la historia. Apenas hubiese podido soportarla un minuto más. Y decidí disimular mis reales sentimientos. Fingí una sonrisa y le acaricié una mejilla. Blanca se puso en pie y nos volvimos a abrazar.
Sin otra cosa que decir, propuse el mejor plan que se me ocurría a esa hora de la mañana.
—¿Quieres que vayamos a la cocina? Me muero de hambre.
—Vale, espera que me cambie de ropa y nos vamos.
—Genial, yo también me visto con algo de ropa limpia.
Poco después nos disponíamos a salir de la habitación.
Y entonces comenzaron los gritos.
DIA 5 (2) - MARIO
—¿¡Puede ayudarme alguien!? —gritaba Rubén.
Salimos alarmados por el griterío. Hugo y Juan ya acudían en ayuda del musculitos.
—¿Qué ocurre? —pregunté a Juan que pasaba a mi lado como una bala.
—¿No has leído el grupo de wasap? Rubén ha encontrado a un hombre malherido.
—¿Qué…? —dijimos Blanca y yo al unísono.
Después de una algarabía de carreras de aquí para allá, nos reunimos los cinco alrededor de la mesa de la cocina. En ella habían tumbado al hombre que, según el médico se hallaba más que deshidratado. Le habían puesto un par de almohadas bajo la cabeza y le daban toda el agua que pedía.
Durante una media hora, el hombre no era capaz de hablar. Solo bebía y bebía haciendo pequeños descansos. Blanca y yo nos mirábamos alucinados. Aquel hombre no tendría menos de setenta años. Y no parecía, precisamente, un componente de EXTA-SIS.
Continuará......
Al despertar por la mañana, observé a Blanca trajinando con la ropa sucia. La amontonaba a un lado o a otro según alguna estrategia que solo ella debía de conocer. No pude evitar preguntarle:
—¿Qué haces? —bostezaba al hablar.
—Ya ves… —replicó con tono sereno. No parecía haber rencor en ella—. Ordenando un poco. Esta habitación parece una leonera.
—¿Tú tampoco has dormido? —pregunté.
—No, ¿y tú?
—Ni un minuto.
Pensé que era un buen momento para las disculpas.
—Siento lo de anoche —le dije—. No debería haberte hablado como lo hice.
—Te lo agradezco, amor… —sonrió levemente—. Entiendo que esto no debe de estar siendo un plato de gusto para ti.
—No, no lo es… —susurré—, aunque menos para ti. Lo lamento. Y te prometo que no volverá a ocurrir. Siempre que pueda, seguiré tu consejo de alejarme. Y, si no puedo marcharme, al menos no interrumpiré.
—Gracias, cielo —se acercó a mí y nos miramos muy de cerca. Nuestros labios temblaban y apenas conseguíamos mantenerlos separados—. Pase lo que pase, no debes olvidar nunca la verdad.
—¿Qué verdad?
—La verdad de que te amo —susurró dulce—. Haré lo que tenga que hacer aquí por nosotros. Puedo aguantarlo todo, si hace falta, con esos hombres... Pero solo te amo a ti. No lo olvides, por favor. No hay nadie en el mundo con el que quisiera pasar el resto de mi vida que no seas tú. ¿Lo recordarás siempre, aunque veas cosas horribles?
Nos unimos despacio y, en lugar de besarnos, nos abrazamos con una fuerza inusitada. Hacía tiempo que no sentía a Blanca de esa manera. Nuestros cuerpos unidos, sí, pero aún más: nuestras almas fusionadas.
—No, nunca lo olvidaré —repuse y mi plan para olvidarme de ella si salíamos del encierro parecía temblar y a punto de derrumbarse—. Y quiero que sepas que pienso lo mismo: tú eres la mujer de mi vida. Y por ti soy capaz de soportarlo todo.
Tras unos minutos de estrecharnos el uno contra el otro como si no hubiera un mañana, deshicimos el abrazo. De nuevo estuvimos a punto de besarnos, pero algo impedía que nuestros labios se unieran. Sentí miedo por lo que fuera que aún nos separaba. Y un hormigueo en el estómago me advertía que no iba a ser todo tan de color de rosa como lo veíamos en ese momento.
Tras el paréntesis, ella sonrió abiertamente. Parecía querer distender la situación, que había sido demasiado intensa y que nos había dejado los ojos acuosos.
—Podría haber sido peor —bromeó.
