EscritorFrustrado
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Aún estoy pensando cómo cerrar el otro relato, pero el otro día llegó a mis oídos un rumor que me inspiró esta historia. Como siempre me gusta, habrá parte real y parte ficticia. Cualquier duda o consulta, respondo privados.
Juan Miguel era un chico tímido, apocado y poco atractivo. No era nada llamativo para las mujeres y eso, unido a su falta de labia, había hecho que a sus 22 años su experiencia con chicas fuese prácticamente nula. Era asiduo de foros y páginas pornográficas, y también de algún grupo de mensajería en el que anónimos amateur compartían contenido. No tenía contacto con féminas, pero eso no le impedía disfrutar de orgasmos que él mismo se proporcionaba. Juanmi, como era conocido en su entorno, trabajaba como cartero. No era su trabajo soñado, pero esperaba ascender pronto y para ello estaba preparando la oposición para administrativo.
El trabajo de cartero no estaba tan mal. Tenía horario fijo, jornada continua y le permitía interactuar con gente, algo que le estaba viniendo bien para su timidez. Entregaba correo a empresas, pero también dejaba algún paquete en domicilios particulares, algo que le había dado momentos demasiado morbosos. Desde alguna universitaria que salía ligera de ropa a recoger un paquete en un piso de estudiantes hasta alguna MILF trabajando en un despacho de abogados. Pero su favorita era Clara. Siempre lo había sido.
La conocía desde bien pequeños. Habían coincidido en la misma clase en preescolar y de ahí hasta que salieron del instituto. Clara, la niña rubia que tenía encandilados a todos. Siempre tan esbelta y tan bien vestida. Nunca la faltaron pretendientes. Ni guapos ni feos. Siempre iba arreglada, nunca la faltó un detalle. No perdia oportunidad de ir a la última moda. Con un toque ligero de vanidad, de quién se sabía deseada y guapa. Quizá, en ocasiones, pecaba de ligera prepotencia. Alguna vez había mirado por encima del hombro a alguien, pero con Juanmi siempre se había portado tremendamente bien. Incluso en épocas en las que sufrió bullying encontró en Clara un salvavidas al que agarrarse. Una amiga, a la que en demasiadas ocasiones había dedicado ratos de placer con sus muñecas. Sobre todo desde que ella empezó a comportarse en redes como si de una influencer se tratase, con fotografías cuidadas y posados veraniegos de infarto. Unas publicaciones que le habían proporcionado un nicho de seguidores que la dejaban en un limbo entre la verdadera influencer y un perfil al que unicamente seguían amigos, familiares y conocidos. Incluso alguna colaboración con alguna peluquería local había tenido.
El padre de Clara tenía una empresa de construcción bastante importante a nivel local. Había logrado sobreponerse a la crisis y orientar el negocio hacia un modelo sostenible, que les había permitido mantener un tren de vida en el que los caprichos no hacían daño a las arcas familiares. Ropa cara, conciertos en zonas vip, viajes al extranjero, barcos en verano... Ella solía echar una mano en la oficina en épocas vacacionales mientras estudiaba. Ahora, recién graduada y al no tener expectativas de trabajar de lo suyo, se había incorporado plenamente. Aunque, para disgusto de su padre, no tenía planes de acabar llevando las riendas del negocio familiar y esperaba que aquella fuese una etapa pasajera en su vida.
Juanmi fantaseaba cada vez que veía algún paquete o carta para entregar en aquella empresa. Le encantaba imaginar el atuendo con el que Clara lo recibiría. Siempre era ella la que abría al correo y siempre se quedaba un rato charlando con su excompañero de clase. Le encantó el día que ella lo recibió con una falda negra, botas altas y camisa blanca. Un look más apropiado de colegiala en película porno que de una oficina. Aquel día perdió la cuenta de las veces que se masturbó. Más aún, cuando ella subió foto a sus redes con semejante outfit. Otras veces era menos ostentosa y simplemente lo recibía con unos vaqueros ceñidos, que ella solía lucir con elegancia, o un vestido sobrio.
Esa mañana de lunes, Juanmi comprobó que en su tarea del día figuraba un paquete para entregar en esa dirección que ya podía recitar de memoria y a la que podía acudir con los ojos cerrados. Ella estaba allí. Lo recibió con una falda que dejaba a la vista sus piernas firmes, trabajadas en horas y horas de gimnasio, y una blusa blanca, de una tela que transparentaba el sujetador que llevaba bajo ella, también a juego aunque en otro tono.
