Capítulo XXVII
Un paso atrás
Se despertó con la cabeza embotada por la resaca. El remordimiento lo había torturado durante toda la noche impidiéndole dormir más de quince minutos seguidos. Se sentó en la cama, con la espalda pegada al cabecero y resopló con los ojos cerrados. La luz se filtraba por la persiana, iluminando el cuerpo de Alba que, bajo las sábanas, continuaba inmersa en su profundo sueño etílico.
Se frotó la cara y entrelazó los dedos entre su pelo, sin saber cómo iba a afrontar el problema. Tras un buen rato de indecisión, decidió bajar y esperar a que Alba se despertara por sí sola. Inconscientemente, solo trataba de ganar tiempo.
Llegó al jardín. No había nadie, lo cual agradeció. No estaba preparado aún para encararse a Marta (ni a ningún otro). Antes o después, ella le contaría a Alba la versión perversa de su retorcida relación con la novia de Cristian. Y quizás fuera mejor así. Aceptaría la reacción de su novia y su decisión, fuera cual fuera.
Pero antes de la tormenta que daría fin a la mejor parte de su vida, necesitaba resolver un tema pendiente.
Bajó por las rocas y caminó por la playa hasta llegar a los farallones que la separaban de la zona nudista. En lugar de cruzarlos, viró tierra adentro hasta alcanzar el paseo y se adentró entre las callejuelas. No tardó en encontrar el puesto de productos artesanales de Andrés. Se encontraba sentado frente a un atril, trabajando sobre una talla. Sonrió al verlo llegar.
—Sabía que anoche te habías quedado con sed. ¿Voy a por dos vasos?
—El mío que sea de cola-cao, por favor. Ya no estoy tan seguro de que tu brebaje sea tan medicinal como decías —La cabeza le martilleaba.
Andrés rió con ese alegre vozarrón que hacía amanecer la noche más oscura. Dani lo acompañó con una sonrisa tan triste como su dolor de cabeza.
—Créeme que lo es, mi pequeño amigo. Medicina del espíritu.
—¿Y Cristi lo cree también? Porque ayer, su espíritu no caminaba muy recto que digamos.
—Porque su espíritu es indomable. Alma pura y espíritu libre, Joven Dani.
—Ya, y resaca aún más libre. Supongo que estará en casa durmiendo la mona.
—No.
—¿No? ¿No está en casa?
—No, se ha levantado pronto para aprovechar el día. Si tiene resaca, la estará pasando en la playa.
—¿Seguro? He venido caminando por la arena desde casa y no la he visto.
—¿Es que la buscabas?
—Ah, no, no, solo que… me ha parecido que la tendría que haber visto si hubiera estado. Sin más.
Andrés tardó unos segundos en dejar de mirarlo fijamente, asintiendo con la cabeza como si estuviera procesando algo. Después, continuó con su talla, concentrado en pequeños detalles con la punta de su estilete.
—La verdad, hay que reconocer que tiene mucho aguante bebiendo —insistía Dani.
No hubo respuesta más allá de un leve asentimiento de cabeza al estar abstraído en su talla.
—Y me sorprendió lo madura que es. Parece que es una chica de mundo, como tú.
Andrés asentía sin dejar de trabajar, intentando lograr un complicado detalle en la madera. Dani no desistía su interrogatorio. —¿Cuántos años tiene?
El gran hippy tardó muchos segundos en levantar la vista hacia él. Lo hizo a cámara lenta, recostándose hacia atrás. Tenía los ojos entrecerrados como si intentara penetrarlo con la vista, auscultándolo.
—¿Por?
Dani carraspeó, incómodo. Ese hombre ya había demostrado conocer mejor a las personas de lo que creía y tuvo el presentimiento de que, con su insistencia, había levantado la sospecha.
—Porque habla como una de 60, bebe como una de 30 y ríe como una de 10 —improvisó en tono de guasa.
Andrés no correspondió a su broma. En su lugar, asintió con esa parsimonia que lo caracterizaba. Como si cada pregunta fuera una consulta vital de un alma atormentada.
—Los suficientes, muchacho. Los suficientes.
La no respuesta fue suficiente para que decidiera no seguir insistiendo. Respiró hondo y apartó la vista hacia la calle por la que había venido. Se hizo un silencio más largo de lo deseable.