—¿Peor? —no podía imaginar algo más duro que lo que habíamos vivido la noche anterior—. ¿En qué podría haber sido peor?
Ahora su risa cristalina brotó, aliviando mi angustia.
—Imagínate que hubieran metido a un viejo en el grupo…
No pude evitar reír la broma, pero lancé una pulla.
—¿Más viejo que Hugo?
—Ufff…. Hugo no es tan viejo… —sonrió, sin darse cuenta de que el tono de esa afirmación me había fastidiado, y mucho—. Cincuenta y uno no es tanto. Pero suponte que nos cuelan, digamos, a un tío de ochenta años, con la baba colgando y con una pilila arrugada… No saldríamos de aquí en la vida.
Reímos al unísono.
Viendo el buen rollo entre nosotros, una idea se iba fraguando en mi mente. La noche anterior me había contado lo ocurrido hasta llegar a la escena que yo había presenciado entre Juan y ella sobre la cama. Sin embargo, había un resquicio en su historia. Lo había obviado para no angustiarla más, pero me quedaba la espina dentro y quizá era la hora de sacármela.
—Blanca… —comencé con cautela—. Hay algo que quiero pedirte…
—Dime —respondió sin mirarme mientras colgaba parte de la ropa en un armario y alisaba el resto para la siguiente tanda.
—Anoche… —carraspeé. No sabía por dónde iba a salirme cuando escuchara la pregunta—. Verás, cielo, ayer me contaste lo que pasó hasta que te fuiste con Juan a su habitación. Y… claro, yo vi cómo terminó… más o menos…
Dejó de colgar la ropa y me miró extrañada.
—Es que… —me mordí el labio, me pareció que estaba metiendo la pata, pero ya no era momento de echarse atrás—. Me gustaría que me contaras la parte de en medio, la que no vi.
Blanca cabeceó, negando.
—¿Para qué quieres saberlo, amor? Es mejor que se quede ahí, ¿no crees? —replicó, aunque no parecía enfadada, por lo que suspiré aliviado—. ¿Qué más da…?
—No… no es por nada… Solo es… que me gustaría entender cómo fue de duro para ti. Si me lo cuentas, prometo no volver a bombardearte con preguntas, pase lo que pase…
Esta promesa iba a ser muy difícil de cumplir, y ambos lo sabíamos.
—Te va a doler, lo sabes…
—Es posible… pero tiene que doler para que pueda sanar, ¿no te parece?
Siguió guardando ropa durante unos segundos sin mirarme. Temí haber perdido de nuevo la intimidad que habíamos recobrado unos minutos antes. Una vez hubo terminado, sin embargo, se volvió hacia mí y se cruzó de brazos.
—¿Qué quieres… saber? —dijo y noté que su tono no era agresivo. Ya casi tenía lo que quería, solo necesitaba empujar un poco más, sin llegar a presionar.
—Pues… dijiste que tirabas del brazo de Juan y te lo llevabas a su habitación… Y luego… ¿qué pasó…?
Se atusó la melena y se hizo una coleta con la goma que siempre llevaba en una muñeca, luego volvió a mirarme.
—Si te lo cuento, prométeme que no me juzgarás… Y, por supuesto, que no te pondrás violento.
¿Había dicho «violento»? Esa palabra me hizo sospechar que no había sido buena idea preguntarle. Tal vez tenía razón cuando decía que era mejor que no lo supiera. En sus ojos adivinaba que lo que pudiera explicarme era muy fuerte, demasiado, quizá.
—Te lo prometo… —respondí, arrepentido al instante de haberlo dicho.
*
Se sentó frente a mí en el borde de la cama. Yo me quedé en pie, las manos en los bolsillos, quería mirarla desde arriba mientras me relataba la historia.
Las piernas me temblaban.
—Pues bien… Juan entró detrás de mí en el cuarto —comenzó—. Yo iba hecha una fiera por la discusión con Hugo, pero él parecía tranquilo, a pesar del bulto que se le adivinaba bajo los pantalones. Se rascó la entrepierna si ningún pudor y comencé a sentir miedo y a arrepentirme de mi decisión.
»Cerró la puerta y se aseguró de que estaba encajada, esas puertas tienen la fea costumbre de quedarse semiabiertas, ya lo sabes. Estoy segura de que eso no es casualidad, porque cuando la puerta está bien cerrada, no sale ni un suspiro al exterior, aunque dentro del cuarto se esté gritando.