-Buenos días, Juanmi.- Lo saludó con una sonrisa.
Era primeros de Julio y el aire acondicionado de la oficina estaba bastante alto.
-Buenos días, Clara. Traigo esto para vosotros.
Ella lo cogió y firmó la entrega con su mano izquierda, fina y cuidada, en la que destacaba una manicura francesa.
-¿Irás el sábado?- pregunto ella.
-¿ A donde? - Replicó él intrigado.
La cara de Clara era propia de quien cree que ha metido la gamba y siente lástima por su interlocutor.
-Vaya, se les ha debido pasar meterte en el grupo. Quieren hacer una cena de antiguos alumnos. Juntarnos todos y salir un ratito para recordar viejos tiempos.- Sin darle tiempo a responder se metió hacia dentro y cogió su móvil de una de las mesas. Empezó a escribir en el.
-Ahora mismo te meten, ya te digo que debe haber sido un error. No acepto un no por respuesta.
Lo miró y Juanmi no tuvo más respuesta.
Se despidieron con dos besos en la mejilla, como casi siempre.
De vuelta a casa comprobó que lo habían incluido en un grupo. Leyó por encima y comprobó la hora y el lugar de quedada. No quiso mirar más. Tampoco respondió a los mensajes que preguntaban quién era el último contacto añadido.
Se pegó una ducha y se tumbó en la cama. Tenía ganas de desahogarse. Abrió un canal, de una conocida aplicación de mensajeria, en el que parejas liberales y novios cabrones compartían contenido sexual, ya fuera de ellos mismos o de sus parejas. Deslizó con el dedo la mayoría de mensajes. Muchos de ellos estaban bastante repetidos. Muchos de aquellos videos llevaban bastante tiempo rulando y no tardaban en volver a salir a la palestra por alguno que lo consideraba nuevo. De repente el corazón se le paró. Podía distinguir aquella mirada entre un millón. Su cabeza le decía que era imposible que fuese lo que él pensaba, pero su vista no mentia. Apretó con el dedo y comenzó a descargar el vídeo. En la miniatura el contorno de una polla y la mirada de Clara.
(continuará)
Capítulo 1: Lo que menos esperaba
Juan Miguel era un chico tímido, apocado y poco atractivo. No era nada llamativo para las mujeres y eso, unido a su falta de labia, había hecho que a sus 22 años su experiencia con chicas fuese prácticamente nula. Era asiduo de foros y páginas pornográficas, y también de algún grupo de mensajería en el que anónimos amateur compartían contenido. No tenía contacto con féminas, pero eso no le impedía disfrutar de orgasmos que él mismo se proporcionaba. Juanmi, como era conocido en su entorno, trabajaba como cartero. No era su trabajo soñado, pero esperaba ascender pronto y para ello estaba preparando la oposición para administrativo.
El trabajo de cartero no estaba tan mal. Tenía horario fijo, jornada continua y le permitía interactuar con gente, algo que le estaba viniendo bien para su timidez. Entregaba correo a empresas, pero también dejaba algún paquete en domicilios particulares, algo que le había dado momentos demasiado morbosos. Desde alguna universitaria que salía ligera de ropa a recoger un paquete en un piso de estudiantes hasta alguna MILF trabajando en un despacho de abogados. Pero su favorita era Clara. Siempre lo había sido.
La conocía desde bien pequeños. Habían coincidido en la misma clase en preescolar y de ahí hasta que salieron del instituto. Clara, la niña rubia que tenía encandilados a todos. Siempre tan esbelta y tan bien vestida. Nunca la faltaron pretendientes. Ni guapos ni feos. Siempre iba arreglada, nunca la faltó un detalle. No perdia oportunidad de ir a la última moda. Con un toque ligero de vanidad, de quién se sabía deseada y guapa. Quizá, en ocasiones, pecaba de ligera prepotencia. Alguna vez había mirado por encima del hombro a alguien, pero con Juanmi siempre se había portado tremendamente bien. Incluso en épocas en las que sufrió bullying encontró en Clara un salvavidas al que agarrarse. Una amiga, a la que en demasiadas ocasiones había dedicado ratos de placer con sus muñecas. Sobre todo desde que ella empezó a comportarse en redes como si de una influencer se tratase, con fotografías cuidadas y posados veraniegos de infarto. Unas publicaciones que le habían proporcionado un nicho de seguidores que la dejaban en un limbo entre la verdadera influencer y un perfil al que unicamente seguían amigos, familiares y conocidos. Incluso alguna colaboración con alguna peluquería local había tenido.