—¿Hay algo que te preocupe, muchacho?
—¿Aparte del calentamiento global?
De nuevo la sonrisa de Andrés, pero esta vez sin el brillo de antes. Estaba claro que a su amigo no se le escapaba una. Ese hombre sabía que nadie pregunta nada porque sí y, durante unos segundos, ambos se quedaron callados. Dani, miró a un lado y a otro dubitativo.
—Nada que sea grave —reconoció al fin, intentando quitar hierro.
—Bien, si el problema tiene solución —dijo en el mismo tono sentido—, entonces no hay por qué preocuparse.
—Bueno, tal vez… éste no lo tenga —musitó.
—En ese caso… —dijo encogiéndose de hombros— ¿Para qué preocuparse?
El hombretón bajó la cabeza de nuevo y continuó su labor, dejando a Dani a solas con sus pensamientos y, por un momento, la paz que irradiaba Andrés, le hizo sentir mejor.
Cuando se despidió de él, volvió tras sus pasos hasta alcanzar la playa. Su amigo había dicho que Cristina debía estar por allí, pero en su caminata no la había visto. Se le ocurrió un sitio donde podría estar. Un lugar tranquilo y poco concurrido.
Atravesó las rocas que formaban el farallón. Se deshizo de la camiseta pero conservó el pantalón y comenzó a caminar barriendo la arena con la vista, desde el agua hasta el acantilado. Pasó por delante de una señora mayor que lo observaba atentamente, sentada en su toalla. Era una mujer de tetorras generosas y amplios pezones. A su lado, su marido, un señor de bigotito, leía el periódico.
Dani se paró, apretó los puños y soltó una honda respiración. Después, giró sobre sus talones y guio sus pasos hacia ellos.
—Perdone…
La señora se puso alerta y tensó la espalda cuando se plantó delante de ella. Su marido posó el periódico en sus piernas y levantó la cabeza.
—Lamento profundamente lo del otro día —dijo Dani—. Usted vino a ayudarme y me encontró… en fin. Me avergüenza haber hecho lo que hice. —Tomó una bocanada de aire—. Le aseguro que no soy un pervertido y me gustaría que aceptara mis más sinceras disculpas.
La mujer miró a su marido, nerviosa, que le devolvió la misma expresión de desconcierto.
—No les molesto más —dijo viendo su mutismo—. Que pasen un buen día.
Les dio la espalda y volvió por sus pasos. Al menos iba a abandonar aquel lugar de la mejor manera posible. Apenas había dado media docena de pasos cuando la señora lo llamó.
—Eh, chaval. —Dani se giró—. No creo que seas un pervertido.
Asintió lentamente, agradecido por sacarse la espina. Después, continuó su camino.
Tuvo que llegar casi al final de la playa para encontrar a Cristina. Estaba con sus amigas, alguna de ellas sin nada en la parte de arriba. Se quedó quieto sin atreverse a acercarse para que no le vieran. No había contado con que no estuviera sola y chasqueó la lengua, pesaroso.
Si se acercaba y le pedía que hablasen a solas, delante de las demás, iba a provocar un tsunami de especulaciones. Sabía muy bien lo que una imaginación adolescente daba de sí.
Se quedó de pie con los brazos en jarras, esperando que ella girara la cabeza para verlo. No le importó que la gente de alrededor sospechara de él como un mirón pervertido. Al final, ocurrió y sus miradas conectaron. Cristina aguantó unos segundos en los que se pudo apreciar su cara de sorpresa. Dani había levantado una mano en señal para que acudiera.
Para su desconcierto, ella hizo caso omiso y volvió a su cháchara con sus amigas, ignorándolo.
«De cojones —se dijo—, ni esto voy a poder quitarme de encima».
No quiso dar más vueltas al asunto. Caminó hacia el farallón y se coló entre las rocas. En el último momento miró de nuevo hacia el final de la playa, donde estaba Cristina. Le pareció que volvía a tener la vista hacia él, pero no se quedó a asegurarlo.
Pese a que ralentizó su caminar, llegó a la casa antes de lo que hubiese querido, que era nunca. Encontró a Alba en el balancín, con su prima. Había apartado la mirada nada más verlo. Marta, en completo mutismo, se levantó y se alejó hacia la casa como si no existiera o, quizás, como si no soportase su presencia. Él respiró hondo y...