Yo sabía que eso era cierto, ya había pensado en ello y había llegado a la conclusión de que nuestros secuestradores querían evitar la total intimidad. Le di la razón y la animé a seguir.
—¿De verdad quieres que siga? —preguntó haciendo una pausa.
Yo en realidad quería, aunque no quería… Y le rogué que siguiera, aunque solo para no reconocer el temor que me iba invadiendo.
—Una vez dentro los dos, nos situamos frente a frente. Yo no sabía que hacer, como ponerme. Ni siquiera sabía qué esperaba de mí. Que estaba loco por meterme en su cama era obvio, pero ¿cómo lo haría? ¿Me tomaría en brazos y me depositaría sobre ella? ¿Me desnudaría y empujaría como un fardo? ¿Me pediría que me acostara yo misma? Estaba asustada y hecha un lío. Tragué saliva y esperé quieta como un muerto. Te juro que ni respiraba.
»Juan daba pasos ligeros hacia mí. Cerré los ojos para evadirme, a la espera de que me agarrara con esa fuerza que tienen sus brazos, temiendo que fuera a hacerme daño. Pero lo que ocurrió fue totalmente inesperado.
—¿Por qué fue inesperado?
—Por su… dulzura… por sus formas… suaves, casi tiernas.
Las piernas amenazaron con no sujetarme. De nuevo Blanca mencionaba el término «ternura». ¿Qué coño pasaba entre ella y el puto gordo? Prefería un tipo «asqueroso y horrible» a un tipo «dulce y tierno» en boca de Blanca. ¿Qué le había pasado al exbombero? ¿Se había enamorado de mi novia? Quise decirle que no prosiguiera, que no lo soportaría, pero se me adelantó.
—Juan me pasó una mano por debajo de la melena y me sujetó firmemente, aunque con suavidad, del cuello. Con la otra me acarició la mejilla. Había cerrado los ojos y me disponía a abrirlos de nuevo cuando su lengua comenzó a invadirme, lamiendo mis labios con una humedad que me erizó la piel.
Joder, no podía escuchar, era imposible seguir con aquello. «¡Calla, Blanca, por favor…!», grité desde dentro, aunque las palabras se quedaron en mi cabeza.
—Sin haberlo esperado, me besaba con una pasión que me excitaba. Hubiera imaginado cualquier cosa, menos aquello. Llevaríamos unos minutos morreando con sus besos húmedos y profundos, cuando noté que gesticulaba en su ropa. No quise abrir los ojos, me temía lo que ocurría de su cintura para abajo.
»Su pene, hasta ese momento un bulto dentro de sus pantalones que empujaba sobre mi vientre, ahora me golpeaba en todo su esplendor. Lo notaba enorme, poderoso, y sentía un terror profundo que no me permitía moverme. Aunque, te juro que no sabía cómo era posible, pero mis bragas se habían humedecido como nunca...
—¿Cómo nunca… te ha ocurrido conmigo, quieres decir? —me atreví a preguntar jadeante.
—Lo nuestro es diferente… no me lo tengas en cuenta, por favor —me rogó mirándome agobiada—. Sabes que a mí el sexo nunca me ha parecido el epicentro de una relación amorosa. Importante sí que lo considero, pero no primordial. En mi lista de prioridades, puede que no llegue ni a la quinta posición.
»Y lo que estaba ocurriendo entre los dos era sexo, y nada más. Solo eso, pero a la vez tan brutal… tan animal… que mi excitación estaba llegando a su máxima expresión. O eso pensé. Porque aquello solo estaba empezando.
»Juan tomó una de mis manos, la abrazó a su enorme verga y todo mi cuerpo comenzó a temblar. La agitaba arriba y abajo, moviendo su piel que emitía un «clic-clic» líquido que me hacía exudar feromonas. A esas alturas, no solo mis bragas se hallaban mojadas. El sudor de mi cuerpo había empapado por completo el resto de mi ropa.
Observé la imagen que estaba dibujando su relato en mi mente, y no me gustaba en absoluto. Mucho peor, odiaba aquella imagen y me provocaba pavor. Era una imagen de devoción, de hembra entregada a los deseos del macho, quien la cocina en su salsa para llevarla hasta el punto en que ella le pida, le ruegue, que la folle sin piedad. Cosa que había conseguido, yo era testigo de ello.