El padre de Clara tenía una empresa de construcción bastante importante a nivel local. Había logrado sobreponerse a la crisis y orientar el negocio hacia un modelo sostenible, que les había permitido mantener un tren de vida en el que los caprichos no hacían daño a las arcas familiares. Ropa cara, conciertos en zonas vip, viajes al extranjero, barcos en verano... Ella solía echar una mano en la oficina en épocas vacacionales mientras estudiaba. Ahora, recién graduada y al no tener expectativas de trabajar de lo suyo, se había incorporado plenamente. Aunque, para disgusto de su padre, no tenía planes de acabar llevando las riendas del negocio familiar y esperaba que aquella fuese una etapa pasajera en su vida.
Juanmi fantaseaba cada vez que veía algún paquete o carta para entregar en aquella empresa. Le encantaba imaginar el atuendo con el que Clara lo recibiría. Siempre era ella la que abría al correo y siempre se quedaba un rato charlando con su excompañero de clase. Le encantó el día que ella lo recibió con una falda negra, botas altas y camisa blanca. Un look más apropiado de colegiala en película porno que de una oficina. Aquel día perdió la cuenta de las veces que se masturbó. Más aún, cuando ella subió foto a sus redes con semejante outfit. Otras veces era menos ostentosa y simplemente lo recibía con unos vaqueros ceñidos, que ella solía lucir con elegancia, o un vestido sobrio.
Esa mañana de lunes, Juanmi comprobó que en su tarea del día figuraba un paquete para entregar en esa dirección que ya podía recitar de memoria y a la que podía acudir con los ojos cerrados. Ella estaba allí. Lo recibió con una falda que dejaba a la vista sus piernas firmes, trabajadas en horas y horas de gimnasio, y una blusa blanca, de una tela que transparentaba el sujetador que llevaba bajo ella, también a juego aunque en otro tono.
-Buenos días, Juanmi.- Lo saludó con una sonrisa.
Era primeros de Julio y el aire acondicionado de la oficina estaba bastante alto.
-Buenos días, Clara. Traigo esto para vosotros.
Ella lo cogió y firmó la entrega con su mano izquierda, fina y cuidada, en la que destacaba una manicura francesa.
-¿Irás el sábado?- pregunto ella.
-¿ A donde? - Replicó él intrigado.
La cara de Clara era propia de quien cree que ha metido la gamba y siente lástima por su interlocutor.
-Vaya, se les ha debido pasar meterte en el grupo. Quieren hacer una cena de antiguos alumnos. Juntarnos todos y salir un ratito para recordar viejos tiempos.- Sin darle tiempo a responder se metió hacia dentro y cogió su móvil de una de las mesas. Empezó a escribir en el.
-Ahora mismo te meten, ya te digo que debe haber sido un error. No acepto un no por respuesta.
Lo miró y Juanmi no tuvo más respuesta.
Se despidieron con dos besos en la mejilla, como casi siempre.
De vuelta a casa comprobó que lo habían incluido en un grupo. Leyó por encima y comprobó la hora y el lugar de quedada. No quiso mirar más. Tampoco respondió a los mensajes que preguntaban quién era el último contacto añadido.
Se pegó una ducha y se tumbó en la cama. Tenía ganas de desahogarse. Abrió un canal, de una conocida aplicación de mensajeria, en el que parejas liberales y novios cabrones compartían contenido sexual, ya fuera de ellos mismos o de sus parejas. Deslizó con el dedo la mayoría de mensajes. Muchos de ellos estaban bastante repetidos. Muchos de aquellos videos llevaban bastante tiempo rulando y no tardaban en volver a salir a la palestra por alguno que lo consideraba nuevo. De repente el corazón se le paró. Podía distinguir aquella mirada entre un millón. Su cabeza le decía que era imposible que fuese lo que él pensaba, pero su vista no mentia. Apretó con el dedo y comenzó a descargar el vídeo. En la miniatura el contorno de una polla y la mirada de Clara.
(continuará)
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