Con todo, no podía evitar que mi erección fuese a más cada vez. Me sentía avergonzado. Si Blanca se llegaba a dar cuenta, no sabía qué pensaría de mí, de su novio, del amor de su vida, empalmado al saberla poseída por otro. Y eso me atormentaba y me obligaba a sujetar el bulto desde el interior de los bolsillos del pantalón para evitar que se notase.
—Soltó mi mano tras unos segundos de guiármela en su verga —continuó— y yo seguí con la paja sin necesidad de su ayuda. Lo deseaba, Alex, te lo juro, deseaba sentir aquella polla en mi mano. Y la apreté hasta hacerle daño mientras movía su piel arriba y abajo, y el «clic-clic» de su prepucio me mataba por dentro. Cuando mi presión fue bestial, el gimió. Alargué la otra mano y le amasé los huevos, una masa enorme y dura, hasta querer reventarlos entre mis dedos.
Blanca se venía arriba. De usar palabras suaves, como «pene» o «verga», había ido escalando posiciones hasta decir «polla» y «huevos». Si seguía así, su habitual comedimiento iba a estallar en pedazos, y la explosión se me iba a llevar por delante.
—Juan gimió, aún dentro de mi boca, y deseé hacerle más daño. No por el daño en sí mismo, sino por la lujuria que sentía. Así que apreté más sus testículos y, cuando sus gemidos ya eran gritos, se echó hacia atrás y me empujó.
»—¿Pero qué coños te pasa? —me dijo, alterado—. Sabes de sobra que eso duele en un tío.
»—Lo… lo siento… —le dije—. Ha sido… sin querer…
»—Sin querer, una mierda… Hostia puta… casi me rompes las pelotas…
»Se acariciaba sus partes, y supe que no hablaba por hablar, que le había hecho daño.
»—Te juro que lo siento…
»Se subió los pantalones, guardando el monstruo de entre sus piernas, y se alejó de mí. Me señalaba la puerta con una mano, mientras con la otra me despedía con cajas destempladas.
»—Anda, lárgate, zorra… —me dijo con mala leche por primera vez desde que habíamos entrado en su cuarto—. Estoy seguro de que esto lo habéis preparado entre el puto médico y tú para joderme.
»—Por dios, Juan, te juro que no es así… —le rogaba—. Hugo no tiene nada que ver con esto. Ha sido… que me has puesto muy caliente… yo no quería hacerte daño… te lo prometo.
Volvía a ver la imagen de Blanca como la de una hembra devota por su macho. Y no entendía por qué no suavizaba sus palabras para comentarme la historia. ¿Por qué relataba cada expresión, cada sentimiento, cada palabra, con tanto detalle? No eran detalles lo que le había pedido, pero ella parecía disfrutar recordándolos. Mucho más ahora, que había cerrado los ojos mientras hablaba. Y su expresión de placer dolía más que escuchar lo que había ocurrido en aquella habitación.
»—Anda, zorra, sal de mi cuarto antes de que me cabree de veras…
»Me estaba echando del dormitorio con cajas destempladas. Y me sentí desconsolada. Sabía que aquello no era una simple sesión de sexo. Que era la primera prueba para conseguir el objetivo que nos sacara de aquí. Y casi sentía ganas de llorar. Y no podía dejarlo así. Y tuve que poner todo mi empeño en reconquistarle, en que volviera a desearme.
»—No puedes hacerme esto… —le dije, improvisando un plan.
»—Pues te lo hago… lárgate, puta de mierda…
»—¿Me vas a dejar así…? —apelé a su lado machista—. Me has puesto caliente como una perra y ahora me dices que me largue… ¡Pero tú quién coño te crees que eres…!
»—¿Qué cojones dices, pedazo de guarra?
»—¿Qué cojones digo? —le espeté simulando un cabreo que era más miedo que enfado—. ¡Que me has puesto caliente el chocho y ahora voy a tener que irme al baño a pajearme sola! ¡Puto calienta coños!
»Me había puesto a su nivel, utilizando términos callejeros como una vulgar zorra. Y funcionó. Pareció recoger velas y solté un suspiro de alivio.
»—¿De verdad te he calentado, zorrita? —dijo sonriente, y el diminutivo me indicó que iba por buen camino.
»—Como una puta perra… —le repliqué—. Pero no disimules, sabes que tengo las bragas encharcadas. No puedes dejarme así, tirada como a una puta…
»Rió de buena gana, y supe que lo tenía en mis manos. Aquella sesión tenía que llevarse a cabo fuera como fuera. No hacía más que repetirme que, si no acabábamos la faena en ese momento, tendría que volver a empezar de nuevo en algún otro, y eso me asqueaba más que tirarme encima de él y meterme su polla dentro aunque fuera a la fuerza.
»—¿De verdad quieres que crea que esto no es un truco del médico? —me dijo tras un paréntesis, ahora más suave, casi rendido, a mis pies. Me sonreí por dentro, sabía que comería de mi mano si se lo pidiera.
»—Sí, por favor, créeme… —mi vocecilla de niña asustada le conmovió.
»—Pues si quieres que me trague esa patraña, tendrás que hacer algo por mí… Algo que odies profundamente… Así sabré que no mientes.
»Me lo pensé un instante y luego me acerqué a él. Le situé frente a mí. Nos miramos unos segundos en silencio. De pronto, él se movió hacia delante e intentó acercar su boca para besarme. Le paré con una mano en su pecho y le dejé bien claro que no era eso lo que pretendía, a pesar de que había notado que sus besos me conmovían por dentro. Eso no lo había fingido, Alex, te juro que los besos de ese hombre me habían puesto más cerda de lo que me hubiese gustado.
Las palabras de Blanca me iban matando poco a poco. Si aquella confesión no acababa pronto, iba a comenzar a gritar.
»—Los segundos pasaban, y yo no hacía un solo movimiento. Y cuando parecía exasperarse por mi indecisión, me dejé caer de rodillas a sus pies.
Tuve que sujetarme para no gritarle a Blanca que aquello no era posible. Que se callara. Que lo que estaba a punto de contarme no me lo podía creer. Que mentía para hacerme daño. Pero ella no me veía, con los ojos cerrados había volado de nuevo hacia aquella habitación, a solas con el gordo Juan, apunto de tragarse su enorme verga.
»—Le bajé los pantalones del chándal y los bóxer, y se los saqué por los tobillos —continuó—. Su polla se había encogido un poco. La pajeé suave hasta que alcanzó una dureza intermedia. Luego la besé, comenzando por el prepucio y siguiendo hacia abajo. Entonces volvieron a él sus groseros modales.
»—Vaya con la puta… —me dijo—. Cómo la mimas, ¿eh? Vaya si te tiene que gustar mi polla cuando la besuqueas como si fuera un niño. ¿Y esto es lo que menos te gusta hacerle a un tío? Vamos, no me jodas, no me lo creo, si lo haces de puta madre… Pero no fastidies, cariño, déjate de besitos y gilipolleces y métetela en la boca…. Hasta dentro… Así… muy bien. Hasta la garganta… Y no te la saques hasta que veas que te asfixias. Mejor, aún, asfíxiate que yo te hago luego el boca a boca… jajaja.
»Sus palabras me humillaban. Al menos al principio. Luego comprendí que su actitud no era diferente a la de otros hombres, solo que cada uno tenéis un estilo diferente. Tú eres muy dado al silencio cuando hacemos el amor. Mi anterior novio reía y daba silbiditos con la lengua mientras lo hacíamos. A Juan, con su estilo parlanchín, le excita hablar y hablar… e increpar a su pareja de cama. Pero ya intuí que no lo hacía por fastidiar, por humillar a la mujer, sino por mantener su excitación. Era su forma de hacerlo. Así que me olvidé de sus palabras obscenas y se la chupé poniendo mi alma en ello, y no me detuve hasta que la tenía tan dura como una piedra.
»Estaba a punto de correrse y me sujetaba la cabeza para hacerlo dentro de mi boca. Pero ya sabes, Alex, que odio el semen, me muero de asco con tan solo pensar en él. Así que me las tuve que apañar para que no me lo hiciera tragar. Rodé hacia un lado y le esquivé. Su cabreo fue supino.
»—Joder, puta de mierda… —me soltó de malos modos—. No me hagas esto, estoy a punto de soltarte un litro de leche, si no te la echo ahora me van a doler los huevos una semana. Ven aquí y deja que te bañe entera, no seas zorra…
»—Esa mierda no la quiero, para que te enteres —le dije—. Ni ahora ni nunca. Para eso están los condones, para echarla dentro. Así que guárdatela si no quieres que te corte las pelotas.
»—Joder, qué putada, tía… —rezongó—. Con lo que a mí me gusta pringar a mis zorritas.
»—Pues a esta zorrita no la pringas, que lo sepas.
»—Al menos dame otro lametón, que se me ha bajado un poco.
»Pero no le hice caso, y con risas fingidas, me lancé sobre la cama. Una vez allí me desnudé por completo. Y entonces le llamé, zalamera.
»—Anda, deja de quejarte y vente para acá —le dije—. Ponte uno de los condones gigantes y ven a llenarme el coño, pero por dentro de la gomita. ¿No ves que me muero porque me la metas, campeón…?
»Lo de «campeón» debió de hacerle mucha gracia. Menudo gilipollas. Se estuvo riendo con la palabreja un buen rato, mientras se probaba varios condones y los rompía todos con ese pollón que tiene. Las probatinas de tamaño ya las había hecho en el gym, pero disfrutaba como un niño demostrando que solo los extragrandes le valían. Pedazo de tonto del culo.
Volvía a ponerle motes al exbombero —gilipollas, tonto del culo, etcétera—, eso significaba una cosa: se le había pasado el calentón y, a sabiendas de que llegaba al final de su relato, quería reconquistarme. Lo conseguía a medias, porque todo lo que me había contado de sus preliminares con el puto gordo habían sido demoledores.
—El resto ya lo sabes, más o menos —concluyó—. Cuando tú llegaste llevábamos follando unos minutos. Al principio de entrarme su pene, me había dolido como esperaba, pero enseguida mi vagina se adecuó y el placer comenzó. En tan poco tiempo comencé a sentir un hormigueo que nacía en el centro de mi vientre y que crecía a toda velocidad. Y de repente llegó la explosión que se extendió por todo mi cuerpo. Joder, por fin me estaba corriendo como lo recordaba. Aunque te aseguro que jamás he sentido nada igual.
Blanca confesaba aquello como si estuviera contando una película a una amiga. Parecía que no le importaba lo que yo sintiera.
—Ya te habías corrido conmigo y con Hugo —le recordé—, y ese orgasmo pareció de los buenos.
—Nada parecido a lo que sentí con el gordo Juan, te lo aseguro.
Carraspeé tomando aire, parecía que lo peor había pasado, y ya iba recobrando el aliento.
—¿Y cómo terminó todo? ¿Hubo algo más?
—Pues… nada especial —dijo acariciándose el mentón—. Cuando me puso a cuatro patas me volví a correr enseguida. En esa ocasión él se vació a la vez. Quise escabullirme para volverme contigo, pero él se empeñó en que siguiéramos. Sin cambiarse de condón, continuó empotrándome y tuve un subidón que no llegó a ser corrida. Pero con toda la leche dentro de la goma no conseguía metérmela bien y se bajó de la cama para cambiarla. Aproveché para escabullirme y volví a nuestro cuarto, mi hogar... Me vestí en el pasillo, mirando hacia atrás por si me seguía. Te juro que solo me encontré a salvo cuando me abriste la puerta.
Me sentí feliz porque se acabara la historia. Apenas hubiese podido soportarla un minuto más. Y decidí disimular mis reales sentimientos. Fingí una sonrisa y le acaricié una mejilla. Blanca se puso en pie y nos volvimos a abrazar.
Sin otra cosa que decir, propuse el mejor plan que se me ocurría a esa hora de la mañana.
—¿Quieres que vayamos a la cocina? Me muero de hambre.
—Vale, espera que me cambie de ropa y nos vamos.
—Genial, yo también me visto con algo de ropa limpia.
Poco después nos disponíamos a salir de la habitación.
Y entonces comenzaron los gritos.
DIA 5 (2) - MARIO
—¿¡Puede ayudarme alguien!? —gritaba Rubén.
Salimos alarmados por el griterío. Hugo y Juan ya acudían en ayuda del musculitos.
—¿Qué ocurre? —pregunté a Juan que pasaba a mi lado como una bala.
—¿No has leído el grupo de wasap? Rubén ha encontrado a un hombre malherido.
—¿Qué…? —dijimos Blanca y yo al unísono.
Después de una algarabía de carreras de aquí para allá, nos reunimos los cinco alrededor de la mesa de la cocina. En ella habían tumbado al hombre que, según el médico se hallaba más que deshidratado. Le habían puesto un par de almohadas bajo la cabeza y le daban toda el agua que pedía.
Durante una media hora, el hombre no era capaz de hablar. Solo bebía y bebía haciendo pequeños descansos. Blanca y yo nos mirábamos alucinados. Aquel hombre no tendría menos de setenta años. Y no parecía, precisamente, un componente de EXTA-SIS.
Continuará......